Felipe II heredó problemas como la rivalidad con Francia y el Imperio Otomano, y enfrentó nuevos desafíos como las revueltas en Flandes y la independencia de las Provincias Unidas. Su política exterior se enfocó en defender los intereses del Imperio Hispánico mediante la guerra y alianzas. En el interior, buscó imponer la autoridad real y la religión católica, lo que llevó a conflictos como la expulsión de los moriscos y la crisis de Aragón.