Las ciudades, como centros de atracción de talento y capital, deben desarrollar sus propias ventajas competitivas. La innovación, entendida en el sentido amplio en que se describe en este artículo, es el instrumento para crear y mantener dichas ventajas competitivas. En el futuro, gran parte de capacidad de una ciudad para diferenciarse estará centrada más en los valores intangibles que sea capaz de desarrollar a través de sus ciudadanos que en sus infraestructuras, que pasarán a ser condición necesaria, pero no suficiente, para posicionarse en un entorno globalizado.
En este contexto las ciudades no deben conformase en innovar de forma puntual. Deben aceptar el reto de trasformase en ciudades innovadoras que buscan, de forma sistemática y deliberada, hacer cosas nuevas o hacer las mismas cosas de formas nuevas, planteándose retos significativos y desafíos que aporten valor a los ciudadanos y a la sociedad en su conjunto.
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De ciudades que innovan a ciudades innovadoras
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DE CIUDADES QUE INNOVAN A CIUDADES INNOVADORAS
La innovación en las ciudades.
Dicen los expertos en demografía, que si se mantiene la tendencia actual, para el año
2050 entre el 70% y el 75% de la población mundial vivirá en las ciudades; en Europa,
con las tasas más altas de población urbana, será cerca del 80% ya hacia el año 2020.
Las ciudades actúan como centros de atracción, estructuran la economía global en nodos
territorialmente concentrados y adquieren un creciente protagonismo, pero al mismo
tiempo afrontan nuevos y complejos retos.
La concentración hace de las ciudades verdaderos núcleos de desarrollo económico y
tecnológico, pero también las convierte en focos de problemas urbanísticos, sociales y
de toda índole. Por tanto, las ciudades modernas deben transformarse en espacios
flexibles, sostenibles, tolerantes, que aporten valor a los ciudadanos, y ello conlleva una
dinámica de cambio permanente a través de la incorporación constante de novedades,
con una visión en el largo plazo. La innovación, entendida en un sentido amplio, no
estrictamente tecnológico, es el medio para conseguirlo.
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La innovación es, ante todo, un fenómeno social pues no afecta sólo a las empresas,
sino también a las instituciones, a las organizaciones, y especialmente a las personas,
que constituyen el núcleo de todo proceso innovador.
El presente artículo propone una reflexión sobre cómo transformar la innovación en un
proceso estratégico para el desarrollo de las ciudades, centrado en las personas que
viven la innovación como un valor que mueve sus decisiones y acciones diarias.
Ciudades que innovan
Las ciudades modernas innovan generando programas y proyectos de carácter físico,
social y tecnológico, como infraestructuras, equipamientos, etc., cuyo objetivo es
incrementar la calidad de vida de los ciudadanos y hacer la ciudad más atractiva para las
inversiones y las actividades económicas en general. Gracias a dicho atractivo, las
ciudades agrupan actividades productivas a gran escala, generando efectos sinérgicos y
rendimientos crecientes.
La innovación tecnológica en las ciudades contribuye a la creación de este entorno
favorable para el desarrollo económico y social, y abarca diversos ámbitos que incluyen
áreas como las tecnologías de la información y la comunicación, el medio ambiente, la
energía, el transporte, la construcción, el ciclo del agua, los servicios de limpieza
urbana, los sistemas de seguridad, etc… Todas estas innovaciones han supuesto, sin
duda, importantes avances permitiendo el tránsito desde las ciudades industriales
clásicas hacia ciudades modernas con un peso mucho mayor de los servicios avanzados.
Pero hoy ya no es suficiente abordar la innovación en las ciudades como una sucesión
de grandes proyectos. La ciudad no es sólo su parte inanimada, sino que es un verdadero
ecosistema lleno de vida y de interrelaciones complejas. Gran parte de los elementos
diferenciadores de las ciudades modernas residen en los valores intangibles, muchos de
ellos orientados a dar contenido a las infraestructuras, y en las capacidades de los
ciudadanos y su entorno social para innovar, y ello introduce una nueva dimensión en el
hecho innovador.
Ciudades innovadoras.
La ciudad innovadora es aquella que busca de forma sistemática y deliberada hacer
cosas nuevas o hacer las mismas cosas de formas nuevas, planteándose retos
significativos y desafíos que aporten valor a los ciudadanos y a la sociedad en su
conjunto. No se trata pues de la simple realización de una secuencia de grandes
proyectos innovadores, sino de un proceso deliberado y permanente, que permita
identificar oportunidades y generar a partir de ellas ideas propias, o aprovechar las
foráneas, para transformarlas en realidades concretas que aporten valor a todos los
niveles.
Para que una ciudad sea innovadora en este sentido, no basta con entender la innovación
como un proceso que debe ser gestionado. La innovación en la ciudad se desarrolla
sobre la base de un ecosistema de innovación integrado por una serie de elementos que
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interaccionan de forma compleja y sinérgica. Sin dichos elementos, el proceso de
innovación sería una idea vacía.
Las personas
Las ciudades con innovadoras en la medida en que los son sus ciudadanos. De quí la
importancia de promover en ellos una verdadera cultura de la innovación basada en el
conocimiento, la creatividad y el emprendedurismo. Son las personas innovadoras que
confían en su propia capacidad para innovar y sáben ariesgarse las que, desde sus
respectivas actividades, contribuyen a crear dicha cultura, y llegan a configurar ciudades
innovadoras con valores propios que las ubican en el panomara internacional con
carácterísticas diferenciales.
En los ciudadanos residen la creatividad, el espíritu crítico y el conocimiento, todos
ellos elementos claves para la innovación. El conocimiento y las habilidades adquiridas,
delimitan el campo de juego conceptual en el que las personas apoyan su capacidad para
innovar. De aquí la gran importancia de aumentar de forma permanente la base de
conocimiento de los ciudadanos. La formación y la educación constituyen pues una de
las herramientas más importantes para la transformación de una ciudad. Las ciudades
deben facilitar a los ciudadanos itinerarios para la formación continua a lo largo de toda
su vida, de modo que las nuevas iniciativas encuentren siempre gente preparada para
impulsarlas y desarrollarlas, especialmente el ámbito de las nuevas profesiones.
Pero el conocimiento es sólo el punto de partida. La ciudad necesita también personas
con un alto espíritu crítico, capaces de poner en tela de juicio el estatus quo y, aún más,
personas creativas capaces de generar ideas nuevas, en sí mismas o por recombinación
de lo existente. Las ciudades acogedoras, que aceptan la diversidad, ofrecen una alta
calidad de vida e incorporan el diseño como parte de su paisaje urbano, atraen y retienen
a personas creativas que encuentran inspiración, crean relaciones y emprenden en su
seno. Sin embargo, la ciudad innovadora debe ir más lejos y fomentar proactivamente
espacios y oportunidades para el encuentro, la reflexión y la creatividad en todos los
ámbitos, artístico, cultural, social, económico, tecnológico, etc.
La capacidad de innovación de una ciudad es la suma de miles de iniciativas de
personas que saben detectar oportunidades, generar ideas y asumir riesgos para
transformarlas en realidades. En consecuencia, es imprescindible fomentar y apoyar los
comportamientos emprendedores conducentes a crear nuevos negocios, productos,
servicios o procesos. Sólo así es posible generar una base empresarial emergente con
alto potencial de creación de riqueza. Para conseguirlo, las ciudades deben facilitár
instrumentos adecuados -equipamientos, infraestructuras y servicios- para la concreción
y desarrollo de proyectos empresariales arriesgados, así como mecasnimos para el
encuentro entre el talento y el capital. Debe aprovecharse la diversidad y complejidad
que genera el entrono urbano para potenciar el crecimiento de nuevos sistemas
productivos, pero sin olvidar dinamizar y modernizar el tejido productivo existente de
modo que ambos puedan ser competitivos en el contexto internacional.
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En conclusión, la condición necesaria para que una ciudad sea innovadora es que la
innovación sea asumida por los ciudadanos como un valor compartido, que forme parte
de su propia manera de ser y actuar, y guíe sus decisiones y acciones.
Las redes
Las personas no innovan de forma aislada, sino que lo hacen agrupadas en el marco del
entorno físico y social urbano. Las ciudades potentes, y sus áreas metropolitanas, son el
caldo de cultivo natural, imposible de replicar de forma artificial, para desarrollar, de
forma óptima, iniciativas innovadoras. Los entornos ciudadanos crean oportunidades de
forma continua. El ámbito de los servicios es una clara muestra de ello. Los acelerados
cambios demográficos, culturales y sociales que se producen en las ciudades generan
constantemente nuevas oportunidades para innovar en temas como la atención a la
tercera edad, la integración de los inmigrantes o el desarrollo de nuevas opciones de
ocio para usuarios con una exigencia creciente. Tal vez la innovación en servicios sea
uno de los mayores retos de las ciudades modernas.
Las ciudades generan infinidad de oportunidades para la interacción y la formación de
alianzas entre diversos agentes para abordar retos comunes. Ello permite crear redes de
colaboración que integran a personas, empresas e instituciones, generando sinergias que
realimentan el proceso innovador.
Las ciudades innovadoras deben fomentar activamente la creación de estas redes
internas de innovación, facilitando la confluencia de intereses compartidos y
proveyendo las infraestructuras de relación y comunicación necesarias en todos los
niveles. Pero también deben identificar y potenciar las redes que emergen de forma
espontánea desde la propia ciudadanía, al tiempo que se identifican y eliminan las
barreras que impiden su formación y desarrollo. Sólo de este modo las ciudades podrán
sacar plena ventaja de su condición de ecosistemas de innovación. Además, en una
economía global, las ciudades deben además establecer también redes externas de
cooperación entre ellas practicando el nuevo paradigma de la innovación abierta.
En definitiva, las ciudades innovadoras multiplican su capacidad innovadora en la
medida que crean redes internas y externas de innovación.
¿Gestionar la innovación en la ciudad?
En palabras de T.A. Edison la innovación es un 1% de inspiración y un 99% de
transpiración, trabajo duro. Peter Drucker hablaba en términos similares de la
“disciplina de la innovación”. Por tanto la innovación no es (sólo) fruto de la
casualidad, sino que responde (al menos en parte) a un proceso intencional que debe ser
gestionado.
La innovación en las ciudades constituye a una realidad dual compleja. Por una parte es
necesario desarrollar una serie de grandes proyectos innovadores de ciudad, que
precisan ser planificados y a los que debe asignarse importantes recursos. Por otra parte,
la innovación es el resultado de múltiples iniciativas individuales, que generan un
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verdadero caos creativo (caos en el sentido científico de esta palabra), del que emergen
nuevas formas de orden dentro del ecosistema ciudadano.
Los modelos de gestión centralizados, del tipo top-down, son aplicables sólo a la
primera situación. El proceso de innovación top-down debe asegurar un flujo constante
de grandes proyectos en la ciudad, y la gestión de la innovación a este nivel debe
garantizar que se realizan los proyectos adecuados y de la forma adecuada, contado con
una amplia la participación ciudadana. Esta dimensión de la innovación ciudadana
puede inspirar su acción en las buenas prácticas que las empresas industriales excelentes
vienen aplicando en el ámbito de la gestión de la innovación.
Pero como ya se ha visto, la mayor parte del potencial innovador de las ciudades reside
en los propios ciudadanos, lo que implica a su vez fomentar e impulsar un flujo
continuo de iniciativas ciudadanas innovadoras emergentes. Gestionar dicho flujo en
sentido bottom-up implica impulsar los comportamientos innovadores a todos los
niveles y al mismo tiempo proporcionar las condiciones necesarias, eliminando las
barreras existentes, para que dichos comportamientos afloren y se plasmen en
realidades.
Puede visualizarse la dinámica de la innovación bottom-up como un sistema de ciclos
innovadores que se replican a diversos niveles. Para que la innovación pueda tener lugar
a un nivel superior, el ciclo de innovación debe estar produciéndose también en los
niveles inferiores. Cada uno de dichos ciclos presenta la misma estructura.
El ciclo de innovación se inicia con una atención permanente al surgimiento de
oportunidades. La detección de dichas oportunidades posibilita la fase creativa, o
divergente, del ciclo. ¿De qué modo puede extraerse valor de esta oportunidad? Las
personas creativas pueden imaginar multitud de ideas como respuesta a una misma
oportunidad, por lo que es preciso después focalizarse sobre aquellas ideas que resulten
más atractivas en la parte convergente del ciclo. Tomada la decisión de transformar la
idea vencedora en una realidad, es preciso capacitarse, en recursos y conocimientos,
para poder llevarla a término, al tiempo que se inicia la acción que conducirá a la
implantación final.
El proceso de innovación es por naturaleza arriesgado, y por tanto el éxito no está nunca
garantizado. Sin embargo, toda experiencia innovadora es siempre una fuente de
aprendizaje, tanto desde el éxito como desde el fracaso. Dicha experiencia debe ser
interiorizada e incorporada como bagaje de partida para reiniciar el siguiente ciclo de
innovación.
Este ciclo es el engranaje que mueve la innovación a todos los niveles, desde la esfera
personal hasta el ámbito de la ciudad en su conjunto. Una ciudad innovadora debe
conseguir que los engranajes de la innovación giren de forma permanente y a gran
velocidad, cerrando sucesivos ciclos de innovación en el menor tiempo posible.
Considerar que toda la innovación que tiene lugar en la ciudad se debe planificar, o bien
que toda debe ser fruto de iniciativas distribuidas de los ciudadanos sería un error. Es
necesario buscar el justo equilibrio entre los dos procesos top-down y bottom-up a fin