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Kilima 74 - Septiembre 2007
1. KILIMA 74 Septiembre 2007
Queridos amigos:
Se está alargando demasiado la historia de los camioneros y sus asociados. Este
va a ser el último número en el que salgan a relucir de nuevo las luchas por defender lo
que nos parecía imprescindible y donde se ve el deseo de algunos en aprovecharse de
nuestros escasos medios de desarrollo para su provecho personal.
Resumiendo: Las autoridades nos obligan a quitar una barrera que la habíamos
erigido para proteger el puente del paso de camiones con un peso superior al que en
principio está permitido.
El desorden actual es difícilmente imaginable. Especialmente los jóvenes viven
ofuscados por el afán de ganarse un dinero que les permita toda clase de vicios y
caprichos. Muchos han dejado la escuela y otros han abandonado el cultivo de sus
campos para dedicarse, bien sea a la explotación de minerales o a la búsqueda de
chatarra especialmente cobre, para sacar un poco de dinero con su venta. En el campo
hay que esperar varios meses hasta que tenga lugar la cosecha mientras que revolviendo
tierra o antiguas escombreras, se pueden sacar al día unos dos o tres dólares y siempre
se tiene la sensación de tener el bolsillo caliente.
Precisamente, junto a la barrera que hemos colocado hay una antigua
escombrera en la que un grupo bastante numeroso de jóvenes, intentan rebuscar entre
los desechos, algunos metros de alambre, trozos de metal, o cualquier cosa vendible que
les permita conseguir un dinero para poder pasearse bien erguidos por el pueblo como si
fueran los amos del mundo, permitiéndose llevar en sus manos una botella de cerveza,
vestir alguna prenda que llame la atención y pavonearse delante de las chavalas a
quienes les regalan galletas o caramelos como señal de lo mucho que poseen y con esas
pequeñas engañiflas conquistar alguna “señorita” sedienta de dinero o necesitada de
medios económicos para pagar la escuela que quiere proseguir.
Son gente que vive al día, que no tienen nada que perder porque nada tienen, que
gastan sus escasas economías en alcohol y chavalas y están siempre dispuestos a
pelearse por cualquier cosa. Son por ello manipulados por los políticos cuando quieren
crear disturbios en algún lugar. Sin cerveza, y uno a uno, son auténticos corderos; pero
borrachos y en grupo son temibles porque ni rezan a Dios, aunque todos dicen que creen
en El, ni temen al diablo. En principio, están contra la autoridad ya que no ha hecho
nada por ellos y los policías son sus verdaderos enemigos, por eso, cuando vieron que
trataban de erigir una barrera junto al pueblo para impedir el paso de los camiones, les
pareció una idea maravillosa y se ofrecieron a custodiarla, impidiendo ellos mismos el
tráfico de los pesados camiones.
Esta gente tiene espíritu de solidaridad, de cuerpo, de forma que tocar a uno de
ellos es como enfrentarse a toda la banda. Se hacen respetar porque saben que a malas
nadie les puede ganar y al principio comenzaron a ejercer su poder con mucha
responsabilidad, poder que lo habían cogido sin que nadie se lo otorgara. Los camiones
se veían obstaculizados en su paso ya que las amenazas de los chóferes no hacía sino
exacerbar los ánimos de los jóvenes y, buscar la pelea con ellos era saberse perdidos por
adelantado.
Esto es lo que molestó a las autoridades, ya que ahora habían perdido su
impunidad, se veían al descubierto y los jóvenes habían demostrado que la presencia de
la policía no era necesaria. Se bastaban ellos mismos para proteger el puente, con lo
cual la policía se quedaba sin las propinas que recibían por dejar pasar los camiones.
Esas propinas no eran propiedad de los que permanecían todo el día en el control junto
2. al río sino que las tenían que repartir con sus superiores. Nuestra actuación no gustó en
las altas esferas puesto que se quedaban sin una fuente importante de ingresos.
Consideraban que yo era el culpable porque había puesto freno a la corrupción y al
abuso de poder por parte de las autoridades.
Ante las broncas de la alcaldesa y del capitán de la policía de la ciudad, que me
conminaban a arrancar la barrera, me dirigí a los jóvenes para decirles que según sus
jefes esa barrera tenía que desaparecer de donde la habían colocado. Poco faltó para que
no se metieran contra mí. “Tú eres un muzungu (un blanco) y ya has hecho bastante por
nosotros, ahora somos nosotros los que tenemos que proteger nuestros bienes. Tú
lárgate de aquí y si quieren quitar la barrera que vengan ellos mismos y que nos
obliguen a nosotros. Sabremos dar la respuesta que se merecen todos esos ladrones”.
Desaparecí del lugar, con un cierto temor a las posibles reacciones de la policía
o de los militares que podrían venir en su refuerzo para garantizar el orden, pero me
sentía feliz al comprobar, por fín, que algunos empezaran a sentirse responsables y
trataban de hacer valer sus derechos. Cuando les llegó a sus oídos la reacción de los
jóvenes, nadie fue capaz de arrancar esa barrera y aun hoy en día está en el sitio en el
que se edificó pero...siempre permanece abierta.
Las autoridades, muy astutamente, en lugar de enfrentarse a los jóvenes, les
invitaron a hacer un grupo conjunto con los policías corruptos que custodian el puente y
aunque se resistieron en un principio, ¿quién no sucumbe ante el ofrecimiento de unos
billetes de moneda americana ganados tranquilamente por el paso de un solo camión por
el puente cuando no son capaces de conseguir esa cantidad durante todo un día de duro
trabajo?. Y yo pensaba para mis adentros, ¿es que no será posible encontrar un solo
“justo” en este sufrido país?. Unos viven atenazados por el miedo y otros, en cuanto ven
el color del dinero, intentan apoderarse de él sin preguntar de quién es, para qué se ha
destinado o si se tratará del salario de algún sufrido trabajador.
En los pocos días que les dejaron cumplir su misión, por lo menos anotaron las
matrículas de todos los camiones que seguían utilizando la carretera a pesar de las
insistentes prohibiciones e incluso quisieron organizar una manifestación con la gente
del pueblo para protestar por cuanto estaba pasando. Su buena voluntad no fue premiada
por la participación de la gente, que en lugar de apoyarles en su esfuerzo se pusieron en
contra alegando que era sábado y que era el único día que disponían para ir a los
campos y que por tanto no estaban dispuestos a estropearlo en una manifestación que no
aportaría ningún resultado positivo.
En el fondo se manifestaba una vez más el miedo. Temían que durante la misma,
interviniera la policía y detuvieran a algunos de ellos. Viven en el más absoluto
egoísmo. Cada cual tiene que hacer frente a sus problemas sin que los problemas del
vecino perturben su sueño. Este es uno de los frutos de los 32 años régimen policial de
Mobutu. Nadie se arriesga y todos se limitan a echar la culpa a los demás.
Habíamos denunciado el problema ante las autoridades de Likasi y ante la
pasividad de su actuación preparamos una carta para el inmediato colaborador del
gobernador y responsable del todo el área rural de la provincia de Katanga. Tiene su
oficina en Kipushi, a 155 Km de Panda. Le enviamos la carta y pedimos una audiencia
para explicarle de viva voz el problema que nos preocupaba. Un grupo de minusválidos
iría con nosotros ya que fueron también ellos los primeros en protestar y manifestar ante
las autoridades el atropello que estaban cometiendo.
El día señalado salimos pronto de casa ya que la carretera está en malas
condiciones y venían también con nosotros unas religiosas que querían aprovechar el
viaje porque teníamos que pasar por la capital, que es donde tienen una casa sus
hermanas de la congregación a las que querían visitar.
3. En el camino me pegué un susto considerable porque en un momento dado, un
señor que estaba junto a un coche aparcado en la orilla de la carretera me hizo señas
para que disminuyera la velocidad. Así lo hice, pensando que tal vez tendría alguna
avería, y el señor apuntaba hacia más adelante con el dedo y me decía: "Atención,
bandidos". Efectivamente, unos cien metros más lejos se veían tres personas en civil y
con armas. Él, parece que hacía el recorrido con cierta frecuencia porque conocía el
peligro de aquella zona y venía prestando mucha atención a cualquier cosa rara que
apareciera durante el trayecto. Así es como descubrió a los bandidos.
Nosotros no teníamos ni idea sobre la peligrosidad de aquel lugar. Más tarde
me enteré que en esa zona habían atacado a los coches con cierta frecuencia y que
incluso la semana anterior habían matado a dos personas que no quisieron detenerse.
Iban llegando otros coches y todos permanecíamos orillados, con el motor en marcha,
sin saber qué solución tomar. Se acercaron también unos camiones y mientras
hablábamos en corro, mirábamos de reojo hacia los bandidos para ver si se movían,
dispuestos a coger el volante ante la menor señal de peligro.
En un momento dado, ellos, seguros de si mismos, altaneros, ocupando la
carretera de lado a lado, comenzaron a caminar hacia donde nos encontrábamos parados
mostrándonos aparatosamente sus armas. La reacción no se hizo esperar. Todos
volvimos rápidamente a los coches y empezamos a recular, algunos, a maniobrar para
dar la vuelta con el fin de escapar lo más rápidamente posible . Procuramos guardar una
distancia prudencial y nos volvimos a parar para buscar entre todos una solución al
problema.
Optamos por formar una caravana y atravesar su zona lo más rápidamente
posible. Así lo hicimos. El camión más pesado abría la marcha, luego nos pusimos en
fila todos los demás. Casi llegábamos a la veintena. Ni nos dábamos cuenta que había
una serie de baches que convenía sortear. Íbamos derechos, uno detrás de otro, sin
respetar la separación de prudencia, como escondidos tras el coche anterior. Cuando
llegamos a su altura, uno de ellos seguía de pié en medio de la carretera, en una actitud
arrogante, teniendo una metralleta en brazos, cruzada sobre su pecho, como si se tratara
de un inocente bebé. Pasamos, y aquí estoy para contarlo. Dos horas más tarde asaltaron
un autobús de línea y desvalijaron a todos sus ocupantes.
Durante todo este tiempo de conjeturas e indecisiones queriendo buscar la mejor
forma para encontrar una solución, las monjas sacaron sus rosarios del fondo de sus
bolsillos y con los ojos bien cerrados para evitar distracciones, molestaron a todos los
santos del cielo para que nos protegieran en aquel trance y tal vez fue su intercesión lo
que paralizó a los bandidos para que no hicieran uso de sus armas.
Llegamos a Kipushi pero el Comisario, a pesar de habernos dado hora, se había
marchado y nos recibió el segundo de a bordo. Fue un jarro de agua fría porque eso
indicaba hasta qué punto estaba interesado por la suerte de sus paisanos. Dijo que
contestaría a la carta, pero un mes más tarde, debido al silencio como respuesta,
pedimos audiencia al Gobernador y nos presentamos dispuestos a contarle lo que estaba
ocurriendo. Mientras tanto, seguía el paso de los camiones y la carretera estaba
totalmente destrozada, hasta el punto que el trayecto que recorría para visitar a los
pueblos, que en tiempo normal me llevaba como unas dos horas, en este momento los
camiones que tenían la suerte de no quedar enterrados en el barro necesitaban dos días
para recorrer ese mismo tramo de 60 Km. Habíamos perdido varias batallas, pero
¿ganaríamos la guerra?.
Pedimos entrevistarnos con el gobernador y el día en el que nos concedió la
entrevista fuimos acompañados por un grupo de niños minusválidos del Centro para que
expusieran sus quejas ante el primer mandatario de la Provincia. La provincia de
4. Katanga, territorialmente es tan grande como toda España. El Jefe de Protocolo del
gobernador no apreció la presencia de los minusválidos, temía que tal vez que con sus
muletas y bastones estropearan la alfombra del despacho, y les invitó a que
permanecieran en el exterior mientras la monja que viajaba con ellos entraba para
exponer el problema. Una vez más recibió un montón de felicitaciones por el trabajo
que estaban llevando a cabo y no faltaron las promesas de que en un breve plazo
pondrían fin a los abusos de los traficantes de minerales. Hasta hoy.
Preparamos un amplio dossier con las denuncias que habíamos enviado a las
autoridades y una serie de fotografías para plasmar el antes y el después de la carretera y
del puente que tratábamos de defender. Lo pusimos en manos de una diputada que
acababa de ser elegida para defender los intereses del pueblo, quien se mostró
enormemente interesada y nos aseguró que trataría de sacar a relucir el asunto en la
primera reunión que se celebrara de la Asamblea Regional. Han pasado cuatro meses y
el silencio va ahogando la importancia de nuestro dossier. Tienen que discutir asuntos
más importantes, como saber lo que deben ganar por ejercer sus funciones y el número
de personas que estarán comprendidas en su entorno para llevar a bien su trabajo.
Encontramos la forma de enviar todos estos documentos hasta las manos del
mismo Presidente de la República, y la respuesta ha sido la misma que la que hemos
encontrado en las demás autoridades: silencio. Hay demasiado silencio en este país tan
rico y que sin embargo hace agua por todas partes.
Desde mi punto de vista, creo que se han dado todos los pasos posibles para
defender las infraestructuras que permiten mejorar la vida de los ciudadanos. No se
puede hacer más, porque los mismo interesados, las mismas víctimas, permanecen
pasivas ante el atropello al que están siendo sometidos. Se contentan con quejarse por
bajines y venir a contarme sus cuitas para que les defienda de las injusticias de las que
son objeto. Pero ellos, no mueven un dedo, no se manifiestan, no envían una nota a la
radio, para evitar todo tipo de molestias que podría acarrearles el tomar una actitud de
denuncia.
Al borde de esta carretera de la que estoy hablando hay una serie de poblados
que carecen de agua potable y las mujeres y las niñas, dicen los hombres que ese es su
trabajo, tienen que andar más de media hora para encontrar un pozo donde pueden
llenar los bidones de agua que utilizan para cocinar, ducharse, lavar la ropa, etc. Se les
ha ofrecido la posibilidad de perforar en los alrededores e instalarles agua potable cerca
de los pueblos si son capaces de arreglar la carretera en aquellos trozos cercanos a sus
lugares de residencia.
Ninguno de los cinco pueblos que tengo antes de llegar al nuevo poblado de
Kabulumbu que estamos construyendo, ha querido sensibilizar a su gente y ponerse
manos a la obra, por consiguiente, se verán obligados a continuar como hasta ahora
porque se quedarán sin fuente. Cómo levantar un país si la gente no tiene aspiraciones?.
Se sienten derrotados, sin ilusiones, pisoteados por aquellos que tienen alguna
autoridad, abandonados a su suerte, engañados.
Y una vez más me toca hacer algunos pequeños arreglos, aunque sean
insuficientes para la estación lluviosa, pero que al menos durante este tiempo nos
faciliten el movernos sin poner en peligro la resistencia de nuestros vehículos o de
nuestras espaldas.
Y aquí damos por terminada la aventura. Esto no quiere decir que no siga
molestando a unos y a otros por la misma causa, pero no es cosa de seguir con este tema
que se hace cansino, monótono, como si no hubiera otras cosas de las que hacer
mención.
Un abrazo.