1. KILIMA 87 Noviembre 2010
Queridos amigos:
Un día se presentaron en casa tres personas que me dijeron que venían en nombre de la
Cancillería de la Presidencia y me hicieron saber que su trabajo consistía en honrar con una
condecoración aquellas personas que se habían distinguido en el servicio al país y que habían
pensado en mí por cuantas obras había llevado a cabo para la mejora de la sociedad y el
desarrollo del pueblo. Se trataba de conceder la condecoración del Orden del Leopardo, la
más alta distinción civil que se concede en el país. La verdad es, que a todos les gusta un
dulce, pero jamás se me había ocurrido pensar en cosa semejante. (El leopardo era el animal
protegido de Mobutu. Él mismo vestía siempre un gorro hecho de la piel de este animal.
Había una cierta identificación entre las cualidades del animal con las del Presidente)
Ya el año pasado vinieron otros con la misma finalidad y os explico lo que ocurrió en
aquel entonces. Nos convocaron a una reunión a todos los que habíamos sido elegidos para
recibir tan honorífica distinción.
En aquel entonces, yo no sabía quiénes eran los afortunados en los que el Gobierno
había puesto sus ojos para proclamarlos hijos predilectos de Likasi y mostrarles como
modelos a imitar en medio de esta sociedad podrida y en la que los valores morales brillan por
su ausencia
Esta era una costumbre que había comenzado el Presidente Mobutu pero que había
desaparecido hacía muchísimos años, tal vez unos 20. Ahora la querían instaurar de nuevo
como un estimulante para animar a la gente de buena voluntad a caminar por otros senderos
que no fueran los de la corrupción, el robo, la prostitución, el tribalismo, etc. Convenía
cambiar la marcha del país y nos ponían en la picota para que la gente se fijara en nosotros y
tomara buena nota de que se podía vivir de otra manera e intentar salir a flote del abismo en el
que estamos sumergidos.
Pero mi sorpresa fue de campeonato al ver las caras de mis “compañeros de
promoción”. No conocía a todos pero algunas caras me llamaron enormemente la atención.
Estaba en el grupo una mujer que hacía años había dado a su vida un sello que la hizo
aparecer como modélica. Se ocupaba de recoger los niños de la calle y acogerlos en su casa
intentando ocuparse de ellos. Sus primeros años fueron ejemplares pero en cuanto comenzó a
llegar el dinero, comida, ropas, etc., provenientes de las ONGs, de privados, etc., aquel primer
impulso altamente meritorio, fue apagándose paulatinamente debido a la presión familiar, y
poco a poco, sus hijos, sus sobrinos y demás miembros de su parentela, fueron sirviéndose de
las ayudas y limosnas que recibía la señora en favor de los niños que tenía acogidos en su
casa, para que a éstos nada les faltara, hasta el punto que un día recibió un dinero para
mudarse de residencia, ya que apenas tenía sitio para acomodar a tanto niño, y la nueva casa
fue ocupada principalmente por los miembros su familia y no por los niños para quienes se
había destinado.
Ahora, tanto ella como todos los suyos viven con un cierto desahogo gracias a esas
ayudas, que en un principio no les estaban destinadas, pero que ella las enfocaba en esa
dirección tan particular ante la satisfacción de toda su familia. Los niños seguían
amontonados, hacinados. Eran vestidos, alimentados e instruidos en parte gracias a la
asistencia de las Mercedarias de Berriz. Me causaba sonrojo compartir los meritos con esta
persona.
2. Otro de los allí presentes era un transportista que estaba destrozando la carretera que
había abierto para facilitar la comunicación entre los pueblos, ayudarles en su producción
agrícola, acercar la selva a las gentes de Panda y Likasi, para que de esta manera pudieran
acceder a las zonas fértiles de cultivo y mejorar la situación social y económica de sus
familias. Para acceder a esta zona debían pasar por un puente que se construyó con ayuda del
Gobierno Vasco para que toda la zona rural estuviera comunicada con la zona urbana. Su peso
máximo autorizado era de 15 Tn y estaba prohibido el uso de esta carretera para el transporte
de minerales. Solamente se había pensado en el desarrollo agrícola.
Incluso, con el fin de desanimar a algunos camioneros, se habían colocado controles
policiales para que impidieran el paso de camiones con un tonelaje que excediera al que había
sido fijado o que se dedicaran al tráfico de minerales de cobre y cobalto y a veces también de
uranio, sin ninguna protección para ellos o para la población.
Yo tenía que recorrer esa misma carretera para llegar al poblado que estábamos
levantando y recuerdo que un día, en plena estación de lluvias, uno de los camiones de este
transportista quedó enfangado en medio de la carretera cerrando el paso a cualquier vehículo
que tuviera que transitar por ella. Por aquel entonces, se podía utilizar la carretera durante
todo el año ya que los pequeños camiones de unas siete toneladas, cargados de maíz, alubias,
etc., nos destrozaban el suelo de estas pistas de tierra a las que llamamos “carreteras”.
Necesitaba continuar el viaje porque había prometido a la gente del poblado que
llegaría para celebrarles la Eucaristía y les pedí que me echaran una mano para abrir entre
todos un paso por la selva de forma que pudiera continuar mi camino. Estos camioneros
llevan en sus vehículos toda una banda de jóvenes adictos a la droga, folloneros, dispuestos
siempre a la pelea, cuyo trabajo consiste en desenfangar los camiones cuando quedan
atrapados en algún barrizal y a cambio reciben unos kilos de maíz para alimentar pobremente
a sus familias. Son gente descarada, muy valientes cuando están en grupo pero mucho más
mansos cuando se encuentran solos. Se negaron a ayudarnos a abrir un paso en la espesura y
se permitieron toda clase de comentarios desagradables ante el europeo –yo mismo – y la
gente que me acompañaba.
Tuvimos que trabajar solos hasta limpiar de arbustos, cortar algunos arbolitos,
despejar la hierba y con un poco de suerte y algún empujón del ángel de la guarda
conseguimos utilizar el paso y seguir nuestro camino. Son camiones que llevan muchas
toneladas de peso, cargados de minerales, dos cosas prohibidas para el empleo de esta
carretera, que cuando la tierra está blanda como consecuencia de las numerosas lluvias, abren
unos surcos profundos por donde luego tenemos toda clase de dificultades para circular. Ellos
se ríen de todas las normas, si éstas les dificultan sus actividades. En dos ocasiones habían
roto las barreras policiales chocando expresamente contra ellas para no declarar ni el peso ni
el contenido de su carga. En uno de esos choques hirieron a un policía pero sus compañeros
no se atrevieron a detenerle porque está bien relacionado con las instancias militares y
judiciales y le dejaron marchar por miedo a salir ellos perjudicados. ¿Yo iba a recibir la
misma condecoración que él, a uno por construir el país y a otro por destruirlo?.
Estaba también un Hermano Javeriano, africano, que representaba a un miembro de su
congregación que había dado su vida trabajando incansablemente por la juventud local,
primero en la enseñanza y luego promoviendo el cultivo de los campos, creando una especia
de cooperativa que les ayudara a salir del paro.
Todos los demás me eran desconocidos. Luego me enteré que uno era un escultor,
otro, presidente de un equipo de fútbol, otro, director de una compañía minera…y así hasta
diez. Y me preguntaba para mis adentros: ¿“Qué pasos han dado éstos para hacer avanzar el
país?” Me di cuenta que todo era política del gobierno con el que quería favorecer a los
miembros del partido presidencial y hacer propaganda para las elecciones que se preparan.
3. Allí estábamos todos reunidos esperando a una comisión que tenía que venir de
Lubumbashi (125 Km) para examinar cada caso y comprobar la idoneidad de los mismos. A
las dos horas de espera, les hice saber a todos mis “colegas” que no veía ninguna seriedad en
la comisión que tenía que venir de Lubumbashi puesto que no habían dado ninguna señal de
vida y pretendían que continuáramos a su espera. Por tanto, viendo su poco respeto a las
personas allí convocadas, la larga espera parecía como estar de rodillas suplicando tal
distinción, que yo no la había buscado, y que si de verdad tenían interés en estar conmigo
podrían pasar por Panda, porque en la parroquia tenía otras ocupaciones que atender.
Yo creo que esperaban que les llamara repetidamente para no perder la ocasión de
conseguir la medallita y como no asistí a ningún otro encuentro, mi nombre fue borrado de la
lista y así quedaron las cosas. No me volvieron a llamar. Mi presencia no les era muy grata y
se abstuvieron de acordarse de mí. Esta condecoración lleva consigo algunas prerrogativas y
es eso lo que la gente busca con tanta ilusión. Pasó el tiempo y nunca se me ocurrió preguntar
a alguno de los antiguos “elegidos” en qué había terminado el asunto de la condecoración,
porque ni la buscaba y mucho menos la pretendía y menos aún al ver a la cuadrilla que iba a
ser honrada con tal distinción.
Le comenté al obispo un día que pasó por Likasi y me dijo: “No te preocupes por tus
camaradas de condecoración, admítela, porque también a Cristo le crucificaron entre dos
ladrones”. La comparación no es de lo más acertada pero indica que las formas de pensar no
son las mismas. Donde yo hago hincapié ellos no dan importancia. O sea que a por el premio,
pensando sobretodo en todos vosotros que sois los verdaderos artífices de toda esta creación.
Nunca más pensé en todo ello y la vida transcurría con normalidad, hasta que en el
mes de marzo me invitaron de nuevo a otro encuentro. El reparto de medallas había tenido
lugar seis meses antes. Me pidieron que olvidara lo pasado y fuera a un nuevo encuentro con
el representante encargado de las condecoraciones.
Volvían a la carga, ¿Por qué?. Es que recibieron muchas críticas de la gente al ver
quiénes habían sido condecorados y quiénes no habían recibido ningún tratamiento honorífico
y entre ellos parece ser que estaba yo. Cuando de nuevo me propusieron para la
condecoración, les pregunté quiénes más íbamos a compartir dicha gloria, pero no quisieron
citarme ningún nombre. Tenía que asistir a un encuentro en el que nos explicarían en qué iba
a consistir la condecoración y quiénes eran los miembros elegidos.
El que había hecho el sondeo para descubrir a los merecedores del galardón nos
comunicó que tendrían que venir otros cuatro más, que se añadirían a los cuatro que
estábamos allí, pero en vista de que no llegaban, nos quería poner al corriente de cómo se
había desarrollado la ceremonia de la vez anterior y que podría servirnos de pauta para el
presente encuentro.
Iban a venir de Kinshasa seis personas, el Canciller, su secretario, un escolta y otros
tres más que no tenían una función específica. Iban a pasar en Likasi dos días y medio y
nosotros teníamos que hacernos cargo de todo: alojamiento, comida, un cóctel después de la
condecoración y comida de gala de los homenajeados con la comisión que se había
desplazado para este fin. Los del grupo anterior incluso les habían ofrecido “un sobre”
cuando iniciaron el regreso.
Me pareció una “pasada”, pero permanecí en silencio porque era el único blanco de la
cuadrilla. Yo no sé qué pensaban los demás en su fuero interno, pero en vista de que el reloj
seguía avanzando y nadie abría la boca, le dije que a lo sumo se podría pagar el cóctel pero
4. que no entendía muy bien el resto de lo que nos proponía ya que normalmente, cuando le
envían a alguien en misión, le pagan el viaje y recibe un dinero para los gastos, por tanto no
veía claro por qué teníamos que cargar con esos gastos. Incluso los gastos de alojamiento
están comprendidos y que no me parecía de recibo que tuviéramos que cotizar entre nosotros
para agradecerles encima con un abultado sobre por el hecho de que hubieran querido venir
hasta Likasi. Si venían en una misión oficial, tendrían que ser acogidos por las autoridades del
lugar ya que la Cancillería depende directamente del Presidente del Congo. Por nuestra parte,
nadie les había llamado ni nosotros habíamos pretendido que se nos homenajeara y que por
tanto sus propuestas no entraban dentro de mi lógica.
La persona que nos había sugerido esas ideas, dejó de sonreír, se le veía como un
brillo sudoroso que asomaba por sus sienes, le entró una especie de carraspeo, la voz le salía
como entrecortada, y más cuando la monja salió también en mi apoyo dándome la razón. Otro
de los africanos del cuarteto añadió que lo que nos proponía era que compráramos la
condecoración, cosa a la que no estaba dispuesto, y viendo el cúmulo de críticas a su acción
nos propuso volvernos a encontrar la semana siguiente para discutir de nuevo qué es lo que
proponíamos como compromiso económico para realzar con nuestra aportación la solemnidad
de la ceremonia que iba a tener lugar.
Le dijimos que incluso el cóctel era algo que nos debía ser ofrecido por las
autoridades como estímulo por la labor realizada y que generalmente todo galardón lleva
consigo un premio en metálico y no al revés, el que los galardonados ofrezcan una cantidad de
dinero al canciller que viene en misión oficial a otorgarnos esas medallas.
Para intentar mostrar lo mucho que había hecho por nosotros, nos comentó que el
encargado de Lubumbashi de otorgar estas mismas condecoraciones les había pedido 1.000 $
a cada uno de los seleccionados, para entregar al Canciller y a su comitiva en agradecimiento
al gesto que habían tenido con ellos, y que en Kolwezi, quien tenía que cumplir la misma
misión vendía la opción por recibir las medallas al precio de 800 $, mientras que él velaba por
nuestros intereses y tras ardua lucha había conseguido que no nos desplazáramos a
Lubumbashi sino que la comisión viniera a Likasi a imponernos las medallas. Escuchamos
educadamente su alegato pero nuestro silencio le hacía ver que no estábamos dispuestos a
cambiar de opinión.
Yo veía que le estábamos acorralando contra las cuerdas y no continué haciendo
observaciones. Igual me borran otra vez de la lista, y me callé recordando el consejo del
obispo. No pudo ni darnos la fecha en la que tendría lugar el acontecimiento. En un principio
iba a tener lugar el 30 de Junio, el día de la Independencia, pero tenía que marchar a
Lubumbashi al día siguiente con el resultado de nuestro encuentro y entonces decidirían el
programa. Estaba visto que los representantes de Likasi y Lubumbashi pretendían buscar un
medio para hacerse fácilmente con un montón de dinero para ellos mismos porque eran ellos
los que iban a gestionar el hotel, la comida, el cóctel y el sobre que había que darles al final
de su estancia. Nos prometieron que nos mandarían las invitaciones por escrito y con tiempo,
no como esta vez en el que se limitaron a llamarnos por el móvil, a unos la víspera, y a otros
el mismo día del encuentro.
Iban pasando los días y no recibía ninguna comunicación. Pensaba para mis adentros
si no me habrían borrado de nuevo por haber dicho lo que no les gustaba oír. La verdad es que
ese asunto no me quitaba el sueño. Me encontraba en ese momento con problemas más graves
que no sabía cómo se iban a resolver. En un poblado que depende de la parroquia y que se
5. encuentra a 60 Km., la gente estaba dispuesta a llegar a las manos para resolver sus
diferencias incluso, recurrir a los machetes si fuera preciso y yo era el llamado a apaciguar
los ánimos para que la sangre no llegara al río.
De todas formas, me personé en las oficinas y les pregunté si tendría lugar la reunión,
a lo que me respondieron que ésta se había aplazado y como no habían podido enviar las
invitaciones, aprovechaban esa ocasión para dármela en mano. El servicio de Correos no
funciona y hay que buscar a algún habitante cercano para enviar con él las invitaciones. De
todas formas, la condecoración se celebraría el 24 de Agosto. Tenía una cierta curiosidad en
conocer los nuevos convocados. Suspense.
Llegado el día de la reunión, los que nos presentamos en ella fuimos los cuatro de la
vez anterior y un señor, a quien le conocía desde mis primeros años de estancia en estas
tierras y cuando le pregunté si venía también por lo de la medalla, ante mi gran asombro, me
dijo que no era él el galardonaba sino su queridísima esposa y que no sabía cual podría ser la
razón de concederla tal distinción, pero como la habían nombrado venía de parte de ella parta
tomar buena nota de lo que se hablara en la reunión.
Me quedé pasmado de semejante elección. La mujer es una mulata, que en sus años
jóvenes llamaba la atención por su belleza y en la medida en la que fueron pasando los años
se fue liberalizando en sus costumbres y admitía en su “compañía” a médicos y autoridades
que se interesaban de su buena apariencia y disponía siempre a su alrededor de una corte de
admiradores dispuestos a pedir y recibir “sus favores”, que los prodigaba con generosidad, a
sabiendas de su marido que prefería hacerse el ciego y comer a dos carrillos gracias a los
“trabajos” de su esposa, que aparecer como el marido ultrajado y exponerse a las amenazas de
quienes ostentan el poder.
Es cierto que había dado la existencia a una numerosa prole, pero otro tanto habían
hecho casi todas las mujeres de Likasi y con ello habían contribuido al desarrollo del país,
pero aparte de su prolífica maternidad, no se conocía ninguna gesta particular por la que
glorificar su memoria. Seguramente sería como agradecimiento a su “buena disposición”
hacia quien distribuía las condecoraciones.
¿Quiénes eran los demás recompensados? La pregunta quedaba siempre sin respuesta,
probablemente para que no pusiéramos demasiadas pegas.
Volvió de nuevo a la carga con los mismos puntos de la vez anterior, aunque esta vez
ya no repitió el asunto del sobre que había que preparar para que en el momento de la
despedida se marcharan contentos a Kinshasa. Sin embargo, pretendía que fuéramos nosotros
quienes se encargaran de su alojamiento durante el tiempo que permanecieran en Likasi y les
invitáramos a una comida de gala después de la ceremonia de la imposición de las medallas.
Los que habían acudido a la cita éramos los mismos que los de la vez anterior, por
tanto, conocían mi parecer y esperaba que ellos rompieran el fuego y termináramos de una
vez la comedia. Nadie se atrevía a abrir la boca. Quien sabe, igual en el futuro podrían ser
molestados por les autoridades si sus juicios fueran negativos. Para romper el tenso silencio
que se había establecido, el convocante me pidió mi parecer y otra vez volví a repetir lo que
ya le había dicho en la reunión precedente. Eso dio pie a una pequeña discusión y en ese
momento tuve que salir de la sala porque llamaban a mi móvil. La secretaria, que parecía estar
con el oído pegado a la puerta en la que se celebraba la reunión, aprovechó para venir junto a
mi y decirme: “Padre, muy bien, no cedan, que ustedes no tienen que pagar la estancia de ese
grupo. No cedan, Padre”.
6. Al final, quedamos en que pondríamos 50 $ para pagar un cóctel a los asistentes y
nada más. Ha pasado el 24 de Agosto, e incluso el de Octubre, y de ese tema no se ha vuelto a
hablar. ¿Se habrán “merendado” los 50 $? ¿Me habrán borrado de nuevo de la lista?. Si algún
día se celebrara esa manifestación, os tendría al corriente. Este es un ejemplo más de cómo
marcha el país. Al antiguo responsable de la Cancillería lo metieron en la cárcel porque había
hecho desaparecer el dinero que tenían destinado para estos fines.
Un abrazo.
Xabier