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Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón
Nueva época - Vol. II No. 31 Mayo de 2012
La Copa de nuestro Destino
Los destinos oscuros nos enseñan que aún en el seno de las grandes
desgracias físicas, nada hay irreparable; quejarse del destino es casi
siempre quejarse de la indigencia del alma. En los días de angustia y de
infortunio es cuando se conoce por fin el valor único y verdadero de la
vida.
El grito de todos los que conocieron el amor, de todos aquellos cuya
alma supo hallar un interés, una curiosidad, una esperanza, un deber en
la vida, poseen la llama que anima en el fondo de su noche, así como
anima al sabio en el fondo de las horas uniformes. El amor es el sol in-
consciente de nuestra alma.
El amor no siempre piensa; muy a menudo no necesita de ninguna re-
flexión, de ninguna concentración sobre sí mismo para disfrutar de todo
lo mejor que hay en el pensamiento; pero lo mejor que hay en el amor
no es menos semejante a lo mejor que hay en el pensamiento. Cuando
amamos, es porque no vemos sino la faz luminosa de nuestros sufri-
mientos; pero reflexionar, meditar, mirar más allá de la pena, y obrar
más alegremente de lo que se necesitaría dentro del orden aparente del
destino, ¿no es hacer voluntaria y seguramente lo que sólo hace el
amor, a pesar suyo, por una feliz casualidad?
A cualquier lugar donde vayamos, el río de la vida corre con abundancia
bajo las bóvedas celestes. Lo que a nosotros nos importa, no es la ex-
tensión, la profundidad o la violencia del río que pertenece a todos y que
corre siempre, sino la pureza y la capacidad de la copa que sumerjamos
en él. Cuanto podemos absorber de la vida toma por fuerza la forma de
esa copa, y ésta, por su parte, ha sido modelada sobre nuestros senti-
mientos y sobre nuestros pensamientos; en una palabra, sobre el seno
de nuestro destino íntimo. Tenemos la copa que nos hemos hecho; casi
siempre se tiene lo que se ha aprendido a desear. Así que, aprender que
nuestro deseo podría ser más hermoso, ¿no es ya embellecerlo?
El que espera un sentimiento más ardiente y más generoso no tiene por
qué quejarse. No tiene de qué quejarse el que espera el deseo de un
poco más de felicidad, de un poco más de belleza y de justicia.
Nada se hace mientras no hemos aprendido a endurecernos las manos,
mientras no hemos aprendido a transformar el oro y la plata de nuestros
pensamientos en una llave que no abre ya la puerta de marfil de nues-
tros sueños, sino la puerta misma de nuestra casa; en una copa que no
sólo contiene el agua maravillosa de nuestras ilusiones, sino que no deja
huir el agua muy real que cae sobre nuestro techo; en una balanza que
no se conforma con pesar vagamente lo que vamos a hacer en lo porve-
nir, sino que señala con exactitud el peso de lo que hicimos hoy. El más
alto ideal no es sino un ideal provisorio en tanto que no penetre familiar-
mente en todos nuestros miembros.
Es preferible obrar a veces contra el pensamiento, a no atreverse nunca
a obrar de acuerdo con los pensamientos. El error activo es raras veces
irremediable; las cosas y las personas se encargan de corregirlo pronto;
pero, ¿qué pueden hacer en contra del error pasivo, que evita cualquier
contacto con la realidad? Se necesita un mar de buena voluntad para
La conciencia diurna es distinta de la conciencia nocturna. La nocturna
es más recogida, menos distraída, más seria; en la otra, los prejuicios,
las seducciones, las ilusiones del exterior, recobran su imperio. Es la
oposición entre el mundo interior y el mundo exterior; entre la concentra-
ción y la proyección; entre el hombre religioso y el hombre mundano; el
hombre esencial y el hombre cambiante.
La conciencia nocturna nos pone en presencia de la existencia y de no-
sotros mismos; en una palabra, de la unidad. La conciencia diurna nos
vuelve a la relación con los demás, con el exterior; en una palabra, con
la diversidad. Todo proyecto debe ser examinado bajo esas dos luces; la
vida debe comparecer ante ese doble tribunal.
La conciencia tiene su rotación como el planeta, su lado de sombra don-
de aparecen las estrellas, el pensamiento de lo infinito, la contemplación,
y su lado luminoso, en el que todo brilla, donde los colores y los objetos
se entrecruzan, deslumbran y aturden.
La vida completa tiene esas dos fases; el alma humana gira en la Natu-
raleza como el planeta en el cielo y es la sucesión de lo infinito y de lo
finito, de la totalidad y del detalle, de la contemplación y de la acción, de
la noche y del día, lo que constituye su iniciación ascendente.
Es preciso no lamentar, no censurar una u otra de las tendencias, es
preciso armonizarlas, porque ambas se encuentran en las vías divinas y
ambas son buenas siempre que se ayuden mutuamente. Esto me expli-
ca por qué las ideas que me persiguieron a mi despertar, me parecen
algunas horas más tarde otras completamente distintas.
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De mi
Libreta de Apuntes
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“Para calmar las ansias de lo lejano y lo
futuro, ocúpate aquí y ahora, usando
tus aptitudes.”
Goethe
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Tu presencia.
Contengo tu imagen dentro del oleaje
Caprichoso del recuerdo.
Como una veleta plana al recibir
La fuerza de los vientos.
Y retengo sin cesar tu pensamiento
Como la presa virginal de la mañana.
Mientras que tu esencia se remarca
Con mi sombra.
Tus pasos resuenan a mi lado cuando
La lluvia ha cesado
Con la brisa y la bruma de un día claro,
Tu presencia trasciende en un reclamo.
1989
La Aurora Boreal
Fairbanks, Alaska - 1999
Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©