1. Simacota: la guerrilla se hizo pública
Iniciada la primera marcha guerrillera el objetivo principal era la realización de una acción
político–militar victoriosa que, además de elevar la capacidad y la moral combativa del grupo,
plantara en Colombia la idea de hacer la revolución social por medio de la lucha armada. Eran
las horas de las definiciones, de probar la gente en el combate, de anunciarle al país y al mundo
que un grupo de colombianos amparados en la causa de los débiles y legitimados por la crisis
del Estado, de sus partidos políticos, de sus instituciones, de sus malos gobiernos, se habían
lanzado en armas contra ese Estado y se constituían en el ELN, organización rebelde insurrecta
que juraba no desfallecer en aquel empeño haciendo suya la consigna “¡Ni un paso atrás,
liberación o muerte!”, como grito de guerra inclaudicable ante el enemigo y las adversidades
propias del camino emprendido.
Analizadas varias posibilidades que cumplieron con los requerimientos exigidos, se decide
plantar nuestra primera bandera rojinegra en la población de Simacota. Esta población cafetera
y cacaotera, ubicada a considerable distancia del cerro de los Andes, asiento inicial del primer
núcleo guerrillero y sitio de concentración después del accionar, poseía una sucursal de la Caja
Agraria; es decir, economía para la guerrilla, droguerías, almacenes, y un puesto de policías
soñolientos enseñados a reprender borrachos, a velar por la no proliferación de chismes de las
beatas pueblerinas o, en el mejor de los casos, a cargar los santos y tocar la matraca en las
2. Lo bonito y lo grande consistía en que decíamos: “Ya somos todos hermanos, liberales,
conservadores; ahora todos vamos a luchar contra los ricos, contra los responsables de la
miseria y del hambre”. Todos teníamos claro eso y se hablaba de un socialismo y de hacer algo
como quería que fuera. Eran más el sueño, las ganas, la esperanza...
Cuando hacíamos la formación éramos la “escuadra número uno”, de nueve compañeros,
y la “escuadra número dos”, de ocho y Fabio al frente. Y yo decía: “¿Cuándo diremos “escuadra
número diez”?”. ¡Y cuando digamos “pelotón”! cada uno soltaba la rienda a su imaginación para
soñar con lo que sería el triunfo pero yo no veía a nadie afanado por decir: “Será dentro de dos
años, será dentro de cinco...”. Yo sí sentía que era para largo. Pero, en últimas, a esa edad yo
no pensaba en el tiempo. Yo sabía que para ser un hombre completo se necesitaba vivir ocho o
diez años en la guerrilla y aún nos falta...
Soñábamos en voz alta y ya estábamos empezando a cansarnos de tanto entrenamiento
porque eran entrenamientos sin munición. Como teníamos pocas balas, había que ahorrarlas.
Fabio es un buen pintor y al principio él tomaba un tablero de madera y nos dibujaba las armas
que no teníamos:
-Miren: un fusil es así, una granada es así, una ametralladora es así...
Él las pintaba y con los dibujos nos daba la clase. Y así nos entrenábamos y hacíamos
emboscadas: una mitad era tropa y la otra mitad eran guerrilleros y hacíamos todo el teatro, todo
el combate... ¿pero sin tiros!. Como a los cuatro o cinco meses se consiguieron cinco fusiles, de
esos de cinco tiros, de perilla, de los que utilizaba el Ejército, pero no los utilizábamos para no
3. gastar la munición. La situación era de una verraquera y ya había algunos compañeros que
decían:
- Pero, ¿¡Qué hijueputa vinimos a hacer aquí!?
¡Pucha! Eran momentos así, de rabia, de arrebato, de desespero, con tanto pum, pum,
pero sin ningún tiro.
Me acuerdo de un muchacho santandereano, de esos muchachos atravesados, rebeldes,
que nunca han tenido escuela, de nombre Silverio. Un día, cuando terminamos un
entrenamiento de esos, se puso bien bravo:
- ¡Ah, no, yo no hago más pum, pum! ¡Cuando haya que dar plomo sí, pero estas
“güevonadas” yo no las aguanto más!
Y no era el único. Por eso Fabio planteó que ya nos íbamos para el primer combate, y que
sería en Simacota. Fabio nos insistió en que el primer combate sería un combate definitivo, que
teníamos que asegurarnos la victoria:
- ¡Tenemos que buscar un “papayazo!”
Era el primer impacto y no podíamos fallar. Además, Simacota no era cualquier lugar. Esa
es zona de mucha historia, tierra de los comuneros que se alzaron contra España. Cercano está
El Socorro, el pueblo donde los españoles colgaron a José Antonio Galán, el líder de los
comuneros. Le cortaron la cabeza, los brazos, los pies, y pusieron partes de su cuerpo en todos
esos pueblos en lo que él luchó. El Socorro es la tierra de Galán, y Simacota es la tierra de
4. Lorenzo Alcantuz, uno de los principales capitanes de la lucha de los comuneros... Fabio nos
hablaba de todo eso. Simacota no era una coincidencia, en esto todo tiene su concatenación.
Cuando dijeron Simacota para mí fue un drama. Yo sabía que aquel lugar quedaba como a
cuatro o cinco días de camino desde mi casa. Yo pensaba: hasta este momento nadie conoce
que existe el ELN, aparte del ELN, que éramos nosotros mismos y las familias de nosotros, que
habían quedado por allá guardando el secreto y esperando qué iba a pasar... Con mi alma de
muchacho me dije: “Cuando el enemigo sepa que existimos comenzará una guerra, una
persecución, y ya nunca más habrá sosiego y vendrá una guerra tremenda, y nunca más voy a
volver a ver a mi familia”9
Al mando de Fabio Vásquez Castaño y contando con la decisiva participación de José
Ayala, se inicia la infatigable labor de conocer el medio y adaptarse a él, reclutar los primeros
combatientes y hacer las primeras bases de apoyo, todo con la compartimentación y la
clandestinidad más absolutas. Esta labor, emprendida a finales de 1963, comienza a dar sus
primeros frutos a los seis meses, cuando aparecen los diecisiete hombres iniciadores y
forjadores de la primera columna guerrillera del naciente ELN.
Este es un período de gran significado histórico para el ELN, pues con aquel grupo de
diecisiete compañeros, que, con arranque decidido, conformaban el primer núcleo de
combatientes en el campo y emprendían la primera marcha guerrillera, se daba comienzo a una
lucha de proporciones gigantescas, en la cual precisamente el programa revolucionario, sencillo,
5. pero profundo, que consultaba los intereses y las necesidades del pueblo, constituía el objetivo
que se había propuesto desarrollar.
“Carlos”, “Pedro David”, “Leonardo”, “Delio”, “Segundo”, “José”, “Parmenio”, “Guillermo”,
“Abelardo”, “Norberto”, “Policarpo”, “Silverio”, “Miguel”, “Sergio”, “Alfredo”, “Juan” y “Omar” eran
los nombres de guerra de este minúsculo grupo que, carente de dinero, sin equipo militar, con
sólo dos armas de guerra, algunas escopetas de caza y cuatro armas cortas, harapientos pero
armados con una gran fe y una entereza moral de revolucionarios, empezó a recorrer el camino
de la lucha armada revolucionaria en Colombia con un contenido verdaderamente
revolucionario.
El grupo se reunió en un rancho abandonado, de nombre “El Encerrado”, de la finca El
Progreso, en la vereda La Fortuna, del municipio de San Vicente de Chucurí. Algunos de los que
allí se agruparon se veían por primera vez; fue grande la sorpresa de algunos que no
imaginaban que sus entrañables amigos y compañeros de trabajo fueran ahora compañeros de
lucha y esperanza, dispuestos a defender con su vida la consigna “¡NI UN PASO ATRÁS,
LIBERACIÓN O MUERTE!” (NUPALOM), definida por los mandos como consigna de combate.
A las nueve de la noche, luego de recibir del primer responsable las instrucciones de la
marcha guerrillera –vanguardia, grueso, retaguardia, voces, señales, santo y seña, distancia y
puntos de reunión-, comienzan el camino para atravesar en agotadoras jornadas nocturnas La
Fortuna y otras veredas, como Los Aljibes, El Topón, El Centenario, Riosucio y La Pitala, vereda
6. ubicada cerca del cerro de Los Andes para instalar su primer campamento en un lugar
escarpado del cerro de Los Andes.
Aquellos forjadores pasaron los seis meses siguientes en una intensa preparación
guerrillera que incluía en su formación aspectos militares, como ejercicios físicos, marchas,
manejo ágil de las escasas armas con las cuales contaban, ensayo de ataques de puestos
militares, etc., y aspectos ideológicos y políticos, fundamentalmente por medio de las charlas
que daba Fabio sobre la disciplina guerrillera, la disponibilidad y la entrega a la lucha, y con la
lectura de algunas novelas revolucionarias, como: Los hombres de Panfilov, Así se templó el
acero, La Madre, de Máximo Gorki, La joven guardia, de Alexander Fadeiev.
Varios intentos de dar comienzo a la lucha armada precedieron nuestro surgimiento aquel
4 de julio, pero errores de apreciación política y en cuanto a las circunstancias propias del país y
la escalada represiva que contemplaba una amplia operación militar y una fuerte campaña
publicitaria contra las zonas de autodefensa en el sur, germen de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC), dieron al traste con otros proyectos que lo intentaron, y en
los cuales perdieron la vida hombres honestos y revolucionarios integrales como Antonio Larrota
y Federico Arango Fonnegra, entre otros.
7.
8. Capítulo 7
ACTIVIDADES MILITARES ANTERIORES A SIMACOTA
En los meses que transcurrieron antes de nuestra aparición pública, mientras se
organizaba la guerrilla rural y como manifestación clara de la posición unitaria con la cual surgió
el ELN, se desarrollaron las primeras actividades de solidaridad con los combatientes de
Marquetalia, que estaban siendo atrozmente bombardeados.
Hacemos mención a la acción dinamitera en Bucaramanga contra el Club de Comercio el 4
de junio de 1964, en la cual participan algunos compañeros, muriendo Reynaldo Arenas, uno de
los primeros integrantes de la red urbana en Bucaramanga. Por esta época estaba gestándose
un paro cívico y existía un movimiento de masas fuerte en el que participaba el movimiento
estudiantil.
Los primeros meses se destinaron a la preparación militar, la formación política, la
nucleación de la base campesina, la creación de redes de apoyo, logística y de comunicaciones
con el trabajo militar urbano y secreto y de muchas dificultades por la carencia absoluta de los
más mínimos recursos, por la pobreza material que hubo que soportar, por las condiciones
impuestas por el medio; pero también fue la época en que inculcó la mística, el espíritu de
sacrificio, la convicción revolucionaria, el honor y el valor, el amor perenne y el respeto perpetuo
9. por los pobres y la infinita convicción de la justeza de la lucha emprendida que habría de
caracterizar al ELN en los años siguientes.
Impresiona profundamente la proeza realizada por este puñado de anónimos, quienes, a
excepción de los jefes, apenas si sabían escribir su nombre. La sola lucha contra la naturaleza
hostil en que desenvolvían su vida guerrillera constituye una insuperable página de heroísmo.
Nunca en la historia de Colombia un número tan reducido de hombres, pero tan grande en
sus sueños de justicia y en su amor a la patria, emprendió una tarea de semejante magnitud y
de tan gigantescos desafíos. La fe y la convicción absolutas en que la inmensa capacidad
guerrera del pueblo colombiano podía ser despertada, la confianza en ellos mismos y la decisión
con que se entregaron a forjar ese objetivo nos dan la dimensión de estos hombres.
El comandante Ernesto Che Guevara, en las mismas condiciones y por caminos
semejantes de revolución, dijo tres años más tarde: “Este tipo de lucha nos da la oportunidad de
convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana, pero también nos
permite graduarnos de hombres; quienes no puedan alcanzar ninguno de estos estadios deben
decirlo y dejar la lucha”.
Quienes inician y luchan hasta el final se hacen acreedores a estos honrosos calificativos.
Ellos simbolizan el tipo de hombres a quienes la historia, en esta hora como en aquellas,
convoca para una tarea verdaderamente colosal y difícil: la transformación revolucionaria de
estos pedazos entrañables de cielo, montañas, ríos, mares, llanuras y veredas que llamamos
patria latinoamericana.