Ente de Coordinación Operativa de Servicios en la Capital
Kilima 88 - Febrero 2011
1. KILIMA 88 Febrero 2011
Queridos amigos:
Este año pasado se ha celebrado el 50 aniversario de la independencia del país.
El gobierno tenía ganas de celebrarlo por lo grande pero la gente se mostraba contraria a
este planteamiento y lo manifestaban públicamente. “Se celebran los éxitos, los triunfos,
decían, pero nosotros no hemos hecho sino retroceder desde el día en el que nos dieron
la independencia”. ¿Es que hay algo que funciona en este país: la justicia, el ejército, la
sanidad, la administración? ¿Qué es lo que vamos a celebrar entonces?. Al final, el día
transcurrió con normalidad, solamente los desfiles marcaron un algo distintivo a dicho
aniversario.
Vinieron los reyes de Bélgica y bastantes mandatarios africanos, quienes lo
celebrarían por todo lo alto, pero la gente corriente se fue a los campos o pasaron el día
a la sombra del mango que crece en la parcela de su casa, sin atreverse a deambular por
las calles para evitar encuentros desagradables con algunos militares, que podrían
molestarles ya que pretendían ser los héroes de la independencia, como si la hubieran
conquistado a punta de bayoneta, como si todo el mundo no supiera que la especialidad
de los militares es la de ganar corriendo cualquier batalla porque son tan rápidos que no
hay enemigo que consiga alcanzarles.
A simple vista, da la impresión que el país funciona a base de mafias. Allí donde
se mueve el dinero se forma como una especie de sociedad a la que es muy difícil de
acceder si no se forma parte de la cúpula del ejército o se goza de alguna alta
responsabilidad administrativa. Se recurre incluso a procedimientos mágicos, a
encantamientos, en los que el interesado es capaz de “ofrecer” incluso la vida de algún
hijo con tal de entrar a formar parte de esa élite que nada en la abundancia y se cree a
salvo de todas las investigaciones policiales.
Cualquiera no puede entrar a formar parte de esa red de los traficantes de
minerales. Hace falta tener un capital para emplearlo en la compra de los minerales
extraídos de la tierra por mineros de fortuna, que en su inconsciencia o movidos por la
necesidad inminente, van adentrándose en las entrañas de la tierra cavando túneles sin
ninguna protección o seguridad, de forma que a menudo se hunden, atrapando en su
interior a los que en ese momento se hallan dentro. A veces, los compañeros consiguen
rescatarlos todavía con vida, pero otras veces salen con la columna rota, quedando
inválidos para toda la vida. Otras veces, porque el derrumbamiento ha tenido lugar en la
profundidad de la galería, se quedan allá para siempre.
Las mujeres esperan en la entrada de esos agujeros horadados en la selva para
hacerse cargo de los sacos de mineral que van sacando a gatas, poco a poco, no con
vagonetas y sobre raíles, para purificarlos de la tierra y todo producto estéril que puede
estar adherido a la piedra, lavarlas cuidadosamente en un pozo cercano y venderlo al
intermediario que está esperando tranquilamente junto a su camión para examinar la
calidad del producto y llevarlo a una fundición donde recibe su paga en dólares. Si no se
2. está metido en esa mafia no se puede vender en ninguna parte. Los “jefes” son los que
imponen la ley y ordenan a cada uno dónde tiene que “colocar” su carga, de esta forma,
no sólo imponen su voluntad a los trabajadores o explotadores mineros, sino también a
los amos de las empresas de fundición porque si no saben satisfacer positivamente a los
suministradores, corren el peligro de quedarse sin los minerales necesarios para hacer
funcionar sus hornos.
Hace como un año salió una ley en la que prohibían la exportación del mineral
bruto a los países vecinos. Tenía que sufrir una primera fundición dentro del país,
obligando a los inversores extranjeros a poner en marcha una serie de hornos y crear
puestos de trabajo, pero la ley pronto dejó de funcionar, porque uno de los que tiene
prisa en hacerse rico es el gobernador de la provincia, que posee una minas importantes
en el norte de la provincia, y fundía la carga de dos o tres camiones, pero el resto lo
pasaba en bruto por la frontera con Zambia que está dentro de su jurisdicción.
Su ejemplo fue seguido por los demás industriales que actúan de la misma
manera. Funden una pequeña parte y sacan el resto cuanto antes, lejos del país, donde lo
pueden vender a precios ventajosos para ellos. Para formar parte de esa “banda”
conviene mostrarse generoso con los traficantes mayores y acomodarse a sus
exigencias. Una vez dentro de esa red, el dinero puede entrar a raudales pero hay que
recordar en todo momento que no se puede bajar la guardia en cuanto a la generosidad
con los “padrinos”.
Algunos de ellos se dedican a la explotación y otros al transporte. Han formado
varias empresas con este fin. Son camiones enormes de 30 ó 40 toneladas que
diariamente atraviesan la frontera con Zambia rumbo hacia Zimbabwe, África del Sur o
llegan a los puertos del Pacífico donde la mercancía es orientada hacia la India , China,
Corea o hacia los países europeos. Sin embargo, existe una vía férrea que podría hacer
ese trabajo a un precio mucho más económico, pero han conseguido que los trenes no
funcionen para asegurar de esta forma el funcionamiento de sus camiones.
Pero allí donde el Código Civil queda encerrado en una carpeta que nadie lo
abre, pueden ocurrir todo tipo de irregularidades. El comercio con el cobre y el cobalto
es algo que está permitido, pero existen otro tipo de minerales altamente prohibidos por
la ley e incluso cuyo tráfico está prohibido por la comunidad internacional. Me refiero
al uranio. Aquí se encuentran las minas que en su tiempo permitieron a los americanos
explotar el uranio necesario para la fabricación de las primeras bombas atómicas de
Nagasaki e Hiroshima. Una vez conseguido el objetivo las sellaron y prohibieron a todo
el mundo su explotación.
De vez en cuando, un grupo de la ONU viene para comprobar su cumplimiento,
pero poco a poco esa rigidez ha ido cediendo a las exigencias del mercado y un
escogidísimo grupo de ministros, gobernador, generales, continúa la explotación de
dichos minerales sin importarles la contaminación que crean en todo el ambiente. Lo
malo es que los camiones, cargados de dicho mineral atraviesan nuestro pueblo y a
veces, el chofer descansa en alguna calle mientras se refresca el gaznate del polvo de la
carretera que ha tragado durante el recorrido.
He hablado repetidamente del peligro de radiaciones a los que estamos
expuestos, pero nadie hace caso. Los mineros trabajan a pecho descubierto, sin ningún
3. tipo de protección o careta, llevando los sacos sobre sus hombros. Son chicos jóvenes
que piensan que tratamos de meterles miedo en el cuerpo hablando de enfermedades y
continúan haciendo caso omiso a todas nuestras advertencias. He hablado con la Policía
de Minas, que deberían prohibir este tráfico, pero como son sus jefes los que están
implicados en el mismo, me dicen que no pueden hacer nada.
Intento poner todo el calor que puedo en mis palabras porque me ha tocado ser
testigo de un hecho muy doloroso, pero no consigo convencer a nadie. Vino a mi casa
una pareja joven con un niño de escasos meses. Pensaba que venían a que le bendijera,
cosa bastante normal, porque aunque no sean cristianos quieren que el sacerdote
bendiga a la nueva criatura, creyendo que tal vez eso de suerte, pero éstos no traían esa
intención sino que me dijeron que le desnudara. Nunca me habían hecho semejante
proposición y me quedé pegado.
Algo debieron notar los que venían con el niño porque ellos mismos lo pusieron encima
de la mesa y lo desnudaron. Parecía un crío vivaracho pero en cuanto le quitaron sus
ropas pude comprobar lo que pasaba con él. Tenía unas malformaciones terribles. En
lugar de una mano, tenía una especie de dedo largo, extremadamente largo, y una pierna
no era muy normal. Tenía un muslo más grueso de lo ordinario y la pierna más corta,
pero en la otra parte no tenia pierna en absoluto. Del culo no le salía ni tan siquiera un
muñón. Lo tenía liso. Le pregunté si trabajaba en las minas de uranio y me lo afirmó.
Venían pensando en los médicos traumatólogos que vienen a operar gratuitamente dos
veces al año en el Centro de Minusválidos. Pensaban que todavía se le podría poner
algún parche para adecentar aquella especie de monstruo. Cada vez se ven más casos de
malformaciones en los recién nacidos a cuenta de trabajar el uranio sin ningún tipo de
protección.
El tráfico de uranio es secreto. Está prohibido hablar de él aunque todo el mundo sabe
que los “grandes” continúan explotando las minas, que teóricamente fueron cerradas por
los americanos. Sin embargo, de vez en cuando ocurren algunas cosas imprevistas que
ponen en evidencia lo que se quiere ocultar. Uno de esos camiones cargados cayó al río.
De ese mismo río se coge el agua que va a la depuradora para que una vez purificada, la
gente pueda emplearla para todos los trabajos domésticos; beber, preparar la comida,
limpiar la ropa, la casa, etc. A los dos días del accidente, las autoridades cortaron el
agua potable y prohibieron todo contacto con el agua del río hasta que no sacaran al
camión y su carga del lugar en el que había caído.
Prohibir es fácil, se puede contentar con anunciar la medida por la radio, pero ¿qué va a
hacer una población de 30.000 habitantes sin agua?. Nadie se tomó la molestia de traer
agua embotellada o cisternas con dicho líquido de otros lugares. Afortunadamente yo
tenía una reserva en casa porque donde vivo hace años que no llega el agua y tengo que
aprovisionarme por mi cuenta, pero ¿cómo se podía privar a toda la población del uso
de este líquido tan necesario?. La gente cogía agua del río para satisfacer todas sus
necesidades. Las autoridades sabían cual sería la reacción de la gente pero “cumplieron”
con su deber de proteger la población anunciando simplemente su prohibición.
En el paso fronterizo ocurre otro tanto. Llegan los camiones por la parte de
Zambia cargados con sal, azúcar, harina, cemento, maderas, etc. y se estacionan a unos
metros de la frontera. No la atraviesan para no pagar impuestos y bandas de jóvenes,
bien organizados, se acercan a descargarlos y pasar a hombros toda la carga hasta la
4. zona del Congo. Cualquiera, no tiene derecho a poner un saco sobre sus espaldas.
Existen las mafias que controlan a todos los grupos y distribuyen los trabajos según
hayan sabido “contentar” a los jefes, y una vez en el Congo, los vuelven a cargar sobre
otros camiones que llevarán la carga a su destino.
Algunas personas tienen la exclusiva para hacer pasar la aduana a determinadas
mercancías y son ellos los que establecen los aranceles sobre los mismos. Unos se
encargan de la sal, otros del cemento, los de más allá de la harina, y por lo que dicen,
algunos de ellos que gozan de ciertas prerrogativas pertenecen a la familia del
Presidente. Luego, el Ministro de Finanzas se queja en voz alta de que las aduanas no
son rentables, pero nadie se atreve a poner el cascabel al gato y todo sigue como antes.
Normalmente, los aduaneros forman parte de la familia de los “intocables” y se
amasan unas fortunas impresionantes con el dinero que debería entrar en las arcas del
estado pero que se introducen disimuladamente en sus bolsillos. Teóricamente están
muy mal retribuidos pero las mejores casas de Lubumbashi, los mejores coches que se
ven por la calle, les pertenecen. La riqueza aflora a la vista de todos pero nadie pide
explicaciones, porque los que tienen autoridad para ello reciben su parte y de esta
forma el “negocio” continúa.
Uno de los aspectos en los que se ve el “progreso” del país, es que el gobernador
ha dotado a la policía de tráfico de motos para perseguir, en caso de fuga, a los que
infringen la velocidad establecida y provista de cámaras, se estacionan a lo largo de la
carretera que une Lubumbashi con Likasi, unos 125 Km . En la cámara queda marcada
la velocidad del vehículo y si en los lugares en los que está marcado a 50 a la hora, uno
va distraído y se pasa un poco en su marcha, aparecen delante los policías que haciendo
sonar sus silbatos le anuncian al chofer que ha incumplido las normas y que le espera
una sanción.
Nadie ha visto la ley que condena a los infractores, porque la policía nunca la
lleva consigo. Unos dicen que según el reglamento, la infracción se debe castigar con
1.000 Francos Congoleños por kilómetro de más, pero los policías exigen el pago de
10.000 FC por kilómetro excedido. No hay forma de discutir con ellos porque el dinero
que colectan no es para ellos, ni para su ingreso en las arcas del estado, sino que su jefe
se queda con la mayor parte y el resto es para el que ha conseguido atrapar al infractor.
De nada sirve protestar porque van a salir en defensa de sus agentes y si, además, uno
quiere llegar hasta la comisaría para dirimir el asunto personalmente, su base la tienen
25 Km más allá de Lubumbashi, con lo cual nadie quiere hacer tantos kilómetros
inútilmente, con la pérdida de tiempo que eso supone y porque se arriesgan a no
encontrar a los superiores y tener que esperar encima largas horas inútilmente. Nos
conformamos con la multa, que se paga después de una larga discusión de regateo en la
que, por ejemplo, los 60.000 FC de un principio quedan reducidos a 15.000 FC, según el
tiempo que se quiera perder en la discusión. Cuanto más se discuta, más probabilidades
se tiene de reducir la multa.
Hace poco caí en sus garras. Conducía el coche a una velocidad moderada,
camino a Lubumbashi, pero un sacerdote me llamó al móvil y los policías me vieron
que estaba hablando por él. Me echaron el alto y me hicieron parar a la orilla de la
carretera. Papeles del coche, seguro, permiso de conducir, iban reclamando documento
tras documento y el inspector se quedaba con ellos. Yo admití mi falta y trataba de
5. discutir con ellos sobre la penalización que me iban a proponer, pero durante ese tiempo
veía que pasaban los vehículos sin ningún respeto del límite de velocidad establecido
en aquella zona, que aunque estaba marcado a 50 Km por hora, su velocidad podría
superar fácilmente los 100 Km . por hora. Les hice la observación y procuré hacer
hincapié en que su forma de proceder no era correcta puesto que castigaban a unos y
hacían la vista gorda con otros.
Ante mis críticas, empezaron a echar el alto a todos los que conducían con una
velocidad excesiva pero ninguno les hacía caso y yo seguía molestándoles con mis
observaciones. En una de estas, llegó un cochazo a toda velocidad y les dije: “Y a éste,
¿qué?”. El inspector dio orden a uno de los policías que le acompañaban para que lo
detuviera, pero el coche siguió su camino con peligro incluso de atropellar al policía que
se había colocado en la mitad de la calzada. Estaba provisto de un palo y al ver que no
paraba le arreó con el palo en la carrocería del coche.
El vehículo recorrió unos metros, dio la vuelta y se personó en el lugar en el que
se encontraban los policías. Se abrieron las cuatro puertas del coche al estilo de las
películas. No se quiénes eran pero empezaron a gritar a los policías por haber actuado
de esa forma. Éstos, creídos que el uniforme les protegería, se pusieron gallitos y el que
hacía de inspector comenzó a increparles diciendo:”Qué queréis, ¿pegarme?, intentadlo
si sois tan valientes”. Fue lo único que les faltaba escuchar para que importándoles muy
poco el uniforme policial arremetieran contra ellos y los cuatro del coche por una parte
y los tres policías por la otra, comenzaron a repartirse galletas, empujones, insultos, etc.
Yo miraba al inspector y veía que seguía manteniendo mis documentos en la
mano, con lo cual solo le quedaba la otra para defenderse de sus atacantes. Me daba
pena por él. No me parecía que la lucha fuera leal; así es que me acerqué por detrás y en
un momento de la pelea pude agarrar los documentos, que no los tenía sujetos muy
fuertemente, les di un tirón, llegaron a mis manos y ya de esta forma disponía ya de las
dos manos para defenderse de los forajidos que les atacaban. Le ayudé para que
defendiera su físico. Lo menos que podía hacer por defender a un agente del orden. Yo
cogí los documentos, me metí en el coche y nos marchamos rápidamente hacia
Lubumbashi sin ver como terminaba la contienda.
Un abrazo.
Xabier