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Otra de Pantera ...... word
1. Narración 2011
Cuento
UNA MÁS DEL PANTERA
Por Gilbert Alex Delgado Fernández
Por cuestiones de salud, al Nico le habían prescrito una dieta en la que se excluía, principalmente, la
ingestión de pollo a la brasa. Su esposa había adoptado una actitud de Cerbero al cual ni la música
de Orfeo podría burlar. “Por una vez que rompa el régimen no me voy a morir”, alegaba
esperanzado en lograr complicidad, pero le hubo de quedar en claro que por esa vía no conseguiría
nada porque empezó a trazar una serie de planes— mismo coyote del Correcaminos— para burlar la
férrea custodia y deleitar su paladar con una pieza enterita del ave de marras. Cómo alucinaba con
una fuente de papitas crocantes untadas de mayonesa, la pechuga dorada entera con todo y su cuero
quemadito, mostaza en botella para luego repetir… Si bien las recetas vegetarianas de Pedrito
Manay constituyeron una solución temporal al problema, la obsesión por visitar la pollería iba en
aumento.
Hasta que dio con el plan perfecto: excusó la falla de una de sus computadoras y la necesidad
urgente de llamar un técnico. Aunque, pensándolo bien, bastaba con un amigo enterado de estas
cosas para disminuir costos de servicio. Maritza, su esposa, después de pensarlo unos segundos,
aceptó.
Al instante, llamó al Pantera. No cabía la menor duda de que éste se prestaría para la patraña.
Cuando llegó, siguió con las instrucciones acordadas previamente y concluyó en que debería
cambiar una pieza fundida para lo cual era preciso desembolso de dinero e ir a la búsqueda del
objeto requerido. El hombre convenció a su mujer de que él debería acompañarlo, pues necesitaba
retirar dinero del cajero para efectuar la compra. La mujer, nuevamente —aunque con cierta duda
expresada en una de sus cejas levantada—, aceptó.
Un garrafón de agua fresca y dulce para un náufrago, la libertad casual de un terremoto para el
condenado a cadena perpetua, la supresión indefinida del colegio para un infante no habrían
causado tanto bienestar. ¡Qué bien funcionó todo esto! Ni siquiera hubo necesidad de echar mano
de las decenas de discursos que había preparado para lograr algo así.
Del bolsillo de su pantalón, sacó una pieza sobrante de una reparación anterior. La harían pasar por
recién comprada. Acordaron ponderar dramáticamente su escasez y agradecerle a Dios, en abono a
la credibilidad de ella, por el milagro concedido al haberla hallado después de casi dos horas de
búsqueda. Le dirían que fue Luishino quien los llevó a Tacora y ahí la hallaron. Sí, encajaba de
perilla porque, además, en Tacora no extienden factura. El plan se armó a pedir de boca. Acuciados
por esta imagen culinaria, no perdieron más tiempo y corrieron a una pollería. No hacía falta pasar
por el cajero. De una de sus medias, Nico extrajo dos billetes de veinte soles. Listo, sin mayor
dilación a empujarse una pieza de aceitoso pollo a la brasa, con todos sus recutecus.
No lo olvides —le recordó al Pantera ya satisfecho y de regreso a casa—, la pieza ha estado escasa
y hemos pasado este par de horas buscándola.
Muy adentro y silenciosamente, no podía concebir qué ocurriría si Maritza se enteraba del
escamoteo que se habría infligido en contra de sus ricas ensaladas ligth en virtud de un
atragantamiento rico en colesterol. Temía por eso, pues tanto ella como sus hijos se sometían
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1 Rogelio Vilcherrez Chozo rovich3@hotmail.com
2. Narración 2011
diariamente a la misma comida blanca e insulsa que constituía su medicina sólo por comprometer
su voluntad de mejorarse. Soportaban la pálida vianda sin renegar, no al menos delante de él. Eso
era bastante. No, no podía ni pensar qué pasaría si ella se enteraba de esto. Era una verdadera
traición.
Ya en casa, su esposa interrogó a boquejarro al Pantera valiéndose del cálculo y la frialdad de una
profesora de Matemáticas:
— Y, ¿a qué tienda han ido a comprar la pieza?
A lo que éste, sin darse tiempo para evaluar su respuesta, contestó:
— A la Brasa Roja, señora.
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