Plan Refuerzo Escolar 2024 para estudiantes con necesidades de Aprendizaje en...
Cambió el martirio insoportable de la vida conyugal por una existencia libre
1. Mario Paternina Payares Pagina www.notavallenata.com
Correo mariopaternina@gmail.com Teléfonos 3126110158 – 3013613435
Corozal – Sucre - Colombia
La editora de la revista Cambio cambió el martirio insoportable de
la vida conyugal por una existencia libre de mortificaciones. Soho
le pidió que mirara por el retrovisor su vida marital y nos dejó
helados.
Por: María Elvira Samper
Tras mi breve tránsito por esa sagrada institución y luego de un largo
camino en el que he encontrado a muchísimas mujeres que pincharon en
el intento, he confirmado que mi aversión por el matrimonio es
comparable a la que profeso por la leche, el queso de cabra, los verbos
colocar y escuchar, el lenguaje políticamente correcto, las palabras con
'ch' (chorizo, chulo, chicha, chinche, chanchullo, chancla, chueco,
chumbo...), los chismes de farándula, el jet set, los cocteles del jet set y
los lagartos de coctel, las feministas de mochila, el compromiso de
género, los almuerzos de señoras, las morisquetas de las Barbies que
cierran los noticieros, los tipos que usan medias tobilleras, los
vegetarianos, los entierros, las telenovelas, los realities y los libros de
autoayuda.
No nos digamos mentiras, el matrimonio es fatal, quedó mal inventado.
Es más aburrido que un toque de queda con un militante del Opus Dei,
que unos retiros espirituales, que los seminarios de integración de las
empresas, las fiestas de oficina, las reuniones de padres de familia y los
bazares de colegio. Es odioso porque fue diseñado para toda la vida y
eso, de entrada, hace que la apuesta sea muy arriesgada. Nada más
enredado que el ser humano ni más aterrador que la perspectiva de que
solo la muerte nos pueda separar.
Considero que echar reverso es un derecho inalienable. Hasta los ríos
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pueden cambiar su curso.
Sin embargo, y aun a sabiendas de que el matrimonio es tan azaroso
como una lotería, buena parte de las mujeres -yo, entre ellas- resolvemos
en algún momento, por amor, apostarle al gordo. A nuestro gordo. No
faltan las muy pragmáticas -y no muy enamoradas- que resuelven
chulear al tema para incorporarlo a la hoja de vida; las muy quedadas
que rapan la mano a la primera propuesta y se meten en ese berenjenal
por el terror de quedarse solteronas, o las muy convencionales que se
lanzan al agua por el deseo de tener hijitos con todas las de la ley, como
cualquier Susanita que se respete.
No bien termina la luna de miel, quedamos notificadas del fin de nuestro
reinado. De ahí en adelante, la poco o mucha autonomía de vuelo
conquistada con esfuerzo queda hipotecada a la inveterada creencia de
que los hombres nacen con las manos consagradas al Sagrado Corazón.
"Hay que cambiar el bombillo del baño", "hay que vacunar el perro",
"hay que llevar la ropa a la lavandería", "hay que pagar el teléfono", y mil
"hay que..." adicionales, que el dueño de los muebles supone que su
media naranja debe traducir en realidades porque él vive muy ocupado y
esas son cosas de mujeres. No importa que ella también trabaje y esté
tan atareada como él, la división social del trabajo en el hogar juega a
favor del pequeño tirano que la suegra ha cultivado con esmero.
En esa lucha soterrada de poder, las mujeres acabamos perdiendo hasta
el apellido
Uno tras otro, ciertos pequeños detalles -o la total falta de ellos-
convierten el matrimonio en una especie de servicio militar obligatorio.
¿Qué tal los ronquidos que nos hacen creer que a nuestro lado duerme
el león de la Metro? ¿Qué tal el ritual de la mañana, el penoso
espectáculo de ese hombre barbado, desmirriado en su piyama azul de
rayas, los ojos hinchados y un tufo que se siente desde la cocina? Ni
qué hablar del baño compartido, los pelitos de la barba en el lavamanos,
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el bizcocho salpicado, la crema de dientes aplastada por la mitad, la
toalla húmeda en el suelo, los calzoncillos y las medias en un rincón, los
cajones y las puertas de los clósets de par en par... Los roces a propósito
de nada.
Y a la hora de vestirse, las preguntas que se repiten como letanías:
"¿Dónde está mi camisa azul?", "¿dónde pondrían mis mancornas?",
"¿qué se hicieron mis medias grises?". Debemos dar cuenta de todo. En
cambio, a ninguna mujer se le ocurre pensar que su marido deba
responderle por el lugar donde reposan unos calzones rosados de
encaje, los aretes de perlas o las llaves del carro. Nosotras o sabemos
dónde están nuestras cosas o las buscamos.
Si en el matrimonio hay algo que se aplica al pie de la letra es la ley del
embudo Eso lo aprendí en ese colegio donde fui educada religiosamente
en "la filosofía del ala de pollo": la pechuga para el marido, el proveedor;
piernas y perniles para los hijos, en proceso de crecimiento, y las alas...a
esos descarnados apéndices debíamos aprender a sacarles gusto. Y así
es con todo.
Si hay dos carros, el más perrata tiene destinación específica: ella. El de
tirar pinta: él.
¿Qué programa de televisión ver? El partido de fútbol que a él le gusta.
¿Los almuerzos de familia? Imperativo si es donde su progenitora,
porque madre no hay sino una: la suya.
¿Si para colmo de males es golfista? No solo la mujer se vuelve viuda en
forma prematura, sino que debe sufrir con resignación cristiana las
conversaciones monotemáticas con los amigos de juego sobre los
berdies, bogeys y aires que han hecho y, por instinto de supervivencia,
mantener la boca bien cerrada. Si la abre, aun para bostezar, corre el
riesgo de que le metan hoyo en uno.
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¿Y las fiestas? Basta que ella esté animada y en vena porque, justo ese
día, el marido quiere salir corriendo.
Si el copetón es él -¡güepa jé!- ni soñar con hacerle ojitos para insinuarle
que es hora de partir. Y, además, se ve obligada a presenciar el
espectáculo cursi de sus coqueteos con las separadas de ambiente o las
modelitos de turno, esas con carita de ángel y actitud de zorras. ¿Quién
lo convence de que no es obligación raspar fiesta?
Ni qué decir del martirio que significa la espera cuando Romeo no va a
comer a la casa. Es la agonía de ver cómo pasan las horas, la eterna
duda: ¿me estará poniendo los cuernos?
La pregunta salta como gato al cuello. Los ánimos se revuelven, los
instintos asesinos se despiertan, dan ganas de largarse para la
Patagonia. No es la primera vez. Pero... ¿y si el pobre ha sufrido un
accidente, si le han hecho el paseo millonario o le han dado burundanga!
? De pronto, el sonido de las llaves... Ha sobrevivido, mejor no decir ni
pío. Sería como arar en el desierto. La solución es dar la vuelta hasta
que el hombre caiga fundido.
Los ronquidos confirmarán, una vez más, que al lado yace el rey león.
Llegaremos como pasadas por trapiche a la cita de las ocho de la
mañana.
Para completar el cuadro clínico, los maridos están convencidos de que
su posición en el matrimonio es el de marcadores de punta: ¿por qué no
estabas en la casa cuando llamé?, ¿a dónde fuiste? ¿con quién
almorzaste?, ¿por qué no contestaste el celular? Pero basta que uno
abra el signo de interrogación para que broten sindicaciones como
reacción en cadena: celosas, controladoras, sobonas... Es que las
mujeres -dicen- somos posesivas y no dejamos espacio.
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Y por eso, por esa asfixia que supuestamente causamos, es que un buen
día deciden irse con su música a otra parte.
Día a día, poco a poco, el matrimonio se va convirtiendo en una jaula, de
oro en algunos casos, pero jaula al fin y al cabo.
Por eso odio el matrimonio con todos sus rituales, sus grillos y sus
cadenas. Me gusta dormir en diagonal, atravesada en la cama, tener el
control de la televisión, pasar los domingos en piyama, no tener que
compartir el baño ni hablar antes de las 10 de la mañana.
En fin, disfrutar mis pequeñas neurosis, no sentirme culpable por mis
mañas y mis antojos y mi manía por el orden. No tener que responder
por mis prolongados silencios. A estas alturas de la vida, con las riendas
de mi vida en las manos, nada más delicioso que la autonomía de vuelo.
Por fortuna, el hombre que quiero y que también comparte la filosofía del
'mejor juntos pero no revueltos', lava -mejor dicho, le lavan- los
calzoncillos en su propia casa.
Para Reflexionar hoy y mañana