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Guía Didáctica: Estadísitca I
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ABRIL - AGOSTO/ 2006
NUEVO
TESTAMENTO I
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Segunda reimpresión
Nuevo Testamento 3
1. Introducción
Nuevo Testamento I es una asignatura que corresponde al Segundo Ciclo de
estudios de la Escuela de Ciencias Humanas y Religiosas.
El Nuevo Testamento tiene como centro a Jesucristo, El Camino, La Verdad
y La Vida. El anuncio del Reino de Dios es su tarea central. Sin duda, el
Nuevo Testamento, es una comprensión del sentido de la acción salvadora
revelada en Jesús: su persona y su anuncio. Por eso, es importante identifi-
car de una manera precisa la Revelación que Dios nos ofrece en Jesús y su
anuncio.
Según el sentido común de los exegetas, los Evangelios no son simplemente
una historia de Jesús, una crónica sobre sus hechos y discursos, sino, ante
todo, una profesión de fe que camina de la mano junto con el anuncio del
Evangelio. Los hechos y dichos de Jesús recogidos y redactados por los
Evangelistas, debieron tener una gran función y a la vez debieron haber su-
frido no pocas transformaciones para adaptarlos a las necesidades salvíficas
de las distintas comunidades a quienes se dirigía el Evangelio. La función de
y la consecuente transformación no desaparecen al integrarse en una es-
tructura narrativa, como se puede observar fácilmente al comparar entre sí
los cuatro Evangelios.
Todo esto nos sugiere que, para identificar el real acontecer de Jesús de
Nazareth y su concreto anuncio, no podemos emplear de inmediato sin co-
nocer el proceso mismo de formación de sus distintas unidades (discursos,
parábolas, dichos, milagros, gestos, etc) dentro de la tradición vitalmente
activada por la predicación del Evangelio y con qué intencionalidad fueron
recogidas y redactadas por los Evangelistas.
En la Introducción de la Biblia Latinoamericana, encontramos que “el Nuevo
Testamento es en la Biblia la colección de 27 libros que se escribieron en los
setenta años posteriores a la resurrección de Jesús y en los que la Iglesia de
los apóstoles reconoció la expresión autentica, de la fe por muy inspirados
que sean por Dios, estos libros no cayeron del Cielo, sino que se deben a
apóstoles y evangelistas de la Iglesia primitiva no pretenden contestar todas
nuestras preguntas e interrogantes respecto a la fe: son un conjunto de tes-
timonios respecto al impacto que produjo en sus contemporáneos esta per-
sona única que es Cristo Jesús. Pero ¿ por qué hay un Nuevo Testamento
4 Nuevo Testamento
después del Antiguo? Sencillamente porque son dos partes de una misma historia, y las
divide la cruz de Jesús. En el Antiguo Testamento un pueblo se va formando, madura a
través de sus experiencias y, después de haber expresado las mil y una cosas que
buscan los hombres, entiende que solamente importa esperar las mil y una cosas que
buscan los hombres, entiende que solamente importa esperar y buscar el Reino de Jus-
ticia en que los hombres serán hechos nuevos”.
Cada uno de los autores del Nuevo Testamento nos presentan su propia visión de los
acontecimientos que han girado en torno al Hijo de Dios. Resulta, por tanto, una tarea
apasionante introducirnos en el mundo del Nuevo Testamento. No pretendemos, sola-
mente conocer, sino vivir profundamente el encuentro con el Resucitado.
Le invitamos a estudiar, no tanto para aprobar la asignatura, sino para gustar de ella y
asumirla plenamente. Supone, de su parte, una gran tarea. Ud., va a leer la Palabra de
Dios. Se va a alimentar de ella. Va a poder analizarla e integrarla en su vida. Es un
estudio con responsabilidad, la que le exigirá puntualidad académica en la elaboración
de las dos evaluaciones a distancia que están a su disposición.
La primera, comprende un itinerario por el mundo de la formación del Nuevo Testamento,
de los primeros cristianos y de todo lo que significa el acontecimiento “ Jesús de Nazareth”.
Será muy interesante conocer el entorno paulino y el Evangelio según San Marcos.
. Se trata de una introducción a una panorámica muy compleja. San Marcos se va a
caracterizar por demostrar que Jesús es el Evangelio.
La segunda, nos va a permitir estudiar a San Mateo, San Lucas y a San Juan. Por una
parte, el médico griego es el autor del llamado “Evangelio de la misericordia”, con una
convicción muy honda que Jesús es el Salvador. Por otra parte, san Juan, el discípulo
amado, nos irá mostrando los cauces por los cuales se llega a descubrir que Jesús es el
Hijo de Dios glorificado en la cruz.
Nos vamos a apoyar en el texto de Etienne Charpentier: Para leer El Nuevo Testamento.
Junto a esta bibliografía básica, le proponemos una bibliografía complementaria. No
está demás, mencionar que el punto de referencia obligado para hacer un buen trabajo
es la Biblia. Preferimos la de Jerusalén, por sus introducciones y su aparato crítico. Del
mismo modo, Ud., deberá acudir a diccionarios y vocabularios bíblicos. Esto, le ayudará
a conocer las diversas fuentes de consulta, indispensables para cualquier interesado en
empezar a desentrañar el gran misterio de la Biblia.
Éxitos en la tarea que va a emprender. Cuente con la ayuda de quien va ser guía en los
próximos meses.
Nuevo Testamento 5
Al finalizar el estudio de esta asignatura, Ud., logrará:
- Conocer, valorar y analizar críticamente qué comprende el Nuevo Tes-
tamento
- Introducirse en el mundo neotestamentario, para valorar sus personajes,
la geografía y el mensaje que tiene la Palabra de Dios para todos lo
hombres.
2. Objetivos generales
6 Nuevo Testamento
PRIMER BIMESTRE
UNA GUIA BÍBLICA
Preparativos para el viaje
1. Las tres etapas de la formación del nuevo testamento
2. El género literario “ Evangelio”
3. Los géneros literarios en los evangelios
1. El mundo de los primeros cristianos
1. El imperio romano
2. Palestina
3. Yamnia o el judaísmo después del 70 d. C
4. Los primeros cristianos
2. El acontecimiento pascual
1. Los discípulos proclaman su fe. El kerigma
2. Los discípulos celebran su fe. Credo. Cánticos
3. Los discípulos cuentan su fe. Los relatos
a) Relatos de celebración en peregrinación: El sepulcro abierto
b) Relatos de aparición para constituir testigos oficiales
c) La experiencia cristiana: apariciones a los discípulo
4. ¿Y ahora?
3. Pablo y sus cartas
1. Carta a los filipenses
2. 1 y 2 tesalonicenses
3. Las grandes cartas: Corintios. Filipenses. Gálatas. Romanos
5. Cartas de la cautividad: Colosenses, Efesios, Filemón, Hebreos y Car-
tas Católicas
6. El Cristo de Pablo
7. El obrar cristiano o la moral cristiana
3. Contenidos generales
Nuevo Testamento 7
4. Evangelio según San Marcos
1. Lectura de conjunto
2. Algunos textos de Marcos
3. La pasión según Marcos
4. El Jesús de Marcos
5. Los milagros y el Reino de Dios
SEGUNDO BIMESTRE
5. Evangelio según San Mateo
1. Lectura de conjunto
2. Algunos textos de Mateo
3. La Pasión según San Mateo
4. El Jesús de Mateo
6. Las Parábolas
6. La obra de Lucas: Evangelio y Hechos
1. Lectura de conjunto
2. Algunos textos de Lucas
3. La Pasión según Lucas
4. El Jesús de Lucas
7. Las Parábolas
7. La obra de Juan: Evangelio y cartas
1. Lectura de conjunto
2. Algunos textos de Juan
3. La Pasión según Juan
4. El Jesús de Juan
5. culto o la vida vivida en la Eucaristía
8. Apocalipsis
1. Lectura de conjunto
2. Algunos textos del Apocalipsis
3. El Cristo del Apocalipsis
4. “Según las Escrituras”
Comienzo del evangelio
1. Jesús comienzo del Evangelio
2. ¿ Escribir el Evangelio hoy
8 Nuevo Testamento
4.1. Bibliografía Básica
CHARPENTIER, E., Para leer el Nuevo Testamento, Estella (Navarra)
1997.
El autor habla de una “guía turística” del Nuevo Testamento: evocación con-
creta de la situación histórica en que vivieron Jesús y los primeros cristianos,
presentación sugestiva de los diferentes libros, valoración de los textos más
importantes con unos cuestionarios que invitan a su estudio, en grupo e indi-
vidualmente.
Esta guía es un instrumento pedagógico para los catequistas, válida también
para el predicador, el animador de grupos bíblicos y, más en general, por
todos aquellos, creyentes o no, que se interesan por un descubrimiento serio
del Nuevo Testamento.
BIBLIA DE JERUSALÉN
Es una edición clásica. Recomendable para los estudiosos de la Palabra de
Dios. Tiene excelentes notas críticas.
4.2. Bibliografía complementaria
BRIGHT, J., La Historia de Israel, Bilbao 1987.
Diccionario enciclopédico de la Biblia, Barcelona 1993.
FITZMYER, J., EL Evangelio de san Lucas, Madrid 1987.
JUNCO GARZA, C., Escucha Israel, México 1995.
MANUCCI, V., La Biblia como Palabra de Dios, Bilbao 1988.
PIKAZA X., El evangelio. Marcos, Estella (Navarra) 1995.
4. Bibliografía
Nuevo Testamento 9
1. Lea detenidamente el texto, de modo particular las unidades temáticas
sugeridas para cada evaluación.
2. Sintetice los contenidos.
3. Tenga en cuenta las indicaciones para el trabajo.
4. Busque otras fuentes de consulta.
5. Mediante la lectura seria de este trabajo, Ud., debe lograr tener una
visión crítica de los acontecimientos bíblicos y hacer su propia teología.
6. Redacte con claridad sus ideas. Evite, en lo posible, escribir frases
ambiguas, o transcribir sin más el texto. Piense en quien va a leer su
trabajo.
7. Al final de cada jornada de trabajo, revise bien sus ideas.
8. Sea puntual en entregar su trabajo.
9. Su trabajo debe constar tanto del primero como del segundo bimestre.
Debe adjuntarlo a la primera evaluación a distancia en las fechas
indicadas.
5. Orientaciones metodológicas para el estudio
10 Nuevo Testamento
1. Elabore un cuadro sinóptico de cada unidad.
2. Destaque dos ideas teológicas y dos aplicaciones pastorales de cada
unidad.
3. Elabore un mapa geográfico de Palestina
4. Acuda a otras fuentes bibliográficas.
5. Acuda a vocabularios y diccionarios bíblicos, en los que podrá aclarar
términos que pueden parecer oscuros. Así, podrá hacer su propio
vocabulario paulino.
6. Redacte variedad de ensayos, los cuales le ayudarán a ser crítico en
sus pensamientos y a mejorar su redacción.
6. Actividades recomendadas
Nuevo Testamento 11
PRIMER BIMESTRE1
El siguiente tema es un estudio acerca de la espiritualidad paulina. Vamos a conocer a
Pablo en su cercanía a Jesús y su amor por la Iglesia.
ESPIRITUALIDAD DEL APÓSTOL SEGÚN PABLO
Homilía de San Juan Crisóstomo acerca de San Pablo.
«Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los
peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus pro-
pias palabras: «Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacía lo que está por
delante...»
En medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias
alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes
azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de
trofeos, da gracias a Dios, diciendo: «Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la
victoria de Cristo». Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e
injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros emplea-
mos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos
la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apete-
cen el descanso que lo sigue.
La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto
mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios.
Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se
consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los podero-
sos y a los príncipes; prefería ser, con este amor; el último de todos, incluso del número
de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables.
Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para
él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolera-
ble.
Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los
ángeles, los bienes presentes y futuros, el Reino, las promesas, el conjunto de todo bien;
1. Cfr. J.A.AMPUERO, Espiritualidad del Apóstol san Pablo, Fundación Gratis Date, Pamplona 1990.
12 Nuevo Testamento
sin este amor nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las
consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves.
Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gober-
nantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante
mosquito.
Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y
suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo. Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba
ya en el cielo, y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al dc los que conquis-
tan el premio en los juegos...».
Prólogo
La tradición cristiana conoce a San Pablo como «el Apóstol», sin más. El no sólo ha
vivido apasionadamente la misión que le había sido confiada, sino que en sus cartas
transluce esta vivencia. Sus escritos no son asépticos e impersonales, sino que en cada
línea se manifiesta el alma y el corazón del apóstol. Sus deseos y anhelos, sus luchas y
fatigas, sus proyectos... están al alcance de quien lee sus cartas.
Estas páginas recogen lo que he ido entresacando a lo largo y ancho de las cartas de
San Pablo, de su vivencia apostólica. Como se ve, aparece una gran riqueza de detalles,
que constituye lo que podríamos denominar el testimonio apostólico de San Pablo. Se-
guramente él no ha pretendido reflejamente expresarlo así, pero es providencial que
haya quedado plasmado por escrito, pues ha servido de orientación a los cristianos y
apóstoles de todas las épocas.
También para nosotros puede ser iluminador. Ante el reto de la nueva evangelización y
del tercer milenio del cristianismo que comenzamos, es necesario ante todo un nuevo
ardor para que el Evangelio se difunda. Las actitudes apostólicas que San Pablo testi-
monia - válidas para todo apóstol, sacerdote, seglar o religioso— son básicas y esen-
ciales; sin ellas ningún método resultará eficaz ni fructuoso.
Introducción
«La plenitud de los tiempos» (Gal. 4,4)
A San Pablo le ha tocado vivir en el momento culminante de la historia, en la plenitud de
los tiempos, cuando «Dios envió a su Hijo» al mundo, «para rescatar a los que se halla-
Nuevo Testamento 13
ban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal. 4,4-5). El momento en
que, con la venida de Cristo se ha manifestado a los hombres y se ha realizado el miste-
rio de la salvación escondido y mantenido en secreto durante siglos eternos (Rom. 16,25-
26; Ef 3,5-6).
Este hecho es imprescindible para entender la colosal obra misionera y apostólica de
Pablo. Pues él - como por lo demás los restantes autores del NT. - tiene conciencia de
estar en esa «plenitud de los tiempos». Con frecuencia en sus cartas le sorprendemos
contraponiendo el «antes» de la venida de Cristo al «ahora» instaurado por esa misma
venida. Por el hecho de que Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo, llega
a afirmar: «pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Cor. 5,17). Pablo es consciente de que la
venida de Cristo ha traído consigo toda novedad y ha desbordado toda expectativa al
realizar una «nueva creación».
Cuando reflexione sobre su ministerio afirmara sin rodeos que este ministerio - el suyo y
el de los demás apóstoles del N. T.- supera sin comparación posible el ministerio de
Moisés, el gran mediador de la antigua alianza. Los ministros de la nueva alianza están
puestos al servicio de la acción del Espíritu. Como ministros del evangelio, les ha sido
concedida la gracia de anunciar una Buena Noticia inmensamente gozosa y sorprenden-
te: «el amor de Dios manifestado en Cristo» (Rom. 8, 39) que se ha entregado por cada
uno (Gál. 2,20) para rescatamos de nuestros pecados (Gál. 1,4). Al apóstol le ha sido
confiado el anuncio de este acontecimiento incomparable que es portador de salvación
(1 Con 15,1-5).
Es esto lo que espolea al apóstol: el deseo de transmitir y hacer partícipes a todos de
este «tesoro» (2 Cor. 4. 7). Por eso exclamará: «Predicar el Evangelio no es para mí
ningún motivo de gloria; Es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no
predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a
una recompensa. Más si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado» (1 Cor.
9, 16-17).
Colocado en la plenitud de los tiempos y portador de tal tesoro y de semejante novedad,
Pablo se siente impelido y urgido a hacerlo llegar a todos, absolutamente a todos. Una
tras otra, irán cayendo distancias, fronteras y dificultades y el Evangelio irá extendiéndo-
se de la mano de Pablo por todo el inmenso Imperio romano como un fuego incontenible.
Su única obsesión será llevar el Evangelio y el nombre de Cristo allí donde todavía no es
conocido (Rom. 15,19-21; 2 Cor 10,15-16).
«Apóstol por vocación» Rom 1,1
Las palabras de Festo en He. 25,19 («un difunto llamado Jesús, de quien Pablo sostiene
que está vivo») las podría haber hecho suyas el propio Pablo antes de su conversión
refiriéndose a los cristianos.
14 Nuevo Testamento
En efecto, la experiencia del camino de Damasco consistió esencialmente en esto: ese
Jesús a quién Pablo consideraba definitivamente muerto se le presentó repentinamente
vivo y lleno de gloria («Yo soy Jesús a quién tú persigues»: He. 9,5). Pablo no le ha
buscado, ni se ha preparado a este encuentro; por el contrario, ha luchado ferozmente
contra los cristianos y su evangelio. Y sin embargo, el Resucitado irrumpe en su vida y
Pablo queda «apresado» por Cristo Jesús (Fil. 3,12).
Todo su ímpetu y toda su actividad evangelizadora arrancan de este hecho: él tiene
conciencia clara de que no es apóstol por voluntad propia, sino «por voluntad de Dios» (l
Cor. l, l; 2Cor 1,1; Ef. 1,1). Sabe muy bien que es «llamado como apóstol» (Rom. 1,1)
exactamente como lo habían sido los Doce, porque le ha llamado el mismo Jesús que les
llamó a ellos; y - lo mismo que ellos - también Pablo ha sido llamado por su nombre (He.
9,4)...
El hecho de haber sido llamado «por gracia» (Gal. 1,15) no quita fuerza a esta vocación,
sino todo lo contrario: pone más de relieve la iniciativa absolutamente gratuita de Dios
que llama no en virtud de los méritos contraídos sino por pura benevolencia, que tiene
misericordia con quien quiere (Rom. 9,15-18). De hecho Pablo no dejará de maravillarse
y sorprenderse a lo largo de toda su vida de que haya sido llamado precisamente él: «a
mi, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente» (1 Tim. 1,13). Toda su
predicación acerca de la gracia brotará de esta experiencia primera y fundante: «Cristo
Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo; y si encontré
misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia
y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él» (1 Tim. 1,15-16).
Y Pablo sabe que esta llamada, que tan en contra va de sus convicciones anteriores y de
su conducta pasada (Gál. 1,13-14). no es algo casual, sino que hunde sus raíces en la
eternidad. Tiene conciencia de que en realidad ha sido «separado» por Dios ya «desde
el seno materno» (Gál. 1,15). El, tan buen conocedor de las Escrituras, podía aplicarse a
sí mismo las palabras dirigidas por Yahveh al profeta Jeremías: «Antes de haberte for-
mado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieses te tenía consagrado»
(Jer. 1,5).
«Tuvo a bien revelar a su Hijo en mi...»
Con estas palabras tan sintéticas resume San Pablo lo acaecido en el camino de Da-
masco. Sin entrar en detalles de lo que sucedió por fuera, da a entender que la llamada
de Dios ha sido fundamentalmente una llamada interior («en mí», «dentro de mí»), una
«iluminación» o «revelación» por la que Pablo «ha visto» a Jesús (1 Cor. 9,1) y le ha
conocido como Señor e Hijo de Dios. Es decir, no sólo ha comprobado que Jesús estaba
vivo, sino que ha entendido quién era ese Jesús (lo cual sólo es posible por revelación de
Dios: Mt. 16, 17; 11,25-27).
Nuevo Testamento 15
Pablo, aun ir conociéndose «indigno del nombre de apóstol por haber perseguido a la
Iglesia de Dios» (1 Cor. 15,9), no puede dejar de afirmar que se le «apareció» Cristo
Resucitado, exactamente igual que se les había aparecido a los Doce y a los demás
discípulos (1 Cor. 15,5-8). Y esta «aparición» o «revelación» ha sido un desbordamiento
dc luz en su corazón: Dios mismo ha hecho brillar en su corazón la luz de Cristo (2 Cor.
4,6).
Y este brillo ha sido de tal intensidad que ha trastocad o la vida y los valores dc Pablo. El,
que tenía «motivos para confiar en lo humano» por su ascendencia hebrea y que era
«intachable» en el cumplimiento de la Ley santa dada por Dios a través de Moisés (Fil.
3,4-6), hace esta confesión sublime: «lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una
pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quién perdí
todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Fil. 3,7-8).
A partir de ese momento, cuando Pablo se presente en el areópago de Atenas y en los
demás «areópagos» del inmenso imperio romano, no será un predicador más de doctri-
nas nuevas o desconocidas, sino testigo de un Cristo vivo y glorioso que ha transforma-
do su existencia. Lo mismo que Moisés (Ex. 34,29), pero de una manera incompa-
rablemente más perfecta (2Cor. 3,7-11). será testigo de ese Cristo que ha visto «cara a
cara» (Cf. Ex. 33,11) y - como un espejo - reflejará su gloria en su rostro y con toda su
vida (2Cor. 3,18).
«...para que yo le anunciase entre los gentiles» (Gál, 1,16)
Llama la atención que en San Pablo el encuentro con Cristo y la llamada a ser apóstol y
a anunciar el evangelio van inseparablemente unidos. Así aparece en el mencionado
texto autobiográfico de Gal. 1,16. Y así aparece también en los tres relatos de su conver-
sión que nos presenta San Lucas en el libro de los Hechos (He. 9, 15;22,l4-l5;26, 16-18).
Da la impresión de que al encontrarse con Cristo, Pablo ha encontrado el tesoro escon-
dido (cf. Mt. 13,44) y como la mujer de la parábola siente la necesidad de contar a todo el
mundo que ha encontrado algo de gran valor (cf. Lc. 15,9).
Evangelizar es eso: llevar a los hombres un anuncio gozoso, entusiasmante y contagio-
so. La Buena noticia es la palabra misma de Cristo, ese Cristo enviado por el Padre para
la salvación dcl mundo. Y Pablo, que ha experimentado en sí mismo la alegría producida
por el encuentro con Cristo, experimenta también el impulso incontenible a transmitir esa
dicha a todos. Como Pedro y Juan, podría decir: «No puedo callar lo que he visto y oído»
(He. 4,20).
Más aún, siente la llamada evangelizara los gentiles, es decir, a aquellos que los judíos
consideraban por definición «pecadores» (Gal. 2,15), pues no conociendo la Ley mucho
16 Nuevo Testamento
menos podían cumplirla. Pablo, que sabe que todo lo que le ha sucedido es humana-
mente inexplicable, que ha sido fruto del amor gratuito y misericordioso de Jesucristo,
entiende claramente que esa salvación es ofrecida de manera igualmente gratuita e
inmerecida a todos, sean quienes sean, pues Cristo murió por los pecadores (1 Tim.
1,15). es decir, por todos (2Cor 5,14).
« Somos colaboradores de Dios» (1 Cor. 3,9)
Consciente de su indignidad y de que ha sido «misericordiosamente investido de este
ministerio» (2 Cor 4,1), San Pablo sabe que su misión consiste nada menos que en ser
«colaborador de Dios».
Esta misión tan sublime la vive ante todo con gratitud y admiración: «Doy gracias... a
Cristo Jesús, que se fió de mí y me confié este ministerio» (1 Tim.1,12). Cuando escriba
a Timoteo, ya en los últimos años de su vida, Pablo no ha dejado de admirarse ante este
hecho increíble: «¡Se fió de mí!» Dios le ha llamado a colaborar íntimamente consigo, ha
puesto en sus manos la redención operada por Cristo y ha confiado a sus labios la
Buena Nueva de la salvación. ¡Qué asombro! El Dios infinito se ha fiado de Pablo, un
hombre débil y pecador.
Una admiración que alcanza su grado culminante por el hecho de que esta colaboración
consiste nada menos que en ser «administrador de los misterios de Dios» (1 Cor. 4,1).
Según las costumbres de la época, el administrador (o «ecónomo», es decir, encargado
de la casa) gozaba de la plena confianza de su dueño, disponía de sus bienes y le
representaba al exterior; sobre todo en lo referente a los bienes materiales del propieta-
rio (cf. Lc. 12,42; Sal. 105.21). ¡Dios se fía de Pablo y de su gestión al frente de su casa
y pone en sus manos la administración no de unos bienes materiales, sino de sus mis-
mos misterios! ¿Cómo no vivir en la gratitud y en la admiración continuas?.
Esta conciencia de ser colaborador de Dios le hace además vivir a Pablo en la humildad
más profunda y radical. Considerando la grandeza de la misión que le ha sido confiada,
exclama: «Para esto, ¿quién es capaz?» (2 Cor. 2,16). El apóstol verdadero experimenta
agudamente su incapacidad; todos sus valores y cualidades son radicalmente insufi-
cientes en orden al altísimo encargo recibido. Por eso es Dios mismo - que llama al
apóstol a ser colaborador suyo - quien «le reviste de fortaleza» (1 Tim. 1,12) y le capaci-
ta: «no que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como
propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacité para ser
ministros de una nueva Alianza» (2 Cor. 3,5-6). Dios, el único suficiente, viene en ayuda
de su colaborador para hacerle partícipe de su suficiencia.
Nuevo Testamento 17
Pablo sabe que en esta colaboración debe trabajar duro, hasta dejarse la vida (sabemos
hasta qué punto se gastó y desgastó» por sus cristianos: cf. 2 Cor. 11,23-29). Pero sabe
también que «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer» (1 Cor
3,7); no niega su trabajo, ni el de los demás apóstoles («yo planté, Apolo regó»), pero
afirma categóricamente que «fue Dios quien dio el crecimiento» (1 Cor. 3,6). Podría
haber dicho con el salmista: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los
albañiles» (Sal. 127, 1).
Por eso, cuando hablando apasionadamente le salgan las palabras «he trabajado más
que todos ellos», matizara inmediatamente: «Pero no yo, sino la gracia de Dios conmi-
go» (1 Cor. 15,10). Ciertamente ha trabajado, incluso más que los demás, pero colabo-
rando con la gracia: el sujeto y protagonista principal ha sido Dios mismo, que mediante
su gracia ha incorporado y asumido a Pablo en la tarea evangelizadora; no ha sido
principalmente él, aunque con la ayuda de la gracia, sino ante todo la gracia, que le ha
capacitado. fortalecido y sostenido.
Por eso, cuando los corintios se queden detenidos en los hombres, admirando y alaban-
do a tal o cual evangelizador, Pablo cortará por lo sano: «¿Qué es Apolo? ¿Qué es
Pablo? ... ni el que planta es algo, ni el que riega» (1 Con 3,5-7). Quedarse en los hom-
bres es desvirtuar su condición de colaboradores de Dios y olvidar que el único salvado-
res Jesucristo.
Por otra parte, la condición de colaborador de Dios despierta en Pablo un profundo sen-
tido de responsabilidad, pues «lo que en fin de cuentas se exige de los administradores
es que sean fieles» (1 Cor. 4,2). Responsabilidad ante Dios: «Mi juez es el Señor» (1
Cor. 4,4). Responsabilidad de quien sabe que tiene confiado «el santuario de Dios», es
decir, la comunidad de los cristianos, la Iglesia, que puede quedar dañada o destruida
por el mal colaborador: «si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él,
porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario» (1 Cor. 3,17).
Sentido de responsabilidad que le lleva a advertir también a los demás y a abrirles los
ojos respecto de la seriedad de su colaboración con Dios: «¡Mire cada cual cómo cons-
truye!» (1 Cor. 3,10). Pues el resultado depende de que uno colabore en la construcción
del templo santo de Dios «con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja» (l
Cor.3,12). Al final se pondrá de relieve el valor y la duración de la construcción de cada
cual. Sólo lo que pase la prueba del fuego perdurará eternamente; lo demás desapare-
cerá como el humo: en realidad no habrá construido nada.
Sin duda que el consejo que Pablo daba a los cristianos de Filipos de «trabajar con temor
y temblor por su propia salvación» (Fil. 2,12), lo aplicaría a sí mismo también en cuanto
ministro de Cristo. En toda su vida y en su actividad jamás actuaba con ligereza; sabien-
do que «es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar, como bien le parece» (Fil.
18 Nuevo Testamento
2,13) procuraba acoger y secundar responsablemente la acción de Dios evitando «echar
en saco roto la gracia de Dios» (2 Cor. 6,1).
Finalmente, es su condición de colaborador de Dios lo que le daba a Pablo autoridad
para hablar a los hombres, pues lo hacía no en nombre propio, sino en nombre de este
Dios que era el protagonista principal de su vida: «como cooperadores suyos que so-
mos, os exhortamos...» (2 Cor. 6,1). El apóstol sólo secunda la acción y el impulso de
Dios y su palabra, no los sustituye con su propia iniciativa. Actúa porque actúa Dios, en
su misma dirección y sentido.
«Embajadores de Cristo» (2 Cor 5,20)
Llamado por Dios y constituido colaborador suyo, San Pablo expresa la conciencia que
tiene de su misión considerándose «embajador de Cristo». Entonces como hoy, el em-
bajador es alguien que ha recibido la delegación plena de poderes por parte de aquel
que le envía, hasta el punto de actuar en su nombre. Consciente de ser embajador
personal de Jesucristo, Pablo sabe «que Dios exhorta a través nuestro» y puede excla-
mar con toda energía: «En nombre de Cristo, os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2
Cor. 5,20). Y es tal su conciencia de actuar siempre y en toda circunstancia en nombre
de Cristo que incluso estando prisionero se sigue considerando a sí mismo embajador
suyo. aunque sea «entre cadenas» (Ef. 6,20).
La misma realidad expresa el término «apóstol», que es el que usa con más frecuencia,
hasta el punto de que sólo está ausente en tres cartas (2 Tesalonicenses, Filipenses y
Filemón); en todas las demás, ya desde el saludo Pablo se presenta a sí mismo como
“apóstol de Jesucristo”.
Apóstol significa no sólo «enviado», sino enviado oficialmente y con plenos poderes. En
cierto modo, el enviado se identificaba con aquel que le enviaba, hasta el punto de que
debía ser tratado con el mismo respeto que este y las atenciones u ofensas que recibía
el enviado se consideraban hechas al enviante. (Así, por ejemplo, en el Antiguo Testa-
mento, David declaró la guerra a los ammonitas y les combatió duramente por haber
ultrajado a sus emisarios -2 Sam. 10-).
Con ello Pablo empalma con la enseñanza del mismo Jesús, que había llamado “apósto-
les” a los doce (Lc. 6,13) y les había enviado con su propia autoridad, la misma que él
había recibido de su Padre: «Como el Padre me envió, así os envío a vosotros» (Jn.
20,21). Jesús los enviaba en su nombre, y por eso podía decir: «Quien a vosotros recibe,
a mí me recibe» (Mt. 10,40), «quien a vosotros os escucha, a mí me escucha, y quien a
vosotros rechaza, a mí me rechaza» (Lc. 10,16). Y como enviados personales suyos,
Nuevo Testamento 19
Jesús les hacía partícipes de sus mismos poderes: «en mi nombre expulsarán demo-
nios, hablarán lenguas nuevas... » (Mc. 16,17 s.).
Sin duda, aquí radicaba la fuerza invencible de Pablo. No se trataba en él simplemente
de energía de carácter o de entusiasmo por un ideal, sino de la conciencia de estar
siendo impulsado por Cristo mismo, de que en su debilidad residía «la fuerza de Cristo»
(2 Cor. 12, 9).
Quizá desde aquí se entiende mejor el texto de Gal. 2,20: “Vivo, no yo, sino que Cristo
vive en mí”. Apresado por Cristo Jesús (Fil. 3,12) desde el momento mismo de su con-
versión, hasta tal punto el Señor se ha adueñado de su persona que se ha convertido en
el sujeto y protagonista principal de su vida. Pablo no ha dejado de vivir su existencia
humana, pero percibe que su yo no es ya el sujeto último de su vida, sino que «otro» se
ha apoderado de él desde dentro, hasta el punto de ser el que gestiona su vivir y su
actuar. El apóstol ha quedado identificado con el que le envía, ha quedado unido íntima
y profundamente con él. No se siente enviado por alguien que está fuera de él y le confía
un encargo, sino por alguien que viviendo en él le impulsa desde dentro. El apóstol es
como una nueva encarnación del Verbo. Cristo prolonga su vida y su actividad en su
apóstol. Al decir «Cristo vive en mí» el apóstol podría haber especificado: actúa en mí,
habla en mí, ora en mí, sufre en mí, ama en mí...
Esa vida de entrega tan admirable, tan desbordante, tan sobrehumana, encuentra aquí
su explicación: Pablo tiene clara conciencia de que el Cristo Resucitado que encontró en
el camino de Damasco actúa en él y por medio de él. Poseído por la fuerza infinita del
Resucitado se siente impulsado a hablar y a actuar con una fortaleza que no es la suya.
Todo su empuje apostólico, su audacia, su aguante ante las dificultades, su constante
iniciativa para abrir nuevos campos al evangelio... se explican desde aquí. Sin esto,
todas sus energías naturales se hubieran agotado, antes o después, ante las numerosas
y graves dificultades que tuvo que afrontar.
Dirá, por ejemplo, a los tesalonicenses: «Después de haber padecido sufrimientos e
injurias en Filipos, como sabéis, tuvimos valor, apoyados en nuestro Dios, para anunciaros
el evangelio en medio de fuerte oposición» (1 Tes. 2,2). En efecto, después de haber
sido encarcelados y haber recibido muchos azotes en Filipos, Pablo y Silas - según
relata He. 16,16-40 - no solo no se desanimaron ni se echaron atrás, sino que conti-
nuaron con energía indomable su actividad evangelizadora predicando en Tesalónica,
donde a su vez encontraron persecución (He. 1 7,1-9)... Después Berea,Atenas, Corinto...
encontrando siempre dificultades, oposición, indiferencia, rechazo... Lo cual habría des-
alentado y hecho desistir a cualquiera, no así a los apóstoles sostenidos por la fuerza de
Cristo.
Pablo sabe bien a quién pertenece. Está seguro de ser “apóstol, no de parte de los
hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le
20 Nuevo Testamento
resucitó de entre los muertos” (Gál. 1. 1). Es apóstol de Jesucristo. Sólo a El pertenece.
El le ha enviado y a El solo ha de agradar (Gál 1,10). Y cuando al final de su vida se
encuentre en la cárcel de Roma, solo y abandonado dc todos, a punto de ser martirizado,
podrá exclamar con una fuerza impresionante: «Sé de quién me he fiado» (2Tim. 1,12).
De su condición de «embajador» y «apóstol» de Jesucristo nace también la conciencia
de su autoridad, que ejercita precisamente «en nombre del Señor Jesús». Cuando tiene
que exhortar, mandar o prohibir lo hace consciente de estar investido de la autoridad
misma de Cristo (2Tes. 3,6-15). E incluso cuando tiene que tomar alguna decisión dura y
drástica, no duda lo más mínimo (1Cor. 5, 4-5), consciente de su responsabilidad de
ministro del Señor. Teniendo muy claro, por otra parte, que esa autoridad se la dio el
Señor «para construir, no para destruir» (2Cor. 13,10). Por eso, hasta las más fuertes
censuras tienen como objetivo el bien de los mismos fieles (1Cor. 4,4), «pues nada po-
demos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad» (2Cor. 13,8) y «lo que pedimos
es vuestro perfeccionamiento» (2Cor. 13,9). Incluso preferirá, cuando sea posible, en
vez de imponer su autoridad, mostrarse amable «como una madre cuida con cariño de
sus hijos» (1Tes.2,7).
4. «Siervo de Cristo Jesús» (Rom. 1,1)
Ser apóstol de Jesucristo es en el fondo un misterio inagotable. Y San Pablo lo expresa
recurriendo a frecuentes paradojas. Una de ellas es la de que siendo embajador perso-
nal de Cristo - con toda la dignidad y autoridad que ello implica - se considera simultá-
neamente un simple siervo, es decir, un esclavo que pertenece a Cristo y está a su
servicio.
Por supuesto, todo cristiano es siervo de Jesucristo, y ello en el sentido más profundo y
radical: habiendo sido «comprado» y rescatado por Cristo al precio de su sangre (1Cor
6,20), el cristiano pertenece a Cristo, es de Cristo» (1Cor. 3,23); no se pertenece a si
mismo (1Cor 6,19), ni vive para sí mismo, sino que vive y muere «para el Señor», a quien
pertenece enteramente (Rom. 14,7-9).
Pues bien, esto que corresponde al «estatuto» de todo cristiano, expresa con fuerza
insuperable un aspecto de la condición del apóstol de Cristo. Y para el lo San Pablo se
sirve dc tres términos distintos (que no suelen distinguirse en las traducciones), cada
uno de los cuales expresa aspectos diversos dc la tarea apostólica:
a) Servidor (diakonos), que expresa ante todo la idea del servicio a la mesa durante
la comida, la preocupación diaria por los medios de subsistencia y - más en gene-
ral - toda clase de servicios. San Pablo se considera sí mismo, diácono de Cristo
Nuevo Testamento 21
Jesús. (2 Cor 11,23; Col. 1, 7; 1 Tim. 4,6), «diácono del evangelio» (Col. 1,23),
«diácono de la justicia» (2 Cor 11,15), «diácono del Espíritu» (2 Cor 3,8). Es decir:
sirviendo en nombre de Cristo, Pablo ofrece a los hombres el alimento y los medios
de subsistencia para su vida: la Buena noticia que es el evangelio, la salvación que
justifica y transforma, y el don del Espíritu, fuente de toda vida y santidad, que se
derrama por el ministerio del apóstol. Así se configura con Cristo, que ha venido a
«servir» a todos (Mc. 10,45).
b) Esclavo (doulos), que expresa la idea de realizar algo no por gusto, sino por obli-
gación, por el hecho de encontrarse a las órdenes de alguien. En el mundo griego
el esclavo carecía de lo más hermoso de la dignidad humana: la libertad. En reali-
dad, el esclavo no se pertenecía a sí mismo, sino a su dueño, debía renunciar
continuamente a su voluntad y debía agradar en todo a su amo (que podía casti-
garle arbitrariamente e incluso quitarle la vida).
Por otra parte, en el A. T. son llamados siervos de Dios todos los grandes hombres
de Israel: Moisés (Jos. 14,7), Josué (los. 24,29), Abraham (Sal. 105,42), David
(Sal. 89.4), Isaac (Dan. 3,35)... En este contexto, el término expresa la sumisión,
respeto y dependencia del hombre respecto de Dios.
Por tanto, cuando San Pablo se denomina a si mismo «esclavo» de Cristo Jesús
(Rom. l,1; Gal. 1,10; Fil. 1,1; Col. 4,12; Tit. 1,1) está expresando su conciencia de
haber quedado «expropiado» de sí mismo, de su voluntad, de sus planes, de sus
gustos... en una palabra, de todo lo suyo - incluida su libertad - para servir del todo
y sólo a Cristo y a su voluntad. Teniendo en cuenta que ser esclavo de Cristo le
lleva también a hacerse esclavo de aquellos a quienes Cristo le envía ( 2 Cor. 4,5).
c) Siervo (hyperetes) designa al criado doméstico que está siempre al lado de su
Señor, dispuesto a responder al menor de sus deseos. Al llamarse “siervo de Cris-
to” (1 Cor. 4,1) Pablo sabe que no tiene otra cosa que hacer que estar pendiente de
su Señor - en cuya presencia vive - para secundar dócil e inmediatamente cada
una de sus indicaciones.
Pues bien, esta conciencia dc siervo - de «siervo inútil», según las palabras de Jesús: Lc.
17,10 -, hace permanecer a Pablo profundamente enraizado en la humildad. Sabe que
no es más que un pobre y débil instrumento de la acción dc su Señor (cf. 1 Cor 15,10).
Y esta conciencia de siervo le impide «servir a dos señores» (Mt. 6,24). No tiene más
que un Señor, Cristo, y sólo a El debe agradar: «Si todavía pretendiera agradar a los
hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal. 1, 10). Y si se hace «siervo» de ellos es «por
Jesús» (2 Cor. 4,5), es decir, «por amor» (Gal. 5,13).
22 Nuevo Testamento
5 «Nos apremia el amor de Cristo» (2Cor. 5,14)
Apóstol de Cristo Jesús, Pablo se siente totalmente unido a Aquel que le envía y plena-
mente identificado con El. Cristo ha tomado posesión de Pablo, se ha adueñado de él.
Ya no es Pablo el sujeto y protagonista de su propia vida, sino Cristo que vive en él (Gal.
2,20)...
Pablo se siente apremiado por el amor de Cristo. Ya que vive sólo para El, el amor que
tiene a Cristo le impele a que «no vivan para sí los que viven, sino para Aquel que murió
y resucitó por ellos» (2Cor. 5,15), «para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea
glorificado en vosotros» (2 Tes. 1,12). Encendido en el amor de Cristo, Pablo no busca
sus intereses, sino los de Cristo (cf. Fil. 2,21), sólo desea que el Señor sea reconocido y
servido por todos, sólo anhela que la gloria de Cristo se manifieste esplendorosa en
todos los suyos.
Pero la expresión «nos apremia el amor de Cristo» no indica sólo el amor que Pablo
tiene a Cristo, sino sobre todo el amor que Cristo tiene a los hombres, como dice a
continuación: «al considerar que uno murió por todos.» Es esta consideración, esta
contemplación del misterio de la cruz, lo que apremia a Pablo, y no como una exigencia
externa, sino como un impulso que le impele desde dentro. Contemplando el amor de
Cristo manifestado en la cruz, contemplando a todo hombre como propiedad de Cristo,
que ha dado la vida para rescatarle (Gal. 1,4; 2,20), Pablo se siente irresistiblemente
apremiado. La caridad del apóstol encuentra su raíz y su fuente en la contemplación de
Cristo crucificado.
De aquí brotará toda su «caridad pastoral». Pablo es testigo del amor de Dios, manifes-
tado en Cristo, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento
de la verdad» (1 Ti. 2,4). Ha hecho suyas las intenciones y deseos de Cristo y está
dispuesto a «gastarse y desgastarse totalmente» por ellos (2Cor 12,15). Toda su entrega
apostólica, sus viajes, sus luchas y fatigas, su insistir a todos «a tiempo y a destiempo»
(2 Tim.4,2)... sólo encuentran su explicación en un corazón invadido por el amor de
Cristo a los hombres. Es Cristo mismo, que viviendo en Pablo (Gal. 2,20) ama también
en él a los hombres con su mismo amor.
De hecho, la actitud tan característica de la vida y de la entrega de Jesús (resumida en la
expresión «por vosotros»; y. Lc. 22,19; 1Cor 11,24) san Pablo la recoge aplicándola a sí
mismo en relación con sus comunidades: Pablo está dispuesto a dar la vida por sus
cristianos (Fil. 2,17).
En su predicación del evangelio Pablo no ha sido un mero funcionario que ha cumplido
con exactitud una tarea encomendada. Toda su acción evangelizadora ha brotado del
Nuevo Testamento 23
inmenso amor que tenía a aquellos a quienes evangelizaba. Cuando escriba a los
Tesalonicenses les dirá: «amándoos a vosotros, queríamos daros no solo el Evangelio
de Dios, sino incluso nuestras propias vidas, porque habíais llegado a sernos muy que-
ridos» (1 Tes. 1,8); y explica a continuación cómo ese amor, lejos de reducirse a un
simple sentimiento, se expresó de hecho en «trabajos y fatigas», «trabajando día y no-
che», evitando ser gravoso a nadie, exhortando a cada uno en particular... En su acción
apostólica cotidiana el apóstol reproduce la actitud de Cristo de dar la vida (lo cual tendrá
una expresión particular en los innumerables padecimientos sufridos por las comunida-
des: 2Cor. 6,4-5; 11, 23-27...y alcanzará su culmen en el martirio).
«Como una madre con sus hijos...» (1 Tes. 2,7)
Este amor de Pablo reviste rasgos paternos y maternos a la vez. No se trata de una
simple metáfora o comparación. Es que él se sabe comunicando vida, una vida nueva,
divina, eterna, de un valor incomparablemente más grande que la física y natural: «aun-
que hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He
sido yo quien por el Evangelio os engendré en Cristo Jesús» (1Cor. 4,15). Y cuando
escriba a Filemón lo hará empapado de amor paternal: «Te ruego a favor de mi hijo, a
quien engendré entre cadenas, Onésimo» (Flm. 12); toda esta carta rezuma amor de
padre hacia este esclavo convenido en la cárcel a quien llega a llamar «mi propio cora-
zón» (Flm. 13).
No solamente tiene conciencia de «engendrar» a la fe por medio del anuncio del Evan-
gelio. Toda la tarea de crecimiento en la fe de sus comunidades es concebida por Pablo
como una gestación: sufre por sus hijos «hasta que Cristo se forme en ellos» (Gal. 4,19).
Su amor materno, sus desvelos y sufrimientos apostólicos acompañan a cada nuevo
cristiano hasta su transformación plena y total en Cristo.
El apóstol se siente madre que ama-manta con afecto y ternura (1 Tes. 2, 7): las expre-
siones indican la nodriza que amamanta o alimenta con su propia leche, y la actitud de
ternura y cariño de la madre que acuna a su niño contra su propio seno (son las mismas
palabras que en Ef. 5,29 se usan para indicar lo que Cristo hace por 5L1 Iglesia y cómo
la trata).
De hecho, este amor paterno - maternal se expresa de múltiples formas - Pablo atiende
a los suyos con el amor de un padre que educa, tratando y formando a los hijos uno a
uno, exhortando y animando a cada uno (1 Tes. 2, 11). El afecto hacia sus hijos es tan
real que suscita en él un intenso deseo de verlos (1Tes. 2,17; 3,6). El apóstol sufre, se
inquieta y preocupa por los peligros de una comunidad que es aún inestable (1 Tes. 3,5;
2,18) y literalmente «no vive» ante el temor de que el tentador derrumbe la fe de ellos: al
recibir buenas noticias siente un gran alivio y consuelo (1 Tes. 3,7) y exclama: «Ahora sí
que vivimos, pues permanecéis firmes en el Señor» (1 Tes. 3,8).
24 Nuevo Testamento
Pablo derrocha ternura y afecto para con sus cristianos y no tiene reparo en manifestar-
les abiertamente cuánto les quiere: «os amo a todos en Cristo Jesús» (1Cor. 16,24);
«testigo me es Dios de cuánto os quiero en las entrañas de Cristo Jesús» (Fil. 1,8);
«vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo» (1 Tes 2, 20)...
Pero tampoco se echa atrás, en nombre de este mismo amor, si hay que reprenderles
porque es necesario para su bien (2 Cor 7,8-9). Precisamente porque los ama como a
hijos les corrige, pues «¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?» (He. 12,7; ver toda la
perícopa: vv. 5-13). Incluso cuando tiene que «entristecerlos» con una reprensión lo
hace «no para entristeceros, sino para que conocierais el amor desbordante que sobre
todo a vosotros os tengo» (2Cor. 2,4). En todo caso lo hace con delicadeza y sin humillar:
«No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a
hijos míos queridos» (1Cor 4,14). Y cuando se vea obligado a rehusar los donativos de
los corintios, exclamará: «¿Por qué? ¿Por qué no os amo? Bien lo sabe Dios» (2Cor
11,11).
«Con celo de Dios...» (2 Cor. 11,2)
Ante las infidelidades de los corintios a Cristo y a su mensaje, Pablo deja aparecer algu-
nos de sus más profundos sentimientos de apóstol, con unas expresiones un tanto sor-
prendentes: «Celoso estoy de vosotros con celo de Dios».
Para entender estas expresiones hemos de recurrir al A.T., donde el amor de Dios se
revela como «fuego devorador» (Dt. 4,24), como amor celoso que exige un amor exclu-
sivo como respuesta - Dios es «un Dios celoso» (Ex. 20,5) y su celo subraya cl carácter
absoluto de Dios mismo, que ha de ser amado incondicionalmente, totalmente, exclusi-
vamente, que es exigente porque no puede compartir un lugar en el corazón del hombre
con criatura alguna. Y a la vez, este celo de Dios nos habla de un amor apasionado que
no tolera ninguna imperfección, engaño o defecto en aquel a quien ama.
Pues bien, Pablo comparte los sentimientos divinos respecto a los corintios y a los de-
más cristianos, participa del amor apasionado que Dios tiene por su pueblo. Como ami-
go del Esposo (cf Jn. 3,29), testigo del amor nupcial de Cristo, participa dc los celos dc
Dios, del deseo ardiente y apasionado que Cristo tiene de que la Esposa - la comunidad
de Corinto en este caso - pertenezca total y exclusivamente a su esposo: «os tengo
desposados con un solo Esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo» (2 Cor
11,2).
Es este amor ardiente y violento el que le impulsa a no tolerar ninguna infidelidad en la
esposa y el que le mueve a prevenirla ante el temor de que tal infidelidad pueda ocurrir:
«me temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan
vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo» (2Cor 11,3). La adhesión a
Nuevo Testamento 25
doctrinas erróneas constituiría ciertamente una infidelidad (v. 4), pues alejarían del Cris-
to real, el único verdadero.
Por otra parte, estas expresiones nos hablan del desinterés del amor de Pablo, pues él
no pretende de ningún modo vincular los cristianos y las comunidades a sí mismo, sino a
Cristo. Lo que le hace arder es el deseo deque sean fieles al Señor y lo que le duele y le
hace temer es el temor de la infidelidad a Cristo, Pero para si mismo no busca nada. No
pretende adhesiones a su persona. En todo caso reclama la adhesión a sí mismo en
cuanto apóstol auténtico frente a los falsos apóstoles; en consecuencia, para provocar la
adhesión a Cristo y a su mensaje. Como Juan Bautista, podía decir: «yo no soy el Cristo,
sino que he sido enviado delante de El», se alegraba de que el Esposo poseyera a la
Esposa, y se apartaba sinceramente dejando que Cristo creciera y él fuera progresiva-
mente disminuyendo (cf. .Jn. 3,28-30).
Es este amor ardiente y desinteresado a la vez el que llevará a Pablo a dirigirse con
«gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas» (2Cor. 2,4) a aquellos que
están tentados de ser infieles al Evangelio. En virtud de este amor les rogará, les exhor-
tará, les amenazara,..
«Todo para todos» ( 1 Cor. 9,22)
La caridad y el desinterés de Pablo alcanzan otra de sus expresiones más intensas en el
texto de 1Cor. 9,19-23, sumamente revelador de su espíritu y de sus deseos.
En efecto, es significativo que en estos breves versículos aparezca cinco veces la pala-
bra «ganar», precedida de la conjunción final: el objetivo de Pablo es ganar, ganar a los
judíos, ganar a los gentiles, ganar a los que están sin ley... «ganar a los más que pueda».
Pero evidentemente no se trata de una ganancia interesada, pues no pretende ganar
para sí, sino a favor de los que son ganados: «para salvar a toda costa a algunos».
Toda la vida y las energías de Pablo están canalizadas hacia un único objetivo, el de
manifestar y comunicar a todos los hombres el amor salvador de Dios manifestado en
Cristo Jesús. A este fin subordina todo lo demás.
Para eso, dice, «me he hecho esclavo de todos». Se ha puesto al servicio de Cristo y de
su Evangelio para la salvación de los hombres. Ha hipotecado su libertad personal - ya
hemos visto que el término «esclavo» tenía un significado muy fuerte en la época - para
llevar el amor de Dios a todos. Pues tomar en serio su labor de evangelizador signifi-
caba, en la práctica, subordinar cualquier otro interés a la tarea de la evangelización y
renunciar por completo y para siempre a todo lo que pudiera servir de obstáculo en la
misión de ayudar a los hombres a acoger el Evangelio. Vio muy claro que para llevar a
Cristo a todos él debía ser «todo para todos». Todo para el quedaba subordinado a la
obra de salvar a todos los hombres: «todo lo hago por el Evangelio».
26 Nuevo Testamento
De hecho, se hizo «judío con los judíos, para ganar a los judíos». Estaba dispuesto a
soportar cualquier padecimiento personal antes que permitir el mas ligero obstáculo en
la conversión de sus hermanos judíos a Cristo. Prefiere renunciar al ejercicio de la liber-
tad respecto de la Ley en atención a los hermanos a quienes se podría escandalizar
(1Cor 8,9-13; Rom 14,13.15. 20s). Y en todas sus relaciones con los judíos le vemos
usar el mayor respeto por la observancia de la Ley (cf He. 16,3; 18,18; 20,16; 21,21-27),
aunque es consciente de que en esto no hace más que seguir el ejemplo del propio
Jesús (Rom. 15,2-3. 7-8). Y cuando se pronuncie contra la Ley no irá contra los judíos o
los judeo-cristianos, sino contra la porfía en seguir esas observancias como si fuesen
necesarias para sus conversos gentiles, a los cuales se estorbaba seriamente su entra-
da en la Iglesia.
Igualmente se hizo «gentil con los gentiles». Vio con claridad que sólo el Evangelio tenía
fuerza para hacen volver los hombres a Dios y renovarlos, y que la Buena Nueva podía
fermentar cualquier cultura o civilización. En consecuencia, no exigía a los gentiles nin-
guna conducta o práctica que no brotase del mensaje cristiano en sí (cf. el caso de las
carnes sacrificadas a los ídolos: 1Cor. 8,1-6). Tenía siempre presentes a los paganos,
hasta el punto de usar la lengua griega y asumir conceptos y expresiones tomadas de la
filosofía griega y de las religiones rnistéricas...
Y llega a hacerse incluso «débil con los débiles». Para él lo único importante era salvar
«al hermano débil por quien Cristo murió» (1Cor. 8,11), y ninguna otra consideración
debía estorbar esto jamás. Para él era evidente que cualquier interés personal debía
quedar subordinado al supremo propósito de Dios al enviar a su Hijo: la salvación de los
hombres. Es esta la temática que subyace en 1 Cor. 8-9, aduciendo como razón de peso
su testimonio personal, pues esta actitud y este modo de actuar habían llegado a formar
parte de su propia vida (1 Con 9,4-15).
Podemos decir que esto es lo que da a Pablo autoridad para ponerse así mismo como
modelo y pedir que le imiten (cosa que hace repetidas veces en sus cartas). Sólo quien
se ha hecho previamente «todo para todos» y «esclavo de todos» puede reclamar ser
imitado. Pues en definitiva no es a Pablo a quien se imita, sino a Cristo, cuya vida y
actitudes se han reproducido fielmente en su apóstol (1 Con 11,1).
«Desearía ser yo mismo anatema por mis hermanos» (Rom. 9,3)
La caridad pastoral de Pablo encuentra su expresión suprema en las palabras que en-
contramos al inicio del cap. 9 de la Carta a los Romanos. Con una fórmula particularmen-
te solemne («digo la verdad en Cristo, no miento, testifica conmigo mi conciencia en el
Espíritu Santo») nos hace una confidencia personal: el dolor inmenso y la tristeza con-
tinua que experimenta por el hecho de que sus hermanos judíos no hayan acogido al
Mesías ni su Evangelio (vv. 1-2).
Nuevo Testamento 27
En el versículo 3 tiene esta afirmación impresionante: «desearía ser yo mismo anatema,
separado de Cristo, por mis hermanos, los dc mi raza según la carne». De tal manera le
importa - y le duele - la situación de sus hermanos que se manifiesta dispuesto a cual-
quier sacrificio por ellos, para alcanzarles la salvación.
La palabra «anatema» en la Biblia puede indicar algo entregado a Dios para serle consa-
grado como ofrenda agradable, o bien para ser destruido como cosa maldita (sentido del
«jerem» en el A.T.). En San Pablo la palabra está tomada siempre en este último sentido
(cf. Gal. 1, 8-9). Y es este el sentido que tiene aquí: Pablo se muestra dispuesto a atraer
sobre sí la maldición divina, a ser convenido el mismo en objeto de maldición, y a expe-
rimentar definitivamente la separación de Cristo, si esto pudiese ayudar a la conversión
de sus hermanos.
La expresión nos habla de un amor ardiente, y recuerda las palabras de Moisés tras el
pecado del pueblo: «¡Ay! Este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de
oro. Con todo, si te dignas perdonar su pecado...y sino, bórrame del libro que has escri-
to» (Ex. 32,31-32). Más aún, estas palabras recuerdan, reproducen y prolongan la ac-
titud del mismo Cristo, que aceptó ser hecho «pecado» por nosotros para que nosotros
llegásemos a ser «justicia de Dios»(2Cor. 5,21), y se hizo así mismo «maldición por
nosotros» para rescatar-nos de la maldición (Gal. 3,13).
6 «Escogido para el Evangelio» (Rom 1,1)
San Pablo tiene conciencia de haber sido elegido por Dios para consagrarse predicación
al anuncio del Evangelio. Polemizando con los corintios llegará a decirles: «no me envió
Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio» (1Cor. 1,17). Sabe que su misión consiste
en evangelizar, en anunciar a Cristo, poniendo así el fundamento sobre el cual otros
continúen predicación_ (1Cor. 3,10).
Las palabras que figuran en el título de este capítulo indican lo mismo: tiene viva con-
ciencia deque ha sido «escogido —por Dios mismo— para el Evangelio», es decir, para
el anuncio del Evangelio. La palabra que se traduce por «escoger» significa en realidad
«separar», «poner aparte», y es la misma que encontramos en Gal. 1,15 cuando Pablo
habla de su vocación: Dios mismo le ha separado de las predicación ordinarias que los
hombres realizan en su vida cotidiana para consagrarle predicación al anuncio del Evan-
gelio; ha sido sustraído a otras tareas para que su vida entera esté dedicada al ministerio
de la Palabra.
De hecho, comprobamos que, si bien no tiene inconveniente en trabajar con sus manos
para procurarse el sustento y no ser gravoso a nadie, en cuanto tiene posibilidad se deja
28 Nuevo Testamento
absorber por la tarea evangelizadora. Así, por ejemplo, durante su estancia en Corinto,
Pablo trabaja como tejedor de tiendas (He. 18, 3); pero cuando Silas y Timoteo llegaron
de Macedonia trayendo ayudas materiales «Pablo se dedicó predicación a la Palabra»
(He. 18,5)
«La fe viene de la predicación» (Rom. 10,17)
Esta insistencia de San Pablo en la importancia del valor de la evangelización nace de
una convicción fundamental: la predicación está en la base de todo; es el cimiento dcl
edificio de la vida cristiana de cada hombre y de la vida de la Iglesia toda (1 Cor. 3,10).
Es muy significativa en el texto de Rom. 10,13-17 la concatenación de los verbos: al «ser
enviado» sucede el «predicar»; al «predicar» sucede el «oír»; al «oír» sucede el «creer»;
al «creer» sucede el «invocar»; y al «invocar» sucede el «ser salvado». En consecuen-
cia, todo arranca de la predicación. La fe es la que justifica al hombre y le reconcilia con
Dios, hace del hombre una criatura nueva; ahora bien, la fe es esencialmente acogida
del kerygma, es decir, del anuncio de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación
(este es el «Evangelio» que Pablo predica y en el que invita a todos a creer, cuyo resu-
men más antiguo encontramos en 1Cor. 15.3-5; ver desde el v. 1 hasta el 11).
Pues bien, es a esta misión sublime a la que Pablo se sabe llamado sobre todo. Pues sin
la evangelización - sin el anuncio de Cristo - no puede suscitarse la fe, ni - en consecuen-
cia - tampoco la vida cristiana en toda su extensión, ni puede construirse la comunidad
cristiana, ni es posible la salvación... Ciertamente podrá haber «diez mil pedagogos»
que eduquen y cultiven la vida en Cristo; pero esta vida no existirá sin alguien que -
mediante el anuncio del Evangelio - la «engendre» en el corazón de los hombres (1Cor.
4,15).
Será preciso que alguien «riegue», abone y cuide la planta dc la fe y de la vida nueva en
Cristo; pero todo ello sería inútil y sin sentido si no fuera porque alguien antes «ha plan-
tado» mediante la predicación la semilla de la fe y la raíz de la vida nueva (1Cor. 3,6)
«Anunciar la inescrutable riqueza de Cristo» (Ef. 3,8)
Ya hemos visto cómo el contenido de la predicación de Pablo no es otro que la persona
de Jesucristo y su obra de salvación en favor de los hombres: «yo, hermanos, cuando fui
a vosotros.., a anunciaros el misterio de Dios, no quise saber entre vosotros sino a Jesu-
cristo» (1 Cor2,1-2).
Lo que llena de admiración a Pablo es el hecho de que «ahora», precisamente en los
días de su vida, haya sido revelado y dado a conocer por Dios el «Misterio», ese maravi-
lloso plan de salvación que Dios tenía concebido en su designio «desde siglos eternos»;
Nuevo Testamento 29
ese grandioso e increíble proyecto de ofrecer la salvación a todos, también a los gentiles
(y no sólo a los judíos corno creían los miembros del pueblo de la antigua alianza),
mediante la fe en Jesucristo (Rom. 16,25-27; EL 3,3-12).
Pero lo que sobre todo le hace enloquecer es que además haya sido elegido precisa-
mente él para la misión maravillosa de anunciar a los gentiles este misterio y conducirlos
así a la fe y a la salvación: «a mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta
gracia: anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo» (Ef. 3,8).
Este hecho le llena de gratitud y de gozo. Pero sobre todo le impulsa a entregar todas
sus energías al servicio de la evangelización. Como un hombre que en medio de una
epidemia mortal y muy extendida tuviera en sus manos el remedio para curarla de raíz.
Pablo sabe que en medio de esta humanidad sumergida en el pecado (Rom. 1,18-3,20;
ver especialmente 3,10) es portador de la única medicina capaz de salvar: «el Evangelio,
que es fuerza de Dios para la salvación» (Rom.l,l6). Y ello por pura gracia, sin mérito
alguno de su parte (pues, como vimos, él ha sido el primer sanado por esta medicina: 1
Tim, 1,12-16).
«Heraldo de Cristo» (1 Tim. 2,7)
Para exponer cl sentido de su tarea dc evangelizador Pablo encuentra una expresión
que gusta aplicarse a sí mismo: heraldo (keryx; aunque el sustantivo sólo aparece tres
veces, el verbo, Kervssein – “proclamar» - lo usa 19 veces).
El heraldo era un mensajero que en nombre del emperador anunciaba al pueblo un
mensaje que les afectaba para su vida; en realidad, él era un instrumento por cuya me-
diación la voz del gobernante llegaba al pueblo; no proclamaba sus propias conviccio-
nes, sino que era el portavoz del rey y hablaba con su autoridad.
Al principio sólo se les exigía tener buena voz, una voz clara y potente. Pero como a
veces el heraldo exageraba o deformaba las noticias, comenzó a exigírseles fidelidad a
las instrucciones recibidas de su superior, tanto en el contenido como en el modo de
anunciarlo; no podían añadir ni quitar nada por propia iniciativa, pues su anuncio no
tenía origen en ellos mismos...
Pues bien, Pablo tiene conciencia de hablar como heraldo de Cristo. Pero lo que trans-
mite no es una información cualquiera, sino la noticia de un acontecimiento (la muerte y
la resurrección de Jesús) a través del cual Dios ha comenzado su intervención definitiva
en la historia; y este acontecimiento es de tal importancia que si no fuera real, toda la
predicación carecería de sentido (1Cor. 15,14). Además, es un mensaje que afecta a
toda la humanidad, pues habiendo muerto por nuestros pecados y resucitado para nues-
tra salvación, Cristo comunica su victoria a los que le acogen por la fe (Rom. 4,23-25).
30 Nuevo Testamento
Como mensajero personal dc Cristo, Pablo sabe que él es puro instrumento e interme-
diario; instrumento necesario, desde luego, pues «¿Cómo creerán en Aquel a quien no
han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rom. 10,14); pero instrumento al fin.
Y como tal, es consciente de que está al servicio de un diálogo que debe instaurarse
entre Dios y los hombres: a través de él Dios habla a los hombres - a cada hombre -, y
estos deben dar una respuesta personal al Dios que les dirige su palabra, mediante lo
que Pablo llama la «obediencia de la fe» (Rom. 1,5; 16,26). Por medio de él se inicia ese
«diálogo de salvación» en el que los hombres son urgidos a dar la respuesta de fe que
les introduzca en el acontecimiento que transformará tanto sus vidas como la historia
misma del mundo. La predicación es absolutamente necesaria para que se inicie ese
diálogo de fe y salvación: «plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predica-
ción» (1 Col 1,21). Los hombres sólo pueden ser salvados si les son enviados mensaje-
ros que les anuncien con autoridad la Buena Nueva (Rom. 10,14-17).
«Habla Cristo en mí» (2 Cor13,3)
Como heraldo de Cristo, Pablo tiene perfecta conciencia de estar transmitiendo Palabra
de Dios, no su propia palabra, fruto de su personal elucubración. Espontáneamente dirá:
«os decimos esto como Palabra dcl Señor» (1 les. 4,15). Es y quiere ser fiel a toda costa,
transmitiendo todo y sólo aquel lo que ha recibido(1 Con 11,23; 15,3: las palabras «re-
cibir-transmitir» son términos técnicos usados entre los rabinos para expresar la absolu-
ta fidelidad).
En 1 les. 2,13 da gracias a Dios porque los tesalonicenses recibieron su predicación «no
como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios». Ciertamente
se trataba de un mensaje salido de sus labios, anunciado por un hombre; pero él sabe
muy bien que no es su mensaje particular, sino la Palabra de Dios mismo. Porque, como
en el caso de los antiguos profetas, Dios mismo ha puesto sus palabras en la boca de su
enviado (Ser. 1,9). Y Pablo podría repetir con toda verdad lo que Jesús mismo había
dicho: «Mi palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado» (Jn. 7,16; 8,28).
Precisamente por eso, reacciona con tanta energía cuando alguien deforma o trastoca el
único Evangelio que salva. Porque lo que él predica no tiene su origen en los hombres,
sino en Jesucristo mismo (Gal. 1,11), afirma con violencia: «aun cuando nosotros mis-
mos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado,
¡sea anatema!» (Gal. 1,8).
Pues hay más. No sólo transmite Pablo las palabras de Cristo, sino que afirma que es
Cristo mismo quien habla en él (2 Cor. 13,3). Quien afirma: «vivo, no yo, sino que es
Cristo quien vive en mí» (Gal.2,20), dice también «habla Cristo en mí». Hay tal identifica-
ción entre Cristo y su enviado, que ya no son dos, sino una sola cosa. El evangelizador
es como un sacramento de Cristo. En él y a través de él es Dios mismo quien exhorta (2
Cor. 5,20).
Nuevo Testamento 31
Quizá por esta identificación de Pablo con Cristo es por lo que insiste tantas veces a lo
largo de sus cartas: «imitadme»(1 Con4,16;Fil. 3,17;2Tes.3,7). Lo que podría parecer
presunción suya, tiene en realidad un significado muy profundo: «Sed imitadores míos,
como yo lo soy de Cristo» (1 Con 11,1). De este modo, el Evangelio que Pablo predica no
es sólo palabras, sino Palabra hecha carne y vida; el anunciar ese Evangelio hecho
realidad: de este modo, él mismo se había convertido en Evangelio, en Palabra; dejando
vivir a Cristo en sí mismo (Gal. 2,20), podía presentarse así mismo como modelo y ejem-
plo de una existencia auténticamente cristiana y evangélica.
32 Nuevo Testamento
SEGUNDO BIMESTRE
Las siguientes notas son un aporte para ampliar su experiencia de contacto con la Biblia.
Le sugerimos leerlas detenidamente.
LA OBRA DE LUCAS2
El evangelio de Lucas es la primera parte de una obra en dos volúmenes. La vida y
ministerio terreno de Jesús, terminados únicamente en este evangelio con el relato de la
ascensión (Lc. 24; Act 1), son presentados caminando por el mundo hasta llegar a la
capital del imperio. El segundo volumen termina con el relato de la predicación del
Evangelio por Pablo en Roma (Act 28).
Esta nueva concepción, debido al genio creador de Lucas, le obliga a presentar de forma
adecuada su obra a la que dedica dos volúmenes. Nosotros descubrimos su intención
en los detalles siguientes:
a) Lucas destaca el aspecto de proximidad y distancia, que están exigidas por el
largo espacio de tiempo abarcado en sus dos obras: la historia de Jesús es vista
desde bastante distancia -al menos han transcurrido tres decenios antes de que el
Evangelio haya llegado hasta Roma en la persona del Apóstol- pero, al mismo
tiempo, esta distancia es vista desde una línea de continuidad, que se halla paten-
te en la vida de la Iglesia en aquellos primeros esfuerzos de evangelización.
b) El final del evangelio (24,47-49), prescindiendo de la bendición y de la ascensión
del resucitado, está redactado de tal forma que constituye un verdadero puente,
una transición intencionada al libro de la Hechos; los apóstoles son los testigos
originales y directos de los «sucedido». Es el presupuesto necesario para que
pueda realizar su ministerio apostólico (Act 1,21 s).
Ministerio que realizarán cuando venga sobre ellos el poder de lo alto. Hasta en-
tonces deben esperar «en Jerusalén». Lucas quiere demostrar que la tarea apos-
tólica es la misma que la de Jesús en cuanto al principio, el camino y el fin: ellos
estarán impulsados y dirigidos por él (Act 28,30 s).
c) El comienzo del Evangelio y el final de los hechos están narrados como si se trata-
se de incluir de ambas obras entre dicho comienzo: toda carne verá la salvación
de Dios (Lc.3, 6-Is 40, 3-5) y el mencionado final: la salvación de Dios ha sido
enviada a las gentes (Act 28.26-28-Is 6,9s).
2 Cfr. F. RAMOS, La Obra de Lucas, Cursos Bíblicos a Distancia, PPC/ Casa de la
Biblia, Madrid 1987.
Nuevo Testamento 33
d) El comienzo del libro de los Hechos parece tener una clara intención de empalmar
con el final del Evangelio: vosotros sois testigos de estas cosas (Lc. 24,28), y
seréis mis testigos (Act 1,8). Este empalme se halla centrado en el contenido de
ambas obras: la realidad de la salvación llevada a cabo por Dios en Cristo (evan-
gelio) y el anuncio de la misma por los apóstoles hasta los confines de la tierra
(Hechos).
e) El evangelio y los hechos están dedicados al mismo personaje, en ilustre Teófilo.
Este dato de la dedicatoria, caso único en el Nuevo Testamento, hace pensar que
se trata del mismo autor en ambas obras.
f) En el prólogo de Hechos, se hace referencia al primer libro y, al concluir dicho
prólogo, se hace alusión a las apariciones del Resucitado y a sus instrucciones
antes de irse de entre ellos. Nótese, para no aducir únicamente razones a favor de
los que creemos que fue una realidad, que, al mencionar el primer libro debería
seguir la alusión, incluso explícita, al segundo. Más aún, debería anticiparse, ade-
más, el contenido del segundo libro, el de los Hechos, ya que esto se ha hecho en
referencia al primero. Sin embargo, faltan ambas cosas.
g) La estructura general de ambas obras responde a un mismo patrón, aplicado a
Jesús en la primera obra y a la Iglesia en la segunda: origen (1-2; Act 1); bautismo
(3,21ss; Act 2,1ss); discurso inaugural (4,21ss; Act 2,1ss); predicación o ministerio,
camino o viaje a Jerusalén o a Roma respectivamente y últimos discursos.
h) Ambas obras han sido concebidas como en movimiento continuo hasta lograr su
objetivo: el evangelio viaja, en la persona de Jesús, hasta su plena manifestación
en Jerusalén (evangelio); sigue «viajando» hasta los confines de la tierra, hasta
Roma, en la persona de Pablo (Hechos).
No debe olvidarse la importancia excepcional de Jerusalén en ambas obras. De
ellos hablaremos al desarrollar los grandes temas de la obra lucana.
i) Puede constatarse con sorprendente frecuencia la proximidad de ambas obras en
cuanto a sus pensamientos teológicos: idéntica concepción de la salvación; el mis-
mo concepto de apóstol; escasa insistencia en la presentación de la obra de Jesús
como «sustitución vicaria: de lo que debiéramos pagar los hombres... La gran afini-
dad también en cuanto al estilo y al vocabulario.
Las razones aducidas hasta este momento son tan poderosas que se ha llegado a pen-
sar incluso que, originariamente, el evangelio de Lucas y los Hechos constituyeron no
sólo una obra, sino un único volumen. Para justificar esta hipótesis se ha dicho que el
evangelio terminaba en 24,49 y Hechos comenzaba en 1,6. Posteriormente, y sobre
34 Nuevo Testamento
todo por razones litúrgicas, este gran volumen se dividió en dos. En este momento se
añadió el final del evangelio, 24,50-53, y el comienzo de Hechos, 1,1-5. Tenemos en
contra de esta hipótesis lo siguiente: no existe vestigio alguno en la tradición que justifi-
que este modo de pensar; además, el género literario «evangelio» excluye la yuxtaposi-
ción de otra obra que pertenece a otro completamente distinto: especie de monografía
histórica; por último, no existe razón alguna que justifique la eliminación de Lc 24,50-53
y de Act 1,1-5 de la obra original.
Una dificultad seria para considerar las dos obras como de un mismo autor procede de la
forma de presentar la Ascensión: en el evangelio tiene lugar el mismo día de la Pascua,
mientras que en Hechos se introduce el período de los cuarenta días; en el evangelio el
acontecimiento tuvo lugar en Betania, mientras que Hechos lo sitúa en el monte de los
Olivos. Nótese, sin embargo, que el evangelio debe terminar con la Ascensión, porque
con ella llega a su término la vida de Jesús; el plazo de los cuarenta días es necesario en
Hechos para la reunión del rebaño disperso y el comienzo de la Iglesia. Las variaciones
del lugar son poco importantes y pueden obedecer a otras razones, incluso teológicas:
significado del monte de los Olivos, como lugar de la intervención definitiva de Dios a
favor de su pueblo...
EL AUTOR Y SU OBRA
Con relación al autor muy pocas cosas pueden afirmarse son seguridad. Lucas es un
cristiano gentil (no procedente del judaísmo) que escribe para cristianos gentiles. Perte-
nece a la segunda o tercera generación cristiana y escribe su evangelio en torno al año
80 (las afirmaciones de Lc 21,20-40 suponen que la ciudad de Jerusalén está ya destrui-
da) y lo hace en alguna ciudad de Grecia o del Asia Menor (¿Efeso?). no se puede
precisar.
La tradición cristiana, a partir del siglo II, lo ha identificado con Lucas, el médico querido,
acompañante de Pablo (Flm 24; Col 4,14; 2Tim 4,11). Sigue siendo la hipótesis más
sólida, aunque no se halle libre se serias dificultades. En efecto, Lucas no tiene, sobre
todo en el libro de los Hechos, la misma concepción ni los mismos pensamientos teológicos
propios de Pablo: esto ocurre con el concepto de apostolado y lo mismo puede decirse
de la teología de la cruz o de la doctrina de la justificación, tan acentuadas en Pueblo y
carentes de importancia en Lucas, particularmente en el Libro de los Hechos. Son estas
cuestiones las que se irán viendo en el desarrollo de la obra lucana. Ahora bien, desde el
conocimiento que tenemos de Pablo resulta casi inimaginable que los colaboradores
inmediatos del Apóstol no estén profundamente marcados por su manera de concebir e
interpretar el acontecimiento cristiano.
A pesar de las dificultades mencionadas creemos que debe mantenerse el dato tradicio-
nal. Incluso aquellos autores que subrayan las dificultades que harían incompatible la
Nuevo Testamento 35
paternidad literario-teológica de la obra lucana con un compañero de Pablo en su activi-
dad misionera, afirman que la noticia de un acompañante de Pablo llamado Lucas se
halla suficientemente garantizada desde el punto de vista histórico. Cuando añaden, a
continuación, que no es Lucas, el médico carísimo (Col 4,14) el autor del tercer evange-
lio y de los Hechos (G. Schneider) no comprendemos la razón. ¿Por qué inventar a otro
Lucas, cuando la tradición (Canon de Muratori, escrito del siglo II; Ireneo, en zozobra
«contra las herejías» y Eusebio en su «historia eclesiástica») nos habla del mismo Lucas
citado por Pablo?
El análisis de la obra de Lucas nos lo presenta con unas características coincidentes con
los datos que presuponen las citas del Nuevo Testamento: es un helenista -no procede
del judaísmo palestinense-; nacido o, al menos, establecido enAntioquía (Act 6,5; 11,19s;
13, 1ss); muy probablemente, antes de hacerse cristiano, pertenecía a los llamados
«temerosos de Dios», por los que él demuestra particular interés (Act 10,2); precisamen-
te por eso, antes de encontrarse con el evangelio, estaba ya familiarizado con el Antiguo
Testamento, en su versión griego, y poseía un cierto conocimiento de las costumbres
judías, aunque, al no ser judío, se desinteresa de otras cuestiones de claro cuño judío
(por ejemplo, las mencionadas por Mc 7, 1-23; 10, 2-10); en resumen, aunque no era
judío, se halla muy próximo a la Sinagoga.
Sus «desavenencias» teológicas con Pablo pueden justificarse con relativa facilidad: la
conexión de Lucas con Pablo no debe verse necesaria y únicamente a nivel de escuela
teológica. Lucas no es un teólogo dependiente de la teología de Pablo. Ni tiene por qué
serlo. Ha descubierto, lo mismo que Pablo, que el único camino de salvación es la fe y
que este camino es el único querido por Dios. Esto lo repite hasta la saciedad. La pecu-
liaridad de Pablo está en que debe desarrollar estos pensamientos en confrontación
directa con el judaísmo y con la Ley. Pero ese no es el problema de Lucas. Que el punto
casi único de fricción del cristianismo con el judaísmo, en la obra lucana, sea la resu-
rrección de Jesús -tal como aparece, sobre todo, en el libro de los Hechos- se explica
porque éste es el tema mayor de la predicación apostólica. Pablo, desde perspectivas
distintas, se encontrará con otros puntos de fricción -la devaluación de la Ley, por ejem-
plo- que él aborda desde su propio ángulo de visión. Otras diferencias pueden explicarse
desde las fuentes de información propias de Lucas, como el concepto de apóstol que
Lucas ha podido recibir de hombres fiables para él y con mentalidad judeo-cristiana. Sin
embargo, su concepto de apóstol no le lleva a infravalorar a Pablo, al que considera
como un instrumento providencial actuado directamente por Cristo para llevar a cabo
una misión extraordinaria y verdaderamente excepcional.
LA COMUNIDAD LUCANA
La comunidad de origen de Lucas y los destinatarios de sus escritos o la comunidad o
comunidades a las que se dirige, las conocemos sólo de forma aproximada. Como ya
36 Nuevo Testamento
apuntamos, su comunidad de origen es Antioquía. Las características de aquella comu-
nidad cristiana: su independencia total frente al judaísmo -no olvidemos que enAntioquía
los discípulos comenzaron a llamarse «cristianos» (Act 11, 26) y esto significa la procla-
mación de su autonomía e independencia-; su relativa independencia frente a la Iglesia
de Jerusalén -Bernabé sirve de puente o mediador (Act 11,22)-; su empuje misionero y
su vivencia práctica de la libertad cristiana frente a la Ley, sin las implicaciones y compli-
caciones que el problema tenía para Pablo, coinciden con el espíritu que anima toda la
obra lucana. Añádase a esto su interés por la comunidad de Antioquía por los «temero-
sos de Dios», por el espíritu profético, por el desinterés en las cuestiones legales, por la
captación singular de la obra de Jesús abierta al mundo entero.
La perspectiva desde la que se escribe Lucas y los problemas a los que debe dar res-
puestas reflejan, de alguna manera, sus preocupaciones teológicas personales. ¿No se
había ido demasiado lejos en el distanciamiento e independencia frente a la Iglesia ma-
dre de Jerusalén? Era necesario romper con un particularismo excesivo (Act 1-5) que
hacía del cristianismo una especie de secta del judaísmo. De ahí la presentación de
Esteban como el cerebro genial que provocó la ruptura. Pero, ¿hasta el extremo del
distanciamiento real en relación con la Iglesia madre, que debió enviar como mediador a
Bernabé (Act 11,22s)? Era necesario que los «helenistas» estuviesen gobernados por
helenistas, no por judíos. De ahí la institución de los siete para su atención y cuidado.
Pero, ¿hasta el extremo de querer sustraerse al gobierno o autoridad de los Doce?
La actitud de Pablo -con la que simpatizaba, de forma práctica, la Iglesia de Antioquía-
(por eso al iniciar la gran misión, Bernabé, en un acto de humildad reconocerá la nece-
sidad de una cabeza más privilegiada que la suya, va a Tarso a buscar a Pablo, Acto
11,25s), ¿no era excesivamente radical? Su radicalismo frente a la Ley, ¿no significaba
un grave obstáculo para la evangelización a los judíos? Probablemente éstos y otros
interrogantes impusieron una mayor moderación y tolerancia en Lucas. Tal vez tenga-
mos aquí una de las explicaciones de las «desavenencias» teológicas entre Lucas y
Pablo. que, desde la problemática apuntada, no las haría tan incompatibles con un acom-
pañante de Pablo en sus viajes de misión.
Está claro que Lucas escribe para étnico-cristianos o cristianos procedentes del paga-
nismo. La localización de estos destinatarios debe buscarse en el ámbito de las comuni-
dades paulinas: en el Asia Menor o en Grecia. Y de las preocupaciones que tiene Lucas
se deducen los problemas de las comunidades que tiene delante. Fundamentalmente
eran dos. En primer lugar, quiere afianzarlas en su confianza en la doctrina tradicional
cristiana. A finales del siglo I, cuando la distancia de los orígenes era ya grande, era
necesario que alguien volviese la vista hacia atrás y, mediante su investigación y testi-
monio, garantizase, tal vez de forma definitiva y última, la continuidad de la tradición de
Jesús, «desde el principio». Había otra razón importante, que tiene bastante que ver con
la anterior. Estaban surgiendo por todas partes, particularmente en el ámbito de las co-
Nuevo Testamento 37
munidades a las que escribe Lucas, doctrinas erróneas que falseaban la pureza del
cristianismo original, en especial la herejía gnóstica (problema que se halla reflejado
también en la primera y en la segunda de Juan, en Ef y Col, en las Pastorales, en la 2Pe
y en la de Judas, cuyos destinatarios deben buscarse en el ámbito en el que se mueve
Lucas). La presentación del Evangelio que hace Lucas en las dos obras viene a decir
que estas falsas doctrinas contradicen a la tradición apostólica y, por tanto, que deben
ser rechazadas.
CARACTERISTICAS LITERARIAS DE LA OBRA DE LUCAS
En el prólogo del evangelio Lucas demuestra su capacidad de escribir un griego clásico
de altos vuelos.Afortunadamente para nosotros, y también para sus lectores inmediatos,
esto lo hace pocas veces. Otro buen ejemplo de su buen hacer literario tenemos en el
discurso de Pablo en el Areópago (Act 17). Su lenguaje habitual es el griego popular, el
de la lengua común o koiné. Es de notar, sin embargo, la atención de evitar palabras y
construcciones excesivamente vulgares. Como principio general hay que afirmar que
Lucas el griego de sus fuentes, en particular el de Marcos. Evita, por ejemplo, la palabra
esperma (Mc 12,20) para hablar de la decadencia y, en su lugar, dice «murió sin hijos»
(Lc 20,29, aunque la palabra «esperma» aparece en la cita que hacen sus interlocutores,
los saduceos, aduciendo el texto de Dt 25, 5). En la sintaxis no abusa, como hace Mar-
cos, de la simple partícula copulativa «y». Lucas maneja bien la sintaxis y sabe construir
oraciones subordinadas mediante el recurso a conjunciones, participios e infinitivos.
Lucas evita vocablos semíticos y latinos. Sin embargo, imita el estilo de los LXX, particu-
larmente en el evangelio de la infancia y en los discursos de misión de los Hechos. A
veces tenemos la impresión de que su griego se halla profundamente impregnado por el
utilizado en la versión griega de los LXX. Pero en Lucas esto no puede llamarse
«semitismos» de Lucas no apuntan necesariamente a las fuentes semíticas utilizadas.
El arte literario de Lucas y su talento se pone de manifiesto cuando pone en boca de sus
personajes las palabras y discursos adecuados. Hace hablar a Pedro con la solemnidad
con que se supone que debía caracterizar al primero de los apóstoles y representante
oficial de los Doce, y a Pablo con la sagacidad, Sutileza y dialéctica que debían corres-
ponder a un misionero que tenía que enfrentarse con todo tipo de circunstancias, casi
siempre adversas.
Otro aspecto importante, desde el punto de vista literario, nos lo ofrece Lucas en la forma
de utilizar sus fuentes. Se sirve de ellas aduciéndolas en pequeños bloques: el de la
infancia (1, 5-2,52); material de Marcos (3, 1-16,19); Q y fuentes propias (6, 20-8,3, la
«pequeña inserción»)... Los distintos bloques informativos y los desarrollos más o me-
nos importantes los destaca mediante noticias que los anticipan o mediante datos retros-
pectivos que los recuerdan.
38 Nuevo Testamento
EL PROBLEMA DE LAS FUENTES
Es este un problema más grave que en los otros sinópticos. Para captarlo es preciso
tener en cuenta los siguiente:
- Es evidente que ha conocido y utilizado a Marcos: de los 661 versículos de Marcos,
Lucas ha tomado alrededor de 350.
- Por otra parte, Lucas omite una sección importante de Marcos (6, 45-8, 26), entre
otras cosas.
- Es el evangelio que tiene más materia propia (de 1,149) versículos que componen
su evangelio, 548 son exclusivos de Lucas).
- Es preciso, por tanto, contar con Marcos y Q como fuentes de Lucas; pero esto
resulta insuficiente. Se ha pensado que el actual evangelio de Lucas utilizó, además
de Marcos y Q, otro evangelio anterior y completo. Sería el así llamado «Pronto-
Lucas» (el primer Lucas). La hipótesis, sin embargo, carece de consistencia, porque
esto significaría haber dejado huellas más profundas en el evangelio actual, sobre
todo en el relato de la pasión. Ahora bien, las particularidades de Lucas no nos
obligan a pensar en otro evangelio completo como fuente.
- El material propio procede de otras fuentes, orales o escritas, a las que debe un
contenido muy rico, como lo demuestran los relatos siguientes: el buen samaritano,
el rico insensato, el rico epulón y el pobre Lázaro, el fariseo y el publicano, el hijo
pródigo, el juez inicuo y la viuda, Marta y María, la mujer pecadora....
- Caso aparte constituyen los dos capítulos primeros. Todos los indicios apuntan a
que el evangelio comienza en 3,1 (incluso la genealogía aparece en este capítulo.
Compárese con Mateo); el estilo de estos capítulos es más semítico... Lo más
probable es qu el mismo Lucas lo añadió, a modo de prólogo, a su evangelio ya
compuesto.
LUCAS EL HISTORIADOR
Lucas ha tenido siempre fama de historiador. Para hacer justicia a esta apreciación es
preciso poner de relieve las características de la historia que escribe.
a) Su historia dentro de la historia antigua. Como es sabido, la forma de escribir la
historia entre los griegos (la historia antigua) era un arte. Pretendía deleitar y pro-
curar «sabiduría» o instrucción moral. Desde este punto de vista demostraba un
interés arqueológico y estético por el pasado. Es lo que hace Lucas, particularmen-
Nuevo Testamento 39
te en el evangelio de la infancia: acentúa la continuidad de la Iglesia con su pasa-
do; evoca el sacerdocio levítico; describe las costumbres piadosas judías; idealiza
la vida de oración familiar, cuyos prototipos son las familias del Bautista y de Je-
sús; traslada a los orígenes del evangelio, el mundo legendario del Antiguo Testa-
mento; se sirve de la historia de Zacarías, de Isabel y de María; cuenta visiones y
visitas del cielo, que anuncian el consuelo de Israel.
El mesianismo judío se halla constantemente presente, aunque Lucas lo traslada y
lee con clave cristología: el anuncio del ángel comunica a los pastores que les ha
nacido, en la ciudad de David, un salvador que es el Cristo Señor (2,11); la acusa-
ción suprema del Sanedrín contra Jesús está centrada en la pretensión, que ha
manifestado con claridad, de ser el Cristo Rey (23, 2). En ambos casos «cristo» es
un adjetivo que significa «el Ungido». La decepción de los discípulos ante la muer-
te de Jesús está provocada porque ellos creían que iba a redimir a Israel (24,21). Y
este es el pensamiento fundamental que tenemos en los cánticos del comienzo
del evangelio (1,46-55; 68-79: 2,29-32).
b) Su obra es una historia salvífica o de salvación, que ve la historia evangélica
como parte de un proceso histórico controlado y dirigido por Dios. Los rasgos más
salientes en este sentido son los siguientes: la colocación de la genealogía al prin-
cipio de la obra, para indicar que Jesús es el complemento y plenitud de la historia
real-regia de Israel; presenta la vida de Jesús como el período decisivo en la mar-
cha de la historia salvífica (16,16, que tal vez sea el texto más revelador de la
intención de Lucas). Esta intención fue la que le obligó a escribir un segundo libro,
en el que la vida de la Iglesia es presentada como continuación de la vida de Jesús
o, dicho de otro modo, la vida de Jesús es el punto de partida, el comienzo, de la
vida de la Iglesia. En ella sigue actuando el mismo Espíritu de Jesús (Act 1, 8;
2,1ss; 2, 38; 5,32; 10, 44ss).
c) La historia particular, que él narra, la encuadra dentro del marco de la historia
universal. Desde este interés histórico se explica otra serie importante de deta-
lles: la datación del nacimiento de Jesús (3,1s); la genealogía que, partiendo de
José y a través de David, no se queda en Abraham -como es el caso de Mateo-,
sino que llega hasta Adán (3, 23-38); el discurso inaugural tenido en la sinagoga de
Nazareth (4,16ss), inmediatamente después del relato de las tentaciones, es todo
un programa: el rechazo por parte de Israel significa la apertura del evangelio al
mundo entero.
ESTRUCTURA O DIVISION
Prólogo: (1, 1-4)
40 Nuevo Testamento
Prehistoria, que comprende el díptico de las infancias del Bautista y de Jesús, la activi-
dad de Juan y la preparación del ministerio de Jesús, que incluye sus tentaciones (1, 5-
4, 13).
1. Inauguración del ministerio en Galilea: (4, 14-44).
El discurso inaugural (4, 16-30)
La palabra y los milagros (4, 31-44).
2. Ministerio itinerante de Jesús entre el pueblo (5,1-9, 50).
Anticipación de la organización eclesial (5, 1-6, 19)
Discurso de la llanura (6, 20-49)
Distanciamiento incipiente de Israel (7, 1-50)
Evangelización mediante palabras y hechos (8, 1-56)
La revelación de Jesús a sus discípulos (9, 1-50)
3. El gran viaje (9, 51-19, 27)
Discipulado y misión (9, 51-13, 21)
La salvación de lo perdido (13, 22-17, 10)
4. Jesús en Jerusalén, pasión y muerte (19, 28-24, 53)
Actividad de Jesús en Jerusalén (19, 28-21, 38)
Pasión y muerte de Jesús (22, 1-23, 56)
La jornada pascual (24, 1-53)
La estructura o división propuesta no es la única posible. Lo más frecuente es presentar
el evangelio de Lucas dividido en ocho puntos: el prólogo (1, 1-4); el evangelio de la
infancia (1, 5-2, 52); preparación del ministerio público de Jesús (3, 1-4, 13); ministerio
de Jesús en Galilea (4, 14-9, 50); el viaje a Jerusalén, como «éxodo» de Jesús (9, 51-19,
27); ministerio de Jesús en Jerusalén (19, 28-21, 38); relatos de la pasión (22, 1-23,
56a); relatos de la resurrección (23, 56b-24,53).
Son posible otras divisiones. Lo cual indica que el principio que ha tenido delante Lucas
para estructurar su materia no está suficientemente clarificado. Hemos optado por la
estructura o división propuesta, porque creemos que demuestra mayor coherencia y
consistencia en los grandes bloques que hemos distinguido; en ella se pone de manifies-
to que no se trata de una simple secesión de episodios o acontecimientos; existe una
dialéctica interna entre ellos y consideramos que la división propuesta lo pone más de
relieve.
Nuevo Testamento 41
CAPITULO II: CONTENIDO DEL EVANGELIO
PROLOGO
En el prólogo de su obra (1, 1-4), Lucas nos ha dejado constancia de las razones que
justifican y de los motivos que la impulsan.
a) Pretende ofrecer un relato de «los acontecimientos ocurridos entre nosotros».
La frase se refiere a la vida, muerte y resurrección de Cristo. Dichos acontecimien-
tos no son simple historia pasada: siguen operantes en el vida de las comunidades
cristianas y son los acontecimientos fundantes de la misma comunidad cristiana, o
la comunidad cristiana es fruto de los mismos. Lucas no inventa, sino que describe
el suelo histórico sobre el que se construye con absoluta seguridad la comunidad
cristiana de su tiempo. La vitalidad y certeza de esta base se hallan demostradas
por los frutos producidos: muchas gentes no han tenido acceso a dichos sucesos
y, sin embargo, viven de ellos y su vida se halla determinada por ellos. Entre
dichas personas se halla el mismo Lucas. Su seguridad es la seguridad de la co-
munidad, no simplemente la seguridad de una persona. Lucas presta su pluma y
su boca a la comunidad cristiana, que escribe y habla en él y por él.
b) La historia no se escribe de una vez para siempre. Y menos la historia cristiana.
Junto al intento de «muchos», Lucas quiere ofrecer su propia visión e interpreta-
ción de los acontecimientos. Entre los «muchos» que Lucas conoce y utiliza está,
por supuesto, el evangelio de Marcos, la fuente y otras menos identificables, pero
que Lucas ha tenido delante. El ha llevado a cabo una información e investigación
tan seria como la requerida por la importancia de los hechos que pretende narrar.
c) Lucas escribe como historiador: tiene delante la presentación hecha por aquellos
que, antes de él, tuvieron análoga finalidad. Pero no quiere ser simplemente repe-
tidor: su esfuerzo va ordenado a la investigación de la totalidad (así lo demuestra
su materia específica, el evangelio de la infancia...) y a la presentación de los
hechos de su propia interpretación.
d) Como «historiador», al estilo de la época, Lucas pretende narrar las cosas «orde-
nadamente». ¿Qué significa este orden? Varias cosas: sigue el orden de sus fuen-
tes (Mc y Q); descubre los grandes períodos de la historia de la salvación desde la
dialéctica de la «promesa-cumplimiento»; desvela el plan unitario de Dios en la
historia de la salvación; la certeza del cumplimiento de los que ya se ha realizado
se convierte en argumento de la seguridad de lo anunciado. ¿Llega, en el orden
mencionado, a referirse a los acontecimientos que narrará en su segunda obra, el
libro de los Hechos? Al menos, como probabilidad, no debe descartarse.
42 Nuevo Testamento
e) Lucas escribe como creyente. Y, como tal, se apoya en los «testigos oculares y
ministros de la palabra» (es una razón interna de credibilidad). Ellos vivieron en
comunión personal con Jesús y de ella deriva su testimonio, que es fidedigno. Al
aducir a los testigos inmediatos Lucas alude, muy probablemente, al favor jurídico
de dichos testigos. Y como su testimonio es la base de los escritos de otros «mu-
chos», Lucas coloca su evangelio junto a los otros evangelios que ya circulaban
por las comunidades cristinas.
f) La credibilidad de lo narrado, que pretende suscitar la confianza de los lectores, se
apoya en que Lucas ha coleccionado y valorado todo el material que le ofrecían
sus fuentes fidedignas; como historiador de la vida de Jesús se apoya sobre base
segura; su información merece credibilidad porque, aunque no ha participado per-
sonalmente en los sucesos que narra, ha recibido su información de aquellos tes-
tigos inmediatos.
g) La dedicatoria, tanto del evangelio como de los Hechos, sirve, al menos, para
garantizar la difusión de la obra. Según la costumbre griega la obra es dedicada a
un mecenas, colocándola así bajo su protección. Muy probablemente el ilustre
Teófilo conoce ya las «palabras» (es el vocablo que utiliza el texto griego) o ense-
ñanzas sobre Jesús. La obra debe afianzar a este cristiano en su fe, ya que el
cristianismo es una realidad cuya característica última y más profunda es su segu-
ridad o la certeza interna y externa. Probablemente Teófilo es también una persona
representativa de los cristianos a los que va destinado el evangelio de Lucas. A
ellos, en la persona de Teófilo, se les intenta asegurar la confianza en la doctrina
cristiana frente a las desviaciones doctrinales de que ya entonces estaba siendo
objeto.
PREHISTORIA
1. EL EVANGELIO DE LA INFANCIA (1, 5-2, 52)
Como punto de partida para su estudio debe tenerse en cuenta que no formó parte ni del
Kerigma ni de la catequesis primitiva; fue incluso posible escribir el evangelio sin contar
con los relatos de la infancia (así lo demuestran los evangelios de Mc y de Jn). En los
discursos del libro de los Hechos, que recogen el kerigma original un tanto ampliado,
tampoco se hace referencia a ellos. El evangelio de la infancia representa muy probable-
mente la última reflexión cristiana sobre el hecho de Jesús , en el orden siguiente: pasión
- muerte y resurrección, ministerio público, evangelio de la infancia. Esto nos lleva a una
conclusión muy importante: se trata de relatos muy «teologizados» en los que, mucho
más importante que la historia es la teología o la confesión cristiana de la fe. Exponemos
a continuación los episodios más importantes.
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Nuevo testamento i g25201

  • 1. 113 Guía Didáctica: Estadísitca I Modalidad Abierta y a D istancia Universidad Técnica Particular de Loja MATERIAL DE USO DIDÁCTICO PARA ESTUDIANTES DE LA UNIVERSIDAD TÉCNICA PARTICULAR DE LOJA, PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL POR CUALQUIER MEDIO Reciba asesoría virtual en www.utplonline.edu.ec ABRIL - AGOSTO/ 2006 NUEVO TESTAMENTO I Guía Didáctica UNIVERSIDAD TÉCNICA PARTICULAR DE LOJA La Universidad Católica de Loja MODALIDAD ABIERTA Y A DISTANCIA ESCUELA DE CIENCIAS HUMANAS Y RELIGIOSAS PROFESOR : P. Milko René Torres Ordoñez TELÉFONO : (07) 2 570 275 Ext. 2121 E-MAIL : mrtorres@utpl.edu.ec (UTPL) mtorres@utplonline.edu.ec (Modalidad Virtual) 2 ciclo DATOS DE IDENTIFICACIÓN: 25201 ABRIL - AGOSTO 2007
  • 2. Universidad Técnica Particular de Loja114 Guía Didáctica: Estadística I Modalidad Abierta y a D istancia © NUEVO TESTAMENTO I Guía didáctica Milko René Torres Ordónez © UNIVERSIDAD TÉCNICA PARTICULAR DE LOJA 11-01-608 LOJA (Ecuador) Telfs.: (593) (7) 2570275 (593) (7) 2588730 Fax: (593) (7) 2585974 E-mail: infodistancia@utpl.edu.ec Web: www.utpl.edu.ec Reservados todos los derechos conforme a la ley. No está permitida la reproducción total o parcial de esta guía, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright. Diagramación, diseño e impresión Editorial de la Universidad Técnica Particular de Loja Enero, 2006 84 ejemplares Primera edición Segunda reimpresión
  • 3. Nuevo Testamento 3 1. Introducción Nuevo Testamento I es una asignatura que corresponde al Segundo Ciclo de estudios de la Escuela de Ciencias Humanas y Religiosas. El Nuevo Testamento tiene como centro a Jesucristo, El Camino, La Verdad y La Vida. El anuncio del Reino de Dios es su tarea central. Sin duda, el Nuevo Testamento, es una comprensión del sentido de la acción salvadora revelada en Jesús: su persona y su anuncio. Por eso, es importante identifi- car de una manera precisa la Revelación que Dios nos ofrece en Jesús y su anuncio. Según el sentido común de los exegetas, los Evangelios no son simplemente una historia de Jesús, una crónica sobre sus hechos y discursos, sino, ante todo, una profesión de fe que camina de la mano junto con el anuncio del Evangelio. Los hechos y dichos de Jesús recogidos y redactados por los Evangelistas, debieron tener una gran función y a la vez debieron haber su- frido no pocas transformaciones para adaptarlos a las necesidades salvíficas de las distintas comunidades a quienes se dirigía el Evangelio. La función de y la consecuente transformación no desaparecen al integrarse en una es- tructura narrativa, como se puede observar fácilmente al comparar entre sí los cuatro Evangelios. Todo esto nos sugiere que, para identificar el real acontecer de Jesús de Nazareth y su concreto anuncio, no podemos emplear de inmediato sin co- nocer el proceso mismo de formación de sus distintas unidades (discursos, parábolas, dichos, milagros, gestos, etc) dentro de la tradición vitalmente activada por la predicación del Evangelio y con qué intencionalidad fueron recogidas y redactadas por los Evangelistas. En la Introducción de la Biblia Latinoamericana, encontramos que “el Nuevo Testamento es en la Biblia la colección de 27 libros que se escribieron en los setenta años posteriores a la resurrección de Jesús y en los que la Iglesia de los apóstoles reconoció la expresión autentica, de la fe por muy inspirados que sean por Dios, estos libros no cayeron del Cielo, sino que se deben a apóstoles y evangelistas de la Iglesia primitiva no pretenden contestar todas nuestras preguntas e interrogantes respecto a la fe: son un conjunto de tes- timonios respecto al impacto que produjo en sus contemporáneos esta per- sona única que es Cristo Jesús. Pero ¿ por qué hay un Nuevo Testamento
  • 4. 4 Nuevo Testamento después del Antiguo? Sencillamente porque son dos partes de una misma historia, y las divide la cruz de Jesús. En el Antiguo Testamento un pueblo se va formando, madura a través de sus experiencias y, después de haber expresado las mil y una cosas que buscan los hombres, entiende que solamente importa esperar las mil y una cosas que buscan los hombres, entiende que solamente importa esperar y buscar el Reino de Jus- ticia en que los hombres serán hechos nuevos”. Cada uno de los autores del Nuevo Testamento nos presentan su propia visión de los acontecimientos que han girado en torno al Hijo de Dios. Resulta, por tanto, una tarea apasionante introducirnos en el mundo del Nuevo Testamento. No pretendemos, sola- mente conocer, sino vivir profundamente el encuentro con el Resucitado. Le invitamos a estudiar, no tanto para aprobar la asignatura, sino para gustar de ella y asumirla plenamente. Supone, de su parte, una gran tarea. Ud., va a leer la Palabra de Dios. Se va a alimentar de ella. Va a poder analizarla e integrarla en su vida. Es un estudio con responsabilidad, la que le exigirá puntualidad académica en la elaboración de las dos evaluaciones a distancia que están a su disposición. La primera, comprende un itinerario por el mundo de la formación del Nuevo Testamento, de los primeros cristianos y de todo lo que significa el acontecimiento “ Jesús de Nazareth”. Será muy interesante conocer el entorno paulino y el Evangelio según San Marcos. . Se trata de una introducción a una panorámica muy compleja. San Marcos se va a caracterizar por demostrar que Jesús es el Evangelio. La segunda, nos va a permitir estudiar a San Mateo, San Lucas y a San Juan. Por una parte, el médico griego es el autor del llamado “Evangelio de la misericordia”, con una convicción muy honda que Jesús es el Salvador. Por otra parte, san Juan, el discípulo amado, nos irá mostrando los cauces por los cuales se llega a descubrir que Jesús es el Hijo de Dios glorificado en la cruz. Nos vamos a apoyar en el texto de Etienne Charpentier: Para leer El Nuevo Testamento. Junto a esta bibliografía básica, le proponemos una bibliografía complementaria. No está demás, mencionar que el punto de referencia obligado para hacer un buen trabajo es la Biblia. Preferimos la de Jerusalén, por sus introducciones y su aparato crítico. Del mismo modo, Ud., deberá acudir a diccionarios y vocabularios bíblicos. Esto, le ayudará a conocer las diversas fuentes de consulta, indispensables para cualquier interesado en empezar a desentrañar el gran misterio de la Biblia. Éxitos en la tarea que va a emprender. Cuente con la ayuda de quien va ser guía en los próximos meses.
  • 5. Nuevo Testamento 5 Al finalizar el estudio de esta asignatura, Ud., logrará: - Conocer, valorar y analizar críticamente qué comprende el Nuevo Tes- tamento - Introducirse en el mundo neotestamentario, para valorar sus personajes, la geografía y el mensaje que tiene la Palabra de Dios para todos lo hombres. 2. Objetivos generales
  • 6. 6 Nuevo Testamento PRIMER BIMESTRE UNA GUIA BÍBLICA Preparativos para el viaje 1. Las tres etapas de la formación del nuevo testamento 2. El género literario “ Evangelio” 3. Los géneros literarios en los evangelios 1. El mundo de los primeros cristianos 1. El imperio romano 2. Palestina 3. Yamnia o el judaísmo después del 70 d. C 4. Los primeros cristianos 2. El acontecimiento pascual 1. Los discípulos proclaman su fe. El kerigma 2. Los discípulos celebran su fe. Credo. Cánticos 3. Los discípulos cuentan su fe. Los relatos a) Relatos de celebración en peregrinación: El sepulcro abierto b) Relatos de aparición para constituir testigos oficiales c) La experiencia cristiana: apariciones a los discípulo 4. ¿Y ahora? 3. Pablo y sus cartas 1. Carta a los filipenses 2. 1 y 2 tesalonicenses 3. Las grandes cartas: Corintios. Filipenses. Gálatas. Romanos 5. Cartas de la cautividad: Colosenses, Efesios, Filemón, Hebreos y Car- tas Católicas 6. El Cristo de Pablo 7. El obrar cristiano o la moral cristiana 3. Contenidos generales
  • 7. Nuevo Testamento 7 4. Evangelio según San Marcos 1. Lectura de conjunto 2. Algunos textos de Marcos 3. La pasión según Marcos 4. El Jesús de Marcos 5. Los milagros y el Reino de Dios SEGUNDO BIMESTRE 5. Evangelio según San Mateo 1. Lectura de conjunto 2. Algunos textos de Mateo 3. La Pasión según San Mateo 4. El Jesús de Mateo 6. Las Parábolas 6. La obra de Lucas: Evangelio y Hechos 1. Lectura de conjunto 2. Algunos textos de Lucas 3. La Pasión según Lucas 4. El Jesús de Lucas 7. Las Parábolas 7. La obra de Juan: Evangelio y cartas 1. Lectura de conjunto 2. Algunos textos de Juan 3. La Pasión según Juan 4. El Jesús de Juan 5. culto o la vida vivida en la Eucaristía 8. Apocalipsis 1. Lectura de conjunto 2. Algunos textos del Apocalipsis 3. El Cristo del Apocalipsis 4. “Según las Escrituras” Comienzo del evangelio 1. Jesús comienzo del Evangelio 2. ¿ Escribir el Evangelio hoy
  • 8. 8 Nuevo Testamento 4.1. Bibliografía Básica CHARPENTIER, E., Para leer el Nuevo Testamento, Estella (Navarra) 1997. El autor habla de una “guía turística” del Nuevo Testamento: evocación con- creta de la situación histórica en que vivieron Jesús y los primeros cristianos, presentación sugestiva de los diferentes libros, valoración de los textos más importantes con unos cuestionarios que invitan a su estudio, en grupo e indi- vidualmente. Esta guía es un instrumento pedagógico para los catequistas, válida también para el predicador, el animador de grupos bíblicos y, más en general, por todos aquellos, creyentes o no, que se interesan por un descubrimiento serio del Nuevo Testamento. BIBLIA DE JERUSALÉN Es una edición clásica. Recomendable para los estudiosos de la Palabra de Dios. Tiene excelentes notas críticas. 4.2. Bibliografía complementaria BRIGHT, J., La Historia de Israel, Bilbao 1987. Diccionario enciclopédico de la Biblia, Barcelona 1993. FITZMYER, J., EL Evangelio de san Lucas, Madrid 1987. JUNCO GARZA, C., Escucha Israel, México 1995. MANUCCI, V., La Biblia como Palabra de Dios, Bilbao 1988. PIKAZA X., El evangelio. Marcos, Estella (Navarra) 1995. 4. Bibliografía
  • 9. Nuevo Testamento 9 1. Lea detenidamente el texto, de modo particular las unidades temáticas sugeridas para cada evaluación. 2. Sintetice los contenidos. 3. Tenga en cuenta las indicaciones para el trabajo. 4. Busque otras fuentes de consulta. 5. Mediante la lectura seria de este trabajo, Ud., debe lograr tener una visión crítica de los acontecimientos bíblicos y hacer su propia teología. 6. Redacte con claridad sus ideas. Evite, en lo posible, escribir frases ambiguas, o transcribir sin más el texto. Piense en quien va a leer su trabajo. 7. Al final de cada jornada de trabajo, revise bien sus ideas. 8. Sea puntual en entregar su trabajo. 9. Su trabajo debe constar tanto del primero como del segundo bimestre. Debe adjuntarlo a la primera evaluación a distancia en las fechas indicadas. 5. Orientaciones metodológicas para el estudio
  • 10. 10 Nuevo Testamento 1. Elabore un cuadro sinóptico de cada unidad. 2. Destaque dos ideas teológicas y dos aplicaciones pastorales de cada unidad. 3. Elabore un mapa geográfico de Palestina 4. Acuda a otras fuentes bibliográficas. 5. Acuda a vocabularios y diccionarios bíblicos, en los que podrá aclarar términos que pueden parecer oscuros. Así, podrá hacer su propio vocabulario paulino. 6. Redacte variedad de ensayos, los cuales le ayudarán a ser crítico en sus pensamientos y a mejorar su redacción. 6. Actividades recomendadas
  • 11. Nuevo Testamento 11 PRIMER BIMESTRE1 El siguiente tema es un estudio acerca de la espiritualidad paulina. Vamos a conocer a Pablo en su cercanía a Jesús y su amor por la Iglesia. ESPIRITUALIDAD DEL APÓSTOL SEGÚN PABLO Homilía de San Juan Crisóstomo acerca de San Pablo. «Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus pro- pias palabras: «Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacía lo que está por delante...» En medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: «Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo». Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros emplea- mos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apete- cen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios. Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los podero- sos y a los príncipes; prefería ser, con este amor; el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables. Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolera- ble. Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el Reino, las promesas, el conjunto de todo bien; 1. Cfr. J.A.AMPUERO, Espiritualidad del Apóstol san Pablo, Fundación Gratis Date, Pamplona 1990.
  • 12. 12 Nuevo Testamento sin este amor nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves. Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gober- nantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito. Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo. Pablo, encerrado en la cárcel, habitaba ya en el cielo, y recibía los azotes y heridas con un agrado superior al dc los que conquis- tan el premio en los juegos...». Prólogo La tradición cristiana conoce a San Pablo como «el Apóstol», sin más. El no sólo ha vivido apasionadamente la misión que le había sido confiada, sino que en sus cartas transluce esta vivencia. Sus escritos no son asépticos e impersonales, sino que en cada línea se manifiesta el alma y el corazón del apóstol. Sus deseos y anhelos, sus luchas y fatigas, sus proyectos... están al alcance de quien lee sus cartas. Estas páginas recogen lo que he ido entresacando a lo largo y ancho de las cartas de San Pablo, de su vivencia apostólica. Como se ve, aparece una gran riqueza de detalles, que constituye lo que podríamos denominar el testimonio apostólico de San Pablo. Se- guramente él no ha pretendido reflejamente expresarlo así, pero es providencial que haya quedado plasmado por escrito, pues ha servido de orientación a los cristianos y apóstoles de todas las épocas. También para nosotros puede ser iluminador. Ante el reto de la nueva evangelización y del tercer milenio del cristianismo que comenzamos, es necesario ante todo un nuevo ardor para que el Evangelio se difunda. Las actitudes apostólicas que San Pablo testi- monia - válidas para todo apóstol, sacerdote, seglar o religioso— son básicas y esen- ciales; sin ellas ningún método resultará eficaz ni fructuoso. Introducción «La plenitud de los tiempos» (Gal. 4,4) A San Pablo le ha tocado vivir en el momento culminante de la historia, en la plenitud de los tiempos, cuando «Dios envió a su Hijo» al mundo, «para rescatar a los que se halla-
  • 13. Nuevo Testamento 13 ban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gal. 4,4-5). El momento en que, con la venida de Cristo se ha manifestado a los hombres y se ha realizado el miste- rio de la salvación escondido y mantenido en secreto durante siglos eternos (Rom. 16,25- 26; Ef 3,5-6). Este hecho es imprescindible para entender la colosal obra misionera y apostólica de Pablo. Pues él - como por lo demás los restantes autores del NT. - tiene conciencia de estar en esa «plenitud de los tiempos». Con frecuencia en sus cartas le sorprendemos contraponiendo el «antes» de la venida de Cristo al «ahora» instaurado por esa misma venida. Por el hecho de que Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo, llega a afirmar: «pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Cor. 5,17). Pablo es consciente de que la venida de Cristo ha traído consigo toda novedad y ha desbordado toda expectativa al realizar una «nueva creación». Cuando reflexione sobre su ministerio afirmara sin rodeos que este ministerio - el suyo y el de los demás apóstoles del N. T.- supera sin comparación posible el ministerio de Moisés, el gran mediador de la antigua alianza. Los ministros de la nueva alianza están puestos al servicio de la acción del Espíritu. Como ministros del evangelio, les ha sido concedida la gracia de anunciar una Buena Noticia inmensamente gozosa y sorprenden- te: «el amor de Dios manifestado en Cristo» (Rom. 8, 39) que se ha entregado por cada uno (Gál. 2,20) para rescatamos de nuestros pecados (Gál. 1,4). Al apóstol le ha sido confiado el anuncio de este acontecimiento incomparable que es portador de salvación (1 Con 15,1-5). Es esto lo que espolea al apóstol: el deseo de transmitir y hacer partícipes a todos de este «tesoro» (2 Cor. 4. 7). Por eso exclamará: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; Es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Más si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado» (1 Cor. 9, 16-17). Colocado en la plenitud de los tiempos y portador de tal tesoro y de semejante novedad, Pablo se siente impelido y urgido a hacerlo llegar a todos, absolutamente a todos. Una tras otra, irán cayendo distancias, fronteras y dificultades y el Evangelio irá extendiéndo- se de la mano de Pablo por todo el inmenso Imperio romano como un fuego incontenible. Su única obsesión será llevar el Evangelio y el nombre de Cristo allí donde todavía no es conocido (Rom. 15,19-21; 2 Cor 10,15-16). «Apóstol por vocación» Rom 1,1 Las palabras de Festo en He. 25,19 («un difunto llamado Jesús, de quien Pablo sostiene que está vivo») las podría haber hecho suyas el propio Pablo antes de su conversión refiriéndose a los cristianos.
  • 14. 14 Nuevo Testamento En efecto, la experiencia del camino de Damasco consistió esencialmente en esto: ese Jesús a quién Pablo consideraba definitivamente muerto se le presentó repentinamente vivo y lleno de gloria («Yo soy Jesús a quién tú persigues»: He. 9,5). Pablo no le ha buscado, ni se ha preparado a este encuentro; por el contrario, ha luchado ferozmente contra los cristianos y su evangelio. Y sin embargo, el Resucitado irrumpe en su vida y Pablo queda «apresado» por Cristo Jesús (Fil. 3,12). Todo su ímpetu y toda su actividad evangelizadora arrancan de este hecho: él tiene conciencia clara de que no es apóstol por voluntad propia, sino «por voluntad de Dios» (l Cor. l, l; 2Cor 1,1; Ef. 1,1). Sabe muy bien que es «llamado como apóstol» (Rom. 1,1) exactamente como lo habían sido los Doce, porque le ha llamado el mismo Jesús que les llamó a ellos; y - lo mismo que ellos - también Pablo ha sido llamado por su nombre (He. 9,4)... El hecho de haber sido llamado «por gracia» (Gal. 1,15) no quita fuerza a esta vocación, sino todo lo contrario: pone más de relieve la iniciativa absolutamente gratuita de Dios que llama no en virtud de los méritos contraídos sino por pura benevolencia, que tiene misericordia con quien quiere (Rom. 9,15-18). De hecho Pablo no dejará de maravillarse y sorprenderse a lo largo de toda su vida de que haya sido llamado precisamente él: «a mi, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente» (1 Tim. 1,13). Toda su predicación acerca de la gracia brotará de esta experiencia primera y fundante: «Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo; y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él» (1 Tim. 1,15-16). Y Pablo sabe que esta llamada, que tan en contra va de sus convicciones anteriores y de su conducta pasada (Gál. 1,13-14). no es algo casual, sino que hunde sus raíces en la eternidad. Tiene conciencia de que en realidad ha sido «separado» por Dios ya «desde el seno materno» (Gál. 1,15). El, tan buen conocedor de las Escrituras, podía aplicarse a sí mismo las palabras dirigidas por Yahveh al profeta Jeremías: «Antes de haberte for- mado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieses te tenía consagrado» (Jer. 1,5). «Tuvo a bien revelar a su Hijo en mi...» Con estas palabras tan sintéticas resume San Pablo lo acaecido en el camino de Da- masco. Sin entrar en detalles de lo que sucedió por fuera, da a entender que la llamada de Dios ha sido fundamentalmente una llamada interior («en mí», «dentro de mí»), una «iluminación» o «revelación» por la que Pablo «ha visto» a Jesús (1 Cor. 9,1) y le ha conocido como Señor e Hijo de Dios. Es decir, no sólo ha comprobado que Jesús estaba vivo, sino que ha entendido quién era ese Jesús (lo cual sólo es posible por revelación de Dios: Mt. 16, 17; 11,25-27).
  • 15. Nuevo Testamento 15 Pablo, aun ir conociéndose «indigno del nombre de apóstol por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (1 Cor. 15,9), no puede dejar de afirmar que se le «apareció» Cristo Resucitado, exactamente igual que se les había aparecido a los Doce y a los demás discípulos (1 Cor. 15,5-8). Y esta «aparición» o «revelación» ha sido un desbordamiento dc luz en su corazón: Dios mismo ha hecho brillar en su corazón la luz de Cristo (2 Cor. 4,6). Y este brillo ha sido de tal intensidad que ha trastocad o la vida y los valores dc Pablo. El, que tenía «motivos para confiar en lo humano» por su ascendencia hebrea y que era «intachable» en el cumplimiento de la Ley santa dada por Dios a través de Moisés (Fil. 3,4-6), hace esta confesión sublime: «lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quién perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Fil. 3,7-8). A partir de ese momento, cuando Pablo se presente en el areópago de Atenas y en los demás «areópagos» del inmenso imperio romano, no será un predicador más de doctri- nas nuevas o desconocidas, sino testigo de un Cristo vivo y glorioso que ha transforma- do su existencia. Lo mismo que Moisés (Ex. 34,29), pero de una manera incompa- rablemente más perfecta (2Cor. 3,7-11). será testigo de ese Cristo que ha visto «cara a cara» (Cf. Ex. 33,11) y - como un espejo - reflejará su gloria en su rostro y con toda su vida (2Cor. 3,18). «...para que yo le anunciase entre los gentiles» (Gál, 1,16) Llama la atención que en San Pablo el encuentro con Cristo y la llamada a ser apóstol y a anunciar el evangelio van inseparablemente unidos. Así aparece en el mencionado texto autobiográfico de Gal. 1,16. Y así aparece también en los tres relatos de su conver- sión que nos presenta San Lucas en el libro de los Hechos (He. 9, 15;22,l4-l5;26, 16-18). Da la impresión de que al encontrarse con Cristo, Pablo ha encontrado el tesoro escon- dido (cf. Mt. 13,44) y como la mujer de la parábola siente la necesidad de contar a todo el mundo que ha encontrado algo de gran valor (cf. Lc. 15,9). Evangelizar es eso: llevar a los hombres un anuncio gozoso, entusiasmante y contagio- so. La Buena noticia es la palabra misma de Cristo, ese Cristo enviado por el Padre para la salvación dcl mundo. Y Pablo, que ha experimentado en sí mismo la alegría producida por el encuentro con Cristo, experimenta también el impulso incontenible a transmitir esa dicha a todos. Como Pedro y Juan, podría decir: «No puedo callar lo que he visto y oído» (He. 4,20). Más aún, siente la llamada evangelizara los gentiles, es decir, a aquellos que los judíos consideraban por definición «pecadores» (Gal. 2,15), pues no conociendo la Ley mucho
  • 16. 16 Nuevo Testamento menos podían cumplirla. Pablo, que sabe que todo lo que le ha sucedido es humana- mente inexplicable, que ha sido fruto del amor gratuito y misericordioso de Jesucristo, entiende claramente que esa salvación es ofrecida de manera igualmente gratuita e inmerecida a todos, sean quienes sean, pues Cristo murió por los pecadores (1 Tim. 1,15). es decir, por todos (2Cor 5,14). « Somos colaboradores de Dios» (1 Cor. 3,9) Consciente de su indignidad y de que ha sido «misericordiosamente investido de este ministerio» (2 Cor 4,1), San Pablo sabe que su misión consiste nada menos que en ser «colaborador de Dios». Esta misión tan sublime la vive ante todo con gratitud y admiración: «Doy gracias... a Cristo Jesús, que se fió de mí y me confié este ministerio» (1 Tim.1,12). Cuando escriba a Timoteo, ya en los últimos años de su vida, Pablo no ha dejado de admirarse ante este hecho increíble: «¡Se fió de mí!» Dios le ha llamado a colaborar íntimamente consigo, ha puesto en sus manos la redención operada por Cristo y ha confiado a sus labios la Buena Nueva de la salvación. ¡Qué asombro! El Dios infinito se ha fiado de Pablo, un hombre débil y pecador. Una admiración que alcanza su grado culminante por el hecho de que esta colaboración consiste nada menos que en ser «administrador de los misterios de Dios» (1 Cor. 4,1). Según las costumbres de la época, el administrador (o «ecónomo», es decir, encargado de la casa) gozaba de la plena confianza de su dueño, disponía de sus bienes y le representaba al exterior; sobre todo en lo referente a los bienes materiales del propieta- rio (cf. Lc. 12,42; Sal. 105.21). ¡Dios se fía de Pablo y de su gestión al frente de su casa y pone en sus manos la administración no de unos bienes materiales, sino de sus mis- mos misterios! ¿Cómo no vivir en la gratitud y en la admiración continuas?. Esta conciencia de ser colaborador de Dios le hace además vivir a Pablo en la humildad más profunda y radical. Considerando la grandeza de la misión que le ha sido confiada, exclama: «Para esto, ¿quién es capaz?» (2 Cor. 2,16). El apóstol verdadero experimenta agudamente su incapacidad; todos sus valores y cualidades son radicalmente insufi- cientes en orden al altísimo encargo recibido. Por eso es Dios mismo - que llama al apóstol a ser colaborador suyo - quien «le reviste de fortaleza» (1 Tim. 1,12) y le capaci- ta: «no que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacité para ser ministros de una nueva Alianza» (2 Cor. 3,5-6). Dios, el único suficiente, viene en ayuda de su colaborador para hacerle partícipe de su suficiencia.
  • 17. Nuevo Testamento 17 Pablo sabe que en esta colaboración debe trabajar duro, hasta dejarse la vida (sabemos hasta qué punto se gastó y desgastó» por sus cristianos: cf. 2 Cor. 11,23-29). Pero sabe también que «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer» (1 Cor 3,7); no niega su trabajo, ni el de los demás apóstoles («yo planté, Apolo regó»), pero afirma categóricamente que «fue Dios quien dio el crecimiento» (1 Cor. 3,6). Podría haber dicho con el salmista: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal. 127, 1). Por eso, cuando hablando apasionadamente le salgan las palabras «he trabajado más que todos ellos», matizara inmediatamente: «Pero no yo, sino la gracia de Dios conmi- go» (1 Cor. 15,10). Ciertamente ha trabajado, incluso más que los demás, pero colabo- rando con la gracia: el sujeto y protagonista principal ha sido Dios mismo, que mediante su gracia ha incorporado y asumido a Pablo en la tarea evangelizadora; no ha sido principalmente él, aunque con la ayuda de la gracia, sino ante todo la gracia, que le ha capacitado. fortalecido y sostenido. Por eso, cuando los corintios se queden detenidos en los hombres, admirando y alaban- do a tal o cual evangelizador, Pablo cortará por lo sano: «¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? ... ni el que planta es algo, ni el que riega» (1 Con 3,5-7). Quedarse en los hom- bres es desvirtuar su condición de colaboradores de Dios y olvidar que el único salvado- res Jesucristo. Por otra parte, la condición de colaborador de Dios despierta en Pablo un profundo sen- tido de responsabilidad, pues «lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles» (1 Cor. 4,2). Responsabilidad ante Dios: «Mi juez es el Señor» (1 Cor. 4,4). Responsabilidad de quien sabe que tiene confiado «el santuario de Dios», es decir, la comunidad de los cristianos, la Iglesia, que puede quedar dañada o destruida por el mal colaborador: «si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él, porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario» (1 Cor. 3,17). Sentido de responsabilidad que le lleva a advertir también a los demás y a abrirles los ojos respecto de la seriedad de su colaboración con Dios: «¡Mire cada cual cómo cons- truye!» (1 Cor. 3,10). Pues el resultado depende de que uno colabore en la construcción del templo santo de Dios «con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja» (l Cor.3,12). Al final se pondrá de relieve el valor y la duración de la construcción de cada cual. Sólo lo que pase la prueba del fuego perdurará eternamente; lo demás desapare- cerá como el humo: en realidad no habrá construido nada. Sin duda que el consejo que Pablo daba a los cristianos de Filipos de «trabajar con temor y temblor por su propia salvación» (Fil. 2,12), lo aplicaría a sí mismo también en cuanto ministro de Cristo. En toda su vida y en su actividad jamás actuaba con ligereza; sabien- do que «es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar, como bien le parece» (Fil.
  • 18. 18 Nuevo Testamento 2,13) procuraba acoger y secundar responsablemente la acción de Dios evitando «echar en saco roto la gracia de Dios» (2 Cor. 6,1). Finalmente, es su condición de colaborador de Dios lo que le daba a Pablo autoridad para hablar a los hombres, pues lo hacía no en nombre propio, sino en nombre de este Dios que era el protagonista principal de su vida: «como cooperadores suyos que so- mos, os exhortamos...» (2 Cor. 6,1). El apóstol sólo secunda la acción y el impulso de Dios y su palabra, no los sustituye con su propia iniciativa. Actúa porque actúa Dios, en su misma dirección y sentido. «Embajadores de Cristo» (2 Cor 5,20) Llamado por Dios y constituido colaborador suyo, San Pablo expresa la conciencia que tiene de su misión considerándose «embajador de Cristo». Entonces como hoy, el em- bajador es alguien que ha recibido la delegación plena de poderes por parte de aquel que le envía, hasta el punto de actuar en su nombre. Consciente de ser embajador personal de Jesucristo, Pablo sabe «que Dios exhorta a través nuestro» y puede excla- mar con toda energía: «En nombre de Cristo, os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Cor. 5,20). Y es tal su conciencia de actuar siempre y en toda circunstancia en nombre de Cristo que incluso estando prisionero se sigue considerando a sí mismo embajador suyo. aunque sea «entre cadenas» (Ef. 6,20). La misma realidad expresa el término «apóstol», que es el que usa con más frecuencia, hasta el punto de que sólo está ausente en tres cartas (2 Tesalonicenses, Filipenses y Filemón); en todas las demás, ya desde el saludo Pablo se presenta a sí mismo como “apóstol de Jesucristo”. Apóstol significa no sólo «enviado», sino enviado oficialmente y con plenos poderes. En cierto modo, el enviado se identificaba con aquel que le enviaba, hasta el punto de que debía ser tratado con el mismo respeto que este y las atenciones u ofensas que recibía el enviado se consideraban hechas al enviante. (Así, por ejemplo, en el Antiguo Testa- mento, David declaró la guerra a los ammonitas y les combatió duramente por haber ultrajado a sus emisarios -2 Sam. 10-). Con ello Pablo empalma con la enseñanza del mismo Jesús, que había llamado “apósto- les” a los doce (Lc. 6,13) y les había enviado con su propia autoridad, la misma que él había recibido de su Padre: «Como el Padre me envió, así os envío a vosotros» (Jn. 20,21). Jesús los enviaba en su nombre, y por eso podía decir: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe» (Mt. 10,40), «quien a vosotros os escucha, a mí me escucha, y quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza» (Lc. 10,16). Y como enviados personales suyos,
  • 19. Nuevo Testamento 19 Jesús les hacía partícipes de sus mismos poderes: «en mi nombre expulsarán demo- nios, hablarán lenguas nuevas... » (Mc. 16,17 s.). Sin duda, aquí radicaba la fuerza invencible de Pablo. No se trataba en él simplemente de energía de carácter o de entusiasmo por un ideal, sino de la conciencia de estar siendo impulsado por Cristo mismo, de que en su debilidad residía «la fuerza de Cristo» (2 Cor. 12, 9). Quizá desde aquí se entiende mejor el texto de Gal. 2,20: “Vivo, no yo, sino que Cristo vive en mí”. Apresado por Cristo Jesús (Fil. 3,12) desde el momento mismo de su con- versión, hasta tal punto el Señor se ha adueñado de su persona que se ha convertido en el sujeto y protagonista principal de su vida. Pablo no ha dejado de vivir su existencia humana, pero percibe que su yo no es ya el sujeto último de su vida, sino que «otro» se ha apoderado de él desde dentro, hasta el punto de ser el que gestiona su vivir y su actuar. El apóstol ha quedado identificado con el que le envía, ha quedado unido íntima y profundamente con él. No se siente enviado por alguien que está fuera de él y le confía un encargo, sino por alguien que viviendo en él le impulsa desde dentro. El apóstol es como una nueva encarnación del Verbo. Cristo prolonga su vida y su actividad en su apóstol. Al decir «Cristo vive en mí» el apóstol podría haber especificado: actúa en mí, habla en mí, ora en mí, sufre en mí, ama en mí... Esa vida de entrega tan admirable, tan desbordante, tan sobrehumana, encuentra aquí su explicación: Pablo tiene clara conciencia de que el Cristo Resucitado que encontró en el camino de Damasco actúa en él y por medio de él. Poseído por la fuerza infinita del Resucitado se siente impulsado a hablar y a actuar con una fortaleza que no es la suya. Todo su empuje apostólico, su audacia, su aguante ante las dificultades, su constante iniciativa para abrir nuevos campos al evangelio... se explican desde aquí. Sin esto, todas sus energías naturales se hubieran agotado, antes o después, ante las numerosas y graves dificultades que tuvo que afrontar. Dirá, por ejemplo, a los tesalonicenses: «Después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipos, como sabéis, tuvimos valor, apoyados en nuestro Dios, para anunciaros el evangelio en medio de fuerte oposición» (1 Tes. 2,2). En efecto, después de haber sido encarcelados y haber recibido muchos azotes en Filipos, Pablo y Silas - según relata He. 16,16-40 - no solo no se desanimaron ni se echaron atrás, sino que conti- nuaron con energía indomable su actividad evangelizadora predicando en Tesalónica, donde a su vez encontraron persecución (He. 1 7,1-9)... Después Berea,Atenas, Corinto... encontrando siempre dificultades, oposición, indiferencia, rechazo... Lo cual habría des- alentado y hecho desistir a cualquiera, no así a los apóstoles sostenidos por la fuerza de Cristo. Pablo sabe bien a quién pertenece. Está seguro de ser “apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le
  • 20. 20 Nuevo Testamento resucitó de entre los muertos” (Gál. 1. 1). Es apóstol de Jesucristo. Sólo a El pertenece. El le ha enviado y a El solo ha de agradar (Gál 1,10). Y cuando al final de su vida se encuentre en la cárcel de Roma, solo y abandonado dc todos, a punto de ser martirizado, podrá exclamar con una fuerza impresionante: «Sé de quién me he fiado» (2Tim. 1,12). De su condición de «embajador» y «apóstol» de Jesucristo nace también la conciencia de su autoridad, que ejercita precisamente «en nombre del Señor Jesús». Cuando tiene que exhortar, mandar o prohibir lo hace consciente de estar investido de la autoridad misma de Cristo (2Tes. 3,6-15). E incluso cuando tiene que tomar alguna decisión dura y drástica, no duda lo más mínimo (1Cor. 5, 4-5), consciente de su responsabilidad de ministro del Señor. Teniendo muy claro, por otra parte, que esa autoridad se la dio el Señor «para construir, no para destruir» (2Cor. 13,10). Por eso, hasta las más fuertes censuras tienen como objetivo el bien de los mismos fieles (1Cor. 4,4), «pues nada po- demos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad» (2Cor. 13,8) y «lo que pedimos es vuestro perfeccionamiento» (2Cor. 13,9). Incluso preferirá, cuando sea posible, en vez de imponer su autoridad, mostrarse amable «como una madre cuida con cariño de sus hijos» (1Tes.2,7). 4. «Siervo de Cristo Jesús» (Rom. 1,1) Ser apóstol de Jesucristo es en el fondo un misterio inagotable. Y San Pablo lo expresa recurriendo a frecuentes paradojas. Una de ellas es la de que siendo embajador perso- nal de Cristo - con toda la dignidad y autoridad que ello implica - se considera simultá- neamente un simple siervo, es decir, un esclavo que pertenece a Cristo y está a su servicio. Por supuesto, todo cristiano es siervo de Jesucristo, y ello en el sentido más profundo y radical: habiendo sido «comprado» y rescatado por Cristo al precio de su sangre (1Cor 6,20), el cristiano pertenece a Cristo, es de Cristo» (1Cor. 3,23); no se pertenece a si mismo (1Cor 6,19), ni vive para sí mismo, sino que vive y muere «para el Señor», a quien pertenece enteramente (Rom. 14,7-9). Pues bien, esto que corresponde al «estatuto» de todo cristiano, expresa con fuerza insuperable un aspecto de la condición del apóstol de Cristo. Y para el lo San Pablo se sirve dc tres términos distintos (que no suelen distinguirse en las traducciones), cada uno de los cuales expresa aspectos diversos dc la tarea apostólica: a) Servidor (diakonos), que expresa ante todo la idea del servicio a la mesa durante la comida, la preocupación diaria por los medios de subsistencia y - más en gene- ral - toda clase de servicios. San Pablo se considera sí mismo, diácono de Cristo
  • 21. Nuevo Testamento 21 Jesús. (2 Cor 11,23; Col. 1, 7; 1 Tim. 4,6), «diácono del evangelio» (Col. 1,23), «diácono de la justicia» (2 Cor 11,15), «diácono del Espíritu» (2 Cor 3,8). Es decir: sirviendo en nombre de Cristo, Pablo ofrece a los hombres el alimento y los medios de subsistencia para su vida: la Buena noticia que es el evangelio, la salvación que justifica y transforma, y el don del Espíritu, fuente de toda vida y santidad, que se derrama por el ministerio del apóstol. Así se configura con Cristo, que ha venido a «servir» a todos (Mc. 10,45). b) Esclavo (doulos), que expresa la idea de realizar algo no por gusto, sino por obli- gación, por el hecho de encontrarse a las órdenes de alguien. En el mundo griego el esclavo carecía de lo más hermoso de la dignidad humana: la libertad. En reali- dad, el esclavo no se pertenecía a sí mismo, sino a su dueño, debía renunciar continuamente a su voluntad y debía agradar en todo a su amo (que podía casti- garle arbitrariamente e incluso quitarle la vida). Por otra parte, en el A. T. son llamados siervos de Dios todos los grandes hombres de Israel: Moisés (Jos. 14,7), Josué (los. 24,29), Abraham (Sal. 105,42), David (Sal. 89.4), Isaac (Dan. 3,35)... En este contexto, el término expresa la sumisión, respeto y dependencia del hombre respecto de Dios. Por tanto, cuando San Pablo se denomina a si mismo «esclavo» de Cristo Jesús (Rom. l,1; Gal. 1,10; Fil. 1,1; Col. 4,12; Tit. 1,1) está expresando su conciencia de haber quedado «expropiado» de sí mismo, de su voluntad, de sus planes, de sus gustos... en una palabra, de todo lo suyo - incluida su libertad - para servir del todo y sólo a Cristo y a su voluntad. Teniendo en cuenta que ser esclavo de Cristo le lleva también a hacerse esclavo de aquellos a quienes Cristo le envía ( 2 Cor. 4,5). c) Siervo (hyperetes) designa al criado doméstico que está siempre al lado de su Señor, dispuesto a responder al menor de sus deseos. Al llamarse “siervo de Cris- to” (1 Cor. 4,1) Pablo sabe que no tiene otra cosa que hacer que estar pendiente de su Señor - en cuya presencia vive - para secundar dócil e inmediatamente cada una de sus indicaciones. Pues bien, esta conciencia dc siervo - de «siervo inútil», según las palabras de Jesús: Lc. 17,10 -, hace permanecer a Pablo profundamente enraizado en la humildad. Sabe que no es más que un pobre y débil instrumento de la acción dc su Señor (cf. 1 Cor 15,10). Y esta conciencia de siervo le impide «servir a dos señores» (Mt. 6,24). No tiene más que un Señor, Cristo, y sólo a El debe agradar: «Si todavía pretendiera agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo» (Gal. 1, 10). Y si se hace «siervo» de ellos es «por Jesús» (2 Cor. 4,5), es decir, «por amor» (Gal. 5,13).
  • 22. 22 Nuevo Testamento 5 «Nos apremia el amor de Cristo» (2Cor. 5,14) Apóstol de Cristo Jesús, Pablo se siente totalmente unido a Aquel que le envía y plena- mente identificado con El. Cristo ha tomado posesión de Pablo, se ha adueñado de él. Ya no es Pablo el sujeto y protagonista de su propia vida, sino Cristo que vive en él (Gal. 2,20)... Pablo se siente apremiado por el amor de Cristo. Ya que vive sólo para El, el amor que tiene a Cristo le impele a que «no vivan para sí los que viven, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos» (2Cor. 5,15), «para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros» (2 Tes. 1,12). Encendido en el amor de Cristo, Pablo no busca sus intereses, sino los de Cristo (cf. Fil. 2,21), sólo desea que el Señor sea reconocido y servido por todos, sólo anhela que la gloria de Cristo se manifieste esplendorosa en todos los suyos. Pero la expresión «nos apremia el amor de Cristo» no indica sólo el amor que Pablo tiene a Cristo, sino sobre todo el amor que Cristo tiene a los hombres, como dice a continuación: «al considerar que uno murió por todos.» Es esta consideración, esta contemplación del misterio de la cruz, lo que apremia a Pablo, y no como una exigencia externa, sino como un impulso que le impele desde dentro. Contemplando el amor de Cristo manifestado en la cruz, contemplando a todo hombre como propiedad de Cristo, que ha dado la vida para rescatarle (Gal. 1,4; 2,20), Pablo se siente irresistiblemente apremiado. La caridad del apóstol encuentra su raíz y su fuente en la contemplación de Cristo crucificado. De aquí brotará toda su «caridad pastoral». Pablo es testigo del amor de Dios, manifes- tado en Cristo, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Ti. 2,4). Ha hecho suyas las intenciones y deseos de Cristo y está dispuesto a «gastarse y desgastarse totalmente» por ellos (2Cor 12,15). Toda su entrega apostólica, sus viajes, sus luchas y fatigas, su insistir a todos «a tiempo y a destiempo» (2 Tim.4,2)... sólo encuentran su explicación en un corazón invadido por el amor de Cristo a los hombres. Es Cristo mismo, que viviendo en Pablo (Gal. 2,20) ama también en él a los hombres con su mismo amor. De hecho, la actitud tan característica de la vida y de la entrega de Jesús (resumida en la expresión «por vosotros»; y. Lc. 22,19; 1Cor 11,24) san Pablo la recoge aplicándola a sí mismo en relación con sus comunidades: Pablo está dispuesto a dar la vida por sus cristianos (Fil. 2,17). En su predicación del evangelio Pablo no ha sido un mero funcionario que ha cumplido con exactitud una tarea encomendada. Toda su acción evangelizadora ha brotado del
  • 23. Nuevo Testamento 23 inmenso amor que tenía a aquellos a quienes evangelizaba. Cuando escriba a los Tesalonicenses les dirá: «amándoos a vosotros, queríamos daros no solo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestras propias vidas, porque habíais llegado a sernos muy que- ridos» (1 Tes. 1,8); y explica a continuación cómo ese amor, lejos de reducirse a un simple sentimiento, se expresó de hecho en «trabajos y fatigas», «trabajando día y no- che», evitando ser gravoso a nadie, exhortando a cada uno en particular... En su acción apostólica cotidiana el apóstol reproduce la actitud de Cristo de dar la vida (lo cual tendrá una expresión particular en los innumerables padecimientos sufridos por las comunida- des: 2Cor. 6,4-5; 11, 23-27...y alcanzará su culmen en el martirio). «Como una madre con sus hijos...» (1 Tes. 2,7) Este amor de Pablo reviste rasgos paternos y maternos a la vez. No se trata de una simple metáfora o comparación. Es que él se sabe comunicando vida, una vida nueva, divina, eterna, de un valor incomparablemente más grande que la física y natural: «aun- que hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien por el Evangelio os engendré en Cristo Jesús» (1Cor. 4,15). Y cuando escriba a Filemón lo hará empapado de amor paternal: «Te ruego a favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo» (Flm. 12); toda esta carta rezuma amor de padre hacia este esclavo convenido en la cárcel a quien llega a llamar «mi propio cora- zón» (Flm. 13). No solamente tiene conciencia de «engendrar» a la fe por medio del anuncio del Evan- gelio. Toda la tarea de crecimiento en la fe de sus comunidades es concebida por Pablo como una gestación: sufre por sus hijos «hasta que Cristo se forme en ellos» (Gal. 4,19). Su amor materno, sus desvelos y sufrimientos apostólicos acompañan a cada nuevo cristiano hasta su transformación plena y total en Cristo. El apóstol se siente madre que ama-manta con afecto y ternura (1 Tes. 2, 7): las expre- siones indican la nodriza que amamanta o alimenta con su propia leche, y la actitud de ternura y cariño de la madre que acuna a su niño contra su propio seno (son las mismas palabras que en Ef. 5,29 se usan para indicar lo que Cristo hace por 5L1 Iglesia y cómo la trata). De hecho, este amor paterno - maternal se expresa de múltiples formas - Pablo atiende a los suyos con el amor de un padre que educa, tratando y formando a los hijos uno a uno, exhortando y animando a cada uno (1 Tes. 2, 11). El afecto hacia sus hijos es tan real que suscita en él un intenso deseo de verlos (1Tes. 2,17; 3,6). El apóstol sufre, se inquieta y preocupa por los peligros de una comunidad que es aún inestable (1 Tes. 3,5; 2,18) y literalmente «no vive» ante el temor de que el tentador derrumbe la fe de ellos: al recibir buenas noticias siente un gran alivio y consuelo (1 Tes. 3,7) y exclama: «Ahora sí que vivimos, pues permanecéis firmes en el Señor» (1 Tes. 3,8).
  • 24. 24 Nuevo Testamento Pablo derrocha ternura y afecto para con sus cristianos y no tiene reparo en manifestar- les abiertamente cuánto les quiere: «os amo a todos en Cristo Jesús» (1Cor. 16,24); «testigo me es Dios de cuánto os quiero en las entrañas de Cristo Jesús» (Fil. 1,8); «vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo» (1 Tes 2, 20)... Pero tampoco se echa atrás, en nombre de este mismo amor, si hay que reprenderles porque es necesario para su bien (2 Cor 7,8-9). Precisamente porque los ama como a hijos les corrige, pues «¿qué hijo hay a quien su padre no corrija?» (He. 12,7; ver toda la perícopa: vv. 5-13). Incluso cuando tiene que «entristecerlos» con una reprensión lo hace «no para entristeceros, sino para que conocierais el amor desbordante que sobre todo a vosotros os tengo» (2Cor. 2,4). En todo caso lo hace con delicadeza y sin humillar: «No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos míos queridos» (1Cor 4,14). Y cuando se vea obligado a rehusar los donativos de los corintios, exclamará: «¿Por qué? ¿Por qué no os amo? Bien lo sabe Dios» (2Cor 11,11). «Con celo de Dios...» (2 Cor. 11,2) Ante las infidelidades de los corintios a Cristo y a su mensaje, Pablo deja aparecer algu- nos de sus más profundos sentimientos de apóstol, con unas expresiones un tanto sor- prendentes: «Celoso estoy de vosotros con celo de Dios». Para entender estas expresiones hemos de recurrir al A.T., donde el amor de Dios se revela como «fuego devorador» (Dt. 4,24), como amor celoso que exige un amor exclu- sivo como respuesta - Dios es «un Dios celoso» (Ex. 20,5) y su celo subraya cl carácter absoluto de Dios mismo, que ha de ser amado incondicionalmente, totalmente, exclusi- vamente, que es exigente porque no puede compartir un lugar en el corazón del hombre con criatura alguna. Y a la vez, este celo de Dios nos habla de un amor apasionado que no tolera ninguna imperfección, engaño o defecto en aquel a quien ama. Pues bien, Pablo comparte los sentimientos divinos respecto a los corintios y a los de- más cristianos, participa del amor apasionado que Dios tiene por su pueblo. Como ami- go del Esposo (cf Jn. 3,29), testigo del amor nupcial de Cristo, participa dc los celos dc Dios, del deseo ardiente y apasionado que Cristo tiene de que la Esposa - la comunidad de Corinto en este caso - pertenezca total y exclusivamente a su esposo: «os tengo desposados con un solo Esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo» (2 Cor 11,2). Es este amor ardiente y violento el que le impulsa a no tolerar ninguna infidelidad en la esposa y el que le mueve a prevenirla ante el temor de que tal infidelidad pueda ocurrir: «me temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo» (2Cor 11,3). La adhesión a
  • 25. Nuevo Testamento 25 doctrinas erróneas constituiría ciertamente una infidelidad (v. 4), pues alejarían del Cris- to real, el único verdadero. Por otra parte, estas expresiones nos hablan del desinterés del amor de Pablo, pues él no pretende de ningún modo vincular los cristianos y las comunidades a sí mismo, sino a Cristo. Lo que le hace arder es el deseo deque sean fieles al Señor y lo que le duele y le hace temer es el temor de la infidelidad a Cristo, Pero para si mismo no busca nada. No pretende adhesiones a su persona. En todo caso reclama la adhesión a sí mismo en cuanto apóstol auténtico frente a los falsos apóstoles; en consecuencia, para provocar la adhesión a Cristo y a su mensaje. Como Juan Bautista, podía decir: «yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de El», se alegraba de que el Esposo poseyera a la Esposa, y se apartaba sinceramente dejando que Cristo creciera y él fuera progresiva- mente disminuyendo (cf. .Jn. 3,28-30). Es este amor ardiente y desinteresado a la vez el que llevará a Pablo a dirigirse con «gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas» (2Cor. 2,4) a aquellos que están tentados de ser infieles al Evangelio. En virtud de este amor les rogará, les exhor- tará, les amenazara,.. «Todo para todos» ( 1 Cor. 9,22) La caridad y el desinterés de Pablo alcanzan otra de sus expresiones más intensas en el texto de 1Cor. 9,19-23, sumamente revelador de su espíritu y de sus deseos. En efecto, es significativo que en estos breves versículos aparezca cinco veces la pala- bra «ganar», precedida de la conjunción final: el objetivo de Pablo es ganar, ganar a los judíos, ganar a los gentiles, ganar a los que están sin ley... «ganar a los más que pueda». Pero evidentemente no se trata de una ganancia interesada, pues no pretende ganar para sí, sino a favor de los que son ganados: «para salvar a toda costa a algunos». Toda la vida y las energías de Pablo están canalizadas hacia un único objetivo, el de manifestar y comunicar a todos los hombres el amor salvador de Dios manifestado en Cristo Jesús. A este fin subordina todo lo demás. Para eso, dice, «me he hecho esclavo de todos». Se ha puesto al servicio de Cristo y de su Evangelio para la salvación de los hombres. Ha hipotecado su libertad personal - ya hemos visto que el término «esclavo» tenía un significado muy fuerte en la época - para llevar el amor de Dios a todos. Pues tomar en serio su labor de evangelizador signifi- caba, en la práctica, subordinar cualquier otro interés a la tarea de la evangelización y renunciar por completo y para siempre a todo lo que pudiera servir de obstáculo en la misión de ayudar a los hombres a acoger el Evangelio. Vio muy claro que para llevar a Cristo a todos él debía ser «todo para todos». Todo para el quedaba subordinado a la obra de salvar a todos los hombres: «todo lo hago por el Evangelio».
  • 26. 26 Nuevo Testamento De hecho, se hizo «judío con los judíos, para ganar a los judíos». Estaba dispuesto a soportar cualquier padecimiento personal antes que permitir el mas ligero obstáculo en la conversión de sus hermanos judíos a Cristo. Prefiere renunciar al ejercicio de la liber- tad respecto de la Ley en atención a los hermanos a quienes se podría escandalizar (1Cor 8,9-13; Rom 14,13.15. 20s). Y en todas sus relaciones con los judíos le vemos usar el mayor respeto por la observancia de la Ley (cf He. 16,3; 18,18; 20,16; 21,21-27), aunque es consciente de que en esto no hace más que seguir el ejemplo del propio Jesús (Rom. 15,2-3. 7-8). Y cuando se pronuncie contra la Ley no irá contra los judíos o los judeo-cristianos, sino contra la porfía en seguir esas observancias como si fuesen necesarias para sus conversos gentiles, a los cuales se estorbaba seriamente su entra- da en la Iglesia. Igualmente se hizo «gentil con los gentiles». Vio con claridad que sólo el Evangelio tenía fuerza para hacen volver los hombres a Dios y renovarlos, y que la Buena Nueva podía fermentar cualquier cultura o civilización. En consecuencia, no exigía a los gentiles nin- guna conducta o práctica que no brotase del mensaje cristiano en sí (cf. el caso de las carnes sacrificadas a los ídolos: 1Cor. 8,1-6). Tenía siempre presentes a los paganos, hasta el punto de usar la lengua griega y asumir conceptos y expresiones tomadas de la filosofía griega y de las religiones rnistéricas... Y llega a hacerse incluso «débil con los débiles». Para él lo único importante era salvar «al hermano débil por quien Cristo murió» (1Cor. 8,11), y ninguna otra consideración debía estorbar esto jamás. Para él era evidente que cualquier interés personal debía quedar subordinado al supremo propósito de Dios al enviar a su Hijo: la salvación de los hombres. Es esta la temática que subyace en 1 Cor. 8-9, aduciendo como razón de peso su testimonio personal, pues esta actitud y este modo de actuar habían llegado a formar parte de su propia vida (1 Con 9,4-15). Podemos decir que esto es lo que da a Pablo autoridad para ponerse así mismo como modelo y pedir que le imiten (cosa que hace repetidas veces en sus cartas). Sólo quien se ha hecho previamente «todo para todos» y «esclavo de todos» puede reclamar ser imitado. Pues en definitiva no es a Pablo a quien se imita, sino a Cristo, cuya vida y actitudes se han reproducido fielmente en su apóstol (1 Con 11,1). «Desearía ser yo mismo anatema por mis hermanos» (Rom. 9,3) La caridad pastoral de Pablo encuentra su expresión suprema en las palabras que en- contramos al inicio del cap. 9 de la Carta a los Romanos. Con una fórmula particularmen- te solemne («digo la verdad en Cristo, no miento, testifica conmigo mi conciencia en el Espíritu Santo») nos hace una confidencia personal: el dolor inmenso y la tristeza con- tinua que experimenta por el hecho de que sus hermanos judíos no hayan acogido al Mesías ni su Evangelio (vv. 1-2).
  • 27. Nuevo Testamento 27 En el versículo 3 tiene esta afirmación impresionante: «desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los dc mi raza según la carne». De tal manera le importa - y le duele - la situación de sus hermanos que se manifiesta dispuesto a cual- quier sacrificio por ellos, para alcanzarles la salvación. La palabra «anatema» en la Biblia puede indicar algo entregado a Dios para serle consa- grado como ofrenda agradable, o bien para ser destruido como cosa maldita (sentido del «jerem» en el A.T.). En San Pablo la palabra está tomada siempre en este último sentido (cf. Gal. 1, 8-9). Y es este el sentido que tiene aquí: Pablo se muestra dispuesto a atraer sobre sí la maldición divina, a ser convenido el mismo en objeto de maldición, y a expe- rimentar definitivamente la separación de Cristo, si esto pudiese ayudar a la conversión de sus hermanos. La expresión nos habla de un amor ardiente, y recuerda las palabras de Moisés tras el pecado del pueblo: «¡Ay! Este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de oro. Con todo, si te dignas perdonar su pecado...y sino, bórrame del libro que has escri- to» (Ex. 32,31-32). Más aún, estas palabras recuerdan, reproducen y prolongan la ac- titud del mismo Cristo, que aceptó ser hecho «pecado» por nosotros para que nosotros llegásemos a ser «justicia de Dios»(2Cor. 5,21), y se hizo así mismo «maldición por nosotros» para rescatar-nos de la maldición (Gal. 3,13). 6 «Escogido para el Evangelio» (Rom 1,1) San Pablo tiene conciencia de haber sido elegido por Dios para consagrarse predicación al anuncio del Evangelio. Polemizando con los corintios llegará a decirles: «no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio» (1Cor. 1,17). Sabe que su misión consiste en evangelizar, en anunciar a Cristo, poniendo así el fundamento sobre el cual otros continúen predicación_ (1Cor. 3,10). Las palabras que figuran en el título de este capítulo indican lo mismo: tiene viva con- ciencia deque ha sido «escogido —por Dios mismo— para el Evangelio», es decir, para el anuncio del Evangelio. La palabra que se traduce por «escoger» significa en realidad «separar», «poner aparte», y es la misma que encontramos en Gal. 1,15 cuando Pablo habla de su vocación: Dios mismo le ha separado de las predicación ordinarias que los hombres realizan en su vida cotidiana para consagrarle predicación al anuncio del Evan- gelio; ha sido sustraído a otras tareas para que su vida entera esté dedicada al ministerio de la Palabra. De hecho, comprobamos que, si bien no tiene inconveniente en trabajar con sus manos para procurarse el sustento y no ser gravoso a nadie, en cuanto tiene posibilidad se deja
  • 28. 28 Nuevo Testamento absorber por la tarea evangelizadora. Así, por ejemplo, durante su estancia en Corinto, Pablo trabaja como tejedor de tiendas (He. 18, 3); pero cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia trayendo ayudas materiales «Pablo se dedicó predicación a la Palabra» (He. 18,5) «La fe viene de la predicación» (Rom. 10,17) Esta insistencia de San Pablo en la importancia del valor de la evangelización nace de una convicción fundamental: la predicación está en la base de todo; es el cimiento dcl edificio de la vida cristiana de cada hombre y de la vida de la Iglesia toda (1 Cor. 3,10). Es muy significativa en el texto de Rom. 10,13-17 la concatenación de los verbos: al «ser enviado» sucede el «predicar»; al «predicar» sucede el «oír»; al «oír» sucede el «creer»; al «creer» sucede el «invocar»; y al «invocar» sucede el «ser salvado». En consecuen- cia, todo arranca de la predicación. La fe es la que justifica al hombre y le reconcilia con Dios, hace del hombre una criatura nueva; ahora bien, la fe es esencialmente acogida del kerygma, es decir, del anuncio de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación (este es el «Evangelio» que Pablo predica y en el que invita a todos a creer, cuyo resu- men más antiguo encontramos en 1Cor. 15.3-5; ver desde el v. 1 hasta el 11). Pues bien, es a esta misión sublime a la que Pablo se sabe llamado sobre todo. Pues sin la evangelización - sin el anuncio de Cristo - no puede suscitarse la fe, ni - en consecuen- cia - tampoco la vida cristiana en toda su extensión, ni puede construirse la comunidad cristiana, ni es posible la salvación... Ciertamente podrá haber «diez mil pedagogos» que eduquen y cultiven la vida en Cristo; pero esta vida no existirá sin alguien que - mediante el anuncio del Evangelio - la «engendre» en el corazón de los hombres (1Cor. 4,15). Será preciso que alguien «riegue», abone y cuide la planta dc la fe y de la vida nueva en Cristo; pero todo ello sería inútil y sin sentido si no fuera porque alguien antes «ha plan- tado» mediante la predicación la semilla de la fe y la raíz de la vida nueva (1Cor. 3,6) «Anunciar la inescrutable riqueza de Cristo» (Ef. 3,8) Ya hemos visto cómo el contenido de la predicación de Pablo no es otro que la persona de Jesucristo y su obra de salvación en favor de los hombres: «yo, hermanos, cuando fui a vosotros.., a anunciaros el misterio de Dios, no quise saber entre vosotros sino a Jesu- cristo» (1 Cor2,1-2). Lo que llena de admiración a Pablo es el hecho de que «ahora», precisamente en los días de su vida, haya sido revelado y dado a conocer por Dios el «Misterio», ese maravi- lloso plan de salvación que Dios tenía concebido en su designio «desde siglos eternos»;
  • 29. Nuevo Testamento 29 ese grandioso e increíble proyecto de ofrecer la salvación a todos, también a los gentiles (y no sólo a los judíos corno creían los miembros del pueblo de la antigua alianza), mediante la fe en Jesucristo (Rom. 16,25-27; EL 3,3-12). Pero lo que sobre todo le hace enloquecer es que además haya sido elegido precisa- mente él para la misión maravillosa de anunciar a los gentiles este misterio y conducirlos así a la fe y a la salvación: «a mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo» (Ef. 3,8). Este hecho le llena de gratitud y de gozo. Pero sobre todo le impulsa a entregar todas sus energías al servicio de la evangelización. Como un hombre que en medio de una epidemia mortal y muy extendida tuviera en sus manos el remedio para curarla de raíz. Pablo sabe que en medio de esta humanidad sumergida en el pecado (Rom. 1,18-3,20; ver especialmente 3,10) es portador de la única medicina capaz de salvar: «el Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación» (Rom.l,l6). Y ello por pura gracia, sin mérito alguno de su parte (pues, como vimos, él ha sido el primer sanado por esta medicina: 1 Tim, 1,12-16). «Heraldo de Cristo» (1 Tim. 2,7) Para exponer cl sentido de su tarea dc evangelizador Pablo encuentra una expresión que gusta aplicarse a sí mismo: heraldo (keryx; aunque el sustantivo sólo aparece tres veces, el verbo, Kervssein – “proclamar» - lo usa 19 veces). El heraldo era un mensajero que en nombre del emperador anunciaba al pueblo un mensaje que les afectaba para su vida; en realidad, él era un instrumento por cuya me- diación la voz del gobernante llegaba al pueblo; no proclamaba sus propias conviccio- nes, sino que era el portavoz del rey y hablaba con su autoridad. Al principio sólo se les exigía tener buena voz, una voz clara y potente. Pero como a veces el heraldo exageraba o deformaba las noticias, comenzó a exigírseles fidelidad a las instrucciones recibidas de su superior, tanto en el contenido como en el modo de anunciarlo; no podían añadir ni quitar nada por propia iniciativa, pues su anuncio no tenía origen en ellos mismos... Pues bien, Pablo tiene conciencia de hablar como heraldo de Cristo. Pero lo que trans- mite no es una información cualquiera, sino la noticia de un acontecimiento (la muerte y la resurrección de Jesús) a través del cual Dios ha comenzado su intervención definitiva en la historia; y este acontecimiento es de tal importancia que si no fuera real, toda la predicación carecería de sentido (1Cor. 15,14). Además, es un mensaje que afecta a toda la humanidad, pues habiendo muerto por nuestros pecados y resucitado para nues- tra salvación, Cristo comunica su victoria a los que le acogen por la fe (Rom. 4,23-25).
  • 30. 30 Nuevo Testamento Como mensajero personal dc Cristo, Pablo sabe que él es puro instrumento e interme- diario; instrumento necesario, desde luego, pues «¿Cómo creerán en Aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rom. 10,14); pero instrumento al fin. Y como tal, es consciente de que está al servicio de un diálogo que debe instaurarse entre Dios y los hombres: a través de él Dios habla a los hombres - a cada hombre -, y estos deben dar una respuesta personal al Dios que les dirige su palabra, mediante lo que Pablo llama la «obediencia de la fe» (Rom. 1,5; 16,26). Por medio de él se inicia ese «diálogo de salvación» en el que los hombres son urgidos a dar la respuesta de fe que les introduzca en el acontecimiento que transformará tanto sus vidas como la historia misma del mundo. La predicación es absolutamente necesaria para que se inicie ese diálogo de fe y salvación: «plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predica- ción» (1 Col 1,21). Los hombres sólo pueden ser salvados si les son enviados mensaje- ros que les anuncien con autoridad la Buena Nueva (Rom. 10,14-17). «Habla Cristo en mí» (2 Cor13,3) Como heraldo de Cristo, Pablo tiene perfecta conciencia de estar transmitiendo Palabra de Dios, no su propia palabra, fruto de su personal elucubración. Espontáneamente dirá: «os decimos esto como Palabra dcl Señor» (1 les. 4,15). Es y quiere ser fiel a toda costa, transmitiendo todo y sólo aquel lo que ha recibido(1 Con 11,23; 15,3: las palabras «re- cibir-transmitir» son términos técnicos usados entre los rabinos para expresar la absolu- ta fidelidad). En 1 les. 2,13 da gracias a Dios porque los tesalonicenses recibieron su predicación «no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios». Ciertamente se trataba de un mensaje salido de sus labios, anunciado por un hombre; pero él sabe muy bien que no es su mensaje particular, sino la Palabra de Dios mismo. Porque, como en el caso de los antiguos profetas, Dios mismo ha puesto sus palabras en la boca de su enviado (Ser. 1,9). Y Pablo podría repetir con toda verdad lo que Jesús mismo había dicho: «Mi palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado» (Jn. 7,16; 8,28). Precisamente por eso, reacciona con tanta energía cuando alguien deforma o trastoca el único Evangelio que salva. Porque lo que él predica no tiene su origen en los hombres, sino en Jesucristo mismo (Gal. 1,11), afirma con violencia: «aun cuando nosotros mis- mos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!» (Gal. 1,8). Pues hay más. No sólo transmite Pablo las palabras de Cristo, sino que afirma que es Cristo mismo quien habla en él (2 Cor. 13,3). Quien afirma: «vivo, no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal.2,20), dice también «habla Cristo en mí». Hay tal identifica- ción entre Cristo y su enviado, que ya no son dos, sino una sola cosa. El evangelizador es como un sacramento de Cristo. En él y a través de él es Dios mismo quien exhorta (2 Cor. 5,20).
  • 31. Nuevo Testamento 31 Quizá por esta identificación de Pablo con Cristo es por lo que insiste tantas veces a lo largo de sus cartas: «imitadme»(1 Con4,16;Fil. 3,17;2Tes.3,7). Lo que podría parecer presunción suya, tiene en realidad un significado muy profundo: «Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo» (1 Con 11,1). De este modo, el Evangelio que Pablo predica no es sólo palabras, sino Palabra hecha carne y vida; el anunciar ese Evangelio hecho realidad: de este modo, él mismo se había convertido en Evangelio, en Palabra; dejando vivir a Cristo en sí mismo (Gal. 2,20), podía presentarse así mismo como modelo y ejem- plo de una existencia auténticamente cristiana y evangélica.
  • 32. 32 Nuevo Testamento SEGUNDO BIMESTRE Las siguientes notas son un aporte para ampliar su experiencia de contacto con la Biblia. Le sugerimos leerlas detenidamente. LA OBRA DE LUCAS2 El evangelio de Lucas es la primera parte de una obra en dos volúmenes. La vida y ministerio terreno de Jesús, terminados únicamente en este evangelio con el relato de la ascensión (Lc. 24; Act 1), son presentados caminando por el mundo hasta llegar a la capital del imperio. El segundo volumen termina con el relato de la predicación del Evangelio por Pablo en Roma (Act 28). Esta nueva concepción, debido al genio creador de Lucas, le obliga a presentar de forma adecuada su obra a la que dedica dos volúmenes. Nosotros descubrimos su intención en los detalles siguientes: a) Lucas destaca el aspecto de proximidad y distancia, que están exigidas por el largo espacio de tiempo abarcado en sus dos obras: la historia de Jesús es vista desde bastante distancia -al menos han transcurrido tres decenios antes de que el Evangelio haya llegado hasta Roma en la persona del Apóstol- pero, al mismo tiempo, esta distancia es vista desde una línea de continuidad, que se halla paten- te en la vida de la Iglesia en aquellos primeros esfuerzos de evangelización. b) El final del evangelio (24,47-49), prescindiendo de la bendición y de la ascensión del resucitado, está redactado de tal forma que constituye un verdadero puente, una transición intencionada al libro de la Hechos; los apóstoles son los testigos originales y directos de los «sucedido». Es el presupuesto necesario para que pueda realizar su ministerio apostólico (Act 1,21 s). Ministerio que realizarán cuando venga sobre ellos el poder de lo alto. Hasta en- tonces deben esperar «en Jerusalén». Lucas quiere demostrar que la tarea apos- tólica es la misma que la de Jesús en cuanto al principio, el camino y el fin: ellos estarán impulsados y dirigidos por él (Act 28,30 s). c) El comienzo del Evangelio y el final de los hechos están narrados como si se trata- se de incluir de ambas obras entre dicho comienzo: toda carne verá la salvación de Dios (Lc.3, 6-Is 40, 3-5) y el mencionado final: la salvación de Dios ha sido enviada a las gentes (Act 28.26-28-Is 6,9s). 2 Cfr. F. RAMOS, La Obra de Lucas, Cursos Bíblicos a Distancia, PPC/ Casa de la Biblia, Madrid 1987.
  • 33. Nuevo Testamento 33 d) El comienzo del libro de los Hechos parece tener una clara intención de empalmar con el final del Evangelio: vosotros sois testigos de estas cosas (Lc. 24,28), y seréis mis testigos (Act 1,8). Este empalme se halla centrado en el contenido de ambas obras: la realidad de la salvación llevada a cabo por Dios en Cristo (evan- gelio) y el anuncio de la misma por los apóstoles hasta los confines de la tierra (Hechos). e) El evangelio y los hechos están dedicados al mismo personaje, en ilustre Teófilo. Este dato de la dedicatoria, caso único en el Nuevo Testamento, hace pensar que se trata del mismo autor en ambas obras. f) En el prólogo de Hechos, se hace referencia al primer libro y, al concluir dicho prólogo, se hace alusión a las apariciones del Resucitado y a sus instrucciones antes de irse de entre ellos. Nótese, para no aducir únicamente razones a favor de los que creemos que fue una realidad, que, al mencionar el primer libro debería seguir la alusión, incluso explícita, al segundo. Más aún, debería anticiparse, ade- más, el contenido del segundo libro, el de los Hechos, ya que esto se ha hecho en referencia al primero. Sin embargo, faltan ambas cosas. g) La estructura general de ambas obras responde a un mismo patrón, aplicado a Jesús en la primera obra y a la Iglesia en la segunda: origen (1-2; Act 1); bautismo (3,21ss; Act 2,1ss); discurso inaugural (4,21ss; Act 2,1ss); predicación o ministerio, camino o viaje a Jerusalén o a Roma respectivamente y últimos discursos. h) Ambas obras han sido concebidas como en movimiento continuo hasta lograr su objetivo: el evangelio viaja, en la persona de Jesús, hasta su plena manifestación en Jerusalén (evangelio); sigue «viajando» hasta los confines de la tierra, hasta Roma, en la persona de Pablo (Hechos). No debe olvidarse la importancia excepcional de Jerusalén en ambas obras. De ellos hablaremos al desarrollar los grandes temas de la obra lucana. i) Puede constatarse con sorprendente frecuencia la proximidad de ambas obras en cuanto a sus pensamientos teológicos: idéntica concepción de la salvación; el mis- mo concepto de apóstol; escasa insistencia en la presentación de la obra de Jesús como «sustitución vicaria: de lo que debiéramos pagar los hombres... La gran afini- dad también en cuanto al estilo y al vocabulario. Las razones aducidas hasta este momento son tan poderosas que se ha llegado a pen- sar incluso que, originariamente, el evangelio de Lucas y los Hechos constituyeron no sólo una obra, sino un único volumen. Para justificar esta hipótesis se ha dicho que el evangelio terminaba en 24,49 y Hechos comenzaba en 1,6. Posteriormente, y sobre
  • 34. 34 Nuevo Testamento todo por razones litúrgicas, este gran volumen se dividió en dos. En este momento se añadió el final del evangelio, 24,50-53, y el comienzo de Hechos, 1,1-5. Tenemos en contra de esta hipótesis lo siguiente: no existe vestigio alguno en la tradición que justifi- que este modo de pensar; además, el género literario «evangelio» excluye la yuxtaposi- ción de otra obra que pertenece a otro completamente distinto: especie de monografía histórica; por último, no existe razón alguna que justifique la eliminación de Lc 24,50-53 y de Act 1,1-5 de la obra original. Una dificultad seria para considerar las dos obras como de un mismo autor procede de la forma de presentar la Ascensión: en el evangelio tiene lugar el mismo día de la Pascua, mientras que en Hechos se introduce el período de los cuarenta días; en el evangelio el acontecimiento tuvo lugar en Betania, mientras que Hechos lo sitúa en el monte de los Olivos. Nótese, sin embargo, que el evangelio debe terminar con la Ascensión, porque con ella llega a su término la vida de Jesús; el plazo de los cuarenta días es necesario en Hechos para la reunión del rebaño disperso y el comienzo de la Iglesia. Las variaciones del lugar son poco importantes y pueden obedecer a otras razones, incluso teológicas: significado del monte de los Olivos, como lugar de la intervención definitiva de Dios a favor de su pueblo... EL AUTOR Y SU OBRA Con relación al autor muy pocas cosas pueden afirmarse son seguridad. Lucas es un cristiano gentil (no procedente del judaísmo) que escribe para cristianos gentiles. Perte- nece a la segunda o tercera generación cristiana y escribe su evangelio en torno al año 80 (las afirmaciones de Lc 21,20-40 suponen que la ciudad de Jerusalén está ya destrui- da) y lo hace en alguna ciudad de Grecia o del Asia Menor (¿Efeso?). no se puede precisar. La tradición cristiana, a partir del siglo II, lo ha identificado con Lucas, el médico querido, acompañante de Pablo (Flm 24; Col 4,14; 2Tim 4,11). Sigue siendo la hipótesis más sólida, aunque no se halle libre se serias dificultades. En efecto, Lucas no tiene, sobre todo en el libro de los Hechos, la misma concepción ni los mismos pensamientos teológicos propios de Pablo: esto ocurre con el concepto de apostolado y lo mismo puede decirse de la teología de la cruz o de la doctrina de la justificación, tan acentuadas en Pueblo y carentes de importancia en Lucas, particularmente en el Libro de los Hechos. Son estas cuestiones las que se irán viendo en el desarrollo de la obra lucana. Ahora bien, desde el conocimiento que tenemos de Pablo resulta casi inimaginable que los colaboradores inmediatos del Apóstol no estén profundamente marcados por su manera de concebir e interpretar el acontecimiento cristiano. A pesar de las dificultades mencionadas creemos que debe mantenerse el dato tradicio- nal. Incluso aquellos autores que subrayan las dificultades que harían incompatible la
  • 35. Nuevo Testamento 35 paternidad literario-teológica de la obra lucana con un compañero de Pablo en su activi- dad misionera, afirman que la noticia de un acompañante de Pablo llamado Lucas se halla suficientemente garantizada desde el punto de vista histórico. Cuando añaden, a continuación, que no es Lucas, el médico carísimo (Col 4,14) el autor del tercer evange- lio y de los Hechos (G. Schneider) no comprendemos la razón. ¿Por qué inventar a otro Lucas, cuando la tradición (Canon de Muratori, escrito del siglo II; Ireneo, en zozobra «contra las herejías» y Eusebio en su «historia eclesiástica») nos habla del mismo Lucas citado por Pablo? El análisis de la obra de Lucas nos lo presenta con unas características coincidentes con los datos que presuponen las citas del Nuevo Testamento: es un helenista -no procede del judaísmo palestinense-; nacido o, al menos, establecido enAntioquía (Act 6,5; 11,19s; 13, 1ss); muy probablemente, antes de hacerse cristiano, pertenecía a los llamados «temerosos de Dios», por los que él demuestra particular interés (Act 10,2); precisamen- te por eso, antes de encontrarse con el evangelio, estaba ya familiarizado con el Antiguo Testamento, en su versión griego, y poseía un cierto conocimiento de las costumbres judías, aunque, al no ser judío, se desinteresa de otras cuestiones de claro cuño judío (por ejemplo, las mencionadas por Mc 7, 1-23; 10, 2-10); en resumen, aunque no era judío, se halla muy próximo a la Sinagoga. Sus «desavenencias» teológicas con Pablo pueden justificarse con relativa facilidad: la conexión de Lucas con Pablo no debe verse necesaria y únicamente a nivel de escuela teológica. Lucas no es un teólogo dependiente de la teología de Pablo. Ni tiene por qué serlo. Ha descubierto, lo mismo que Pablo, que el único camino de salvación es la fe y que este camino es el único querido por Dios. Esto lo repite hasta la saciedad. La pecu- liaridad de Pablo está en que debe desarrollar estos pensamientos en confrontación directa con el judaísmo y con la Ley. Pero ese no es el problema de Lucas. Que el punto casi único de fricción del cristianismo con el judaísmo, en la obra lucana, sea la resu- rrección de Jesús -tal como aparece, sobre todo, en el libro de los Hechos- se explica porque éste es el tema mayor de la predicación apostólica. Pablo, desde perspectivas distintas, se encontrará con otros puntos de fricción -la devaluación de la Ley, por ejem- plo- que él aborda desde su propio ángulo de visión. Otras diferencias pueden explicarse desde las fuentes de información propias de Lucas, como el concepto de apóstol que Lucas ha podido recibir de hombres fiables para él y con mentalidad judeo-cristiana. Sin embargo, su concepto de apóstol no le lleva a infravalorar a Pablo, al que considera como un instrumento providencial actuado directamente por Cristo para llevar a cabo una misión extraordinaria y verdaderamente excepcional. LA COMUNIDAD LUCANA La comunidad de origen de Lucas y los destinatarios de sus escritos o la comunidad o comunidades a las que se dirige, las conocemos sólo de forma aproximada. Como ya
  • 36. 36 Nuevo Testamento apuntamos, su comunidad de origen es Antioquía. Las características de aquella comu- nidad cristiana: su independencia total frente al judaísmo -no olvidemos que enAntioquía los discípulos comenzaron a llamarse «cristianos» (Act 11, 26) y esto significa la procla- mación de su autonomía e independencia-; su relativa independencia frente a la Iglesia de Jerusalén -Bernabé sirve de puente o mediador (Act 11,22)-; su empuje misionero y su vivencia práctica de la libertad cristiana frente a la Ley, sin las implicaciones y compli- caciones que el problema tenía para Pablo, coinciden con el espíritu que anima toda la obra lucana. Añádase a esto su interés por la comunidad de Antioquía por los «temero- sos de Dios», por el espíritu profético, por el desinterés en las cuestiones legales, por la captación singular de la obra de Jesús abierta al mundo entero. La perspectiva desde la que se escribe Lucas y los problemas a los que debe dar res- puestas reflejan, de alguna manera, sus preocupaciones teológicas personales. ¿No se había ido demasiado lejos en el distanciamiento e independencia frente a la Iglesia ma- dre de Jerusalén? Era necesario romper con un particularismo excesivo (Act 1-5) que hacía del cristianismo una especie de secta del judaísmo. De ahí la presentación de Esteban como el cerebro genial que provocó la ruptura. Pero, ¿hasta el extremo del distanciamiento real en relación con la Iglesia madre, que debió enviar como mediador a Bernabé (Act 11,22s)? Era necesario que los «helenistas» estuviesen gobernados por helenistas, no por judíos. De ahí la institución de los siete para su atención y cuidado. Pero, ¿hasta el extremo de querer sustraerse al gobierno o autoridad de los Doce? La actitud de Pablo -con la que simpatizaba, de forma práctica, la Iglesia de Antioquía- (por eso al iniciar la gran misión, Bernabé, en un acto de humildad reconocerá la nece- sidad de una cabeza más privilegiada que la suya, va a Tarso a buscar a Pablo, Acto 11,25s), ¿no era excesivamente radical? Su radicalismo frente a la Ley, ¿no significaba un grave obstáculo para la evangelización a los judíos? Probablemente éstos y otros interrogantes impusieron una mayor moderación y tolerancia en Lucas. Tal vez tenga- mos aquí una de las explicaciones de las «desavenencias» teológicas entre Lucas y Pablo. que, desde la problemática apuntada, no las haría tan incompatibles con un acom- pañante de Pablo en sus viajes de misión. Está claro que Lucas escribe para étnico-cristianos o cristianos procedentes del paga- nismo. La localización de estos destinatarios debe buscarse en el ámbito de las comuni- dades paulinas: en el Asia Menor o en Grecia. Y de las preocupaciones que tiene Lucas se deducen los problemas de las comunidades que tiene delante. Fundamentalmente eran dos. En primer lugar, quiere afianzarlas en su confianza en la doctrina tradicional cristiana. A finales del siglo I, cuando la distancia de los orígenes era ya grande, era necesario que alguien volviese la vista hacia atrás y, mediante su investigación y testi- monio, garantizase, tal vez de forma definitiva y última, la continuidad de la tradición de Jesús, «desde el principio». Había otra razón importante, que tiene bastante que ver con la anterior. Estaban surgiendo por todas partes, particularmente en el ámbito de las co-
  • 37. Nuevo Testamento 37 munidades a las que escribe Lucas, doctrinas erróneas que falseaban la pureza del cristianismo original, en especial la herejía gnóstica (problema que se halla reflejado también en la primera y en la segunda de Juan, en Ef y Col, en las Pastorales, en la 2Pe y en la de Judas, cuyos destinatarios deben buscarse en el ámbito en el que se mueve Lucas). La presentación del Evangelio que hace Lucas en las dos obras viene a decir que estas falsas doctrinas contradicen a la tradición apostólica y, por tanto, que deben ser rechazadas. CARACTERISTICAS LITERARIAS DE LA OBRA DE LUCAS En el prólogo del evangelio Lucas demuestra su capacidad de escribir un griego clásico de altos vuelos.Afortunadamente para nosotros, y también para sus lectores inmediatos, esto lo hace pocas veces. Otro buen ejemplo de su buen hacer literario tenemos en el discurso de Pablo en el Areópago (Act 17). Su lenguaje habitual es el griego popular, el de la lengua común o koiné. Es de notar, sin embargo, la atención de evitar palabras y construcciones excesivamente vulgares. Como principio general hay que afirmar que Lucas el griego de sus fuentes, en particular el de Marcos. Evita, por ejemplo, la palabra esperma (Mc 12,20) para hablar de la decadencia y, en su lugar, dice «murió sin hijos» (Lc 20,29, aunque la palabra «esperma» aparece en la cita que hacen sus interlocutores, los saduceos, aduciendo el texto de Dt 25, 5). En la sintaxis no abusa, como hace Mar- cos, de la simple partícula copulativa «y». Lucas maneja bien la sintaxis y sabe construir oraciones subordinadas mediante el recurso a conjunciones, participios e infinitivos. Lucas evita vocablos semíticos y latinos. Sin embargo, imita el estilo de los LXX, particu- larmente en el evangelio de la infancia y en los discursos de misión de los Hechos. A veces tenemos la impresión de que su griego se halla profundamente impregnado por el utilizado en la versión griega de los LXX. Pero en Lucas esto no puede llamarse «semitismos» de Lucas no apuntan necesariamente a las fuentes semíticas utilizadas. El arte literario de Lucas y su talento se pone de manifiesto cuando pone en boca de sus personajes las palabras y discursos adecuados. Hace hablar a Pedro con la solemnidad con que se supone que debía caracterizar al primero de los apóstoles y representante oficial de los Doce, y a Pablo con la sagacidad, Sutileza y dialéctica que debían corres- ponder a un misionero que tenía que enfrentarse con todo tipo de circunstancias, casi siempre adversas. Otro aspecto importante, desde el punto de vista literario, nos lo ofrece Lucas en la forma de utilizar sus fuentes. Se sirve de ellas aduciéndolas en pequeños bloques: el de la infancia (1, 5-2,52); material de Marcos (3, 1-16,19); Q y fuentes propias (6, 20-8,3, la «pequeña inserción»)... Los distintos bloques informativos y los desarrollos más o me- nos importantes los destaca mediante noticias que los anticipan o mediante datos retros- pectivos que los recuerdan.
  • 38. 38 Nuevo Testamento EL PROBLEMA DE LAS FUENTES Es este un problema más grave que en los otros sinópticos. Para captarlo es preciso tener en cuenta los siguiente: - Es evidente que ha conocido y utilizado a Marcos: de los 661 versículos de Marcos, Lucas ha tomado alrededor de 350. - Por otra parte, Lucas omite una sección importante de Marcos (6, 45-8, 26), entre otras cosas. - Es el evangelio que tiene más materia propia (de 1,149) versículos que componen su evangelio, 548 son exclusivos de Lucas). - Es preciso, por tanto, contar con Marcos y Q como fuentes de Lucas; pero esto resulta insuficiente. Se ha pensado que el actual evangelio de Lucas utilizó, además de Marcos y Q, otro evangelio anterior y completo. Sería el así llamado «Pronto- Lucas» (el primer Lucas). La hipótesis, sin embargo, carece de consistencia, porque esto significaría haber dejado huellas más profundas en el evangelio actual, sobre todo en el relato de la pasión. Ahora bien, las particularidades de Lucas no nos obligan a pensar en otro evangelio completo como fuente. - El material propio procede de otras fuentes, orales o escritas, a las que debe un contenido muy rico, como lo demuestran los relatos siguientes: el buen samaritano, el rico insensato, el rico epulón y el pobre Lázaro, el fariseo y el publicano, el hijo pródigo, el juez inicuo y la viuda, Marta y María, la mujer pecadora.... - Caso aparte constituyen los dos capítulos primeros. Todos los indicios apuntan a que el evangelio comienza en 3,1 (incluso la genealogía aparece en este capítulo. Compárese con Mateo); el estilo de estos capítulos es más semítico... Lo más probable es qu el mismo Lucas lo añadió, a modo de prólogo, a su evangelio ya compuesto. LUCAS EL HISTORIADOR Lucas ha tenido siempre fama de historiador. Para hacer justicia a esta apreciación es preciso poner de relieve las características de la historia que escribe. a) Su historia dentro de la historia antigua. Como es sabido, la forma de escribir la historia entre los griegos (la historia antigua) era un arte. Pretendía deleitar y pro- curar «sabiduría» o instrucción moral. Desde este punto de vista demostraba un interés arqueológico y estético por el pasado. Es lo que hace Lucas, particularmen-
  • 39. Nuevo Testamento 39 te en el evangelio de la infancia: acentúa la continuidad de la Iglesia con su pasa- do; evoca el sacerdocio levítico; describe las costumbres piadosas judías; idealiza la vida de oración familiar, cuyos prototipos son las familias del Bautista y de Je- sús; traslada a los orígenes del evangelio, el mundo legendario del Antiguo Testa- mento; se sirve de la historia de Zacarías, de Isabel y de María; cuenta visiones y visitas del cielo, que anuncian el consuelo de Israel. El mesianismo judío se halla constantemente presente, aunque Lucas lo traslada y lee con clave cristología: el anuncio del ángel comunica a los pastores que les ha nacido, en la ciudad de David, un salvador que es el Cristo Señor (2,11); la acusa- ción suprema del Sanedrín contra Jesús está centrada en la pretensión, que ha manifestado con claridad, de ser el Cristo Rey (23, 2). En ambos casos «cristo» es un adjetivo que significa «el Ungido». La decepción de los discípulos ante la muer- te de Jesús está provocada porque ellos creían que iba a redimir a Israel (24,21). Y este es el pensamiento fundamental que tenemos en los cánticos del comienzo del evangelio (1,46-55; 68-79: 2,29-32). b) Su obra es una historia salvífica o de salvación, que ve la historia evangélica como parte de un proceso histórico controlado y dirigido por Dios. Los rasgos más salientes en este sentido son los siguientes: la colocación de la genealogía al prin- cipio de la obra, para indicar que Jesús es el complemento y plenitud de la historia real-regia de Israel; presenta la vida de Jesús como el período decisivo en la mar- cha de la historia salvífica (16,16, que tal vez sea el texto más revelador de la intención de Lucas). Esta intención fue la que le obligó a escribir un segundo libro, en el que la vida de la Iglesia es presentada como continuación de la vida de Jesús o, dicho de otro modo, la vida de Jesús es el punto de partida, el comienzo, de la vida de la Iglesia. En ella sigue actuando el mismo Espíritu de Jesús (Act 1, 8; 2,1ss; 2, 38; 5,32; 10, 44ss). c) La historia particular, que él narra, la encuadra dentro del marco de la historia universal. Desde este interés histórico se explica otra serie importante de deta- lles: la datación del nacimiento de Jesús (3,1s); la genealogía que, partiendo de José y a través de David, no se queda en Abraham -como es el caso de Mateo-, sino que llega hasta Adán (3, 23-38); el discurso inaugural tenido en la sinagoga de Nazareth (4,16ss), inmediatamente después del relato de las tentaciones, es todo un programa: el rechazo por parte de Israel significa la apertura del evangelio al mundo entero. ESTRUCTURA O DIVISION Prólogo: (1, 1-4)
  • 40. 40 Nuevo Testamento Prehistoria, que comprende el díptico de las infancias del Bautista y de Jesús, la activi- dad de Juan y la preparación del ministerio de Jesús, que incluye sus tentaciones (1, 5- 4, 13). 1. Inauguración del ministerio en Galilea: (4, 14-44). El discurso inaugural (4, 16-30) La palabra y los milagros (4, 31-44). 2. Ministerio itinerante de Jesús entre el pueblo (5,1-9, 50). Anticipación de la organización eclesial (5, 1-6, 19) Discurso de la llanura (6, 20-49) Distanciamiento incipiente de Israel (7, 1-50) Evangelización mediante palabras y hechos (8, 1-56) La revelación de Jesús a sus discípulos (9, 1-50) 3. El gran viaje (9, 51-19, 27) Discipulado y misión (9, 51-13, 21) La salvación de lo perdido (13, 22-17, 10) 4. Jesús en Jerusalén, pasión y muerte (19, 28-24, 53) Actividad de Jesús en Jerusalén (19, 28-21, 38) Pasión y muerte de Jesús (22, 1-23, 56) La jornada pascual (24, 1-53) La estructura o división propuesta no es la única posible. Lo más frecuente es presentar el evangelio de Lucas dividido en ocho puntos: el prólogo (1, 1-4); el evangelio de la infancia (1, 5-2, 52); preparación del ministerio público de Jesús (3, 1-4, 13); ministerio de Jesús en Galilea (4, 14-9, 50); el viaje a Jerusalén, como «éxodo» de Jesús (9, 51-19, 27); ministerio de Jesús en Jerusalén (19, 28-21, 38); relatos de la pasión (22, 1-23, 56a); relatos de la resurrección (23, 56b-24,53). Son posible otras divisiones. Lo cual indica que el principio que ha tenido delante Lucas para estructurar su materia no está suficientemente clarificado. Hemos optado por la estructura o división propuesta, porque creemos que demuestra mayor coherencia y consistencia en los grandes bloques que hemos distinguido; en ella se pone de manifies- to que no se trata de una simple secesión de episodios o acontecimientos; existe una dialéctica interna entre ellos y consideramos que la división propuesta lo pone más de relieve.
  • 41. Nuevo Testamento 41 CAPITULO II: CONTENIDO DEL EVANGELIO PROLOGO En el prólogo de su obra (1, 1-4), Lucas nos ha dejado constancia de las razones que justifican y de los motivos que la impulsan. a) Pretende ofrecer un relato de «los acontecimientos ocurridos entre nosotros». La frase se refiere a la vida, muerte y resurrección de Cristo. Dichos acontecimien- tos no son simple historia pasada: siguen operantes en el vida de las comunidades cristianas y son los acontecimientos fundantes de la misma comunidad cristiana, o la comunidad cristiana es fruto de los mismos. Lucas no inventa, sino que describe el suelo histórico sobre el que se construye con absoluta seguridad la comunidad cristiana de su tiempo. La vitalidad y certeza de esta base se hallan demostradas por los frutos producidos: muchas gentes no han tenido acceso a dichos sucesos y, sin embargo, viven de ellos y su vida se halla determinada por ellos. Entre dichas personas se halla el mismo Lucas. Su seguridad es la seguridad de la co- munidad, no simplemente la seguridad de una persona. Lucas presta su pluma y su boca a la comunidad cristiana, que escribe y habla en él y por él. b) La historia no se escribe de una vez para siempre. Y menos la historia cristiana. Junto al intento de «muchos», Lucas quiere ofrecer su propia visión e interpreta- ción de los acontecimientos. Entre los «muchos» que Lucas conoce y utiliza está, por supuesto, el evangelio de Marcos, la fuente y otras menos identificables, pero que Lucas ha tenido delante. El ha llevado a cabo una información e investigación tan seria como la requerida por la importancia de los hechos que pretende narrar. c) Lucas escribe como historiador: tiene delante la presentación hecha por aquellos que, antes de él, tuvieron análoga finalidad. Pero no quiere ser simplemente repe- tidor: su esfuerzo va ordenado a la investigación de la totalidad (así lo demuestra su materia específica, el evangelio de la infancia...) y a la presentación de los hechos de su propia interpretación. d) Como «historiador», al estilo de la época, Lucas pretende narrar las cosas «orde- nadamente». ¿Qué significa este orden? Varias cosas: sigue el orden de sus fuen- tes (Mc y Q); descubre los grandes períodos de la historia de la salvación desde la dialéctica de la «promesa-cumplimiento»; desvela el plan unitario de Dios en la historia de la salvación; la certeza del cumplimiento de los que ya se ha realizado se convierte en argumento de la seguridad de lo anunciado. ¿Llega, en el orden mencionado, a referirse a los acontecimientos que narrará en su segunda obra, el libro de los Hechos? Al menos, como probabilidad, no debe descartarse.
  • 42. 42 Nuevo Testamento e) Lucas escribe como creyente. Y, como tal, se apoya en los «testigos oculares y ministros de la palabra» (es una razón interna de credibilidad). Ellos vivieron en comunión personal con Jesús y de ella deriva su testimonio, que es fidedigno. Al aducir a los testigos inmediatos Lucas alude, muy probablemente, al favor jurídico de dichos testigos. Y como su testimonio es la base de los escritos de otros «mu- chos», Lucas coloca su evangelio junto a los otros evangelios que ya circulaban por las comunidades cristinas. f) La credibilidad de lo narrado, que pretende suscitar la confianza de los lectores, se apoya en que Lucas ha coleccionado y valorado todo el material que le ofrecían sus fuentes fidedignas; como historiador de la vida de Jesús se apoya sobre base segura; su información merece credibilidad porque, aunque no ha participado per- sonalmente en los sucesos que narra, ha recibido su información de aquellos tes- tigos inmediatos. g) La dedicatoria, tanto del evangelio como de los Hechos, sirve, al menos, para garantizar la difusión de la obra. Según la costumbre griega la obra es dedicada a un mecenas, colocándola así bajo su protección. Muy probablemente el ilustre Teófilo conoce ya las «palabras» (es el vocablo que utiliza el texto griego) o ense- ñanzas sobre Jesús. La obra debe afianzar a este cristiano en su fe, ya que el cristianismo es una realidad cuya característica última y más profunda es su segu- ridad o la certeza interna y externa. Probablemente Teófilo es también una persona representativa de los cristianos a los que va destinado el evangelio de Lucas. A ellos, en la persona de Teófilo, se les intenta asegurar la confianza en la doctrina cristiana frente a las desviaciones doctrinales de que ya entonces estaba siendo objeto. PREHISTORIA 1. EL EVANGELIO DE LA INFANCIA (1, 5-2, 52) Como punto de partida para su estudio debe tenerse en cuenta que no formó parte ni del Kerigma ni de la catequesis primitiva; fue incluso posible escribir el evangelio sin contar con los relatos de la infancia (así lo demuestran los evangelios de Mc y de Jn). En los discursos del libro de los Hechos, que recogen el kerigma original un tanto ampliado, tampoco se hace referencia a ellos. El evangelio de la infancia representa muy probable- mente la última reflexión cristiana sobre el hecho de Jesús , en el orden siguiente: pasión - muerte y resurrección, ministerio público, evangelio de la infancia. Esto nos lleva a una conclusión muy importante: se trata de relatos muy «teologizados» en los que, mucho más importante que la historia es la teología o la confesión cristiana de la fe. Exponemos a continuación los episodios más importantes.