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HHAACCIIAA UUNNAA CCOONNCCIIEENNCCIIAA VVAALLOORRAATTIIVVAA
EENN LLAA FFOORRMMAACCIIÓÓNN DDOOCCEENNTTEE IINNIICCIIAALL
Nancy S. Esparragoza Bermejo
1
PPaannoorraammaa mmuunnddiiaall
Los países de América Latina no están ingresando favorablemente a la dinámica de mercado que
se establece con la universalización -social, política y económica-, y en la lucha por lograrlo están
dejando a un lado la esencia histórico-concreta que las caracteriza como nación y como región, su
identidad. Ante las características del mundo global –los avances imperceptibles de la ciencia y la
tecnología, la difusión ilimitada del conocimiento y su valor agregado, las exigencias del mercado y
la incertidumbre en cuanto a las raíces culturales, entre otras-, se destaca la crisis de los valores
reflejada en la pérdida de la objetividad, de lo que es y debe ser verdaderamente valioso para la
humanidad; haciéndose cada vez más urgente, formar en el individuo una conciencia valorativa
que lo lleve a actuar en función de sus necesidades e intereses en correspondencia con el todo
social. La educación como agente socializador debe tomar ese matiz y centrarse en la formación
en valores para brindar a la sociedad la oportunidad de luchar por lo que es justo y valioso para
ella; en la que se requieren profesionales de la educación críticos y reflexivos ante la crisis de los
valores, poseedores de una cosmovisión de la dinámica mundial actual y futura, así como de
ideales y proyectos atenidos a un sistema de valores objetivos.
En sus intentos por ingresar a esta actividad económica-social, los países buscan alternativas
viables para realizarlo con éxito, poniendo sus esperanzas en la tarea educativa; que asume un
papel detonador para el progreso social y retoma su relevancia no sólo como consumidora de
conocimientos sino como generadora de los mismos, adquiriendo con ello un valor más objetivo en
su quehacer formativo y en el sentido social que debe poseer. En México, la educación se ha
convertido en el pilar que dará sustento a las reformas multifactoriales a las que se enfrenta la
sociedad mexicana para encarar los retos del presente siglo, en particular, la educación superior
que debe formar profesionales competitivos para el mercado laboral bajo los parámetros de la muy
afamada sociedad del conocimiento.
En la sociedad moderna, donde el conocimiento constituye el valor agregado fundamental en todos
los procesos de producción de bienes y servicios de un país del siglo XXI, son muy claras las
tendencias educativas actuales y la necesidad de reconceptualizar los valores universales ante la
aún presente prevalencia de la hegemonía occidental en los imaginarios subjetivos.
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Docente de la Licenciatura en Educación Primaria del BINE; e-mail: nesparragozab.lep@bine.edu.mx
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LLooss ssiisstteemmaass ddee vvaalloorreess
Ante estos hechos, la comunidad mundial, y más específicamente la latinoamericana, enfrenta una
crisis de valores que motiva a los especialistas a plantear nuevas cuestiones para la discusión en
la búsqueda de respuestas eficientes y oportunas frente a este gran conflicto. La principal
preocupación radica en la lucha contra el interés inagotable de la sociedad actual de tener más sin
pretender ser mejor, lo que es una clara epidemia del consumismo.
En ese sentido, para el Dr. Fabelo (2007:17) “…el tema de los valores cobra hoy una importancia
capital para los destinos del género humano. Se trata de una relevancia no sólo teórica, sino,
sobre todo, práctica. (…) Los valores suplen, en la sociedad, la función que en otras especies
desempeñan los instintos biológicos, sobre todo, el de la autoconservación. El hecho de que el
género humano haya puesto en peligro su propia supervivencia es el más claro indicador de la
aguda crisis de valores por la que atraviesa…”. Por ello, sus planteamientos filosóficos y
axiológicos se dirigen hacia una nueva propuesta interpretativa de los valores a través de un
enfoque multidimensional, que esclarezca la naturaleza de los valores humanos y los desafíos que
enfrentan en la actualidad. Define tres dimensiones como son:
a) La dimensión objetiva, donde los valores –denominados “objetivos”- son entendidos como elemento
constitutivo de la realidad social, a partir de que el objeto, fenómeno, suceso o conducta adquiere una
significación social para la humanidad, relacionada con la función que desempeña dentro de la dinámica
social, significación que puede ir en dos direcciones: si favorece al ser humano se considerada positiva y
si lo perjudica es negativa, de lo cual emanan dos polos opuestos, el valor y el antivalor, permitiendo así,
establecer un sistema objetivo de valores versátil ante las condiciones histórico-concretas de la
humanidad en general y de cada sociedad en particular.
b) La dimensión subjetiva, en tanto, es la significación que el sujeto –de forma individual o colectiva-
atribuye a ese sistema objetivo de valores a partir de sus necesidades e intereses propios, conformando
así su propio sistema subjetivo de valores que jugará un doble papel, por una parte condicionará su
conducta y por otra, será su parámetro para nuevas valoraciones. En esta dimensión juega un papel
importante la posición del individuo o grupo en la sociedad, ya que de ello dependerá la vinculación del
objeto o fenómeno con sus intereses y necesidades –conscientes o influenciados por otros medios o
factores (medios de comunicación, ideales políticos o de grupos de poder)-, y por consiguiente, la
valoración del mismo –apreciación que puede llegar a ser errónea por la influencia de otros intereses-.
c) La dimensión instituida, que es el sistema de valores oficialmente reconocido –normas jurídicas, políticas,
derechos, educación pública, etc.-, que regula el sistema subjetivo de valores y aunque se presenta como
universalmente valioso, no siempre lo es, ya que puede ser producto de la generalización de una escala
subjetiva individual o colectiva o, de la combinación de varias de ellas que pueden o no coincidir con los
valores objetivamente necesarios para el género humano; el sistema instituido de valores depende de
ciertos individuos o grupos que ostentan el poder –quienes frecuentemente lo utilizan para su bien en
particular y no para el bien común en general-; los valores instituidos se encuentran en contextos tan
extensos como la humanidad en su totalidad y en escenarios tan reducidos como la familia que no
siempre poseen un carácter democrático como debería ser.
Éstas dimensiones interactúan en múltiples sentidos, por ello se considera que se complementan
entre sí. Los valores en su triple dimensionalidad son entendidos siempre como resultado de la
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práctica humana, ya sea porque el individuo es quien produce los objetos valiosos y es el
responsable de que ellos adquieran una determinada significación en el sistema de relaciones
sociales (dimensión objetiva), ya sea porque es él quien valora y le atribuye a posteriori (mediante
la valoración) una significación para sí mismo de acuerdo a sus necesidades e intereses
(dimensión subjetiva), ya sea porque él haciendo uso del poder los instituye u oficializa para cierto
contexto humano (dimensión instituida). Todo esto hace posible arribar a una interpretación
cosmovisiva, compleja y multidimensional de la relación del ser humano con los valores.
En cualquiera de las dimensiones mencionadas el valor es dinámico y cambiante, al tratar de
responder, desde el contexto social en el que se ubica, a las necesidades e intereses del hombre
(del Hombre genéricamente hablando en el caso de los valores objetivos, del hombre que valora
en el caso de los valores subjetivos, del hombre que ostenta el poder en el caso de los valores
instituidos); por la misma razón es relativo, ya que depende de las condiciones histórico-concretas
en las que surge; y tiende a ser jerarquizado de acuerdo al nivel de importancia que posee dentro
de la escala de valores de que se trata, sea ésta la de la sociedad (dimensión objetiva), la del
sujeto que valora (dimensión subjetiva) o la del poder (dimensión instituida).
LLaa iimmpplliiccaacciióónn ppeeddaaggóóggiiccaa ddee llooss ssiisstteemmaass ddee vvaalloorreess
Como ya se mencionó antes, el sistema instituido de valores se puede encontrar en
microescenarios como los centros de educación superior, incluidos en ellos las escuelas normales.
En este caso particular y bajo la multidimensionalidad de los valores, se prepone avanzar hacia la
formación de una conciencia valorativa en los futuros profesionales de la educación primaria a
través del desarrollo de su sentido autónomo y crítico ante los sistemas de valores que normarán
su quehacer educativo.
Si se analiza que la vinculación entre las dimensiones objetiva y subjetiva, admite “…fundamentar
o justificar una educación valorativa… (y que)… la mejor educación en valores es aquella que
procure que la imagen subjetiva del valor tienda a coincidir con el valor real objetivo de las cosas”
(Fabelo, 2007:56), entonces la educación en valores dentro de la escuela normal, debe permitir al
estudiante identificar, aprender y vivir los valores que orientarán su camino profesional en la
búsqueda del bien común. Por tanto, la escuela, se piensa como el principal agente socializador de
la educación en valores, así como la plataforma crucial y necesaria para la socialización de esos
valores entre la familia y la sociedad, y una institución poseedora de un carácter flexible y abierto
ante la diversidad de los posibles sistemas subjetivos de valores que pueden derivar de toda
actividad valorativa para lograr consolidar un sistema objetivo de los mismos. Por otra parte, el
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docente de esta escuela debe ser un modelo coherente con esta propuesta valorativa, un
facilitador en el proceso valorativo y un apoyo para el estudiante; debe definirse como un ser
imparcial, estar comprometido con su labor, ser responsable del proceso educativo inmerso en los
sistemas de valores y ser capaz de crear un entorno rico de experiencias valorativas. En tanto, el
estudiante corresponde al sujeto que construye la escala valorativa entre el debe ser y el entorno
social que lo rodea; donde su desarrollo moral le permitirá tener conciencia de los diferentes
puntos de vista de los demás, percibir la flexibilidad que pueden llegar a tener las reglas,
considerar las intenciones del culpable y valorar la magnitud de los castigos, pero sobre todo,
consolidar una conciencia valorativa autónoma, plena y pertinente.
La labor de las escuelas normales debe pretender, formar de manera integral al individuo y sobre
todo con un sentido humano, permitiéndole tener conciencia sobre la realidad social que envuelve
a su gente, que la hace vulnerable y presa fácil de la injusticia, de la soberbia y avaricia del más
fuerte; dándole la oportunidad de desarrollar su autonomía valorativa a través del análisis y la
realidad económica, política y cultural que determina a su nación y al mundo entero.
PPrrooppuueessttaa eedduuccaattiivvaa
¿Cómo lograr que la conciencia valorativa de nuestros egresados sea pertinente al sistema de
valores objetivos?, se logrará, ¿respondiendo a las exigencias del mundo antagónico? o ¿a través
de que sus intereses particulares se encuentren en correspondencia con los intereses del todo
social? Se considera que esta segunda opción corresponde a la postura que se ha venido
planteando, nunca los valores subjetivos o los valores instituidos se deben ubicar por encima de lo
que realmente debe ser importante y valioso no sólo para el profesional de la educación o un
grupo de personas específicas, sino para todos, para el bien de la humanidad.
La estrategia que se propone para definir una conciencia valorativa, objetiva e ideal en la
formación docente inicial, parte de los aspectos teóricos antes planteados y del conocimiento que
se tiene del plan de estudios de la Licenciatura en Educación Primaria (1997), que si bien es cierto,
es un documento normativo que establece las directrices del proceso educativo para la
consolidación del perfil de egreso, no deja de ser producto de una suposición subjetiva e instituida
del profesional que se debe formar. Si bien, el perfil de egreso describe las actitudes y valores que
se requieren constituir en cada uno de los estudiantes, agrupándolos en el campo de identidad
profesional y ética, -del cual se interpreta que guarda un carácter transversal implícito dentro del
mapa curricular, que por cierto, no destina ningún espacio curricular para la formación axiológica
del futuro docente-, el plan de estudios no especifica cómo lograr esa formación valoral del futuro
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docente que le permita distinguir entre lo verdaderamente valioso para sus niños, para la familia de
esos niños y para la sociedad en la que se ubica esa familia; sólo establece los rasgos que deberá
poseer, dejándolos en manos de las valoraciones individuales de los formadores de docentes que
pueden discrepar de la objetividad de la que se habla.
El futuro docente debe identificar los valores subjetivos y los valores instituidos que entran en
juego durante su formación, cuestionarse ¿cómo atender los valores que son resultado de
valoraciones no democráticas, que tal vez, no entran dentro de sus parámetros valorativos? ¿cómo
construir una conciencia valorativa que le permita apropiarse de lo que es valioso para el
colectivo? ¿cómo valorar otros sistemas de valores, que le permitan conducirse con
responsabilidad moral como futuro profesional de la educación y como un ser humano crítico y
reflexivo? entorno, a una educación en valores y a un plan de estudios permeado de acciones
valorativas conscientes y objetivas; debe ser coparticipe en la definición de un perfil docente ideal
desde su aspecto ético profesional bajo un proceso bastante claro y preciso que le permita lograr
esa conciencia valorativa a través de los sistemas de valores propuestos
Este proceso se deberá conducir por cuatro fases: 1) Yo, que no es más que la representación del
sistema subjetivo (SS) de valores que realiza el individuo (I); 2) Tú, que corresponde al sistema
subjetivo (SS) establecida por el otro o el colectivo (C); 3) Ellos, que es el sistema instituido de
valores (SI) y; 4) Nosotros, que encarna al sistema objetivo de valores (SO), la fase ideal de la
valoración que permitirá obtener valores democráticos y pertinentes a las necesidades e intereses
de la humanidad. Destacando dentro de cada fase acciones importantes, como: a) identificar,
socializar y jerarquizar los valores; b) aprender entorno a los valores y; c) practicar los valores y la
acción valorativa. Para culminar en la redefinición del aspecto ético profesional del perfil de egreso
de la Licenciatura en Educación Primaria (LEP) (Ver cuadro No. 1).
Cuadro No. 1 Fases para la definición del perfil del futuro docente en su aspecto ético profesional.
FFAASSEE
AACCCCIIÓÓNN
YYOO
((SSSS--II))
TTÚÚ
((SSSS--CC))
EELLLLOOSS
((SSII))
NNOOSSOOTTRROOSS
((SSOO))
IIDDEENNTTIIFFIICCAARR
SSOOCCIIAALLIIZZAARR
JJEERRAARRQQUUIIZZAARR
Mis valores. Tus valores.
Sus valores
(Rasgos del Perfil de
Egreso).
Nuestros valores
(Valores Universales).
AAPPRREENNDDEERR
Que son dinámicos
y circunstanciales.
Que existen otras escalas
subjetivas de valores.
Que hay normas y valores
que regulan la convivencia.
La pertenencia a una
comunidad.
PPRRAACCTTIICCAARR
Valoraciones
conscientes y
voluntarias.
La reeducación de los
valores.
La crítica de los valores
oficiales (quién, para qué,
cuáles son sus intereses).
Lo esencialmente humano o
significativamente positivo
para la humanidad.
PPEERRFFIILL DDOOCCEENNTTEE IIDDEEAALL:: AASSPPEECCTTOO ÉÉTTIICCOO PPRROOFFEESSIIOONNAALL
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La tarea requiere de ciertas características docentes para conducir a los estudiantes en la
definición de un sistema objetivo (SO) de valores acorde a su profesión (apertura al diálogo,
claridad en los objetivos, dominio del campo profesional, objetividad, empatía y conocimiento del
contexto actual), así como de diversas estrategias para el desarrollo de esa educación en valores,
como las que proponen Guerrero (1998) y Ojalvo (2003) (conflictos de valor, discusión en clase,
experiencias de cooperación, análisis personal y colectivo de problemas morales, comprensión y
reconocimiento del otro, actividades dialógicas, historietas con un dilema de carácter moral y
fábulas, entre otras), sin olvidar la necesaria identificación del impacto de la estrategia a través de
la evaluación en tres niveles: la autoevaluación, la heteroevaluación y la coevaluación cuya
finalidad será definir los alcances y las limitaciones que se obtienen a corto y a largo plazo en la
formación ética profesional del futuro docente.
BBiibblliiooggrraaffííaa
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