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Nombre: Alan Cuevas Meléndez 
Escuela: Esc. Sec. Ricardo Flores Mogón 
Grupo: 3ºC T.M. 
“Antologia De Cuentos”.
“Esta serie de cuentos va dedicada a todo el publico, 
En especial a niños menores de 10 años.”
1-Carta De Renuncia…………………………………..1 
2-La Memoria De Simón………………………………15 
3-El Granjero Bondadoso…………………………….26 
4-El Nuevo Amigo………………………………………27 
5-La Aventura Del Agua…………………………......29 
6-Secreto A Voces………………………………………30 
7-El Hombre Perfecto………………………………….31 
8-El Centro De La Tierra………………………………33 
9-Querida Maestra………………………………………34 
10-La Bruja………………………………………………..35 
11-El Cumpleaños De La Tortuga………………….36 
12-El Canto De La Libertad………………………….37
La memoria de simon: 
Ese viernes necesitaba caminar, poner en orden mis pensamientos. Dejé el Instituto confundida, angustiada y perdiendo las fuerzas necesarias para luchar en esta vorágine de incomprensiones. 
Con mi portafolio bajo el brazo, comencé a caminar con pasos lentos por la rambla fresca y abierta. ¡Tantas veces mi cómplice, mi refugio! En ella no podía ocultar los más profundos sentimientos, su belleza era implacable, traslúcida y serena. Desde mi época de adolescente, siempre que debía resolver algo importante, o tomar una decisión difícil, recurría a ella. Allá en el horizonte, el mar parecía regado de sangre por el atardecer, las olas ondulaban muy suavemente en la orilla, mientras una fresca brisa rozaba mi rostro. La gente se había concentrado en los muros de la playa, para disfrutar de los últimos y tímidos rayos de sol de ese clima primaveral. 
La angustia y la confusión me producían un desasosiego incalculable. Desde mi época de adolescente, solía refugiarme en ella, bajaba hasta la orilla, descalzaba mis pies y corría por la arena hasta caer rendida sobre su tibio lecho, mientras miraba el cielo y el mar, que parecían unirse en el horizonte. Enhebraba mis sueños, mis proyectos y el mar complacido me inundaba de tranquilidad y sosiego, brindándome una paz interior infinita. El viento sacudía mis cabellos y mi rostro se encendía de luz. 
Hoy, lejos de mis años juveniles las preocupaciones son otras, en mi cabeza rondaban los pensamientos .sobre mis muchachos. . . ¿Qué sería de ellos? No puedo defraudarlos, esperan mucho de mí, a pesar de ello tengo que hacerlo, mi carta de renuncia es casi un hecho. Sin duda estoy caminando en un mundo hostil e injusto, un mundo prestado, en el cual por alguna razón pienso diferente. 
Parece que caminara al revés del resto de la gente, los programas son rígidos, nadie puede apartarse de ellos, no se pueden abrir puertas, sin embargo hablamos de Unión Regional, la Era de la Tecnología, los cambios que nos mueven diariamente, Recursos Humanos, Sicólogos, Asistentes
Sociales, Estrategias, Misiones, hablamos de este nuevo milenio, pero. . . ¿Qué ocurre con ellos, qué ocurre con estos jóvenes? Los docentes tenemos en nuestro puño la calificación o mejor dicho la reprobación o no de cualquier alumno, muchas veces ni siquiera les permitimos discutir, nos manejamos con la simpatía por tal o cual. Me es difícil aceptar estas normas, soportar frases como las de Gustavo, el profesor de Matemática, que se jacta de poner problemas sin solución, para justificar el bajo nivel de su clase, simplemente dice “son burros “, si fueran inteligentes se darían cuenta que no tienen solución “Esta es una materia difícil y la seguirán reprobando por los siglos de los siglos “¿Quiénes somos y adónde pretendemos llegar? 
¿Por qué no se pide control de calidad en la educación? Tal vez es todo esto y mi discrepancia permanentemente, lo que hace que mis colegas me aconsejen que consulte a un especialista para resolver este dilema, según ellos yo no enseño, sólo disfruto como una adolescente que no maduró y se involucra demasiado con ellos. Hablamos de violencia, ¿y qué les damos? Yo disfruto, claro que sí, aprendemos juntos a crecer y a comunicarnos. Muchas veces una sola mirada basta para entendernos, es por eso que no entiendo como los demás, pueden calificar de bajo nivel a esta clase, en la cual se manejan temas cotidianos de mucha importancia. Ana, la docente de Español dice “nadie aprende, se distraen con cualquier cosa” “Además no me agradan las miradas que se entrecruzan determinadas parejitas que tengo en el grupo”, olvidándose que el amor florece en primavera y que basta una sonrisa para comprender. En más de una oportunidad escuché con dolor decir alguno de los chicos que Ana jamás se aparta del programa y si alguien trae algún pasaje para leer o comentar, sólo se enoja y les dice que no pueden perder el tiempo o simplemente tritura al autor desmenuzándolo gramaticalmente. 
¡Pobrecitos! Están en nuestras manos, se hacen cargo de nuestras frustraciones, complejos y todas esas condenas que atacan a la mayoría de los docentes. Jamás admitimos que sepan más que nosotros. En toda la ramas de la enseñanza, encontramos cosas como estas, he visto dormirse en la mesa examinadora a uno de los profesores, ante aquel alumno
brillante que comienza a desarrollar el tema apasionadamente y cuando despierta, sólo dice: “Basta está muy bien, es suficiente” defraudando los conocimientos agolpados en aquella joven mente. ¿Acaso enseñar es dar sólo lo que uno sabe? ¿Y si no lo sabe, no sería más honesto aceptar lo propuesto por algún alumno? ¿Qué es la educación? 
El maestro Tagore a quien admiro profundamente, expresó que el hombre debe luchar por lograr una armonía, también que hay que cultivar el intelecto junto con las emociones y la volición y que todos estos aspectos de la vida interior del hombre, deben desarrollarse armónicamente, él tampoco creyó en fórmulas de educación estrechas o rígidas, si no que es un sistema concebido en términos humanos amplios, hizo hincapié en el arte y la creatividad, también tuvo la convicción de que la educación, es la base esencial para crear una sociedad. 
Evidentemente que estoy equivocada al creer que puedo escapar de esto. Viajo en el mismo tren que los demás docentes y salvo algunos con los que comparto determinadas ideas, el resto me es ajeno. La mayoría dice: – “No debemos involucrarnos demasiado en sus vidas, los muchachos de hoy tienen demasiados problemas, demasiadas carencias, son agresivos, nos haría mucho daño escuchar el drama de cada uno”. – Pero yo percibo la soledad que tienen, la falta de proyectos en una sociedad que poco o nada les brinda, necesito liberarlos de algún modo para que puedan disfrutar de un buen libro, para que encuentren en el salón de clase, un lugar de disfrute, necesito crearles un ambiente en el cual desarrollen sus críticas y formen el sentido común, el criterio propio. 
¿Es malo todo esto?. . . es por eso que la directora me observa siempre tratándome de inmadura, siempre me dice que lo único que he conseguido hasta ahora, es indisciplinar a mi clase – “Amalia, no te involucres tanto en sus vidas, mantén distancia”. He aquí lo curioso. ¡Me encanta involucrarme! 
Me sentía desfallecer, lo único que me animaba a continuar eran sus rostros sedientos de conocimientos. Mis pasos me iban llevando lentamente hacia aquel consultorio en el cual debería dejar en claro mi situación. El viento fresco me
empujaba hacia atrás como si tratara de detenerme, pero debía hacerlo. . . Cuando me dediqué a mis estudios docentes, estaba consciente de ello, evidentemente no era redituable, pero lo mismo me encantaba y a pesar de mis padres y sus consejos yo elegí. 
Me resultaba y me resulta emocionante compartir diálogos, impartir clases amenas, donde el aprender es mutuo y cada vez más emocionante, donde el escuchar las críticas del adolescente a veces crudas, significa que también seremos escuchados cuando sea necesario. Era totalmente consciente que lo que me pagarían, apenas alcanzaría para comprar algunos libros, los apartados de fotocopia, algún material extra, en fin, lo sabía, pero a pesar de ello, yo elegí. ¿Nos han preparado para educar en este mundo tecnológico? ¿Acaso nos han enseñado a respetar al alumno? ¿Estamos preparados para ejercer la docencia en este mundo competitivo e injusto? 
Yo vengo de un hogar donde el respeto por el otro siempre fue lo primero, aprendí amar desde muy pequeña, la ternura de mi madre colmó mi vida y aprendí que el amor hacia un niño, un joven puede cambiar su vida. Por eso y a pesar de lo manifestado por mis padres en la carrera que había elegido, considerando ellos que yo podría perfectamente ser una profesional destacada en otra área que no fuera la docencia, yo elegí. Sentía la necesidad de dar todo ese amor que existe dentro de mí y compartirlo con los jóvenes y los niños, pues considero un aporte fundamental para el desarrollo de los individuos. Yo pretendía y pretendo que ellos sintieran y sientan, lo mismo que yo había experimentado con algunos de mis maestros y profesores, los cuales dejaron en mí una huella permanente que marcó parte de mi existencia. 
Elegí Literatura, una materia rica en sentimientos y creatividad. Transformé mi clase en una mesa redonda donde conversamos como amigos y nos distendemos aprendiendo, una charla donde los protagonistas son ellos y no yo. Discutimos de mi materia, pero también del mundo, de la sociedad, de los cambios, de la violencia, de la droga, del sexo, sí del sexo. Opinan libremente. Muchas veces me entero de cosas que desconozco, ellos se ríen y yo con ellos, es evidente que todos estamos aprendiendo, a pesar de leer mucho e informarme, desconozco los entre telones de los
muchachos. Nuestra clase es un placer y lo curioso es que cuando suena el timbre, llegan antes que yo a la clase y es raro. . . Dora cuenta que le cuesta hacerlos entrar al salón y ponerlos a tono para empezar la clase. ¡Es raro! Cuando entro me rodean como locos. . . 
- ¡Amalia mirá lo que traje! 
- Yo encontré una párrafo en la novela “Sangre Negra”, de Richard Wright, que me encantó ¿puedo leerla, Amalia? 
- Amalia, encontré en mi casa una revista con poemas anónimos ¡Dale! ¿Puedo decirlos? Son horribles, escuchá. . . 
- Amalia ¿qué opinás de las relaciones premaritales? ¿Estás de acuerdo? 
- ¡Muchachos, por favor haya calma! Haremos todo y daremos la clase de hoy, pero para escucharnos debemos hacer silencio ¿Sí? 
Mi clase vive, vibra, ¿es eso malo, tal vez? Mis colegas me reprochan, manifestando la indisciplina de mi clase. – “Te falta carácter, Amalia”. “Los muchachos te dominan” – Sin embargo, cuando comienzo la clase, el silencio es profundo. . . 
Caminaba cada vez más lento para seguir pensando en mi decisión definitiva, la hora se acercaba y estaba llegando al edificio del Dr. Velásquez. Comienzo a imaginar la gente sentada en la sala esperando, aquellos, los locos como suelen llamarle los demás. ¿Por qué será que llamamos locos a todos aquellos que no piensan igual que los otros? Nunca pensé entrar a uno de estos consultorios, pero nadie está libre de caer en ellos y contarle todo lo bueno y lo malo que nos pasa, para que el especialista tome la decisión por nosotros. Yo, solamente yo, decidiré si continúo enseñando o no, de eso estoy segura y por eso voy preparando mi mente. Metí la mano al bolsillo y saqué aquel papelito arrugado y viejo con la dirección exacta del psiquiatra, la calle la recordaba por haberla leído antes de salir, sin embargo el número del edificio se había borrado de mi mente. 
¡Cuántos secretos conozco de mis gurises!
Una impotencia enorme me sube hasta ahogarme cuando pienso en lo que Felipe dijo el otro día en una charla sobre la clase. . . “estos gurises no saben nada de historia, lo vienen arrastrando desde primaria, hay varios que han dado el examen de Historia en más de una oportunidad, inútilmente, claro y me atrevo a decir que este año ocurrirá lo mismo, serán reprobados en la materia.” 
¿Cómo se puede saber en mayo si un alumno puede rendir lo necesario al final del curso? 
¿Cómo podemos saber nosotros si tal o cual alumno se esmerará de aquí a fin del curso, para no reprobar? 
Cosas como estas me ocurren a diario . . . el otro día tuve que consolar a la hija más pequeña de mi amiga Agustina, ella concurre a uno de los Conservatorios más grandes del país, realiza una carrera brillante y con mucho éxito, destacándose entre los demás alumnos por su talento, no obstante, la profesora de educación musical que suele contar anécdotas de compositores, se refirió a uno que Clarita conocía lo bastante como para opinar y cuando manifestó que lo que ella decía no tenía nada que ver con la realidad, esta se enojó y le bajó la nota. Mi amiga Agustina concurrió de inmediato al Instituto para conversar con la profesora, la cual le indicó que Clarita era una irrespetuosa, una alumna rebelde. . . 
¿Qué podía decir? ¡Pobre Clarita! Su madre por fin logró defender su situación y a pesar de ser una materia que se exonera, la mantuvo por ahí nomás. 
Seguía caminando, las luces se habían encendido, había caminado tan lento, que las horas transcurrieron casi sin darme cuenta, crucé los semáforos y no sé si lo hice con luz roja o verde, me detenía de cuando en cuando, observaba a la gente, pensaba y pensaba . . . ¡Cuántas y cuántas anécdotas se iban y venían por mi cabeza! 
Laura es la mejor de mi clase, el otro día la sentí alejada, ausente, de inmediato noté que algo le sucedía. . . La clase terminó y sin decir palabra se acercó y me dijo: 
- Amalia, ¿me escuchás un minuto? 
- Claro Laura ¿Qué ocurre?
- Es espantoso Amalia, espantoso 
- ¿Qué es lo espantoso Laura, qué te pasó? 
Es la vieja esa, la profesora, la imbécil de Matemática. 
-¡¡ Laura!! 
- Sí, esa tarada, la clase es un despelote total, todos tiran papeles, la relajan, son tantos los griteríos, que su clase no se escucha, nadie la quiere, es asquerosa Amalia. 
- ¡Laura, por Dios!, nunca te vi de ese modo, tus expresiones me dejan estática, no sé que decir. . 
-¿Qué más pasó para que vomites tanta violencia? 
- No la aguanto más Amalia – dijo – mientras sus ojos se enrojecían de llanto y de rabia – ¿Sabés lo que nos dijo? Que lo único que sabía hacer era enseñar y aunque no quisiéramos escucharla, debíamos hacerlo, pues ese era su único trabajo, su medio de vida y que aunque no le gustara, debía ganar dinero para mantener a su madre que estaba muy vieja y enferma. Algunas veces he sentido pena por ella, sobre todo cuando veo que todos se burlan y nadie la escucha. ¿Sabés lo qué pensé Amalia? que sería capaz de matarnos y aún así cobrar. 
¡-Laura! No, no es así. 
-¿Qué opinás, decime? Yo me sentí defraudada Amalia, frustrada y sentí ganas de llorar cuando me di cuenta que mis compañeros y yo, no éramos más que una carga para ella, sentí que nos odiaba. 
-¡Laura, por favor! No pienses de ese modo, el odio no hace bien a tu corazón, el odio sólo trae tristezas. 
Miré su rostro tierno y fresco, los ojos húmedos de una adolescente extremadamente sensible y sentí ganas de llorar con ella ¿Qué podía decirle, de qué forma podía justificar esa conducta? ¿Qué es lo que anda tan mal? 
La miré fijamente, había angustia en ella. . . pasé mi brazo por sus hombros y la sacudí. ¡Vamos
Laura, ustedes deben haber provocados la ira de ella, sin lugar a dudas! 
- No Amalia, ella siempre es igual, es como una autómata, parece que no siente nada y todo le da lo mismo. 
¿Qué podía yo decir? Muy en el fondo también rechazaba aquella actitud que jamás debió salir de esa docente, podía haber elegido cualquier otro trabajo antes de formar mentes y provocar iras como esa. Me sentí sofocada y mis ojos se humedecieron, pero tenía que disimular. . . 
- Bueno Amalia ¿qué pensás? 
-No sé qué decir. . . 
-¿Cómo qué no sabés? ¿Acaso vos no te das cuenta que ninguno de nosotros va a aprender Matemática en estas condiciones y que todos nos iremos a examen? ¡Contestame! . . . Todos venimos a estudiar, algunos presionados por nuestros padres y otros porque nos gusta, pero a veces cuando nos encontramos con estas cosas, nos dan ganas de dejarlo todo y huir. . .sí, huir de este liceo, de esa vieja horrible, sentimos ganas de decirle muchas cosas, pero nos callamos, ella es la profe ¿No? Aunque algunas veces alguien le contesta groseramente. 
¿Cómo podía yo sólo con palabras, revertir esa ingrata situación? Me sentí impotente. ¿Podía yo acaso encarar a la profesora Dora? ¡Claro que no! ¿Quién era yo? ¿No tendría ella razón? ¿No venimos a este Instituto a ganarnos nuestro sueldo? Yo también debía cobrar mi sueldo y subsistir con él, pero debo reconocer que la diferencia está en que yo amo mi profesión, el contacto con los adolescentes, el intercambio generacional, el aprender a diario, poner a prueba mis ideas, recibiendo la reconfortante tarea, de llevar conocimientos con humanismo. 
¿Realmente enseñamos cuando es imposible trasmitir conocimientos? . . . En una fábrica, pensé. . . nos descalificarían por bajo rendimiento o incapaz, si alguna de las piezas por la cual respondemos se desforma, o no funciona. ¿Qué ocurre entonces cuando un profesor no puede trasmitir lo que sabe, o no sabe hacerlo? Sin embargo no lo
descalifican, nadie inspecciona o regula, no hay control de calidad. Yo pienso. . . cuánto más alto sea el nivel del grupo, habría más puntos para el docente. . . ¿o no? No consigo encontrar la verdad, no sé si es real lo que pienso, o sólo es una fantasía de mi mente trastornada, porque a esta altura ya no comprendo, qué es lo que está bien o equivocado. ¿Qué decirle entonces a Laura? Ya todo estaba hecho, ellos querían huir del liceo, de nosotros. ¿Cómo detener esto? Es evidente que debo pedir ayuda para dilucidar mis interrogantes, mis ideas, mis dudas permanentes frente a los demás, al mundo. Necesito encontrar el camino correcto, o por lo menos el que más se aproxime a él. 
Comencé a mirar desde el punto de vista de mis colegas, todos trabajan en varios liceos, tienen adjudicadas muchas horas, un salario pequeño, luego cuando llegamos a clase nos falta todo, desde un pizarrón desgastado y roto, un proyector que no existe, no hay tizas, muchas veces alguno de ellos ha contado, que debió llevar bizcochos temprano, en la mañana, porque tal o cual alumno no pudo tomar un simple desayuno en su casa por falta de medios, una ventana sin vidrio cubierta con una caja de cartón, las sillas rotas y despintadas, muchos graffiti en las paredes agrediendo quién sabe a quién, porque agraden aquellos que están agredidos y estos muchachos lo están, por nosotros, por nuestra sociedad, por el mundo que les resta un espacio. 
¡Alto! aquí tenemos mentes que debemos rescatar y formar. . . Faltaba muy poco para llegar al consultorio y en mi mente aún se fundían las terribles dudas, que decidirían definitivamente mi conducta a seguir. 
El viento fresco rasgaba mi rostro, parecía purificarme de aquellos opresores y confusos pensamientos, confusión ingrata y angustiante. Mis pasos se detenían ante aquella luz roja que me impedía cruzar la calle y sentía deseos de huir, esconderme no enfrentar todo esto. En el fondo, mis colegas tenían razón, no existen los medios suficientes para atender las necesidades de la educación, sin embargo se producen gastos en otras áreas, que no son tan importantes para el individuo. ¿Por qué? La educación es fundamental, es la primera formación de valores.
Es el enriquecimiento diario de conocimientos, es el privilegio de un país, no podemos creer que colmando nuestras escuelas primarias de computadoras y dando alimentos en las aulas, estamos logrando lo mejor. No es cierto. Eso no basta, debemos invertir en nuestros muchachos. . . ¿Invertir? ¿Cómo? En calidad de docencia, en especializaciones humanas, en test sicológicos a los docentes, para saber si están capacitados en formar mentes, considerar sueldos acordes con la tarea que realizan. 
Realmente a veces estoy cansada de hablar, me duele la garganta de esforzar mi voz, de cargar los escritos y corregir con justo criterio a cada estudiante, sin mirar su nombre para no verme prejuiciada… Educar es un trabajo como cualquier otro ¿o no? No, claro que no, educar es compartir conocimientos, dilucidando dudas, es apostar a lo más alto, es invertir en esas mentes colmadas de interrogantes, educar es inversión. Un país que educa, es un país que va ha destacarse siempre, un país que cuida sus medios de comunicación, para que estos no violen las reglas gramaticales, los valores, o no utilicen la violencia y el sexo para vender tal o cual producto, es un país que apuesta a lo mejor de su gente, a la dignidad humana. 
Es evidente que no puedo más, casi no puedo caminar, estoy cansada de seguir este camino de lucha interior, es algo que no puedo cambiar sola. ¿Y mis muchachos? Bueno quizás me olviden pronto. . . 
Ya estoy cerca del consultorio. . . decidir es muy difícil ¿Cómo puedo apartarme de lo que más quiero en mi vida? ¿Cómo puedo dejar mis clases, mis charlas, sin sentir un dolor profundo muy dentro de mí? Había caminado sin parar varias horas, recorrido la rambla, observando a la gente pasar a mi lado, mientras en mi cerebro fluían los pensamientos absurdos. De pronto, crucé la calle sin mirar que el semáforo estaba en rojo y un coche frenó bruscamente, desde la ventanilla alguien gritó un sin fin de disparates, nada me importó, seguí caminando y me detuve en el edificio, donde supuestamente el Dr. Velásquez me esperaba. Me encontraba perdida, confusa, tropecé en el escalón, el portafolios se abrió y mis carpetas se desparramaron en el suelo. El portero se
acercó muy amable y trató de ayudarme, pero yo sólo quería escapar, huir, desaparecer. . . 
Guardé todo rápidamente y le agradecí, tomé el ascensor que me conducía al piso cuarto. Un corredor oscuro llevaba hacia el fondo, allí se encontraba una puerta cerrada, con un cartel que decía: Entre sin llamar. Entré. Las personas que allí se encontraban, se veían confusas y perdidas en un mundo diferente, sus rostros preocupados, repletos de interrogantes y sus manos estaban inquietas esperando ¿Esperando qué? ¿Una solución a sus problemas? ¿Una respuesta segura? ¿Una serie de medicaciones para conciliar el sueño? ¿Un ansiolítico para la angustia? ¿Un calmante para evitar suicidarse? 
No, yo no puedo quedarme aquí, mi angustia es grande, pero no puedo escoger este camino, pensando que alguien como un doctor decida por mí. Creo que me sentía rara en ese consultorio, las miradas de los demás me recorrían como si quisieran adivinar lo que me ocurría. Retrocedí y apreté con fuerza todo el tesoro que llevaba en mi portafolio, bajo la mirada perpleja de la enfermera que me interrogaba, mientras extendía su mano, solicitándome los datos personales para llenar la ficha. Me extendió un recibo por la visita, esa visita que debía pagar por unos minutos de alivio o desesperación que me daría el doctor. Sin decir palabra alguna, volví la espalda y me marché. Me pareció escuchar que me llamaba, pero corrí hacia afuera, corrí hacia la puerta de salida y escapé antes que alguien me indujera en esta decisión que yo misma debía tomar. 
Era tarde ya, la noche había encendido sus estrellas y estaba algo fresco, sentía el aire del mar húmedo, mezclándose con mis lágrimas y mi desesperación. Me parecía escuchar. . . 
- Amalia ¿Cómo definirías el amor? Amalia hoy estoy horrible, mis padres se separaron. Amalia ¿puede existir el amor como Romeo y Julieta? Amalia, Amalia, Amalia. . . 
Basta, lo he decidido, se terminó, renunciaré a mis muchachos, ya no tengo respuestas, ya no puedo seguir educando con humanidad, me golpeo una y otra vez. . . La plaza estaba desierta y me senté en un banco, bajo el farol
que iluminaba mi portafolio repleto de tantos y tantos escritos que ya no corregiría jamás, ya no volvería a verlos nunca. Tal vez cuando crezcan recordarán a una pobre loca, que sólo supo quererlos demasiado y no fue capaz de pelear por ellos. . . 
Fin
LA MEMORIA DE SIMON: 
-Simón ¿dónde has dejado tu chupete?-preguntó su madre preocupada. 
Simón no respondió y no lo hizo por dos razones muy importantes. La primera era que Simón tenía tan solo siete meses y los niños a esa edad no hablan, por lo cual mucho para decir no tenía. La segunda razón y no menos valedera, era que Simón no recordaba en absoluto dónde había dejado su chupete. 
Esta situación se repitió a lo largo de los años, no porque Simón siguiera usando chupete, sino porque nunca recordaba dónde había dejado las cosas. 
Bufandas, peines, mascotas, galletitas. Simón jamás recordaba dónde había dejado nada. Esta característica del niño fue un verdadero problema para su a familia y sobre todo para su madre quien pensaba diferentes métodos para que el niño no olvidase sus pertenencias o, por qué no decirlo, a sus seres queridos. 
Un día Matilde, la mamá de Simón, compró un carretel de hilo muy grande y resistente. Supuso que era buena idea atarle al niño las cosas para que no pudiese olvidarlas por ahí. Desde ese día el pequeño arrastraba algunas cosas y le colgaban otras. Llevaba atados con cariño y esmero guantes, mochila, gorritos de lana y hasta el sándwich que llevaba al colegio. 
Cierto es que durante ese tiempo no perdió nada, pero no le fue muy cómodo que digamos. El piolín de sus pertenencias se enredaba en el banco del colegio, con la pelota con la que jugaba y hasta con otros compañeros. Más allá de eso, no era muy bonito ver un niño del cual colgaba un sándwich de carne y tomate atadito con un piolín. 
Viendo que este método no había dado resultado, Matilde probó otro (su ingenio se agudizaba cada día más). Compró un paquete de papelitos adhesivos y se los pegaba al pequeño donde podía. En la cabeza, para que no olvidase su gorrito, en el cuello para que no perdiese su bufanda, en la muñeca para
que no extraviase su reloj, en la nariz por si usaba algún pañuelo. 
Tampoco era un método muy cómodo que digamos, pero el niño lo soportaba no tanto para no perder nada, sino por no contrariar a su madre. Sin embargo, el día en que tuvo que usar los papelitos en los ojos para no olvidar sus lentes y se llevó por delante todo lo que había a su paso, consideró que ya era demasiado. Su madre coincidió con él y pensó entonces, una alternativa más cómoda y práctica. 
Antes de que Simón saliese de su casa, Matilde anotaba en una larga lista todo lo que el niño llevaba puesto, dentro de la mochila, dentro de los bolsillos y por supuesto en las manos. 
Anotaba cada cosa y entregaba a su hijo la lista no sin antes recomendarle, por supuesto, que no la olvidase. 
Simón guardaba la listita con mucho cuidado y la revisaba antes de volver a su casa para asegurarse de que no se hubiese dejado nada en ningún lado. 
El sistema funcionó bien por un tiempo, hasta que –como no podía ser de otra manera- Simón olvidó dónde había dejado la lista. 
El tiempo pasaba. Simón crecía. Su madre seguía pensando – sin mucho éxito por cierto- métodos para que el niño no olvidase sus cosas. 
Que el pequeño olvidase guantes, pelotas y hasta medias era un poco preocupante, aunque no tanto como olvidar a un hermano menor en una verdulería. 
La primera vez que fue al comercio, se entretuvo mirando el color de las frutas y verduras, controló una y mil veces la listita que su mamá le había dado con lo que debía comprar y más detalladamente aún controló el vuelto que le dio el señor verdulero. En eso estaba cuando salió de la verdulería. Una vez controlado el vuelto, lo guardó en el bolsillo, tomó las dos bolsas y volvió a su casa. En su mente repasó todo lo que había comprado: tomates, naranjas, manzanas y limones. Estaba todo, menos su hermanito claro está.
No se dio cuenta que no llevaba el cochecito, tenía ambas manos ocupadas con las bolsas y su mente ocupada en frutas y verduras. 
Al llegar a su casa, saludo a su mamá y dejó las dos bolsitas sobre la mesa de la cocina. 
En décimas de segundo, la mamá miró a Simón, miró las bolsas, miró a su alrededor, para arriba y para abajo, hacia todos los costados, en el piso, delante y detrás de su hijo y nada, el bebé no estaba. 
-¡Tu hermano! ¿Dónde está tu hermano? Dime que no lo olvidaste-dijo su madre a punto de ponerse a llorar. 
Recién ahí el pequeño tomó conciencia que si bien estaban todos los tomates y las manzanas, faltaba lo más importante que era su hermanito. 
No hubo tiempo para retos porque el señor verdulero llamó enseguida para avisar que el bebé estaba espantando a la clientela con su llanto. La madre salió corriendo a buscarlo y al rato volvió con el pequeñín ya más tranquilo saboreando una rica frutilla. 
-¿Qué haremos con este niño? –preguntó preocupada Matilde a su esposo. 
-No sé mujer, no le ataremos al bebé con un piolín ¿no te parece? 
Simón era consciente de su frágil memoria, pero no lo hacía a propósito. También él empezaba a preocuparse por este tema. No era menor haberse dejado a su hermanito en un comercio. 
Matilde había agotado su imaginación, ya no encontraba recursos para que su hijo no olvidase nada. 
Papelitos, llamados telefónicos, mensajes a maestros y compañeros, Matilde recurría a cualquier recurso para que su hijo no olvidase las cosas. 
Todos se acostumbraron a vivir así: Simón olvidando y sus padres recordándole, sobre todo su mamá.
El tiempo pasó, Simón terminó el colegio (no sin antes haberse dejado varias cosas allí) y comenzó a estudiar abogacía. No tuvo problemas para recibirse de abogado, aunque -en el camino- dejó varios libros, mochilas, relojes y lo que no olvidó fue porque su madre se lo recordó. 
El día que le entregaron el título de abogado fue inolvidable – aún para Simón vale aclararlo-. Matilde no paraba de llorar. No hubo foto de la entrega del título no sólo porque Simón olvidó la cámara, sino también porque dejó el diploma sobre el escritorio que había en el escenario y nunca más se lo vio. 
No obstante, todos guardan un bello recuerdo de ese día, porque eso tienen de bello los recuerdos, es difícil dejárselos en algún lado que no sea el corazón. 
El joven Simón comenzó a trabajar muy pronto. Hubo una urgente necesidad de contratar una secretaria que le recordase al joven no lo que decían las leyes porque no era necesario, sino dónde había dejado los libros que contenían esas mismas leyes. 
Y así la vida de Simón transcurría entre olvidos y recordatorios. Una madre que lo perseguía para que no olvidase nada antes de llegar a la oficina, una secretaria que le recordaba todo dentro de la oficina y una novia con muy buena memoria que procuraba que su novio no olvidase nada fuera de ella. 
Alarmas, papelitos, listitas, llamados telefónicos, algún que otro grito ¿por qué no decirlo? Simón se acostumbró a tener a su lado un grupo de gente, cada vez más grande, que todo se lo recordaba. 
Así fue que un día el joven perdió no un zapato, no un pañuelo, tampoco un libro, ni un paraguas, perdió su memoria y todo, o casi todo lo olvidó. 
Ya no alcanzaba con grandes listas, Matilde, su secretaria y su novia no daban abasto y la vida de Simón y su familia se convirtió en un verdadero caos, hasta que alguien dijo algo muy sensato. 
-Vamos al médico-propuso su padre-algún modo habrá de que este hijo nuestro vuelva a recordar.
Los preparativos para la consulta con el médico fueron algo ajetreados. 
-Te has puesto el pantalón ¿verdad hijo?-preguntó la madre. 
-¿Te acordaste de bañarte?-preguntó el padre. 
La secretaria llamó para avisar en qué lugar de su billetera guardaba Simón sus documentos y la novia fue tempranito a ayudar con los preparativos para que ni Simón, ni ningún otro miembro de la familia olvidase algo. 
-Simón no te has puesto los zapatos-dijo el padre. 
-¿Dónde era que guardaba los documentos?-preguntó la novia. 
Buscando estaban todos cuando llegó la secretaria, quien prefirió acompañar a la familia para ver que todo estuviese en orden y que su jefe no olvidase nada. 
Y así todos juntos fueron al médico. Padre, madre, novia, secretaria todos hablando al mismo tiempo. 
-No olvides decirle que no recuerdas-dijo la novia. 
-Recuerda decirle que olvidas todo-dijo su padre. 
-Recuerda no olvidar de mencionar el día que dejaste a tu hermano en la verdulería-agregó la madre. 
-No olvide recordar cuando dejó su agenda en el baño- intervino su secretaria. 
Simón estaba realmente aturdido, ya no sabía qué era mejor si recordar u olvidar. 
De pronto se escuchó la voz del médico: 
-¡Simón! ¡Simón Gutiérrez! 
Y ahí se pararon Simón, el padre, la madre, la novia y la secretaria y una vez más todos juntos, entraron al consultorio. 
-Bueno muchacho-dijo el médico-¿Qué te trae por aquí? 
-Que no se acuerda nunca nada-intervino Matilde. 
-Se deja todo en cualquier parte-siguió la novia.
-Yo no doy abasto, son demasiadas las cosas que le tengo que recordar todo el tiempo-se quejó la secretaria. 
-Es un verdadero problema doctor-dijo el padre-desde niño es así. 
-¿Le dije que se olvidó a su hermanito en la verdulería siendo pequeño?-preguntó la madre. 
El doctor observaba ese gentío que hablaba al mismo tiempo, en tono fuerte y al pobre Simón que miraba a uno y a otro sin decir palabra. 
-Perdón ¿El muchacho ha perdido la memoria o el habla? 
-Bueno es que seguro se olvida de contarle algo-dijo la madre. 
-Eso lo veremos –dijo serio el doctor-a partir de este momento necesito que me responda solo Simón ¿podrá ser? 
-Si doctor-respondió el joven. 
El doctor comenzó a formularle muchas preguntas, desde qué edad olvidaba las cosas, qué pasaba cuándo eso ocurría, cómo lo evitaban, cómo había sido su escolaridad y su carrera de derecho. Simón contestaba, algunas pocas veces bien y muchas otras no podía responder. 
-Debo hacer unas pruebas más-dijo el médico ante la atenta mirada de todos y les pidió que se retirasen para estar a solas con el joven. 
-No te olvides de contarle lo de la verdulería-insistió la madre antes de irse. 
El doctor cerró la puerta con llave, no pensaba tolerar más intromisiones. 
Todas las pruebas que realizó demostraban que Simón no estaba enfermo, no tenía ningún trastorno y no había de qué preocuparse en demasía. 
Hizo entrar a toda la familia y por supuesto a la secretaria también. 
-¿Qué tiene doctor?-preguntó el padre.
-Es grave ¿verdad?-sentenció la novia. 
-¿Perderá el trabajo?-intervino la secretaria. 
-¿Le ha contado lo de la verdulería doctor?-preguntó Matilde. 
El doctor tomó asiento, miró a cada uno de los presentes y dijo: 
-Ahora seré yo quien hará las preguntas, pero primero les cuento algo: No sé si habrán notado que Simón recuerda sólo lo que es verdaderamente importante. 
-Nada más lejos de mi intención contradecirlo doctor, pero no es poca cosa olvidarse un bebé en un comercio-interrumpió Matilde-estoy dudando mucho de su escala de valores. 
-Calla mujer, eso fue hace demasiados años, cállate y escucha-dijo el padre. 
El doctor prosiguió. 
-Simón olvida lo que no le hace falta recordar- y mirando a la madre el médico se adelantó a agregar- quédese tranquila señora que sé que era necesario recordar que estaba con su hermano en la verdulería (y Matilde respiró aliviada), pero eso fue hace mucho tiempo. 
-¿Qué es lo que ocurre ahora con Simón?-preguntó el médico a la abultada concurrencia. 
-No lo tome a mal doctor, pero hemos venido a que Ud. conteste esta pregunta-respondió tímidamente la secretaria. 
-Para eso estamos aquí-agregaron a coro Matilde y su esposo. 
-Ocurre que, como toda habilidad que no se ejercita, Simón olvidó recordar. 
-Que olvida todo no es ninguna novedad doctor, si me disculpa-contestó Matilde. 
-Digo-prosiguió el médico-que todos se han acostumbrado a recordarle cada cosa: que se ponga los zapatos, que no olvide una bufanda, que no deje la agenda… 
-¡Es que si no lo hacemos, no recuerda nada!-gritó la novia.
-Simón debe ejercitar su memoria, sino la perderá por completo-dijo firme el doctor- Se acabaron los recordatorios, nada de papelitos, llamados, listas. 
-Pero… -dijeron a coro todos los presentes, inclusive Simón. 
-Escucha Simón-dijo el médico-no recuerdas, porque siempre tienes alguien que lo hace por ti. 
Es cierto que desde pequeño no has tenido buena memoria, pero nadie te ha permitido mejorarla, ejercitarla ¿Entiendes? 
-¡Ah claro! ¡Resulta que ahora la culpa es nuestra!-gritó la madre-¿Es mil culpa también que haya olvidado a su hermano en la verdulería? 
-¡Basta con eso por favor!-la interrumpió el esposo. 
- Mire señora las madres tienen tantas buenas intenciones, como veces repiten las cosas, son todas iguales y créame que no es una crítica. 
-¡Cómo se nota que nunca ha sido madre! 
-¡Basta mujer! Siga doctor por favor-pidió el padre. 
- Pues bien, a partir de ahora querido Simón dependerá de ti y solo de ti lo que olvides o recuerdes. Respecto de todos ustedes, se acabaron los recordatorios de cualquier tipo. 
- Pero doctor, si no me recuerdan las cosas, todo será un desastre-dijo Simón entre confundido y preocupado. 
-Seguramente así será-contestó el doctor. 
-¡Ah bueno! ¡Mire el ánimo que nos da! ¿Cómo comenzaremos el tratamiento sabiendo que todo será un desastre? 
-No será fácil, pero valdrá la pena y por otro lado, es el único camino-contestó firme el médico. 
-¿No le recetará algún remedio? ¿Un tónico? ¿Algo?-Preguntó la eficiente secretaria. 
-No hará falta, créanme, esto solo cuestión de que Simón ejercite su memoria y se haga cargo él mismo de saber qué lleva, qué deja, lo que tiene puesto, con quién va a alguna
parte (esto lo dijo mirando a Matilde). Si lo quieren de verdad, como estoy seguro que así es, déjenlo crecer, déjenlo que se las arregle solo. Simón, nos vemos en un mes-agregó el doctor y dio por finalizada la consulta. 
Simón salió confundido, todos preocupados y Matilde un tanto ofendida. 
-¿Y si buscamos otro doctor?-propuso-Este médico no me gusta nada, alguien que no da importancia a que se deje a un hermano menor olvidado en un comercio no es de fiar. 
–¡Basta con eso mujer por el amor de dios! A mí me parece que sabe lo que hace, démosle una oportunidad-propuso el padre. 
El doctor había quedado extenuado, pidió a su secretaria un té de tilo y se sentó en silencio un ratito, necesitaba descansar. Bebiendo el té se dio cuenta que Simón y dicho sea de paso, toda la parentela, se había olvidado la bufanda. 
-No importa-pensó-se la guardo hasta la próxima consuta. 
No fueron tiempos fáciles. No solo para Simón, sino para toda la familia. Cada uno veía como el joven se iba a trabajar sin corbata, por ejemplo, y no podían, no debían, recordarle nada. Así fue que un día llegó a la oficina sin cinturón y con el pantalón medio caído, hecho que a su secretaria avergonzó un poco. Se olvidó varias carpetas en otras oficinas. Las llaves de la casa en un bar, los botines de fútbol en el club y así un sinfín de cosas. 
-¡Esto no va ni para atrás, ni para adelante!-Se quejaba Matilde. 
-Ten paciencia mujer, es el primer mes-decía el padre. 
Y Matilde trataba de tener paciencia, pero le costaba y mucho. Para no hablar, cada vez que Simón estaba a punto de olvidarse algo, lo miraba fijo como para que el muchacho se diese cuenta, sin que ella abriese la boca. 
Por su parte, Simón no estaba acostumbrado a valerse por sí mismo y cada vez que salía (o entraba) temía haber olvidado algo. También él sabía que no podía preguntar, que debía
valerse solo de su memoria y esmerarse para recordar qué debía llevar o, en el peor de los casos, qué había dejado en algún lugar. 
La situación al salir o llegar a su casa era siempre la misma. Simón miraba a su madre como pidiéndole en forma silenciosa que le dijese qué se estaba olvidando. Matilde, por su parte, también lo miraba pero a la vez revoleaba los ojos para el lado donde estuviese aquello que el joven estaba a punto de olvidar. Así cada vez que Simón se iba al trabajo, se repetía la misma escena: Matilde lo miraba y miraba hacia dónde estaban las llaves, lo volvía a mirar, y luego movía los ojos hacia el otro lado donde estaba la billetera. 
Matilde miraba a su hijo y Simón a su madre. Matilde miraba hacia la izquierda y Simón la seguía con la vista, giraba hacia la derecha, el joven también lo hacía. Matilde levantaba las cejas como diciendo “¡atención! ¡Fíjate lo que están olvidando!”, Simón levantaba las cejas como diciendo “no entiendo mamá ¿qué estoy olvidando?”. 
Era evidente que con miradas no se entendían y ambos tuvieron que resignarse a dejar de dar indicaciones con los ojos. 
-¡Me alegro mujer, me alegro!-Decía el padre- Estabas haciendo trampa, el doctor fue muy claro ¡nada de avisos, nada de recordatorios! 
-Pero si yo no he dicho una sola palabra… -se excusaba Matilde. 
-No, pero no sé cómo no has perdido los ojos por ahí de tanto revoleo, ahora tendrá que arreglárselas solo. 
Y una vez más, el padre tenía razón. Simón, con mucho esfuerzo, comenzó a aprender a depender de sí mismo y a hacerse responsable de lo que llevaba consigo y de lo que olvidaba también. 
Tampoco fueron tiempos fáciles, por el contrario. Olvidó muchas cosas, incluso alguna que otra consulta con el doctor, pero comenzó a descubrir algo que lo hacía sentir satisfecho: ser dueño de sus actos.
Su memoria poco a poco fue mejorando para sorpresa de todos y sobre todo de Matilde. Simón comprendió que siempre había descansado en todos los demás, sobre todo en su madre y eso no lo había ayudado a crecer. Al mismo tiempo, Matilde comprendió que aunque había obrado con todo el amor del mundo, no había permitido que Simón y su memoria crecieran libres y se desarrollaran. 
Lejos quedaron las listas, los recordatorios e incluso las miradas cómplices de Matilde. Atrás dejó el joven ya no cosas que olvidaba, sino alarmas, notitas y agendas. Simón ahora no olvidaba, Simón recordaba todo lo que debía recordar y entre esas cosas estaban: 
Agradecer al médico su sabio consejo. Valorar el amor y atención de su familia. Que crecer implica ser responsables de nuestros actos. Y por sobre todas las cosas, algo que dejó muy tranquila a Matilde: Pedirle perdón a su hermano por haberlo dejado en la verdulería. 
Fin
El granjero bondadoso: 
Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna, cansado y hambriento, llegó a una granja solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el granjero se lo concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante, le proporcionó un baño y ropa limpia, además de una confortable habitación para pasar la noche. 
Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada en la habitación del desconocido y pudo distinguir sus palabras: 
-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a este caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme ayudado. 
El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando éste se marchaba, hasta le entregó una bolsa con monedas de oro para sus gastos. 
Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se prometió recompensar al hombre si algún día recobraba el trono. 
Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al caritativo labriego, al que concedió un título de nobleza y colmó de honores. Además, fiando en la nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los asuntos delicados del reino. 
FIN.
El nuevo amigo: 
Erase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y Belinda jugaba con unos enanitos en el bosque. De pronto se escucho un largo aullido. 
¿Que es eso? Pregunto la niña. 
Es el lobo hambriento. No debes salir porque te devoraría le explico el enano sabio. 
Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y Belinda , apenada, pensó que todos eran injustos con la fiera. En un descuido de los enanos, salio, de la casita y dejo sobre la nieve un cesto de comida. 
Al día siguiente ceso de nevar y se calmo el viento. Salio la muchacha a dar un paseo y vio acercarse a un cordero blanco, precioso. 
¡Hola, hola! Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo? 
Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se lanzo sobre el, alcanzándole una dentellada. La astuta y maligna madrastra, perdió la piel del animal con que se había disfrazado y escapo lanzando espantosos gritos de dolor y miedo.
Solo entonces el lobo se volvió al monte y Belinda sintió su corazón estremecido, de gozo, mas que por haberse salvado, por haber ganado un amigo. 
FIN.
La aventura del agua: 
Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego: 
-Podrías tú ayudarme a subir mas, alto? 
El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transformándola en sutil vapor. 
El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente, volviéndose más pesados que el aire y cayendo en forma de lluvia. 
Habían subido al cielo invadidas de soberbia y fueron inmediatamente puestas en fuga. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante mucho, tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga penitencia. 
FIN.
Secreto a voces: 
Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero no sabía guardar un secreto. 
-Qué hablabas con el Gobernador? 
-le preguntó a su padre, después de observar una larga conversación entre los dos hombres. 
-Estábamos tratando del gran reloj que mañana, a las doce, vamos a colocar en el Ayuntamiento. Pero es un secreto y no debes divulgarlo. 
Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente estaba en la plaza con todas sus compañeras de la escuela para ver colocar el reloj en el ayuntamiento. 
¡Ay!, el tal reloj no existía. El Alcalde quiso dar una lección a su hija y en verdad que fue dura, pues las niñas del pueblo estuvieron mofándose de ella durante varios años. Eso sí, le sirvió para saber callar a tiempo. 
Fin.
El hombre perfecto: 
Me afeito por la tarde y en el espejo Miro la barba no crece. En la mañana me levanto tan suave como el culito de un bebé y no raye. Esta es la prueba definitiva de que son perfectos. Y usted dice que le falta algo. Yo estaba en cuarentena antes de llegar a usted. Mucho tiempo.Cuarenta días para ser exactos. Los hombres con camisas me hicieron los exámenes y se miraban a los pies de mi cama. Susurrando. Yo aguzzavo escuchando y les oí decir que no podía ser, tan perfectamente, que los instrumentos pueden estar equivocados.Y el que tiene la barba dijo que tenía que repetir los exámenes. sospechaban que escuchaban. Desde ese momento se retiraron a hablar tras el cristal. Aprendí a leer los labios. Los hombres con las camisas dijeron que el ser humano es imperfecto por naturaleza, que tal perfección no podía ser bueno.Tenían una responsabilidad, no me podía dar al mundo y por lo que debe estar aquí. Y el que tiene la barba insistió en que tenía que repetir los exámenes. No lo hagas que me de confianza y dejó de hablar tras el cristal.Entraron en la habitación contigua a la reflexión. Aprendí de inmediato a leer sus mentes. Los hombres con camisas estaban preocupados de que el tiempo se agotaba y la instrumentación necesaria para analizar un extraterrestre y un unicornio alado. Tenían que tomar una decisión. Por ahora tenían toda la documentación. Lo lógico era destruir el bien de todos. El mundo no estaba listo. Y el que tiene la barba tenía problemas morales y técnica, insistió en que tenía que repetir los exámenes de nuevo. Mi instinto de supervivencia funcionó a la perfección como todo lo demás, y yo los llamaba con el botón situado en la cabecera de la cama. Ellos vinieron enseguida. Yo les dije que si Yo me desaté estaría limitado a buscar y se adhieren a usted como el pegamento, poner en su pedestal y que pueda mantenerse hasta que el agotamiento de mis fuerzas.Yo no he usado mi poder para el mal. Ne 'para
desestabilizar, es para cambiar algo. El hombre de la barba dejó de pensar que tuvo que repetir los exámenes y me miró así, como que me estás viendo ahora. Pero ciertamente yo sé leer la mente. En este preciso momento pensando que iba a ser capaz de inventar cualquier historia que no te pierdas. 
Fin.
El centro de la tierra: 
Apagué la alarma tres veces. Es tiempo y todavía están entre las sábanas. ¿Dónde están las alas que pone amor? Eventualmente saltar de la cama y me sumerjo en los zapatos. Nell'alzarmi sabe que el suelo está más cerca de lo normal. ¿No son más bajos. Estos son sólo mis pies se hundían en el suelo. Me esfuerzo por poner mis pantalones porque tengo que levantar muy abajo, porque sigo a hundirse, por qué, por qué. No tengo tiempo para explicaciones. Es tiempo, pero siempre se retrasos de cinco minutos. No pierdo el tiempo de afeitarse porque ahora no consigo al espejo del baño. Se ven obligados a lavarme la cara en el bidé. Mientras espero el ascensor en el piso me pongo el cinturón.Casi nadie llegada al botón. Por suerte nos pusimos en la esquina. La gente no me ven. He de esquivar porque no pisotear la cabeza. Tuvimos que arreglar mi casa, pero tú eres como eres. El proceso de registro en el quiosco justo a tiempo, veo que se acerca mientras termino de hundirse. Ahora estás aquí y no me veréis, mi cara es sólo una palma bajo el talón. envío besos mientras desaparezco lentamente. Adiós Amor. Es una pena, ahora que había puesto las bragas blancas con arco. 
Fin.
Querida maestra…: 
Querida maestra... Tal vez sea un poco tarde, pero hace tiempo que quiero decirle estas palabras: Llevo muchos años vividos y a través de tanto tiempo, me dì cuenta de todo lo que hizo por mí. No sé dónde se encuentra usted hoy, pero sé que mi voz le llegará, haciéndose eco en las voces de otros alumnos o quizá sea el viento que le cuente que estoy muy agradecido y que nunca la he olvidado. Usted me enseñó a leer, pero más que eso, me enseñó a vivir, a soñar, a querer. Recuerdo cuando le conté que mis padres estaban separados y me puse a llorar. Usted lloró conmigo y yo aún siento el calor de sus manos acariciando mi cabeza despeinada. Ese día, nos perdimos el recreo... También recuerdo la torta que trajo para mi cumpleaños ¡fue mi primera torta! ¿Sabe una cosa, Seño? Mi mamá estaba celosa de usted, pero la quería mucho, siempre me decía "Tu señorita te da el amor, las caricias y todo lo que yo no puedo darte. Te muestra el camino para que seas buena persona. Por eso, se siempre agradecido y no dejes de quererla nunca". Perdóneme por haber tardado tanto en decirle cuánto la c7uiero. Querida maestra, siga siempre así, enseñando, guiando, acompañando. Aunque a veces el agradecimiento llegue tarde o nunca llegue, todo lo que nos brinda dará sus frutos. No voy a firmar la carta, porque mi nombre no tiene importancia, soy un alumno entre tantos. Y el suyo no puedo escribirlo, porque es el de todas las maestras del mundo. 
FIN.
La bruja: 
En un pequeño pueblito, situado en un lugar muy lejano, vivía una bruja malvada que se divertía muchísimo asustando a los niños. Por las noches aparecía cubierta con un manto amarillo, sombrero rojo, y una larga cola negra y brillante. Su nariz larga y afilada, como un cuchillo, tenía en la punta una verruga peluda, de su boca inmensa y desdentada salía una estremecedora carcajada y sus ojillos pequeños y rojos parecían despedir relámpagos de furia. ¡Qué fea era! Todos en el pueblo sabían que ella solamente aparecía en las noches más oscuras, las noches de luna nueva. Entonces, aunque ningún niño salía de su casa, ella igualmente hacía sus maldades. A veces ponía sapos entre las sábanas, o langostas entre las servilletas dobladas o escarabajos en las toallas. Una vez, llenó con culebras y arañas la piñata de un cumpleaños, y todos los niños terminaron llorando. Pero resulta que en este pueblito había un grupo de niños muy bandidos y traviesos. que por su mala conducta y educación estaban siempre solos. Ocurrió que una de esas noches oscuras en que la bruja salía a divertirse. los niños malos la estaban esperando con sus gomeras y los bolsillos llenos de piedras. La atacaron de repente y la bruja sorprendida rodó por el suelo, con tanta mala suerte que perdió su varita mágica y con ella todos sus poderes. La bruja salió corriendo y los niños la persiguieron hasta arrinconarla en la plaza. Se armó un gran alboroto y entonces los niños buenos se acercaron para saber qué pasaba. Uno de ellos encontró la varita, la levantó y apuntando hacia el centro de la gran pelea dijo: "¡Abracadabra, que sean todos buenos!" Y así fue. Dejaron de pelearse y la ropa de la bruja se tornó blanca como sus cabellos, su rostro parecía ahora el de una dulce abuelita, los niños malos la abrazaron cariñosamente y todos en el pueblo festejaron el milagro. Este lugar pasó a la historia por ser el único en el mundo donde la bruja es buena, la luna brilla más que en ningún otro sitio y siempre se escucha una suave y hermosa música que nadie sabe de dónde viene.
El cumpleaños de la tortuga 
Había una gran fiesta ese día. Se celebraban los primeros cien años de la tortuga y todos los animales quisieron estar presentes. 
Para entretenerse inventaban juegos como pararse en una pata, subir al árbol más alto, saltar el arroyo y muchos otros, a cual más divertido. 
Luego de almorzar la tortuga propuso: "Juguemos una carrera, a ver quién llega más lejos". 
Todos sonrieron de manera burlona y aceptaron la apuesta. 
Comenzó la carrera, eran cientos los animales que competían y, por supuesto, la vieja tortuga iba última, pero a medida que avanzaba iba dejando atrás a los animales que, ya cansados, abandonaban la carrera, hasta que a un costado del camino encontró al último de los corredores, quien al ver a la tortuga le preguntó: "¿Cómo puede ser que nos hayas ganado a todos, si cualquiera de nosotros es más rápido que tú?" 
La tortuga le contestó: "Simplemente, porque al creerse superiores, fueron soberbios y no escucharon mis palabras. Yo les aposté a quien llegaba más lejos, no más rápido. Cuando aprendan a escuchar, aprenderán a vivir mejor y quizás no pierdan otras carreras". 
Fin.
El canto de la libertad: 
Los padres de Marina y Carlitos habían ido de compras a la feria dominical y al volver trajeron de regalo una jaula bastante grande, cubierta con un manto rojo. Desde la jaula tres aves hermosas y extrañas observaban a la familia en pleno. "Nos contó el vendedor que las han traído de un país muy lejano y que su canto es maravilloso", dijo la mamá. Pasaron los meses y a pesar del cariño y los cuidados que las aves recibían, jamás dejaron oír su famoso canto, así que tanto los niños como sus padres estaban un poco desilusionados. Un día Marina y Carlitos, estando solos en la casa, decidieron jugar con las aves. Lo primero que hicieron fue cerrar todas las ventanas y abrir la puerta de la jaula. Una de las aves salió volando tan rápido que se golpeó contra una pared, las otras dos salieron de la jaula e intentaron un vuelo más lento. Los chicos se reían pero las aves estaban asustadas. Marina puso comida y agua sobre la mesa y las aves, ya más tranquilas, se acercaron a comer y beber. Luego levantaron vuelo, se posaron sobre un perchero y comenzaron a cantar. Era tan bello su canto que Marina, emocionada, no pudo contener algunas lágrimas. Sin dejar de cantar los pájaros regresaron a su jaula, ante la mirada maravillada de los niños. Este juego se repitió varias veces, hasta que un día Marina y Carlitos decidieron abrir las ventanas para que los pájaros salieran al jardín. Con gran alegría las aves volaban, haciendo figuras en el aire, bajaban hasta donde estaban los chicos, comían, bebían y seguían con sus juegos, brindando su canto, que además de la belleza habitual, transmitía una sensación de paz y felicidad. Tan entretenidos estaban que ninguno se dio cuenta de que los padres habían regresado y que estaban muy sorprendidos al ver en el jardín tres aves idénticas a las suyas cantando con tanta fuerza. -¿Por qué será que nuestros pájaros no quieren cantar?- dijo la mamá. -¿No será que deberían estar en libertad? -No creo, tienen una jaula muy linda, comida, cariño. No, creo que no.- contestó el papá. Pero al entrar a la casa y ver la jaula abierta y vacía
comprendieron todo. Carlitos y Marina regresaron desde el jardín y las tres aves que los seguían entraron solas en la jaula, como siempre. Desde aquel día, la jaula es aún más hermosa, ya no tiene puertas. Por las tardes, la familia se reúne en el jardín y escucha con gozo la risa de los niños, el rumor del viento entre las hojas y a las aves que cantan felices. Su canto es alegría... están en libertad. 
Fin.

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  • 1. Nombre: Alan Cuevas Meléndez Escuela: Esc. Sec. Ricardo Flores Mogón Grupo: 3ºC T.M. “Antologia De Cuentos”.
  • 2. “Esta serie de cuentos va dedicada a todo el publico, En especial a niños menores de 10 años.”
  • 3. 1-Carta De Renuncia…………………………………..1 2-La Memoria De Simón………………………………15 3-El Granjero Bondadoso…………………………….26 4-El Nuevo Amigo………………………………………27 5-La Aventura Del Agua…………………………......29 6-Secreto A Voces………………………………………30 7-El Hombre Perfecto………………………………….31 8-El Centro De La Tierra………………………………33 9-Querida Maestra………………………………………34 10-La Bruja………………………………………………..35 11-El Cumpleaños De La Tortuga………………….36 12-El Canto De La Libertad………………………….37
  • 4. La memoria de simon: Ese viernes necesitaba caminar, poner en orden mis pensamientos. Dejé el Instituto confundida, angustiada y perdiendo las fuerzas necesarias para luchar en esta vorágine de incomprensiones. Con mi portafolio bajo el brazo, comencé a caminar con pasos lentos por la rambla fresca y abierta. ¡Tantas veces mi cómplice, mi refugio! En ella no podía ocultar los más profundos sentimientos, su belleza era implacable, traslúcida y serena. Desde mi época de adolescente, siempre que debía resolver algo importante, o tomar una decisión difícil, recurría a ella. Allá en el horizonte, el mar parecía regado de sangre por el atardecer, las olas ondulaban muy suavemente en la orilla, mientras una fresca brisa rozaba mi rostro. La gente se había concentrado en los muros de la playa, para disfrutar de los últimos y tímidos rayos de sol de ese clima primaveral. La angustia y la confusión me producían un desasosiego incalculable. Desde mi época de adolescente, solía refugiarme en ella, bajaba hasta la orilla, descalzaba mis pies y corría por la arena hasta caer rendida sobre su tibio lecho, mientras miraba el cielo y el mar, que parecían unirse en el horizonte. Enhebraba mis sueños, mis proyectos y el mar complacido me inundaba de tranquilidad y sosiego, brindándome una paz interior infinita. El viento sacudía mis cabellos y mi rostro se encendía de luz. Hoy, lejos de mis años juveniles las preocupaciones son otras, en mi cabeza rondaban los pensamientos .sobre mis muchachos. . . ¿Qué sería de ellos? No puedo defraudarlos, esperan mucho de mí, a pesar de ello tengo que hacerlo, mi carta de renuncia es casi un hecho. Sin duda estoy caminando en un mundo hostil e injusto, un mundo prestado, en el cual por alguna razón pienso diferente. Parece que caminara al revés del resto de la gente, los programas son rígidos, nadie puede apartarse de ellos, no se pueden abrir puertas, sin embargo hablamos de Unión Regional, la Era de la Tecnología, los cambios que nos mueven diariamente, Recursos Humanos, Sicólogos, Asistentes
  • 5. Sociales, Estrategias, Misiones, hablamos de este nuevo milenio, pero. . . ¿Qué ocurre con ellos, qué ocurre con estos jóvenes? Los docentes tenemos en nuestro puño la calificación o mejor dicho la reprobación o no de cualquier alumno, muchas veces ni siquiera les permitimos discutir, nos manejamos con la simpatía por tal o cual. Me es difícil aceptar estas normas, soportar frases como las de Gustavo, el profesor de Matemática, que se jacta de poner problemas sin solución, para justificar el bajo nivel de su clase, simplemente dice “son burros “, si fueran inteligentes se darían cuenta que no tienen solución “Esta es una materia difícil y la seguirán reprobando por los siglos de los siglos “¿Quiénes somos y adónde pretendemos llegar? ¿Por qué no se pide control de calidad en la educación? Tal vez es todo esto y mi discrepancia permanentemente, lo que hace que mis colegas me aconsejen que consulte a un especialista para resolver este dilema, según ellos yo no enseño, sólo disfruto como una adolescente que no maduró y se involucra demasiado con ellos. Hablamos de violencia, ¿y qué les damos? Yo disfruto, claro que sí, aprendemos juntos a crecer y a comunicarnos. Muchas veces una sola mirada basta para entendernos, es por eso que no entiendo como los demás, pueden calificar de bajo nivel a esta clase, en la cual se manejan temas cotidianos de mucha importancia. Ana, la docente de Español dice “nadie aprende, se distraen con cualquier cosa” “Además no me agradan las miradas que se entrecruzan determinadas parejitas que tengo en el grupo”, olvidándose que el amor florece en primavera y que basta una sonrisa para comprender. En más de una oportunidad escuché con dolor decir alguno de los chicos que Ana jamás se aparta del programa y si alguien trae algún pasaje para leer o comentar, sólo se enoja y les dice que no pueden perder el tiempo o simplemente tritura al autor desmenuzándolo gramaticalmente. ¡Pobrecitos! Están en nuestras manos, se hacen cargo de nuestras frustraciones, complejos y todas esas condenas que atacan a la mayoría de los docentes. Jamás admitimos que sepan más que nosotros. En toda la ramas de la enseñanza, encontramos cosas como estas, he visto dormirse en la mesa examinadora a uno de los profesores, ante aquel alumno
  • 6. brillante que comienza a desarrollar el tema apasionadamente y cuando despierta, sólo dice: “Basta está muy bien, es suficiente” defraudando los conocimientos agolpados en aquella joven mente. ¿Acaso enseñar es dar sólo lo que uno sabe? ¿Y si no lo sabe, no sería más honesto aceptar lo propuesto por algún alumno? ¿Qué es la educación? El maestro Tagore a quien admiro profundamente, expresó que el hombre debe luchar por lograr una armonía, también que hay que cultivar el intelecto junto con las emociones y la volición y que todos estos aspectos de la vida interior del hombre, deben desarrollarse armónicamente, él tampoco creyó en fórmulas de educación estrechas o rígidas, si no que es un sistema concebido en términos humanos amplios, hizo hincapié en el arte y la creatividad, también tuvo la convicción de que la educación, es la base esencial para crear una sociedad. Evidentemente que estoy equivocada al creer que puedo escapar de esto. Viajo en el mismo tren que los demás docentes y salvo algunos con los que comparto determinadas ideas, el resto me es ajeno. La mayoría dice: – “No debemos involucrarnos demasiado en sus vidas, los muchachos de hoy tienen demasiados problemas, demasiadas carencias, son agresivos, nos haría mucho daño escuchar el drama de cada uno”. – Pero yo percibo la soledad que tienen, la falta de proyectos en una sociedad que poco o nada les brinda, necesito liberarlos de algún modo para que puedan disfrutar de un buen libro, para que encuentren en el salón de clase, un lugar de disfrute, necesito crearles un ambiente en el cual desarrollen sus críticas y formen el sentido común, el criterio propio. ¿Es malo todo esto?. . . es por eso que la directora me observa siempre tratándome de inmadura, siempre me dice que lo único que he conseguido hasta ahora, es indisciplinar a mi clase – “Amalia, no te involucres tanto en sus vidas, mantén distancia”. He aquí lo curioso. ¡Me encanta involucrarme! Me sentía desfallecer, lo único que me animaba a continuar eran sus rostros sedientos de conocimientos. Mis pasos me iban llevando lentamente hacia aquel consultorio en el cual debería dejar en claro mi situación. El viento fresco me
  • 7. empujaba hacia atrás como si tratara de detenerme, pero debía hacerlo. . . Cuando me dediqué a mis estudios docentes, estaba consciente de ello, evidentemente no era redituable, pero lo mismo me encantaba y a pesar de mis padres y sus consejos yo elegí. Me resultaba y me resulta emocionante compartir diálogos, impartir clases amenas, donde el aprender es mutuo y cada vez más emocionante, donde el escuchar las críticas del adolescente a veces crudas, significa que también seremos escuchados cuando sea necesario. Era totalmente consciente que lo que me pagarían, apenas alcanzaría para comprar algunos libros, los apartados de fotocopia, algún material extra, en fin, lo sabía, pero a pesar de ello, yo elegí. ¿Nos han preparado para educar en este mundo tecnológico? ¿Acaso nos han enseñado a respetar al alumno? ¿Estamos preparados para ejercer la docencia en este mundo competitivo e injusto? Yo vengo de un hogar donde el respeto por el otro siempre fue lo primero, aprendí amar desde muy pequeña, la ternura de mi madre colmó mi vida y aprendí que el amor hacia un niño, un joven puede cambiar su vida. Por eso y a pesar de lo manifestado por mis padres en la carrera que había elegido, considerando ellos que yo podría perfectamente ser una profesional destacada en otra área que no fuera la docencia, yo elegí. Sentía la necesidad de dar todo ese amor que existe dentro de mí y compartirlo con los jóvenes y los niños, pues considero un aporte fundamental para el desarrollo de los individuos. Yo pretendía y pretendo que ellos sintieran y sientan, lo mismo que yo había experimentado con algunos de mis maestros y profesores, los cuales dejaron en mí una huella permanente que marcó parte de mi existencia. Elegí Literatura, una materia rica en sentimientos y creatividad. Transformé mi clase en una mesa redonda donde conversamos como amigos y nos distendemos aprendiendo, una charla donde los protagonistas son ellos y no yo. Discutimos de mi materia, pero también del mundo, de la sociedad, de los cambios, de la violencia, de la droga, del sexo, sí del sexo. Opinan libremente. Muchas veces me entero de cosas que desconozco, ellos se ríen y yo con ellos, es evidente que todos estamos aprendiendo, a pesar de leer mucho e informarme, desconozco los entre telones de los
  • 8. muchachos. Nuestra clase es un placer y lo curioso es que cuando suena el timbre, llegan antes que yo a la clase y es raro. . . Dora cuenta que le cuesta hacerlos entrar al salón y ponerlos a tono para empezar la clase. ¡Es raro! Cuando entro me rodean como locos. . . - ¡Amalia mirá lo que traje! - Yo encontré una párrafo en la novela “Sangre Negra”, de Richard Wright, que me encantó ¿puedo leerla, Amalia? - Amalia, encontré en mi casa una revista con poemas anónimos ¡Dale! ¿Puedo decirlos? Son horribles, escuchá. . . - Amalia ¿qué opinás de las relaciones premaritales? ¿Estás de acuerdo? - ¡Muchachos, por favor haya calma! Haremos todo y daremos la clase de hoy, pero para escucharnos debemos hacer silencio ¿Sí? Mi clase vive, vibra, ¿es eso malo, tal vez? Mis colegas me reprochan, manifestando la indisciplina de mi clase. – “Te falta carácter, Amalia”. “Los muchachos te dominan” – Sin embargo, cuando comienzo la clase, el silencio es profundo. . . Caminaba cada vez más lento para seguir pensando en mi decisión definitiva, la hora se acercaba y estaba llegando al edificio del Dr. Velásquez. Comienzo a imaginar la gente sentada en la sala esperando, aquellos, los locos como suelen llamarle los demás. ¿Por qué será que llamamos locos a todos aquellos que no piensan igual que los otros? Nunca pensé entrar a uno de estos consultorios, pero nadie está libre de caer en ellos y contarle todo lo bueno y lo malo que nos pasa, para que el especialista tome la decisión por nosotros. Yo, solamente yo, decidiré si continúo enseñando o no, de eso estoy segura y por eso voy preparando mi mente. Metí la mano al bolsillo y saqué aquel papelito arrugado y viejo con la dirección exacta del psiquiatra, la calle la recordaba por haberla leído antes de salir, sin embargo el número del edificio se había borrado de mi mente. ¡Cuántos secretos conozco de mis gurises!
  • 9. Una impotencia enorme me sube hasta ahogarme cuando pienso en lo que Felipe dijo el otro día en una charla sobre la clase. . . “estos gurises no saben nada de historia, lo vienen arrastrando desde primaria, hay varios que han dado el examen de Historia en más de una oportunidad, inútilmente, claro y me atrevo a decir que este año ocurrirá lo mismo, serán reprobados en la materia.” ¿Cómo se puede saber en mayo si un alumno puede rendir lo necesario al final del curso? ¿Cómo podemos saber nosotros si tal o cual alumno se esmerará de aquí a fin del curso, para no reprobar? Cosas como estas me ocurren a diario . . . el otro día tuve que consolar a la hija más pequeña de mi amiga Agustina, ella concurre a uno de los Conservatorios más grandes del país, realiza una carrera brillante y con mucho éxito, destacándose entre los demás alumnos por su talento, no obstante, la profesora de educación musical que suele contar anécdotas de compositores, se refirió a uno que Clarita conocía lo bastante como para opinar y cuando manifestó que lo que ella decía no tenía nada que ver con la realidad, esta se enojó y le bajó la nota. Mi amiga Agustina concurrió de inmediato al Instituto para conversar con la profesora, la cual le indicó que Clarita era una irrespetuosa, una alumna rebelde. . . ¿Qué podía decir? ¡Pobre Clarita! Su madre por fin logró defender su situación y a pesar de ser una materia que se exonera, la mantuvo por ahí nomás. Seguía caminando, las luces se habían encendido, había caminado tan lento, que las horas transcurrieron casi sin darme cuenta, crucé los semáforos y no sé si lo hice con luz roja o verde, me detenía de cuando en cuando, observaba a la gente, pensaba y pensaba . . . ¡Cuántas y cuántas anécdotas se iban y venían por mi cabeza! Laura es la mejor de mi clase, el otro día la sentí alejada, ausente, de inmediato noté que algo le sucedía. . . La clase terminó y sin decir palabra se acercó y me dijo: - Amalia, ¿me escuchás un minuto? - Claro Laura ¿Qué ocurre?
  • 10. - Es espantoso Amalia, espantoso - ¿Qué es lo espantoso Laura, qué te pasó? Es la vieja esa, la profesora, la imbécil de Matemática. -¡¡ Laura!! - Sí, esa tarada, la clase es un despelote total, todos tiran papeles, la relajan, son tantos los griteríos, que su clase no se escucha, nadie la quiere, es asquerosa Amalia. - ¡Laura, por Dios!, nunca te vi de ese modo, tus expresiones me dejan estática, no sé que decir. . -¿Qué más pasó para que vomites tanta violencia? - No la aguanto más Amalia – dijo – mientras sus ojos se enrojecían de llanto y de rabia – ¿Sabés lo que nos dijo? Que lo único que sabía hacer era enseñar y aunque no quisiéramos escucharla, debíamos hacerlo, pues ese era su único trabajo, su medio de vida y que aunque no le gustara, debía ganar dinero para mantener a su madre que estaba muy vieja y enferma. Algunas veces he sentido pena por ella, sobre todo cuando veo que todos se burlan y nadie la escucha. ¿Sabés lo qué pensé Amalia? que sería capaz de matarnos y aún así cobrar. ¡-Laura! No, no es así. -¿Qué opinás, decime? Yo me sentí defraudada Amalia, frustrada y sentí ganas de llorar cuando me di cuenta que mis compañeros y yo, no éramos más que una carga para ella, sentí que nos odiaba. -¡Laura, por favor! No pienses de ese modo, el odio no hace bien a tu corazón, el odio sólo trae tristezas. Miré su rostro tierno y fresco, los ojos húmedos de una adolescente extremadamente sensible y sentí ganas de llorar con ella ¿Qué podía decirle, de qué forma podía justificar esa conducta? ¿Qué es lo que anda tan mal? La miré fijamente, había angustia en ella. . . pasé mi brazo por sus hombros y la sacudí. ¡Vamos
  • 11. Laura, ustedes deben haber provocados la ira de ella, sin lugar a dudas! - No Amalia, ella siempre es igual, es como una autómata, parece que no siente nada y todo le da lo mismo. ¿Qué podía yo decir? Muy en el fondo también rechazaba aquella actitud que jamás debió salir de esa docente, podía haber elegido cualquier otro trabajo antes de formar mentes y provocar iras como esa. Me sentí sofocada y mis ojos se humedecieron, pero tenía que disimular. . . - Bueno Amalia ¿qué pensás? -No sé qué decir. . . -¿Cómo qué no sabés? ¿Acaso vos no te das cuenta que ninguno de nosotros va a aprender Matemática en estas condiciones y que todos nos iremos a examen? ¡Contestame! . . . Todos venimos a estudiar, algunos presionados por nuestros padres y otros porque nos gusta, pero a veces cuando nos encontramos con estas cosas, nos dan ganas de dejarlo todo y huir. . .sí, huir de este liceo, de esa vieja horrible, sentimos ganas de decirle muchas cosas, pero nos callamos, ella es la profe ¿No? Aunque algunas veces alguien le contesta groseramente. ¿Cómo podía yo sólo con palabras, revertir esa ingrata situación? Me sentí impotente. ¿Podía yo acaso encarar a la profesora Dora? ¡Claro que no! ¿Quién era yo? ¿No tendría ella razón? ¿No venimos a este Instituto a ganarnos nuestro sueldo? Yo también debía cobrar mi sueldo y subsistir con él, pero debo reconocer que la diferencia está en que yo amo mi profesión, el contacto con los adolescentes, el intercambio generacional, el aprender a diario, poner a prueba mis ideas, recibiendo la reconfortante tarea, de llevar conocimientos con humanismo. ¿Realmente enseñamos cuando es imposible trasmitir conocimientos? . . . En una fábrica, pensé. . . nos descalificarían por bajo rendimiento o incapaz, si alguna de las piezas por la cual respondemos se desforma, o no funciona. ¿Qué ocurre entonces cuando un profesor no puede trasmitir lo que sabe, o no sabe hacerlo? Sin embargo no lo
  • 12. descalifican, nadie inspecciona o regula, no hay control de calidad. Yo pienso. . . cuánto más alto sea el nivel del grupo, habría más puntos para el docente. . . ¿o no? No consigo encontrar la verdad, no sé si es real lo que pienso, o sólo es una fantasía de mi mente trastornada, porque a esta altura ya no comprendo, qué es lo que está bien o equivocado. ¿Qué decirle entonces a Laura? Ya todo estaba hecho, ellos querían huir del liceo, de nosotros. ¿Cómo detener esto? Es evidente que debo pedir ayuda para dilucidar mis interrogantes, mis ideas, mis dudas permanentes frente a los demás, al mundo. Necesito encontrar el camino correcto, o por lo menos el que más se aproxime a él. Comencé a mirar desde el punto de vista de mis colegas, todos trabajan en varios liceos, tienen adjudicadas muchas horas, un salario pequeño, luego cuando llegamos a clase nos falta todo, desde un pizarrón desgastado y roto, un proyector que no existe, no hay tizas, muchas veces alguno de ellos ha contado, que debió llevar bizcochos temprano, en la mañana, porque tal o cual alumno no pudo tomar un simple desayuno en su casa por falta de medios, una ventana sin vidrio cubierta con una caja de cartón, las sillas rotas y despintadas, muchos graffiti en las paredes agrediendo quién sabe a quién, porque agraden aquellos que están agredidos y estos muchachos lo están, por nosotros, por nuestra sociedad, por el mundo que les resta un espacio. ¡Alto! aquí tenemos mentes que debemos rescatar y formar. . . Faltaba muy poco para llegar al consultorio y en mi mente aún se fundían las terribles dudas, que decidirían definitivamente mi conducta a seguir. El viento fresco rasgaba mi rostro, parecía purificarme de aquellos opresores y confusos pensamientos, confusión ingrata y angustiante. Mis pasos se detenían ante aquella luz roja que me impedía cruzar la calle y sentía deseos de huir, esconderme no enfrentar todo esto. En el fondo, mis colegas tenían razón, no existen los medios suficientes para atender las necesidades de la educación, sin embargo se producen gastos en otras áreas, que no son tan importantes para el individuo. ¿Por qué? La educación es fundamental, es la primera formación de valores.
  • 13. Es el enriquecimiento diario de conocimientos, es el privilegio de un país, no podemos creer que colmando nuestras escuelas primarias de computadoras y dando alimentos en las aulas, estamos logrando lo mejor. No es cierto. Eso no basta, debemos invertir en nuestros muchachos. . . ¿Invertir? ¿Cómo? En calidad de docencia, en especializaciones humanas, en test sicológicos a los docentes, para saber si están capacitados en formar mentes, considerar sueldos acordes con la tarea que realizan. Realmente a veces estoy cansada de hablar, me duele la garganta de esforzar mi voz, de cargar los escritos y corregir con justo criterio a cada estudiante, sin mirar su nombre para no verme prejuiciada… Educar es un trabajo como cualquier otro ¿o no? No, claro que no, educar es compartir conocimientos, dilucidando dudas, es apostar a lo más alto, es invertir en esas mentes colmadas de interrogantes, educar es inversión. Un país que educa, es un país que va ha destacarse siempre, un país que cuida sus medios de comunicación, para que estos no violen las reglas gramaticales, los valores, o no utilicen la violencia y el sexo para vender tal o cual producto, es un país que apuesta a lo mejor de su gente, a la dignidad humana. Es evidente que no puedo más, casi no puedo caminar, estoy cansada de seguir este camino de lucha interior, es algo que no puedo cambiar sola. ¿Y mis muchachos? Bueno quizás me olviden pronto. . . Ya estoy cerca del consultorio. . . decidir es muy difícil ¿Cómo puedo apartarme de lo que más quiero en mi vida? ¿Cómo puedo dejar mis clases, mis charlas, sin sentir un dolor profundo muy dentro de mí? Había caminado sin parar varias horas, recorrido la rambla, observando a la gente pasar a mi lado, mientras en mi cerebro fluían los pensamientos absurdos. De pronto, crucé la calle sin mirar que el semáforo estaba en rojo y un coche frenó bruscamente, desde la ventanilla alguien gritó un sin fin de disparates, nada me importó, seguí caminando y me detuve en el edificio, donde supuestamente el Dr. Velásquez me esperaba. Me encontraba perdida, confusa, tropecé en el escalón, el portafolios se abrió y mis carpetas se desparramaron en el suelo. El portero se
  • 14. acercó muy amable y trató de ayudarme, pero yo sólo quería escapar, huir, desaparecer. . . Guardé todo rápidamente y le agradecí, tomé el ascensor que me conducía al piso cuarto. Un corredor oscuro llevaba hacia el fondo, allí se encontraba una puerta cerrada, con un cartel que decía: Entre sin llamar. Entré. Las personas que allí se encontraban, se veían confusas y perdidas en un mundo diferente, sus rostros preocupados, repletos de interrogantes y sus manos estaban inquietas esperando ¿Esperando qué? ¿Una solución a sus problemas? ¿Una respuesta segura? ¿Una serie de medicaciones para conciliar el sueño? ¿Un ansiolítico para la angustia? ¿Un calmante para evitar suicidarse? No, yo no puedo quedarme aquí, mi angustia es grande, pero no puedo escoger este camino, pensando que alguien como un doctor decida por mí. Creo que me sentía rara en ese consultorio, las miradas de los demás me recorrían como si quisieran adivinar lo que me ocurría. Retrocedí y apreté con fuerza todo el tesoro que llevaba en mi portafolio, bajo la mirada perpleja de la enfermera que me interrogaba, mientras extendía su mano, solicitándome los datos personales para llenar la ficha. Me extendió un recibo por la visita, esa visita que debía pagar por unos minutos de alivio o desesperación que me daría el doctor. Sin decir palabra alguna, volví la espalda y me marché. Me pareció escuchar que me llamaba, pero corrí hacia afuera, corrí hacia la puerta de salida y escapé antes que alguien me indujera en esta decisión que yo misma debía tomar. Era tarde ya, la noche había encendido sus estrellas y estaba algo fresco, sentía el aire del mar húmedo, mezclándose con mis lágrimas y mi desesperación. Me parecía escuchar. . . - Amalia ¿Cómo definirías el amor? Amalia hoy estoy horrible, mis padres se separaron. Amalia ¿puede existir el amor como Romeo y Julieta? Amalia, Amalia, Amalia. . . Basta, lo he decidido, se terminó, renunciaré a mis muchachos, ya no tengo respuestas, ya no puedo seguir educando con humanidad, me golpeo una y otra vez. . . La plaza estaba desierta y me senté en un banco, bajo el farol
  • 15. que iluminaba mi portafolio repleto de tantos y tantos escritos que ya no corregiría jamás, ya no volvería a verlos nunca. Tal vez cuando crezcan recordarán a una pobre loca, que sólo supo quererlos demasiado y no fue capaz de pelear por ellos. . . Fin
  • 16. LA MEMORIA DE SIMON: -Simón ¿dónde has dejado tu chupete?-preguntó su madre preocupada. Simón no respondió y no lo hizo por dos razones muy importantes. La primera era que Simón tenía tan solo siete meses y los niños a esa edad no hablan, por lo cual mucho para decir no tenía. La segunda razón y no menos valedera, era que Simón no recordaba en absoluto dónde había dejado su chupete. Esta situación se repitió a lo largo de los años, no porque Simón siguiera usando chupete, sino porque nunca recordaba dónde había dejado las cosas. Bufandas, peines, mascotas, galletitas. Simón jamás recordaba dónde había dejado nada. Esta característica del niño fue un verdadero problema para su a familia y sobre todo para su madre quien pensaba diferentes métodos para que el niño no olvidase sus pertenencias o, por qué no decirlo, a sus seres queridos. Un día Matilde, la mamá de Simón, compró un carretel de hilo muy grande y resistente. Supuso que era buena idea atarle al niño las cosas para que no pudiese olvidarlas por ahí. Desde ese día el pequeño arrastraba algunas cosas y le colgaban otras. Llevaba atados con cariño y esmero guantes, mochila, gorritos de lana y hasta el sándwich que llevaba al colegio. Cierto es que durante ese tiempo no perdió nada, pero no le fue muy cómodo que digamos. El piolín de sus pertenencias se enredaba en el banco del colegio, con la pelota con la que jugaba y hasta con otros compañeros. Más allá de eso, no era muy bonito ver un niño del cual colgaba un sándwich de carne y tomate atadito con un piolín. Viendo que este método no había dado resultado, Matilde probó otro (su ingenio se agudizaba cada día más). Compró un paquete de papelitos adhesivos y se los pegaba al pequeño donde podía. En la cabeza, para que no olvidase su gorrito, en el cuello para que no perdiese su bufanda, en la muñeca para
  • 17. que no extraviase su reloj, en la nariz por si usaba algún pañuelo. Tampoco era un método muy cómodo que digamos, pero el niño lo soportaba no tanto para no perder nada, sino por no contrariar a su madre. Sin embargo, el día en que tuvo que usar los papelitos en los ojos para no olvidar sus lentes y se llevó por delante todo lo que había a su paso, consideró que ya era demasiado. Su madre coincidió con él y pensó entonces, una alternativa más cómoda y práctica. Antes de que Simón saliese de su casa, Matilde anotaba en una larga lista todo lo que el niño llevaba puesto, dentro de la mochila, dentro de los bolsillos y por supuesto en las manos. Anotaba cada cosa y entregaba a su hijo la lista no sin antes recomendarle, por supuesto, que no la olvidase. Simón guardaba la listita con mucho cuidado y la revisaba antes de volver a su casa para asegurarse de que no se hubiese dejado nada en ningún lado. El sistema funcionó bien por un tiempo, hasta que –como no podía ser de otra manera- Simón olvidó dónde había dejado la lista. El tiempo pasaba. Simón crecía. Su madre seguía pensando – sin mucho éxito por cierto- métodos para que el niño no olvidase sus cosas. Que el pequeño olvidase guantes, pelotas y hasta medias era un poco preocupante, aunque no tanto como olvidar a un hermano menor en una verdulería. La primera vez que fue al comercio, se entretuvo mirando el color de las frutas y verduras, controló una y mil veces la listita que su mamá le había dado con lo que debía comprar y más detalladamente aún controló el vuelto que le dio el señor verdulero. En eso estaba cuando salió de la verdulería. Una vez controlado el vuelto, lo guardó en el bolsillo, tomó las dos bolsas y volvió a su casa. En su mente repasó todo lo que había comprado: tomates, naranjas, manzanas y limones. Estaba todo, menos su hermanito claro está.
  • 18. No se dio cuenta que no llevaba el cochecito, tenía ambas manos ocupadas con las bolsas y su mente ocupada en frutas y verduras. Al llegar a su casa, saludo a su mamá y dejó las dos bolsitas sobre la mesa de la cocina. En décimas de segundo, la mamá miró a Simón, miró las bolsas, miró a su alrededor, para arriba y para abajo, hacia todos los costados, en el piso, delante y detrás de su hijo y nada, el bebé no estaba. -¡Tu hermano! ¿Dónde está tu hermano? Dime que no lo olvidaste-dijo su madre a punto de ponerse a llorar. Recién ahí el pequeño tomó conciencia que si bien estaban todos los tomates y las manzanas, faltaba lo más importante que era su hermanito. No hubo tiempo para retos porque el señor verdulero llamó enseguida para avisar que el bebé estaba espantando a la clientela con su llanto. La madre salió corriendo a buscarlo y al rato volvió con el pequeñín ya más tranquilo saboreando una rica frutilla. -¿Qué haremos con este niño? –preguntó preocupada Matilde a su esposo. -No sé mujer, no le ataremos al bebé con un piolín ¿no te parece? Simón era consciente de su frágil memoria, pero no lo hacía a propósito. También él empezaba a preocuparse por este tema. No era menor haberse dejado a su hermanito en un comercio. Matilde había agotado su imaginación, ya no encontraba recursos para que su hijo no olvidase nada. Papelitos, llamados telefónicos, mensajes a maestros y compañeros, Matilde recurría a cualquier recurso para que su hijo no olvidase las cosas. Todos se acostumbraron a vivir así: Simón olvidando y sus padres recordándole, sobre todo su mamá.
  • 19. El tiempo pasó, Simón terminó el colegio (no sin antes haberse dejado varias cosas allí) y comenzó a estudiar abogacía. No tuvo problemas para recibirse de abogado, aunque -en el camino- dejó varios libros, mochilas, relojes y lo que no olvidó fue porque su madre se lo recordó. El día que le entregaron el título de abogado fue inolvidable – aún para Simón vale aclararlo-. Matilde no paraba de llorar. No hubo foto de la entrega del título no sólo porque Simón olvidó la cámara, sino también porque dejó el diploma sobre el escritorio que había en el escenario y nunca más se lo vio. No obstante, todos guardan un bello recuerdo de ese día, porque eso tienen de bello los recuerdos, es difícil dejárselos en algún lado que no sea el corazón. El joven Simón comenzó a trabajar muy pronto. Hubo una urgente necesidad de contratar una secretaria que le recordase al joven no lo que decían las leyes porque no era necesario, sino dónde había dejado los libros que contenían esas mismas leyes. Y así la vida de Simón transcurría entre olvidos y recordatorios. Una madre que lo perseguía para que no olvidase nada antes de llegar a la oficina, una secretaria que le recordaba todo dentro de la oficina y una novia con muy buena memoria que procuraba que su novio no olvidase nada fuera de ella. Alarmas, papelitos, listitas, llamados telefónicos, algún que otro grito ¿por qué no decirlo? Simón se acostumbró a tener a su lado un grupo de gente, cada vez más grande, que todo se lo recordaba. Así fue que un día el joven perdió no un zapato, no un pañuelo, tampoco un libro, ni un paraguas, perdió su memoria y todo, o casi todo lo olvidó. Ya no alcanzaba con grandes listas, Matilde, su secretaria y su novia no daban abasto y la vida de Simón y su familia se convirtió en un verdadero caos, hasta que alguien dijo algo muy sensato. -Vamos al médico-propuso su padre-algún modo habrá de que este hijo nuestro vuelva a recordar.
  • 20. Los preparativos para la consulta con el médico fueron algo ajetreados. -Te has puesto el pantalón ¿verdad hijo?-preguntó la madre. -¿Te acordaste de bañarte?-preguntó el padre. La secretaria llamó para avisar en qué lugar de su billetera guardaba Simón sus documentos y la novia fue tempranito a ayudar con los preparativos para que ni Simón, ni ningún otro miembro de la familia olvidase algo. -Simón no te has puesto los zapatos-dijo el padre. -¿Dónde era que guardaba los documentos?-preguntó la novia. Buscando estaban todos cuando llegó la secretaria, quien prefirió acompañar a la familia para ver que todo estuviese en orden y que su jefe no olvidase nada. Y así todos juntos fueron al médico. Padre, madre, novia, secretaria todos hablando al mismo tiempo. -No olvides decirle que no recuerdas-dijo la novia. -Recuerda decirle que olvidas todo-dijo su padre. -Recuerda no olvidar de mencionar el día que dejaste a tu hermano en la verdulería-agregó la madre. -No olvide recordar cuando dejó su agenda en el baño- intervino su secretaria. Simón estaba realmente aturdido, ya no sabía qué era mejor si recordar u olvidar. De pronto se escuchó la voz del médico: -¡Simón! ¡Simón Gutiérrez! Y ahí se pararon Simón, el padre, la madre, la novia y la secretaria y una vez más todos juntos, entraron al consultorio. -Bueno muchacho-dijo el médico-¿Qué te trae por aquí? -Que no se acuerda nunca nada-intervino Matilde. -Se deja todo en cualquier parte-siguió la novia.
  • 21. -Yo no doy abasto, son demasiadas las cosas que le tengo que recordar todo el tiempo-se quejó la secretaria. -Es un verdadero problema doctor-dijo el padre-desde niño es así. -¿Le dije que se olvidó a su hermanito en la verdulería siendo pequeño?-preguntó la madre. El doctor observaba ese gentío que hablaba al mismo tiempo, en tono fuerte y al pobre Simón que miraba a uno y a otro sin decir palabra. -Perdón ¿El muchacho ha perdido la memoria o el habla? -Bueno es que seguro se olvida de contarle algo-dijo la madre. -Eso lo veremos –dijo serio el doctor-a partir de este momento necesito que me responda solo Simón ¿podrá ser? -Si doctor-respondió el joven. El doctor comenzó a formularle muchas preguntas, desde qué edad olvidaba las cosas, qué pasaba cuándo eso ocurría, cómo lo evitaban, cómo había sido su escolaridad y su carrera de derecho. Simón contestaba, algunas pocas veces bien y muchas otras no podía responder. -Debo hacer unas pruebas más-dijo el médico ante la atenta mirada de todos y les pidió que se retirasen para estar a solas con el joven. -No te olvides de contarle lo de la verdulería-insistió la madre antes de irse. El doctor cerró la puerta con llave, no pensaba tolerar más intromisiones. Todas las pruebas que realizó demostraban que Simón no estaba enfermo, no tenía ningún trastorno y no había de qué preocuparse en demasía. Hizo entrar a toda la familia y por supuesto a la secretaria también. -¿Qué tiene doctor?-preguntó el padre.
  • 22. -Es grave ¿verdad?-sentenció la novia. -¿Perderá el trabajo?-intervino la secretaria. -¿Le ha contado lo de la verdulería doctor?-preguntó Matilde. El doctor tomó asiento, miró a cada uno de los presentes y dijo: -Ahora seré yo quien hará las preguntas, pero primero les cuento algo: No sé si habrán notado que Simón recuerda sólo lo que es verdaderamente importante. -Nada más lejos de mi intención contradecirlo doctor, pero no es poca cosa olvidarse un bebé en un comercio-interrumpió Matilde-estoy dudando mucho de su escala de valores. -Calla mujer, eso fue hace demasiados años, cállate y escucha-dijo el padre. El doctor prosiguió. -Simón olvida lo que no le hace falta recordar- y mirando a la madre el médico se adelantó a agregar- quédese tranquila señora que sé que era necesario recordar que estaba con su hermano en la verdulería (y Matilde respiró aliviada), pero eso fue hace mucho tiempo. -¿Qué es lo que ocurre ahora con Simón?-preguntó el médico a la abultada concurrencia. -No lo tome a mal doctor, pero hemos venido a que Ud. conteste esta pregunta-respondió tímidamente la secretaria. -Para eso estamos aquí-agregaron a coro Matilde y su esposo. -Ocurre que, como toda habilidad que no se ejercita, Simón olvidó recordar. -Que olvida todo no es ninguna novedad doctor, si me disculpa-contestó Matilde. -Digo-prosiguió el médico-que todos se han acostumbrado a recordarle cada cosa: que se ponga los zapatos, que no olvide una bufanda, que no deje la agenda… -¡Es que si no lo hacemos, no recuerda nada!-gritó la novia.
  • 23. -Simón debe ejercitar su memoria, sino la perderá por completo-dijo firme el doctor- Se acabaron los recordatorios, nada de papelitos, llamados, listas. -Pero… -dijeron a coro todos los presentes, inclusive Simón. -Escucha Simón-dijo el médico-no recuerdas, porque siempre tienes alguien que lo hace por ti. Es cierto que desde pequeño no has tenido buena memoria, pero nadie te ha permitido mejorarla, ejercitarla ¿Entiendes? -¡Ah claro! ¡Resulta que ahora la culpa es nuestra!-gritó la madre-¿Es mil culpa también que haya olvidado a su hermano en la verdulería? -¡Basta con eso por favor!-la interrumpió el esposo. - Mire señora las madres tienen tantas buenas intenciones, como veces repiten las cosas, son todas iguales y créame que no es una crítica. -¡Cómo se nota que nunca ha sido madre! -¡Basta mujer! Siga doctor por favor-pidió el padre. - Pues bien, a partir de ahora querido Simón dependerá de ti y solo de ti lo que olvides o recuerdes. Respecto de todos ustedes, se acabaron los recordatorios de cualquier tipo. - Pero doctor, si no me recuerdan las cosas, todo será un desastre-dijo Simón entre confundido y preocupado. -Seguramente así será-contestó el doctor. -¡Ah bueno! ¡Mire el ánimo que nos da! ¿Cómo comenzaremos el tratamiento sabiendo que todo será un desastre? -No será fácil, pero valdrá la pena y por otro lado, es el único camino-contestó firme el médico. -¿No le recetará algún remedio? ¿Un tónico? ¿Algo?-Preguntó la eficiente secretaria. -No hará falta, créanme, esto solo cuestión de que Simón ejercite su memoria y se haga cargo él mismo de saber qué lleva, qué deja, lo que tiene puesto, con quién va a alguna
  • 24. parte (esto lo dijo mirando a Matilde). Si lo quieren de verdad, como estoy seguro que así es, déjenlo crecer, déjenlo que se las arregle solo. Simón, nos vemos en un mes-agregó el doctor y dio por finalizada la consulta. Simón salió confundido, todos preocupados y Matilde un tanto ofendida. -¿Y si buscamos otro doctor?-propuso-Este médico no me gusta nada, alguien que no da importancia a que se deje a un hermano menor olvidado en un comercio no es de fiar. –¡Basta con eso mujer por el amor de dios! A mí me parece que sabe lo que hace, démosle una oportunidad-propuso el padre. El doctor había quedado extenuado, pidió a su secretaria un té de tilo y se sentó en silencio un ratito, necesitaba descansar. Bebiendo el té se dio cuenta que Simón y dicho sea de paso, toda la parentela, se había olvidado la bufanda. -No importa-pensó-se la guardo hasta la próxima consuta. No fueron tiempos fáciles. No solo para Simón, sino para toda la familia. Cada uno veía como el joven se iba a trabajar sin corbata, por ejemplo, y no podían, no debían, recordarle nada. Así fue que un día llegó a la oficina sin cinturón y con el pantalón medio caído, hecho que a su secretaria avergonzó un poco. Se olvidó varias carpetas en otras oficinas. Las llaves de la casa en un bar, los botines de fútbol en el club y así un sinfín de cosas. -¡Esto no va ni para atrás, ni para adelante!-Se quejaba Matilde. -Ten paciencia mujer, es el primer mes-decía el padre. Y Matilde trataba de tener paciencia, pero le costaba y mucho. Para no hablar, cada vez que Simón estaba a punto de olvidarse algo, lo miraba fijo como para que el muchacho se diese cuenta, sin que ella abriese la boca. Por su parte, Simón no estaba acostumbrado a valerse por sí mismo y cada vez que salía (o entraba) temía haber olvidado algo. También él sabía que no podía preguntar, que debía
  • 25. valerse solo de su memoria y esmerarse para recordar qué debía llevar o, en el peor de los casos, qué había dejado en algún lugar. La situación al salir o llegar a su casa era siempre la misma. Simón miraba a su madre como pidiéndole en forma silenciosa que le dijese qué se estaba olvidando. Matilde, por su parte, también lo miraba pero a la vez revoleaba los ojos para el lado donde estuviese aquello que el joven estaba a punto de olvidar. Así cada vez que Simón se iba al trabajo, se repetía la misma escena: Matilde lo miraba y miraba hacia dónde estaban las llaves, lo volvía a mirar, y luego movía los ojos hacia el otro lado donde estaba la billetera. Matilde miraba a su hijo y Simón a su madre. Matilde miraba hacia la izquierda y Simón la seguía con la vista, giraba hacia la derecha, el joven también lo hacía. Matilde levantaba las cejas como diciendo “¡atención! ¡Fíjate lo que están olvidando!”, Simón levantaba las cejas como diciendo “no entiendo mamá ¿qué estoy olvidando?”. Era evidente que con miradas no se entendían y ambos tuvieron que resignarse a dejar de dar indicaciones con los ojos. -¡Me alegro mujer, me alegro!-Decía el padre- Estabas haciendo trampa, el doctor fue muy claro ¡nada de avisos, nada de recordatorios! -Pero si yo no he dicho una sola palabra… -se excusaba Matilde. -No, pero no sé cómo no has perdido los ojos por ahí de tanto revoleo, ahora tendrá que arreglárselas solo. Y una vez más, el padre tenía razón. Simón, con mucho esfuerzo, comenzó a aprender a depender de sí mismo y a hacerse responsable de lo que llevaba consigo y de lo que olvidaba también. Tampoco fueron tiempos fáciles, por el contrario. Olvidó muchas cosas, incluso alguna que otra consulta con el doctor, pero comenzó a descubrir algo que lo hacía sentir satisfecho: ser dueño de sus actos.
  • 26. Su memoria poco a poco fue mejorando para sorpresa de todos y sobre todo de Matilde. Simón comprendió que siempre había descansado en todos los demás, sobre todo en su madre y eso no lo había ayudado a crecer. Al mismo tiempo, Matilde comprendió que aunque había obrado con todo el amor del mundo, no había permitido que Simón y su memoria crecieran libres y se desarrollaran. Lejos quedaron las listas, los recordatorios e incluso las miradas cómplices de Matilde. Atrás dejó el joven ya no cosas que olvidaba, sino alarmas, notitas y agendas. Simón ahora no olvidaba, Simón recordaba todo lo que debía recordar y entre esas cosas estaban: Agradecer al médico su sabio consejo. Valorar el amor y atención de su familia. Que crecer implica ser responsables de nuestros actos. Y por sobre todas las cosas, algo que dejó muy tranquila a Matilde: Pedirle perdón a su hermano por haberlo dejado en la verdulería. Fin
  • 27. El granjero bondadoso: Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna, cansado y hambriento, llegó a una granja solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el granjero se lo concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante, le proporcionó un baño y ropa limpia, además de una confortable habitación para pasar la noche. Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada en la habitación del desconocido y pudo distinguir sus palabras: -Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a este caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme ayudado. El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando éste se marchaba, hasta le entregó una bolsa con monedas de oro para sus gastos. Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se prometió recompensar al hombre si algún día recobraba el trono. Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al caritativo labriego, al que concedió un título de nobleza y colmó de honores. Además, fiando en la nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los asuntos delicados del reino. FIN.
  • 28. El nuevo amigo: Erase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y Belinda jugaba con unos enanitos en el bosque. De pronto se escucho un largo aullido. ¿Que es eso? Pregunto la niña. Es el lobo hambriento. No debes salir porque te devoraría le explico el enano sabio. Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y Belinda , apenada, pensó que todos eran injustos con la fiera. En un descuido de los enanos, salio, de la casita y dejo sobre la nieve un cesto de comida. Al día siguiente ceso de nevar y se calmo el viento. Salio la muchacha a dar un paseo y vio acercarse a un cordero blanco, precioso. ¡Hola, hola! Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo? Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se lanzo sobre el, alcanzándole una dentellada. La astuta y maligna madrastra, perdió la piel del animal con que se había disfrazado y escapo lanzando espantosos gritos de dolor y miedo.
  • 29. Solo entonces el lobo se volvió al monte y Belinda sintió su corazón estremecido, de gozo, mas que por haberse salvado, por haber ganado un amigo. FIN.
  • 30. La aventura del agua: Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego: -Podrías tú ayudarme a subir mas, alto? El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transformándola en sutil vapor. El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente, volviéndose más pesados que el aire y cayendo en forma de lluvia. Habían subido al cielo invadidas de soberbia y fueron inmediatamente puestas en fuga. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante mucho, tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga penitencia. FIN.
  • 31. Secreto a voces: Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero no sabía guardar un secreto. -Qué hablabas con el Gobernador? -le preguntó a su padre, después de observar una larga conversación entre los dos hombres. -Estábamos tratando del gran reloj que mañana, a las doce, vamos a colocar en el Ayuntamiento. Pero es un secreto y no debes divulgarlo. Gretel prometió callar, pero a las doce del día siguiente estaba en la plaza con todas sus compañeras de la escuela para ver colocar el reloj en el ayuntamiento. ¡Ay!, el tal reloj no existía. El Alcalde quiso dar una lección a su hija y en verdad que fue dura, pues las niñas del pueblo estuvieron mofándose de ella durante varios años. Eso sí, le sirvió para saber callar a tiempo. Fin.
  • 32. El hombre perfecto: Me afeito por la tarde y en el espejo Miro la barba no crece. En la mañana me levanto tan suave como el culito de un bebé y no raye. Esta es la prueba definitiva de que son perfectos. Y usted dice que le falta algo. Yo estaba en cuarentena antes de llegar a usted. Mucho tiempo.Cuarenta días para ser exactos. Los hombres con camisas me hicieron los exámenes y se miraban a los pies de mi cama. Susurrando. Yo aguzzavo escuchando y les oí decir que no podía ser, tan perfectamente, que los instrumentos pueden estar equivocados.Y el que tiene la barba dijo que tenía que repetir los exámenes. sospechaban que escuchaban. Desde ese momento se retiraron a hablar tras el cristal. Aprendí a leer los labios. Los hombres con las camisas dijeron que el ser humano es imperfecto por naturaleza, que tal perfección no podía ser bueno.Tenían una responsabilidad, no me podía dar al mundo y por lo que debe estar aquí. Y el que tiene la barba insistió en que tenía que repetir los exámenes. No lo hagas que me de confianza y dejó de hablar tras el cristal.Entraron en la habitación contigua a la reflexión. Aprendí de inmediato a leer sus mentes. Los hombres con camisas estaban preocupados de que el tiempo se agotaba y la instrumentación necesaria para analizar un extraterrestre y un unicornio alado. Tenían que tomar una decisión. Por ahora tenían toda la documentación. Lo lógico era destruir el bien de todos. El mundo no estaba listo. Y el que tiene la barba tenía problemas morales y técnica, insistió en que tenía que repetir los exámenes de nuevo. Mi instinto de supervivencia funcionó a la perfección como todo lo demás, y yo los llamaba con el botón situado en la cabecera de la cama. Ellos vinieron enseguida. Yo les dije que si Yo me desaté estaría limitado a buscar y se adhieren a usted como el pegamento, poner en su pedestal y que pueda mantenerse hasta que el agotamiento de mis fuerzas.Yo no he usado mi poder para el mal. Ne 'para
  • 33. desestabilizar, es para cambiar algo. El hombre de la barba dejó de pensar que tuvo que repetir los exámenes y me miró así, como que me estás viendo ahora. Pero ciertamente yo sé leer la mente. En este preciso momento pensando que iba a ser capaz de inventar cualquier historia que no te pierdas. Fin.
  • 34. El centro de la tierra: Apagué la alarma tres veces. Es tiempo y todavía están entre las sábanas. ¿Dónde están las alas que pone amor? Eventualmente saltar de la cama y me sumerjo en los zapatos. Nell'alzarmi sabe que el suelo está más cerca de lo normal. ¿No son más bajos. Estos son sólo mis pies se hundían en el suelo. Me esfuerzo por poner mis pantalones porque tengo que levantar muy abajo, porque sigo a hundirse, por qué, por qué. No tengo tiempo para explicaciones. Es tiempo, pero siempre se retrasos de cinco minutos. No pierdo el tiempo de afeitarse porque ahora no consigo al espejo del baño. Se ven obligados a lavarme la cara en el bidé. Mientras espero el ascensor en el piso me pongo el cinturón.Casi nadie llegada al botón. Por suerte nos pusimos en la esquina. La gente no me ven. He de esquivar porque no pisotear la cabeza. Tuvimos que arreglar mi casa, pero tú eres como eres. El proceso de registro en el quiosco justo a tiempo, veo que se acerca mientras termino de hundirse. Ahora estás aquí y no me veréis, mi cara es sólo una palma bajo el talón. envío besos mientras desaparezco lentamente. Adiós Amor. Es una pena, ahora que había puesto las bragas blancas con arco. Fin.
  • 35. Querida maestra…: Querida maestra... Tal vez sea un poco tarde, pero hace tiempo que quiero decirle estas palabras: Llevo muchos años vividos y a través de tanto tiempo, me dì cuenta de todo lo que hizo por mí. No sé dónde se encuentra usted hoy, pero sé que mi voz le llegará, haciéndose eco en las voces de otros alumnos o quizá sea el viento que le cuente que estoy muy agradecido y que nunca la he olvidado. Usted me enseñó a leer, pero más que eso, me enseñó a vivir, a soñar, a querer. Recuerdo cuando le conté que mis padres estaban separados y me puse a llorar. Usted lloró conmigo y yo aún siento el calor de sus manos acariciando mi cabeza despeinada. Ese día, nos perdimos el recreo... También recuerdo la torta que trajo para mi cumpleaños ¡fue mi primera torta! ¿Sabe una cosa, Seño? Mi mamá estaba celosa de usted, pero la quería mucho, siempre me decía "Tu señorita te da el amor, las caricias y todo lo que yo no puedo darte. Te muestra el camino para que seas buena persona. Por eso, se siempre agradecido y no dejes de quererla nunca". Perdóneme por haber tardado tanto en decirle cuánto la c7uiero. Querida maestra, siga siempre así, enseñando, guiando, acompañando. Aunque a veces el agradecimiento llegue tarde o nunca llegue, todo lo que nos brinda dará sus frutos. No voy a firmar la carta, porque mi nombre no tiene importancia, soy un alumno entre tantos. Y el suyo no puedo escribirlo, porque es el de todas las maestras del mundo. FIN.
  • 36. La bruja: En un pequeño pueblito, situado en un lugar muy lejano, vivía una bruja malvada que se divertía muchísimo asustando a los niños. Por las noches aparecía cubierta con un manto amarillo, sombrero rojo, y una larga cola negra y brillante. Su nariz larga y afilada, como un cuchillo, tenía en la punta una verruga peluda, de su boca inmensa y desdentada salía una estremecedora carcajada y sus ojillos pequeños y rojos parecían despedir relámpagos de furia. ¡Qué fea era! Todos en el pueblo sabían que ella solamente aparecía en las noches más oscuras, las noches de luna nueva. Entonces, aunque ningún niño salía de su casa, ella igualmente hacía sus maldades. A veces ponía sapos entre las sábanas, o langostas entre las servilletas dobladas o escarabajos en las toallas. Una vez, llenó con culebras y arañas la piñata de un cumpleaños, y todos los niños terminaron llorando. Pero resulta que en este pueblito había un grupo de niños muy bandidos y traviesos. que por su mala conducta y educación estaban siempre solos. Ocurrió que una de esas noches oscuras en que la bruja salía a divertirse. los niños malos la estaban esperando con sus gomeras y los bolsillos llenos de piedras. La atacaron de repente y la bruja sorprendida rodó por el suelo, con tanta mala suerte que perdió su varita mágica y con ella todos sus poderes. La bruja salió corriendo y los niños la persiguieron hasta arrinconarla en la plaza. Se armó un gran alboroto y entonces los niños buenos se acercaron para saber qué pasaba. Uno de ellos encontró la varita, la levantó y apuntando hacia el centro de la gran pelea dijo: "¡Abracadabra, que sean todos buenos!" Y así fue. Dejaron de pelearse y la ropa de la bruja se tornó blanca como sus cabellos, su rostro parecía ahora el de una dulce abuelita, los niños malos la abrazaron cariñosamente y todos en el pueblo festejaron el milagro. Este lugar pasó a la historia por ser el único en el mundo donde la bruja es buena, la luna brilla más que en ningún otro sitio y siempre se escucha una suave y hermosa música que nadie sabe de dónde viene.
  • 37. El cumpleaños de la tortuga Había una gran fiesta ese día. Se celebraban los primeros cien años de la tortuga y todos los animales quisieron estar presentes. Para entretenerse inventaban juegos como pararse en una pata, subir al árbol más alto, saltar el arroyo y muchos otros, a cual más divertido. Luego de almorzar la tortuga propuso: "Juguemos una carrera, a ver quién llega más lejos". Todos sonrieron de manera burlona y aceptaron la apuesta. Comenzó la carrera, eran cientos los animales que competían y, por supuesto, la vieja tortuga iba última, pero a medida que avanzaba iba dejando atrás a los animales que, ya cansados, abandonaban la carrera, hasta que a un costado del camino encontró al último de los corredores, quien al ver a la tortuga le preguntó: "¿Cómo puede ser que nos hayas ganado a todos, si cualquiera de nosotros es más rápido que tú?" La tortuga le contestó: "Simplemente, porque al creerse superiores, fueron soberbios y no escucharon mis palabras. Yo les aposté a quien llegaba más lejos, no más rápido. Cuando aprendan a escuchar, aprenderán a vivir mejor y quizás no pierdan otras carreras". Fin.
  • 38. El canto de la libertad: Los padres de Marina y Carlitos habían ido de compras a la feria dominical y al volver trajeron de regalo una jaula bastante grande, cubierta con un manto rojo. Desde la jaula tres aves hermosas y extrañas observaban a la familia en pleno. "Nos contó el vendedor que las han traído de un país muy lejano y que su canto es maravilloso", dijo la mamá. Pasaron los meses y a pesar del cariño y los cuidados que las aves recibían, jamás dejaron oír su famoso canto, así que tanto los niños como sus padres estaban un poco desilusionados. Un día Marina y Carlitos, estando solos en la casa, decidieron jugar con las aves. Lo primero que hicieron fue cerrar todas las ventanas y abrir la puerta de la jaula. Una de las aves salió volando tan rápido que se golpeó contra una pared, las otras dos salieron de la jaula e intentaron un vuelo más lento. Los chicos se reían pero las aves estaban asustadas. Marina puso comida y agua sobre la mesa y las aves, ya más tranquilas, se acercaron a comer y beber. Luego levantaron vuelo, se posaron sobre un perchero y comenzaron a cantar. Era tan bello su canto que Marina, emocionada, no pudo contener algunas lágrimas. Sin dejar de cantar los pájaros regresaron a su jaula, ante la mirada maravillada de los niños. Este juego se repitió varias veces, hasta que un día Marina y Carlitos decidieron abrir las ventanas para que los pájaros salieran al jardín. Con gran alegría las aves volaban, haciendo figuras en el aire, bajaban hasta donde estaban los chicos, comían, bebían y seguían con sus juegos, brindando su canto, que además de la belleza habitual, transmitía una sensación de paz y felicidad. Tan entretenidos estaban que ninguno se dio cuenta de que los padres habían regresado y que estaban muy sorprendidos al ver en el jardín tres aves idénticas a las suyas cantando con tanta fuerza. -¿Por qué será que nuestros pájaros no quieren cantar?- dijo la mamá. -¿No será que deberían estar en libertad? -No creo, tienen una jaula muy linda, comida, cariño. No, creo que no.- contestó el papá. Pero al entrar a la casa y ver la jaula abierta y vacía
  • 39. comprendieron todo. Carlitos y Marina regresaron desde el jardín y las tres aves que los seguían entraron solas en la jaula, como siempre. Desde aquel día, la jaula es aún más hermosa, ya no tiene puertas. Por las tardes, la familia se reúne en el jardín y escucha con gozo la risa de los niños, el rumor del viento entre las hojas y a las aves que cantan felices. Su canto es alegría... están en libertad. Fin.