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DIONISOS Y OINOS: MITOLOGÍA Y VINO EN LA TRADICIÓN GRIEGA
Olaya Fernández Guerrero UR, 8 de Noviembre de 2018
1. Introducción: mito y tiempo
Los mitos son respuestas a las cuestiones que han inquietado al ser humano desde
siempre, y hoy nos siguen fascinando porque nos hablan de nuestros modos de ser y
percibir la realidad, y además porque retratan las pasiones y emociones humanas. Los
mitos “aún nos dicen algo profundo y enigmático sobre nosotros mismos” [García Gual
(1997), p. 12].
El mito inaugura un espacio interpretativo que amplía los límites de la racionalidad y se
abre a otro plano de sentido lleno de contenidos intuitivos y de elementos misteriosos,
insólitos o contradictorios que nos constituyen. Los mitos reflejan arquetipos y símbolos
que proporcionan claves valiosas para llegar a comprender mejor lo humano. Así, en
cualquier mito podemos intentar reconocer “la trama, el hilo conductor, la historia de
nuestra propia vida” [Downing (1998), p. 40].
El mito es un relato sobre el ser que se presenta bajo la forma de una historia, de una
narración que entraña cierta temporalidad, pero paradójicamente el mito está fuera del
tiempo histórico; lo mítico se retrotrae hasta los orígenes, es un relato fundacional. Los
acontecimientos que aparecen en los mitos son previos al tiempo, y sirven para explicar
nuestra temporalidad. La mitología “no tiene fecha ni lugar de nacimiento, no comienza
en ninguna parte” [Detienne (1985), p. 136]. El mito es previo a la historicidad, pero
precisamente por ese ‘estar fuera’ de la historia puede dar cuenta de la misma. En todo
mito resuena “la voz de un tiempo originario más sabio” [Gadamer (1997), p. 16], una
voz que apunta hacia un ‘antes’ previo a toda temporalidad. Lo mítico siempre se
retrotrae al tiempo primigenio, se ubica en el origen de los tiempos.
En la mitología griega abundan los elementos que aluden a la temporalidad, pero los
mitos centrales son el de Cronos -que encarna el tiempo de la naturaleza- y el de las
Moiras -que representan el tiempo lineal y finito propio de los humanos-. Existen
también dos figuras que irrumpen en esa temporalidad y la transforman; se trata de
Mnemósine (la memoria), y Dionisos (el éxtasis), al que nos referiremos aquí con más
detalle.
2
2. Cronos y las Moiras
Para comprender en profundidad el alcance y la dimensión simbólica de Dionisos en el
contexto de la mitología griega es necesario revisar antes los mitos de Cronos y de las
Moiras, lo que nos permitirá percibir cómo la embriaguez dionisíaca supone un desafío
al orden temporal representado por esas otras figuras.
Cronos es el tiempo universal, metáfora de la naturaleza dinámica que crea y destruye
con voracidad todo lo engendrado, y que alberga y contiene en su seno a todos los entes.
Es significativo el hecho de que Cronos trague, literalmente, a sus hijos en cuanto estos
nacen, lo que nos da la medida de nuestra precariedad en tanto que seres caducos: nos
disolvemos en el tiempo y nos fundimos con él, este nos diluye y nos anula, nos
empieza a devorar en cuanto nacemos. De aquí se sigue que somos hijos del tiempo y le
pertenecemos, formamos parte de él en un sentido radical y no podemos huir de esa
filiación paterna. El tiempo nos engendra a la vez que nos destruye, nuestro nacimiento
contiene el germen de nuestra propia destrucción porque somos seres finitos. El
dominio de Cronos adquiere carácter de ley, instituye una legalidad cósmica inexorable
que impone a cada ente una existencia fugaz, transitoria y caduca.
Cronos representa la temporalidad absoluta que nos contiene y domina, que nos impone
su ritmo y que nos sujeta a su voluntad. El dominio del dios Cronos-tiempo “hace del
cosmos […] una esfera única eterna” y apunta a “una aspiración hacia la perennidad y
unidad del Todo” [Vernant (1993), p. 109]. El dios hijo de Urano y Gea, cielo y tierra,
representa el tiempo por el que se rige el orden de la naturaleza, esto es, el tiempo como
totalidad y horizonte de lo absoluto, de lo que permanece estable más allá de los
cambios y encadenamientos de nacimientos y muertes que condicionan el mundo
humano.
Junto a la figura de Cronos, emerge en la tradición griega otro concepto de temporalidad
asociado a lo humano, al individuo que busca trascender su condición temporal y se
rebela, por medio de su inteligencia, contra la finitud que lo constituye. La mitología
griega explica el surgimiento de esa segunda dimensión de temporalidad a partir de la
figura de Zeus, que destrona a su padre Cronos.
El espíritu y la inteligencia, representados por Zeus, nacen de la intensa vitalidad de
Rea, divinidad que alude a la fecundidad femenina en su vertiente física. Su capacidad
procreadora, que permite que continúen naciendo hijos e hijas, logra que la vida fluya y
se perpetúe a pesar de la ineludible caducidad que el tiempo-Cronos impone a cada ser
3
concreto. Rea es la diosa-madre que se alza contra Cronos-tiempo que devora a todas
las criaturas a las que ella da vida.
Rea se sirve de la inteligencia-Zeus para ganarle la batalla al tiempo, pues ha llegado a
entender que Cronos engulle la materia pero no consigue aniquilar el espíritu. El tiempo
devora lo material -la muerte implica la destrucción del cuerpo-, pero lo espiritual
sobrevive al tiempo -lo que remite a la concepción de la inmortalidad del alma, muy
presente en la Grecia clásica-.
El triunfo de Zeus marca la ruptura con el orden material y terrestre, propio de la
naturaleza, e instaura el imperio de lo espiritual –lo elevado, el Olimpo: metáfora de lo
celeste que se contrapone a lo terrestre y mundano-. Al vencer a Cronos, Zeus inaugura
un tiempo dinámico, lineal, irreversible y profundamente humano.
Desde la perspectiva de la temporalidad, la existencia humana se caracteriza por dos
notas fundamentales: el dinamismo y el cambio irreversible (somos seres en devenir), y
la precariedad que se deriva de nuestra condición de seres finitos (somos seres
mortales). Para nuestra lectura es interesante la noción de ‘recorrido’, el intervalo entre
el nacimiento y la muerte por el que discurre cada vida concreta, por el que nos
deslizamos con la incertidumbre de no conocer de cuánto tiempo disponemos y, a la
vez, con la certidumbre de saber que ese tiempo está limitado por la muerte. En la
mitología griega, esta dimensión de la temporalidad humana está simbolizada por las
Moiras -también conocidas como Parcas, en la tradición latina-.
Estas hermanas son tres viejas hilanderas que trazan la urdimbre de la existencia
humana. Cada vida particular es representada por una hebra de lino que sale de la rueca
de Cloto, es medida por la vara de Láquesis y sufre el corte de las tijeras de Átropo
cuando llega la hora de la muerte. Así, el mito de las Moiras pone de manifiesto que
nuestra vida pende de un hilo.
Estas hilanderas se ocupan constantemente en entretejer el hilo de cada existencia con
los demás hilos, combinando y trenzando unos con otros, separándolos después para
quizás no volver a juntarlos más. Ese quehacer textil simboliza los vuelcos del destino
que surgen inesperadamente, y que llevan a Hesíodo a afirmar que las Moiras
“conceden a los hombres mortales el ser felices y desgraciados” [(1978), p. 109], ya
que los cambios en la urdimbre de la existencia establecen las condiciones, el marco de
referencia básico en que cada ser humano busca su camino para ser feliz, siempre con la
incertidumbre de lo que el destino le depara: si tendrá fortuna en sus proyectos o si será
asediado por las desgracias.
4
Todas las acciones de las Moiras nos afectan para bien o para mal, y su última acción
nos mata: cuando Átropo corta nuestro hilo pone fin a nuestra existencia. El hombre
griego toma así conciencia de su precariedad, “sabe que su vida está ya decidida por el
destino, la moira o la aisa, la ‘suerte’ o ‘porción’ que le ha sido asignada” [Eliade
(1999), p. 337] y cuyos designios le son desconocidos. Sin embargo, no todo está
determinado a priori porque aunque las Moiras tejen el destino de la vida, “no depende
de las Moiras la plenitud de la existencia” [Jünger (2006), p. 247]. El papel de las
Moiras es tejer los hilos que marcan la duración de nuestras vidas y el cupo de venturas
y desventuras que nos tocará padecer, pero el modo concreto en que cada ser humano
recorre su camino es fruto de la elección personal, de los hábitos que van configurando
el carácter o ethos de los que ya hablaba Aristóteles. ‘Moira’ en griego significa ‘parte’,
es la parte que nos toca, la porción de buena y mala suerte que corresponde a cada uno
de nosotros en función de una voluntad divina que nunca llegaremos a conocer. A pesar
de ello, el ser humano es instado a aceptar su destino e intentar ser feliz por medio de
una vida virtuosa.
Las Moiras implican una noción de tiempo diferente a la expresada por Cronos; este trío
de hilanderas alude a una temporalidad continua y dinámica, lineal e irreversible, que se
determina en la concreción de cada existencia y cuya duración ignoramos de antemano,
pues la línea del tiempo “es un irrepetible e irreversible ir desde un ‘antes’ hacia un
‘después’” [Zubiri (2008), p. 231]. Hilar y tejer son metáforas del devenir del tiempo, y
la hebra que las Moiras confeccionan para cada ser humano expresa la singularidad del
destino individual. En definitiva, “es el tiempo el que conduce al hombre como sobre
una cuerda hacia la muerte” [Jünger (2006), p. 165], y el mito de las Moiras pone de
manifiesto que el tiempo humano es ‘filiforme’ y que lo experimentamos
primordialmente como sucesión lineal, irreversible y finita.
Pero para el mundo griego las posibilidades que emergen de nuestro horizonte de
temporalidad no se agotan ahí, como veremos, sino que se amplifican y multiplican
mediante la irrupción de otras figuras, entre ellas la de Dionisos, que introducen una
discontinuidad en el tiempo de la existencia.
5
3. Nacimiento y juventud de Dionisos
Dionisos nace de la relación amorosa entre Zeus y la ninfa Semele, en uno de los
múltiples episodios de infidelidad del dios hacia su esposa Hera. Semele pide a su
amante que, como prueba de afecto, se presente ante ella ataviado con todos sus
atributos y ornamentos divinos. Zeus accede a la solicitud y comparece en el palacio de
Semele, que comienza a arder al entrar en contacto con los poderosos rayos del dios. La
ninfa perece en el incendio, pero Zeus logra salvar de su seno a Dionisos y, para
protegerlo de la furia de Hera, lo pone primero al cuidado de Ino, esposa del rey de
Tebas, y después de las Nisíades o Niseides, ninfas del Monte Nisa que se ocuparán de
criar al pequeño dios. Cuando crece, Dionisos es puesto bajo la tutela del sátiro Sileno,
mitad hombre y mitad cabra. En la mitología griega, Sileno es considerado el padre
adoptivo de Dionisos, el dios del vino, y es descrito como el más viejo, sabio y borracho
de sus seguidores. Sileno era conocido por sus excesos con el alcohol, y se decía que
cuando estaba ebrio poseía el don de la profecía.
Los seguidores de Dionisos eran numerosos, entre ellos había hombres y mujeres,
ninfas, faunos y sátiros que se adornaban con hojas de hiedra, bebían vino, comían uvas,
bailaban y cantaban, y proclamaban que el dios era su líder. Las seguidoras más tenaces
eran las bacantes, que se comportaban con rebeldía y vivían en un permanente estado de
embriaguez, viajaban con Dionisos-Baco de un lugar a otro y enseñaban el arte de la
viticultura y las técnicas de elaboración del vino. Los relatos míticos aluden a los viajes
de las bacantes por Grecia y Asia Menor, e incluso a otros lugares distantes como India
o Etiopía.
Entre las hazañas que se le atribuyen a Dionisos se incluye la de haber sido secuestrado
por unos piratas a los que logró vencer haciendo que creciese una viña desde el fondo
del mar y alzase el barco sobre las aguas, o la de haber concedido al rey Midas el ‘don’
de convertir en oro todo lo que tocase como recompensa por haberle devuelto a Sileno,
extraviado durante uno de sus habituales episodios de embriaguez. El propio rey acaba
pidiendo a Dionisos que revierta la metamorfosis, ya que se da cuenta de que el don no
es tan ventajoso como había pensado inicialmente.
6
4. Dionisos y Ariadna
Uno de los pasajes mitológicos más interesantes en torno a Dionisos es el que narra su
encuentro con Ariadna, princesa de Creta, que acabará siendo su esposa.
Ariadna, hija de Minos y Pasífae, vivía en Creta junto al laberinto del minotauro
Asterión, un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro nacido de la unión entre
Pasífae y un toro blanco enviado por Poseidón. El minotauro es, en este mito, el gran
incomprendido, castigado por una falta de la que es inocente, a la vez sagrado y maldito.
Androgeo, príncipe de Creta y hermano de Ariadna, acudió a competir en los juegos
panatenaicos y venció a todos los atenienses que, enfurecidos por la victoria del
extranjero, lo asesinaron. Para vengar la muerte de su hijo, Minos declaró la guerra a
Atenas y ganó la batalla, por lo que quedó establecido que cada año debían ser enviados
a Creta catorce jóvenes atenienses (siete hombres y siete mujeres) que serían entregados
en sacrificio al minotauro. Durante muchos años, hombres y mujeres eran reclutados a
la fuerza e introducidos en el laberinto cretense para servir de alimento al monstruo. Al
cabo de un tiempo al príncipe Teseo, hijo del rey ateniense Egeo, le tocó ir a Creta para
ser sacrificado al minotauro; el joven se propuso matar a Asterión y acabar así con la
condena impuesta a su pueblo. Acompañado de otros trece jóvenes atenienses, Teseo se
embarca rumbo a la isla.
Ariadna se enamora de Teseo en cuanto lo ve y decide ayudarle a matar al minotauro.
Dédalo, constructor del laberinto, había explicado a Ariadna cómo entrar y salir de él y
le había entregado un ovillo mágico que permitía transitar por su interior sin perderse.
Como prueba de amor, Ariadna entrega a Teseo un valioso regalo, el ovillo, que se
acompaña de la transmisión de un saber sobre las rutas del laberinto. Ella comparte su
conocimiento con Teseo y permite que el héroe obtenga la gloria y venza al minotauro.
A cambio, él le promete que la llevará a Atenas y se casará con ella. Ilusionada ante esta
perspectiva, la princesa entrega a Teseo un extremo del ovillo mágico y ella se queda a
la entrada del laberinto sujetando el otro extremo; él se interna en el laberinto, mata al
minotauro y sale para reencontrarse con la joven.
Ariadna huye con Teseo pero, en mitad de la travesía hacia Atenas, en la isla de Naxos,
él la abandona mientras está dormida en la playa. En este relato, Ariadna encarna el
estereotipo de la joven enamorada que traiciona a su familia y huye de su hogar para
estar junto a su amado, pero este no está a la altura del amor que Ariadna le ofrece y, en
un acto de cobardía, la abandona mientras ella duerme.
7
El hilo de Ariadna representa la atadura, el vínculo que une a los dos miembros de la
pareja y los compromete recíprocamente. El ovillo que permite al héroe entrar y salir
del laberinto lo ata después a su salvadora; él rompe el lazo cuando abandona a Ariadna
y huye furtivamente. Teseo se aprovecha de Ariadna para aumentar sus hazañas
heroicas; Ariadna es la recompensa, el premio que recibe el héroe tras haber vencido al
monstruo. Sin embargo ese premio tiene su reverso, y acaba por convertirse en una
carga excesivamente pesada que Teseo quiere dejar atrás.
Después del abandono de Teseo, hay varias versiones sobre lo que le sucedió a Ariadna,
si bien la que aquí nos interesa es la que narra que Dionisos, enamorado de la princesa,
acude a su encuentro y se casa con ella. Algunas fuentes atribuyen un final desdichado a
este matrimonio, ya que afirman que Artemisa (Diana), celosa de la joven cretense, la
mata. Otra variante del mito, recogida entre otros por Hesíodo, sostiene que Ariadna, a
través de su enlace con Dionisos, alcanza la inmortalidad.
En todo caso, Ariadna y los elementos asociados a ella, el ovillo y el laberinto,
adquieren otra dimensión simbólica a partir de su encuentro con Dionisos, el dios del
vino, del éxtasis místico y de la embriaguez. Dionisos honra a la madre y, a través de
ella, a todas las mujeres, y representa un nuevo modo de relación entre lo masculino y
lo femenino1
. Además, es el dios transgresor que irrumpe en el flujo del tiempo
cotidiano y lo altera. La celebración dionisíaca se abre a lo inesperado, rompe con la
monotonía y posibilita que aflore lo que estaba oculto y reprimido porque, de la mano
de este dios, “uno se pierde en sí para encontrarse a sí mismo” [Vernant (1982), p. 169].
La existencia se enriquece con la presencia de Dionisos, que permite que el tiempo vital
se multiplique y trascienda sus límites. No hay una preocupación por la inmortalidad
sino que “todo se juega aquí, en la existencia presente” [Vernant y Vidal-Naquet (1992),
p. 260], cuyo carácter complejo y poliédrico se ve reflejado en el espejo de Dionisos.
Lo dionisíaco se asocia a que “las profundidades de la realidad se han abierto, las
formas elementales de todo lo que es creativo, de todo lo que es destructivo, han
aflorado”, [Otto (1965), p. 95] pues esta deidad ambivalente conecta lo elevado y lo
subterráneo, lo visible y lo invisible, lo expresado y lo silenciado. Se borran las
fronteras entre lo divino y lo humano y Dionisos “arrastra al ser humano al universo del
devenir, de lo sensible, de la multiplicidad, para hacerle traspasar sus propias fronteras y
1
Esta interpretación de Dionisos se apoya particularmente en Las Bacantes de Eurípides.
8
entrar en la esfera de lo inefable, lo permanente, lo uno, el eterno retorno” [Vernant y
Vidal-Naquet (1992), p. 263].
Este dios reúne y conecta. Es alteridad, para este dios todo son máscaras, la identidad no
es unívoca sino laberíntica, y en el espejo iniciático que Dionisos porta “nuestro reflejo
se perfila como una figura extraña, una máscara que, frente a nosotros, nos mira”
[Vernant (1982), p. 169]. Dionisos nos empuja a tomar conciencia de la multiplicidad
que nos constituye y a jugar con todas nuestras máscaras, lo que equivale a recorrer
todos los caminos de nuestro laberinto.
La conexión simbólica entre Ariadna y Dionisos es evidente, ya que el espejo y el
laberinto aluden a nuestra realidad más profunda, a nuestra existencia que surge como
una síntesis de elementos diversos: todos los reflejos que el espejo nos devuelve, o todas
las rutas que podemos hacer por el laberinto.
Al contrario que Teseo, Dionisos no teme a las ataduras que la relación con Ariadna
implica; se compromete con ella precisamente porque se siente atraído por su hilo y
porque desea conocer, de la mano de Ariadna, el laberinto y sus secretos.
En relación con lo femenino, “Dionisos es el amante de mujeres que tienen el centro en
sí mismas, que no están definidas por sus relaciones con hombres concretos” [Downing
(1998), p. 80] sino que transitan por sus propios laberintos en busca de su identidad.
Dionisos da a Ariadna el papel de mujer adulta: le ofrece vino y la invita a explorar sus
propios límites. “Ariadna incardina la duplicidad del eros conyugal de la mujer adulta”
[Calame (1996), p. 250], es consorte de Dionisos y se sitúa en un plano de igualdad y
reciprocidad con respecto a él. En esta unión él toma el hilo que ella le tiende y llega
hasta el centro del laberinto, y ella, que creía conocer el laberinto, se interna otra vez en
él con una nueva mirada, propiciada por la conexión entre distintos mundos que
Dionisos representa. A partir de su encuentro con el dios, ella olvida la traición de
Teseo y pasa a ser una mujer que ama y que es amada y aceptada por el esposo en toda
su complejidad. En este sentido, el par Ariadna-Dionisos simboliza la madurez del
compromiso y la reciprocidad de la relación conyugal.
Ni Dionisos teme al laberinto, ni Ariadna siente miedo ante la ruptura del orden
establecido representado por el dios, pues sabe que adentrándose en la senda que él le
indica podrá llegar a conocer aspectos insólitos del laberinto. Ariadna nos recuerda que
el conocimiento profundo de las cosas siempre implica una cierta audacia, pues requiere
ir más allá de lo establecido. Junto a Dionisos, Ariadna ya no espera fuera del laberinto
mientras otro entra, sino que se interna en él.
9
5. La embriaguez dionisíaca como ruptura del orden temporal
Dionisos es el dios que transgrede y altera la sucesión temporal lineal. En la figura de
Dionisos se sintetizan lo espiritual -representado por Zeus- y lo terrenal -papel que
cumple Semele, que es humana y, por tanto, incapaz de resistir la presencia de lo
divino-. Semele perece abrasada por los rayos de Zeus al contemplar a su dios-amante
en su forma divina, pero el hijo que ella alberga en sus entrañas, Dionisos, logra
sobrevivir a las llamas porque “fue salvado por la mano poderosa de su padre”
[Guerber (2000), p. 126]. El propio Zeus tomó al hijo de las entrañas de la madre.
Esta dualidad constitutiva, humana y divina, permite a Dionisos quebrar a la vez los dos
planos de temporalidad, el cíclico y el lineal, puesto que la irrupción del dios altera la
circularidad del tiempo cósmico, y también por medio de él adviene el caos que
enmaraña los hilos que tejen las Moiras.
Cuando aparece el dios del éxtasis místico, del vino y de la embriaguez, “el ser
ordenado en el tiempo, tejido con los hilos del tiempo, se torna vacío y hueco, y da
comienzo la fiesta de Dioniso, transmutador del tiempo” [Jünger (2006), p. 163]. La
celebración dionisíaca da paso a la incertidumbre y lo inesperado, rompe con la
monotonía de lo cotidiano y posibilita la emergencia de lo que había permanecido
oculto o reprimido.
Esta figura mítica pone de manifiesto la precariedad del orden humano, pues una de las
principales consecuencias desencadenadas por la turbulencia que acompaña a Dionisos
es que “el mundo que el hombre conoce, el mundo en que se ha asentado de modo
seguro, deja de existir” [Otto (1965), p. 95], el orden humano se tambalea al entrar en
contacto con el caos, cuyo torrente es mucho más poderoso y fluye con más fuerza,
arrastrando en su torbellino el fino hilo de la vida humana tomada aisladamente2
.
Dionisos es el dios que reúne y conecta, que lleva a cabo la síntesis de lo heterogéneo3
:
“su poder significa olvido de sí mismo y de todo principio de individuación, reconcilia a
los hombres entre sí y al ser humano con la naturaleza” [Laiseca (2001), p. 286].
Además, esa multiplicidad y dispersión presentes en lo dionisíaco permiten que aflore la
2
Nietzsche relaciona a Dionisos con la creatividad artística. Sobre esta cuestión, cfs. Sánchez Meca, D.
(2005), Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo, Madrid, Tecnos. El cuadro de Velázquez ‘El
triunfo de Baco’ refleja esa transgresión del orden establecido ocasionada por el dios.
3
Dionisos representa la promesa de reunificación de lo disperso porque, según el relato mitológico,
cuando era niño fue despedazado por los Titanes y su abuela, Rea (la madre de Zeus y que, como ya se ha
dicho, representa la fecundidad femenina), reunió los fragmentos y consiguió hacer revivir a Dionisos y
devolverle a su figura primitiva.
10
creatividad, manifestada en el cauce de lo espontáneo y lo desorganizado, inesperado,
ya que lo creativo implica siempre un cambio de perspectiva ante las cosas y la
aplicación de un punto de vista insólito y alejado de la visión cotidiana del mundo,
ordenada y utilitarista.
Dionisos transgrede la sucesión del tiempo lineal, rompe el tejido del tiempo ordenado y
tiende al ser humano un nuevo hilo que ya no es el de las Moiras, sino el hilo de su
esposa Ariadna, que nos permite huir del destino preestablecido y transitar por el
laberinto de las pasiones y miedos más ocultos. Por medio de la fiesta y la embriaguez
Dionisos, el dios del devenir, nos induce momentáneamente el olvido de la muerte, nos
separa de la línea recta que conduce a la finitud y nos insta a adentrarnos en la maraña y
el caos de lo que somos, a recorrer el laberinto siguiendo un itinerario que, al contrario
que el de la vida ordenada y entretejida por las Moiras, no está fijado de antemano.
La temporalidad de Dionisos no está organizada linealmente ni sometida a la vara de
medir de las Moiras sino que está ligada al ovillo mágico de Ariadna, ese hilo
interminable que permite desviarse del destino preestablecido y transitar infinitas veces
por el laberinto de lo monstruoso, lo incierto o lo temible… Dionisos y Ariadna nos
instan a adentrarnos en nuestro propio laberinto y recorrerlo siguiendo itinerarios no
prefijados. Y el hilo de Ariadna, profunda conocedora de ese espacio y hermanastra del
monstruo que lo habita, servirá para que siempre podamos entrar y salir de él.
El viaje al caos realizado en compañía de Dionisos es siempre un viaje de ida y vuelta,
la quiebra del orden temporal lineal provocada por la irrupción de lo dionisíaco no es
definitiva sino que supone un punto de fuga, una cierta discontinuidad. En cuanto
Dionisos desaparece el tiempo de la vida se reanuda, regresa la consciencia. Sin
embargo, la existencia se enriquece con la presencia de Dionisos, que permite que el
tiempo de la vida se expanda y trascienda sus propios límites. Pero ese ‘espesor’ de la
temporalidad suscitado por Dionisos es inquietante, pues la llegada de este dios implica
que “las profundidades de la realidad se han abierto, las formas elementales de todo lo
que es creativo, de todo lo que es destructivo, han aflorado, trayendo con ellas infinito
terror” [Otto (1965), p. 95]. En él se aglutinan lo divino y lo subterráneo, lo visible y lo
invisible, y es por ello que lo dionisíaco conecta con la dimensión de lo sublime, con lo
que nos asombra y da miedo con respecto a nosotros mismos. Dionisos nos obliga a
asomarnos al caos de lo que somos, y solo a través de una voluntad férrea lograremos
dominar el miedo que nos produce mirar de frente al fondo del abismo.
11
6. Bibliografía
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Kairós.
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vol. 70, n. 263, pp. 307-322.
_____________ (2013) “El saber es poder. La diosa Ariadna como paradigma de
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- Gadamer, H.-G. (1997), Mito y razón, Barcelona, Paidós.
- García Gual, C. (1997), Diccionario de mitos, Barcelona, Planeta.
- Guerber, H. A. (2000), The Myths of Greece and Rome, Ware, Wordsworth.
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Certamen, Madrid, Gredos.
- Jünger, F. G. (2006), Mitos griegos, Barcelona, Herder.
- Laiseca, L. (2001), El nihilismo europeo, Buenos Aires, Biblos.
- Otto, W. (1965), Dyonisus: Myth and Cult, Bloomington, Indiana University Press.
- Sánchez Meca, D. (2005), Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo, Madrid,
Tecnos.
- Vernant, J.-P. (1993), Mito y pensamiento en la Grecia Antigua, Barcelona, Ariel.
_____________ (1982), L’individu, la mort, l’amour. Soi-même et l’autre en Grèce
ancienne, Paris, Gallimard.
- Vernant, J.-P. y Vidal-Naquet, P. (1992), La Grèce ancienne 3. Rites de passage et
transgressions, Paris, Éditions du Seuil.
- Zubiri, X. (2008), Espacio, tiempo, materia, Madrid, Alianza Editorial.

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Dionisos y Oinos - Profesora Olaya Fernández

  • 1. 1 DIONISOS Y OINOS: MITOLOGÍA Y VINO EN LA TRADICIÓN GRIEGA Olaya Fernández Guerrero UR, 8 de Noviembre de 2018 1. Introducción: mito y tiempo Los mitos son respuestas a las cuestiones que han inquietado al ser humano desde siempre, y hoy nos siguen fascinando porque nos hablan de nuestros modos de ser y percibir la realidad, y además porque retratan las pasiones y emociones humanas. Los mitos “aún nos dicen algo profundo y enigmático sobre nosotros mismos” [García Gual (1997), p. 12]. El mito inaugura un espacio interpretativo que amplía los límites de la racionalidad y se abre a otro plano de sentido lleno de contenidos intuitivos y de elementos misteriosos, insólitos o contradictorios que nos constituyen. Los mitos reflejan arquetipos y símbolos que proporcionan claves valiosas para llegar a comprender mejor lo humano. Así, en cualquier mito podemos intentar reconocer “la trama, el hilo conductor, la historia de nuestra propia vida” [Downing (1998), p. 40]. El mito es un relato sobre el ser que se presenta bajo la forma de una historia, de una narración que entraña cierta temporalidad, pero paradójicamente el mito está fuera del tiempo histórico; lo mítico se retrotrae hasta los orígenes, es un relato fundacional. Los acontecimientos que aparecen en los mitos son previos al tiempo, y sirven para explicar nuestra temporalidad. La mitología “no tiene fecha ni lugar de nacimiento, no comienza en ninguna parte” [Detienne (1985), p. 136]. El mito es previo a la historicidad, pero precisamente por ese ‘estar fuera’ de la historia puede dar cuenta de la misma. En todo mito resuena “la voz de un tiempo originario más sabio” [Gadamer (1997), p. 16], una voz que apunta hacia un ‘antes’ previo a toda temporalidad. Lo mítico siempre se retrotrae al tiempo primigenio, se ubica en el origen de los tiempos. En la mitología griega abundan los elementos que aluden a la temporalidad, pero los mitos centrales son el de Cronos -que encarna el tiempo de la naturaleza- y el de las Moiras -que representan el tiempo lineal y finito propio de los humanos-. Existen también dos figuras que irrumpen en esa temporalidad y la transforman; se trata de Mnemósine (la memoria), y Dionisos (el éxtasis), al que nos referiremos aquí con más detalle.
  • 2. 2 2. Cronos y las Moiras Para comprender en profundidad el alcance y la dimensión simbólica de Dionisos en el contexto de la mitología griega es necesario revisar antes los mitos de Cronos y de las Moiras, lo que nos permitirá percibir cómo la embriaguez dionisíaca supone un desafío al orden temporal representado por esas otras figuras. Cronos es el tiempo universal, metáfora de la naturaleza dinámica que crea y destruye con voracidad todo lo engendrado, y que alberga y contiene en su seno a todos los entes. Es significativo el hecho de que Cronos trague, literalmente, a sus hijos en cuanto estos nacen, lo que nos da la medida de nuestra precariedad en tanto que seres caducos: nos disolvemos en el tiempo y nos fundimos con él, este nos diluye y nos anula, nos empieza a devorar en cuanto nacemos. De aquí se sigue que somos hijos del tiempo y le pertenecemos, formamos parte de él en un sentido radical y no podemos huir de esa filiación paterna. El tiempo nos engendra a la vez que nos destruye, nuestro nacimiento contiene el germen de nuestra propia destrucción porque somos seres finitos. El dominio de Cronos adquiere carácter de ley, instituye una legalidad cósmica inexorable que impone a cada ente una existencia fugaz, transitoria y caduca. Cronos representa la temporalidad absoluta que nos contiene y domina, que nos impone su ritmo y que nos sujeta a su voluntad. El dominio del dios Cronos-tiempo “hace del cosmos […] una esfera única eterna” y apunta a “una aspiración hacia la perennidad y unidad del Todo” [Vernant (1993), p. 109]. El dios hijo de Urano y Gea, cielo y tierra, representa el tiempo por el que se rige el orden de la naturaleza, esto es, el tiempo como totalidad y horizonte de lo absoluto, de lo que permanece estable más allá de los cambios y encadenamientos de nacimientos y muertes que condicionan el mundo humano. Junto a la figura de Cronos, emerge en la tradición griega otro concepto de temporalidad asociado a lo humano, al individuo que busca trascender su condición temporal y se rebela, por medio de su inteligencia, contra la finitud que lo constituye. La mitología griega explica el surgimiento de esa segunda dimensión de temporalidad a partir de la figura de Zeus, que destrona a su padre Cronos. El espíritu y la inteligencia, representados por Zeus, nacen de la intensa vitalidad de Rea, divinidad que alude a la fecundidad femenina en su vertiente física. Su capacidad procreadora, que permite que continúen naciendo hijos e hijas, logra que la vida fluya y se perpetúe a pesar de la ineludible caducidad que el tiempo-Cronos impone a cada ser
  • 3. 3 concreto. Rea es la diosa-madre que se alza contra Cronos-tiempo que devora a todas las criaturas a las que ella da vida. Rea se sirve de la inteligencia-Zeus para ganarle la batalla al tiempo, pues ha llegado a entender que Cronos engulle la materia pero no consigue aniquilar el espíritu. El tiempo devora lo material -la muerte implica la destrucción del cuerpo-, pero lo espiritual sobrevive al tiempo -lo que remite a la concepción de la inmortalidad del alma, muy presente en la Grecia clásica-. El triunfo de Zeus marca la ruptura con el orden material y terrestre, propio de la naturaleza, e instaura el imperio de lo espiritual –lo elevado, el Olimpo: metáfora de lo celeste que se contrapone a lo terrestre y mundano-. Al vencer a Cronos, Zeus inaugura un tiempo dinámico, lineal, irreversible y profundamente humano. Desde la perspectiva de la temporalidad, la existencia humana se caracteriza por dos notas fundamentales: el dinamismo y el cambio irreversible (somos seres en devenir), y la precariedad que se deriva de nuestra condición de seres finitos (somos seres mortales). Para nuestra lectura es interesante la noción de ‘recorrido’, el intervalo entre el nacimiento y la muerte por el que discurre cada vida concreta, por el que nos deslizamos con la incertidumbre de no conocer de cuánto tiempo disponemos y, a la vez, con la certidumbre de saber que ese tiempo está limitado por la muerte. En la mitología griega, esta dimensión de la temporalidad humana está simbolizada por las Moiras -también conocidas como Parcas, en la tradición latina-. Estas hermanas son tres viejas hilanderas que trazan la urdimbre de la existencia humana. Cada vida particular es representada por una hebra de lino que sale de la rueca de Cloto, es medida por la vara de Láquesis y sufre el corte de las tijeras de Átropo cuando llega la hora de la muerte. Así, el mito de las Moiras pone de manifiesto que nuestra vida pende de un hilo. Estas hilanderas se ocupan constantemente en entretejer el hilo de cada existencia con los demás hilos, combinando y trenzando unos con otros, separándolos después para quizás no volver a juntarlos más. Ese quehacer textil simboliza los vuelcos del destino que surgen inesperadamente, y que llevan a Hesíodo a afirmar que las Moiras “conceden a los hombres mortales el ser felices y desgraciados” [(1978), p. 109], ya que los cambios en la urdimbre de la existencia establecen las condiciones, el marco de referencia básico en que cada ser humano busca su camino para ser feliz, siempre con la incertidumbre de lo que el destino le depara: si tendrá fortuna en sus proyectos o si será asediado por las desgracias.
  • 4. 4 Todas las acciones de las Moiras nos afectan para bien o para mal, y su última acción nos mata: cuando Átropo corta nuestro hilo pone fin a nuestra existencia. El hombre griego toma así conciencia de su precariedad, “sabe que su vida está ya decidida por el destino, la moira o la aisa, la ‘suerte’ o ‘porción’ que le ha sido asignada” [Eliade (1999), p. 337] y cuyos designios le son desconocidos. Sin embargo, no todo está determinado a priori porque aunque las Moiras tejen el destino de la vida, “no depende de las Moiras la plenitud de la existencia” [Jünger (2006), p. 247]. El papel de las Moiras es tejer los hilos que marcan la duración de nuestras vidas y el cupo de venturas y desventuras que nos tocará padecer, pero el modo concreto en que cada ser humano recorre su camino es fruto de la elección personal, de los hábitos que van configurando el carácter o ethos de los que ya hablaba Aristóteles. ‘Moira’ en griego significa ‘parte’, es la parte que nos toca, la porción de buena y mala suerte que corresponde a cada uno de nosotros en función de una voluntad divina que nunca llegaremos a conocer. A pesar de ello, el ser humano es instado a aceptar su destino e intentar ser feliz por medio de una vida virtuosa. Las Moiras implican una noción de tiempo diferente a la expresada por Cronos; este trío de hilanderas alude a una temporalidad continua y dinámica, lineal e irreversible, que se determina en la concreción de cada existencia y cuya duración ignoramos de antemano, pues la línea del tiempo “es un irrepetible e irreversible ir desde un ‘antes’ hacia un ‘después’” [Zubiri (2008), p. 231]. Hilar y tejer son metáforas del devenir del tiempo, y la hebra que las Moiras confeccionan para cada ser humano expresa la singularidad del destino individual. En definitiva, “es el tiempo el que conduce al hombre como sobre una cuerda hacia la muerte” [Jünger (2006), p. 165], y el mito de las Moiras pone de manifiesto que el tiempo humano es ‘filiforme’ y que lo experimentamos primordialmente como sucesión lineal, irreversible y finita. Pero para el mundo griego las posibilidades que emergen de nuestro horizonte de temporalidad no se agotan ahí, como veremos, sino que se amplifican y multiplican mediante la irrupción de otras figuras, entre ellas la de Dionisos, que introducen una discontinuidad en el tiempo de la existencia.
  • 5. 5 3. Nacimiento y juventud de Dionisos Dionisos nace de la relación amorosa entre Zeus y la ninfa Semele, en uno de los múltiples episodios de infidelidad del dios hacia su esposa Hera. Semele pide a su amante que, como prueba de afecto, se presente ante ella ataviado con todos sus atributos y ornamentos divinos. Zeus accede a la solicitud y comparece en el palacio de Semele, que comienza a arder al entrar en contacto con los poderosos rayos del dios. La ninfa perece en el incendio, pero Zeus logra salvar de su seno a Dionisos y, para protegerlo de la furia de Hera, lo pone primero al cuidado de Ino, esposa del rey de Tebas, y después de las Nisíades o Niseides, ninfas del Monte Nisa que se ocuparán de criar al pequeño dios. Cuando crece, Dionisos es puesto bajo la tutela del sátiro Sileno, mitad hombre y mitad cabra. En la mitología griega, Sileno es considerado el padre adoptivo de Dionisos, el dios del vino, y es descrito como el más viejo, sabio y borracho de sus seguidores. Sileno era conocido por sus excesos con el alcohol, y se decía que cuando estaba ebrio poseía el don de la profecía. Los seguidores de Dionisos eran numerosos, entre ellos había hombres y mujeres, ninfas, faunos y sátiros que se adornaban con hojas de hiedra, bebían vino, comían uvas, bailaban y cantaban, y proclamaban que el dios era su líder. Las seguidoras más tenaces eran las bacantes, que se comportaban con rebeldía y vivían en un permanente estado de embriaguez, viajaban con Dionisos-Baco de un lugar a otro y enseñaban el arte de la viticultura y las técnicas de elaboración del vino. Los relatos míticos aluden a los viajes de las bacantes por Grecia y Asia Menor, e incluso a otros lugares distantes como India o Etiopía. Entre las hazañas que se le atribuyen a Dionisos se incluye la de haber sido secuestrado por unos piratas a los que logró vencer haciendo que creciese una viña desde el fondo del mar y alzase el barco sobre las aguas, o la de haber concedido al rey Midas el ‘don’ de convertir en oro todo lo que tocase como recompensa por haberle devuelto a Sileno, extraviado durante uno de sus habituales episodios de embriaguez. El propio rey acaba pidiendo a Dionisos que revierta la metamorfosis, ya que se da cuenta de que el don no es tan ventajoso como había pensado inicialmente.
  • 6. 6 4. Dionisos y Ariadna Uno de los pasajes mitológicos más interesantes en torno a Dionisos es el que narra su encuentro con Ariadna, princesa de Creta, que acabará siendo su esposa. Ariadna, hija de Minos y Pasífae, vivía en Creta junto al laberinto del minotauro Asterión, un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro nacido de la unión entre Pasífae y un toro blanco enviado por Poseidón. El minotauro es, en este mito, el gran incomprendido, castigado por una falta de la que es inocente, a la vez sagrado y maldito. Androgeo, príncipe de Creta y hermano de Ariadna, acudió a competir en los juegos panatenaicos y venció a todos los atenienses que, enfurecidos por la victoria del extranjero, lo asesinaron. Para vengar la muerte de su hijo, Minos declaró la guerra a Atenas y ganó la batalla, por lo que quedó establecido que cada año debían ser enviados a Creta catorce jóvenes atenienses (siete hombres y siete mujeres) que serían entregados en sacrificio al minotauro. Durante muchos años, hombres y mujeres eran reclutados a la fuerza e introducidos en el laberinto cretense para servir de alimento al monstruo. Al cabo de un tiempo al príncipe Teseo, hijo del rey ateniense Egeo, le tocó ir a Creta para ser sacrificado al minotauro; el joven se propuso matar a Asterión y acabar así con la condena impuesta a su pueblo. Acompañado de otros trece jóvenes atenienses, Teseo se embarca rumbo a la isla. Ariadna se enamora de Teseo en cuanto lo ve y decide ayudarle a matar al minotauro. Dédalo, constructor del laberinto, había explicado a Ariadna cómo entrar y salir de él y le había entregado un ovillo mágico que permitía transitar por su interior sin perderse. Como prueba de amor, Ariadna entrega a Teseo un valioso regalo, el ovillo, que se acompaña de la transmisión de un saber sobre las rutas del laberinto. Ella comparte su conocimiento con Teseo y permite que el héroe obtenga la gloria y venza al minotauro. A cambio, él le promete que la llevará a Atenas y se casará con ella. Ilusionada ante esta perspectiva, la princesa entrega a Teseo un extremo del ovillo mágico y ella se queda a la entrada del laberinto sujetando el otro extremo; él se interna en el laberinto, mata al minotauro y sale para reencontrarse con la joven. Ariadna huye con Teseo pero, en mitad de la travesía hacia Atenas, en la isla de Naxos, él la abandona mientras está dormida en la playa. En este relato, Ariadna encarna el estereotipo de la joven enamorada que traiciona a su familia y huye de su hogar para estar junto a su amado, pero este no está a la altura del amor que Ariadna le ofrece y, en un acto de cobardía, la abandona mientras ella duerme.
  • 7. 7 El hilo de Ariadna representa la atadura, el vínculo que une a los dos miembros de la pareja y los compromete recíprocamente. El ovillo que permite al héroe entrar y salir del laberinto lo ata después a su salvadora; él rompe el lazo cuando abandona a Ariadna y huye furtivamente. Teseo se aprovecha de Ariadna para aumentar sus hazañas heroicas; Ariadna es la recompensa, el premio que recibe el héroe tras haber vencido al monstruo. Sin embargo ese premio tiene su reverso, y acaba por convertirse en una carga excesivamente pesada que Teseo quiere dejar atrás. Después del abandono de Teseo, hay varias versiones sobre lo que le sucedió a Ariadna, si bien la que aquí nos interesa es la que narra que Dionisos, enamorado de la princesa, acude a su encuentro y se casa con ella. Algunas fuentes atribuyen un final desdichado a este matrimonio, ya que afirman que Artemisa (Diana), celosa de la joven cretense, la mata. Otra variante del mito, recogida entre otros por Hesíodo, sostiene que Ariadna, a través de su enlace con Dionisos, alcanza la inmortalidad. En todo caso, Ariadna y los elementos asociados a ella, el ovillo y el laberinto, adquieren otra dimensión simbólica a partir de su encuentro con Dionisos, el dios del vino, del éxtasis místico y de la embriaguez. Dionisos honra a la madre y, a través de ella, a todas las mujeres, y representa un nuevo modo de relación entre lo masculino y lo femenino1 . Además, es el dios transgresor que irrumpe en el flujo del tiempo cotidiano y lo altera. La celebración dionisíaca se abre a lo inesperado, rompe con la monotonía y posibilita que aflore lo que estaba oculto y reprimido porque, de la mano de este dios, “uno se pierde en sí para encontrarse a sí mismo” [Vernant (1982), p. 169]. La existencia se enriquece con la presencia de Dionisos, que permite que el tiempo vital se multiplique y trascienda sus límites. No hay una preocupación por la inmortalidad sino que “todo se juega aquí, en la existencia presente” [Vernant y Vidal-Naquet (1992), p. 260], cuyo carácter complejo y poliédrico se ve reflejado en el espejo de Dionisos. Lo dionisíaco se asocia a que “las profundidades de la realidad se han abierto, las formas elementales de todo lo que es creativo, de todo lo que es destructivo, han aflorado”, [Otto (1965), p. 95] pues esta deidad ambivalente conecta lo elevado y lo subterráneo, lo visible y lo invisible, lo expresado y lo silenciado. Se borran las fronteras entre lo divino y lo humano y Dionisos “arrastra al ser humano al universo del devenir, de lo sensible, de la multiplicidad, para hacerle traspasar sus propias fronteras y 1 Esta interpretación de Dionisos se apoya particularmente en Las Bacantes de Eurípides.
  • 8. 8 entrar en la esfera de lo inefable, lo permanente, lo uno, el eterno retorno” [Vernant y Vidal-Naquet (1992), p. 263]. Este dios reúne y conecta. Es alteridad, para este dios todo son máscaras, la identidad no es unívoca sino laberíntica, y en el espejo iniciático que Dionisos porta “nuestro reflejo se perfila como una figura extraña, una máscara que, frente a nosotros, nos mira” [Vernant (1982), p. 169]. Dionisos nos empuja a tomar conciencia de la multiplicidad que nos constituye y a jugar con todas nuestras máscaras, lo que equivale a recorrer todos los caminos de nuestro laberinto. La conexión simbólica entre Ariadna y Dionisos es evidente, ya que el espejo y el laberinto aluden a nuestra realidad más profunda, a nuestra existencia que surge como una síntesis de elementos diversos: todos los reflejos que el espejo nos devuelve, o todas las rutas que podemos hacer por el laberinto. Al contrario que Teseo, Dionisos no teme a las ataduras que la relación con Ariadna implica; se compromete con ella precisamente porque se siente atraído por su hilo y porque desea conocer, de la mano de Ariadna, el laberinto y sus secretos. En relación con lo femenino, “Dionisos es el amante de mujeres que tienen el centro en sí mismas, que no están definidas por sus relaciones con hombres concretos” [Downing (1998), p. 80] sino que transitan por sus propios laberintos en busca de su identidad. Dionisos da a Ariadna el papel de mujer adulta: le ofrece vino y la invita a explorar sus propios límites. “Ariadna incardina la duplicidad del eros conyugal de la mujer adulta” [Calame (1996), p. 250], es consorte de Dionisos y se sitúa en un plano de igualdad y reciprocidad con respecto a él. En esta unión él toma el hilo que ella le tiende y llega hasta el centro del laberinto, y ella, que creía conocer el laberinto, se interna otra vez en él con una nueva mirada, propiciada por la conexión entre distintos mundos que Dionisos representa. A partir de su encuentro con el dios, ella olvida la traición de Teseo y pasa a ser una mujer que ama y que es amada y aceptada por el esposo en toda su complejidad. En este sentido, el par Ariadna-Dionisos simboliza la madurez del compromiso y la reciprocidad de la relación conyugal. Ni Dionisos teme al laberinto, ni Ariadna siente miedo ante la ruptura del orden establecido representado por el dios, pues sabe que adentrándose en la senda que él le indica podrá llegar a conocer aspectos insólitos del laberinto. Ariadna nos recuerda que el conocimiento profundo de las cosas siempre implica una cierta audacia, pues requiere ir más allá de lo establecido. Junto a Dionisos, Ariadna ya no espera fuera del laberinto mientras otro entra, sino que se interna en él.
  • 9. 9 5. La embriaguez dionisíaca como ruptura del orden temporal Dionisos es el dios que transgrede y altera la sucesión temporal lineal. En la figura de Dionisos se sintetizan lo espiritual -representado por Zeus- y lo terrenal -papel que cumple Semele, que es humana y, por tanto, incapaz de resistir la presencia de lo divino-. Semele perece abrasada por los rayos de Zeus al contemplar a su dios-amante en su forma divina, pero el hijo que ella alberga en sus entrañas, Dionisos, logra sobrevivir a las llamas porque “fue salvado por la mano poderosa de su padre” [Guerber (2000), p. 126]. El propio Zeus tomó al hijo de las entrañas de la madre. Esta dualidad constitutiva, humana y divina, permite a Dionisos quebrar a la vez los dos planos de temporalidad, el cíclico y el lineal, puesto que la irrupción del dios altera la circularidad del tiempo cósmico, y también por medio de él adviene el caos que enmaraña los hilos que tejen las Moiras. Cuando aparece el dios del éxtasis místico, del vino y de la embriaguez, “el ser ordenado en el tiempo, tejido con los hilos del tiempo, se torna vacío y hueco, y da comienzo la fiesta de Dioniso, transmutador del tiempo” [Jünger (2006), p. 163]. La celebración dionisíaca da paso a la incertidumbre y lo inesperado, rompe con la monotonía de lo cotidiano y posibilita la emergencia de lo que había permanecido oculto o reprimido. Esta figura mítica pone de manifiesto la precariedad del orden humano, pues una de las principales consecuencias desencadenadas por la turbulencia que acompaña a Dionisos es que “el mundo que el hombre conoce, el mundo en que se ha asentado de modo seguro, deja de existir” [Otto (1965), p. 95], el orden humano se tambalea al entrar en contacto con el caos, cuyo torrente es mucho más poderoso y fluye con más fuerza, arrastrando en su torbellino el fino hilo de la vida humana tomada aisladamente2 . Dionisos es el dios que reúne y conecta, que lleva a cabo la síntesis de lo heterogéneo3 : “su poder significa olvido de sí mismo y de todo principio de individuación, reconcilia a los hombres entre sí y al ser humano con la naturaleza” [Laiseca (2001), p. 286]. Además, esa multiplicidad y dispersión presentes en lo dionisíaco permiten que aflore la 2 Nietzsche relaciona a Dionisos con la creatividad artística. Sobre esta cuestión, cfs. Sánchez Meca, D. (2005), Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo, Madrid, Tecnos. El cuadro de Velázquez ‘El triunfo de Baco’ refleja esa transgresión del orden establecido ocasionada por el dios. 3 Dionisos representa la promesa de reunificación de lo disperso porque, según el relato mitológico, cuando era niño fue despedazado por los Titanes y su abuela, Rea (la madre de Zeus y que, como ya se ha dicho, representa la fecundidad femenina), reunió los fragmentos y consiguió hacer revivir a Dionisos y devolverle a su figura primitiva.
  • 10. 10 creatividad, manifestada en el cauce de lo espontáneo y lo desorganizado, inesperado, ya que lo creativo implica siempre un cambio de perspectiva ante las cosas y la aplicación de un punto de vista insólito y alejado de la visión cotidiana del mundo, ordenada y utilitarista. Dionisos transgrede la sucesión del tiempo lineal, rompe el tejido del tiempo ordenado y tiende al ser humano un nuevo hilo que ya no es el de las Moiras, sino el hilo de su esposa Ariadna, que nos permite huir del destino preestablecido y transitar por el laberinto de las pasiones y miedos más ocultos. Por medio de la fiesta y la embriaguez Dionisos, el dios del devenir, nos induce momentáneamente el olvido de la muerte, nos separa de la línea recta que conduce a la finitud y nos insta a adentrarnos en la maraña y el caos de lo que somos, a recorrer el laberinto siguiendo un itinerario que, al contrario que el de la vida ordenada y entretejida por las Moiras, no está fijado de antemano. La temporalidad de Dionisos no está organizada linealmente ni sometida a la vara de medir de las Moiras sino que está ligada al ovillo mágico de Ariadna, ese hilo interminable que permite desviarse del destino preestablecido y transitar infinitas veces por el laberinto de lo monstruoso, lo incierto o lo temible… Dionisos y Ariadna nos instan a adentrarnos en nuestro propio laberinto y recorrerlo siguiendo itinerarios no prefijados. Y el hilo de Ariadna, profunda conocedora de ese espacio y hermanastra del monstruo que lo habita, servirá para que siempre podamos entrar y salir de él. El viaje al caos realizado en compañía de Dionisos es siempre un viaje de ida y vuelta, la quiebra del orden temporal lineal provocada por la irrupción de lo dionisíaco no es definitiva sino que supone un punto de fuga, una cierta discontinuidad. En cuanto Dionisos desaparece el tiempo de la vida se reanuda, regresa la consciencia. Sin embargo, la existencia se enriquece con la presencia de Dionisos, que permite que el tiempo de la vida se expanda y trascienda sus propios límites. Pero ese ‘espesor’ de la temporalidad suscitado por Dionisos es inquietante, pues la llegada de este dios implica que “las profundidades de la realidad se han abierto, las formas elementales de todo lo que es creativo, de todo lo que es destructivo, han aflorado, trayendo con ellas infinito terror” [Otto (1965), p. 95]. En él se aglutinan lo divino y lo subterráneo, lo visible y lo invisible, y es por ello que lo dionisíaco conecta con la dimensión de lo sublime, con lo que nos asombra y da miedo con respecto a nosotros mismos. Dionisos nos obliga a asomarnos al caos de lo que somos, y solo a través de una voluntad férrea lograremos dominar el miedo que nos produce mirar de frente al fondo del abismo.
  • 11. 11 6. Bibliografía - Calame, C. (1996), Thésée et l’imaginaire athénien. Légende et culte en Grèce antique, Dijon, Payot Lausanne. - Detienne, M. (1985), La invención de la mitología, Barcelona, Península. - Downing, C. (1998), La diosa. Imágenes mitológicas de lo femenino, Barcelona, Kairós. - Eliade, M. (1999), Historia de las creencias y las ideas religiosas. Vol. I. De la Edad de Piedra a los Misterios de Eleusis, Barcelona, Paidós. - Euripide (2006), Les Bacchantes, Paris, Les belles lettres. - Fernández Guerrero, O. (2014) “Cronos y las Moiras. Lecturas de la temporalidad en la mitología griega”. Pensamiento. Revista de Investigación e Información Filosófica, vol. 70, n. 263, pp. 307-322. _____________ (2013) “El saber es poder. La diosa Ariadna como paradigma de emancipación femenina”. Líneas. Revue interdisciplinaire d’études hispaniques, n. 3. - Gadamer, H.-G. (1997), Mito y razón, Barcelona, Paidós. - García Gual, C. (1997), Diccionario de mitos, Barcelona, Planeta. - Guerber, H. A. (2000), The Myths of Greece and Rome, Ware, Wordsworth. - Hesíodo (1978), Obras y fragmentos. Teogonía. Trabajos y días. Escudo. Fragmentos. Certamen, Madrid, Gredos. - Jünger, F. G. (2006), Mitos griegos, Barcelona, Herder. - Laiseca, L. (2001), El nihilismo europeo, Buenos Aires, Biblos. - Otto, W. (1965), Dyonisus: Myth and Cult, Bloomington, Indiana University Press. - Sánchez Meca, D. (2005), Nietzsche. La experiencia dionisíaca del mundo, Madrid, Tecnos. - Vernant, J.-P. (1993), Mito y pensamiento en la Grecia Antigua, Barcelona, Ariel. _____________ (1982), L’individu, la mort, l’amour. Soi-même et l’autre en Grèce ancienne, Paris, Gallimard. - Vernant, J.-P. y Vidal-Naquet, P. (1992), La Grèce ancienne 3. Rites de passage et transgressions, Paris, Éditions du Seuil. - Zubiri, X. (2008), Espacio, tiempo, materia, Madrid, Alianza Editorial.