El documento habla sobre el crecimiento en Cristo y la iglesia. Explica que al aceptar a Cristo como Salvador, debemos crecer espiritualmente a través de un proceso de cambio constante. También describe a la iglesia como la comunidad de creyentes cuya cabeza es Cristo, y cuyos miembros comparten su vida y adoran, sirven y esperan su regreso glorioso.
La EXPIACIÓN EN EL Nuevo Testamento trascendiendo la expiación histórica
Creencias fundamentales 06
1. SEMINARIO DE CAPACITACIÓN DOCTRINAL
Pr. Eduardo Bailón – Distrito Misionero de Ancón
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EL CRECIMIENTO EN CRISTO
No podemos permanecer estáticos. Si Cristo Reina en nosotros (Rom 8:9), vivimos
entonces un proceso de cambio. “Aunque este nuestro hombre exterior se va
desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Cor 4:16) “Nosotros
todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del
Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del
Espíritu del Señor” (2 Cor 3:18). Cristo, nuestro ejemplo, nos indica el camino. La
Biblia dice que Él “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los
hombres” (Luc 2:52).
Casi todas las cosas de la naturaleza cambian. Todos los seres vivos crecen. Si no lo
hacen, el resultado es la muerte. Físicamente, se espera que crezcamos desde que
nacemos. Si no crecemos morimos. Lo mismo sucede en la experiencia cristiana.
Cuando nacemos de nuevo, se espera que crezcamos. Esto requiere cambios
constantes. No hay lugar para la neutralidad. Si no crecemos, con certeza sufriremos
la muerte espiritual.
Si estamos sin Cristo quedamos sin la fuente de vida y de cambio, y nuestra
destrucción final se torna inevitable. La salvación no es una experiencia de un
momento, algo que se produce solamente cuando aceptamos a Cristo. No es algo que
ocurre una vez para siempre. Por el contrario, involucra un proceso de crecimiento
(Heb 5:11-14). Es un proceso que incluye la justificación y también la santificación,
que es la purificación que culmina en la redención.
Se produce un milagro cuando realmente “nos enamoramos de Jesús”. Comenzamos a
crecer en Él. El proceso de santificación comienza a ser una experiencia dinámica
y progresiva. Eventualmente llegamos a ser cristianos desarrollados y maduros.
Por su muerte en la cruz, Cristo triunfó sobre las fuerzas del mal. Aquél que subyugó a
los demonios durante su ministerio terrenal ha quebrantado su poder y garantizado su
destrucción final. La victoria de Cristo nos da la victoria sobre las fuerzas del mal
que aún procuran controlarnos, para que caminemos con Él en la paz, el gozo y la
seguridad de su amor.
El Espíritu Santo habita ahora dentro de nosotros y nos capacita. Al estar
comprometidos continuamente con Jesús como Salvador y Señor, somos liberados de
la carga de nuestros actos pasados. Ya no vivimos en las tinieblas, el temor de los
poderes malignos, la ignorancia y la falta de significado de nuestro antiguo estilo de
vida. En esta nueva libertad en Cristo, somos llamados a crecer a semejanza de su
carácter, comulgando con Él cada día por medio de la oración, alimentándonos de
su Palabra y meditando en ella y en su providencia, cantando sus alabanzas,
reuniéndonos para adorarlo y participando en la misión de la iglesia. Al entregarnos
en servicio amante por los que nos rodean y al dar testimonio de su salvación, su
presencia constante por medio del Espíritu transforma cada momento y toda tarea en
una experiencia espiritual.
Lectura Auxiliar: Sal 1:1, 2; 23:4; 77:11, 12; Col 1:13, 14; 2:6, 14, 15; Luc 10:17-20;
Efe 5:19, 20; 6:12-18; 1 Tes 5:16-18, 23; 2 Ped 2:9; 3:18; 2 Cor 3:17, 18; Fil 3:7-14;
Mat 20:25-28; Juan 20:21; Gál 5:22-25; Rom 8:38, 39; 1 Juan 4:4; Heb 10:25
2. SEMINARIO DE CAPACITACIÓN DOCTRINAL
Pr. Eduardo Bailón – Distrito Misionero de Ancón
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LA IGLESIA
Aunque debemos aceptar individualmente la salvación de Dios en Cristo, cuando
llegamos a ser cristianos ya no estamos solos ni actuamos solos. Como miembros de
su cuerpo, la iglesia (Efe 1:23), tenemos ahora tanto una identidad colectiva como
una individual. Así como estuvimos una vez “en Adán” condenados a muerte, ahora
estamos “en Cristo”, compartiendo su vida (1 Cor 15:22).
Antiguamente los hijos de Israel constituían la comunidad a través de la cual su gracia
se manifestaba (Hech 7:38). En los días del Nuevo Testamento la iglesia cumplió ese
propósito. Esta es una comunidad, una familia, una confraternidad. Su cabeza es
Cristo, y sus miembros son hombres y mujeres que han aceptado a Jesús como su
Salvador y Señor. (Hech 2:47; Efe 2:19, 20).
Aunque el ser miembros de la iglesia es importante y no se puede desglosar de nuestra
confesión en Cristo como Salvador y Señor, no asegura que pertenezcamos a Dios.
Él escudriña las intenciones del corazón y conoce a los que son verdaderamente
suyos, los que no profesan meramente su nombre. Los verdaderos creyentes son parte
de “toda la familia en los cielos y en la tierra” (Efe 3:15): la iglesia universal que es
tanto invisible como visible (Heb 12:18-24).
La iglesia de Dios tiene muchas funciones. En primer lugar, es una comunidad que
rinde adoración. Se inclina para confesar al Señor del cielo y de la tierra, nuestro
Creador, Sustentador y Salvador. Se congrega para nutrirse de la Palabra de Dios,
compartiendo entre sí, procurando edificarse unos a otros (Heb 10:23-25). Se reúne
para celebrar la Cena del Señor, el recordativo de la muerte de Cristo en nuestro
favor y la anticipación de su regreso. La iglesia existe para servir al mundo: para ir
hasta lo último de la tierra con las buenas nuevas de salvación (Mat 28:18-20) y para
continuar el ministerio de amor, sanamiento y salvación que comenzó nuestro Señor.
Siendo que Cristo es la cabeza de la iglesia, su cuerpo que es la iglesia recibe solemne
autoridad (Mat 16:13-20; Juan 20:21, 22). Ésta habla en nombre de Cristo,
presentando su voluntad al mundo (Hech 24:25). Aunque la autoridad eclesiástica
cometió injusticias en el pasado, actualmente también es un error negarle todo
respeto. Detrás de la iglesia se halla Cristo y la autoridad de las Escrituras que Él nos
ha entregado para edificarla. No tratemos con liviandad sus asuntos (Hech 5:1-11)
Ser miembro de la iglesia es tanto un privilegio como una solemne responsabilidad.
Puesto que es de gran valor no debe ser considerado con indiferencia. La iglesia no es
un club donde nos reunimos para camaradería; es el cuerpo de Cristo. Ser miembro
implica participación y apoyo gozosos y activos. (Heb 6:4-6; 10:26-31; 12:15-17).
El ser miembro de iglesia nos proporciona el placer del compañerismo y el servicio
ahora, y la esperanza de un glorioso porvenir (Efe 5:25-27). La iglesia es la esposa de
Cristo, preciosa a su vista, su fortaleza en un mundo rebelde, el objeto de su
máxima atención. Pacientemente está perfeccionando su obra en la iglesia de la tierra
porque tiene un destino eterno para ella: sus miembros habitará con Él para siempre.
Lectura Auxiliar: Gén 12:3; Mat 16:13-20; 21:43; Juan 20:21, 22; Hech 1:8; Rom
8:15-17; 1 Cor 12:13-27; Efe 1:15; 2:12, 13; 3:8-11, 15; 4:11-15.