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Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 159
Julio Aramberri Presentación
Infancia, ciudadanía
y medios de comunicación
Childhood, Citizenship and Mass Media
José Miguel MARINAS
Universidad Complutense de Madrid
marinas@psi.ucm.es
(traducción: Raquel Vélez Castro)
Recibido: 17.11.05
Aprobado: 17.01.06
RESUMEN
La cultura del consumo establece un conjunto de signos y valores que sirve de filtro a las categorías de
la identidad política. Los medios de comunicación obedecen a una u otra lógica dificultando para los
niños la construcción de su identidad como consumidores o como ciudadanos.
PALABRAS CLAVE: infancia, consumidor, ciudadano, medios
ABSTRACT
The culture of consumption establishes a group of signs and values that operates as a filter to the cate-
gories of the political identity. The mass media follow to one or another logic making difficult to children
the construction of their identity as consumers or citizens.
KEY WORDS: Childhood, Consumer, Citizen, Mass Media
SUMARIO
Lo público y los medios. Los límites de la infancia. La condición ciudadana. El consumo infantil.
Propongo en esta reflexión aportar algunos
elementos para caracterizar las tendencias más
recientes de la lógica del consumo y su vivencia
por los niños y las niñas.
Prestar atención a la relación que las niñas y
los niños mantienen entre sí, con los adultos y
con los espacios (polis y mercado) que nosotros
generamos, responde a una cuestión acuciante,
ya desde hace más de una década, que se nos
planteó con motivo de diversas investigaciones
sobre infancia y medios1
. Esta, formulada de
modo directo, dice así: niñas y niños ¿son mejo-
res consumidores que ciudadanos?
Lo preocupante de esta formulación —que
implica varios planos: precisar la noción y el
modelo de polis que circula en la infancia
actual, aclarar qué entienden por el mundo del
consumo, apuntar qué relación específica esta-
blecen ellos mismos entre sus papeles de ciuda-
danos y consumidores— es que la respuesta
espontánea parece ser afirmativa. Así resulta
que el discurso infantil, por lo que en grupos,
entrevistas, dinámicas de juego y visionado de
programas han venido mostrando, es más rico
en detalles, argumentos y relatos, cuando niños
y niñas hablan de su relación en y a través de las
mercancías de lo que es su discurso propiamen-
te político, aquel en el que hablan de derechos
humanos, de ciudadanía, de libertad, de justicia.
LO PÚBLICO Y LOS MEDIOS
Los dos escenarios de lo público, el de lo
político (en el que se reanudan los vínculos
sociales aun en medio de las nuevas formas de
dominación y exclusión) y el del mercado (en el
que se reproduce la canalización del deseo
sobreponiéndose a la desaparecida instancia de
las necesidades) se hallan implantados en un
escenario global y complejo que es el de los
medios llamados de comunicación de masas.
Medios de comunicación que no son instru-
mentos para transmitir informaciones entre uno
y otro sector social, como si estos estuvieran
previamente constituidos y los media no hicie-
ran más que servir como de altavoces para poner
en circulación contenidos previos entre sujetos
sociales preexistentes. La realidad mediática
parece ser, cada vez de modo más acelerado y
denso, no un repertorio de instrumentos o herra-
mientas, sino un medio en el que se vive.
Ese variado medio de prensa, radio, televi-
sión, cine, publicidad, pero también videojuegos
y diversos sistemas de telefonía móvil configu-
ra y troquela de tal modo nuestras vidas y las de
niños y niñas que difícilmente podemos despe-
garnos de sus significantes y modos de organi-
zar el sentido de las relaciones y los valores
según sus agendas poderosas e indiscutibles2
.
Que el principio de representación y conver-
sión en mercancía de todo producto social afec-
ta también a los discursos infantiles (los dirigi-
dos supuestamente a la infancia y los que niños
y niñas, en principio solo ellas y ellos, emiten)
nos sitúa de nuevo frente a la cuestión de fondo:
qué relación se establece entre polis y mercado,
o, en su versión de experiencia: qué relación
mantienen niñas y niños entre su papel de con-
sumidores y de ciudadanos.
El único presupuesto teórico que me permito
enunciar sin poder justificarlo in extenso es el
siguiente: en las sociedades actuales, especial-
mente en las más desarrolladas desde la tecno-
logía y la dominación global, no se entienden
los conflictos si nos empeñamos en separar «la
economía» (asignación, disputa, exhibición de
la propiedad de mercancías-significantes de
prestigio a través de los circuitos de consumo)
de «la política» (conflicto y consenso en torno a
los significantes del poder, escasos y desigua-
les). Más bien podemos acertar si consideramos
que la cultura del consumo es la configuración
política de las sociedades contemporáneas3
.
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
160 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168
1
Los relativos a la campaña de la Dirección General de Protección Jurídica del Menor que, bajo el lema «Escúchalos» puso en mar-
cha una serie de estudios sobre «La imagen de los niños en el discurso adulto y en los medios» (1992), «Ver la televisión con los niños»
(1995) —este en la red— a estos hay que añadir investigaciones sobre el cuerpo y el consumo que he integrado en mi libro La fábula del
bazar. Orígenes de la cultura del consumo, Madrid, Antonio Machado, 2001, y sobre el cuerpo y la identidad en el más reciente La razón
biográfica. Ética y política de la identidad, Madrid, Síntesis, 2004.
2
Con Pilar Diezhandino realicé la investigación «Los efectos de los medios» (Univ. Carlos III, CICYT, 2004) explorando en ella la
distancia entre las agendas vividas (los problemas sentidos por los grupos sociales) y las agendas mediáticas (la definición, vigencia y
fugacidad de la representación noticiosa de tales problemas según el dictamen de los medios).
3
El término «configuración política» traduce, con mayor o menor fortuna, el concepto de Claude Lefort que define lo político como
la mise en forme (configuración) además de la mise en scéne (escenificación) y la mise en sens (la asignación de sentido) de lo social, de
los vínculos morales.
Como lo que trato de hacer no es resolver en
breve un problema de tantas esquinas, sino formu-
lar mejor los implícitos de esta cuestión, propongo
revisar concretamente: (1) los límites de la infan-
cia (2) la condición ciudadana de niñas y niños, (3)
las tendencias del consumo infantil y (4) las ten-
dencias en la comunicación de la infancia.
LOS LÍMITES DE LA INFANCIA
La primera de las dimensiones para explicitar
es precisamente que los límites de la infancia
son cambiantes, y que en ese cambio la cultura
del consumo tiene un papel decisivo.
Efectivamente, el sujeto social infancia —el
colectivo al que, además de rasgos clasificato-
rios, le reconocemos rasgos de protagonista de
la acción social distintos de otros sujetos— tiene
perfiles borrosos, desde su instauración contem-
poránea.
Si propongo algunas puntualizaciones sobre
el sujeto infancia no es para caer, como Adorno
nos advertía en su Dialéctica Negativa, en las
trampas de la definición. No podemos definir y
acotar previamente y luego tratar de encajar (fit-
ness) a los sujetos sociales en los perfiles esta-
blecidos, de suerte que si no entran, peor para
los sujetos. En este caso el procedimiento es el
inverso: recorrer y recoger qué rasgos van defi-
niendo por un lado la pertenencia a ese colecti-
vo, y también los que indican qué entidad tiene
como sujeto social.
Infancia dura desde el nacimiento (o desde
antes, si juzgamos por la no pequeña prolifera-
ción de anuncios publicitarios en los que el con-
sumidor aparece ¡en una ecografía!) y se extien-
de hasta el comienzo de la pubertad o
adolescencia. En términos numéricos podemos
cifrar ese momento en torno al final de la prime-
ra decena de la vida. Pero en términos significa-
tivos, ¿cuándo se termina infancia? Podemos
decir que hasta la adolescencia, salvo la infanti-
lización generalizada que constituye una de las
representaciones más fuertes de la cultura del
consumo y, por tanto, de la cultura política.
En el primer caso, el del límite o umbral ini-
cial, podemos convenir en torno al comienzo de
la vida —pero eso mismo es motivo de debate
cívico, ético, cuando el escenario tiene que ver
con las medidas políticas de protección de los
derechos de las mujeres y, en general, en torno a
las decisiones éticamente orientadas en torno a
la procreación— pero este comienzo no perte-
nece a la que Agamben llama nuda vida. No es
cosa de biología sino del sistema de representa-
ciones que la sociedad llamada democrática y de
mercado establece.
Niñas y niños pertenecen desde el comienzo
a dos tipos de discursos sociales y políticos de
rango mayor: (a) uno que los inscribe indiscri-
minadamente en la llamada «defensa de la vida»
(que la hace equivaler a procreación y llevada a
término de todo embarazo, deseado o no, que se
presente) (b) otro que los inscribe en lo peculiar,
en el nacimiento de posibles ciudadanos que lle-
garán a ser autónomos y dotados de recursos
propios —no sólo materiales, pero también—
como sujetos. Entre ambos discursos mayores
circula la primera presencia de la infancia en los
medios. Y esta carga valorativa no es azarosa
porque sitúa a niños y niñas como actuantes de
dos discursos que los convertirán o bien en
receptores pasivos de atención, estimulo, ofertas
a su pesar, o bien la del discurso que los sitúa
como preferidores o susceptibles de ejercer
alguna elección o designio propio. En el primer
caso tenemos una cualificación de la infancia
como sujeto nutricio, en el segundo, la posibili-
dad de un sujeto autónomo.
Estos dos tipos básicos —que matizaremos—
tienen que ver no sólo con la eficacia de los
medios en la configuración de la infancia, en sus
contenidos valorativos, sino también con la con-
cepción de sus límites temporales. ¿Cuándo se
empieza a ser niño? ¿Cuándo se deja de ser niño?
La hipótesis de trabajo con la que nos move-
mos, supone que en el establecimiento de los
umbrales de la infancia han venido intervinien-
do los modos mismos de producción y la mane-
ra de se representados en el discurso público
—mediático principalmente—. Me limito ahora
a exponer las transformaciones de cada uno de
estos modos: linaje, trabajo, consumo, y a desta-
car el valor ideológico que cada uno de ellos nos
ha dejado en el discurso mediático, público.
Así los umbrales de la infancia (si podemos
hablar de ello en términos premodernos4
) se han
Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 161
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
4
Sin remontarnos «a los fenicios», podemos ver cómo la cultura del Renacimiento afina con las etapas primeras de la vida: En la cate-
dral de Siena, en Italia, se conservan excelentes mosaicos, en los que aparecen las edades: infantia, pueritia, iuventus…
venido representando como hitos naturales en la
evolución de los sujetos. En el contexto prein-
dustrial el tiempo modelo es el de la estaciones
y así [aun cuando entre infancia en general y
edad viril o de incorporación a la vida activa no
se presentan diferencias mayores] estas son
resultado del puro crecimiento y desarrollo en
un contexto de identidades estables y naturaliza-
das. ¿Qué retenemos ahora de ese modelo clási-
co? Pues sorprendentemente el carácter «natu-
ral» de las edades, no de «esas» maneras de
marcarlas, pero sí hemos heredado el oculta-
miento de las operaciones humanas, sociales y
personales, que modifican la infancia. Inicio y
fin de la infancia y su naturaleza dependiente es
un modo ideológico heredado de la representa-
ción clásica que, como veremos, sigue surtiendo
efecto.
En el modo de producción industrial, infancia
recibe una sacudida enorme en la medida en que
niños y niñas son susceptibles de entrar en el
proceso productivo: y, por tanto, casi se termina
con la idea de que la infancia es un tiempo sin
tiempo de maduración lenta, cuasivegetal, que
no cuenta en lo público, porque aún no se le atri-
buye discurso (in-fans). Infancia es prole y es
garante de una estabilidad mínima en las econo-
mías, por ello mismo, proletarias. ¿Qué se
inventa en este modo de representar los umbra-
les de la infancia? Su adultismo. Niños y niñas
como adultos pueden ser sacados de su condi-
ción pasiva y engrosar las filas de los sujetos
productivos o explotados.
El modo de producción del llamado capitalis-
mo de consumo (Jesús Ibáñez) trae una notable
redefinición de los umbrales de la
infancia…como de todas las demás edades.
Niño y niña aparecen en situaciones superpasi-
vas y nutricias en muchos noticieros y, sobre
todo, en representaciones publicitarias, hasta el
punto en que no resulta insoportable la imagen
de adultos en posición infantil (según los crite-
rios de representación naturalistas, pasivos de la
cultura del linaje, o clásica). Al tiempo, niñas y
niños aparecen cada vez con mayor intensidad
adoptando, soportando, la imagen de adultos, no
sólo en los esquemas retóricos de los informati-
vos (las catástrofes, las guerras) sino —y esto es
más novedoso, según vemos en los trabajos
mencionados— como adultos consumidores de
los nuevo, lo sofisticado, lo futuro.
Naturalismo, adultismo y versatilidad serían,
si puedo reducirlos a conceptos principales, los
moldes ideológicos que circulan por los escena-
rios de lo público y acaban convirtiéndose en
nuestros impensados cuando hablamos de niñas
y de niños. Diríamos, pues, que los modos de
producción preindustrial, industrial y de consu-
mo tienden a imponer y a absolutizar su estilo
propio de representación. Que ahora convivimos
con elementos de los tres es cosa de corroborar,
matizándolo.
Lo que aparece es una nueva representación
pública y mediática de la infancia. Dura más y
es más variada por dentro. Es característica de
grupos reales y es también valor simbólico coti-
zado en toda edad (la infantilización de las
representaciones de los adultos). Así la infancia
muda, en medio de formas de representación de
las edades en las que juventud se alarga en las
dos direcciones temporales (antes de los anti-
guos teen agers, después de los antiguos madu-
ros), adultez se encoge entre un tiempo de
incorporación al trabajo y a la vida activa autó-
noma más diferido (pasados los treinta) y una
jubilación anticipada (no muy pasados los cin-
cuenta) y vejez pasa de la tercera a la cuarta de
las edades, creadora de pautas impensadas hace
dos décadas (abuelos y abuelas que se relacio-
nan, viajan, consumen, votan sin el predominio
de los arraigos del pasado).
Todos estos parecen ser efectos de troquela-
do, no exento de contradicciones y tensiones,
como vemos, que provienen de una cultura del
consumo dominante en la que lo que es aparen-
temente diverso e incluso opuesto se acaba
extrañadamente armonizando. Como ocurre con
los automóviles que al mismo tiempo son «segu-
ros», «familiares», «deportivos», «de bajo con-
sumo», «de alto standing»…
Lo que en las investigaciones en torno a la
infancia aparece con mayor claridad es que
—como prueban otros estudios segmentarios de
edades en relación con el consumo— estas figu-
ras y modos ideológicos que aquí destacamos no
son del ámbito económico (del comprar, del
gastar) sino que son la forma política que el con-
sumo ofrece a la concepción de la ciudadanía.
LA CONDICIÓN CIUDADANA
El relativo vaciamiento del espacio de lo polí-
tico y su sustitución por discursos expertos y por
estrategias de cálculo de intereses y de poder,
hacen que la imagen que del espacio común tie-
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
162 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168
nen niños y niñas resulte, como las primeras
investigaciones apuntaban, menos sugerente,
variado y rico que los escenarios del consumo
cotidiano. Con todo, no parece que esta carencia
argumental sea exclusiva del discurso infantil.
Como en otros momentos hemos desarrollado,
el discurso cívico se aparta progresivamente de
las implicaciones de la communitas —lo que de
lo cínico compete a todos y cada cual— y, como
dice Roberto Esposito, incurre en una fuerte
posición de inmunitas: de exclusión individua-
lista, de exención de las cargas que correspon-
den por la mera convivencia, búsqueda de sub-
terfugios para no ocupar el lugar por el que
circula la racionalidad ciudadana común a través
de la que deliberamos antes situaciones y pro-
blemas nuevos y acuciantes.
Esta carencia de argumentos, esta posición de
mutismo y de mirar por los intereses crasamen-
te propios, inmediatos, parece avalada por una
ética del consumismo que legitima a cada cual
en sus preferencias, en sus comportamientos
excluyentes, en nombre de una reducción de la
racionalidad común a la maximización de cos-
tes-beneficios. Así pues, se podría decir que el
discurso político de la infancia se presenta como
escaso, plano, apenas conmovido por las gran-
des tragedias, pero en general silenciado por un
exigente ejercicio de racionalización, identifica-
ción, presentación, competitividad que los dis-
cursos del consumo imponen a niños y niñas a
diario.
Las preguntas del principio vuelven ahora con
estas formulaciones: niños y niñas ¿son actual-
mente más consumidores y menos ciudada-
nos?¿son mejores consumidores que ciudadanos?
Aquí el análisis de los discursos infantiles y
adolescentes, que antes referimos, nos muestra
una dualidad muy importante de destacar. (a) La
de los discursos ético-políticos en los que niñas
y niños formulan y elaboran su adhesión a prin-
cipios genéricamente democráticos, aun contan-
do con la situación de partida, la de ser captura-
dos y nombrados desde los dos tipos de
representaciones ideológicas (simplificando:
pro-vida y pro-autonomía). (b) La de los discur-
sos y argumentos que concretan sus actitudes
como ciudadanas y ciudadanos.
En ambos el lugar del otro —el papel rector
de quien gobierna y pone en circulación el dis-
curso— es elemento indispensable para enten-
der lo que ocurre.
(a) Niños y niñas no inventan su lugar origi-
nario, se lo encuentran en el discurso público y
privado que los recibe y los nombra y los evalúa.
De ese modo a la infancia con la que venimos
trabajando se le puede caracterizar —según el
discurso (a)— de adherida a las categorías de la
ética universalista, base de la cultura política
democrática. La defensa de los valores humanos,
en la versión más cercana a «los derechos del
hombre» que no, prima facie, «del ciudadano»,
es causa común en los discursos espontáneos
(grupos de discusión) e institucionales (tareas y
contenidos que circulan en la enseñanza regla-
da). La unanimidad se tensa un poco en la última
década con la aparición de las diversas formas de
fundamentalismo (religioso: católico, islámico;
político: eje del bien; económico: exclusión de la
mayoría según leyes de la «naturaleza de lo eco-
nómico») que tienden más a restar que a sumar y
dificultan a los niños y las niñas armonizar el
«los seres humanos nacen libres e iguales» con
una supuesta defensa de la «civilización occi-
dental y cristiana» que no circula en el discurso
infantil pero está a su captura.
Ese plano de afirmación de los valores uni-
versales de la democracia como sistema y de
defensa de los derechos individuales es el clima
en el que nuestros niños y niñas se ha criado y
que ellos canalizan y desarrollan con iniciativas
que copan una de sus principales formas de pre-
sencia en los medios. Me refiero a las iniciativas
que tienen que ver con las acciones de tipo
ONG, tanto local como estatal o supranacional.
También se pueden incluir aquí las formas de
solidaridad que por iniciativo institucional, a
veces de los medios de comunicación5
, prenden
en la tierra relativamente firme de la cultura
democrática entendida como afirmación de
principios y valores ético-políticos basados en la
igualdad y la libertad y la dignidad de los seres
humanos.
(b) Distinta articulación tienen las formas de
concretar tales principios en la concepción
misma del compromiso ciudadano. La condi-
Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 163
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
5
En nuestro trabajo Efectos de los medios, aparecen capítulos y niveles en los que la cultura mediática constituye más que una incita-
ción al consumo —de los propios medios— una mentalización a través de dicho consumo que cristaliza en movimientos de solidaridad
(integración de grupos de inmigrantes en contextos escolares, sensibilización ante los problemas de exclusión de minorías en las formas
de la cultura urbana española).
ción de ciudadanas y ciudadanos —que ningún
discurso infantil de nuestro entorno cuestiona:
tan «natural» se vive el sistema democrático en
que se ha criado la mayoría— varía en su auto-
concepto según el modo de relación entre adul-
tos-niños6
.
— Así, cabe un modo de entender y ejercer la
ciudadanía por parte de niños y niñas
como parte del universo adulto. Lo que en
el discurso de los años noventa estaba
representado por una relación con la mira-
da adulta que pensaba que niños y niñas
«eran parte de uno» y por eso el discurso
adulto sustituía las preguntas y respuestas
de los niños por las proyecciones a las que
la comunidad les sometía, ahora ocurre, a
mi entender, de manera más global y más
silenciosa.
— En efecto, la postulación de la condición
ciudadana, gobal y por tanto no restringi-
da por género, edad o clase, tiende a olvi-
dar lo peculiar del modo de ejercicio de
niños y niñas respecto de su lugar en la
polis.
— Lo propio queda subsumido en la idea de
que los adultos «saben interpretar» lo que
niñas y niños —que son hijos, son parte de
nosotros, son la familia— quieren y pro-
yectan en lo común. Esto olvida una mira-
da más fina y precisa acerca de niños y
niñas en sus responsabilidades personales,
no por linaje, familia o costumbre.
— La segunda manera de entender la condi-
ción ciudadana es la que entiende que
niños y niñas representan en sí un avance,
un progreso, respecto a la condición y al
ejercicio ciudadano de la generación ante-
rior.
— En ellos se depositan las expectativas de
comportamiento democrático, de control
de poderes y excesos, y, en esa confianza
básica se desliza el pensamiento de que,
de suyo, quien viene detrás traerá nuevos
recursos y aportaciones para la mejora de
las condiciones de la civitas.
— Lo que la escucha de los discursos concre-
tos de los últimos años trae consigo es la
necesidad de atender a los movimientos de
tipo regresivo o incluso reactivo que
acompañan algunos discursos infantiles.
Los porcentajes de opiniones y actitudes
de las últimas encuestas de juventud —de
desigual valor y extensión— favorables no
a actitudes racistas declaradas, sino a
señalar el aumento de personas de otros
países instaladas y trabajando en España
como «factor problemático» es un indicio
de lo que presento.
— Este fenómeno se puede volver a atribuir a
la desmovilización consumista y cutre de
mucha de la oferta mediática infanto-juve-
nil, pero esta perspectiva no nos privaría
de la obligación de acudir a escuchar las
razones en las que quienes excluyen se
refugian: no las copian de la tele, no hay
programas tan descarados, pero sí «apare-
cen como en el ambiente», ligadas a la
falta de contención de otro tipo de opinio-
nes o de estilos de relación (estetización
de la violencia, de la moda dura, de la
jerarquización excluyente), ligadas a la
inocuidad del «no pasa nada» —argumen-
to de tiempos de la dictadura que el con-
sumismo ha reciclado con presteza.
— El tercer condicionante del ejercicio de la
ciudadanía lo da la posición del discurso
adulto en el que niños y niñas son tratados
como contribuyentes y votantes (potencia-
les o por personas interpuestas, familia o
no) que hay que compensar.
— Esta figura arranca de la que en los noven-
ta aparecía como la relación nutricia de
infantes con adultos. El ambiente consu-
mista llevaba a suponer que la relación
ideal para con los niños era aquella que
«satisfacía primero y preguntaba des-
pués». Es decir aquella actitud en la polí-
tica familiar, en la política en general
ahora mismo, en la que el motor moral
básico es el temor a defraudar a ciudada-
nos o ciudadanas menudos, tratados ya
inevitablemente como clientes. Según esta
óptica, gobernar es otorgar medios y
recursos para contentar a los contribuyen-
tes y votantes.
— Según esto, el entendimiento y ejercicio
de la condición ciudadana para niños y
niñas que se han criado con este estilo
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
164 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168
6
Retomamos aquí un modelo de formas de relación que pusimos a contribución en las primeras de las investigaciones antes citadas.
Las correcciones que ahora introducimos son el fruto de los trabajos de los últimos años: nos referimos a relaciones niños-adultos menos
familiaristas y más políticas.
nutricio, es que la relación con las institu-
ciones comienza por la financiación y las
obras contables.
— Preguntar previamente por el deseo, por
las actitudes, expectativas, temores, fre-
nos, motivaciones, resulta, a los ojos de
los contables institucionales, algo excesi-
vamente «psicologizante» (cuando no
impolítico) que no compensa en la gestión
ni en la recepción de beneficios.
— La subordinación, el clientelismo y una
cierta rutina son el horizonte del ejercicio
de lo político en el que niños y niñas se
ven entrando en la adolescencia ayudados
(sometidos, en realidad) a una oferta cívi-
ca que no es la que en el fondo quieren.
— La cuarta modalidad del entendimiento y
ejercicio de la ciudadanía es la que no se
ajusta a ninguna de las tres anteriores.
Niños y niñas son otra cosa, por eso se les
tiene a una cierta distancia, en el enfoque
y decisión de los problemas que les com-
peten a ellos mismos.
— Por eso se les prepara para habitar en espa-
cios y tiempos de la polis que cada vez tie-
nen que ver menos con la producción no
egoísta y la responsabilidad cívica por el
común. Me refiero al atractivo de los
modelos de interacción, agrupamiento,
selección, afinidades en las grandes bolsas
de la marginación nocturna7
, del fin de
semana, de los bordes del horario produc-
tivo. La cuestión no es que esto exista —
nos da motivo para preguntarnos el por
qué, y el cómo ven niñas y niños que su
meta aspiracional a corto y medio plazo
está ahí: conquistar más tiempo para el
ocio, para la noche; a largo plazo no hay
nada…de momento— lo problemático es
que crece.
— Lo que era una cuarta figura del discurso
adulto [que llamábamos perplejo porque
tanto adultos como niños hacían constar
que no eran parte unos de otros, ni espe-
ranza de mejora, ni objeto de nutrición
indiscriminada] aparece ahora como un
modo de entender la ciudadanía que no se
pliega a la razón del linaje, del mérito o de
la sobrealimentación, pero que invade
todos los escenarios con su rara condición:
niños y niñas han de ser ciudadanas y ciu-
dadanos, lo queremos nosotros y lo exigen
sus principios (discurso a), pero el modo y
los medios, y los ritmos para incorporarse
al espacio cívico no parecen ni bien defi-
nidos, ni coherentes, ni encaminados a un
modelo democrático principal. Más bien
son caóticos, cambiantes según modas
fugaces, regresivos en formas de interac-
ción (machismo «estetizante», «feminiza-
ción seductora», «grupalismo lúdico», en
realidad grupalismo primario y amenaza-
dor del diferente)
— Que niñas y niños no son parte de nosotros,
que no son el progreso automático respec-
to de lo nuestro, que tienen deseos propios
que no sabemos interpretar, que no son
nuestro calco sino otros diferentes con los
que aliarnos a condición de sabernos dife-
rentes, parecen cuatro condiciones del ejer-
cicio de la ciudadanía que el discurso de
niñas y niños exhibe con rotundidad.
EL CONSUMO INFANTIL
Estas dos vías, principista y concreta, de acer-
camiento al ejercicio de la ciudadanía tienen,
pues en la cultura del consumo un laboratorio
que no es económico sino que es político en el
sentido más pleno. Su clave y su efecto no es
inmediato, no ha dado sus frutos más cumplidos
—se mantiene en una cierta ambigüedad, de
estilos, géneros, valores— pero conviene seguir
de cerca su nervadura.
Lo que podemos apuntar, siquiera brevemen-
te, es que parece haber (a) tendencias que se
consolidan (que no son de hoy mismo) y, sobre
todo, que hay (b) indicios de nuevas tendencias
que hay que aquilatar.
Entre las tendencias del consumo infantil que
se consolidan, podemos señalar estas cuatro:
— Adultismo consumista: Con una celeridad
que a veces mueve a la desazón o a la risa
nerviosa, vemos cómo en los escenarios
de la publicidad, los concursos, y, de ahí a
otros espacios no tan gobernados por los
adultos (relaciones de grupo, juegos de
rol, etc.) a un adelanto del adultismo,
Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 165
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
7
No por ser demográficamente abundantes dejan de ser minoritarias y, sobre todo, excluyentes o aplazadoras de la integración plena
de los jóvenes.
como encarnación y asunción de las figu-
ras adultas masculinas y femeninas(espe-
cialmente las triunfadoras y poderosas)
cada vez en edades más tempranas.
Series televisivas, películas de mucho público
(La Máscara 2, por ejemplo) inculcan modelos
en las que el niño o la niña (incluso la niña, y
esto es nuevo) representa las máximas instancias
de sensatez, competencia técnica, sentido
común, capacidad de seducción y de liderazgo.
Es como si la caída de la figura paterna —que a
partir de los ochenta decae en todos los discur-
sos sociales, incluido el infantil y juvenil— pre-
tendiese encontrar un relevo imaginario en estos
varoncitos y mujercitas que enmiendan a los
adultos la plana de imposibles derrotados, regre-
sivos, desorientados, irresponsables). Si no son
niños y niñas son animalillos dibujados o mani-
pulados por ordenador los que copan los papeles
principales de los relatos, como si pretendieran
alargar el sentido de «lo pequeño es hermoso»,
ahora: lo pequeño redime.
Menos mal —apostillemos— que esto es en
el plano ideológico de los relatos. La realidad se
mantiene peor. Es decir más perpleja aún. Niños
y niñas son invitados por los medios a ocupar,
siquiera de forma fantasmagórica, los lugares de
adultos consumidores y ese es su lugar óptimo.
— Individualismo: resulta una tendencia de
larga duración. Si es verdad que la socie-
dad del consumo se constituye sobre los
cimientos del que MacPherson, en su cele-
bérrima obra, llamó individualismo pose-
sivo, en este escenario contemporáneo
niños y niñas parecen encarnarlo sin
mayor problema.
Es tan fuerte la vigencia de las pautas de
moda que al menos una de ellas, la de destacar-
se individualmente (la otra sería pertenecer)
parece haber tomado posesión del imaginario
infantil.
Conscientes de pertenecer a una generación, a
una clase, a un estilo de consumo, niños y niñas
pretenden continuamente destacar por algún
rasgo que les haga únicos. No tanto poseedores
de mayor estatus o de objetos de marca que des-
taquen sobre el común (que también), cuanto
manifestarse como bien colocados en la feroz
carrera por conseguir el único bien verdadero: el
presente. Por eso estar a la moda, tener lo últi-
mo, lo ultimísimo antes que nadie del entorno es
el ideal de consumo que permea en todos los
grupos de la infancia como un verdadero valor
disciplinante.
— Masificación: aparece como el corolario
del anterior. En la medida en que el valor
de pertenecer y de ser reconocido por ello,
de ir como todo el mundo y no quedarse
atrás, es uno de los puntales de la cultura y
de la ética del consumo.
Si ahora se refuerza como tendencia es por-
que las pautas globalizadas juegan directa e
inmediatamente con ese carácter prácticamente
universal.
Como ocurría con los primeros turistas fran-
ceses que viajaban según los auspicios del Club
Méditerranée —Barthes les dedica una de sus
mitologías brillantes y aceradas8
— y en cual-
quier parte pretendían encontrar «filete con
patatas», los niños y las niñas corren el riesgo de
la alucinación si lo que ven en el entorno más
amplio, no responde a los estándares uniforma-
dores de la oferta principal del consumo.
Y esto pese al interés por los demás pueblos y
grupos y la relativamente despierta conciencia
de desigualdad de las sociedades presentes.
La promesa de tener a la mano dondequiera
que uno esté aquello que quiera, según el están-
dar, se ha incorporado hasta el punto de no
soportar la frustración de no haya de algo, algo
se acabe, o más aún, algo no haya llegado allí,
no se conozca.
— No límite y no desarrollo propio: si la cul-
tura del consumo ofrece de todo y siempre
algo nuevo y mejor, ¿cómo adquirir y
cómo mantener la conciencia del propio
límite?
Este resultaba ser uno de los rasgos más
inquietantes en la década de los ochenta, en la
que se manifiestan sus primeros indicios. La pre-
gunta, que se hacen muchos estudiosos, es si esa
sobreabundancia del consumo representado, ima-
ginado, vivido, no está anulando al mismo tiem-
po la conciencia de las propias posibilidades.
O es que, si uno se habitúa al ritmo —con qué
argumento prescindir el ello— del ADSL, o de
cualquier otro programa que se autocorrige de
continuo hacia mayor velocidad, ¿será capaz de
sacar recursos si esos sistemas no van de
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
166 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168
8
Roland Barthes, Mithologies, Seuil, París, 1970.
momento, o no van más…porque los hay más
veloces aún?
La carrera hacia delante parece sin vuelta. En
el discurso de niños y niñas genera una especie
de conciencia de inmediatez en el logro que difí-
cilmente se casa con quien no tiene ese progra-
ma, no vive así…difícilmente acepta que haya
gente más lenta, menos entregada al ritmo y al
logro…
(b) Entre las tendencias que aparecen con
indicios nuevos, creo que es posible al menos
señalar las siguientes:
— Competencia mediática: este indica la pre-
sencia de una mayor aceleración tecnoló-
gica que engendra, como mostraba ahora
mismo, una segregación de estilos y de
personas.
Es inevitable que quien nace y se cría en un
nivel de desarrollo cibernético no deje de dar
pasos hacia delante, en la dirección que el mer-
cado marca. Pero este proceso no equivale
mecánicamente al progreso.
Como vimos en varios de los trabajos, cada
vez niños y niñas de menor edad son más com-
petentes en la descodificación, en el análisis
rápido de las nuevas propuestas comunicativas,
de consumo. Ese es su mundo y distinguen
mejor que los adultos muchos planos de la rea-
lidad mediática que aquellos no tienen tiempo ni
ciencia (así es) para percibir.
El corolario de esta tendencia es precisamen-
te el olvido, o el dejar en sombra otros recursos
de suyo más tradicionales. No hablamos dramá-
ticamente de los libros, o de la escritura, o de la
comunicación más cara a cara, o simplemente
más sosegada. Hablamos de las personas del
entorno de los niños y las niñas que no acceden
a estos niveles de competencia mediática.
— Pragmatismo: indica una vertiente de la
misma celeridad aplicada al estilo moral
general, a los desempeños de la vida coti-
diana.
Niños y niñas se presentan a sí mismos en el
discurso en el que hablan de su futuro como car-
gados de determinantes de precisión, aunque lo
sean en el plano imaginario. Si alguien preten-
diera ser ingeniera o ejecutivo, por ejemplo,
habrá de decir en qué tipo de programas, de qué
contexto científico y tecnológico, de qué ámbi-
to empresarial (firma incluida) y con qué expec-
tativas de vivienda, relaciones, entorno, hijos,
etc…
El curriculismo y el evaluar aun antes de que
la tarea esté hecha, son las puertas por las que
los adultos nos asomamos, e incidimos, en este
eje axiológico de la infancia.
— Cuerpo (seducción): de modo llamativo, el
adultismo consumista y la afinidades que
la competencia mediática genera (ídolos,
imitación) se combinan en un altísimo
subrayado del cuerpo y de la apariencia
como no se veía en décadas anteriores.
El culto al cuerpo, del que tanto se habla en
las dos últimas décadas, prende en el estilo de
vida de niños y niñas con una potencia energéti-
ca y ética que les convierte en cultivadores de sí
en lo que entienden que es objeto de triunfo y de
deseo en el contexto social.
No es el arreglo, es el adultismo en su varian-
te seductor, erotizado, el componente que se ha
incorporado en el medio infantil. Los aconteci-
mientos que ritualizan las diferencias y el juego
de la seducción se han ido naturalizando en
entre niños y niñas (concursos, rituales de cum-
pleaños, fiestas, o e, en general, salir) adelan-
tando muchas de las prebendas reservadas a los
adolescentes.
— Dinero como signo universal: aunque no
lo suelen tener, aunque no disponen de
ello, lo valoran como indicador de triunfo
y reconocimiento social.
La cultura adulta marcada también por el
dinero de plástico y por la supremacía de la
financiación y la especulación como fuente de
recursos frente a la producción y la proyección
personal en el lo que se hace, ha contribuido
también a lo que en algunos discursos aparece:
el dinero lo puede todo, el dinero se consigue,
pero no trabajando.
— Virtualización de los ritos: del botellón a
la videoconsola. Este es un indicador sufi-
cientemente presente como para merecer
mayor precisión.
El rasgo que se destaca es precisamente la
tensión entre la necesidad de pertenencia —pan-
dilla, amigos— que niños y niñas tienen, con el
prestigio de la participación en chats, o del
juego virtual como modelo y atractor.
LA COMUNICACIÓN INFANTIL Y SUS
MEDIOS
Por los rasgos que llevamos recorridos pode-
mos colegir que el contexto en el que niños y
Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 167
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
niñas se encuentran es un escenario lleno de ten-
siones, contradicciones, y de un sin fin estimu-
lante de posibilidades. Si no fuera porque cada
vez más parece irrefutable que el mensaje es el
formato (versión de Juan Cueto de la célebre
aserción de MacLuhan). Y el formato —esta es
mi coda— troquela la propia forma y el propio
estilo moral y político.
Concluyo, pues, con algunas de estas tensio-
nes que al parecer vienen impuestas por los dis-
cursos dominantes y, sobre todo, por los forma-
tos vigentes.
La primera y más dramática tiene que ver con
el plano de las niñas y niños representados. La
imagen que nos hacemos (también los que per-
tenecen a la infancia) de los niños y las niñas
arranca precisamente del poderoso escenario
mediático que es doble y tenso. Porque dos son
sus relatos principales y no con comunicables.
Niñas y niños son representados en dos figuras:
consumidor insaciable / víctima de conflictos.
Cómo armonizar en el orden de las identifica-
ciones con el espejo de la desgracia producida
por nosotros (niños y niñas de los telediarios,
para abreviar) con el espejo de la sobreabundan-
cia apetecida por nosotros (niños y niñas super-
listos y superinsaciables de los anuncios)
La segunda se refiere a los niños como usua-
rios de los medios. Está aún por hacer a fondo
una investigación que explore la distancia que
hay para la infancia entre agenda mediática y
agenda vivida. Se podrá apostillar aquí que el
mundo vivido de los niños está repleto de ele-
mentos de la agenda mediática. Pero esto es más
que una petición de principio.
Escuchar qué quieren niños y niñas en cada
caso es fuente de numerosas —y no siempre
ingratas— sorpresas. No es evidente que lo pri-
mero que hagan solos o en grupo sea engan-
charse a la tele. O al menos no si los adultos no
lo hemos programado para poder respirar de una
vida agobiada.
La tercera tiene que ver con la hiperconexión
y la menor comunicación. Como Fernando
conde y Luis Enrique Alonso9
han explicado
recientemente, resulta enormemente llamativo
el predominio de la función fática —la que
según Jakobson asegura el mero contacto— en
los procesos de comunicación de masas. El
Connecting People resulta así un proceso de
domesticación, una forma de establecer aliados
para el vacío o la redundancia: «te pongo un
sms, para que me llames a tal hora y así no te
envío un e-mail, para decirte que esta noche en
el chat podemos juntarnos con X y con Z (ponga
cada cual los nicks que suele) que son majísimos
y así lo pasamos mejor)». Ocurre como en el
tipo de juguetes, «tecnovedades», que domesti-
can a la par a adultos y a niños (Kidult: de kid y
adult).
Sin periódicos específicos, sin radio especifi-
ca, con músicas poderosas y con telebasura ¿qué
tipo de ciudadanía lúcida, en su pertenencia al
universo del consumo y a sus entretelas menos
brillantes, cabe esperar entre niños y niñas? Esta
es la pregunta que queda junto a los interrogan-
tes antes expuestos.
El poder del grupo sigue siendo primordial en
el proceso de socialización tanto en el consumo
como en la ciudadanía. Niñas y niños se con-
vierten en ciudadanos conscientes precisamente
cuando comparten —en espacios y lenguajes
vedados o no transparentes para los adultos—
sus contradicciones entre pertenecer a un uni-
verso de bienes que se promete inagotable y per-
tenecer a un espacio político que no termina de
establecer alianzas con los diferentes, con los
excluidos del festín.
José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
168 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168
9
En Política y Sociedad, Monográfico sobre el consumo, vol. 39, 2002.

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  • 1. Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 159 Julio Aramberri Presentación Infancia, ciudadanía y medios de comunicación Childhood, Citizenship and Mass Media José Miguel MARINAS Universidad Complutense de Madrid marinas@psi.ucm.es (traducción: Raquel Vélez Castro) Recibido: 17.11.05 Aprobado: 17.01.06 RESUMEN La cultura del consumo establece un conjunto de signos y valores que sirve de filtro a las categorías de la identidad política. Los medios de comunicación obedecen a una u otra lógica dificultando para los niños la construcción de su identidad como consumidores o como ciudadanos. PALABRAS CLAVE: infancia, consumidor, ciudadano, medios ABSTRACT The culture of consumption establishes a group of signs and values that operates as a filter to the cate- gories of the political identity. The mass media follow to one or another logic making difficult to children the construction of their identity as consumers or citizens. KEY WORDS: Childhood, Consumer, Citizen, Mass Media SUMARIO Lo público y los medios. Los límites de la infancia. La condición ciudadana. El consumo infantil.
  • 2. Propongo en esta reflexión aportar algunos elementos para caracterizar las tendencias más recientes de la lógica del consumo y su vivencia por los niños y las niñas. Prestar atención a la relación que las niñas y los niños mantienen entre sí, con los adultos y con los espacios (polis y mercado) que nosotros generamos, responde a una cuestión acuciante, ya desde hace más de una década, que se nos planteó con motivo de diversas investigaciones sobre infancia y medios1 . Esta, formulada de modo directo, dice así: niñas y niños ¿son mejo- res consumidores que ciudadanos? Lo preocupante de esta formulación —que implica varios planos: precisar la noción y el modelo de polis que circula en la infancia actual, aclarar qué entienden por el mundo del consumo, apuntar qué relación específica esta- blecen ellos mismos entre sus papeles de ciuda- danos y consumidores— es que la respuesta espontánea parece ser afirmativa. Así resulta que el discurso infantil, por lo que en grupos, entrevistas, dinámicas de juego y visionado de programas han venido mostrando, es más rico en detalles, argumentos y relatos, cuando niños y niñas hablan de su relación en y a través de las mercancías de lo que es su discurso propiamen- te político, aquel en el que hablan de derechos humanos, de ciudadanía, de libertad, de justicia. LO PÚBLICO Y LOS MEDIOS Los dos escenarios de lo público, el de lo político (en el que se reanudan los vínculos sociales aun en medio de las nuevas formas de dominación y exclusión) y el del mercado (en el que se reproduce la canalización del deseo sobreponiéndose a la desaparecida instancia de las necesidades) se hallan implantados en un escenario global y complejo que es el de los medios llamados de comunicación de masas. Medios de comunicación que no son instru- mentos para transmitir informaciones entre uno y otro sector social, como si estos estuvieran previamente constituidos y los media no hicie- ran más que servir como de altavoces para poner en circulación contenidos previos entre sujetos sociales preexistentes. La realidad mediática parece ser, cada vez de modo más acelerado y denso, no un repertorio de instrumentos o herra- mientas, sino un medio en el que se vive. Ese variado medio de prensa, radio, televi- sión, cine, publicidad, pero también videojuegos y diversos sistemas de telefonía móvil configu- ra y troquela de tal modo nuestras vidas y las de niños y niñas que difícilmente podemos despe- garnos de sus significantes y modos de organi- zar el sentido de las relaciones y los valores según sus agendas poderosas e indiscutibles2 . Que el principio de representación y conver- sión en mercancía de todo producto social afec- ta también a los discursos infantiles (los dirigi- dos supuestamente a la infancia y los que niños y niñas, en principio solo ellas y ellos, emiten) nos sitúa de nuevo frente a la cuestión de fondo: qué relación se establece entre polis y mercado, o, en su versión de experiencia: qué relación mantienen niñas y niños entre su papel de con- sumidores y de ciudadanos. El único presupuesto teórico que me permito enunciar sin poder justificarlo in extenso es el siguiente: en las sociedades actuales, especial- mente en las más desarrolladas desde la tecno- logía y la dominación global, no se entienden los conflictos si nos empeñamos en separar «la economía» (asignación, disputa, exhibición de la propiedad de mercancías-significantes de prestigio a través de los circuitos de consumo) de «la política» (conflicto y consenso en torno a los significantes del poder, escasos y desigua- les). Más bien podemos acertar si consideramos que la cultura del consumo es la configuración política de las sociedades contemporáneas3 . José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación 160 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168 1 Los relativos a la campaña de la Dirección General de Protección Jurídica del Menor que, bajo el lema «Escúchalos» puso en mar- cha una serie de estudios sobre «La imagen de los niños en el discurso adulto y en los medios» (1992), «Ver la televisión con los niños» (1995) —este en la red— a estos hay que añadir investigaciones sobre el cuerpo y el consumo que he integrado en mi libro La fábula del bazar. Orígenes de la cultura del consumo, Madrid, Antonio Machado, 2001, y sobre el cuerpo y la identidad en el más reciente La razón biográfica. Ética y política de la identidad, Madrid, Síntesis, 2004. 2 Con Pilar Diezhandino realicé la investigación «Los efectos de los medios» (Univ. Carlos III, CICYT, 2004) explorando en ella la distancia entre las agendas vividas (los problemas sentidos por los grupos sociales) y las agendas mediáticas (la definición, vigencia y fugacidad de la representación noticiosa de tales problemas según el dictamen de los medios). 3 El término «configuración política» traduce, con mayor o menor fortuna, el concepto de Claude Lefort que define lo político como la mise en forme (configuración) además de la mise en scéne (escenificación) y la mise en sens (la asignación de sentido) de lo social, de los vínculos morales.
  • 3. Como lo que trato de hacer no es resolver en breve un problema de tantas esquinas, sino formu- lar mejor los implícitos de esta cuestión, propongo revisar concretamente: (1) los límites de la infan- cia (2) la condición ciudadana de niñas y niños, (3) las tendencias del consumo infantil y (4) las ten- dencias en la comunicación de la infancia. LOS LÍMITES DE LA INFANCIA La primera de las dimensiones para explicitar es precisamente que los límites de la infancia son cambiantes, y que en ese cambio la cultura del consumo tiene un papel decisivo. Efectivamente, el sujeto social infancia —el colectivo al que, además de rasgos clasificato- rios, le reconocemos rasgos de protagonista de la acción social distintos de otros sujetos— tiene perfiles borrosos, desde su instauración contem- poránea. Si propongo algunas puntualizaciones sobre el sujeto infancia no es para caer, como Adorno nos advertía en su Dialéctica Negativa, en las trampas de la definición. No podemos definir y acotar previamente y luego tratar de encajar (fit- ness) a los sujetos sociales en los perfiles esta- blecidos, de suerte que si no entran, peor para los sujetos. En este caso el procedimiento es el inverso: recorrer y recoger qué rasgos van defi- niendo por un lado la pertenencia a ese colecti- vo, y también los que indican qué entidad tiene como sujeto social. Infancia dura desde el nacimiento (o desde antes, si juzgamos por la no pequeña prolifera- ción de anuncios publicitarios en los que el con- sumidor aparece ¡en una ecografía!) y se extien- de hasta el comienzo de la pubertad o adolescencia. En términos numéricos podemos cifrar ese momento en torno al final de la prime- ra decena de la vida. Pero en términos significa- tivos, ¿cuándo se termina infancia? Podemos decir que hasta la adolescencia, salvo la infanti- lización generalizada que constituye una de las representaciones más fuertes de la cultura del consumo y, por tanto, de la cultura política. En el primer caso, el del límite o umbral ini- cial, podemos convenir en torno al comienzo de la vida —pero eso mismo es motivo de debate cívico, ético, cuando el escenario tiene que ver con las medidas políticas de protección de los derechos de las mujeres y, en general, en torno a las decisiones éticamente orientadas en torno a la procreación— pero este comienzo no perte- nece a la que Agamben llama nuda vida. No es cosa de biología sino del sistema de representa- ciones que la sociedad llamada democrática y de mercado establece. Niñas y niños pertenecen desde el comienzo a dos tipos de discursos sociales y políticos de rango mayor: (a) uno que los inscribe indiscri- minadamente en la llamada «defensa de la vida» (que la hace equivaler a procreación y llevada a término de todo embarazo, deseado o no, que se presente) (b) otro que los inscribe en lo peculiar, en el nacimiento de posibles ciudadanos que lle- garán a ser autónomos y dotados de recursos propios —no sólo materiales, pero también— como sujetos. Entre ambos discursos mayores circula la primera presencia de la infancia en los medios. Y esta carga valorativa no es azarosa porque sitúa a niños y niñas como actuantes de dos discursos que los convertirán o bien en receptores pasivos de atención, estimulo, ofertas a su pesar, o bien la del discurso que los sitúa como preferidores o susceptibles de ejercer alguna elección o designio propio. En el primer caso tenemos una cualificación de la infancia como sujeto nutricio, en el segundo, la posibili- dad de un sujeto autónomo. Estos dos tipos básicos —que matizaremos— tienen que ver no sólo con la eficacia de los medios en la configuración de la infancia, en sus contenidos valorativos, sino también con la con- cepción de sus límites temporales. ¿Cuándo se empieza a ser niño? ¿Cuándo se deja de ser niño? La hipótesis de trabajo con la que nos move- mos, supone que en el establecimiento de los umbrales de la infancia han venido intervinien- do los modos mismos de producción y la mane- ra de se representados en el discurso público —mediático principalmente—. Me limito ahora a exponer las transformaciones de cada uno de estos modos: linaje, trabajo, consumo, y a desta- car el valor ideológico que cada uno de ellos nos ha dejado en el discurso mediático, público. Así los umbrales de la infancia (si podemos hablar de ello en términos premodernos4 ) se han Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 161 José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación 4 Sin remontarnos «a los fenicios», podemos ver cómo la cultura del Renacimiento afina con las etapas primeras de la vida: En la cate- dral de Siena, en Italia, se conservan excelentes mosaicos, en los que aparecen las edades: infantia, pueritia, iuventus…
  • 4. venido representando como hitos naturales en la evolución de los sujetos. En el contexto prein- dustrial el tiempo modelo es el de la estaciones y así [aun cuando entre infancia en general y edad viril o de incorporación a la vida activa no se presentan diferencias mayores] estas son resultado del puro crecimiento y desarrollo en un contexto de identidades estables y naturaliza- das. ¿Qué retenemos ahora de ese modelo clási- co? Pues sorprendentemente el carácter «natu- ral» de las edades, no de «esas» maneras de marcarlas, pero sí hemos heredado el oculta- miento de las operaciones humanas, sociales y personales, que modifican la infancia. Inicio y fin de la infancia y su naturaleza dependiente es un modo ideológico heredado de la representa- ción clásica que, como veremos, sigue surtiendo efecto. En el modo de producción industrial, infancia recibe una sacudida enorme en la medida en que niños y niñas son susceptibles de entrar en el proceso productivo: y, por tanto, casi se termina con la idea de que la infancia es un tiempo sin tiempo de maduración lenta, cuasivegetal, que no cuenta en lo público, porque aún no se le atri- buye discurso (in-fans). Infancia es prole y es garante de una estabilidad mínima en las econo- mías, por ello mismo, proletarias. ¿Qué se inventa en este modo de representar los umbra- les de la infancia? Su adultismo. Niños y niñas como adultos pueden ser sacados de su condi- ción pasiva y engrosar las filas de los sujetos productivos o explotados. El modo de producción del llamado capitalis- mo de consumo (Jesús Ibáñez) trae una notable redefinición de los umbrales de la infancia…como de todas las demás edades. Niño y niña aparecen en situaciones superpasi- vas y nutricias en muchos noticieros y, sobre todo, en representaciones publicitarias, hasta el punto en que no resulta insoportable la imagen de adultos en posición infantil (según los crite- rios de representación naturalistas, pasivos de la cultura del linaje, o clásica). Al tiempo, niñas y niños aparecen cada vez con mayor intensidad adoptando, soportando, la imagen de adultos, no sólo en los esquemas retóricos de los informati- vos (las catástrofes, las guerras) sino —y esto es más novedoso, según vemos en los trabajos mencionados— como adultos consumidores de los nuevo, lo sofisticado, lo futuro. Naturalismo, adultismo y versatilidad serían, si puedo reducirlos a conceptos principales, los moldes ideológicos que circulan por los escena- rios de lo público y acaban convirtiéndose en nuestros impensados cuando hablamos de niñas y de niños. Diríamos, pues, que los modos de producción preindustrial, industrial y de consu- mo tienden a imponer y a absolutizar su estilo propio de representación. Que ahora convivimos con elementos de los tres es cosa de corroborar, matizándolo. Lo que aparece es una nueva representación pública y mediática de la infancia. Dura más y es más variada por dentro. Es característica de grupos reales y es también valor simbólico coti- zado en toda edad (la infantilización de las representaciones de los adultos). Así la infancia muda, en medio de formas de representación de las edades en las que juventud se alarga en las dos direcciones temporales (antes de los anti- guos teen agers, después de los antiguos madu- ros), adultez se encoge entre un tiempo de incorporación al trabajo y a la vida activa autó- noma más diferido (pasados los treinta) y una jubilación anticipada (no muy pasados los cin- cuenta) y vejez pasa de la tercera a la cuarta de las edades, creadora de pautas impensadas hace dos décadas (abuelos y abuelas que se relacio- nan, viajan, consumen, votan sin el predominio de los arraigos del pasado). Todos estos parecen ser efectos de troquela- do, no exento de contradicciones y tensiones, como vemos, que provienen de una cultura del consumo dominante en la que lo que es aparen- temente diverso e incluso opuesto se acaba extrañadamente armonizando. Como ocurre con los automóviles que al mismo tiempo son «segu- ros», «familiares», «deportivos», «de bajo con- sumo», «de alto standing»… Lo que en las investigaciones en torno a la infancia aparece con mayor claridad es que —como prueban otros estudios segmentarios de edades en relación con el consumo— estas figu- ras y modos ideológicos que aquí destacamos no son del ámbito económico (del comprar, del gastar) sino que son la forma política que el con- sumo ofrece a la concepción de la ciudadanía. LA CONDICIÓN CIUDADANA El relativo vaciamiento del espacio de lo polí- tico y su sustitución por discursos expertos y por estrategias de cálculo de intereses y de poder, hacen que la imagen que del espacio común tie- José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación 162 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168
  • 5. nen niños y niñas resulte, como las primeras investigaciones apuntaban, menos sugerente, variado y rico que los escenarios del consumo cotidiano. Con todo, no parece que esta carencia argumental sea exclusiva del discurso infantil. Como en otros momentos hemos desarrollado, el discurso cívico se aparta progresivamente de las implicaciones de la communitas —lo que de lo cínico compete a todos y cada cual— y, como dice Roberto Esposito, incurre en una fuerte posición de inmunitas: de exclusión individua- lista, de exención de las cargas que correspon- den por la mera convivencia, búsqueda de sub- terfugios para no ocupar el lugar por el que circula la racionalidad ciudadana común a través de la que deliberamos antes situaciones y pro- blemas nuevos y acuciantes. Esta carencia de argumentos, esta posición de mutismo y de mirar por los intereses crasamen- te propios, inmediatos, parece avalada por una ética del consumismo que legitima a cada cual en sus preferencias, en sus comportamientos excluyentes, en nombre de una reducción de la racionalidad común a la maximización de cos- tes-beneficios. Así pues, se podría decir que el discurso político de la infancia se presenta como escaso, plano, apenas conmovido por las gran- des tragedias, pero en general silenciado por un exigente ejercicio de racionalización, identifica- ción, presentación, competitividad que los dis- cursos del consumo imponen a niños y niñas a diario. Las preguntas del principio vuelven ahora con estas formulaciones: niños y niñas ¿son actual- mente más consumidores y menos ciudada- nos?¿son mejores consumidores que ciudadanos? Aquí el análisis de los discursos infantiles y adolescentes, que antes referimos, nos muestra una dualidad muy importante de destacar. (a) La de los discursos ético-políticos en los que niñas y niños formulan y elaboran su adhesión a prin- cipios genéricamente democráticos, aun contan- do con la situación de partida, la de ser captura- dos y nombrados desde los dos tipos de representaciones ideológicas (simplificando: pro-vida y pro-autonomía). (b) La de los discur- sos y argumentos que concretan sus actitudes como ciudadanas y ciudadanos. En ambos el lugar del otro —el papel rector de quien gobierna y pone en circulación el dis- curso— es elemento indispensable para enten- der lo que ocurre. (a) Niños y niñas no inventan su lugar origi- nario, se lo encuentran en el discurso público y privado que los recibe y los nombra y los evalúa. De ese modo a la infancia con la que venimos trabajando se le puede caracterizar —según el discurso (a)— de adherida a las categorías de la ética universalista, base de la cultura política democrática. La defensa de los valores humanos, en la versión más cercana a «los derechos del hombre» que no, prima facie, «del ciudadano», es causa común en los discursos espontáneos (grupos de discusión) e institucionales (tareas y contenidos que circulan en la enseñanza regla- da). La unanimidad se tensa un poco en la última década con la aparición de las diversas formas de fundamentalismo (religioso: católico, islámico; político: eje del bien; económico: exclusión de la mayoría según leyes de la «naturaleza de lo eco- nómico») que tienden más a restar que a sumar y dificultan a los niños y las niñas armonizar el «los seres humanos nacen libres e iguales» con una supuesta defensa de la «civilización occi- dental y cristiana» que no circula en el discurso infantil pero está a su captura. Ese plano de afirmación de los valores uni- versales de la democracia como sistema y de defensa de los derechos individuales es el clima en el que nuestros niños y niñas se ha criado y que ellos canalizan y desarrollan con iniciativas que copan una de sus principales formas de pre- sencia en los medios. Me refiero a las iniciativas que tienen que ver con las acciones de tipo ONG, tanto local como estatal o supranacional. También se pueden incluir aquí las formas de solidaridad que por iniciativo institucional, a veces de los medios de comunicación5 , prenden en la tierra relativamente firme de la cultura democrática entendida como afirmación de principios y valores ético-políticos basados en la igualdad y la libertad y la dignidad de los seres humanos. (b) Distinta articulación tienen las formas de concretar tales principios en la concepción misma del compromiso ciudadano. La condi- Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 163 José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación 5 En nuestro trabajo Efectos de los medios, aparecen capítulos y niveles en los que la cultura mediática constituye más que una incita- ción al consumo —de los propios medios— una mentalización a través de dicho consumo que cristaliza en movimientos de solidaridad (integración de grupos de inmigrantes en contextos escolares, sensibilización ante los problemas de exclusión de minorías en las formas de la cultura urbana española).
  • 6. ción de ciudadanas y ciudadanos —que ningún discurso infantil de nuestro entorno cuestiona: tan «natural» se vive el sistema democrático en que se ha criado la mayoría— varía en su auto- concepto según el modo de relación entre adul- tos-niños6 . — Así, cabe un modo de entender y ejercer la ciudadanía por parte de niños y niñas como parte del universo adulto. Lo que en el discurso de los años noventa estaba representado por una relación con la mira- da adulta que pensaba que niños y niñas «eran parte de uno» y por eso el discurso adulto sustituía las preguntas y respuestas de los niños por las proyecciones a las que la comunidad les sometía, ahora ocurre, a mi entender, de manera más global y más silenciosa. — En efecto, la postulación de la condición ciudadana, gobal y por tanto no restringi- da por género, edad o clase, tiende a olvi- dar lo peculiar del modo de ejercicio de niños y niñas respecto de su lugar en la polis. — Lo propio queda subsumido en la idea de que los adultos «saben interpretar» lo que niñas y niños —que son hijos, son parte de nosotros, son la familia— quieren y pro- yectan en lo común. Esto olvida una mira- da más fina y precisa acerca de niños y niñas en sus responsabilidades personales, no por linaje, familia o costumbre. — La segunda manera de entender la condi- ción ciudadana es la que entiende que niños y niñas representan en sí un avance, un progreso, respecto a la condición y al ejercicio ciudadano de la generación ante- rior. — En ellos se depositan las expectativas de comportamiento democrático, de control de poderes y excesos, y, en esa confianza básica se desliza el pensamiento de que, de suyo, quien viene detrás traerá nuevos recursos y aportaciones para la mejora de las condiciones de la civitas. — Lo que la escucha de los discursos concre- tos de los últimos años trae consigo es la necesidad de atender a los movimientos de tipo regresivo o incluso reactivo que acompañan algunos discursos infantiles. Los porcentajes de opiniones y actitudes de las últimas encuestas de juventud —de desigual valor y extensión— favorables no a actitudes racistas declaradas, sino a señalar el aumento de personas de otros países instaladas y trabajando en España como «factor problemático» es un indicio de lo que presento. — Este fenómeno se puede volver a atribuir a la desmovilización consumista y cutre de mucha de la oferta mediática infanto-juve- nil, pero esta perspectiva no nos privaría de la obligación de acudir a escuchar las razones en las que quienes excluyen se refugian: no las copian de la tele, no hay programas tan descarados, pero sí «apare- cen como en el ambiente», ligadas a la falta de contención de otro tipo de opinio- nes o de estilos de relación (estetización de la violencia, de la moda dura, de la jerarquización excluyente), ligadas a la inocuidad del «no pasa nada» —argumen- to de tiempos de la dictadura que el con- sumismo ha reciclado con presteza. — El tercer condicionante del ejercicio de la ciudadanía lo da la posición del discurso adulto en el que niños y niñas son tratados como contribuyentes y votantes (potencia- les o por personas interpuestas, familia o no) que hay que compensar. — Esta figura arranca de la que en los noven- ta aparecía como la relación nutricia de infantes con adultos. El ambiente consu- mista llevaba a suponer que la relación ideal para con los niños era aquella que «satisfacía primero y preguntaba des- pués». Es decir aquella actitud en la polí- tica familiar, en la política en general ahora mismo, en la que el motor moral básico es el temor a defraudar a ciudada- nos o ciudadanas menudos, tratados ya inevitablemente como clientes. Según esta óptica, gobernar es otorgar medios y recursos para contentar a los contribuyen- tes y votantes. — Según esto, el entendimiento y ejercicio de la condición ciudadana para niños y niñas que se han criado con este estilo José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación 164 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168 6 Retomamos aquí un modelo de formas de relación que pusimos a contribución en las primeras de las investigaciones antes citadas. Las correcciones que ahora introducimos son el fruto de los trabajos de los últimos años: nos referimos a relaciones niños-adultos menos familiaristas y más políticas.
  • 7. nutricio, es que la relación con las institu- ciones comienza por la financiación y las obras contables. — Preguntar previamente por el deseo, por las actitudes, expectativas, temores, fre- nos, motivaciones, resulta, a los ojos de los contables institucionales, algo excesi- vamente «psicologizante» (cuando no impolítico) que no compensa en la gestión ni en la recepción de beneficios. — La subordinación, el clientelismo y una cierta rutina son el horizonte del ejercicio de lo político en el que niños y niñas se ven entrando en la adolescencia ayudados (sometidos, en realidad) a una oferta cívi- ca que no es la que en el fondo quieren. — La cuarta modalidad del entendimiento y ejercicio de la ciudadanía es la que no se ajusta a ninguna de las tres anteriores. Niños y niñas son otra cosa, por eso se les tiene a una cierta distancia, en el enfoque y decisión de los problemas que les com- peten a ellos mismos. — Por eso se les prepara para habitar en espa- cios y tiempos de la polis que cada vez tie- nen que ver menos con la producción no egoísta y la responsabilidad cívica por el común. Me refiero al atractivo de los modelos de interacción, agrupamiento, selección, afinidades en las grandes bolsas de la marginación nocturna7 , del fin de semana, de los bordes del horario produc- tivo. La cuestión no es que esto exista — nos da motivo para preguntarnos el por qué, y el cómo ven niñas y niños que su meta aspiracional a corto y medio plazo está ahí: conquistar más tiempo para el ocio, para la noche; a largo plazo no hay nada…de momento— lo problemático es que crece. — Lo que era una cuarta figura del discurso adulto [que llamábamos perplejo porque tanto adultos como niños hacían constar que no eran parte unos de otros, ni espe- ranza de mejora, ni objeto de nutrición indiscriminada] aparece ahora como un modo de entender la ciudadanía que no se pliega a la razón del linaje, del mérito o de la sobrealimentación, pero que invade todos los escenarios con su rara condición: niños y niñas han de ser ciudadanas y ciu- dadanos, lo queremos nosotros y lo exigen sus principios (discurso a), pero el modo y los medios, y los ritmos para incorporarse al espacio cívico no parecen ni bien defi- nidos, ni coherentes, ni encaminados a un modelo democrático principal. Más bien son caóticos, cambiantes según modas fugaces, regresivos en formas de interac- ción (machismo «estetizante», «feminiza- ción seductora», «grupalismo lúdico», en realidad grupalismo primario y amenaza- dor del diferente) — Que niñas y niños no son parte de nosotros, que no son el progreso automático respec- to de lo nuestro, que tienen deseos propios que no sabemos interpretar, que no son nuestro calco sino otros diferentes con los que aliarnos a condición de sabernos dife- rentes, parecen cuatro condiciones del ejer- cicio de la ciudadanía que el discurso de niñas y niños exhibe con rotundidad. EL CONSUMO INFANTIL Estas dos vías, principista y concreta, de acer- camiento al ejercicio de la ciudadanía tienen, pues en la cultura del consumo un laboratorio que no es económico sino que es político en el sentido más pleno. Su clave y su efecto no es inmediato, no ha dado sus frutos más cumplidos —se mantiene en una cierta ambigüedad, de estilos, géneros, valores— pero conviene seguir de cerca su nervadura. Lo que podemos apuntar, siquiera brevemen- te, es que parece haber (a) tendencias que se consolidan (que no son de hoy mismo) y, sobre todo, que hay (b) indicios de nuevas tendencias que hay que aquilatar. Entre las tendencias del consumo infantil que se consolidan, podemos señalar estas cuatro: — Adultismo consumista: Con una celeridad que a veces mueve a la desazón o a la risa nerviosa, vemos cómo en los escenarios de la publicidad, los concursos, y, de ahí a otros espacios no tan gobernados por los adultos (relaciones de grupo, juegos de rol, etc.) a un adelanto del adultismo, Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 165 José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación 7 No por ser demográficamente abundantes dejan de ser minoritarias y, sobre todo, excluyentes o aplazadoras de la integración plena de los jóvenes.
  • 8. como encarnación y asunción de las figu- ras adultas masculinas y femeninas(espe- cialmente las triunfadoras y poderosas) cada vez en edades más tempranas. Series televisivas, películas de mucho público (La Máscara 2, por ejemplo) inculcan modelos en las que el niño o la niña (incluso la niña, y esto es nuevo) representa las máximas instancias de sensatez, competencia técnica, sentido común, capacidad de seducción y de liderazgo. Es como si la caída de la figura paterna —que a partir de los ochenta decae en todos los discur- sos sociales, incluido el infantil y juvenil— pre- tendiese encontrar un relevo imaginario en estos varoncitos y mujercitas que enmiendan a los adultos la plana de imposibles derrotados, regre- sivos, desorientados, irresponsables). Si no son niños y niñas son animalillos dibujados o mani- pulados por ordenador los que copan los papeles principales de los relatos, como si pretendieran alargar el sentido de «lo pequeño es hermoso», ahora: lo pequeño redime. Menos mal —apostillemos— que esto es en el plano ideológico de los relatos. La realidad se mantiene peor. Es decir más perpleja aún. Niños y niñas son invitados por los medios a ocupar, siquiera de forma fantasmagórica, los lugares de adultos consumidores y ese es su lugar óptimo. — Individualismo: resulta una tendencia de larga duración. Si es verdad que la socie- dad del consumo se constituye sobre los cimientos del que MacPherson, en su cele- bérrima obra, llamó individualismo pose- sivo, en este escenario contemporáneo niños y niñas parecen encarnarlo sin mayor problema. Es tan fuerte la vigencia de las pautas de moda que al menos una de ellas, la de destacar- se individualmente (la otra sería pertenecer) parece haber tomado posesión del imaginario infantil. Conscientes de pertenecer a una generación, a una clase, a un estilo de consumo, niños y niñas pretenden continuamente destacar por algún rasgo que les haga únicos. No tanto poseedores de mayor estatus o de objetos de marca que des- taquen sobre el común (que también), cuanto manifestarse como bien colocados en la feroz carrera por conseguir el único bien verdadero: el presente. Por eso estar a la moda, tener lo últi- mo, lo ultimísimo antes que nadie del entorno es el ideal de consumo que permea en todos los grupos de la infancia como un verdadero valor disciplinante. — Masificación: aparece como el corolario del anterior. En la medida en que el valor de pertenecer y de ser reconocido por ello, de ir como todo el mundo y no quedarse atrás, es uno de los puntales de la cultura y de la ética del consumo. Si ahora se refuerza como tendencia es por- que las pautas globalizadas juegan directa e inmediatamente con ese carácter prácticamente universal. Como ocurría con los primeros turistas fran- ceses que viajaban según los auspicios del Club Méditerranée —Barthes les dedica una de sus mitologías brillantes y aceradas8 — y en cual- quier parte pretendían encontrar «filete con patatas», los niños y las niñas corren el riesgo de la alucinación si lo que ven en el entorno más amplio, no responde a los estándares uniforma- dores de la oferta principal del consumo. Y esto pese al interés por los demás pueblos y grupos y la relativamente despierta conciencia de desigualdad de las sociedades presentes. La promesa de tener a la mano dondequiera que uno esté aquello que quiera, según el están- dar, se ha incorporado hasta el punto de no soportar la frustración de no haya de algo, algo se acabe, o más aún, algo no haya llegado allí, no se conozca. — No límite y no desarrollo propio: si la cul- tura del consumo ofrece de todo y siempre algo nuevo y mejor, ¿cómo adquirir y cómo mantener la conciencia del propio límite? Este resultaba ser uno de los rasgos más inquietantes en la década de los ochenta, en la que se manifiestan sus primeros indicios. La pre- gunta, que se hacen muchos estudiosos, es si esa sobreabundancia del consumo representado, ima- ginado, vivido, no está anulando al mismo tiem- po la conciencia de las propias posibilidades. O es que, si uno se habitúa al ritmo —con qué argumento prescindir el ello— del ADSL, o de cualquier otro programa que se autocorrige de continuo hacia mayor velocidad, ¿será capaz de sacar recursos si esos sistemas no van de José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación 166 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168 8 Roland Barthes, Mithologies, Seuil, París, 1970.
  • 9. momento, o no van más…porque los hay más veloces aún? La carrera hacia delante parece sin vuelta. En el discurso de niños y niñas genera una especie de conciencia de inmediatez en el logro que difí- cilmente se casa con quien no tiene ese progra- ma, no vive así…difícilmente acepta que haya gente más lenta, menos entregada al ritmo y al logro… (b) Entre las tendencias que aparecen con indicios nuevos, creo que es posible al menos señalar las siguientes: — Competencia mediática: este indica la pre- sencia de una mayor aceleración tecnoló- gica que engendra, como mostraba ahora mismo, una segregación de estilos y de personas. Es inevitable que quien nace y se cría en un nivel de desarrollo cibernético no deje de dar pasos hacia delante, en la dirección que el mer- cado marca. Pero este proceso no equivale mecánicamente al progreso. Como vimos en varios de los trabajos, cada vez niños y niñas de menor edad son más com- petentes en la descodificación, en el análisis rápido de las nuevas propuestas comunicativas, de consumo. Ese es su mundo y distinguen mejor que los adultos muchos planos de la rea- lidad mediática que aquellos no tienen tiempo ni ciencia (así es) para percibir. El corolario de esta tendencia es precisamen- te el olvido, o el dejar en sombra otros recursos de suyo más tradicionales. No hablamos dramá- ticamente de los libros, o de la escritura, o de la comunicación más cara a cara, o simplemente más sosegada. Hablamos de las personas del entorno de los niños y las niñas que no acceden a estos niveles de competencia mediática. — Pragmatismo: indica una vertiente de la misma celeridad aplicada al estilo moral general, a los desempeños de la vida coti- diana. Niños y niñas se presentan a sí mismos en el discurso en el que hablan de su futuro como car- gados de determinantes de precisión, aunque lo sean en el plano imaginario. Si alguien preten- diera ser ingeniera o ejecutivo, por ejemplo, habrá de decir en qué tipo de programas, de qué contexto científico y tecnológico, de qué ámbi- to empresarial (firma incluida) y con qué expec- tativas de vivienda, relaciones, entorno, hijos, etc… El curriculismo y el evaluar aun antes de que la tarea esté hecha, son las puertas por las que los adultos nos asomamos, e incidimos, en este eje axiológico de la infancia. — Cuerpo (seducción): de modo llamativo, el adultismo consumista y la afinidades que la competencia mediática genera (ídolos, imitación) se combinan en un altísimo subrayado del cuerpo y de la apariencia como no se veía en décadas anteriores. El culto al cuerpo, del que tanto se habla en las dos últimas décadas, prende en el estilo de vida de niños y niñas con una potencia energéti- ca y ética que les convierte en cultivadores de sí en lo que entienden que es objeto de triunfo y de deseo en el contexto social. No es el arreglo, es el adultismo en su varian- te seductor, erotizado, el componente que se ha incorporado en el medio infantil. Los aconteci- mientos que ritualizan las diferencias y el juego de la seducción se han ido naturalizando en entre niños y niñas (concursos, rituales de cum- pleaños, fiestas, o e, en general, salir) adelan- tando muchas de las prebendas reservadas a los adolescentes. — Dinero como signo universal: aunque no lo suelen tener, aunque no disponen de ello, lo valoran como indicador de triunfo y reconocimiento social. La cultura adulta marcada también por el dinero de plástico y por la supremacía de la financiación y la especulación como fuente de recursos frente a la producción y la proyección personal en el lo que se hace, ha contribuido también a lo que en algunos discursos aparece: el dinero lo puede todo, el dinero se consigue, pero no trabajando. — Virtualización de los ritos: del botellón a la videoconsola. Este es un indicador sufi- cientemente presente como para merecer mayor precisión. El rasgo que se destaca es precisamente la tensión entre la necesidad de pertenencia —pan- dilla, amigos— que niños y niñas tienen, con el prestigio de la participación en chats, o del juego virtual como modelo y atractor. LA COMUNICACIÓN INFANTIL Y SUS MEDIOS Por los rasgos que llevamos recorridos pode- mos colegir que el contexto en el que niños y Política y Sociedad, 2006, Vol. 43 Núm. 1: 159-168 167 José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación
  • 10. niñas se encuentran es un escenario lleno de ten- siones, contradicciones, y de un sin fin estimu- lante de posibilidades. Si no fuera porque cada vez más parece irrefutable que el mensaje es el formato (versión de Juan Cueto de la célebre aserción de MacLuhan). Y el formato —esta es mi coda— troquela la propia forma y el propio estilo moral y político. Concluyo, pues, con algunas de estas tensio- nes que al parecer vienen impuestas por los dis- cursos dominantes y, sobre todo, por los forma- tos vigentes. La primera y más dramática tiene que ver con el plano de las niñas y niños representados. La imagen que nos hacemos (también los que per- tenecen a la infancia) de los niños y las niñas arranca precisamente del poderoso escenario mediático que es doble y tenso. Porque dos son sus relatos principales y no con comunicables. Niñas y niños son representados en dos figuras: consumidor insaciable / víctima de conflictos. Cómo armonizar en el orden de las identifica- ciones con el espejo de la desgracia producida por nosotros (niños y niñas de los telediarios, para abreviar) con el espejo de la sobreabundan- cia apetecida por nosotros (niños y niñas super- listos y superinsaciables de los anuncios) La segunda se refiere a los niños como usua- rios de los medios. Está aún por hacer a fondo una investigación que explore la distancia que hay para la infancia entre agenda mediática y agenda vivida. Se podrá apostillar aquí que el mundo vivido de los niños está repleto de ele- mentos de la agenda mediática. Pero esto es más que una petición de principio. Escuchar qué quieren niños y niñas en cada caso es fuente de numerosas —y no siempre ingratas— sorpresas. No es evidente que lo pri- mero que hagan solos o en grupo sea engan- charse a la tele. O al menos no si los adultos no lo hemos programado para poder respirar de una vida agobiada. La tercera tiene que ver con la hiperconexión y la menor comunicación. Como Fernando conde y Luis Enrique Alonso9 han explicado recientemente, resulta enormemente llamativo el predominio de la función fática —la que según Jakobson asegura el mero contacto— en los procesos de comunicación de masas. El Connecting People resulta así un proceso de domesticación, una forma de establecer aliados para el vacío o la redundancia: «te pongo un sms, para que me llames a tal hora y así no te envío un e-mail, para decirte que esta noche en el chat podemos juntarnos con X y con Z (ponga cada cual los nicks que suele) que son majísimos y así lo pasamos mejor)». Ocurre como en el tipo de juguetes, «tecnovedades», que domesti- can a la par a adultos y a niños (Kidult: de kid y adult). Sin periódicos específicos, sin radio especifi- ca, con músicas poderosas y con telebasura ¿qué tipo de ciudadanía lúcida, en su pertenencia al universo del consumo y a sus entretelas menos brillantes, cabe esperar entre niños y niñas? Esta es la pregunta que queda junto a los interrogan- tes antes expuestos. El poder del grupo sigue siendo primordial en el proceso de socialización tanto en el consumo como en la ciudadanía. Niñas y niños se con- vierten en ciudadanos conscientes precisamente cuando comparten —en espacios y lenguajes vedados o no transparentes para los adultos— sus contradicciones entre pertenecer a un uni- verso de bienes que se promete inagotable y per- tenecer a un espacio político que no termina de establecer alianzas con los diferentes, con los excluidos del festín. José Miguel Marinas Infancia, ciudadanía y medios de comunicación 168 Política y Sociedad, 2006,Vol. 43 Núm. 1: 159-168 9 En Política y Sociedad, Monográfico sobre el consumo, vol. 39, 2002.