1) Un hombre flotaba muerto en una bañera con el rostro deformado por el horror de una muerte por asfixia. El Hombre Gato contempló el cadáver sin inmutarse y arrojó un ratón muerto al agua antes de reírse y abandonar el cuarto de baño.
2) Mavis le contó a Coslar sobre un asesino que vive en Seckhill Tower y mata a las personas que ocupan el puesto de Mavis. Mavis afirmó haber visto los restos del cuerpo de una mujer en un frigorífico y
«Persistentemente, experimento subsistir en una madeja tejida por adeptos al desquicio: pero resisto, procuro que la lucidez me guíe hasta el final de mi vida que tendrá tan poco sentido como mi inconsulta irrupción en la Centrífuga del Caos» (Alberto JIMÉNEZ URE, 2016)
«Persistentemente, experimento subsistir en una madeja tejida por adeptos al desquicio: pero resisto, procuro que la lucidez me guíe hasta el final de mi vida que tendrá tan poco sentido como mi inconsulta irrupción en la Centrífuga del Caos» (Alberto JIMÉNEZ URE, 2016)
Pequeña historia alternativa del cuento de Blancanieves
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Relato de terror escritor por Luis Bermer. Una sala de espera especial, diferente, donde nadie parece ver lo que en realidad ocurre. Ahora, es tu turno...
Instrucciones del procedimiento para la oferta y la gestión conjunta del proceso de admisión a los centros públicos de primer ciclo de educación infantil de Pamplona para el curso 2024-2025.
2. 361
El cuerpo flotó dentro del agua, con el rostro
terriblemente deformado por el horror de la muerte en
plena asfixia. Los ojos desorbitados, la boca convulsa,
hablaban claramente de una muerte espantosa, lenta y
angustiosa.
El hombre gato no pareció inmutarse lo más mínimo. Se
inclinó, contemplando el cadáver. Luego, retrocedió
lentamente. De su bolsillo, la mano enguantada,
chorreante de agua ahora, extrajo algo que hizo pendular
por encima de la bañera.
Era un ratón, al que sujetaba por la cola. Estaba muerto, y
era de pequeño tamaño, de un color gris oscuro. Lo
arrojó al agua, junto al cuerpo sin vida, y una risa hueca
brotó bajo la máscara riente del Gato de Cheshire.
Luego, abandonó con igual cautela el cuarto de baño. La
noche, las sombras y los viejos rincones de la casa
señorial, engulleron su figura fácilmente. Ni siquiera era
visible cuando se perdió en el exterior, a través de las
espesas cortinas rojas y las vidrieras entreabiertas…
3. 362
—¿Ha oído hablar alguna vez de Seckhill Tower?
Allí vive un asesino, un genio del mal —exclamó
Mavis excitadamente—. Un hombre
verdaderamente horrible. Quería asesinarme, como
hizo con la que ocupó antes mi puesto... Hubo otra
incauta antes que yo —dijo ella, después de un
nuevo sorbo. Se estremeció—. Está muerta —
agregó.
—¿Ha visto el cadáver?
—He visto lo que queda de su cuerpo. Creo que esa
visión no se borrará jamás de mi mente. Está en un...
frigorífico... y faltan enormes trozos de su cuerpo,
cortados con cuchillos de carnicero. ¡Es la comida
de esos repugnantes enanos!
Coslar no sabía qué pensar.
—¿De modo que allí se conservan los restos de una
mujer que fue asesinada y que ahora sirve de
alimento a los enanos…?
4. 363
Pugnando por disipar aquella oscuridad. Alzó ambas
manos. Volvieron a tropezar Tanteó a su alrededor.
Estaba encerrada en una caja. Estaba en un...
La verdad llegó brutal a la mente de Natalie. ¡Estaba
en un ataúd! La habían enterrado viva. ¡No...! ¡No...!
¡No...!
Su desgarrador alarido resonó ensordecedor dentro del
ataúd. Al querer levantarse golpeó la cabeza contra la
tapa. Aunque aturdida continuó sus gritos. Con los
puños golpeó la acolchada pared. Pataleó todo lo que
le permitía el reducido espacio. Sin cesar de gritar.
Comenzó a golpear la cabeza contra la tapa. Sus uñas
desgarraron el terciopelo de la caja. Percibió un
caliente líquido deslizarse por sus ojos y mejillas.
Estaba sangrando por las cejas.
—¡No estoy muerta...! ¡No estoy muerta...! ¡Sacadme
de aquí!
5. 364
—¿Te llevo, Samantha?
—¿No te importa?
—En absoluto.
—Puedo tomar un taxi, si...
—Tengo tiempo de sobra. Vamos, sube. Se
introdujeron los dos en el «Dodge».
—¿Dónde está el despacho de ese director?
—312 de Dukeland Street —respondió Samantha.
El «Dodge» arrancó y Robin Stockwell lo dirigió hacia
allí.
Samantha Bonner estaba muy ilusionada. Tenía
esperanzas de conseguir el papel.
Haría cuanto estuviera en su mano para que el director
se lo diera.
Lejos estaba ella de sospechar que no iba a
entrevistarse con un hombre normal y corriente, sino
con un auténtico monstruo.
Tampoco Robin Stockwell, claro.
De haberlo sospechado, jamás hubiera llevado a
Samantha Bonner al 312 de Dukeland Street.
6. 365
—Ya no pueden volverse atrás. Ellos les ven desde la
profundidad de sus cuencas vacías. Ellos están ahora
con las fuerzas del mal y pueden conseguir que ustedes
vivan experiencias fantásticas, experiencias que jamás
podrán volver a disfrutar. Ellos podrán rejuvenecerles.
—¿A cambio de qué? —preguntó uno de los hombres.
—A cambio de lo que yo les pida.
—¿Es usted sacerdote de Satán? —preguntó otra de las
ancianas.
—De quien emanan los poderes que ellos nos traerán y
que lo exigen todo a cambio. A quien no le importa
envejecer y morir, a quien no le importa haber perdido
su potencia, su fertilidad, la posibilidad de apreciar
sabrosos alimentos, la capacidad de amar, de correr, de
triunfar, a quien no le importa nada, puede morir; pero
quienes deseen recuperar lo perdido, quienes deseen
dejar atrás la vejez, si tienen que dar par disfrutar de las
maravillas de ultratumba.
7. 366
El doctor Austin Brodman lanzó un alarido desgarrado,
terrible, lleno de espanto e incredulidad.
Sus ojos fijos, desorbitados, no se podían separar del
rostro de aquella mujer desconocida a quien acababa de
salvar la vida.
Entonces supo que no hubo dos personas en Lambeth
Bridge, sino solamente una.
Una. La del rostro espantoso, abominable.
Y esa persona era la mujer. Esta mujer. La persona a quien
salvó de morir.
Entre los hermosos cabellos rubios oscuros, asomaron sus
escalofriantes ojos sin párpados, pestañas ni nada que no
fuese el cerco sangrante alrededor de sus terribles órbitas
dilatadas y horribles. Con aquella piel tirante como seda
translúcida, dejando marcar los huesos de su calavera. Con
aquellos dientes sin labios, en eterna mueca grotesca y
espantosa, igual que la sonrisa misma de la Parca. Y con
aquella alucinante, estremecedora cara de pesadilla, digna
del más incalificable y siniestro horror imaginado por una
mente humana...
8. 367
—¡Noooo!
Aquel rostro de grandes ojos que habían parecido fosforescer en
la noche, se alejó, llevándose al bebé.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Magda saltó del vehículo
para correr tras el ladrón del ser que acababa de dar a luz.
—¡Nooo, nooo! —gritaba mientras la figura oscura y maligna se
perdía entre los troncos de los árboles, confundiéndose con
ellos.
Magda sintió una punzada y luego, un profundo dolor que la
hizo caer de bruces. Notó entonces que la sangre escapaba de su
cuerpo mientras una sensación de impotencia y abandono la
invadía.
Crispó sus puños, asió la hierba al pie de un árbol y proyectó la
mirada en torno suyo.
Sólo consiguió ver aquella luna grande, muy redonda y
diabólica, que semejaba burlarse de ella. Dobló la cabeza y ya
sin rabia, sin violencia, carente de fuerzas para reaccionar, fue
cerrando los ojos mientras una especie de rumor, rugido o quizá
aullido, se desplazaba por las montañas filtrándose entre los
árboles, rebotando contra las rocas, asustando a las pequeñas
bestias del bosque…
9. 368
El que lea este libro se sumergirá en placeres hasta
ahora no conocidos. Abandonará este mundo
momentáneamente y viajará a otro irreal, pero real.
Creerá estar entre fantasmas y vivirá auténticos
momentos de incomparables delicias, disfrutará de
instantes jamás vividos hasta ahora, gustará de los
placeres que una absurda civilización considera como
prohibidos; no estará sujeto a ninguna ley que la de su
propio capricho y obtendrá cuando desee su fantasía, y
se encontrará con hombres y mujeres, absolutamente
enemigos de inicuas leyes e injustas prohibiciones.
Lector, pasa las páginas, una tras otra, sin cesar, y
alcanzarás momentos de éxtasis jamás imaginados.
Saldrás de tu mundo aprisionado por la ignorancia y la
superstición, y entrarás en otro donde todo está
permitido y en el que podrás elegir el placer y la
felicidad a tu capricho. Sigue leyendo y te unirás a las
personas que te aguardan en las páginas de este libro, a
las que no tomarás como fantasmas, sino como seres de
carne y hueso. Lee y embriágate de placeres...
10. 369
Llegó ante la puerta de la cantina. Entonces presenció
un espectáculo sorprendente.
Sintió que se le erizaban los cabellos. Sentado ante su
instrumento, el pianista ejecutaba una alegre melodía...
con sus manos de dedos descamados. Un poco más allá,
una chica de saloon bailaba con un vaquero... Bajo las
ropas, no había otra cosa que el esqueleto.
El barman era asimismo un esqueleto, cuya calavera
parecía reír burlonamente. Los jugadores sujetaban las
cartas con sus manos esqueléticas. Un pistolero,
sentado a una mesa, revisaba su revólver. Era también,
otro esqueleto, sin ojos en la cara, sin labios, sin
orejas... con los huesos desprovistos en absoluto de
carne.
Sintió que todo le daba vueltas a su alrededor. La
música se hizo repentinamente estridente,
ensordecedora, y explotó ruidosamente en el interior de
su cráneo…
11. 370
La profesional del placer chilló, presa del más puro terror.
El gorila se detuvo muy cerca de ella y la miró fijamente
con sus brillantes ojos.
De pronto, su zarpa derecha se disparó y agarró el vestido
femenino, por el exagerado escote, destrozándolo de arriba
abajo.
El gigantesco gorila se echó sobre ella, le separó las piernas,
y la poseyó, del modo más salvaje, más brutal y más
doloroso que pueda imaginarse.
Ella lanzó un alarido desgarrador.
Por fortuna, dentro de su desgracia, la prostituta se
desmayó, evitándose el espantoso sufrimiento que le
hubieran causado, de hallarse consciente, los furiosos
embates del cuadrumano.
El hombre que contemplaba la escena, impasible, contempló
cómo el gorila violaba a la infortunada mujer, hasta que éste
satisfizo cumplidamente su deseo y salió de la
ensangrentada intimidad de la prostituta.
Lo que siguió después ya no tuvo estómago para
presenciarlo, y abandonó rápidamente el sótano cuando el
gorila empezó a ensañarse cruelmente con el cuerpo
desnudo e inanimado de la prostituta.
12. 371
La muchacha de cabellos rojos y sueltos, de belleza
agresiva y sensual, tomó la gran carta, abriéndola
displicente para elegir su cena.
Karin tomó la suya. La abrió. Miró la lista de pescados.
Y lanzó un grito ronco, sintiendo que palidecía de
repente. La otra la miró, con aire sorprendido,
apresurándose a inquirir:
—¿Le ocurre algo, señora Colfax?
Karin ni siquiera tuvo fuerzas para contestar. Seguía
mirando fijamente aquellas palabras, manuscritas en
forma diagonal sobre la lista de pescados:
«Buen apetito, querida. No me olvides.»
Conocía demasiado bien aquella letra para dudar. Era la
de él. La de su difunto esposo Frank…
13. 372
—Hija mía... —y Patrick Plarisse volvió a
dirigir la mirada hacia su hija. Esta vez añadió
—: Voy a morir... Pero no, no es el corazón... El
doctor estará dispuesto a dictaminarlo así, lo
sé... Hace tiempo que me trata de una grave
dolencia cardíaca... Sin embargo, no se trata de
eso... Voy a morir por otra causa, estoy
convencido de ello. Por eso te pido, Moira, que
pidas, que exijas que se me haga una
autopsia...
—¡Padre! —sollozó la muchacha.
—Sí, sí —insistió Patrick Plarisse—, la
autopsia... Es lo último que te pido. No
desoigas mi ruego...
14. 373
De repente, oyó un ruido extraño.
Volvió la cabeza. Un ronco grito brotó de sus labios al ver
la forma fantasmagórica que avanzaba a lo largo del
corredor, ingrávida, sin el menor movimiento de unas
piernas que la transportasen sobre el suelo.
Retrocedió, hasta que sus hombros chocaron con la pared.
Quiso gritar, pero su garganta estaba seca. El fantasma
pasó por su lado, arrastrando consigo su sombra roja.
En alguna parte, había una luz que lanzaba la sombra
hacia la pared junto a la que se encontraba. La vio
acercarse y pasar sobre su cuerpo.
Entonces, sintió un horrible dolor. Gritó, chilló, manoteó...
Se abrasaba vivo... El dolor era insufrible y quiso correr,
pero, de repente, le fallaron las fuerzas y cayó al suelo.
Todo se borró de sus ojos inmediatamente y se hundió en
una sima de hondura infinita..., donde la noche era roja…
15. 374
Y entonces la pesadilla continuó. Fue como una extraña
sucesión de imágenes superpuestas. Como fotografías sacadas
de una película de horror.
Vio la mano enguantada. El cuchillo.
Era un cuchillo de carnicero enorme, afilado, brillante como
una cimitarra otomana. Tenía un filo de navaja barbera.
Vio fugazmente una figura vestida de negro. Y el trazo
fulgurante de la hoja. El cuello abierto. Los ojos desencajados.
La sangre.
Y se dio cuenta de algo increíble. ¡A aquel tipejo lo estaban
degollando!
Lo vio convulsionarse durante unos segundos, pero fue inútil.
Otra horrible cuchillada le alcanzó en el pecho, a la altura del
corazón. Lo vio desplomarse a cámara lenta, en una horrible
perspectiva hecha de dientes rotos, de cuello desgarrado, de
camisa teñida de color escarlata. Hubiese jurado que una de las
horribles cuchilladas le había arrancado un ojo, pero no pudo
estar segura de nada. Por suerte, la pesadilla terminó.
El aspirante a violador había caído al suelo junto a ella. Las
tablas muy secas estaban absorbiendo un auténtico océano
rojo…
16. 375
En la habitación que poco antes era nido de amor, una sombra
inhumana se erguía sobre otra que empezaba a ser, simplemente,
un espantoso pelele de sangre y carne desgarrada,
convulsionándose en espasmos agónicos sobre la moqueta
ensangrentada.
«Lucky», el gatito de Angora, soltó un bufido, con su pelo
erizado y los ojos desorbitados, perdiéndose aterrorizado por los
más distantes confines de la casa, mientras algo se movía
sigiloso en la sala, apartándose de un cadáver destrozado,
produciendo simples roces sedosos en la moqueta.
Luego, inexplicablemente, un largo, ronco maullido de placer,
sonó lúgubremente dentro de la casa, alejándose del difunto
Jarvis Normand, y unos sigilosos andares de felino se movieron
hacia la salida.
La sombra grande y oscura que saltó momentos más tarde a las
tinieblas del jardín, no tenía nada de humana.
Sí alguien la hubiera visto, seguro que el miedo le habría
paralizado el corazón y helado la sangre en las venas.
Pero nadie vio salir de la casa de Bloomsbury al misterioso
visitante de Jarvis Normand aquella noche…
17. 376
—Magnífico, pequeña. Lo estás haciendo muy bien. No
pierdo detalle.
Cogió el taladro del maletín. Junto a la mesa de noche
estaba el enchufe. Antes de conectarlo acopló uno de los
punzones.
Ella le contemplaba con desorbitados ojos.
El terror le impedía incluso gritar.
Agitó la cabeza.
—No... No... ¡NO!...
Ajeno a las súplicas, accionó el taladro.
El punzón comenzó a girar a gran velocidad, capaz de
perforar en minutos el más duro cemento.
—¿Por dónde empezamos?
El alarido de la muchacha fue desgarrador. Alucinante.
Infrahumano.
El taladro se hundió en su vientre como si fuera
mantequilla.
Al instante brotó un surtidor de sangre. Un espeluznante
boquete se dibujó sobre la piel mientras que un acre hedor
a carne quemada se extendía por la estancia.
18. 377
«Señor Dolan:
»Yo, Randolph Taylor júnior, albacea testamentario de
Barnaby Dolan, puedo anticiparle que, según voluntad
expresa del testador, todos los parientes que heredarán a
su muerte habrán de estar "obligatoriamente" presentes
en el momento de su óbito, para tener derecho a su parte
de la herencia. En caso de ausencia, por el motivo que
sea, de entre los muros de su propiedad, ese heredero
quedará automáticamente descalificado, diga lo que diga
el testamento al ser abierto, y no recibirá un solo penique.
»Lo cual me permito recordarle aquí, con carácter
urgente, habida cuenta de que la vida de su tío no se
prolongará demasiado, y es de la máxima necesidad que
se presente usted aquí en el plazo más breve posible, si
de verdad desea asistir a los últimos momentos de su tío
y, por ende, percibir aquella parte de la herencia a que
tiene derecho.
»Suyo atentamente,
«Randolph Taylor jr., abogado.
»P.D. —No demore el viaje. Puede sobrevenir la muerte
en cualquier momento. Avíseme telefónicamente en
cuanto tome su decisión.»
19. 378
—¿Que te pasó, Jenny? ¿Perdiste tu bikini?
—No.
—Entonces, es que te gusta bañarte desnuda...
—No, no me gusta.
—Pues, si no te gusta, no entiendo por qué...
—Unos tipos me arrojaron así al agua, sin nada. Y sin nada
sigo —explicó la chica, que seguía sentada en la barandilla
del porche, balanceando sin ninguna malicia sus preciosas
piernas.
—Ponte mi camisa, Jenny.
Ella ensanchó su sonrisa.
—Es usted muy amable, Stuart, pero no me importa ir
desnuda. Antes de pasarme lo que me pasó, sí que me
hubiera importado, pero ahora... —pareció entristecerse la
joven.
—No te entiendo, Jenny. ¿Por qué antes sí te hubiera
importado mostrar tu cuerpo desnudo, y ahora no?
La chica le miró fijamente durante unos diez segundos.
Luego respondió:
—Porque estoy muerta, Stuart…
20. 379
—Mi hija necesita un marido rico, muy rico. No tiene
otra elección. Ella ya lo sabe.
—Pero a este paso —señaló el joven, ahora con un
gesto medio irónico medio burlón— va a quedarse sin
pretendientes. Ya van dos muertes...
—Dos no —puntualizó—, porque el otro cadáver aún
no ha aparecido. Por lo tanto, hasta entonces, cabe
esperar...
—Eso ya no lo espera ni usted, y permítame la
franqueza —subrayó, añadiendo—: El cadáver
aparecerá mañana, aproximadamente a las veinticuatro
horas de su desaparición... Lo mismo que en el primer
caso.
—¿Cómo lo sabes?
—No lo sé —reconoció—. Pero desde luego me lo veo
venir.
—Algo debe inducirte a creerlo así, ¿no?
—Supongo que sí —admitió—. De todos modos, lo
único que realmente veo claro es que ese jardín está
endemoniado...
21. 380
—¿Por qué vienes a verme, Abigail?
—Soy tu única sobrina, tío Jeremiah. Siempre me has dicho
que cualquier cosa que necesitase de ti, viniera a pedírtela.
—¿Y no te da miedo venir a visitarme, sabiendo que estoy
muerto? Mi barco naufragó en un arrecife, muy lejos de aquí,
casi en las antípodas. Era una noche muy oscura. El océano
bramaba, como si mil demonios se estuvieran abrasando vivos.
Nadie vio los arrecifes. Cuando el casco del barco se rajó,
como un melón maduro que cae al suelo por descuido de unas
manos torpes, ya era tarde.
—Tío, eso ya me lo has explicado, pero tú estás aquí. Te
salvaste porque eres un hombre especial, porque sabes muchas
cosas, por eso siempre le has dado a tu sobrinita Abigail todo lo
que te ha pedido.
—Yo no pretendo asustarte ni hacerte daño, Abigail, pero no
exijas demasiado porque al final quizá tengas que pagar un
precio demasiado caro, un precio de horror.
—Tío Jeremiah, ¿acaso quieres asustarme? —le dijo
cariñosamente.
—Sería preferible que no vinieras por esta casa. Ya sabes que
en el pueblo dicen que está embrujada, que en ella habita mi
espíritu…
22. 381
—Utilizar el horno lleva consigo descuartizar el cuerpo.
El crematorio es pequeño.
—Sí, pero también borra todo rastro. Los dos últimos
fueron a la fosa, ¿no es cierto? Demasiada comida para
las ratas. Si hay que trocearlo, se le trocea. Hacerlo aquí
mismo. Vosotras dos traer la bañera. Tú, baja a por las
herramientas.
Él hubiera deseado tener también amputadas las orejas.
El escuchar aquello le hizo enloquecer de terror. El no
poder moverse, el no poder gritar y dar suelta a su
espanto, atormentaba aún más su mente.
Llegaron arrastrando la bañera y cuatro sierras eléctricas.
Las cuatro muchachas cercaron el lecho donde yacía.
Una cogió un cuchillo. Lo alzó dispuesta a hundirlo en el
pecho de Wallace.
—¿Qué vas a hacer?
—Matarle.
—No. Empezar a descuartizarle. Ya irá muriendo poco a
poco. Así es más divertido.
23. 382
«Dejo cien mil libras esterlinas, a cada uno de mis
herederos, cuyos nombres se citan en relación aparte,
bajo la condición ineludible de que cada uno de ellos
pase una noche en la Cámara Negra. Si alguno de mis
herederos no quiere, su parte será repartida entre los
demás. Han de ser desprovistos de todo lo que pueda
proporcionarles luz, incluyendo los fósforos,
encendedores, linternas portátiles o cualquier otro medio
de iluminación y, también, sin relojes, con o sin esfera
luminosa. Sólo podrán llevarse ropas de abrigo, para
evitar las consecuencias del frío. No utilizarán tampoco
una radio portátil, por medio de la cual podrán conocer
la hora. Los demás herederos, serán testigos de que el
que entra en la Cámara Negra permanece en ella toda la
noche, durante un período mínimo de doce horas,
estableciendo, si así lo desearen, turnos de vigilancia,
para evitar se incumplan estas condiciones, en el bien
entendido de que, si alguno quisiera salir antes, perdería
todo derecho a su parte de la herencia.»
24. 383
—¡Mi hija, han raptado a mi hija! ¡El diablo debe
habérsela llevado! ¡Ayudadme, ayudadme a
encontrarla!
Todo el pueblo salió a las calles. Lámparas de
queroseno, hachones encendidos chisporrotearon
en el aire, salieron todos menos Peter Wolfset que
amasaba la pasta y la preparaba para fermentar
mientras lanzaba la madera al interior del horno
para que se elevara la temperatura.
Hasta el amanecer estuvieron buscando y
buscando por todos los escondrijos. La luna y las
estrellas les observaron, pero no se halló ni rastro
de Jennifer, la hija del reverendo.
Tengo miedo, tengo miedo, ayúdame...
25. 384
No era muy agradable lo que les aguardaba. La noche era
especialmente gélida y lo parecía más dentro de aquel
siniestro convento.
Sentían hambre y sed, pero no había agua ni comida y el
desconcierto más grande se había apoderado de ellos. Parecía
que la única salida a su situación era que se hiciera de día.
Si era una pesadilla de alguno de ellos y los demás formaban
parte de ese sueño como seres de ilusión, desaparecerían,
pero si era una pesadilla, ¿quién de ellos era el que la sufría?
Era todo tan extraño...
—¿Te has dado cuenta, Joana?
—¿De qué?
—En poco tiempo, nos hemos acostumbrado a lo más
absurdo.
—Yo no me he acostumbrado, tengo ganas de huir y no sé en
qué dirección. Pienso que si echara a correr sería peor.
—Sí, seguro que sí. ¿Qué hacemos en este sitio, qué mundo
maligno y fantasmal nos rodea? ¿En qué lugar estamos?
¿Cómo hemos llegado hasta aquí, y el coche de Paul?
—Son tantas preguntas y no tenemos respuesta para ninguna
—se lamentó Joana.
26. 385
Saltó del lecho y, descalzo, cruzó la estancia. Abrió la
puerta y vio algo que le dejó petrificado por el horror.
Parecía un montón de pasta grisácea, con algunos hilos
rojos en su superficie, que lo surcaban como las venas en
unos ojos congestionados. Aquella cosa se movía y
palpitaba con ligeros pero rápidos estremecimientos, que
recorrían su superficie, partiendo del centro hacia los
bordes, a la manera de las ondulaciones provocadas en el
agua por la caída de una piedra..
Casi en la cúspide de aquella cosa, que parecía un
montón de arena grisácea, divisó dos ojos enteramente
humanos, que le miraban con expresión de súplica.
Incluso creyó ver dos labios que se abrían y cerraban
para proferir una demanda de ayuda, en completo
silencio, sin emitir ningún sonido. ¡Y los labios y los
ojos, lo adivinó en aquel momento, aunque no
comprendía lo sucedido, eran los de ella…!
27. 386
El individuo ordenó:
—¡Sujetadla, muchachos!
Cuatro de los encapuchados se arrodillaron junto a la
horrorizada Jennifer y le sujetaron los brazos,
separados del cuerpo y las piernas, muy abiertas.
El jefe del clan alzó el ensangrentado cuchillo, como
si fuera a descargarlo sobre el pecho desnudo de la
mujer.
Jennifer Greenwood chilló con todas sus fuerzas,
convencida de que, efectivamente, la larga hoja del
cuchillo iba a atravesar su pecho, a partirle el
corazón.
Fatalmente para ella, no iba a ser así.
Aquel terrorífico cuchillo, antes de poner fin a su
vida, iba a causarle múltiples heridas en todo el
cuerpo, porque el jefe de El Clan de la Calavera era
un sádico de primera, y los demás miembros del clan
no disfrutaban menos que él con el sufrimiento de sus
víctimas…
28. 387
Era como una respiración lenta y profunda, como...,
como un aliento pesado.
SSSSSEEE-SEE... SSSSEEEE-SEE..., sonaba aquella
respiración. Y a cada respiración, parecía que el
resplandor verde se movía, se hinchaba y
deshinchaba, como un globo al que insuflasen aire y
acto seguido se lo retirasen. Un globo de verdoso
resplandor, del tamaño aproximado de una persona,
pero sin piernas. Flotaba.
El terror había hecho presa en ella. Un terror denso,
profundo, terrible. El resplandor comenzó a acercarse
lentamente,, siempre flotando, emitiendo aquel
aliento de ultratumba, aquella respiración densa,
lenta, pesada: SSSSEEE-SEE...
SSSSEEEE-SEE...
De pronto, el resplandor se detuvo, a pocos pasos, y
de él brotó la chirriante voz femenina, que pareció
agolpar brutalmente en su cerebro.
—Querida... Me asesinaron...
29. 388
Tu madre murió, Patricia. La tal Carol Hutton no es
ninguna amenaza. No es la reencarnación de tu madre.
—Sí lo es, Warren. ¡Lo es!
—Okay. Supongamos que es la reencarnación de Carol
Merrill. De tu madre. ¿Por qué iba a querer matarte?
¿Sólo por haber pronunciado aquellas dos palabras en un
momento en que se resistía a cruzar los umbrales de la
muerte? Fueron originadas por la desesperación y la
angustia. Por su horror al Más Allá.
—Ella me lo ha dicho, Warren. Ella misma me ha
sentenciado.
—¿Quién? ¿Carol Hutton?
—Sí. Me lo dijo el mismo día de su llegada a
Chasesville. Me amenazó con la más espeluznante de las
muertes, asegurando que no marcharía sola al infierno.
Que otros me acompañarían. Que estaba allí para cumplir
la venganza del Hermano Piedra.
—¿Hermano Piedra…?
30. 389
19 de mayo de 19... —Voy a morir... apenas me
quedan fuerzas para escribir mis últimos
renglones... Ya he dicho en las precedentes
anotaciones quién es el culpable de mi
situación... Confío en que este diario, escrito en
mi tumba, sea hallado un día por alguien... y el
culpable pueda recibir el castigo... que se
merece... Se me nubla la vista... La pluma baila
en mis manos... Todo se mueve delante de mis
ojos... No pasaré de hoy... Mi hija... ¡Oh, Señor...
acoge mi alma...!
31. 390
Joan se fijó detenidamente en los robustos hombros del
detective, en sus hercúleos brazos, en su ancho tórax...
Matt, por su parte, posó su mirada en los grandes y
levantados pechos femeninos, las amplias aureolas de
sus pezones, erectos, tentadores...
—Pareces un gladiador romano. Matt —piropeó ella.
—Y tú una diosa griega, Joan —devolvió la galantería
él.
—¿Qué te parece si nos acostamos y nos olvidamos de
los fantasmas?
—Eso mismo te iba a proponer. Se metieron en la cama.
Sus labios se buscaron.
Sus manos entraron en acción. Sus cuerpos buscaron el
contacto. Todo iba muy bien.
Sin embargo, muy pronto iba a ir mal. ¿Por culpa de
quién...?
¡De los fantasmas de la casa, naturalmente!