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Historia del vino en la literatura: antología de textos
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UNIVERSIDAD DE LA EXPERIENCIA
2018
EL VINO COMO MOTIVO LITERARIO
Miguel Ángel Muro
(Universidad de La Rioja)
(miguel-angel.muro@unirioja.es)
Vino y literatura: relación fecunda, temprana y “mediterránea”
La relación entre el vino y la literatura se inicia tempranamente en la historia de la
humanidad y se desarrolla de forma estrecha, siglo a siglo, hasta llegar a la actualidad; como
escribe Borges: “Vino que como un Eufrates patriarcal y profundo/ Vas fluyendo a lo largo
de la historia del mundo.” Esta vinculación se produce, en particular, en las regiones que,
grosso modo, podemos denominar mediterráneas y del Cercano Oriente, por la gran
importancia que este producto tuvo o tiene en la vida cotidiana de esos pueblos.
El vino impregna los textos literarios fundamentadores de civilización...
Acceder a la Biblia, a la Ilíada, a la Eneida o al Corán, es situarse en el origen de
civilizaciones esenciales para la configuración de buena parte de la humanidad y es
encontrar en ellos el vino como motivo de gran importancia.
...y continúa haciéndolo hasta la actualidad:
la historia del vino es una historia de la literatura
Desde estos textos hasta la actualidad la historia de la literatura es también, en buena
medida, la historia del vino, como puede comprobarse en textos capitales como Las mil y
una noches, El Quijote, Fausto o, llegando a nuestros días y a España, la poesía de Claudio
Rodríguez.
El vino muestra facetas básicas de lo humano
De enorme importancia es la religiosa, visible en la Biblia, en los clásicos griegos y latinos
o en el Corán.
El vino se muestra, asimismo, en la literatura en la cotidianidad de la vida, como bebida
más o menos usual, según zonas y clases sociales, diferenciando, por lo general, entre
hombres y mujeres (e, incluso, niños); la literatura muestra entonces el vino relacionado con
las costumbres, las prácticas de cortesía o las celebraciones.
Relacionada con las anteriores facetas, está la moral-sapiencial: tanto los libros sagrados,
como los meramente literarios, advierten sobre los beneficios y perjuicios del vino.
En la vinculación del vino con las celebraciones, y aun con la vida cotidiana, es muy
frecuente encontrarlo relacionado con la alegría y, por ende, con el placer: con el de la
buena mesa, por supuesto, pero también con el erotismo y el sexo; como expresa muy bien
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Montaigne en sus Ensayos: “Un hablar abierto abre otro hablar y lo saca fuera, como hace el
vino con el amor”
Diferentes vinos en diferentes vasijas literarias
La historia de la literatura acoge referencias de autores y textos de épocas,
literaturas y géneros distintos; es comprensible que entre ellos el vino adquiera
tonalidades bien distintas, desde las referencias realistas, cargadas de valor
costumbrista, de El Jarama, al potente simbolismo de numerosos textos poéticos, de la
excepcional evocación imaginativa de numerosos pasajes de Álvaro Cunqueiro, a la
rareza expresiva de un Pere Gimferrer, quien no duda en denominarlo “linfa carmesí”.
Mi bodega literaria
Si tuviera que señalar los puntos más sobresalientes de este itinerario; me
inclinaría por citar el poema “El borracho” de la Biblia; la referencia de la Cábala al
vino mezclado con el veneno de la Serpiente; el verso de Alceo en que anima a no
plantar ningún árbol antes que la vid o el tópico del vino como don de los dioses a los
humanos para olvido de la tristeza; varios poemas de Anacreonte; la clasificación que
hace Hipócrates de diferentes vinos y de sus propiedades médicas; las curiosas
consideraciones de Epicuro sobre la composición del vino y el calor; la leyenda tiria
referida en en Leucipa y Clitofonte sobre el origen del vino; la fantástica imagen de las
mujeres-vides en Luciano de Samósata; las referencias de Trimalción al comercio de
vino en el Satiricón; numerosos poemas de la poesía persa medieval y los del chino Li-
Po (con su referencia a la Estrella del Vino); el relato de la sabia y hermosa esclava
Twaddud en Las mil y una noches; los textos sobre el vino en los conventos reflejados
en las cartas de los amantes Abelardo y Eloísa; el vitalista vino goliárdico; el pasaje
sobre los malos efectos del vino del Libro de Buen Amor; la sátira feroz sobre la mujer
embriagada del Corbacho; los torrentes de vino de Rabelais; la expresiva y grosera
leyenda sobre Mahoma y el vino de Leonardo da Vinci; el relato sobre el valor que se le
ha de dar a un buen vino del Decamerón; el elogio al vino entonado por Celestina; el
dibujo expresivo de la perseverancia industriosa y arriesgada de Lazarillo en pos del
jarro; la no menor de Estebanillo González; el pasaje sobre el sentido del “vino
adobado” en los comentarios de San Juan de la Cruz a su Cántico espiritual; la imagen
imborrable de la asombrosa blancura de la infanta de Francia que permitía ver pasar por
su garganta el vino tinto que bebía (como refiere el Tirant lo Blanc); las páginas
irrenunciables y llenas de vida con dos gozosos bebedores: Sancho y Falstaff; la
hermosa apreciación de Lope (“que como al señor la rosa/ le huele al villano el vino.”);
la escena del Fausto donde el vino es un poderoso tentador; la imagen poética de
Novalis que relaciona las estrellas y el vino; el jocoso poema “Los viejos y el vino” de
Rosalía de Castro; la serie “Los vinos” de Baudelaire; los pasajes de La nueva Eloísa
donde se habla de la elaboración de diferentes vinos; el uso perverso de Sade y el
morboso de Sacher-Masoch; las consideraciones de Renzo, en Los novios, sobre la
mezcla de vino y palabras; la apreciación hecha en Los miserables sobre los cuatro
grados a que desciende un borracho; los detalles sobre el vino en El conde de
Montecristo; el champaña que desborda las copas y cae la nieve en la despedida de
Yelena en En vísperas de Turgenev; la descripción que hace Gogol de la muerte de un
borracho por ignición; la riqueza de facetas sobre el vino de la obra de Balzac; la gracia
de Flaubert al definir el vino en el Diccionario de Tópicos; la grosera celebración con
champaña en Bola de sebo o en Naná; la violencia del vaso de vino que se obliga a
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beber a Oliver Twist; el gesto automático de coger la licorera con oporto de otro
personaje en la misma obra de Dickens; la expresiva referencia que se hace en Grandes
esperanzas a una “cara empapada en vino”; el vaso de vino con que se compra algo de
clemencia en La casa de los muertos de Dickens; el brindis con champaña y copas rotas
(a la rusa) en Guerra y paz; la fuerza del tópico in vino veritas; en el artículo
“Nochebuena de 1836” de Larra y en la confesión de Juanito Santa Cruz en Fortunata y
Jacinta; las consideraciones de Zola en La taberna sobre lo pernicioso del vino para los
trabajadores; los amplios y detallados pasajes de Blasco Ibánez en La bodega sobre la
elaboración y comercialización del jerez (y las malas prácticas de envejecimiento rápido
e imitación fraudulenta de otros vinos); el terrible champaña con que se brinda por el
principio de la Primera Guerra Mundial en Los cuatro jinetes del Apocalipsis; la
extrañeza y fuerza del vino lunar de Lovecraft o del vinum sabbatti de Machen o del
vino satánico o negro de José Martí; la atractiva descripción de Virginia Woolf en Las
olas de las sensaciones que produce un buen vino; la enemiga de la Muerte al vino en
Estado de sitio de Camus y la vinculación del vino con la vida en el Galileo de Brecht;
la imagen potente y desoladora de los soldados comiendo sopas de vino en sus cascos
de guerra antes de la batalla en Madre Coraje; o la festiva de los seminaristas bebiendo
vino blanco en orinales en Belarmino y Apolonio de Pérez de Ayala; las curiosas
apreciaciones de Francis Ponge sobre la condición del vino y su secreto; las páginas de
Baroja sobre el gusto por el vino de los vascongados; riojanos o navarros; las
consideraciones sobre la correspondencias de distintos vinos con sus manjares
apropiados, de Valle, como la idea de Fuso Negro de soltar de una vez todo el vino del
mundo; el poema sobre las viñas y la madre muerta y la imagen de “los hombres del
vino”, de Neruda; las apreciaciones adversas al champán de Ramón Gómez de la Serna;
las páginas de Blasco; Azorín; Gómez de la Serna o Juan Ramón Jiménez sobre la
crisis vitivinícola de principios del siglo XX; las tristes consideraciones de un viejo en
Campo del moro de Aub (“llega un momento en que al hombre solo le queda el vino
[…] Por algo se llama al vino la leche de los viejos.”); las apreciaciones alegres de
Cunqueiro en Las mocedades de Ulises: “El vino es la raza humana mejorada” o el
relato de Tadeo y su túnica envinada; la serie de fragmentos sobre juegos eróticos con el
vino; la leyenda de la Piedra del vino en Madera de boj; la violencia irresponsable al
obligar a beber a un pobre enfermo en “Caballo de pica” de Aldecoa; los catorce vasitos
que condensan una tarde en El Jarama; el personaje llamado el “Trasgo del Sur”, de
Ana María Matute; los pasajes sobre el vino en la alta burguesía madrileña franquista de
Rafael Chirbes o Manuel Longares; la satírica estampa de la publicitaria de una revista
de vinos y sus cuitas en Los viejos amigos de Chirbes; el relato de Gautier (recogido
por Atxaga) del bailarín vasco en torno al vaso de vino y de su parecido entre la Muerte
y nosotros; la apreciación del gran valor del vino como regalo que hace Soledad
Puértolas en Burdeos; o la gracia juerguista que tiene la Cofradía del santo laico
Gerónides en La fuente de la edad de Mateo Díez.
HISTORIA DEL VINO EN LA LITERATURA:
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ANTOLOGÍA DE TEXTOS
LA PRIMERA COSECHA:
EL VINO DE LOS ORÍGENES:
EL GILGAMESH MESOPOTÁMICO
Se trata de un relato épico que cuenta las hazañas del héroe sumerio Gilgamesh.
Estas son las palabras injuriosas dichas por el amigo del héroe a la Cortesana:
Habitarás en la soledad,
Frecuentarás la sombra de las murallas
Zarzas y espinas
Dejarán tus pies en carne viva
Borrachos y sedientos de vino
Te abofetearán a su antojo
En la calle
Te gritarán”
EL VINO EGIPCIO:
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VINO DE LOS VIVOS
Y DE LOS MUERTOS
Los egipcios de clase alta gozaron del buen vino importado y del producido en el
delta del Nilo. El vino aparece en los textos religiosos vinculado a Osiris y a la diosa
Athor, sobre todo en el Libro de los Muertos, conjunto de rezos e indicaciones para
ayudar al alma del difunto a llegar al Paraíso, a las Praderas de los Dioses. El vino
aparece también en la fiesta egipcia, como lo muestra este exto de Heródoto sobre la
Fiesta de la diosa Bastit:
“Cuando se trasladan a la ciudad de Bubastis, hacen lo siguiente: resulta que
hombres y mujeres navegan juntos y, en cada baris, va un gran número de
personas de uno y otro sexo; algunas mujeres llevan crótalos y los hacen
repicar; algunos hombres, por su parte, tocan la flauta durante todo el trayecto,
mientras que el resto de las mujeres y hombres cantan y tocan palmas. Y
cuando en el curso de su travesía, llegan a la altura de alguna otra ciudad,
acercan la baris a tierra y hacen lo siguiente: mientras algunas mujeres hacen
lo que he dicho, otras se burlan a voz en grito de las de la ciudad en cuestión,
otras bailan y otras, de pie en la embarcación, se desnudan. Esto es lo que
hacen a su paso por todas las ciudades ribereñas. Y se consume más vino de
uva en esa fiesta que en todo el resto del año. Y al decir de los lugareños, sin
contar los niños, entre hombres y mujeres, se reúnen hasta setecientas mil
personas.”
EL VINO EN LA BIBLIA: TODOS LOS VINOS
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La Biblia es un “Libro de Libros” que recoge la visión del mundo, la moral, los
ritos y vida cotidiana de los Hebreos. Siendo su cultura agrícola y vitivinícola, la Biblia
está “empapada” de vino y nos lo muestra en numerosas facetas de la vida de los
hombres y en su relación con Dios.
La dualidad sobre el vino, su perjuicio y beneficio, ha estado presente en la
literatura moral a lo largo de la historia. Así, junto a estas admoniciones, concretas y
escuetas, el libro de los Proverbios de La Biblia dedica un poema a “El borracho”,
donde se trata el motivo con extensión y cierta malicia graciosa, reconociendo el
atractivo del vino, en uno de los textos más interesantes de toda la literatura sapiencial
antigua:
“El borracho
¿De quién los ayes? ¿De quién los lamentos?
¿De quién las riñas? ¿De quién las quejas?
¿De quién las heridas sin motivo?
¿De quién los ojos turbios?
De los que se entretienen con el vino,
los que andan saboreando mezclas.
No mires al vino: ¡Qué rojo está!
¿Cómo brilla en la copa! ¡Qué suavemente pasa!
Al final muerde como serpiente,
pica como una víbora.
Tus ojos verán alucinaciones,
tu mente te sugerirá incoherencias.
Te sentirás como viajero en alta mar,
como sentado en la punta de un mástil.
‘Me han pegado y no me ha dolido,
me han golpeado y no siento nada.
En cuanto espabile, voy a pedir más’.”
El texto más importante sobre el vino en el Nuevo Testamento es el relativo a su
conversión en la sangre de Dios en el rito de la Última Cena:
Mientras cenaban, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se
lo dio a sus discípulos diciendo:
–Tomad y comed; esto es mi cuerpo.
Tomó luego una copa y, después de dar gracias, se la dio diciendo:
–Bebed todos de ella, porque ésta es mi sangre, la sangre de la alianza,
que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Os digo que ya no
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volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros,
nuevo, en el reino de mi Padre. (Mateo, 26, 26-30)
EL PODER DE DIONISOS:
EL VINO EN GRECIA
El vino alcanza en Grecia una importancia cultural mayor que en ninguna otra
civilización anterior. Se trata de la primera cultura que tiene un dios específico del vino:
Dionisos (los romanos lo llamarán Baco).
La tragedia de Eurípides Las Bacantes presenta la llegada de Dionisos a Grecia y
la lucha contra la incredulidad (en el fondo, señala la lucha entre la cerveza, tradicional,
y el vino, que llegaba de Asia Menor). Este fragmento pone de relieve la importancia
primordial del Dios del vino:
Ese dios, ese reciente, del que tú haces burla, no podría yo definir bien su
grandeza, cuán grande será por toda Grecia. Porque –¿sabes, joven?– dos
son los principios fundamentales para la humanidad: la diosa Deméter –que es
la tierra, llámala con el nombre que quieras de los dos–, ella sustenta a los
mortales con los alimentos secos; y el que luego viene, con
equilibrado poder, el hijo de Sémele. Inventó la bebida fluyente del racimo
y se la aportó a los humanos. Ésta calma el pesar de los apurados mortales,
apenas se sacian del zumo de la vid, y les ofrece el sueño y el olvido de los
males cotidianos. ¡No hay otra medicina para las penas! Él, que ha nacido para
ser dios, se ofrece a los dioses en las libaciones, de modo que por su
mediación obtienen los hombres los bienes.”
Eurípides, Las Bacantes
El deseo de placeres menudos (también el estremecimiento ante la vejez y la
muerte) caracteriza el mundo literario de Anacreonte (572-485 a.C.), poeta que da
nombre a la corriente literaria que canta el disfrute del placer sencillo (y también algo
pecaminoso, claro es): amigos y amigas, vida regalada y vino, sin estridencias, en tono
menor, con una mesura que tanto puede pasar por contención, como con languidez,
aunque la intensidad de la celebración llega a hacerla dolorosa, por la proximidad de la
pérdida, de la vejez y de la muerte:
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“Hala, trae, muchacho,
la jarra: de un golpe
irá el primer trago;
mas tú pon diez cazos
de agua por los cinco
de vino, que incluso
celebrando a Baco
quiero ser modesto
Hala, acabad ya
con ese barullo
y esos gritos, déjese
de hacer el escita
bebiendo del vino:
a sorbos tomémoslo,
entre hermosos himnos.”
Homero es, sin duda, el más grande escritor de la antigüedad, el Padre de la
literatura. El vino tiene una presencia grande en la Ilíada, donde se narra la guerra de
Troya. La Odisea cuenta las aventuras de Ulises, héroe aqueo, a quien los dioses
castigan haciendo casi imposible su regreso a Ítaca, su reino, poniendo en su camino
dificultades sin cuento. En una de estas aventuras, Ulises y sus hombres caen en poder
del gigante Polifemo, ser monstruoso, de un solo ojo, caníbal y bebedor insaciable del
vino que producen las cepas silvestres de su isla. Ulises lo va a burlar dándole a beber el
mejor vino de Troya. Se oponen en este pasaje el vino silvestre de los gigantes y el
refinado de los humanos:
Entonces me acerqué y le dije al Cíclope sosteniendo entre mis manos
una copa de negro vino:
‘¡Aquí, Cíclope! ¡Bebe vino después que has comido carne humana, para
que veas qué bebida escondía nuestra nave. Te lo he traído como libación, por
si te compadecías de mí y me enviabas a casa, pues estás enfurecido de forma
ya intolerable. […]’
Así hablé, y él la tomó, bebió y gozó terriblemente bebiendo la dulce
bebida. Y me pidió por segunda vez:
‘Dame más de buen grado y dime ahora ya tu nombre para que te ofrezca
el don de la hospitalidad con el que te vas a alegrar. Pues también la donadora
de la vida, la Tierra, produce para los Cíclopes vino de grandes uvas y la lluvia
de Zeus las hace crecer. Pero esto es una catarata de ambrosía y néctar’.
Así habló, y yo le ofrecí de nuevo rojo vino. Tres veces se lo llevé y tres
veces bebió sin medida. Después, cuando el rojo vino había invadido la mente
del Cíclope, me dirigí a él con dulces palabras:
‘Cíclope, ¿me preguntas mi célebre nombre? Te lo voy a decir, mas dame
tú el don de la hospitalidad como me has prometido. Nadie es mi nombre y
Nadie me llaman mi madre y mi padre y todos mis compañeros’.
Así hablé, y él me contestó con corazón cruel:
‘A Nadie me lo comeré el último entre sus compañeros, y a los otros
antes. Este será tu don de hospitalidad’.
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Dijo, y reclinándose cayó boca arriba. Estaba tumbado con su robusto
cuello inclinado a un lado, y de su garganta saltaba vino y trozos de carne
humana; eructaba cargado de vino.”
LOS AROMAS DEL FALERNO
EL VINO EN LA LITERATURA LATINA
Roma heredó de Grecia el gusto por el vino (por el buen vino), su comercio, su
presencia en los ritos religiosos y también en la literatura. Vamos a ver a dos de sus
mejores autores y cómo aparece el vino en sus escritos.
Horacio: El vino de la amistad
“Contigo compartí la derrota de Filipo, allá cuando en la huida olvidé mi escudo
¡vergüenza me da decirlo!; allá en aquel aciago día en que el valor fue vencido
y en que se vio a los más bravos dar con la frente en la tierra avergonzada. […]
Ofrece, pues, a Júpiter el sacrificio que le debes; ven a descansar bajo mi
laurel tu cuerpo fatigado por tus largas guerras; no perdones el vino de los
toneles que te han sido destinados Escancia las copas del Másico que hace
olvidar todo; desparrama los perfumes de esas anchas cuencas.¿Quién va a
preparar de seguida frescas coronas de apio o mirto?¿Quién será nombrado
por la diosa Venus rey de los bebedores? No quiero ser hoy más juicioso que
un tracio. Dulce cosa es perder la razón a la vuelta de un amigo.”
Ovidio: El vino del amor
El vino que haya mezclado [tu marido] para dártelo a ti –no seas tonta– manda
que se lo beba él. Tú pídele al sirviente, en voz baja, lo que por ti misma
prefieras. La copa que tú hayas devuelto la cogeré yo antes que nadie y beberé
por la misma parte por la que tú hayas bebido. […] Pídele a tu marido
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continuamente que beba, pero no acompañes con besos tus súplicas, y
mientras bebe, a escondidas, añádele vino puro si puedes. Cuando, bien
cargado de sueño y de alcohol, se quede dormido, el momento y el lugar nos
dirán qué tenemos que hacer.” (Amores)
EL VINO MEDIEVAL
En la Edad Media el vino ya está extendido por todo el mundo civilizado, tanto en
Oriente como en Occidente. En la remota China encontramos a un poeta que tiene el
vino como motivo poético. En Oriente Próximo y en Occidente el vino va a estar muy
ligado a la religión. El Islam muestra la difícil convivencia entre la tradición vinícola de
lugares como Persia y la prohibición post-coránica de beber vino, que a veces no fue
muy extrema. En Occidente el vino se vincula también a la Iglesia, tanto porque parte
de su expansión tuvo que ver con la necesidad de viñas y vino para celebrar la Misa,
como porque, ya asentadas las naciones tras la caída del Imperio Romano, las órdenes
religiosas dispusieron de vino para su dieta.
EN ORIENTE:
El vino del poeta chino enamorado de la luna
LI-PO (701-762?)
LA ESTRELLA DEL VINO
Si el Cielo no tuviera amor por el vino,
no habría una Estrella del Vino en el cielo.
Si la Tierra no tuviera amor por el vino,
no habría una ciudad llamada Fuentes del Vino.
Como el Cielo y la Tierra aman el vino,
puedo amar el vino sin avergonzar al Cielo.
Dicen que el vino claro es un santo,
el vino espeso sigue el camino (Tao) del sabio.
He bebido profundamente del santo y del sabio,
¿qué necesidad hay entonces de estudiar los espíritus y los inmortales?
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Con tres copas penetro en el Gran Tao,
tomo todo un jarro, y el mundo y yo somos uno.
Tales cosas como las que he soñado en vino,
nunca les serán contadas a los sobrios
El complejo y rico vino de persas y musulmanes
El vino en Las mil y una noches
Entre los beneficios del vino está el que disuelve los cálculos renales,
refuerza los intestinos, disipa las preocupaciones, incita a la generosidad,
preserva la salud, ayuda a la digestión, devuelve la salud al cuerpo, hace
desaparecer las enfermedades de las articulaciones, expulsa del cuerpo los
malos humores, incita a la alegría y a la satisfacción, despierta el instinto,
fortifica la vejiga, refuerza el hígado, elimina las obstrucciones, sonroja la cara,
elimina las cosas superfluas de la cabeza y del cerebro, retrasa la fecha de
aparición de las canas y si Dios (¡todopoderoso y excelso!) no lo hubiera
prohibido, nada habría en la superficie de la tierra que pudiese ocupar su
puesto. […] ‘¿Qué clase de vino es el mejor?’ ‘El que ha fermentado ochenta o
más días y que se ha obtenido a partir de uvas blancas que no recuerdan el
agua: no hay nada comparable sobre la faz de la tierra.”
El vino medieval de los cristianos en Occidente
Milagro del monje borracho de Berceo
“De un otro milagro os querría contar
que aconteció a un monje de hábito regular;
quísolo el dïablo durament espantar,
mas la Madre gloriosa súposelo vedar (impedir).
De que estuvo en la orden, bien de que fue novicio,
amó a la Gloriosa siempre hacer servicio;
guardóse de locura, de fablar en fornicio, (pecado)
pero hubo al cabo de caer en un vicio.
Entró en la bodega un día por ventura,
bebió mucho del vino, esto fue sin mesura;
emborrachóse el loco, salió de su cordura,
yació hasta las vísperas sobre la tierra dura.
EL VINO RENACENTISTA:
LA EXALTACIÓN DE LA VIDA
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El Renacimiento supone un nuevo espíritu y una nueva forma de ver la vida,
donde el hombre y la mujer de carne y hueso y sus placeres y desventuras tienen una
importancia grande. En España, personajes como Celestina o el Lazarillo revelan el
gusto de las gentes comunes por el vino, que consumen siempre que pueden. Un
episodio que da buena muestra de este gusto generalizado por el vino lo proporciona el
pequeño Lázaro, que “muere por el vino” y se las industria para poder beberlo:
El vino del Lazarillo de Tormes
Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo
qué podía ser.
–No diréis, tío, que os lo bebo yo –decía–, pues no le quitáis de la mano.
Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla;
mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido.
Y luego, otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no
pensando el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía,
sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta
hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió
el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con
toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer
sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el
pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes como otras veces, estaba
descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que
en él hay, me había caído encima. Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó
de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la
cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los
cuales hasta hoy día me quedé. Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y
aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del
cruel castigo.
Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había
hecho, y sonriéndose decía:
–¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud.”
LOS VINOS DE ALTA EXPRESIÓN DEL BARROCO
El vino gozoso del Quijote: la leyenda del Sancho bebedor
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En Sancho, Cervantes dio cuerpo a un hombre sencillo, capaz de gozar de las
cosas más menudas de la vida, entre las que beber un buen trago de vino y comer algo
de fundamento son de las principales. No son escasas, ciertamente, las desdichas que se
ceban en este labrador bajo y gordote, de barba espesa y aborrascada, de nalgas no
pequeñas y delicadas, pero, sin duda, las que más le cuesta sufrir no son las tundas de
palos o el manteo, sino la constante hambre y privación de vino que pasa al lado de su
señor: buena parte de su alegría y contento va con las alforjas de su amado rucio y éstas
menguan de continuo, cuando no desaparecen, sumiendo al aldeano en una tristeza
mohína; y no es que en ella se guarden manjares exquisitos y delicados, porque bastan
para el placer de Sancho unos mendrugos de pan, unos trozos de queso seco y duro,
algo de cebolla y unos tientos de la bota; la felicidad de Sancho estriba no en la calidad,
sino en la cantidad, aunque no se trate de comer y beber hasta reventar, sino de dejar
satisfecha la andorga.
El pasaje en que Sancho departe, come y bebe con el escudero del Caballero del
Bosque (su convecino Tomé Cecial) es de aquellos en los que la presencia de lo
cotidiano en el Quijote se hace más verosímil, cercana y entrañable:
“Escupía Sancho a menudo al parecer un cierto número de saliva
pegajosa y algo seca, lo cual visto y notado por el caritativo bosqueril escudero,
dijo: paréceme que de lo que hemos hablado se nos pegan al paladar las
lenguas; pero yo traigo un despegador pendiente del arzón de mi caballo, que
es tal como bueno, y levantándose volvió desde allí a un poco con una gran
bota de vino y una empanada de media vara; y no es encarecimiento, porque
era de un conejo alvar tan grande que Sancho al tocarla entendió ser de algún
cabrón, no que de cabrito, lo cual visto por Sancho, dijo: ¿y esto trae vuesa
merced consigo, señor? ¿Pues qué se pensaba? respondió el otro, soy yo por
ventura algún escudero de agua y lana? Mejor repuesto traigo yo en las ancas
de mi caballo, que lleva consigo cuando va de camino un general. Comió
Sancho sin hacerse de rogar, y tragaba a oscuras bocados de nudos de suelta
y dijo: vuesa merced sí que es escudero fiel y legal, moliente y corriente,
magnífico y grande, como lo muestra este banquete, que no ha venido aquí por
arte de encantamiento, parécelo a lo menos, y no como yo, mezquino y
malaventurado, que sólo traigo en las alforjas un poco de queso tan duro, que
pueden descalabrar con ello a un gigante, a quien hacen compañía cuatro
docenas de algarrobas, y otras tantas de avellanas y nueces, merced a la
estrecheza de mi dueño, y a la opinión que tiene y orden que guarda de que los
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caballeros andantes no se han de mantener y sustentar sino con frutas secas y
con las yerbas del campo. Por mi fe, hermano, replicó el del Bosque, que no
tengo hecho el estómago a tagarninas ni a piruétanos, ni a raíces de los
montes: allá se lo hayan con sus opiniones y leyes caballerescas nuestros
amos, y coman lo que ellos mandaren; fiambreras traigo, y esta bota colgando
del arzón de la silla por sí o por no, y es tan devota mía y quiérola tanto, que
pocos ratos se pasan sin que la dé mil besos y abrazos; y diciendo esto se la
puso en las manos a Sancho, el cual empinándola, puesta a la boca, estuvo
mirando las estrellas un cuarto de hora, y en acabando de beber dejó caer la
cabeza a un lado, y dando un gran suspiro dijo: ¡oh hi de puta bellaco, y cómo
es católico! ¿Véis ahí, dijo el del Bosque, en oyendo el hi de puta de Sancho,
cómo habéis alabado este vino llamándole hi de puta? Digo, respondió Sancho
que confieso y reconozco que no es deshonra llamar hijo de puta a nadie,
cuando cae debajo del entendimiento de alabarle.”
El elogio del jerez en el Falstaff de Shakespeare.
En el teatro de William Shakespeare, el vino y, más concretamente, el jerez se
halla estrechamente vinculado a un personaje tan memorable como el Sancho
cervantino: sir John Falstaff, a quien uno de sus compinches de andanzas tabernarias
llama “don Juan Jerez Azucarado.
El mundo de Falstaff es el de la comedia, la taberna, la juerga y el vino; como en
el caso de Sancho Panza, Shakespeare tuvo la habilidad dramática de enfrentarlo al del
drama, el palacio o campo de batalla y las responsabilidades, porque el contraste, revela
con mayor intensidad los claroscuros y los recovecos de la vida. Falstaff, en Enrique IV,
tras la batalla que dará el trono al hasta entonces amigo y como hijo suyo, el príncipe
Hal, entona el himno más entusiasta al jerez que se haya escrito nunca, para explicar la
diferencia entre los dos príncipes, Juan y Hal:
“A fe [dice de Juan] que este mozo impasible no me aprecia, ni hay quien
le haga reír. No es de extrañar: no bebe vino. Estos jóvenes tan sobrios no
llegan nunca a nada, pues se enfrían tanto la sangre con bebida floja y comen
tanto pescado que pillan una especie de clorosis masculina y, cuando se
casan, sólo engendran mozas. Suelen ser necios y miedosos, como algunos lo
seríamos si no fuera por los estimulantes. Un buen jerez produce un doble
efecto: se te sube a la cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y
espesos que la ocupan, volviéndola aguda, despierta, inventiva, y llenándola de
imágenes vivas, ardientes, deleitosas, que, llevadas a la voz, a la lengua (que
les da vida), se vuelven felices ocurrencias. La segunda propiedad de un buen
jerez es que calienta la sangre, la cual, antes fría e inmóvil, dejaba los hígados
blancos y pálidos, señal de apocamiento y cobardía. Pero el jerez la calienta y
la hace correr de las entrañas a las extremidades. Ilumina la cara, que, como
un faro, llama a las armas al resto de este pequeño reino que es el hombre, y
entonces los súbditos viles y los pequeños fluidos interiores pasan revista ante
su capitán, el corazón, que reforzado y entonado con su séquito, emprende
cualquier hazaña. Y esta valentía viene del jerez, pues la destreza con las
armas no es nada sin el jerez (que es lo que la acciona), y la teoría, tan sólo un
montón de oro guardado por el diablo, hasta que el jerez la pone en práctica y
en uso. De ahí que el príncipe Enrique sea tan valiente, pues la sangre fría que
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por naturaleza heredó de su padre, cual tierra yerma, árida y estéril, la ha
abonado, arado y cultivado con tesón admirable bebiendo tanto y tan buen
jerez fecundador que se ha vuelto ardiente y valeroso. Si yo tuviera mil hijos, el
primer principio humano que les enseñaría sería el de abjurar de las bebidas
flojas y entregarse al jerez.”