2. Flavia Totoro canta a la vida en esta muestra que ahora presenta en la
Galería Antonio de Suñer de Madrid. Es un canto bello y profundo, una
cántiga nada breve, intensa y luminosa, en la que la luz deambula
detallista por unos paisajes labrados con óleo y pan de plata, su técnica
propia. Son paisajes habitados por animales curiosos, por cielos claros y
sombras oscuras, por verdes y ocres, por prados y barrancos, por bosques
cuyos árboles presentan muescas que los distinguen y los habitan. Es una
pintura narrativa que emerge fresca y combativa porque se empeña en
reconquistar el alma del espectador desde un terreno tal vez conocido,
tal vez trillado, pero no exhausto; una pintura que muestra cierta
inquietud artística por trascender tanto en el presente como en el futuro,
también en el pasado; el tiempo no tiene límites. Está latente ese
desasosiego en la obra de Flavia Totoro. Su trabajo abre una puerta,
sencilla, ilusionante, a su mundo figurativo en el que la fuerza de los
retratos convive con paisajes llenos de bosques, de animales, de nubes y
de caminos. Con humildad nos invita a mirar hacia arriba, hacia esa
golondrina cuyo vuelo se interpone entre el espectador y el infinito. Su
obra contiene talento y belleza en estado puro. Y riesgo; propone con
audacia: quiere que el coleccionista sea un ejecutor del resultado final de
una obra. Y esto merece atención. La pintora nos traslada hacia una tela
titulada Universo, de siete metros por uno con ochenta, para decirnos
que ese paisaje, esa imagen tan inmensa como bella, se vende por metros
y el comprador recorta la obra al elegir el encuadre. Todo un reto. Es
pintura en interacción, insólito. El espectador verá una parte elegida por
el coleccionista, o comprador, que obtiene así una tremenda
responsabilidad en el proceso de creación artística. Solo falta recoger el
guante.