Un cadáver no puede ser enterrado en sábado o en día festivo, días de reposo, y sólo puede ser lavado y ungido uno de estos días si no se le mueve ningún miembro del cuerpo. Así se legisla en la Misná (tratado Shabbat 23,5)
1. EL ENTIERRO DE JESÚS
Un cadáver no puede ser
enterrado en sábado o en
día festivo, días de reposo,
y sólo puede ser lavado y
ungido uno de estos días si
no se le mueve ningún
miembro del cuerpo. Así se
legisla en la Misná (tratado
Shabbat 23,5).
2. Efectivamente, las dos operaciones efectuadas con el cuerpo
sin vida de Jesús después del permiso otorgado por Pilatos a
José de Arimatea para sepultarlo, es decir bajarlo de la cruz y
sepultarlo, tienen lugar en un espacio de tiempo muy
reducido: poco más de una hora. Se tiene que actuar
deforma rápida. Por otra parte la distancia que separa el
Gólgota del sepulcro es corta, unos 50 metros en línea recta,
salvando el desnivel que existe. A pesar de las vicisitudes
históricas y las destrucciones se puede comprobar en
Jerusalén, en la basílica de la Resurrección (Anástasis) o del
Santo Sepulcro las ubicaciones originales del Calvario y del
sepulcro donde fue enterrado Jesús.
3. José de Arimatea y los que le ayudan, probablemente siervos suyos,
con Nicodemo, han bajado de la cruz el cuerpo rígido de Jesús y es
depositado encima de la sábana que ha comprado José. La
existencia de esta sábana, es mencionada en los Evangelios como la
pieza de tela con la que fue amortajado el cadáver de Jesús (Mc
15,46; Mt 27, 59; Lc 23,53; Juan 19,40) y su uso es propio de las
costumbres funerarias Judías. Esta sábana, probablemente era una
pieza de lino alargada que da la vuelta entera al cuerpo,
envolviéndolo completamente, también por los lados, diferente de
las tiras o vendas que se agarran al cuerpo y es inmovilizado,
también de manos y pies, también le deben haber atado a la cabeza
un “sudario” que le envuelve la cara y le sostiene las mandíbulas,
impidiendo que la boca quede abierta. Juan, también, habla de
vendas de lino. Una vez amortajado con la sábana puede haber sido
llevado hacia el sepulcro, ubicado en uno de los huertos de la zona.
Todo esto hace pensar que, por falta de tiempo, el cuerpo de Jesús
no es lavado ni ungido.
4. El lavatorio del cuerpo incluía taparle todos los orificios y,
eventualmente, la unción con aceites aromáticos, esta
operación era larga pero era practicada en todas las personas
difuntas. El caso de Jesús es diferente porque lavar su cuerpo
hubiera sido un trabajo largo y minucioso, teniendo en
cuenta la gran cantidad de rasguños y heridas, astillas y
espinas que lo cosían, como fruto de los tormentos, de las
burlas, de la flagelación y de la crucifixión. A falta de tiempo
y de medios, y con la sombra de una muerte estigmatizada
por la misma Ley (un crucificado es un “maldito de Dios”), se
limitan a enterrarlo en un sepulcro excavado en la roca, y
Juan dice que estaba ubicado en un huerto en el lugar donde
había sido crucificado. Es un sepulcro nuevo perteneciente a
José de Arimatea, que se cierra con una piedra muy grande y
pesada, que se hacia rodar lateralmente y era posible sentarse
encima de ella (Mt 28,2). Era del tipo de sepulcro que se podía
estar de pie en él y podrían caber varias personas.
5. Cuando las personas que llevan el cuerpo de Jesús entran en
el sepulcro, el cadáver es depositado sobre un banco de
piedra a mano derecha (Mc 16,5). Este banco probablemente
pegado a la pared puede tener 2 metros de largo y 60
centímetros de ancho.
R. E. Brown señala que la mezcla de mirra y áloe de
Nicodemo, debía estar formada por polvo y partículas sólidas
que se tenían que colocar, creando una superficie de contacto
suave, allí donde el cadáver iba a reposar y que también
podía estar esparcido por encima de la sábana con que
estaba amortajado. La mirra y el áloe, especies aromáticas de
gran valor, aminoran el hedor del cadáver y evitan que se
descompongan, pero en este caso de Jesús no se pueden
aplicar directamente sobre la piel por la cantidad de heridas y
no haber sido lavado, pues los resultados no hubieran sido
buenos.
6. Juan no afirma que las especies hayan sido traídas para ungir el
cuerpo de Jesús y simplemente dice que “tomaron el cuerpo
de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas”. (Jn 19,40).
En este caso las especies que acompañan al cuerpo no forman
un todo con él. El evangelio de Juan habla de una cifra
redonda y solemne, digna de una rey: cien libras, es decir,
unos treinta kilos de especies. Una buena cantidad de estas
deben haber formado una especie de lecho sobre el que fue
depositado Jesús. El entierro termina rápido debido a que la
fiesta de Pascua está a punto de empezar. José de Arimatea,
propietario del sepulcro, se responsabiliza de hacer rodar la
piedra que cierra el sepulcro. Todos se apuran en llegar a sus
casas porque ya va a empezar el sábado y hay que guardar el
reposo prescrito por la Ley judía.
7. Jesús no es enterrado de manera indigna como un criminal.
Todo parece haber terminado, pero la amistad con Jesús
continúa y por eso José de Arimatea ha depositado su cuerpo
en un sepulcro de su propiedad, se supone que era familiar,
nuevo y por estrenar y no en una fosa común y anónima.
Nicodemo ha esparcido alrededor del cuerpo de Jesús gran
cantidad de especies aromáticas en señal de reconocimiento
y dignidad. Si bien no se menciona la participación de las
mujeres si lo harán una vez que pase el reposo del sábado.
Volverán valientemente al sepulcro para lavar y ungir con
especies aromáticas el cuerpo de Jesús muerto, a quien ellas
aman. Ellas quieren devolverle la máxima dignidad a aquel
cuerpo desfigurado por los tormentos y la cruz. Pero no
podrán concretar estos propósitos por el hecho inesperado
de no encontrar el cuerpo de Jesús en el sepulcro.”
8. J. Ratzinger (Benedicto XVI)
dice que: “la cantidad de
aromas es extraordinaria y
supera en mucho la medida
habitual: es una sepultura
regia. Si en el echar a suerte
sus vestiduras vislumbramos a
Jesús como Sumo Sacerdote,
ahora el tipo de sepultura lo
muestra como Rey; en el
instante en que todo parece
acabado, emerge sin embargo
de modo misterioso su gloria.
9. En referencia a las mujeres que fueron a lavar y ungir el cuerpo
de Jesús muerto, para evitar su descomposición, su esfuerzo es
inútil porque si bien la unción puede conservar al difunto como
difunto no puede restituirle la vida. Ellas terminarán por
entender que su solicitud por el difunto y su conservación ha
sido una preocupación demasiado humana. Verán que Jesús
no tiene que ser conservado en la muerte, sino que él –y
ahora de modo real, está de nuevo vivo. Verán que Dios, de
un modo definitivo y que sólo él puede hacer, lo ha rescatado
de la corrupción y, con ello, del poder de la muerte. Con todo,
en la premura y en el amor de las mujeres se anuncia ya la
mañana de la Resurrección.