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Nueva época - Vol. II No. 32 Mayo de 2012
¿A quién se puede amar?
¿A quién se puede amar?... Hay multitud de almas en el mundo que
pierden los mejores años del amor en hacerse, respecto de su porvenir
sentimental, preguntas de este género. En el imperio del destino, la ma-
yor parte de las quejas, de las lamentaciones, de las esperas ociosas,
de los temores vanidosos, de las esperanzas desproporcionadas, se
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Entre las almas que menos esfuerzos han hecho para comprenderse, es
donde en general se encuentran más almas no comprendidas. En gene-
ral, el ideal más débil, más reducido y más arbitrario es el que se alimen-
ta, con mayor abundancia, de temores, de decepciones, de exigencias y
de mezquinos desprecios. Tememos, sobre todo, que lastimen o desco-
nozcan las virtudes, los pensamientos, las cualidades y las bellezas mo-
rales que no poseemos aún más que en la imaginación. Sucede con los
méritos de esta clase como con los bienes materiales; que la esperanza
se adhiere más obstinadamente a aquellos que probablemente no se
tendrá jamás la fuerza de adquirir.
Cuando somos en realidad puros, desinteresados y sinceros; cuando
nuestros pensamientos se elevan habitual y simplemente por encima de
la vanidad o del egoísmo instintivo, nos preocupamos mucho menos de
que quienes nos rodean nos aprueben, nos comprendan, nos admiren.
Es cuando se cree que lo mejor de la virtud se encuentra precisamente
en lo que todos pueden admitir sin esfuerzo. Lo que se desconoce, no
sin razón porque siempre hay una razón superior en la inercia general
de un sentimiento; lo que se desconoce son las virtudes enfermizas a las
cuales concedemos demasiada importancia; y es enfermiza toda virtud a
la que damos gran importancia y para la cual exigimos respetuosa aten-
ción.
Pero nada debe esperarse lejos de la verdad. A medida que nuestro
ideal mejora, admite mayor número de realidades; a medida que nuestra
alma se engrandece, menos teme no encontrar otra alma de su talla;
porque un alma que se engrandece es un alma que se acerca a la ver-
dad, y no lejos de la verdad todo participa de la grandeza de la verdad
misma.
Podemos contar los pasos que damos en el camino de la verdad, por el
aumento de la curiosidad, del amor, del respeto y de la admiración hacia
todo lo que no nos acompaña en la vida.
Parece natural que un corazón noble espere un gran amor; pero es mu-
cho más natural aún que ame esperando, y que mientras ama no crea
esperar. En el amor, lo mismo que en la vida, es casi siempre inútil es-
perar; amando es como se aprende a esperar, y con las supuestas des-
ilusiones de los pequeños amores es con lo que se alimentará más fácil
y más seguramente la llama inconmovible del gran amor que vendrá tal
vez a iluminar el resto de la vida.
Se es a menudo injusto con las desilusiones. Se les da un rostro pálido,
triste, desalentado; son, por el contrario, las primeras sonrisas de la ver-
dad. La mayoría es gente de buena voluntad, aspirantes a ser justos,
útiles, sabios y felices; pero si una desilusión los entristece ¿es acaso
que echan de menos la mentira en la que se encontraban?. ¿Prefieren
vivir en el mundo de sus errores y de sus sueños que en la realidad?.
Las horas mejores de las mejores voluntades se pierden muy a menudo
en torno de la lucha de un sueño hermoso contra una ley inevitable, cu-
ya belleza no perciben sino hasta después de que el hermoso sueño ha
agotado sus fuerzas.
Si el amor, verbigracia, los ha engañado, ¿creen que les hubiera sido
más provechoso creer, durante toda su vida que el amor es lo que no es,
lo que no puede ser?. ¿Creen que una ilusión de tal género no falsea
sus actos más importantes, y no vela por mucho tiempo una parte de la
verdad que quieren alcanzar?. Y si esperan hacer grandes cosas y la
desilusión los coloca de nuevo en su sitio entre las cosas de segundo
orden, ¿es justo que maldigan, hasta el fin de sus días, al enviado de la
verdad?.
En resumidas cuentas, ¿no es esa la verdad misma que nuestra ilusión
buscaba, si era sincera?. Aprendamos a formarnos con nuestras desilu-
siones una guardia de amigas misteriosas y fieles, de consejeras inco-
rruptibles. Si alguna de ellas, más cruel que las demás, nos abate un
momento, no nos digamos sollozando: la vida no es tan hermosa como
nuestros sueños; digámonos: algo faltaba a nuestros sueños puesto que
no fueron aprobados por la vida. En suma, toda la tan ponderada fuerza
de las almas fuertes no está hecha más que de desilusiones que esas
almas han acogido bien. Cada decepción, cada amor desdeñado, cada
esperanza aniquilada, agrega cierto peso al peso de nuestra verdad, y
mientras más caen las ilusiones a nuestro alrededor, más noblemente,
más seguramente aparece la gran realidad, como el sol, que se percibe
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La verdadera relación amorosa es una asociación de felicidades. Pero la
felicidad viene de adentro de uno mismo. Y por ello, no se puede preten-
der encontrar a alguien para que “nos haga felices”; en tales casos, sólo
buscamos a alguien que nos salve de nosotros mismos.
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para un gran intercambio. Porque hay mucha diferencia entre una rela-
ción de dependencia (“sin ti me muero”) y una relación de intercambio,
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Desgraciadamente, mucha gente confunde las descargas de adrenalina
(vacíos en el estómago, sudor en las manos, taquicardias, resequedad
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nio. Porque el enamoramiento es una patrimonio general. Pero el amor
es una experiencia personal que sólo se conoce si se conquistan la
humildad y la voluntad.
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De mi
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como son; si no lo entendemos, las
cosas son como son.”
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La narrativa del conocimiento vol. iv no. 86
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La narrativa del conocimiento vol. iv no. 85
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La narrativa del conocimiento vol. iii no. 56
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La narrativa del conocimiento vol. iii no. 55
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La narrativa del conocimiento vol. ii no. 32

  • 1. La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. II No. 32 Mayo de 2012 ¿A quién se puede amar? ¿A quién se puede amar?... Hay multitud de almas en el mundo que pierden los mejores años del amor en hacerse, respecto de su porvenir sentimental, preguntas de este género. En el imperio del destino, la ma- yor parte de las quejas, de las lamentaciones, de las esperas ociosas, de los temores vanidosos, de las esperanzas desproporcionadas, se agolpan en torno de la imagen del amor. Entre las almas que menos esfuerzos han hecho para comprenderse, es donde en general se encuentran más almas no comprendidas. En gene- ral, el ideal más débil, más reducido y más arbitrario es el que se alimen- ta, con mayor abundancia, de temores, de decepciones, de exigencias y de mezquinos desprecios. Tememos, sobre todo, que lastimen o desco- nozcan las virtudes, los pensamientos, las cualidades y las bellezas mo- rales que no poseemos aún más que en la imaginación. Sucede con los méritos de esta clase como con los bienes materiales; que la esperanza se adhiere más obstinadamente a aquellos que probablemente no se tendrá jamás la fuerza de adquirir. Cuando somos en realidad puros, desinteresados y sinceros; cuando nuestros pensamientos se elevan habitual y simplemente por encima de la vanidad o del egoísmo instintivo, nos preocupamos mucho menos de que quienes nos rodean nos aprueben, nos comprendan, nos admiren. Es cuando se cree que lo mejor de la virtud se encuentra precisamente en lo que todos pueden admitir sin esfuerzo. Lo que se desconoce, no sin razón porque siempre hay una razón superior en la inercia general de un sentimiento; lo que se desconoce son las virtudes enfermizas a las cuales concedemos demasiada importancia; y es enfermiza toda virtud a la que damos gran importancia y para la cual exigimos respetuosa aten- ción. Pero nada debe esperarse lejos de la verdad. A medida que nuestro ideal mejora, admite mayor número de realidades; a medida que nuestra alma se engrandece, menos teme no encontrar otra alma de su talla; porque un alma que se engrandece es un alma que se acerca a la ver- dad, y no lejos de la verdad todo participa de la grandeza de la verdad misma. Podemos contar los pasos que damos en el camino de la verdad, por el aumento de la curiosidad, del amor, del respeto y de la admiración hacia todo lo que no nos acompaña en la vida. Parece natural que un corazón noble espere un gran amor; pero es mu- cho más natural aún que ame esperando, y que mientras ama no crea esperar. En el amor, lo mismo que en la vida, es casi siempre inútil es- perar; amando es como se aprende a esperar, y con las supuestas des- ilusiones de los pequeños amores es con lo que se alimentará más fácil y más seguramente la llama inconmovible del gran amor que vendrá tal vez a iluminar el resto de la vida. Se es a menudo injusto con las desilusiones. Se les da un rostro pálido, triste, desalentado; son, por el contrario, las primeras sonrisas de la ver- dad. La mayoría es gente de buena voluntad, aspirantes a ser justos, útiles, sabios y felices; pero si una desilusión los entristece ¿es acaso que echan de menos la mentira en la que se encontraban?. ¿Prefieren vivir en el mundo de sus errores y de sus sueños que en la realidad?. Las horas mejores de las mejores voluntades se pierden muy a menudo en torno de la lucha de un sueño hermoso contra una ley inevitable, cu- ya belleza no perciben sino hasta después de que el hermoso sueño ha agotado sus fuerzas. Si el amor, verbigracia, los ha engañado, ¿creen que les hubiera sido más provechoso creer, durante toda su vida que el amor es lo que no es, lo que no puede ser?. ¿Creen que una ilusión de tal género no falsea sus actos más importantes, y no vela por mucho tiempo una parte de la verdad que quieren alcanzar?. Y si esperan hacer grandes cosas y la desilusión los coloca de nuevo en su sitio entre las cosas de segundo orden, ¿es justo que maldigan, hasta el fin de sus días, al enviado de la verdad?. En resumidas cuentas, ¿no es esa la verdad misma que nuestra ilusión buscaba, si era sincera?. Aprendamos a formarnos con nuestras desilu- siones una guardia de amigas misteriosas y fieles, de consejeras inco- rruptibles. Si alguna de ellas, más cruel que las demás, nos abate un momento, no nos digamos sollozando: la vida no es tan hermosa como nuestros sueños; digámonos: algo faltaba a nuestros sueños puesto que no fueron aprobados por la vida. En suma, toda la tan ponderada fuerza de las almas fuertes no está hecha más que de desilusiones que esas almas han acogido bien. Cada decepción, cada amor desdeñado, cada esperanza aniquilada, agrega cierto peso al peso de nuestra verdad, y mientras más caen las ilusiones a nuestro alrededor, más noblemente, más seguramente aparece la gran realidad, como el sol, que se percibe más claramente entre las desnudas ramas de la selva invernal. La verdadera relación amorosa es una asociación de felicidades. Pero la felicidad viene de adentro de uno mismo. Y por ello, no se puede preten- der encontrar a alguien para que “nos haga felices”; en tales casos, sólo buscamos a alguien que nos salve de nosotros mismos. Además, el amor sólo es posible si existe la posibilidad y la voluntad para un gran intercambio. Porque hay mucha diferencia entre una rela- ción de dependencia (“sin ti me muero”) y una relación de intercambio, de reciprocidad. Desgraciadamente, mucha gente confunde las descargas de adrenalina (vacíos en el estómago, sudor en las manos, taquicardias, resequedad labial) con el amor. Por encima de la sola sensación, impera el racioci- nio. Porque el enamoramiento es una patrimonio general. Pero el amor es una experiencia personal que sólo se conoce si se conquistan la humildad y la voluntad. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2012 De mi Libreta de Apuntes De mi Libreta de Apuntes “Si lo entendemos, las cosas son como son; si no lo entendemos, las cosas son como son.” Chuang Tzu (250 a.C.) © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual Tu presencia. Contengo tu imagen dentro del oleaje Caprichoso del recuerdo. Como una veleta plana al recibir La fuerza de los vientos. La Luna en California - 1999 Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual ©