El documento discute cómo la cultura del espectáculo ha cambiado la forma en que las personas acceden al conocimiento y aprenden. Aunque existe el riesgo de que esto conduzca a una superficialidad, también ofrece nuevas posibilidades para atraer la atención de los estudiantes y facilitar su comprensión si se aplica de manera rigurosa, manteniendo el enfoque en transmitir contenidos valiosos en lugar de sólo entretener. La conclusión es que la cultura del espectáculo puede usarse como una herramienta útil de expresión y comunicación educ
1. LA CULTURA DEL ESPECTÁCULO Y LA EDUCACIÓN
La sociedad está cambiando. Conceptos como globalización, multiculturalidad,
postmodernidad, sociedad de consumo o sociedad de la información, que todos conocemos y
muchos utilizamos en nuestra vida cotidiana nos lo demuestran. También están cambiando, y
de forma drástica, las formas de comunicarse entre las personas. O los canales por los que
accedemos a la información. Además, Internet y las nuevas tecnologías han cambiado quizá
para siempre los conceptos de privacidad, inmediatez o, incluso, realidad.
La forma de acceder de las personas al conocimiento son distintas a las de hace veinte o diez
años. Nuestra capacidad de aprehender conceptos complejos se ha transformado, y si hasta
hace pocos años sólo existía la letra impresa para conseguir avanzar en el conocimiento de
cualquier disciplina, en este momento las posibilidades son muy variadas, aunque con un
denominador común: la intervención de la imagen y el espectáculo en su formulación,
entendido éste último como la capacidad de atraer la atención del espectador o alumno,
dirigiéndonos a él en un lenguaje que le sea conocido y actual, facilitando de esa forma su
comprensión y su aprendizaje.
La cultura del espectáculo, o la cultura como espectáculo, supone la asunción de una nueva
forma de expresión cultural, distinta a la tradicional, aunque no necesariamente peor que ésta.
Podemos recibirla como un paso atrás en los modelos de desarrollo cultural de la sociedad, y
pretender ignorarla dentro de la formación reglada, manteniendo los criterios formativos ya
conocidos, e incluso intentando contrarrestarla por considerar que puede tener efectos
negativos. Pero esta actitud, en mi opinión, no conseguirá detener un proceso que es
imparable, y es que, como decía al principio, la sociedad está cambiando en su conjunto, y
junto a ella todos los mecanismos que las personas tenemos para comunicarnos e intercambiar
información unas con otras. Los cambios a los que estamos asistiendo sólo pueden
compararse con la invención de la imprenta (Joan Ferrés 2000).
Es cierto que entender la cultura y la transmisión de nuestros valores y principios comunitarios
como un espectáculo, podría llevarnos a su banalización, y que debemos estar vigilantes para
que eso no ocurra. Hay un riesgo cierto de que, con el argumento de romper con todo lo
anterior, algunos pretendan que recorramos un camino de superficialidad, quedándonos sólo
en el envoltorio, sin importarles que el contenido sea el adecuado para el interlocutor o, en
nuestro caso, el alumno. También podría ocurrir que sean los propios alumnos quienes,
influenciados por su entorno de relaciones, por los medios de comunicación y por la pérdida
paulatina de ciertos valores sociales no sustituidos por otros, se desmotiven y abandonen las
buenas prácticas de estudio, adoptando una actitud pasiva frente al profesor, que dificulte más
su formación.
Para que el desarrollo de estos procesos sea positivo, no hay más solución que la de ser
rigurosos en su aplicación. Utilizar los nuevos instrumentos de comunicación (imágenes, vídeo,
Internet, redes sociales, etc.) sólo en la medida que nos permiten hablar un lenguaje conocido y
valorado muy positivamente por los alumnos, explorar sus posibilidades para acercarnos a
ellos, para que se impliquen en la relación con el profesor. Pero no olvidarnos que el medio no
es el fin, y que el objetivo final es que seamos capaces de mantener un nivel alto de interés en
la materia, para transmitirles todos los conceptos que deseamos.
Si casi todos nosotros hemos cambiado a la hora de recibir cualquier información (en un Museo
asistimos a talleres virtuales de creación artística, en el cine vemos películas en tres
dimensiones, o hacemos cursos on-line impartidos en una ciudad a cientos de kilómetros de
distancia), no es posible pretender que los sistemas de acercamiento a la cultura y la formación
para los niños no cambien. Y eso, repito, no conlleva necesariamente la mercantilización del
fenómeno. Tenemos ejemplos, que creo que todos conocemos, de proyectos educativos
relacionados con un sinfín de materias, en los que el lenguaje ha cambiado, se han adoptado
formas de expresión nuevas y modernas, y, en cambio se ha mantenido, e incluso se ha
mejorado el resultado final en contenidos y en aprehensión de conocimiento por los
participantes en ellos.
2. En conclusión, cultura del espectáculo sí, como herramienta nueva de expresión y
comunicación. No como banalización de principios y valores de una sociedad que, a pesar de
los avances tecnológicos, sigue necesitando de aquéllos para ser equilibrada y justa.
LOURDES ARILLA JARAUTA