1. La Coraza del Nautilus.
José Acevedo Jiménez.
Una soleada mañana de verano, todos los alumnos de sexto grado fuimos
de excursión a la playa. Alberto Gutiérrez, nuestro profesor de matemáticas
nos había prometido un viaje como recompensa por el buen desempeño de la
clase durante todo el año escolar.
- Bien chicos, lo prometido es deuda y yo cumplo mis promesas. ¡He
aquí el mar!-. Expresó grandilocuentemente el profesor Alberto al bajar
del autobús y pisar los finos granos de arena que cubrían todo el
alrededor.
- Sí, profesor. Después de tanto sacrificio, la espera bien ha valido la
pena –. Dijo Marta, una de las alumnas del profesor.
- Ya quiero darme un chapuzón. No se diga más, ¡a disfrutar! -. Comentó
Carlos eufórico, mientras corría y se lanzaba de bruces al mar.
El día era perfecto para estar allí. El Sol resplandecía; las olas del mar,
acariciaban grácilmente la playa hasta terminar en una blanca espuma que
humedecía la blanca arena y los pelícanos, que de vez en cuando surcaban el
cielo azul, acentuaban aún más la belleza de aquel lugar tan majestuoso.
Mientras mis compañeros disfrutaban de las bondades que le ofrecía el mar,
entre juegos y chapoteos de agua salada, yo, por otra parte, me entretenía
buscando caracolas y piedras coralinas que abundaban en el lugar. “¡Esta es
muy hermosa… no, no, de ninguna manera, mejor esta otra! – Pensaba – “.
Al final, no podía decidir pues siempre encontraba una más hermosa que la
anterior. Sin darme cuenta, entretenido con las caracolas, había llegado hasta
uno de los extremos de la playa. Una gran formación rocosa, erosionada por el
constante golpeteo de las olas, sabrá Dios desde hace que tiempo.
Sin pensar en el peligro, escalé un poco, no más de metro y medio, aquella
estructura natural. Fue justo en ese momento cuando descubrí, en las aguas
menos profundas y cristalina que daban con la barrera rocosa, la más hermosa
y perfecta caracola que había visto en mi vida. Pensé: “Es hermosa y lisa”,
2. mientras la palpaba con las manos. Presuroso, me dirigí hacia donde estaban
los demás. Quería que todos vieran lo que había encontrado.
- ¡Pro-fesor, pro-fesor! – Grité, casi sin aliento –. Mire lo que he
encontrado – agregué, un poco más recuperado.
- ¡Es una hermosa caracola! – Expresó María.
- No, es una concha de nautilus – Especificó el profesor Alberto.
- ¡Nautilus! – dije asombrado - ¿Qué es un nautilus? – pregunté.
- Luis, los nautilus son una especie de moluscos marinos muy primitivos.
Tienen una gran coraza, como esta que has encontrado. Lo curioso es
que no se encuentran por aquí, pues habitan en las profundidades de los
océanos Pacífico e Índico –. Respondió el profesor –. Como profesor
de matemáticas, pienso que es un gran descubrimiento –; agregó –
fíjense en la forma de la coraza, es una espiral logarítmica y tiene
muchas propiedades matemáticas. La coraza del nautilus es un ejemplo
de cómo aparece la matemática en la naturaleza.
- ¡Ah!, profesor. Recuerdo que mi hermano Pedro me habló sobre los
nautilus y su relación con las matemáticas, en especial con la sucesión
Fibonacci. Esa sucesión que también se relaciona con la reproducción
de los conejos y que empieza así: 1, 1, 2, 3, 5, 8… hasta el infinito –.
Indicó Rosa mientras escribía los primeros seis términos de la sucesión
en la arena.
- Bueno, Rosa. La sucesión Fibonacci, esa que tan bien has descrito en la
arena, aparece de manera recurrente en la naturaleza, pero no es el caso
de la coraza de nautilus. Aunque eso sí, está muy difundida la idea
errónea de que la coraza del nautilus es un claro ejemplo de cómo
encontramos la sucesión Fibonacci en la naturaleza – aclaró el profesor
–. Pero, eso no significa que no podemos encontrar propiedades
matemáticas interesantes en la coraza del nautilus, como he dicho la
misma guarda una estrecha relación con las espirales logarítmicas, eso
significa que dicha concha crece en progresión geométrica – agrego.
- Muy interesante, esto de la coraza del nautilus. Pienso que la misma
sería de gran utilidad en el salón de clases y es por eso que quiero
3. regalársela, profesor Alberto –. Dije entregándole la coraza de nautilus
al profesor Alberto.
- Muchas gracias, Luis. Este regalo, sin dudas, hará mucho más divertidas
las clases de matemáticas –. Expresó el profesor tras una sonrisa clara
de alegría. Los últimos rayos de Sol calentaban los finos granos de
arena y había llegado el tiempo de decir adiós a aquel lugar fantástico
donde encontré la coraza del nautilus.
Fin.