1. El flautista de Hamellín
Autor: Hans Christian Andersen (1805 - 1875)
Había una vez una pequeña ciudad al norte de Alemania, llamada Hamelin. Su paisaje era
placentero y su belleza era exaltada por las riberas de un río ancho y profundo que surcaba
por allí. Y sus habitantes se enorgullecían de vivir en un lugar tan apacible y pintoresco.
Pero... un día, la ciudad se vio atacada por una terrible plaga: ¡Hamelin estaba lleno de ratas!
Había tantas y tantas que se atrevían a desafiar a los perros y gatos, sus enemigos de toda
la vida. Las ratas se subían a las cunas para morder a los niños que estaban dormidos y
robaban enteros los quesos de las mesas sin dejas migajas. ¡Ah!, y además... metían sus
hocicos en todas las comidas. En fin, husmeaban por todos lados y molestaban a toda la
gente del lugar.
¡La vida en Hamelin era insoportable! Entonces, la gente de la ciudad se congregó en el
Municipio para exigir una solución.
¡Qué exaltados estaban todos! No había manera de calmar los ánimos de los allí reunidos.
-¡Abajo el presidente municipal! -gritaban unos.
-¡Ese hombre ya no debe seguir gobernando este municipio! -decían otros.
-¡Que los del Municipio nos den una solución! -exigían los de más allá.
Al oír tales amenazas, los representantes del municipio quedaron consternados y temblando
de miedo.
¿Qué hacer? Largas horas estuvieron analizando las posibles soluciones y aunque estaban
preocupados, no figuraba una buena idea para acabar con la plaga.
Por fin, el presidente municipal se puso de pie y exclamó:
-¿Alguna persona que está aquí tiene un plan para solucionar la situación?
Entonces entró en la sala el más extraño personaje que se puedan imaginar.
Llevaba una rara capa que le cubría del cuello a los pies y que estaba formada por recuadros
negros, rojos y amarillos. El hombre era alto, delgado y con pequeños ojos azules. Su pelo
era lacio y amarillo, su piel estaba tostada y quemada por el sol. Sonreía a todos, no tenía
bigotes ni barba.
Todos estaban asombrados y sin importarle esto, el desconocido avanzó hasta donde estaba
el presidente municipal:
-Perdonen, señores, he venido a ayudarlos. Yo soy capaz, mediante un encanto secreto que
poseo, de atraer hacia mi persona a todos los seres que viven bajo el sol. Lo mismo da si se
2. arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua, que si vuelan por el aire o corren sobre la
tierra. Todos me siguen. Principalmente, uso de mi poder mágico con los animales que más
daño hacen en los pueblos, ya sean topos o sapos, víboras o lagartijas, mosquitos o
murciélagos. Las gentes me conocen como el Flautista Mágico. Ahora bien, si los libro de la
preocupación que los molesta, ¿me darán 10 millares de pesos?
Mientras escuchaban a este extraño personaje, todos se dieron cuenta que en su cuello
llevaba prendida una flauta y sus dedos se movían inquietos, con impaciencia por alcanzar
los orificios del instrumento.
De pronto, los pobladores comenzaron a gritar: ¡Hay que pagarle, la plaga debe
desaparecer!
El flautista dibujo una sonrisa en sus labios, estaba seguro del gran poder que tenía y sin
dudarlo, tocó tres vivísimas notas de la flauta.
Al momento se oyó el roer de las ratas, todas se habían despertado a un tiempo. Luego este
murmullo se transformó en ruido y, finalmente, creció hasta convertirse en algo
ensordecedor.
¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratas. Salían a
torrentes. Lo mismo las ratas grandes que los ratones chiquitos; roedores flacuchos y
gordinflones. Familias enteras de tales bichos seguían al flautista, sin reparar en charcos ni
hoyos. El flautista tocaba su flauta sin cesar, mientras recorría calle tras calle. Y así bailando,
bailando llegaron las ratas al río, en donde fueron cayendo todas, ahogándose por completo.
¡Había que ver a las gentes de Hamelin!
Cuando comprobaron que la plaga había desaparecido, echaron al vuelo las campanas de
todas las iglesias, todos felices y alegres, tapaban hoyos y cerraban agujeros para impedir
que volvieran a entrar a sus casas.
Entonces, el flautista visitó al presidente municipal y le dijo:
-Creo, señor, que ha llegado el momento de darme mis diez mil florines.
-¿Diez mil florines... ? -dijo el presidente municipal-. ¿Por qué?
-Por haber ahogado las ratas -respondió el flautista.
-¿Que tú has ahogado las ratas? -exclamó el presidente municipal, con fingido asombro.
Para pagarte, yo necesito pruebas, es decir el cuerpo de las ratas y creo que no las traes.
Por lo tanto, te pagaré cuando me traigas los cuerpos de estos bichos y como sé que no
podrás hacerlo, confórmate con 100 florines.
El flautista, escuchó y su rostro se tornó muy serio. No le gustaba que lo engañaran y menos
que le cambiasen el sentido de las cosas. -¡No diga más tonterías, presidente! –exclamó el
flautista-. No me gusta discutir. Hizo un pacto conmigo, ¡cúmplalo!
3. -¿Yo? ¿Yo, un pacto contigo? -dijo el presidente, sin ningún remordimiento por la estafa que
estaba haciendo.
El flautista advirtió muy serio: -¡Cuidado! Me han engañado, estoy molesto y se arrepentirán.
- ¡Al presidente municipal, no se le amenaza!, yo soy la autoridad, dijo muy irritado. ¡Haz lo
que te parezca, y sopla la flauta hasta que revientes!
El flautista dio media vuelta y se marchó de la plaza.
Entonces el presidente municipal organizó una gran fiesta en el atardecer, a fin de celebrar,
invitando a toda la población, bajo la consigna de que sólo podían asistir los adultos. Por lo
tanto, papás, abuelos, tíos y demás adultos, se engalanaron con sus mejores prendas de
vestir, dejando a los niños en sus casas.
Cuando toda la población se encontraba celebrando en la plaza del palacio municipal, el
flautista mágico comenzó a recorrer las calles y tocando su flauta, logró que numerosos
piececitos de niños, niñas, jovencitos y adolescentes corrieran detrás de él. Iban tropezando
y saltando, corriendo gozosamente tras el maravilloso músico, al que acompañaban con sus
carcajadas.
La gente de la ciudad, enmudeció y quedaron inmóviles como tarugos, sin saber qué hacer
ante lo que estaban viendo y no se les ocurrió otra cosa que seguir con la mirada, al flautista
y a la multitud de niños que bailoteaba muy feliz.
Por fortuna, el flautista no iba hacia el río sino hacia la alta montaña de la ciudad. Entonces
los padres, las autoridades y demás adultos decían con esperanza: -¡Nunca podrá cruzar la
cumbre de la montaña! Además, el cansancio le hará soltar la flauta y nuestros hijos dejarán
de seguirlo.
Mas he aquí que, apenas empezó el flautista a subir la montaña, cuando la tierra se agrieto y
se abrió, como si hubiera una gran cueva en ella. Por allí penetró el flautista, seguido de los
chiquillos. Y cuando entró el último de ellos, la fantástica puerta desapareció en un abrir y
cerrar de ojos, quedando la montaña igual que como estaba.
¡Pobre ciudad de Hamelin! ¡Caro pagaba su avaricia!
El presidente municipal mandó a varios oficiales para buscar al flautista ofreciéndole plata y
oro, a cambio de que les devolviese a los niños.
Cuando se convencieron de que perdían el tiempo y de que el flautista y los niños habían
partido para siempre, ¡cuánto dolor experimentaron las personas! ¡Cuántas lamentaciones y
lágrimas! ¡Y todo por no cumplir con el pacto establecido!
Para que todos recordasen lo sucedido, la historia fue grabada en una columna y la pintaron
en un gran ventanal para que todo el mundo la conociese y recordase.
4. Intervienen cuatro personajes principales: Presidente municipal, Hombres, Mujeres y
Flautista, grupos de ratones. Niños