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1
MARÍA ZAMBRANO.
España y Europa: un mismo horizonte
Antígona, 4, Fundación María Zambrano, 2009, pp. 9-44
JOSÉ LUIS MORA GARCÍA
UAM
Presentación
¿Por qué hablar de María Zambrano a propósito de la idea de Europa? La respuesta
se fundamenta en, al menos, dos razones de peso que muestran a las claras el acierto del
tema elegido para este Congreso: la primera tiene que ver con la necesidad de que Europa
dialogue consigo misma sin ningún tipo de ensimismamiento. Para la consecución de este
objetivo la filosofía es un saber imprescindible. Hablamos, pues, del beneficio que se
desprende de estudios de esta naturaleza para la clarificación misma de Europa. Esta
reflexión nos lleva de manera interesada a uno de los intelectuales españoles que mejor nos
puede ofrecer respuestas más convincentes a las preguntas que la realidad europea, es decir,
que la propia historia de Europa nos pueda hacer. Es el caso de María Zambrano pues pocas
generaciones han estado obligadas –y ella en particular- a hacerse la pregunta por Europa.
Fue el sino de los nacidos a comienzos del siglo XX. María Zambrano tenía diez años
cuando estalló la primera guerra mundial, treinta y dos cuando comenzó la guerra civil y
tres años más cuando inició un exilio que no concluiría sino treinta y cinco años después,
cuando ya contaba ochenta. Su exilio coincide con el comienzo de la segunda gran guerra
con su madre y hermana residiendo en París.
La segunda tiene que ver con la aportación que esta pregunta proporciona para
entender las claves más importantes de la obra de nuestra autora. Vayamos ahora con la
primera.
Sabemos que desde sus años de estudiante tuvo ocasión de escuchar a personas que
sentían ya estas preocupaciones y que, además, lo hacían desde orientaciones de largo
recorrido histórico y filosófico. Sería largo recordar ahora todos los testimonios de los que
tenemos noticia. Valgan estos nombres para que tengamos claro que tuvo una inmersión en
las reflexiones sobre España y Europa ya desde los años veinte, los que coinciden con el
final de su bachillerato y su época de universitaria. Así, por ejemplo, el magisterio de D.
Agustín Moreno, el único profesor del área de ciencias que recordaba sesenta años después
de haberse marchado de Segovia en su carta a José Luis Abellán de 19841
. Una especie de
Andrés Laguna redivivo que dejó escrita una biografía novelada del autor del discurso
pronunciado en la Universidad de Colonia el 22 de enero de 1943: Europa
Heautentimorumene es decir, que míseramente a sí misma se atormenta y lamenta su
propia desgracia2
donde el médico segoviano apuntaba ya a la necesidad de que la Cultura
sustituyera a la religión como elemento de cohesión de la Europa naciente tras la fractura
consumada en la Dieta de Ratisbona. Es decir, que varios siglos antes de los desórdenes del
siglo XX y a propósito de otros de carácter originario en la historia de Europa, este médico
segoviano apuntaba ya la necesidad de que cada cosa ocupara su lugar pues ahí radicaba,
precisamente, la causa misma de la violencia. Tanto el título como el tema propuesto por
1
Carta fechada en Ginebra, 1 de febrero de 1984. Ahí recuerda a don Agustín Moreno como segoviano,
católico de comunión diaria”, que explicaba con pasión la teoría de la evolución”. Reproducida como
“Apéndice 1”, ABELLÁN, J.L., “La Segovia del primer tercio de siglo: orígenes intelectuales de María
Zambrano” en ORTEGA MUÑOZ, J.F. (ED.), Actas II Congreso Internacional sobre la Vida y Obra de María
Zambrano, Vélez-Málaga, Fundación María Zambrano1998, pp. 335-37.
2
Ed. de MANJARRÉS, M. A., Valladolid, Junta de Castilla y León, 2001
2
Laguna son muy próximos a los planteamientos de lo escrito, claro está, mucho tiempo
después, por Zambrano en los años cuarenta del pasado siglo en otras circunstancias
diferentes pero que compartían aquella violencia de los tiempos de Laguna. Este profesor
que tuviera Zambrano guardaba en su casa un ejemplar del Dioscórides con las heridas en
sus páginas del paso de los censores inquisitoriales3
. Él con otros como Teófilo Hernando,
a quien seguramente conocería también la propia Zambrano, organizaron en 1959, quinto
centenario de su muerte, un congreso de recuperación de Laguna en tiempos previos a los
inicios del Vaticano II. Tal era una de las herencias de este médico a quien la historia
recuerda como tolerante y favorecedor del diálogo entre religiones desde su aprecio por el
erasmismo.
En esa misma década de los veinte escuchó a García Morente decir lo siguiente:
“La guerra de 1914 ha determinado una reacción violenta en el espíritu universal que estaba dormido
en la creencia –sugerida por los filósofos del siglo XIX- de que obedeciendo la vida histórica a una
evolución fácil, la ley se cumpliría y lo que hubiera de ocurrir, ocurriría.
Pero esto no es cierto; porque la Historia no surge espontáneamente. Somos los hombres los que la
hacemos y, por lo que afecta a España, debemos procurar todos darnos cuenta de esta última verdad
para evitar así que otros pueblos, más avisados, nos hagan seguir un camino contrario a nuestros
ideales y a nuestras conveniencias”4
.
Escuchó también a Américo Castro, en las conferencias pronunciadas durante esos
años, próximos a la publicación de El pensamiento de Cervantes5
, tiempo por el que andaba
revisando la tradicional tesis del liberalismo español acerca de la falta de filosofía y ciencia
en España. El tiempo, también, en que se hablaba del Quijote cervantino acentuando las
claves europeas de nuestra cultura en sintonía con la orientación que marcarían hispanistas
franceses como Bataillón y Sarrailh. Y, finalmente, seguro que leyó los dos artículos
escritos por su padre en el periódico La Tierra de Segovia sobre las consecuencias
derivadas del tratado de Versailles: “Un momento de angustia en la historia de la
humanidad. Ante la paz del odio” y “¿Se consuma la gran infamia?”6
. En ambos mostraba
Blas Zambrano su rechazo más enérgico a los términos en que se había firmado el
armisticio:
“Con toda la fuerza de mi alma, yo protesto de esa paz, del odio y la venganza, que no será paz, sino
guerra sorda, con su negro séquito de hambre, ruina y dolor, o universal desquiciamiento en que las
pasiones ocupen el lugar de la razón y el capricho suplante a la ley yo protesto de que los jefes de las
naciones que han consagrado sus banderas al Derecho, la Libertad y la Justicia lancen en el terreno
ardiente y húmedo de una tierra renovada por la sangre propicia a la fertilidad de vegetaciones
3
MORA GARCIA, J.L., “Evocación de Agustín Moreno. Entre la tradición y la modernidad”, Estudios
Segovianos, t. XL, nº 97, Segovia, Instituto Diego de Colmenares-Diputación Provincial-Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1998, pp. 361-391.
4
La Tierra de Segovia, 16 de enero de 1921; El Adelantado de Segovia, 17 de enero de 1921. Citado en
MORA GARCÍA, J.L., “María Zambrano en Segovia y Segovia en María Zambrano”, MORA GARCÍA, J.L. Y
MORENO YUSTE, J.M., Pensamiento y Palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Valladolid, Junta
de Castilla y León, 2005, p. 273. En la carta ya citada de María Zambrano le decía textualmente a Abellán:
“Nunca olvidaré las dos primeras conferencias que de ella oí: la de Manuel García Morente y la de Eugenio
D`Ors que andaba en publicar el primer tomo de su glosario. El ambiente del aula aquella mañana, un poco
fría siempre en Segovia, era ya una creación…” pp. 35-36.
5
Madrid, Imprenta de la Librería y Casa Editorial Hernando, 1925. Hay constancia de varias conferencias de
Américo Castro en Segovia: 22 de enero de 1922 sobre el teatro de Lope de Vega; 12 de diciembre de 1926
sobre “Santa Teresa, mística y humana feminidad”; 25 de mayo de 1930 sobre “El problema religioso y el
problema de España”. Esta última corresponde ya a una fecha en que los Zambrano vivían en Madrid.
6
17/5/1919 y 10/7/1919
3
fecundas, esa semilla de muerte; yo protesto de que sea impelida la humanidad civilizada a dar un
salto atrás en la cultura, que es la nobleza, magnanimidad, comprensión, amor”7
.
Fue Blas Zambrano uno de los pocos intelectuales de izquierdas que se declaró
germanófilo. Su reflexión debió fraguarse en la tertulia segoviana en los meses previos a la
llegada de Machado y nos sirve, sobre todo, para indicarnos el grado de atención que se
prestaba a los asuntos internacionales y la independencia de juicio con que se afrontaban.
Aliadófilo fue, en cambio, Unamuno a quien escuchó palabras fuertes sobre la situación de
España en febrero de 19228
, en las vísperas del directorio militar que impediría el acceso
normalizado a la vida política de los estudiantes universitarios de aquella década.
Así pues, cuando María Zambrano escriba años más tarde sobre Europa, y lo hará
con abundancia, no está haciendo reflexiones desde fuera o hablando de una realidad de la
que pudiera tomar distancia o que le fuera ajena; por el contrario, lo hace buscando razones
que expliquen definitivamente la razón última de la violencia sufrida desde la experiencia
que ya sus mayores, y de ella misma en su infancia, tuvieron a propósito de la primera
guerra mundial. Por eso aunque escriba desde América o lo haga después desde Roma o ya
en La Pièce, el tiempo que trascurre entre comienzos de los cuarenta y mediados de los
sesenta, lo hace desde dentro de sí misma, desde sus recuerdos, desde las reflexiones
escuchadas e interiorizadas en parte antes de la guerra española y, sobre todo,
realimentadas por las ya padecidas en carne propia durante esos tres años trascurridos,
primero en Chile y luego entre Valencia y Barcelona. Me refiero a sus libros: Unamuno y
su obra9
, a La agonía de Europa10
, Delirio y Destino11
y Persona y democracia12
. En todos
ellos Europa es el personaje protagonista, interlocutor dolorido como en aquel discurso del
médico segoviano. Sobre España sabemos que también escribió mucho, no podía ser de
otro modo, pues para ella Europa y España son dos caras, dos planos diferentes del mismo
problema que sufre la misma razón o la razón misma. Ya en el exilio escribe Pensamiento y
poesía en la vida española13
, La España de Galdós14
, España, sueño y verdad15
donde
recoge textos escritos a lo largo de varios años; escribe artículos sobre El Quijote (incluido
el discurso escrito con motivo de la concesión del premio Cervantes)16
, su artículo en la
7
ZAMBRANO, B., “Un momento de angustia en la historia de la humanidad. Ante la paz del odio, Recogido en
ZAMBRANO, B. Artículos, ensayos y otros escritos. Ed. de MORA, J. L., Diputación de Badajoz, 1998, pp. 237-
38.
8
Conferencia pronunciada en el teatro Juan Bravo y cuya crónica nos dejó un amigo del propio Unamuno:
Moisés Sánchez Barrado. La conferencia llevaba por título “No hay vida política en España por falta de
respeto a la personalidad individual”. El Adelantado de Segovia, 25 de febrero de 1922.
9
ZAMBRANO, M., Unamuno y su obra. Ed. de MERCEDES GÓMEZ BLESA, Barcelona, Debate, 2003. Escrito en
los primeros años mexicanos, sabemos por una carta a su antiguo profesor Mariano Quintanilla (6 de enero de
1939) que la idea se había fraguado algunos años antes.
10
Este libro ha tenido varias ediciones y recoge, a su vez, artículos de María Zambrano escritos a lo largo de
los cuarenta aunque la primera edición como libro sea de 1945. Utilizo la edición de Jesús Moreno, Madrid,
Trotta, 2000.
11
Escrito en 1952 en La Habana para un premio convocado por el Institut Europèen de la Cultura con sede en
Ginebra, se publicó mucho tiempo después, en 1988, con prólogo de la propia autora en el que recuerda el
reconocimiento que recibió en su día por parte de Gabriel Marcel. Aunque no fue premiado Marcel disintió
del Jurado porque “era la historia de Europa y de lo que significaba la universalidad de España”. Para los
datos biográficos, ver J. Moreno, “Síntesis biográfica”, María Zambrano 1904-1991, Madrid, Residencia de
Estudiantes, 2004, pp. 36-80.
12
Escrito también en Puerto Rico, fue publicado en 1958. Utilizo la edición de Anthropos, Barcelona, 1988,
que lleva prólogo de la propia autora.
13
Ed. de GÓMEZ BLESA, M.,Madrid, Biblioteca Nueva, 2004
14
Ed. de BLANCO, R., Madrid, Endymion, 1989. La primera edición es de 1960.
15
Madrid, Siruela, 1965.
16
La mayoría de los textos han sido recopilados por ENRIQUE BAENA: María Zambrano, Cervantes (ensayos
de crítica literaria), Málaga, Biblioteca de Autores malagueños, 2005.
4
revista Las Españas (México, 1948), “El problema de la filosofía española”, hasta los
artículos postreros, recogidos por Mercedes Gómez Blesa en Las palabras del regreso17
.
Mas, con anterioridad, ya había escrito en clave política, sobre España y Europa, al
menos Horizontes del liberalismo18
(1930), Los intelectuales en el drama de España (1936)
y bastantes de los artículos publicados en Hora de España19
(1937-1938). Pero, sobre todo,
como nos han contado sus biógrafos20
, entre 1927, año inmediatamente siguiente a los
testimonios anteriormente mencionados, y la salida al exilio mantuvo una gran actividad
política, es decir, un fuerte compromiso activo sin el cual sería imposible explicarse sus
posteriores respuestas. No parece, pues, que sea verdad, al menos en su totalidad, lo dicho
en alguna parte por la propia Zambrano acerca de que comenzó a preguntarse por estas
cuestiones con motivo de la guerra civil. Creo que estas reflexiones estaban ya en sus
maestros y eran inevitables tras la primera gran guerra.
La segunda razón, decíamos, nos remite a presupuestos internos de la obra de
nuestra filósofa y de su recepción en la medida en que nos permite corregir algunos tópicos
más o menos extendidos y situarnos en el camino correcto para su interpretación. El desfase
a que aludimos en el párrafo anterior sería, en mi opinión una de las causas por las cuales,
durante bastante tiempo, se ha trasmitido una imagen de María Zambrano que no se
corresponde adecuadamente con los ya tempranos fines de su obra. Me refiero a la idea,
sostenida por algunos, según la cual el pensamiento zambraniano sería blando, evasivo,
edulcorado, “poético” en definitiva, en lo que sería una valoración peyorativa. Pienso que
esto ha sucedido por, al menos, tres razones. En primer lugar, quizá porque ha sido muy
difícil leerla por el orden en que escribió21
. De hecho comenzaron a publicarse primero las
obras escritas a partir de los sesenta, quizá por intereses editoriales, quizá porque era lo más
fácil de publicar en aquellos años. Mientras tanto, hemos conocido sus primeros escritos
bastantes años después. Esto ha provocado una importante distorsión que está costando
mucho corregir. Puede ser, también, en segundo lugar, que en tiempos deficitarios para la
metafísica haya primado una lectura de Zambrano en esta clave exclusivamente, siendo su
pensamiento político perturbador una vez que se ha optado por esta línea de interpretación.
No negaré esta dimensión del pensamiento zambraniano pero requiere una
contextualización muy precisa para que sepamos de qué hablamos, pues pensamiento
político y filosófico conforman en su obra una unidad sui generis. No se trata tanto de
utilizar palabras “gruesas” aplicadas a su obra como de atenerse “a la manera como” ella
las utilizaba y las entendía. Y en la “manera”, término que ella enfatizaba incluso para
referirse a la formación religiosa que había recibido y que tanto apreciaba está una de las
claves. Al no tener esto en cuenta algunas orientaciones han pretendido más que interpretar
su pensamiento, literalmente suplantarlo. Tercero, por último, en tiempos igualmente
deficitarios para las orientaciones cristianas de la filosofía, se ha creído encontrar en María
Zambrano una autora que interpreta el mundo en clave religiosa y ello es verdad pero
sucede lo mismo que en el caso anterior. Si no se explica correctamente podemos hacer de
su filosofía algo casi contrario a lo pretendido por su autora.
17
Salamanca, Amarú ediciones, 1995.
18
Ed. de MORENO, J.,Madrid, Morata, 1996.
19
ZAMBRANO, M., Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil. Ed. de JESÚS
MORENO, Madrid, Trotta, 1998.
20
MORENO, J., o. c. (nota 11); ORTEGA MUÑOZ, J.F., Biografía de María Zambrano, Málaga, Arguval, 2006..
MARSET, J. C., María Zambrano. I. Los años de formación, Sevilla, Fundación María Zambrano, 2004. Este
primer volumen concluye en 1926, antes de que se iniciara su actividad política al año siguiente.
21
Para un estudio de la recepción de María Zambrano puede verse MORA, J.L., “La recepción del pensamiento
de María Zambrano” en CEREZO, P. (ED.), María Zambrano. Actas del Congreso Internacional del centenario
de María Zambrano, Tomo. I: Crisis y metamorfosis de la razón en María Zambrano, Vélez-Málaga,
Fundación María Zambrano, 2005, pp. 186-242.
5
En realidad ha sucedido que, por la difícil distribución de la obra de quien fue
exiliada y sin posición estable en la universidad, la academia ha tenido muchas dificultades
para afrontar una interpretación fiel a esta filósofa que optó expresamente por no enseñar
filosofía desde la cátedra o, al menos, no encontró las condiciones adecuadas para hacerlo.
Ello se debió seguramente a las circunstancias pero, junto a ellas, a la concepción que de la
filosofía tenía elaborada ya en tiempo temprano cuando dio clases en el Instituto Escuela o
cuando sustituyó a Zubiri como auxiliar durante parte de los tres años que éste pasó en
Alemania recién obtenida la cátedra.
La obra de María Zambrano, pues, no se entiende sin ser puesta en clave española
y europea y sin tener en cuenta que está hecha, casi en su totalidad, fuera de la academia.
La primera parte de esta afirmación vale para muchos de los intelectuales del 98, del 14, del
27 y del 31 pues todos compartieron, en distintas épocas de sus vidas, los mismos
acontecimientos que les obligaron a dar cuenta de las causas profundas de la crisis que
vivían y muchos de ellos se vieron obligados a una vida errante. María Zambrano no fue
menos aunque durante mucho tiempo, como apuntábamos, se ha considerado que esta parte
de su obra era menos importante frente a Claros del bosque u otras obras escritas a partir de
los años setenta que serían las que definirían su trayectoria por ser su culminación en el
tiempo.
Es, pues, importante abordar el pensamiento de Zambrano desde esta óptica. Su
reflexión sobre España y sobre Europa, lejos de ocupar un lugar periférico en su obra es un
tema central en torno al cual adquiere unidad su amplia y dispersa escritura. Como dejó
dicho ella misma, la filosofía necesita su lugar. Para esta mujer, de biografía errante, la
palabra sobre el territorio “ausente” (recordemos “Un lugar de la palabra: Segovia”) era el
territorio mismo. ¿Cómo dejar de hablar de España y Europa si eran las realidades –
territorios físicos, vitales y aun espirituales- que se le iban entre los dedos?
Junto a estos argumentos hay otro asunto muy importante que nos exige centrarnos
en su visión de España y Europa y tiene que ver con la peculiaridad que presenta su obra en
este contexto. Se refiere a la correcta ubicación de María Zambrano en la tradición
filosófica española. Ningún escritor, desde los sesentayochistas, es decir, desde quienes
protagonizaron la Septembrina, pasando por los autores nacidos en los setenta (con
Unamuno como más veterano), Baroja, Azorín, Valle Inclán, Antonio Machado o el
peculiar Maeztu, hasta los del 14 con Ortega a la cabeza pero también Azaña, Marañón o
Pérez de Ayala, eludió el tema de España y, en torno a España, situar a Europa como
horizonte. Las personas de la generación de Zambrano tampoco. Incluso, si se observan los
discursos a lo largo de un tiempo prolongado, podemos comprobar una sintonía que sólo se
rompe en un momento dado. Ortega aglutinará todo ese debate y su magisterio es
enarbolado por un amplio espectro de intelectuales que no excluye a Maeztu (1875-1936),
a Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936) o al propio José Antonio (1903-1936). No es casual
el manifiesto “Un movimiento político de juventud. Frente Español” que firmaron en marzo
de 1932 la propia Zambrano junto a Eliseo García del Moral y Bujalance, Salvador
Lisseague Novoa, José Antonio Maravall, Antonio Riaño de Lanzarote, José Ramón
Santeiro y Abraham Vázquez y Saenz de Hermúa22
. Un año antes Ramiro Ledesma Ramos
había comenzado a publicar el semanario La conquista del Estado y Ramiro de Maeztu
había hecho lo propio con la “Defensa de la Hispanidad” en la revista Acción Española.
Ambos, antiguos colaboradores del periódico El Sol. Como es bien conocido, María
Zambrano, dándose cuenta inmediatamente de las consecuencias, retiró el manifiesto.
Comprobamos que, por un lado, hubo diferencias en la graduación del compromiso
político entre personas de una y otra generación; y, por otro, a partir de un determinado
22
Recogido por JESÚS MORENO en la introducción a Horizontes del liberalismo, o.c (nota 10), pp. 159-160. Ha
sido recogido también en Antígona. Revista cultural de la Fundación María Zambrano, nº 1, 2007, pp. 155-
157.
6
momento, se produjo una radical discrepancia en el modelo de Estado. Y lo mismo sucede
con la interpretación de Europa, donde, a la hora de interpretar las causas de su situación
pero, sobre todo, a la hora de establecer las relaciones de realidad que forman
España/Europa23
, María Zambrano representa una toma de posición diferente a la
unamuniana y a la orteguiana.
¿Por qué razones, habiendo compartido un fondo común de “patriotismo” unos
intelectuales apoyaron a la República mientras otros se inclinaban por crear un Estado
autoritario siguiendo el modelo italiano? Ya se sabe de qué lado quedó definitivamente
María Zambrano pero la pregunta no es fácil de responder por completo. Me inclino por
pensar que aquellos intelectuales que se movieron dentro o en la órbita de la Institución
Libre de Enseñanza (en la medida que, en cualquier circunstancia, hicieron de ella una
confesión favorable) optaron por la República. En el otro lado se habrían posicionado
quienes valoraron negativamente la herencia krausista, incluida la versión institucionista.
Mas este es un tema que tiene suficiente calado como para no ser respondido con
superficialidad. Analizar la trayectoria de Zambrano desde este punto de vista puede ayudar
a clarificar en parte el tema. Lo cierto es, como ha señalado Pedro Cerezo, que debe
resaltarse el mérito de estos intelectuales españoles antifascistas cuando los vientos que
corrían por Europa eran propicios al fascismo e hicieron que muchos otros intelectuales, de
mucho renombre, decidieran apoyarlo.
Ambas razones nos conducen a precisar el lugar que ocupa en ella la reflexión
sobre España y Europa: creo que Zambrano pertenece a una tradición diferente a la de
Ortega y también a la de Unamuno, si bien con el primero mantuvo sintonía en la forma y
con Unamuno más en el fondo. Pero, aun así, creo Zambrano pertenece por ascendencia
familiar a otra veta histórica.
Cuando, en la carta a José Luis Abellán de 1984 ya mencionada, María Zambrano
aún desde Ginebra le decía: “Al escribir su libro sobre el erasmismo, que no he podido
escuchar todavía, bien muestra usted, por la vía que anda, por la que sin duda hemos
andado ¡qué remedio! todos” 24
, nos estaba ofreciendo una clave de la que no podemos
prescindir. En verdad, muchos años antes, en otra carta fechada en La Piece, 27 de febrero
de 1967, y a propósito del libro del propio Abellán, Filosofía española en América25
ya le
hacía llegar la enorme deuda que ella sentía con su padre. Tiene que ver directamente con
su origen familiar, con la radical influencia de su padre vinculado a la espiritualidad de la
baja Extremadura donde por largos años dominó la Orden de Santiago y donde arraigaron
los viejos movimientos de espiritualidad nacidos en el XVI26
. El propio Marcelino
23
SÁNCHEZ-GEY, j., “La idea de España y Europa en la obra de María Zambrano”,. MORA, J. L Y. MORENO, J.
M (eds.), Pensamiento y palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Valladolid, Junta de Castilla
y León, 2005, pp. 77-93.
24 Esto indica las dificultades con que le llegaban los libros publicados en España. ABELLÁN, J.L., El
erasmismo español, Madrid, Espasa Calpe, 1975 (hay una segunda edición de 1982).
25
Madrid, Guadarrama y Seminarios y Ediciones, 1966. Reeditado después con el título El exilio filosófico en
América. Los transterrados españoles, Madrid, FCE, 1998.
26
A la figura de su padre he dedicado un buen número de páginas. A medida que le conocemos mejor
podemos asegurar que su influencia fue mucho más allá de la relación paterno-filial para marcar radicalmente
un trazado de la historia de España que está en la raíz de los compromisos adquiridos por la hija y con la
orientación definitiva de su filosofía. J. L. Mora, o.c., ver nota 4.
“A orillas del Eresma y el Clamores”, ORTEGA MUÑOZ, J. F. (ED.), María Zambrano. La aurora del
pensamiento, Málaga, Centro Andaluz de las Letras, 2004, pp. 122-144. “Los años segovianos de Blas
Zambrano. Culminación y crisis de la "razón poética"” en SÁNCHEZ CUERVO, A. (COORD.), María Zambrano:
pensamiento y exilio, Comunidad de Madrid/Universidad Michoacana, 2004, pp. 55-78. “Hija de un sueño. El
magisterio de sus padres” en MORENO, J. (COORD.), María Zambrano 1904-1991, Madrid, Residencia de
Estudiantes/SECC/Ministerio de Cultura/Fundación María Zambrano, 2004, pp. 253-269. “María Zambrano:
la herencia paterna de su compromiso intelectual y moral” en ROMERO BARÓ, J. Mª (COORD.), Homenaje a
Alain Guy, Universidad de Barcelona, 2006, pp. 201-226. Andrés Oyola ha estudiado también los orígenes
7
Menéndez Pelayo, sobre quien Zambrano nos ha dejado varios testimonios de
reconocimiento, sostiene que “tampoco han desaparecido las antiguas sectas iluminadas y
secretas. Al contrario, las doctrinas de desorganización social traídas por la revolución del
68 le han dado nueva fuerza. En la raya extremeña de Portugal difunde o difundía cierto
género de heterodoxia lúdica un santón llamado el de la Amarilleja27
”. Esto tiene que ver
con lo contado por la propia Zambrano acerca de la supuesta conversión del abuelo
extremeño a las doctrinas del obispo Araujo. No es el lugar de volver sobre los muchos
testimonios que existen en la propia obra de María Zambrano acerca de este punto pero sí
sobre uno que me parece clarificador. Se trata de una carta (aún parcialmente inédita) de 23
de marzo de 1967 a un discípulo de su padre, Pablo de Andrés Cobos, con quien las
hermanas tuvieron mucha amistad pues les fue de gran ayuda y en la que Zambrano le dice
lo siguiente:
Gran parte de mi meditación sobre lo español especialmente, tiene como centro y no sólo
como origen, el entender a mi padre, el querer reconstruirlo desde adentro; el querer
encontrar un lugar del pensamiento del alma, de religión, donde su pensamiento hubiese
podido encontrar forma objetiva, perdurable. Sé que no ocurrió eso –eso que a él le
ocurrió, sólo a él; sé que es algo de la tradición española desde que España se constituye en
Estado. El que el pensamiento de esa clase o especie de personas no haya llegado a
encontrar la forma adecuada en el pensamiento occidental es parejo a que en España, como
vida, como sociedad, como Estado no la haya encontrado tampoco”28
.
Dos ideas muy importantes están dichas en tan pocas líneas: que ha habido una
parte del pensamiento español (y de las gentes que lo han sustentado) que no ha encontrado
su forma de Estado; y que de ello se ha seguido el que España no la haya encontrado
tampoco. Así pues, María Zambrano pertenecería a esta tradición no de herejes, palabra que
no le acaba de gustar, si no de heterodoxos y así se autocalifica ella misma en alguna
ocasión. Al propio Pablo de Andrés, en 1971, le confiesa los disgustos que le costó la
publicación de Pensamiento y poesía en la vida española (1939) en los siguientes términos:
“No me amilané, porque sabía y me sé aún bastante heterodoxa. Lo que no impide que otros
consideren que mi pensamiento no hace más que seguir el de Ortega o al de Ortega. Y en
verdad, siendo discípula suya, como lo soy antes que de él, de mi Padre, he caminado
siempre por mi cuenta, debiéndoles siempre, y siguiendo a mi Padre íntimamente, sin
poder remediarlo. En fin, seguiría escribiéndote…29
Es verdad que Zambrano fue discípula académica de Ortega y Gasset y que ella lo
reconoció en sus artículos, el de 1936, en el posterior curso dictado en La Habana y en el
artículo que escribe en Ínsula con motivo de la muerte del filósofo en 1955, pero no es
menos cierto que entre ellos se fue formando un abismo. Se inició a partir de 1934 cuando
Zambrano le expuso su esbozo de razón poética30, se agrandó con motivo de la guerra civil
y quedó ahondado irremediablemente con la vuelta a España de Ortega en 1945. Mas este
extremeños: “El delirio de los orígenes”, República de las Letras, 89, abril 2005, pp. 30-46. Finalmente, Juan
Carlos Marset en la obra ya citada (nota 20).
27
MENÉNDEZ PELAYO, M., Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, BAC, 2006.
28
Los subrayados y enfatizados son míos porque en ocasiones se ha dicho que María Zambrano no habría
tenido una preocupación por el Estado sino tan sólo por ámbitos más reducidos como la ciudad, etc. Esta carta
ha sido reproducida parcialmente en MORA GARCÍA, J.L., o.c. (nota 4), p. 274. MORA GARCÍA, J. L., “El
significado de la revista Ínsula en la cultura y la filosofía españolas del último medio siglo (1946-2000)”,
ROSARIO, M. DEL (ED), Pensamiento español y latinoamericano contemporáneo II, Cuba, Ed. Feijoo,
Universidad Central de Las Villas, 2006, pp. 79-112.
29
Carta a Pablo de Andrés Cobos, 26 de diciembre de 1971.
30
Con frecuencia se ha asignado el origen de esta expresión al comentario que Zambrano hizo al libro de A.
Machado La guerra. La propia Zambrano lo sostiene explícitamente en la carta a Abellán ya citada de 1984.
Sin embargo, la profesora Juana Sánchez Gey me hizo ver que estaba ya en el artículo “Hacia un saber sobre
el alma” de 1934.
8
distanciamiento no era tanto personal cuanto filosófico: terminaron por darse cuenta de
que pertenecían a dos intentos bien distintos de reconstrucción de la historia filosófica de
España, que era lo mismo que decir de España misma y de Europa.
Así pues, a cuestiones muy de fondo nos remite el tema propuesto por el Congreso
tanto de nuestra propia historia en sus dimensiones española y europea como a esas
referencias internas de la obra zambraniana. Importantes son las reflexiones de Zambrano
sobre esa doble realidad de nuestra filiación y, al tiempo, su toma de posición da razón de
ser a su propia obra.
María Zambrano ante España y Europa
España
Respecto a España la posición de María Zambrano sería la siguiente: la historia se
habría interrumpido en su punto mejor, es decir, en un tiempo en que hubo una posibilidad
de fundar una dimensión de universalidad que, sin embargo, habría quedado cortada de
raíz. Ese tiempo al que me refiero habría tenido lugar, seguramente, con el humanismo
renacentista de orientación erasmista. Habría sido el tiempo de las grandes reformas
religiosas. Por supuesto, esta posición de Zambrano nada tiene que ver con las posturas
tradicionales de defensa del imperialismo. Por el contrario, se trataría de la España
defensora de la convivencia, en la línea con la Philosophia Christi del erasmismo, muy
crítica contra la paganización de la cristiandad, defensora de un cristianismo interior y
enaltecedor de los valores cristianos de la humildad y la sencillez en sintonía con lo
sostenido en el Enchiridion de Erasmo. La idea del cuerpo místico sería la base de la
solidaridad entre los hombres con Cristo como el hermano mayor, subyacente a las ideas
sostenidas por Vives en sus libros sobre la pacificación o la ayuda a los pobres.
Habría sido ésta la España sofocada por Trento, devorada por la historia universal
durante siglos y… separada de Europa. “Les preocupaba –dice en Delirio y Destino
refiriéndose a su padre y a los que con él departían- más que nada aquel momento en el
cual España se separó de Europa, acabada la lucha de la Contrarreforma y Felipe II por
tanto, en el centro donde una y otra vez volvía. Era la tesis más extendida entre “las
izquierdas”, la que entendía como un inmenso error histórico la Contrarreforma, aquella
obstinación en la lucha en los Países Bajos. (…) Justamente Fernando de los Ríos, el autor
del Sentido humanista del Socialismo se había obstinado en poner de relieve el sentido
universalista, europeo, de la política de Carlos V, que hizo tanto en función de Emperador
de Alemania como de Rey de las Españas; su inmenso esfuerzo para que no se consumase
la escisión protestante”31.
Es en este marco donde adquiere relevancia su defensa de la mística porque habría
formado parte de este proyecto de España, capaz de construir una forma de conocimiento
que no renunciara a nada y que apostara por la plenitud del hombre frente a, por ejemplo,
lo que había sido la mística alemana más propia de una teología negativa. Así, en su texto,
“San Juan de la Cruz. De la “noche obscura” a la más clara mística”32, cuya primera
redacción pertenece a los años de la guerra civil, insiste una y otra vez en este ansia por
abrazar el todo para lo cual está dispuesto a renunciar a “todo” aquello que se lo impida,
porque “lo que sucede en la mística está al menos fundado en la naturaleza humana, en una
posibilidad esencial a ella, tal vez en una condición que se revela en la mística más que en
cosa alguna”, algo así como la transformación de la crisálida en mariposa.
Como nos ha dicho Rosa Rossi: “en aquella pasión y en aquella práctica suyas de la
soledad y del silencio –refiriéndose a San Juan de la Cruz- había una apremiante dimensión
moderna que iba más allá, no sólo de la propuesta claustral sino también de la
comprensión de la mayoría de las personas que tenía a su alrededor.” (…) Era el “camino
31
Delirio y Destino, o. c., p. 149.
32
Recogido por MORENO, J., en Los intelectuales…o. c., pp. 263-274.
9
que preveía el vaciamiento de la mente para crear allí un espacio nuevo y libre donde
elaborar la propia perceptividad, donde colocarse lo más cerca posible de la cualidad
paradójica que es tan propia de la fe “oscura” como del arte. Un artista no puede trabajar
realmente si no se halla en soledad, en un ambiente que le permita tener constantemente
bajo control su percepción del mundo externo, para que la unidad invisible de la idea y de
su realización no se haga pedazos por la irrupción de una presencia extraña”33.
En definitiva, era esta la apuesta española del siglo XVI por la que
inmediatamente iba a ser la modernidad diferente, en la manera de ver de Zambrano, de la
senda que iniciaría después el racionalismo y que llevaría a cabo la reconstrucción del
orden, una vez quebrado el paradigma medieval de objetividad cuya crisis se remonta al
siglo XIV y que habría procedido a la reconstrucción de la filosofía sobre la base de la
reducción analítica (bien distinta de la realizada por el místico) que establece fronteras
entre lo susceptible de ser conocido y el sentido íntimo de su existencia a lo que
definitivamente se renuncia. Reducción, en definitiva, de la vida misma como dejaría al
descubierto la fenomenología.
Mas la mística no, pues “una tan clara mística forzosamente tenía que venir a dar
en una unidad perfecta de amor y conocimiento”34. Se trataba de una apuesta por la
creación que al nacer de la admiración se oponía a todo nihilismo y no en menor grado a la
violencia. Una idea que, como sabemos, repetirá en distintas ocasiones para mostrar la
distancia que inmediatamente se establecerá entre este modelo y el que inicie el
racionalismo del XVII. Porque ella sostendrá que sobre la violencia no se funda la unidad
sino el sometimiento de lo dado, bien por ya ideado o bien por hecho Por eso, señalará, ni
el racionalismo ni el positivismo entenderían nunca lo que la mística había significado. Si
cabe, aún menos el positivismo. Así lo indica en el mismo artículo sobre San Juan de la
Cruz y más explícitamente en una carta a Pablo de Andrés:
“El intelectualismo occidental creciente a partir del Renacimiento, es decir, no, Giordano
Bruno no era así, a partir del XVII ha ido restringiendo los órganos o canales del
conocimiento. Y como contrapartida surgieron los empirismos a las letras, los sensualismos,
los materialismos, y etc. etc.; ahora el estructuralismo que nos quiere persuadir de que no hay
creación –“poiesis”- sino estructura encarceladora. Si es que puedo seguir escribiendo, diré algo
acerca de los diversos canales –perdidos o semi- del conocimiento, pero en cierto modo he ido
ofreciendo una suerte de Teoría del Conocimiento más amplia, de más dimensiones que la que
me dieron. Y especialmente en cuanto al tiempo, que no pretendo “misterificar”, sino más bien
mostrar en su integridad o al menos en algunas de las dimensiones o aspectos que hacen de él
un mediador en vez de un obstáculo. En “El sueño creador” así aparece y aun el prologuillo del
volumen en que está incluido y en… tantos otros lugares. Desde la primera línea que yo haya
escrito y concretamente desde “Hacia un saber sobre el alma” –Revista de Occidente año 34, me
parece- pido, clamo por un saber más amplio en el que la conciencia, la Razón, haga suyos
otros saberes irrenunciables como los de la poesía, las religiones, la mística… en fin que el
conocimiento torne a recoger la revelación, las revelaciones todas…”35.
Por eso no le habría quedado otro remedio al pensamiento español que refugiarse
en la poética, en la literatura, al precio de quedarse sin filosofía, es decir, de la filosofía que
iba a nacer en la Europa del XVII. Por lo que concierne a España, pues, al problema de
España, la posición de Zambrano pasaría por sostener que estuvo en los inicios de una
apuesta por la universalidad, por la construcción de Europa pero que no habría sido
posible la continuidad porque todo ese pensamiento quedó en la heterodoxia tras la
Contrarreforma. Si acaso, la apuesta más aproximada por acercar este pensamiento a la
ortodoxia la habría emprendido San Ignacio de Loyola haciendo de la religión una
33
ROSSI, R., Juan de la Cruz. Silencio y creatividad. Tr. de Juan Ramón Capella, Madrid, Trotta, 1996, pp. 45
y 84.
34
ZAMBRANO, M., “De la noche obscura, p. 269.
35
Carta de 1971. Algunos párrafos están reproducidos en MORA GARCÍA, J. L., o.c., (nota 4), p. 274.
10
aritmética de la salvación. Los ejercicios ignacianos vendrían a ser el correlato en el
ámbito de la religión lo que significará el Discurso del método para una teoría del
conocimiento. No era esta apuesta satisfactoria pues el precio a pagar suponía
empequeñecer los fines radicales de la mística y de todos aquellos movimientos de
renovación religiosa llegados hasta sus ancestros que apostaban por impregnar la vida
toda de aquellos íntimos ideales que habían regido a los creyentes del siglo XVI y que no
pudieron escapar a las armas del Santo Oficio. Pues Zambrano, y ese era el sentido de la
carta citada más arriba, sostenía que ahí había quedado el verdadero espíritu de aquellos
españoles. El problema de España no era un vicio de origen sino de interrupción del
proceso. Por eso creo que no hay en ningún caso una “esencialización” de España y su
historia sino la remisión a un problema que exige corrección en el mismo ámbito en que se
ha producido, es decir, el de la propia historia.
Por eso nunca hubiera sostenido la aseveración con que Ortega concluyó su famosa
conferencia pronunciada en Bilbao en 1910: “La pedagogía social como práctica política”36,
cuando dejó un latigazo que ha restallado en nuestros oídos durante años y años:
“Verdaderamente se vio claro desde un principio que España era el problema y Europa la
solución”37. Es verdad que luego, muchos años después, en la no menos famosa conferencia
de Berlín (1949) hay muchos matices sobre el papel de las naciones – espacio al que asigna
“el modo integral de ser hombre”38- en la construcción de Europa pero, aun así, hay diferencia
notable con Zambrano en la medida que ésta siempre pensó que España guardaba energías
“reprimidas” y que a su generación le correspondía rescatarlas. Y que esto era parte del
problema español pero también del problema europeo pues la fractura de la que hablamos
no sólo afectó negativamente a España sino a Europa entera.
Así lo habría puesto de manifiesto ya en 1543 el médico segoviano en el discurso
citado al comienzo de estas páginas. Como también hemos indicado, no es fruto de la
casualidad que Andrés Laguna fuera recuperado en tiempos de la llamada crisis de fin de
siglo XIX y que fuera un autor con “buena prensa” en los años en que se celebró el Concilio
Vaticano II al ser tenido como precursor del diálogo entre religiones. Hace algunos años
me ocupé de la herencia de este médico39 a quien apreció mucho Teófilo Hernando, amigo
personal de Ortega y gran estudioso de Laguna.
Así pues, María Zambrano se acercó al Renacimiento con una visión contrapuesta
a la que tuviera Maeztu, aunque la propia Zambrano no dudara en calificarle de “el más
meditador del grupo”, “vasco, andariego en su juventud en Inglaterra y Estados Unidos”40,
pues éste sostenía que el Renacimiento abrió las puertas al escepticismo y al relativismo al
poner el acento en el hombre frente a la vieja objetividad teológica medieval41. Para
Zambrano, en cambio, el humanismo renacentista abrió las puertas que luego fueron
cerradas Mas, si estuvieron abiertas pueden, deben más bien, ser reabiertas. Esta sería la
propuesta. Significaría esto no sólo recuperar España sino también reconstruir la filosofía
sobre bases nuevas. Algunos, según ella, ya lo habían intentado con antelación a su propia
generación. Es el sentido que para ella tuvo el krausismo: “Lo sabíamos, lo supieron
36
El párrafo completo reza así: “Regeneración es inseparable de europeización; por eso apenas se sintió la
emoción reconstructiva, la angustia, la vergüenza y el anhelo, se pensó la idea europeizadota. Regeneración es
el deseo; europeización es el medio de satisfacerlo. Verdaderamente se vio claro desde un principio que
España era el problema y Europa la solución.” ORTEGA Y GASSET, J., O.C. Ed. GARRAGORI, P., 1, Madrid,
Revista de Occidente, 1983, pp. 503-521
37
En este mismo año Ortega mantuvo la famosa polémica con Unamuno tras la que Ortega escribió
“Unamuno y Europa, fábula” donde a propósito de la palabra “Europa” señala que “en esa palabra comienzan
y acaban para mi todos los dolores de España.” 1, p. 128.
38
V. nota 14, p. 283.
39
MORA, J. L., “La herencia de Andrés Laguna”, GARCÍA HOURCADE, J.L. Y MORENO YUSTE, J.M. (coord.),
Andrés Laguna. Humanismo, ciencia y política en la Europa renacentista, Valladolid, Junta de Castilla y
León, 2001, pp. 239-256.
40
Delirio y destino, p. 84.
41
MAEZTU, R. DE, La crisis del humanismo, Ed. de P. González Cuevas, Salamanca, Almar, 2001.
11
aquellos hombres que quisieron con el krausismo como instrumento moral elevar el nivel
de la vida española, crear esta clase nueva o casi nueva: profesores, científicos,
intelectuales, artistas, que formaban parte de la sociedad viviente y que encontraron en
ella su acicate y, en el Estado, su sostén. Y avivar en la escasa burguesía industrial, el
amor y la atención hacia las cosas de la inteligencia. Pero todavía había más. Un fondo
religioso, algo así como un rebote de la fracasada reforma religiosa del siglo XVI. Un
cierto renacer bajo la distinta doctrina del un día espléndido “erasmismo” español”42.
Interesante es este juicio para comprender lo dicho con antelación sobre la actitud
entusiasta en defensa de la República adoptada por Zambrano.
Pero faltaba más. Faltaba rescatar a los heterodoxos si era verdad que en ellos se
escondía lo mejor de España. Y es en relación con este propósito donde, puede parecer
sorprendente, María Zambrano encuentra dos puentes bien diferentes hacia esa España del
pasado que debería ser de futuro: Menéndez Pelayo, el ortodoxo historiador católico que
nos habló de los heterodoxos y Pérez Galdós, el novelista a quien años después calificará
de don del océano y que habría hecho la propuesta propia de la izquierda.
“Ahora comprendía –se dice a sí misma-, sentía que el ortodoxo historiador estudió
a los heterodoxos por estudiarles a ellos quizá, a los anarquistas de todos los siglos de la
historia de España; llegar a entenderlos sería desentrañar la vida española”43. A Galdós,
autor del prólogo al libro Vieja España de Salaverría en el que había recordado que si la
Reina Isabel “hubiera desatado nuestras conciencias, habría hecho más por nosotros que
descubriendo cien Américas y conquistando doscientas Granadas”44; y luego autor del
drama Santa Juana de Castilla, interpretación del personaje de Juana la Loca en clave
erasmista, le reconoce que aportó, decíamos, la “tesis” de las “izquierdas”: “España tendrá
que aprender a tolerar, a practicar una mesurada libertad enriquecida por las reformas
sociales, el ejemplo naturalmente era Inglaterra. Todo ello partiendo del “supuesto” de una
renuncia a la pretendida grandeza, a la novelería” (…) “El pueblo es en Galdós –concluye
Zambrano- como lo es en realidad, verdadero, como una palabra de Dios”45.
Sólo, pues, desde aquí sería posible la recuperación y actualización de la España que
ella consideraba más auténtica, es decir, la que formaría la tradición a la que creía
pertenecer frente a la teocrática y absolutista. Y con ella, la reconstrucción de la filosofía.
Los textos donde justifica esto con más detenimiento son ya de tiempos del exilio, escritos
apenas sin otro apoyo que su propia memoria, lo que quiere decir que la reflexión había
sido ya muy potente con anterioridad. Así, su Pensamiento y poesía en la vida española46
,
“Ortega y Gasset, filósofo español”47, primera lección del curso dictado en La Habana en
1940; en el artículo ya mencionado de la revista Las Españas (1948) y en la reflexión
autobiográfica Delirio y Destino. Pero a estos textos se anticipan los ya escritos durante la
guerra civil, tanto en Los intelectuales en el drama de España como en algunos de los
artículos de la revista Hora de España.
La tesis sostenida es la misma: “Este era el caso: en España no había filosofía (lo
dice refiriéndose a la opción de Ortega cuando hacia 1902 opta por ser filósofo). Y
entonces, ¿desde cuándo no la había? ¿la hubo alguna vez? y, ¿en qué forma?”48. Es aquí
cuando de nuevo recuerda La Ciencia Española de Menéndez Pelayo, fruto de su polémica
con Perojo, Manuel de la Revilla y el Padre Fonseca en que el escritor santanderino
ofreció aquellas largas listas de autores. Sin embargo, Zambrano sostiene en este momento
la tesis tradicional de la izquierda: “que habiendo habido filósofos no ha existido filosofía”
42
Delirio y destino, p. 76.
43
Ib. P. 72.
44
. PÉREZ GALDÓS, B., “Prólogo” a. SALAVERRÍA, J.M., Vieja España recogido por. SHOEMAKER, W.H., Los
prólogos de Galdós, The University of Illinois Press, México, Ediciones Andrea, 1962.
45
Ib. p. 66 y 67.
46
V. nota 13.
47
Recogido en Andalucía, sueño y realidad, Granada, Biblioteca de la cultura andaluza, 1984, pp. 195-225
48
Ib., p. 201.
12
porque, dice y con razón que “la existencia de la filosofía en una cultura no depende tan
sólo de la genialidad de unos cuantos, sino de algo que los trasciende, de la continuidad y
de la vigencia de esos geniales esfuerzos. También de la plenitud de esas filosofías, de que
no sea necesario referirlas como pre o post de otras”. Así pues, no habríamos tenido
filosofía y menos en el sentido en que se cultivó en Europa después de Descartes, cuando
“pensar era actuar”. “Sin lo uno no hubiera existido lo otro, es decir, la Filosofía, al menos
en esa forma… ¿Por qué insistir con el genial don Marcelino en que nuestro pensamiento
haya corrido por los mismo cauces, se haya expresado en las mismas formas y hasta haya
ejercido análoga función que el de las naciones de Europa? Y es que España no es una
nación, sino más o menos el germen de un continente, yo diría de un modo de vida en vías
de nacimiento y siempre interrumpido”49.
Mas tenemos “necesidad ineludible de filosofía -dirá más adelante- y ello para
evitar la aniquilación de la sustancia de la vida. Más aún, y no sólo para entrar en las
naciones cultas, sino como “requisito para entrar en sí mismo sin quedar prisionero; para
entrar de modo que se pueda salir, para vivir de modo que se pueda morir y, si es que Dios
lo quiere, resucitar”50.
Llegados aquí y reconociendo en Ortega este carácter fundacional al tiempo que las
tres principales cualidades que lo caracterizan: claridad, generosidad intelectual y la
objetividad, Zambrano no se para ahí y, como si no se quedara tranquila con este
diagnóstico, replantea de nuevo la pregunta acerca de lo que sea la filosofía y tras
identificarla con la aspiración a la unidad y a la transparencia, deja para el final una última
pegunta: “¿como hacer virtuoso un hombre?”, Mas esta se corresponde con esta otra:
“¿cómo hacer virtuosa una ciudad? Y, esta, a su vez, también, con ésta: “¿Qué hacer para
que vida y razón se entiendan?” Ortega respondió a estas preguntas desde su razón vital e
histórica. Pero la Zambrano exiliada, se mantiene en su duda desde La Habana cuando se
pregunta: “¿se podrá lograr?”, “¿cómo conseguir que no se oculten la una a la otra?” A
esas alturas la respuesta no podía ya venir del “examen crítico de la mente” “sino de esa
congoja que nace ante la formulación de una esperanza descifrada”51.
Sobre el carácter fundacional atribuido a Ortega y que se ha convertido ya en un
tópico, sobre todo a partir de las tesis sostenidas por Julián Marías, no diré ahora mucho
más. Se basaba fundamentalmente en la convicción de que habría faltado un periodo
ilustrado en España; en definitiva, que no habríamos tenido siglo XVIII, tópico mantenido
durante mucho tiempo por el pensamiento conservador y también por el liberal bien que
por razones opuestas pero coincidentes en definitiva en la conclusión. Ambas posturas,
podríamos decir, se asentaban en interpretaciones de la historia de España y de la
concepción que exigían nuestra exclusión de la modernidad, bien porque así se podía
sustentar una España libre de herejías o bien porque si no había habido modernidad era
posible aún firmar su paternidad.
Hoy hubiera sido imposible sostener ambas tesis tras las investigaciones de las dos
últimas décadas. Pero creo que María Zambrano se refería a otra cosa si la leemos a la luz
de la tesis sostenida en su libro Pensamiento y poesía en la vida española a propósito de lo que
habría supuesto el realismo español, tema que debió debatir con Arturo Serrano Plaja
antes del exilio52 y que no acaba de entenderse del todo sino por fidelidad intelectual al
maestro. Si se refiere a la falta de una “racionalidad” organizada académicamente según
los parámetros de las universidades europeas podemos estar de acuerdo. Mas esto no sería
un problema de falta de filosofía sino un problema de institucionalización que dejaría sin
resolver el papel asignado a la poética o a la novela en nuestra propia historia. ¿Habrían
sido éstas solamente expresión del fracaso? ¿Fracaso de la razón y con ella del Estado?
49
Ib. p. 207.
50
Ib. p. 208.
51
Ib. p. 224 y 225.
52
SERRANO PLAJA, A., El realismo español, Buenos Aires, Publicaciones del Patronato Hispano Argentino
de Cultura, 1943.
13
¿Fracaso de la vida misma? Cuando la crisis dura demasiado tiempo tendemos a dejar de
atribuir sus causas a razones propias de la historia para buscarlas en otros ámbitos. Es una
tentación más que filosófica, humana. Acaso, vistas desde otro lado, ¿eran estas formas de
expresión una alternativa a la filosofía que nacería en Europa? Pues luego veremos a
propósito de la filosofía europea que, según Zambrano, a la vida no le ha ido mejor con el
modelo racional europeo. Es este un punto de la reflexión zambraniana que no queda del
todo aclarado, sobre todo si tenemos en cuenta que para la revitalización de la filosofía no
hace tanto una llamada a la búsqueda de modelos europeos cuanto a la recuperación de la
parte de la propia historia no realizada.
¿Cómo entender aquí el artículo “La reforma del entendimiento español”?53
Después de establecer la comparación entre el papel de Cervantes en España y Descartes
en Francia y sostener básicamente que la filosofía aunque nacida del fracaso se había
convertido en la conciencia del éxito junto al Estado mientras la novela sería la conciencia
del fracaso, no hace sino remitirnos a que nos fijemos en el papel jugado por el pueblo.
Precisamente la parte de la sociedad que ha quedado fuera de juego en la distribución del
poder. “Es lo único que nos queda –afirma-; el último elemento insobornable: voluntad que
es ya instinto; lo único vivo bajo la destrucción de la sociedad y el desmoronamiento del
Estado.” Y concluye con las siguientes palabras: “Es la hora de que España acepte
íntegramente la voluntad de su pueblo y la objetive sin temor ni precipitación en un
Estado que a Europa, a la Europa declinante y al mundo, pero especialmente a aquel
continente que habla nuestro idioma, le devuelva la confianza en el hombre; que restaure
la fe en la razón y en la justicia y que la realice en la medida mayor de su posibilidad
actual”54.
Mas hay aquí un plano de reflexión que he comentado en otro lugar55 y que tiene
que ver con este párrafo que nos ha pasado un tanto desapercibido: si hemos comprobado
que, a pesar de todo, “la razón ha podido alcanzar resultados positivos” habremos de
descubrir
“un nuevo uso de la razón, más complejo y delicado, que llevara en sí mismo su crítica constante,
es decir, que tendría que ir acompañado de la conciencia de la relatividad. El carácter de absoluto
atribuido a la razón y atribuido al ser es lo que realmente está en crisis, y la cuestión es encontrar un
relativismo que no cayera en el escepticismo, un relativismo positivo” (…) “acercar, en suma, el
entendimiento a la vida, pero a la vida humana en su total integridad, para lo cual es menester una
nueva y decisiva reforma del entendimiento humano o de la razón, que ponga a la razón a la altura
histórica de los tiempos y al hombre en situación de entenderse a sí mismo56
.
Claro que previamente había renunciado a una cátedra de Filosofía pues así lo
escribió en la famosa carta al Dr. Marañón: “Yo no me vi en una cátedra dando clases de
filosofía, aun con todo lo que la amo, porque no puedo, porque amo la vida. Y la filosofía
tiene que estar viva. ¿Lo ha estado alguna vez en España? ¿O, para estarlo, ha tenido que
pasar por la hoguera, ha tenido que quemarse? ¿Y el pensamiento? ¿Cuál ha sido la suerte
del pensamiento en España? Abstenerse, quedarse quietecito, no meterse en nada y, al
hacerlo, rozar la traición y, sobre todo, la tradición”57
. Es verdad que estas palabras fueron
53
Pertenece a los escritos en Hora de España. Está incluido en la ed. de MORENO, J., Los intelectuales…, o.c.,
pp. 152-164.
54
Ib. P. 164.
55
MORA GARCÍA, J. L., “Sobra la manera de expresarse entre nosotros”, Arbor (en prensa). Recoge este artículo
la intervención realizada en la semana “Pensar en español” que en octubre de 2007 organizó el Instituto de
Filosofía (CSIC)
56
ZAMBRANO, M., “La reforma del entendimiento”, Pertenece, igualmente, a los escritos de Hora de España,
o. c., pp. 137-38. El subrayado es mío.
57
Ib. p. 127. ZAMBRANO, M. “Anexo. Un liberal”. Recogido por MORENO, J., Los intelectuales…, o. c., p.
123. Ortega dirá algo similar, con mayor acritud, en su texto sobre Europa, es decir, en el ocaso de su vida y
habiendo sido catedrático de Metafísica: “En tiempos de Luis XIV, Vestris, el maestro de baile versallesco,
solía decir: “No se sabe toda la filosofía que encierra un minuet”. Tenía gran razón y están en un error los que
14
escritas en plena guerra pero si analizamos su pensamiento del exilio esto no habría
cambiado mucho. De hecho, en carta a Lezama Lima, 27 de octubre de 1939, le dice: “No
tema que me ponga en plan de “catedrática” en las conferencias, iré a dar lo mejor que
tengo, lo más verdadero… iré a hablar de mí misma, como a lo mejor de mí misma… No
soy catedrático, es decir, no me doblegué a nada oficial allá en mi tierra y Ud. no sabe todo
lo que eso me trae, pero allá cada cual con su destino o con su empleo”58. Sólo le quedaba
renacer de la voluntad pura, renacer del sueño creador como había hecho Benigna, la
protagonista galdosiana son su personaje don Romualdo que supuestamente salva a su
ama cuando en realidad lo hace gracias a su propia actividad misericordiosa ejerciendo la
mendicidad en el pórtico de la Iglesia de San Sebastián. Es decir, en tal circunstancia sólo
cabe confiar en el amor. Razón amorosa tal como había sido conservada en la tradición
poética.
Pero fue peor. Por no librarnos de nada, ni siquiera la carencia en España del
modelo de racionalidad dominante en Europa sirvió para que España hubiera quedado
fuera del riesgo del fascismo. Sin duda, Zambrano ha escrito uno de los alegatos más duros
contra el fascismo como expresión de la que considera enfermedad europea que habría
importado en España la cobardía de algunos intelectuales que no quisieron asumir un
papel segundón y se vendieron a las clases dominantes, precisamente las herederas de la
escisión entre la inteligencia y el pueblo. Fue, para ella, una cuestión de justificación
personal, propia de señoritos”. La suplantación se debió a la necesidad de justificar “una
situación individual que por ser propia de los individuos de una clase social logró prender
“bajo una máscara intelectual de una actitud doble”: como una manera de no renunciar al
contacto y ventajas del trato con las fuerzas del pasado precisamente por parte de quienes
han tenido un profundo desprecio por la figura del intelectual; y, segundo, por su
incapacidad para crear, amarrando la inteligencia a “residuos de creencias descompuestas
del pasado, a limitaciones impuestas por la falta de valor para romper nudos sociales, y lo
que es más decisivo: la falta de una intuición modelo, la falta de la presencia de una
realidad que presione. Pero esta ausencia de intuición, esta falta de sentir la realidad, llega
a transformarse en el fascismo, en un evadir la intuición y la realidad, en una huida
sistemática y encubierta de la realidad. Pero como la realidad está ahí, sigue existiendo,
hay que aplastarla y aniquilarla. Todo fascismo acaba en matar, en querer matar aquello
que no quiere reconocer”59.
Pues, resulta “que siendo o aparentando ser el fascismo como una vuelta a lo
nacional, en España teníamos lo nacional, lo propio español, como lo menos fascista del
mundo.”
“Recobrarse España a sí misma, volver a su ruta histórica, era tanto como irse tan
lejos del fascismo que lo convertía en puro fantasma”60. El problema residía en la escisión
de la desconexión de la España del XVI y la suya, de la oficial y la viva, porque había dejado
las mejores energías inermes de esta España viva, refugiadas en la heterodoxia, apenas
operantes mientras los grupos dominantes, autoritarios, a lo largo de la Restauración y en
la dictadura primorriverista que personifica en la figura del señoritismo -ya denunciado
por su padre a lo largo de su vida hasta la defensa de la labor del maestro a propósito del
recuerdo al maestro de Ronda, D. Juan Carrillo Sánchez Carrillo en 1929-, habían
terminado por traer el fascismo, una enfermedad que consideraba, como ya hemos hecho
notar, que no nos era propia.
piensan que la filosofía está normalmente en las cátedras de filosofía. Lejos de esto, las cátedras de filosofía
suelen ser un escenario macabro donde se exhibe ante la nueva generación la momia lamentable de la
filosofía. Si, de pronto, en las asténicas Universidades actuales se hiciese de verdad filosofía, estas caducas
instituciones estallarían inmediatamente por una desintegración similar a la atómica”. Meditación sobre
Europa, O. C., t. X,, Madrid, Revista de Occidente, 1983, p. 287.
58
Recogida en El centavo, febrero de 1998, Morelia, p. 22.
59
Los intelectuales en el drama de España… p. 103.
60
Ib. p. 97.
15
El compromiso político debía ser, por tanto, filosófico. Y el filosófico debía serlo de
carácter político. Su objetivo: suturar la escisión. Esta idea fue en María Zambrano
bastante temprana porque no tuvo más que continuar la que aprendió de su padre. Inició
su compromiso político hacia 1927, año en que se licenció. Comenzó apoyando la
fundación de la FUE en enero de 1927 y prosiguió con su contribución a la constitución
de la Liga para la educación social en octubre de 1928 (de vida efímera pues fue clausurada
en marzo de 1929). Fue en el ya mítico merendero de “La Bombilla” a cuya reunión
asistieron conocidos intelectuales: Luis Jiménez de Asúa, José Giral, Felipe Sánchez
Román, Gregorio Marañón, José Salmerón, Ramón del Valle Inclán, Ramón Pérez de
Ayala, Eduardo Gómez de Baquero Manuel Azaña e Indalecio Prieto, por los mayores; de
los jóvenes estaban María Zambrano, Aurora Riaño, Fe Sanz Molpeceres, Antolín
Casares, Domingo Díaz Hambrona, Emilio González López, Antonio Riaño, Francisco
Giral, Salvador Tellez y Pablo de la Fuente61. Continuaría esta actividad dando mítines en
apoyo de la candidatura republicano socialista en las semanas previas a las elecciones del
12 de abril de 1931.
Eran años de oposición al régimen de Primo de Rivera, al calor de la repatriación
de los restos de Ganivet (1925), de la segunda inauguración del monumento a Ramón y
Cajal tras el boicot de los estudiantes al dictador y el posterior recibimiento a Unamuno y,
sobre todo, la oposición a la reforma Callejo que facilitaba la obtención de títulos oficiales a
los estudiantes provenientes de colegios eclesiásticos. Fue el momento en que renunciaron
a sus cátedras, entre otros, Wenceslao Roces, Ortega y Gasset, Jiménez de Asúa y
Fernando de los Ríos. Con posterioridad, intervendría también en las Misiones
Pedagógicas, en el famoso manifiesto ya mencionado del FE, apoyaría la reacción del
pueblo en octubre 1934 porque se parecía bastante a la del pueblo de Madrid en mayo de
1808 y no dudó en llevar el manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas a
Ortega para que lo firmara, ya en 1936, antes de marchar a Chile, tras casarse con el
historiador Alfonso Rodríguez Aldave. Después, su vuelta a España en 1937 y su
contribución a las revistas del periodo de la guerra. Todas son estrategias de la apuesta
por unir los objetivos de la filosofía y la política. La creación intelectual, la escritura, o la
palabra, eran una muestra de antifascismo en la medida en que creían servir a la realidad y
a la vida, a los valores de la vida como forma de negar la negación, es decir, la muerte. Era
hija del hambre y la esperanza, resistente, en suma, como lo son las actividades que nacen
del sueño. Marañón, Ortega y los intelectuales de la generación anterior le parecieron
poco a nada comprometidos, o, por mejor decir, cobardes.
A partir de aquí podemos analizar la distancia entre ambas estrategias, hijas, cada
una de ellas, de la razón vital y de la razón poética respectivamente que son filosófica y
políticamente diferentes. El juicio orteguiano de “no ha llegado usted aquí –señalándose a
si mismo- y ya se quiere ir lejos” nos ha resonado en las lágrimas de Zambrano cada vez
que hemos enjuiciado las actitudes de los intelectuales de aquellos años. Podemos pensar
que de nuevo aquel sueño, como el de los viejos erasmistas, se desmoronó en el duro
despertar o podemos pensar que las energías de esa heterodoxia siguieron intactas en el
largo exilio. En cualquier caso desde aquí se desvanecen las interpretaciones de un
pensamiento blando o escapista, metafísico o místico en el sentido peyorativo de ambos
términos a propósito de María Zambrano tal como indicábamos al comienzo.
Desde lo dicho aquí se deduce una interpretación bastante diferente a la sostenida
por la gran estudiosa del pensamiento zambraniano, Ana Bungaard, a propósito del
61
Fuente: MORENO, J., “Prólogo a Horizontes del liberalismo, o. c., p. 24. Este Pablo de la Fuente, sería luego
el editor de la revista Luna, confeccionada en la embajada chilena en Madrid en los primeros meses de 1939
en condiciones fascinantes. La edición que ha hecho JESUCRISTO RIQUELME la subtitula “Primera revista
cultural del exilio en España (1939-1940), Madrid, EDAF, 2000
16
supuesto esencialismo de Zambrano62. Hablar de lo “propiamente español” no es un juicio
de carácter “esencialista”, es simplemente tomar en consideración la actitud de quienes a
su espalda, de su padre hacia atrás, no habían pertenecido a la España que consideraba de
la dominación. Considerar que ha habido españoles que han quedado fuera de la España de
la dominación, imperial, lo mismo que haría después en “Isla de Puerto Rico” y que ahí
radica lo “propiamente español” es sólo una valoración de la historia de España,
precisamente con la que uno puede reconciliarse. Esto no tiene por qué excluir otro tipo de
valoraciones acerca de los análisis de la historia de España que hizo María Zambrano así
como de la estrategia de la generación de 1929, llamada en ocasiones generación de la
libertad. Cabe que la consideremos simplificadora, que no incluyera en su análisis
cuestiones del ámbito económico o social y con cierta brevedad se atuviera a la cuestión de
las clases sociales como hizo en “¡Castilla a solas consigo misma”63. Pero esto es un asunto
de distinta naturaleza y en ningún caso tiene que ver con interpretaciones esencialistas por
parte de Zambrano. Queda claro, en cambio, que la filosofía fue hija de su compromiso
político y que éste, a su vez, no se entiende sin la apuesta por la filosofía realizada por
Zambrano. Era la única acción posible, según su manera de ver las cosas, para restaurar
los viejos ideales de la universalidad y del humanismo, sin renuncia alguna, con la realidad
de su tiempo. Que fuera un sueño que terminó, de nuevo, en una drástica interrupción, es
decir, trágicamente, es otro tema de análisis que tiene que ver con el enjuiciamiento que
nos merezca la figura de Zambrano y su apuesta, dicho en los términos de Ortega de
querer “ir lejos”, por querer enfrentarse a los acontecimientos y apurarlos hasta el fin.
Pero esto simplemente hace de Zambrano una mujer de su tiempo como somos todos
nosotros que actuamos sin saber qué ocurrirá en adelante.
Europa
A lo largo de esta reflexión ya ha aparecido Europa como horizonte porque, en
realidad, siempre estuvo presente en el pensamiento zambraniano en el primer plano de su
interés. Mas a partir de los años cuarenta se convirtió en la realidad decisiva.
Nos dirá en Diario 16, bastante más tarde, en 1985, a propósito de Rafael Dieste,
que en Vitoria, “en un café, sentada al lado de Rafael, yo descubrí Europa, y creo que sin él
mi descubrimiento hubiera carecido de intensidad y nitidez”64. ¿A qué Europa y a qué
intensidad y nitidez se refiere María Zambrano? Creo que se refiere, antes que a otra cosa,
a su carácter de unidad, a que está entera en cada parte (como, por cierto -alude en ese
mismo artículo-, sucede con Galicia pues citando un artículo de Dieste en Ínsula señala
que Galicia no tiene partes, sino que es una unidad que está entera en cada parte”65). Y es
verdad, cuando habla de Europa lo hace como una unidad originaria que, utilizando el
término de Luis Díez del Corral, habría sido raptada66.
Su actual situación –para Zambrano- tendría que ver también con una escisión: la
que se ha producido entre la razón y su origen. Escindida, al igual que España pero con
una fractura de naturaleza diferente que se habría producido, por decirlo gráficamente,
cuando el hombre moderno europeo olvidó la lección de humildad que encierran las
catedrales románicas y góticas acerca del origen del hombre y su relación con Dios y
haberle querido suplantar. La razón europea responde al seréis como dioses y para ello ha
tenido que invertir las relaciones originarias entre el fondo sagrado que da sentido al
hombre y el papel que la filosofía tenía asignado. Sería este ejercicio de orgullo del
62
BUNGAARD, A., “El binomio España-Europa en el pensamiento de Zambrano, Ferrater Mora y Ortega y
Gasset” en REVILLA, C., Claves de la razón poética. María Zambrano. Un pensamiento en el orden del
tiempo, Madrid, Trotta, 1998.
63
Segovia Republicana, 29 de julio de 1931.
64
Recogido por GÓMEZ BLESA, M., Las palabras del regreso, o. c., p. 153.
65
Ib.
66
DÍEZ DEL CORRAL, L., El rapto de Europa, Madrid, Revista de Occidente, 1962.
17
racionalismo y positivismo modernos el que estaría en la base del olvido que la razón ha
tenido por la vida al tiempo que ha generado lo contrario de si misma: los irracionalismos
de uno u otro cariz. Es decir, el precio pagado por la obtención de la verdad que,
ciertamente, se ha traducido en un gran desarrollo científico y técnico, pero que habría
sido demoledor en la configuración del sentido de la vida humana. Quizá podríamos
resumir la postura de María Zambrano diciendo que Europa habría olvidado la lección del
humanismo español del XVI y habría optado por el modelo del XVIII.
Ortega utilizó el adjetivo “problemática” para referirse a Europa e indicó que nos
hallábamos en una “hora crepuscular”; sin embargo, no dudó en defender que la
recuperación de la plenitud vendría a partir del equilibrio entre la unidad de Europa y las
realidades nacionales67. Zambrano que escribe en plena guerra es más contundente.
En verdad, la joven María Zambrano, seguramente de la mano de su padre quien
ya había escrito proféticamente sobre las consecuencias negativas que para Europa tendría
la firma del tratado de Versalles , como señalamos al comienzo de esta intervención,
sostenía en 1929 que el liberalismo había fracasado en la superación de dos de sus
contradicciones más claras: la primera consiste en sacrificar en aras del cumplimiento de
una ética formal con la renuncia expresa a “todo apetecer, todo ansiar, todo amar”,
suprimiendo el horizonte de la fe, “timonel de la inteligencia y no su prisión”, puntualiza
Zambrano en Horizonte del liberalismo68
. En definitiva, el liberalismo habría eliminado el
sentido de la trascendencia y con ella el sentido de la muerte y la resurrección, el sentido
amoroso de la vida, la creación… el ámbito de lo espiritual, dejando al hombre en soledad.
Pero, además y esta es la segunda contradicción, el liberalismo no ha podido resolver el
problema de la esclavitud pues cuando se enfrenta al problema de la igualdad, ésta es
irrealizable sino modificando el propio liberalismo: “Los postulados espirituales del liberalismo
no pueden realizarse con la economía liberal”69
.
No lamenta Zambrano la existencia misma del liberalismo pues “la doctrina liberal
es el mejor fundamento de la socialización de la economía”; lo que lamenta es que se haya
encerrado en un modelo que hace muy difícil elegir entre los postulados espirituales del
liberalismo y su economía.” Para conseguir aquellos sólo quedaría una vía de esperanza:
recuperar el sentimiento y el amor que proceda a una segunda recreación del mundo. Este
juicio de Zambrano sobre la Ilustración, muy en la línea de su padre, es compartido por
quienes han considerado que el XVIII, y más concretamente Kant, dejó abierta la vía al
materialismo. Y, además, la reducción de lo religioso a religión natural no habría
solucionado las relaciones entre Filosofía y Religión ni hacia atrás ni hacia delante. Creo
que a Zambrano le hubiera gustado más la opción del humanismo del XVI que la del XVIII
pues ésta, en su opinión, no ha resuelto el problema de las relaciones Filosofía/Religión y
ha terminado por favorecer la soberbia de la razón que, paradójicamente, habría llevado a
su olvido en la línea con lo sostenido recientemente por el argentino Sebrelli70.
Estas escisiones acaecidas en Europa habrían traído a su vez otra: la de España y el
resto de Europa. Así nos lo recuerda en Delirio y Destino: era la Europa que necesitábamos
y que nos necesitaba, una Europa cuyas vibraciones se sentían cerca y con la que se perdió
en la primera guerra mundial la ocasión de sincronizar. “Hubiera sido triste como lo es
participar en una guerra, pero si hubiéramos entrado, nuestra situación sería diferente;
quizá hubiéramos de verdad entrado a formar parte del mundo de Europa, a vivir en un
ritmo común”71. Podría haberse preguntado Zambrano si, por los tiempos de la República
seguía siendo tiempo de conseguirlo. Y se respondía haciendo suyas las palabras del
67
ORTEGA Y GASSET, J., “Meditación de Europa”, O. C., t. IX, Madrid, Revista de Occidente, 1983, pp. 247-
313.
68
Ed. de MORENO, J. o. c., pp. 243 y 245.
69
Ib.
70
SEBRELLI, J.J., El olvido de la razón. Un recorrido crítico por la filosofía contemporánea. Barcelona,
Debate, 2007
71
. ZAMBRANO, M., Delirio y destino, o. c., p. 105.
18
cuñado Carlos Díaz quien sostenía que Europa nos necesitaba: “tenemos –decía- una
vitalidad y una juventud que ofrecerles. Podemos ser quizá el contrapeso de Alemania, ya
veremos cuando Alemania se decida, porque de ella, eso es verdad, de ella depende el
futuro de Europa. Y también con Rusia, ¿acaso no se puede hacer una revolución social, un
cambio más bien? Europa en estos momentos necesita encontrarse a sí misma y podemos,
debemos, ayudarla a encontrar el comienzo de una solución”72. Era la apuesta por una
Europa madura, para su generación el “exacto momento de la unidad europea. Eso sí lo
sentía, lo sentía más que como proyecto como hecho, pues era un sentir en sus conciencia
y, sin embargo, las divergencias les preocupaban; sí, cada vez más…”73. Si hubo un sueño
acerca de un futuro venturoso para España, lo tuvieron también para Europa. Si su
compromiso político lo había sido con España, también lo había sido con Europa.
Mas ambos sueños se desvanecieron. Si España se había despedazado, ahora le
sucedía igual a Europa. Cuando ya desde América veía a Europa desde lejos sintió la
agonía de quien estando lejos está en la propia entraña y no renuncia a ella pues “agonizar
es no poder morir a causa de la esperanza”. Había que conseguir que la esperanza se
revelara en toda su profundidad. Esta es la razón por la que recurre de nuevo a la reflexión
sobre el origen, pues es en el origen de Europa donde cree encontrar su plenitud: Europa
hacedora de historia, de “la esperanza más total que el hombre haya conocido, de la
esperanza que el hombre no se había atrevido a confesarse a sí mismo cuando el
Cristianismo le dio su argumento. Esperanza volcada en la historia. De donde esta
tragedia. Europa al descubrir la vida como esperanza, vivió la historia como tragedia,
“condenada” a agonizar, a no poder morir… (…) “No puede morir Europa porque tiene
que proseguir el camino… Y tendrá que seguir pariendo, pariéndose ahora a sí misma, en
la historia…”74
Es la apuesta por la verdad estética, por la verdad poética que recupera energías,
sueños, deseos, propósitos dejados atrás para ser recuperados en tiempo presente frente a
la obcecación de los hechos históricos, singulares, irrecuperables, sin vuelta atrás.
Había que reconstruir; no construir ex novo, no buscar lugar para la nueva utopía
sino para la vieja por originaria. Era ésta la utopía renacentista, no la dieciochesca del
progreso que se consigue como se consigue el record. Europa no puede renunciar a su
origen. No se trata de avanzar al modo hegeliano hacia culminación alguna por la
superación de los contrarios. Mas bien se trata de recuperar el sentido originario de lo que
tuvo plenitud cuando la religión, la poética y la filosofía ocupaban correctamente sus
lugares. Bastante de nietzscheano hay en esta postura, como se ha señalado atinadamente.
Quedarían por concretarse el diagnóstico y la propuesta. Ambos, conjuntamente,
constituyen la nota fundamental de la razón poética con el acento puesto tanto en el
sustantivo como en el adjetivo. Los escritos de los cuarenta responden más al primer
objetivo; desde los años sesenta hablaríamos propiamente de la segunda, ya en la lejanía de
los hechos diagnosticados, con largos años de exilio y un recuerdo lúcido pero borroso y
sin los referentes que toda su obra posee hasta los cincuenta. Sería muy largo resumir aquí
ahora todo esto pero recordemos brevemente las propuestas de La agonía de Europa y de
su libro sobre Unamuno en el que dedica la parte más importante, precisamente a hablar
de Europa por paradójico que pudiera parecer pero comprobaremos que no lo es. Y, sin
embargo, apenas han sido mencionadas estas páginas zambranianas a propósito de esta
cuestión.
La argumentación, si así puede llamarse, que sigue María Zambrano para explicar
la crisis de Europa se asienta en defender que ésta ha querido dominar la naturaleza y
reducirla a estática mansedumbre y, una vez creído que lo había conseguido, se llenó de
fatuidad hasta el punto de que el principio cristiano de enaltecimiento de la persona
humana quedó defendido por el liberalismo y oculto bajo la soberbia. Al haberse refugiado
72
Ib. p. 105.
73
Ib. p. 111.
74
Ib. p. 244.
19
en la conciencia y creer que desde ahí se podía dominar el mundo, se olvidó de que la vida
sigue, que el hombre es historia y la historia tiene un carácter trágico de tensión
permanente entre los ideales y la cambiante realidad.
La consecuencia más inmediata de esta simplificación ha sido el estallido de
violencia que habría comenzado ya en el siglo XIX , que intentó someter a la historia
misma y contó con quienes, no teniendo el valor para delatarlo, se pusieron de parte del
agente del mal. Consistió esta violencia en querer construir una historia propia,
independiente del sentido del cristianismo originario, aquel que señalaron los viejos
heterodoxos y que no ha sido realizado por Europa. Pues ni Grecia dejaba lugar a la
historia humana al predicar la resignación, fruto de su pesimismo, ni la religión
triunfadora en Europa tampoco, pues no sólo ha esclavizado a Dios sino que, y esta es la
trágica consecuencia, también a los hombres, a muchos hombres.
Si “el griego tuvo sed de razón, por su disgusto de la vida”, podríamos decir,
sostiene Zambrano que lo mismo ha hecho el racionalismo moderno, el del imperativo
categórico en el cual ningún hombre concreto podría reconocerse. Dicho de otra manera,
Europa no ha sabido vivir con la diferencia, ha tratado de reducir a unidad la historia y la
vida pero al precio de formalizarlas, de reducirlas al ámbito de la lógica de la conciencia.
Es la versión humana de la capacidad creadora del Dios semita al que se le ha suprimido la
capacidad misericordiosa que atiende a las diferencias y opta por la uniformación. En
efecto, señala Zambrano, se optó por el Dios activo frente al misericordioso pues
importaba más dar cuenta de las razones y las sinrazones que explican la vida humana que
de las esperanzas y las desesperaciones. Pero la vida humana, que no es sistemática, lo es
más de esperanzas y desesperanzas que de razones o sinrazones.
Europa habría venido a ser, pues, la historia de una desviación, infiel al sentido
originario que Zambrano centra en ese Dios creador, de corazón bondadoso a quien no
habrían sido fieles ni el catolicismo ni el protestantismo. Hay que buscar, por tanto, en la
negación, en la heterodoxia, en lo reprimido que no consiguió alcanzar su meta cuanto se
propusieron los heterodoxos que han guardado el rescoldo de aquel cristianismo primitivo,
tal como lo trasmitió San Agustín. Hablamos del cristianismo del interior del hombre,
aquel que aprende de su fracaso.
Se trata de aprender a convivir con el fracaso, renunciar a querer ser como dioses y
no querer edificar aquí abajo la ciudad de Dios; poner, por el debido orden, primero, la
referencia a lo sagrado y, segundo, el lugar de mediación que corresponde a la filosofía. Ni
dogmatismo religioso ni soberbia de la razón. En verdad, la crisis de España había puesto
al descubierto la naturaleza larvada de la crisis europea. “Y todo esto en España, frenesí de
Europa, Europa en estado de fusión, ha quedado en esta afirmación poética de Quevedo, ha
quedado en su no resignación tan pura, tan perfectamente pura que le hace la vida
imposible, que la convierte en pueblo suicida. Mas en Europa es método, sistema.
Violencia del conocimiento en la filosofía y en la ciencia. De una filosofía cada vez más
violenta y menos misericordiosa en su cerrada forma sistemática”75. Y esto aún con el
precio de la escisión entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. A esto lo llama la
“noche obscura de lo humano”, expresión de un mundo deshabitado que se mueve en la
tiniebla cuando “vivir en la luz había sido el anhelo de toda la cultura occidental”.
¿Sabe a poco o a mucho la conclusión a que llega Zambrano? Para el tiempo que le
toco vivir a María Zambrano sabe a bastante y si atendemos a su compromiso y a la
radicalidad con que asumió su exilio nos parece que fue una lección de coherencia allí
donde ella la planteó porque estaba convencida de que sólo llegados a ese punto podía ser
eficaz la lección. Era la propuesta española, sin duda, pues creía firmemente que esa
tradición española a la que ella pertenecía, heterodoxa, disidente, -“velada” como la ha
calificado Francisco José Martín-, reprimida, en definitiva, contenía elementos para venir
a corregir las desviaciones de la filosofía europea. No es casual que en el libro Unamuno y
75
ZAMBRANO, M., La agonía de Europa, o. c., p. 59.
20
su obra76
dedicara tres epígrafes al análisis de la obra del rector salmantino por su relación
con la filosofía europea. Nos interesa esta perspectiva de Zambrano pues es bien novedosa,
más aún si tenemos en cuenta lo temprano de la fecha en que fue escrito, y por lo
infrecuente de haber mostrado esta dimensión europeísta de Unamuno cuando es verdad
que Unamuno fue el filósofo que más interlocutores europeos tuvo77.
En dos cuestiones sería trascendental la figura de Unamuno: primero, por su
capacidad para dar salida al fondo de la vida española a la que no habría conseguido dar
expresión la cultura europea. Y aquí Zambrano ya no habla sólo del humanismo
renacentista sino que amplía su enumeración “al último esplendor de la Escolástica”, a
Gracián, a Saavedra Fajardo, Feijoo, al propio Larra y a quienes fueron rompiendo el
silencio hasta llegar a Unamuno quien “se atreve con ímpetu desconocido a plantear la
cuestión religiosa”. Y esto, después de todo lo ya dicho, en la reflexión zambraniana es tan
decisivo para España como para Europa. Para España porque se trataría de dilucidar cuál
sea la verdadera religión, cuál el verdadero fondo religioso “indígena” pues “¡qué poco ha
hablado el español de su religión íntima! ¡Qué escondida y secreta la tiene!”78 ¡Dónde situar
a los místicos en el marco de la cultura europea! Lo cierto es que ha habido un pudor, un
hermetismo… que nos ha paralizado. Llega Zambrano a sostener que está inédita la
investigación de la creencia española, que la novela tuvo que venir a plantear una cuestión
a la que era reacia la propia filosofía. Así, p.e. El Quijote y la novela del XIX, con Galdós
como escritor más representativo en cuya senda sitúa a Unamuno, quien antes que nada se
planteó la necesidad de restablecer “la continuidad con el ayer, despertar, antes que la
voluntad, la memoria. Unamuno quiso ante todo despertar el ansia de vivir, la voluntad de
existir, la fe en la resurrección”79.
Pero, además, y en segundo lugar, como antes señalaba, esto era tan importante para
España como para Europa porque planteaba la necesidad de la convergencia: “En la actual
crisis de Europa aparece con suficiente claridad que el más hondo padecimiento que el
hombre sufre es la asfixia por falta de espacio vital. Espacio vital que se ha pedido a gritos
sin lucidez alguna, pues claro es que no se puede corresponder al espacio geográfico en que
un pueblo domina a los demás. Se trata de una transposición a términos sociales y políticos
de algo más hondo, de ese espacio vital que al faltar produce la asfixia de toda vida
humana”80. Para concluir con las siguientes palabras que me parecen definitivas:
“De su tiempo comprometido en la búsqueda de ese centro del hombre más allá de la
conciencia y de la inconsciencia, empujado sin tregua por la necesidad de una revelación y
anterior a toda revolución individual, confundida en esa interioridad que ha perdido su propia
imagen, asfixiado por fin, en el angosto espacio vital en que ha quedado reducido. Y bajo todo
ello, el conflicto único entre filosofía y religión, entre razón y fe, dislocación dolorosísima que
padeció cuanto duró su vida”81.
Así pues, mientras Ortega planteó, a la altura de 1949, la necesidad de construir la
realidad europea sobre la base de las diferencias nacionales, María Zambrano había
anticipado que no hay vida humana sin la liberación de las conciencias individuales, es
decir, sin individuos. Lo que Galdós había apuntado casi por los años en que ella misma
naciera. Dos condiciones serían necesarias para retomar la esperanza: primero, dilucidar el
conflicto entre religión y filosofía le parecía fundamental. A ello dedicó El hombre y lo
divino (1955). Y, segundo, dejar fijadas la idea de conciencia histórica, lo que significa ser
persona en sociedad y recuperar el sentido de la democracia.
76
ZAMBRANO, M., Unamuno. Ed. de GÓMEZ BLESA, M., o. c. (nota 9). Concretamente: “Su inserción en
Europa”; “La inhibición europea”; “La filosofía existencial, producto de la inhibición religiosa europea”.
77
RIBAS, P., (coord.), Unamuno y Europa, Madrid, Universidad Autónoma, 2002.
78
ZAMBRANO, M., Unamuno, o.c., p. 51.
79
Ib., p. 56.
80
Ib., pp. 67-68.
81
Ib., p. 69.
21
A modo de reflexión final82
Dos son los textos a que quiero referirme para completar esta exposición. En ellos
desarrolla las ideas antes señaladas y propone, además, la que podríamos considerar
terapia o salvación, solución en terminología política. Y esta no la vio clara hasta que no
vivió en América. La experiencia americana le dio la distancia suficientemente –y no sólo
física- como para diseccionar la realidad europea, su pasado y, sobre todo, a finales de los
cincuenta, su futuro. Ambos textos están vinculados a la Isla de Puerto Rico. El primero
titulado así “Isla de Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un tiempo mejor)”83
, publicado
en La Habana y, el segundo, Persona y Democracia. La historia sacrificial, publicado
precisamente en la Isla de Puerto Rico84. Son muy conocidos y no necesitan mucha
explicación. Ambos son extremadamente interesantes para completar el tema aquí
desarrollado: la creación de un horizonte común a España y Europa, ahora con América –-
Pan-américa al fondo- como unidad en un mundo que ya anticipaba como globalizado.
Quizá fuera desde su estancia en Cuba o en la propia Puerto Rico lo cierto es que la
hija del continente europeo, aunque lo fuera desde el extremo peninsular, acababa de
descubrir el sentido de lo isleño, ese trozo de tierra rodeado de infinito. Ella que venía de la
opresión debió sentirse como en el Paraíso y llegó a pensar que hubo un tiempo originario
en que la “criatura humana había sido más pura, es decir, más verdadera; de que siendo más
“si misma” ha estado en viviente comunidad con la naturaleza”. Era, pues, posible la
nostalgia de un mundo mejor porque éste había ya existido y por eso se podía trasformar en
esperanza.
Creo ver aquí la nostalgia de los principios con los que se identificaba el ayer de
Europa: Democracia y Libertad, en 1940, desaparecidos pero vigentes como principios. No
es que tras la guerra civil la razón abandonase el compromiso y se refugiara de nuevo en lo
abstracto pero ha de reconocer que “su abstracción es la que ha permitido eso que enciende
nuestra sensibilidad de hoy tanto como las materias preciosas al hombre del renacimiento,
es decir, la integridad humana entendida como la entereza real, viva y concreta del ser
llamado hombre que constituye su posibilidad de ser”85
. Y además esto otro: decir que ha
de llegarse a ser lo que se es no es un juego de palabras sino la esencia misma de la vida
humana. Encontramos en estas afirmaciones la expresión de la entereza tras el fracaso pero
no de cualquier ser sino precisamente del ser humano que no está dispuesto a fracasar por
completo pues significaría dejar de ser. La persona humana está ligada a principios y eso le
permite crear y “no doblarse por completo a nada, nada de este mundo.”
Mas esos principios no residen sino en uno mismo y la isla, imagen de lo circular,
expresión de la soledad rodeada del infinito océano le devolvía a María Zambrano la
imagen de sí misma. La isla a solas con su soledad, alejada de otras tierras; y ella también
sola, alejada de su ayer, de sus compromisos políticos y de las tierras del continente
europeo, de España y su historia... pero ya en América, tierra de acogida, de dificultades y
de generosidad, y de esperanza. El que había sido llamado nuevo mundo era, en verdad,
esperanza de un mundo mejor por más ancho, más universal y cobijo de esa capacidad
creativa de la persona humana.
82
Sobre este tema ofrecí una primera aproximación en MORA GARCÍA, J.L., “Filosofía y política en el
pensamiento de María Zambrano (1930-1950)” en Actas del Congreso Internacional del Centenario de María
Zambrano. II. Crisis cultural y compromiso civil en María Zambrano. Madrid 2004. Vélez-Málaga,
Fundación María Zambrano, 2005, pp.302-316.
83
La Habana, Verónica, 1940.
84
. ZAMBRANO, M., “Prólogo” a Persona y Democracia, v. nota 12.
85
Lamento disponer de una copia de “Isla de Puerto Rico” que carece de paginación.
22
Este nuevo “descubrimiento” llevado a cabo por los exiliados españoles que se
curaron de cualquier tentación de etnocentrismo al experimentar América pues bien claro
expresaron que “nadie podrá persuadirnos de la nobleza de esta universalidad y aun de su
mayor sentido práctico” que consiste en la nostalgia de un “mundo mejor”, del mundo
mejor perdido y del otro por hacer. Destino privilegiado y, como todos los privilegios de
verdad, lleno de difíciles deberes y aun de dolor.”
La filósofa europea que fue María Zambrano no entiende ahora ese mundo por
construir sin mencionar la “necesidad de un panamericanismo verdadero”. En verdad lo que
está haciendo es referirse a una ampliación de su pensamiento inicial ya que, si aquel
planteaba la superación de las contradicciones entre la doctrina del espíritu y la doctrina
económica como base de un nuevo liberalismo de cuyo fracaso fue víctima en la guerra
española, lo que resultaba ahora imprescindible era aunar las Américas. Se refiere, para
evitar equívocos, a la Hispania con España más allá de retóricas, ritos, banquetes y
banderas. “Unidad necesaria hoy más que nunca –decía María Zambrano en 1940-, en cada
instante más urgente. Unidad de propósito y destino; unidad de espíritu y acción.”
Afirmación sincera ante la que ella misma sentía temor por la interpretación que
pudiera dársele. Y auténtica por cuanto ella misma había experimentado que ninguna parte
del mundo por sí sola, ni ningún individuo por sí solo, pueden salvarse. Es de la persona
humana de quien habla, y ella es la que debe habitar el mundo cuando se ha convertido en
la víctima y está amenazada por la aniquilación.
Más de sesenta años tienen estas palabras de María Zambrano y desconozco qué
juicio puedan merecer a muchos lectores. Quizá resulten añejas y superadas o quizá sigan
produciendo remordimientos –como ella misma experimentaba viniendo de España-
aunque consideraba que había pasado el tiempo en que los remordimientos pudieran quedar
convertidos en angustia estancada. Pero hemos de tener en cuenta que su propia experiencia
de exiliada le mostraba que siendo los principios necesarios, éstos necesitan de espacios
físicos, de partes del mundo donde realizarse y que existe el ayer pero además existe el hoy
y existe nuestro interior en el que es preciso ahondar. Con una expresión coloquial
podríamos decir que María Zambrano aboga por el mundo de la gente. No empleó el
concepto de mestizaje y mucho menos el de interculturalidad, más reciente, pero no le pasó
desapercibida la ubicación de Puerto Rico y su papel mediador entre el Norte y el Sur.
Asistiríamos, de esta manera, en el pensamiento de María Zambrano, con la
metáfora de la isla como referencia, al establecimiento de “nuevos horizontes” que abarcan
más tiempo y mayor espacio pero, sobre todo, mayor profundidad. Conciencia del fracaso y
esperanza de superación al comienzo de su exilio: asumiendo el pasado y reflexionando
sobre la tradición de la que proviene, provoca una apertura a la América de la gente que la
acoge y con la que convive. En este marco, la idea de persona, que ya estaba muy presente
en su pensamiento, comienza a adquirir una posición central y será ya el núcleo en torno al
cual desarrolle su filosofía política a lo largo de esas dos décadas.
La democracia como referente imprescindible para la realización de la persona
humana. No es posible ésta sin aquella. Se planteaban expectativas razonables de que las
democracias se abrirían camino, una vez superado el fascismo europeo, superado,
igualmente, el sacrificio por el que su generación y las concomitantes habían pasado. De
nuevo la esperanza que renueva en el prólogo puesto a la edición de 1988 cuando afirma
que “ahora es cuestión de volver a nacer, de que nazca de nuevo el hombre en Occidente en
una luz pura reveladora que disipe como en un amanecer glorioso, sin nombre, lo que se ha
perdido”.
Por eso el libro está dividido en tres partes que se corresponden con las ideas
señaladas. En primer lugar es imprescindible mantener la conciencia histórica, la de ser
persona en sociedad y la de que vivamos en democracia. En la conclusión sostendrá, con
determinación, que solamente es legítimo el sistema político que permita la realización de
23
la persona humana entendida ésta como la conciencia de sí misma y de los demás, en
tiempo y espacio. Es decir, que permita un sentido moral de la historia.
Sin conciencia histórica no es posible la esperanza pero, más aún, no es posible
abarcar “los acontecimientos todos que se registran en cualquier parte del planeta”. Bien
interesante esta idea de María Zambrano a finales de los años cincuenta: “que sintamos
ligados entre sí como partes de un mismo drama los sucesos ocurridos en los lugares más
alejados del país en que vivimos”. Ya no es, pues, simplemente, que haya un país
dominante como lo fue Europa, o luego América pues “el mundo hoy todo es o un
sistema, cualquiera que sea la estructura de este sistema, o un género de unidad tal que se
necesita contar con la totalidad para resolver los problemas que en cada país se presenten”
86
. Si el planeta entero es nuestra casa -llega a afirmar- la idea de la convivencia alcanza
una dimensión igualmente planetaria y la conciencia individual debe ensancharse tanto
como sea posible y alcanzar el máximo de responsabilidad. Además, esto se hace extensible
a la historia que también es compartida, lo que exige la “persecución de una ética de la
historia” pues no hay hombre sin historia por cuanto no nacemos hechos sino que nos
hacemos. Sin proyecto hacia una finalidad, en definitiva, no hay persona humana.
Necesitamos una historia humanizada y eso consiste en tres capacidades: de anhelar,
sentimiento contrario a la tendencia espontánea a la destrucción; de esperar como
movimiento no meditado que considera que la historia no está cerrada o hecha; y de querer,
o sea, estar despierto y usar permanentemente el pensamiento para descubrir las entrañas de
la propia historia con sus desesperanzas, con los ensueños escondidos y superar aquellos
que consisten endiosarse y que conducen al absolutismo.
Fuerte era esta preocupación zambraniana por la historia pues ahí situaba ella las
razones del fracaso español y europeo. Europa habría perdido el sentido y la conciencia de
la historia y sin la comprensión del tiempo el progreso se vuelve una actividad ciega que se
va desencarnando hasta perder su sentido.
Junto al compromiso con la historia, en segundo lugar, el que la persona humana
debe fijar con la sociedad: identificación de lo universal y lo íntimo. Como el amor que don
Quijote sentía por Dulcinea que era expresión de la intimidad pero que debía ser ganado
haciendo el bien por todos. “El amor de don Quijote –señala Zambrano- se convierte en
ética, aunque sería más exacto decir que el enamoramiento es amor, pues no hay amor sin
esa ascensión al plano moral”. O como quienes buscan la verdad científica o filosófica o
religiosa “pues vocación es amor, aspiración a lograr la intimidad con algo universal,
trascendente.”
Así pues, compromiso moral que nos obliga a trasformar la sociedad para que
pueda acoger a la persona humana. Especialmente interesante resulta esa idea según la cual
la intimidad como espacio interior y la ciudad como espacio exterior deben corresponderse
recíprocamente. Pocos filósofos contemporáneos han dedicado páginas tan bellas como
importantes al tema de la ciudad como espacio habitable donde la persona debe
desarrollarse. No hay posibilidad, pues, de construir una conciencia moral si no existe un
espacio social moral. Y viceversa. Contra el individualismo y contra el absolutismo escribe,
por igual, María Zambrano.
La Democracia, tercer anclaje, es “la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino
exigido, el ser persona”87
. Para explicar esto resulta obligado a María Zambrano analizar
tres conceptos sociológicos en los que sigue a Ortega quien había publicado treinta años
antes La rebelión de las masas: pueblo, masa y minoría. Interesante releer estas páginas
hoy cuando casi ha pasado medio siglo desde que esta filósofa afirmaba, desde tierras
americanas, que la democracia debía dejar de ser una utopía para ser una realidad.
86
ZAMBRANO, M., Persona y… o.c., p. 16.
87
Ib., p. 133.
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Maria Zambrano. España y Europa, un mismo horizonte

  • 1. 1 MARÍA ZAMBRANO. España y Europa: un mismo horizonte Antígona, 4, Fundación María Zambrano, 2009, pp. 9-44 JOSÉ LUIS MORA GARCÍA UAM Presentación ¿Por qué hablar de María Zambrano a propósito de la idea de Europa? La respuesta se fundamenta en, al menos, dos razones de peso que muestran a las claras el acierto del tema elegido para este Congreso: la primera tiene que ver con la necesidad de que Europa dialogue consigo misma sin ningún tipo de ensimismamiento. Para la consecución de este objetivo la filosofía es un saber imprescindible. Hablamos, pues, del beneficio que se desprende de estudios de esta naturaleza para la clarificación misma de Europa. Esta reflexión nos lleva de manera interesada a uno de los intelectuales españoles que mejor nos puede ofrecer respuestas más convincentes a las preguntas que la realidad europea, es decir, que la propia historia de Europa nos pueda hacer. Es el caso de María Zambrano pues pocas generaciones han estado obligadas –y ella en particular- a hacerse la pregunta por Europa. Fue el sino de los nacidos a comienzos del siglo XX. María Zambrano tenía diez años cuando estalló la primera guerra mundial, treinta y dos cuando comenzó la guerra civil y tres años más cuando inició un exilio que no concluiría sino treinta y cinco años después, cuando ya contaba ochenta. Su exilio coincide con el comienzo de la segunda gran guerra con su madre y hermana residiendo en París. La segunda tiene que ver con la aportación que esta pregunta proporciona para entender las claves más importantes de la obra de nuestra autora. Vayamos ahora con la primera. Sabemos que desde sus años de estudiante tuvo ocasión de escuchar a personas que sentían ya estas preocupaciones y que, además, lo hacían desde orientaciones de largo recorrido histórico y filosófico. Sería largo recordar ahora todos los testimonios de los que tenemos noticia. Valgan estos nombres para que tengamos claro que tuvo una inmersión en las reflexiones sobre España y Europa ya desde los años veinte, los que coinciden con el final de su bachillerato y su época de universitaria. Así, por ejemplo, el magisterio de D. Agustín Moreno, el único profesor del área de ciencias que recordaba sesenta años después de haberse marchado de Segovia en su carta a José Luis Abellán de 19841 . Una especie de Andrés Laguna redivivo que dejó escrita una biografía novelada del autor del discurso pronunciado en la Universidad de Colonia el 22 de enero de 1943: Europa Heautentimorumene es decir, que míseramente a sí misma se atormenta y lamenta su propia desgracia2 donde el médico segoviano apuntaba ya a la necesidad de que la Cultura sustituyera a la religión como elemento de cohesión de la Europa naciente tras la fractura consumada en la Dieta de Ratisbona. Es decir, que varios siglos antes de los desórdenes del siglo XX y a propósito de otros de carácter originario en la historia de Europa, este médico segoviano apuntaba ya la necesidad de que cada cosa ocupara su lugar pues ahí radicaba, precisamente, la causa misma de la violencia. Tanto el título como el tema propuesto por 1 Carta fechada en Ginebra, 1 de febrero de 1984. Ahí recuerda a don Agustín Moreno como segoviano, católico de comunión diaria”, que explicaba con pasión la teoría de la evolución”. Reproducida como “Apéndice 1”, ABELLÁN, J.L., “La Segovia del primer tercio de siglo: orígenes intelectuales de María Zambrano” en ORTEGA MUÑOZ, J.F. (ED.), Actas II Congreso Internacional sobre la Vida y Obra de María Zambrano, Vélez-Málaga, Fundación María Zambrano1998, pp. 335-37. 2 Ed. de MANJARRÉS, M. A., Valladolid, Junta de Castilla y León, 2001
  • 2. 2 Laguna son muy próximos a los planteamientos de lo escrito, claro está, mucho tiempo después, por Zambrano en los años cuarenta del pasado siglo en otras circunstancias diferentes pero que compartían aquella violencia de los tiempos de Laguna. Este profesor que tuviera Zambrano guardaba en su casa un ejemplar del Dioscórides con las heridas en sus páginas del paso de los censores inquisitoriales3 . Él con otros como Teófilo Hernando, a quien seguramente conocería también la propia Zambrano, organizaron en 1959, quinto centenario de su muerte, un congreso de recuperación de Laguna en tiempos previos a los inicios del Vaticano II. Tal era una de las herencias de este médico a quien la historia recuerda como tolerante y favorecedor del diálogo entre religiones desde su aprecio por el erasmismo. En esa misma década de los veinte escuchó a García Morente decir lo siguiente: “La guerra de 1914 ha determinado una reacción violenta en el espíritu universal que estaba dormido en la creencia –sugerida por los filósofos del siglo XIX- de que obedeciendo la vida histórica a una evolución fácil, la ley se cumpliría y lo que hubiera de ocurrir, ocurriría. Pero esto no es cierto; porque la Historia no surge espontáneamente. Somos los hombres los que la hacemos y, por lo que afecta a España, debemos procurar todos darnos cuenta de esta última verdad para evitar así que otros pueblos, más avisados, nos hagan seguir un camino contrario a nuestros ideales y a nuestras conveniencias”4 . Escuchó también a Américo Castro, en las conferencias pronunciadas durante esos años, próximos a la publicación de El pensamiento de Cervantes5 , tiempo por el que andaba revisando la tradicional tesis del liberalismo español acerca de la falta de filosofía y ciencia en España. El tiempo, también, en que se hablaba del Quijote cervantino acentuando las claves europeas de nuestra cultura en sintonía con la orientación que marcarían hispanistas franceses como Bataillón y Sarrailh. Y, finalmente, seguro que leyó los dos artículos escritos por su padre en el periódico La Tierra de Segovia sobre las consecuencias derivadas del tratado de Versailles: “Un momento de angustia en la historia de la humanidad. Ante la paz del odio” y “¿Se consuma la gran infamia?”6 . En ambos mostraba Blas Zambrano su rechazo más enérgico a los términos en que se había firmado el armisticio: “Con toda la fuerza de mi alma, yo protesto de esa paz, del odio y la venganza, que no será paz, sino guerra sorda, con su negro séquito de hambre, ruina y dolor, o universal desquiciamiento en que las pasiones ocupen el lugar de la razón y el capricho suplante a la ley yo protesto de que los jefes de las naciones que han consagrado sus banderas al Derecho, la Libertad y la Justicia lancen en el terreno ardiente y húmedo de una tierra renovada por la sangre propicia a la fertilidad de vegetaciones 3 MORA GARCIA, J.L., “Evocación de Agustín Moreno. Entre la tradición y la modernidad”, Estudios Segovianos, t. XL, nº 97, Segovia, Instituto Diego de Colmenares-Diputación Provincial-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1998, pp. 361-391. 4 La Tierra de Segovia, 16 de enero de 1921; El Adelantado de Segovia, 17 de enero de 1921. Citado en MORA GARCÍA, J.L., “María Zambrano en Segovia y Segovia en María Zambrano”, MORA GARCÍA, J.L. Y MORENO YUSTE, J.M., Pensamiento y Palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Valladolid, Junta de Castilla y León, 2005, p. 273. En la carta ya citada de María Zambrano le decía textualmente a Abellán: “Nunca olvidaré las dos primeras conferencias que de ella oí: la de Manuel García Morente y la de Eugenio D`Ors que andaba en publicar el primer tomo de su glosario. El ambiente del aula aquella mañana, un poco fría siempre en Segovia, era ya una creación…” pp. 35-36. 5 Madrid, Imprenta de la Librería y Casa Editorial Hernando, 1925. Hay constancia de varias conferencias de Américo Castro en Segovia: 22 de enero de 1922 sobre el teatro de Lope de Vega; 12 de diciembre de 1926 sobre “Santa Teresa, mística y humana feminidad”; 25 de mayo de 1930 sobre “El problema religioso y el problema de España”. Esta última corresponde ya a una fecha en que los Zambrano vivían en Madrid. 6 17/5/1919 y 10/7/1919
  • 3. 3 fecundas, esa semilla de muerte; yo protesto de que sea impelida la humanidad civilizada a dar un salto atrás en la cultura, que es la nobleza, magnanimidad, comprensión, amor”7 . Fue Blas Zambrano uno de los pocos intelectuales de izquierdas que se declaró germanófilo. Su reflexión debió fraguarse en la tertulia segoviana en los meses previos a la llegada de Machado y nos sirve, sobre todo, para indicarnos el grado de atención que se prestaba a los asuntos internacionales y la independencia de juicio con que se afrontaban. Aliadófilo fue, en cambio, Unamuno a quien escuchó palabras fuertes sobre la situación de España en febrero de 19228 , en las vísperas del directorio militar que impediría el acceso normalizado a la vida política de los estudiantes universitarios de aquella década. Así pues, cuando María Zambrano escriba años más tarde sobre Europa, y lo hará con abundancia, no está haciendo reflexiones desde fuera o hablando de una realidad de la que pudiera tomar distancia o que le fuera ajena; por el contrario, lo hace buscando razones que expliquen definitivamente la razón última de la violencia sufrida desde la experiencia que ya sus mayores, y de ella misma en su infancia, tuvieron a propósito de la primera guerra mundial. Por eso aunque escriba desde América o lo haga después desde Roma o ya en La Pièce, el tiempo que trascurre entre comienzos de los cuarenta y mediados de los sesenta, lo hace desde dentro de sí misma, desde sus recuerdos, desde las reflexiones escuchadas e interiorizadas en parte antes de la guerra española y, sobre todo, realimentadas por las ya padecidas en carne propia durante esos tres años trascurridos, primero en Chile y luego entre Valencia y Barcelona. Me refiero a sus libros: Unamuno y su obra9 , a La agonía de Europa10 , Delirio y Destino11 y Persona y democracia12 . En todos ellos Europa es el personaje protagonista, interlocutor dolorido como en aquel discurso del médico segoviano. Sobre España sabemos que también escribió mucho, no podía ser de otro modo, pues para ella Europa y España son dos caras, dos planos diferentes del mismo problema que sufre la misma razón o la razón misma. Ya en el exilio escribe Pensamiento y poesía en la vida española13 , La España de Galdós14 , España, sueño y verdad15 donde recoge textos escritos a lo largo de varios años; escribe artículos sobre El Quijote (incluido el discurso escrito con motivo de la concesión del premio Cervantes)16 , su artículo en la 7 ZAMBRANO, B., “Un momento de angustia en la historia de la humanidad. Ante la paz del odio, Recogido en ZAMBRANO, B. Artículos, ensayos y otros escritos. Ed. de MORA, J. L., Diputación de Badajoz, 1998, pp. 237- 38. 8 Conferencia pronunciada en el teatro Juan Bravo y cuya crónica nos dejó un amigo del propio Unamuno: Moisés Sánchez Barrado. La conferencia llevaba por título “No hay vida política en España por falta de respeto a la personalidad individual”. El Adelantado de Segovia, 25 de febrero de 1922. 9 ZAMBRANO, M., Unamuno y su obra. Ed. de MERCEDES GÓMEZ BLESA, Barcelona, Debate, 2003. Escrito en los primeros años mexicanos, sabemos por una carta a su antiguo profesor Mariano Quintanilla (6 de enero de 1939) que la idea se había fraguado algunos años antes. 10 Este libro ha tenido varias ediciones y recoge, a su vez, artículos de María Zambrano escritos a lo largo de los cuarenta aunque la primera edición como libro sea de 1945. Utilizo la edición de Jesús Moreno, Madrid, Trotta, 2000. 11 Escrito en 1952 en La Habana para un premio convocado por el Institut Europèen de la Cultura con sede en Ginebra, se publicó mucho tiempo después, en 1988, con prólogo de la propia autora en el que recuerda el reconocimiento que recibió en su día por parte de Gabriel Marcel. Aunque no fue premiado Marcel disintió del Jurado porque “era la historia de Europa y de lo que significaba la universalidad de España”. Para los datos biográficos, ver J. Moreno, “Síntesis biográfica”, María Zambrano 1904-1991, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2004, pp. 36-80. 12 Escrito también en Puerto Rico, fue publicado en 1958. Utilizo la edición de Anthropos, Barcelona, 1988, que lleva prólogo de la propia autora. 13 Ed. de GÓMEZ BLESA, M.,Madrid, Biblioteca Nueva, 2004 14 Ed. de BLANCO, R., Madrid, Endymion, 1989. La primera edición es de 1960. 15 Madrid, Siruela, 1965. 16 La mayoría de los textos han sido recopilados por ENRIQUE BAENA: María Zambrano, Cervantes (ensayos de crítica literaria), Málaga, Biblioteca de Autores malagueños, 2005.
  • 4. 4 revista Las Españas (México, 1948), “El problema de la filosofía española”, hasta los artículos postreros, recogidos por Mercedes Gómez Blesa en Las palabras del regreso17 . Mas, con anterioridad, ya había escrito en clave política, sobre España y Europa, al menos Horizontes del liberalismo18 (1930), Los intelectuales en el drama de España (1936) y bastantes de los artículos publicados en Hora de España19 (1937-1938). Pero, sobre todo, como nos han contado sus biógrafos20 , entre 1927, año inmediatamente siguiente a los testimonios anteriormente mencionados, y la salida al exilio mantuvo una gran actividad política, es decir, un fuerte compromiso activo sin el cual sería imposible explicarse sus posteriores respuestas. No parece, pues, que sea verdad, al menos en su totalidad, lo dicho en alguna parte por la propia Zambrano acerca de que comenzó a preguntarse por estas cuestiones con motivo de la guerra civil. Creo que estas reflexiones estaban ya en sus maestros y eran inevitables tras la primera gran guerra. La segunda razón, decíamos, nos remite a presupuestos internos de la obra de nuestra filósofa y de su recepción en la medida en que nos permite corregir algunos tópicos más o menos extendidos y situarnos en el camino correcto para su interpretación. El desfase a que aludimos en el párrafo anterior sería, en mi opinión una de las causas por las cuales, durante bastante tiempo, se ha trasmitido una imagen de María Zambrano que no se corresponde adecuadamente con los ya tempranos fines de su obra. Me refiero a la idea, sostenida por algunos, según la cual el pensamiento zambraniano sería blando, evasivo, edulcorado, “poético” en definitiva, en lo que sería una valoración peyorativa. Pienso que esto ha sucedido por, al menos, tres razones. En primer lugar, quizá porque ha sido muy difícil leerla por el orden en que escribió21 . De hecho comenzaron a publicarse primero las obras escritas a partir de los sesenta, quizá por intereses editoriales, quizá porque era lo más fácil de publicar en aquellos años. Mientras tanto, hemos conocido sus primeros escritos bastantes años después. Esto ha provocado una importante distorsión que está costando mucho corregir. Puede ser, también, en segundo lugar, que en tiempos deficitarios para la metafísica haya primado una lectura de Zambrano en esta clave exclusivamente, siendo su pensamiento político perturbador una vez que se ha optado por esta línea de interpretación. No negaré esta dimensión del pensamiento zambraniano pero requiere una contextualización muy precisa para que sepamos de qué hablamos, pues pensamiento político y filosófico conforman en su obra una unidad sui generis. No se trata tanto de utilizar palabras “gruesas” aplicadas a su obra como de atenerse “a la manera como” ella las utilizaba y las entendía. Y en la “manera”, término que ella enfatizaba incluso para referirse a la formación religiosa que había recibido y que tanto apreciaba está una de las claves. Al no tener esto en cuenta algunas orientaciones han pretendido más que interpretar su pensamiento, literalmente suplantarlo. Tercero, por último, en tiempos igualmente deficitarios para las orientaciones cristianas de la filosofía, se ha creído encontrar en María Zambrano una autora que interpreta el mundo en clave religiosa y ello es verdad pero sucede lo mismo que en el caso anterior. Si no se explica correctamente podemos hacer de su filosofía algo casi contrario a lo pretendido por su autora. 17 Salamanca, Amarú ediciones, 1995. 18 Ed. de MORENO, J.,Madrid, Morata, 1996. 19 ZAMBRANO, M., Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil. Ed. de JESÚS MORENO, Madrid, Trotta, 1998. 20 MORENO, J., o. c. (nota 11); ORTEGA MUÑOZ, J.F., Biografía de María Zambrano, Málaga, Arguval, 2006.. MARSET, J. C., María Zambrano. I. Los años de formación, Sevilla, Fundación María Zambrano, 2004. Este primer volumen concluye en 1926, antes de que se iniciara su actividad política al año siguiente. 21 Para un estudio de la recepción de María Zambrano puede verse MORA, J.L., “La recepción del pensamiento de María Zambrano” en CEREZO, P. (ED.), María Zambrano. Actas del Congreso Internacional del centenario de María Zambrano, Tomo. I: Crisis y metamorfosis de la razón en María Zambrano, Vélez-Málaga, Fundación María Zambrano, 2005, pp. 186-242.
  • 5. 5 En realidad ha sucedido que, por la difícil distribución de la obra de quien fue exiliada y sin posición estable en la universidad, la academia ha tenido muchas dificultades para afrontar una interpretación fiel a esta filósofa que optó expresamente por no enseñar filosofía desde la cátedra o, al menos, no encontró las condiciones adecuadas para hacerlo. Ello se debió seguramente a las circunstancias pero, junto a ellas, a la concepción que de la filosofía tenía elaborada ya en tiempo temprano cuando dio clases en el Instituto Escuela o cuando sustituyó a Zubiri como auxiliar durante parte de los tres años que éste pasó en Alemania recién obtenida la cátedra. La obra de María Zambrano, pues, no se entiende sin ser puesta en clave española y europea y sin tener en cuenta que está hecha, casi en su totalidad, fuera de la academia. La primera parte de esta afirmación vale para muchos de los intelectuales del 98, del 14, del 27 y del 31 pues todos compartieron, en distintas épocas de sus vidas, los mismos acontecimientos que les obligaron a dar cuenta de las causas profundas de la crisis que vivían y muchos de ellos se vieron obligados a una vida errante. María Zambrano no fue menos aunque durante mucho tiempo, como apuntábamos, se ha considerado que esta parte de su obra era menos importante frente a Claros del bosque u otras obras escritas a partir de los años setenta que serían las que definirían su trayectoria por ser su culminación en el tiempo. Es, pues, importante abordar el pensamiento de Zambrano desde esta óptica. Su reflexión sobre España y sobre Europa, lejos de ocupar un lugar periférico en su obra es un tema central en torno al cual adquiere unidad su amplia y dispersa escritura. Como dejó dicho ella misma, la filosofía necesita su lugar. Para esta mujer, de biografía errante, la palabra sobre el territorio “ausente” (recordemos “Un lugar de la palabra: Segovia”) era el territorio mismo. ¿Cómo dejar de hablar de España y Europa si eran las realidades – territorios físicos, vitales y aun espirituales- que se le iban entre los dedos? Junto a estos argumentos hay otro asunto muy importante que nos exige centrarnos en su visión de España y Europa y tiene que ver con la peculiaridad que presenta su obra en este contexto. Se refiere a la correcta ubicación de María Zambrano en la tradición filosófica española. Ningún escritor, desde los sesentayochistas, es decir, desde quienes protagonizaron la Septembrina, pasando por los autores nacidos en los setenta (con Unamuno como más veterano), Baroja, Azorín, Valle Inclán, Antonio Machado o el peculiar Maeztu, hasta los del 14 con Ortega a la cabeza pero también Azaña, Marañón o Pérez de Ayala, eludió el tema de España y, en torno a España, situar a Europa como horizonte. Las personas de la generación de Zambrano tampoco. Incluso, si se observan los discursos a lo largo de un tiempo prolongado, podemos comprobar una sintonía que sólo se rompe en un momento dado. Ortega aglutinará todo ese debate y su magisterio es enarbolado por un amplio espectro de intelectuales que no excluye a Maeztu (1875-1936), a Ramiro Ledesma Ramos (1905-1936) o al propio José Antonio (1903-1936). No es casual el manifiesto “Un movimiento político de juventud. Frente Español” que firmaron en marzo de 1932 la propia Zambrano junto a Eliseo García del Moral y Bujalance, Salvador Lisseague Novoa, José Antonio Maravall, Antonio Riaño de Lanzarote, José Ramón Santeiro y Abraham Vázquez y Saenz de Hermúa22 . Un año antes Ramiro Ledesma Ramos había comenzado a publicar el semanario La conquista del Estado y Ramiro de Maeztu había hecho lo propio con la “Defensa de la Hispanidad” en la revista Acción Española. Ambos, antiguos colaboradores del periódico El Sol. Como es bien conocido, María Zambrano, dándose cuenta inmediatamente de las consecuencias, retiró el manifiesto. Comprobamos que, por un lado, hubo diferencias en la graduación del compromiso político entre personas de una y otra generación; y, por otro, a partir de un determinado 22 Recogido por JESÚS MORENO en la introducción a Horizontes del liberalismo, o.c (nota 10), pp. 159-160. Ha sido recogido también en Antígona. Revista cultural de la Fundación María Zambrano, nº 1, 2007, pp. 155- 157.
  • 6. 6 momento, se produjo una radical discrepancia en el modelo de Estado. Y lo mismo sucede con la interpretación de Europa, donde, a la hora de interpretar las causas de su situación pero, sobre todo, a la hora de establecer las relaciones de realidad que forman España/Europa23 , María Zambrano representa una toma de posición diferente a la unamuniana y a la orteguiana. ¿Por qué razones, habiendo compartido un fondo común de “patriotismo” unos intelectuales apoyaron a la República mientras otros se inclinaban por crear un Estado autoritario siguiendo el modelo italiano? Ya se sabe de qué lado quedó definitivamente María Zambrano pero la pregunta no es fácil de responder por completo. Me inclino por pensar que aquellos intelectuales que se movieron dentro o en la órbita de la Institución Libre de Enseñanza (en la medida que, en cualquier circunstancia, hicieron de ella una confesión favorable) optaron por la República. En el otro lado se habrían posicionado quienes valoraron negativamente la herencia krausista, incluida la versión institucionista. Mas este es un tema que tiene suficiente calado como para no ser respondido con superficialidad. Analizar la trayectoria de Zambrano desde este punto de vista puede ayudar a clarificar en parte el tema. Lo cierto es, como ha señalado Pedro Cerezo, que debe resaltarse el mérito de estos intelectuales españoles antifascistas cuando los vientos que corrían por Europa eran propicios al fascismo e hicieron que muchos otros intelectuales, de mucho renombre, decidieran apoyarlo. Ambas razones nos conducen a precisar el lugar que ocupa en ella la reflexión sobre España y Europa: creo que Zambrano pertenece a una tradición diferente a la de Ortega y también a la de Unamuno, si bien con el primero mantuvo sintonía en la forma y con Unamuno más en el fondo. Pero, aun así, creo Zambrano pertenece por ascendencia familiar a otra veta histórica. Cuando, en la carta a José Luis Abellán de 1984 ya mencionada, María Zambrano aún desde Ginebra le decía: “Al escribir su libro sobre el erasmismo, que no he podido escuchar todavía, bien muestra usted, por la vía que anda, por la que sin duda hemos andado ¡qué remedio! todos” 24 , nos estaba ofreciendo una clave de la que no podemos prescindir. En verdad, muchos años antes, en otra carta fechada en La Piece, 27 de febrero de 1967, y a propósito del libro del propio Abellán, Filosofía española en América25 ya le hacía llegar la enorme deuda que ella sentía con su padre. Tiene que ver directamente con su origen familiar, con la radical influencia de su padre vinculado a la espiritualidad de la baja Extremadura donde por largos años dominó la Orden de Santiago y donde arraigaron los viejos movimientos de espiritualidad nacidos en el XVI26 . El propio Marcelino 23 SÁNCHEZ-GEY, j., “La idea de España y Europa en la obra de María Zambrano”,. MORA, J. L Y. MORENO, J. M (eds.), Pensamiento y palabra. En recuerdo de María Zambrano (1904-1991), Valladolid, Junta de Castilla y León, 2005, pp. 77-93. 24 Esto indica las dificultades con que le llegaban los libros publicados en España. ABELLÁN, J.L., El erasmismo español, Madrid, Espasa Calpe, 1975 (hay una segunda edición de 1982). 25 Madrid, Guadarrama y Seminarios y Ediciones, 1966. Reeditado después con el título El exilio filosófico en América. Los transterrados españoles, Madrid, FCE, 1998. 26 A la figura de su padre he dedicado un buen número de páginas. A medida que le conocemos mejor podemos asegurar que su influencia fue mucho más allá de la relación paterno-filial para marcar radicalmente un trazado de la historia de España que está en la raíz de los compromisos adquiridos por la hija y con la orientación definitiva de su filosofía. J. L. Mora, o.c., ver nota 4. “A orillas del Eresma y el Clamores”, ORTEGA MUÑOZ, J. F. (ED.), María Zambrano. La aurora del pensamiento, Málaga, Centro Andaluz de las Letras, 2004, pp. 122-144. “Los años segovianos de Blas Zambrano. Culminación y crisis de la "razón poética"” en SÁNCHEZ CUERVO, A. (COORD.), María Zambrano: pensamiento y exilio, Comunidad de Madrid/Universidad Michoacana, 2004, pp. 55-78. “Hija de un sueño. El magisterio de sus padres” en MORENO, J. (COORD.), María Zambrano 1904-1991, Madrid, Residencia de Estudiantes/SECC/Ministerio de Cultura/Fundación María Zambrano, 2004, pp. 253-269. “María Zambrano: la herencia paterna de su compromiso intelectual y moral” en ROMERO BARÓ, J. Mª (COORD.), Homenaje a Alain Guy, Universidad de Barcelona, 2006, pp. 201-226. Andrés Oyola ha estudiado también los orígenes
  • 7. 7 Menéndez Pelayo, sobre quien Zambrano nos ha dejado varios testimonios de reconocimiento, sostiene que “tampoco han desaparecido las antiguas sectas iluminadas y secretas. Al contrario, las doctrinas de desorganización social traídas por la revolución del 68 le han dado nueva fuerza. En la raya extremeña de Portugal difunde o difundía cierto género de heterodoxia lúdica un santón llamado el de la Amarilleja27 ”. Esto tiene que ver con lo contado por la propia Zambrano acerca de la supuesta conversión del abuelo extremeño a las doctrinas del obispo Araujo. No es el lugar de volver sobre los muchos testimonios que existen en la propia obra de María Zambrano acerca de este punto pero sí sobre uno que me parece clarificador. Se trata de una carta (aún parcialmente inédita) de 23 de marzo de 1967 a un discípulo de su padre, Pablo de Andrés Cobos, con quien las hermanas tuvieron mucha amistad pues les fue de gran ayuda y en la que Zambrano le dice lo siguiente: Gran parte de mi meditación sobre lo español especialmente, tiene como centro y no sólo como origen, el entender a mi padre, el querer reconstruirlo desde adentro; el querer encontrar un lugar del pensamiento del alma, de religión, donde su pensamiento hubiese podido encontrar forma objetiva, perdurable. Sé que no ocurrió eso –eso que a él le ocurrió, sólo a él; sé que es algo de la tradición española desde que España se constituye en Estado. El que el pensamiento de esa clase o especie de personas no haya llegado a encontrar la forma adecuada en el pensamiento occidental es parejo a que en España, como vida, como sociedad, como Estado no la haya encontrado tampoco”28 . Dos ideas muy importantes están dichas en tan pocas líneas: que ha habido una parte del pensamiento español (y de las gentes que lo han sustentado) que no ha encontrado su forma de Estado; y que de ello se ha seguido el que España no la haya encontrado tampoco. Así pues, María Zambrano pertenecería a esta tradición no de herejes, palabra que no le acaba de gustar, si no de heterodoxos y así se autocalifica ella misma en alguna ocasión. Al propio Pablo de Andrés, en 1971, le confiesa los disgustos que le costó la publicación de Pensamiento y poesía en la vida española (1939) en los siguientes términos: “No me amilané, porque sabía y me sé aún bastante heterodoxa. Lo que no impide que otros consideren que mi pensamiento no hace más que seguir el de Ortega o al de Ortega. Y en verdad, siendo discípula suya, como lo soy antes que de él, de mi Padre, he caminado siempre por mi cuenta, debiéndoles siempre, y siguiendo a mi Padre íntimamente, sin poder remediarlo. En fin, seguiría escribiéndote…29 Es verdad que Zambrano fue discípula académica de Ortega y Gasset y que ella lo reconoció en sus artículos, el de 1936, en el posterior curso dictado en La Habana y en el artículo que escribe en Ínsula con motivo de la muerte del filósofo en 1955, pero no es menos cierto que entre ellos se fue formando un abismo. Se inició a partir de 1934 cuando Zambrano le expuso su esbozo de razón poética30, se agrandó con motivo de la guerra civil y quedó ahondado irremediablemente con la vuelta a España de Ortega en 1945. Mas este extremeños: “El delirio de los orígenes”, República de las Letras, 89, abril 2005, pp. 30-46. Finalmente, Juan Carlos Marset en la obra ya citada (nota 20). 27 MENÉNDEZ PELAYO, M., Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, BAC, 2006. 28 Los subrayados y enfatizados son míos porque en ocasiones se ha dicho que María Zambrano no habría tenido una preocupación por el Estado sino tan sólo por ámbitos más reducidos como la ciudad, etc. Esta carta ha sido reproducida parcialmente en MORA GARCÍA, J.L., o.c. (nota 4), p. 274. MORA GARCÍA, J. L., “El significado de la revista Ínsula en la cultura y la filosofía españolas del último medio siglo (1946-2000)”, ROSARIO, M. DEL (ED), Pensamiento español y latinoamericano contemporáneo II, Cuba, Ed. Feijoo, Universidad Central de Las Villas, 2006, pp. 79-112. 29 Carta a Pablo de Andrés Cobos, 26 de diciembre de 1971. 30 Con frecuencia se ha asignado el origen de esta expresión al comentario que Zambrano hizo al libro de A. Machado La guerra. La propia Zambrano lo sostiene explícitamente en la carta a Abellán ya citada de 1984. Sin embargo, la profesora Juana Sánchez Gey me hizo ver que estaba ya en el artículo “Hacia un saber sobre el alma” de 1934.
  • 8. 8 distanciamiento no era tanto personal cuanto filosófico: terminaron por darse cuenta de que pertenecían a dos intentos bien distintos de reconstrucción de la historia filosófica de España, que era lo mismo que decir de España misma y de Europa. Así pues, a cuestiones muy de fondo nos remite el tema propuesto por el Congreso tanto de nuestra propia historia en sus dimensiones española y europea como a esas referencias internas de la obra zambraniana. Importantes son las reflexiones de Zambrano sobre esa doble realidad de nuestra filiación y, al tiempo, su toma de posición da razón de ser a su propia obra. María Zambrano ante España y Europa España Respecto a España la posición de María Zambrano sería la siguiente: la historia se habría interrumpido en su punto mejor, es decir, en un tiempo en que hubo una posibilidad de fundar una dimensión de universalidad que, sin embargo, habría quedado cortada de raíz. Ese tiempo al que me refiero habría tenido lugar, seguramente, con el humanismo renacentista de orientación erasmista. Habría sido el tiempo de las grandes reformas religiosas. Por supuesto, esta posición de Zambrano nada tiene que ver con las posturas tradicionales de defensa del imperialismo. Por el contrario, se trataría de la España defensora de la convivencia, en la línea con la Philosophia Christi del erasmismo, muy crítica contra la paganización de la cristiandad, defensora de un cristianismo interior y enaltecedor de los valores cristianos de la humildad y la sencillez en sintonía con lo sostenido en el Enchiridion de Erasmo. La idea del cuerpo místico sería la base de la solidaridad entre los hombres con Cristo como el hermano mayor, subyacente a las ideas sostenidas por Vives en sus libros sobre la pacificación o la ayuda a los pobres. Habría sido ésta la España sofocada por Trento, devorada por la historia universal durante siglos y… separada de Europa. “Les preocupaba –dice en Delirio y Destino refiriéndose a su padre y a los que con él departían- más que nada aquel momento en el cual España se separó de Europa, acabada la lucha de la Contrarreforma y Felipe II por tanto, en el centro donde una y otra vez volvía. Era la tesis más extendida entre “las izquierdas”, la que entendía como un inmenso error histórico la Contrarreforma, aquella obstinación en la lucha en los Países Bajos. (…) Justamente Fernando de los Ríos, el autor del Sentido humanista del Socialismo se había obstinado en poner de relieve el sentido universalista, europeo, de la política de Carlos V, que hizo tanto en función de Emperador de Alemania como de Rey de las Españas; su inmenso esfuerzo para que no se consumase la escisión protestante”31. Es en este marco donde adquiere relevancia su defensa de la mística porque habría formado parte de este proyecto de España, capaz de construir una forma de conocimiento que no renunciara a nada y que apostara por la plenitud del hombre frente a, por ejemplo, lo que había sido la mística alemana más propia de una teología negativa. Así, en su texto, “San Juan de la Cruz. De la “noche obscura” a la más clara mística”32, cuya primera redacción pertenece a los años de la guerra civil, insiste una y otra vez en este ansia por abrazar el todo para lo cual está dispuesto a renunciar a “todo” aquello que se lo impida, porque “lo que sucede en la mística está al menos fundado en la naturaleza humana, en una posibilidad esencial a ella, tal vez en una condición que se revela en la mística más que en cosa alguna”, algo así como la transformación de la crisálida en mariposa. Como nos ha dicho Rosa Rossi: “en aquella pasión y en aquella práctica suyas de la soledad y del silencio –refiriéndose a San Juan de la Cruz- había una apremiante dimensión moderna que iba más allá, no sólo de la propuesta claustral sino también de la comprensión de la mayoría de las personas que tenía a su alrededor.” (…) Era el “camino 31 Delirio y Destino, o. c., p. 149. 32 Recogido por MORENO, J., en Los intelectuales…o. c., pp. 263-274.
  • 9. 9 que preveía el vaciamiento de la mente para crear allí un espacio nuevo y libre donde elaborar la propia perceptividad, donde colocarse lo más cerca posible de la cualidad paradójica que es tan propia de la fe “oscura” como del arte. Un artista no puede trabajar realmente si no se halla en soledad, en un ambiente que le permita tener constantemente bajo control su percepción del mundo externo, para que la unidad invisible de la idea y de su realización no se haga pedazos por la irrupción de una presencia extraña”33. En definitiva, era esta la apuesta española del siglo XVI por la que inmediatamente iba a ser la modernidad diferente, en la manera de ver de Zambrano, de la senda que iniciaría después el racionalismo y que llevaría a cabo la reconstrucción del orden, una vez quebrado el paradigma medieval de objetividad cuya crisis se remonta al siglo XIV y que habría procedido a la reconstrucción de la filosofía sobre la base de la reducción analítica (bien distinta de la realizada por el místico) que establece fronteras entre lo susceptible de ser conocido y el sentido íntimo de su existencia a lo que definitivamente se renuncia. Reducción, en definitiva, de la vida misma como dejaría al descubierto la fenomenología. Mas la mística no, pues “una tan clara mística forzosamente tenía que venir a dar en una unidad perfecta de amor y conocimiento”34. Se trataba de una apuesta por la creación que al nacer de la admiración se oponía a todo nihilismo y no en menor grado a la violencia. Una idea que, como sabemos, repetirá en distintas ocasiones para mostrar la distancia que inmediatamente se establecerá entre este modelo y el que inicie el racionalismo del XVII. Porque ella sostendrá que sobre la violencia no se funda la unidad sino el sometimiento de lo dado, bien por ya ideado o bien por hecho Por eso, señalará, ni el racionalismo ni el positivismo entenderían nunca lo que la mística había significado. Si cabe, aún menos el positivismo. Así lo indica en el mismo artículo sobre San Juan de la Cruz y más explícitamente en una carta a Pablo de Andrés: “El intelectualismo occidental creciente a partir del Renacimiento, es decir, no, Giordano Bruno no era así, a partir del XVII ha ido restringiendo los órganos o canales del conocimiento. Y como contrapartida surgieron los empirismos a las letras, los sensualismos, los materialismos, y etc. etc.; ahora el estructuralismo que nos quiere persuadir de que no hay creación –“poiesis”- sino estructura encarceladora. Si es que puedo seguir escribiendo, diré algo acerca de los diversos canales –perdidos o semi- del conocimiento, pero en cierto modo he ido ofreciendo una suerte de Teoría del Conocimiento más amplia, de más dimensiones que la que me dieron. Y especialmente en cuanto al tiempo, que no pretendo “misterificar”, sino más bien mostrar en su integridad o al menos en algunas de las dimensiones o aspectos que hacen de él un mediador en vez de un obstáculo. En “El sueño creador” así aparece y aun el prologuillo del volumen en que está incluido y en… tantos otros lugares. Desde la primera línea que yo haya escrito y concretamente desde “Hacia un saber sobre el alma” –Revista de Occidente año 34, me parece- pido, clamo por un saber más amplio en el que la conciencia, la Razón, haga suyos otros saberes irrenunciables como los de la poesía, las religiones, la mística… en fin que el conocimiento torne a recoger la revelación, las revelaciones todas…”35. Por eso no le habría quedado otro remedio al pensamiento español que refugiarse en la poética, en la literatura, al precio de quedarse sin filosofía, es decir, de la filosofía que iba a nacer en la Europa del XVII. Por lo que concierne a España, pues, al problema de España, la posición de Zambrano pasaría por sostener que estuvo en los inicios de una apuesta por la universalidad, por la construcción de Europa pero que no habría sido posible la continuidad porque todo ese pensamiento quedó en la heterodoxia tras la Contrarreforma. Si acaso, la apuesta más aproximada por acercar este pensamiento a la ortodoxia la habría emprendido San Ignacio de Loyola haciendo de la religión una 33 ROSSI, R., Juan de la Cruz. Silencio y creatividad. Tr. de Juan Ramón Capella, Madrid, Trotta, 1996, pp. 45 y 84. 34 ZAMBRANO, M., “De la noche obscura, p. 269. 35 Carta de 1971. Algunos párrafos están reproducidos en MORA GARCÍA, J. L., o.c., (nota 4), p. 274.
  • 10. 10 aritmética de la salvación. Los ejercicios ignacianos vendrían a ser el correlato en el ámbito de la religión lo que significará el Discurso del método para una teoría del conocimiento. No era esta apuesta satisfactoria pues el precio a pagar suponía empequeñecer los fines radicales de la mística y de todos aquellos movimientos de renovación religiosa llegados hasta sus ancestros que apostaban por impregnar la vida toda de aquellos íntimos ideales que habían regido a los creyentes del siglo XVI y que no pudieron escapar a las armas del Santo Oficio. Pues Zambrano, y ese era el sentido de la carta citada más arriba, sostenía que ahí había quedado el verdadero espíritu de aquellos españoles. El problema de España no era un vicio de origen sino de interrupción del proceso. Por eso creo que no hay en ningún caso una “esencialización” de España y su historia sino la remisión a un problema que exige corrección en el mismo ámbito en que se ha producido, es decir, el de la propia historia. Por eso nunca hubiera sostenido la aseveración con que Ortega concluyó su famosa conferencia pronunciada en Bilbao en 1910: “La pedagogía social como práctica política”36, cuando dejó un latigazo que ha restallado en nuestros oídos durante años y años: “Verdaderamente se vio claro desde un principio que España era el problema y Europa la solución”37. Es verdad que luego, muchos años después, en la no menos famosa conferencia de Berlín (1949) hay muchos matices sobre el papel de las naciones – espacio al que asigna “el modo integral de ser hombre”38- en la construcción de Europa pero, aun así, hay diferencia notable con Zambrano en la medida que ésta siempre pensó que España guardaba energías “reprimidas” y que a su generación le correspondía rescatarlas. Y que esto era parte del problema español pero también del problema europeo pues la fractura de la que hablamos no sólo afectó negativamente a España sino a Europa entera. Así lo habría puesto de manifiesto ya en 1543 el médico segoviano en el discurso citado al comienzo de estas páginas. Como también hemos indicado, no es fruto de la casualidad que Andrés Laguna fuera recuperado en tiempos de la llamada crisis de fin de siglo XIX y que fuera un autor con “buena prensa” en los años en que se celebró el Concilio Vaticano II al ser tenido como precursor del diálogo entre religiones. Hace algunos años me ocupé de la herencia de este médico39 a quien apreció mucho Teófilo Hernando, amigo personal de Ortega y gran estudioso de Laguna. Así pues, María Zambrano se acercó al Renacimiento con una visión contrapuesta a la que tuviera Maeztu, aunque la propia Zambrano no dudara en calificarle de “el más meditador del grupo”, “vasco, andariego en su juventud en Inglaterra y Estados Unidos”40, pues éste sostenía que el Renacimiento abrió las puertas al escepticismo y al relativismo al poner el acento en el hombre frente a la vieja objetividad teológica medieval41. Para Zambrano, en cambio, el humanismo renacentista abrió las puertas que luego fueron cerradas Mas, si estuvieron abiertas pueden, deben más bien, ser reabiertas. Esta sería la propuesta. Significaría esto no sólo recuperar España sino también reconstruir la filosofía sobre bases nuevas. Algunos, según ella, ya lo habían intentado con antelación a su propia generación. Es el sentido que para ella tuvo el krausismo: “Lo sabíamos, lo supieron 36 El párrafo completo reza así: “Regeneración es inseparable de europeización; por eso apenas se sintió la emoción reconstructiva, la angustia, la vergüenza y el anhelo, se pensó la idea europeizadota. Regeneración es el deseo; europeización es el medio de satisfacerlo. Verdaderamente se vio claro desde un principio que España era el problema y Europa la solución.” ORTEGA Y GASSET, J., O.C. Ed. GARRAGORI, P., 1, Madrid, Revista de Occidente, 1983, pp. 503-521 37 En este mismo año Ortega mantuvo la famosa polémica con Unamuno tras la que Ortega escribió “Unamuno y Europa, fábula” donde a propósito de la palabra “Europa” señala que “en esa palabra comienzan y acaban para mi todos los dolores de España.” 1, p. 128. 38 V. nota 14, p. 283. 39 MORA, J. L., “La herencia de Andrés Laguna”, GARCÍA HOURCADE, J.L. Y MORENO YUSTE, J.M. (coord.), Andrés Laguna. Humanismo, ciencia y política en la Europa renacentista, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2001, pp. 239-256. 40 Delirio y destino, p. 84. 41 MAEZTU, R. DE, La crisis del humanismo, Ed. de P. González Cuevas, Salamanca, Almar, 2001.
  • 11. 11 aquellos hombres que quisieron con el krausismo como instrumento moral elevar el nivel de la vida española, crear esta clase nueva o casi nueva: profesores, científicos, intelectuales, artistas, que formaban parte de la sociedad viviente y que encontraron en ella su acicate y, en el Estado, su sostén. Y avivar en la escasa burguesía industrial, el amor y la atención hacia las cosas de la inteligencia. Pero todavía había más. Un fondo religioso, algo así como un rebote de la fracasada reforma religiosa del siglo XVI. Un cierto renacer bajo la distinta doctrina del un día espléndido “erasmismo” español”42. Interesante es este juicio para comprender lo dicho con antelación sobre la actitud entusiasta en defensa de la República adoptada por Zambrano. Pero faltaba más. Faltaba rescatar a los heterodoxos si era verdad que en ellos se escondía lo mejor de España. Y es en relación con este propósito donde, puede parecer sorprendente, María Zambrano encuentra dos puentes bien diferentes hacia esa España del pasado que debería ser de futuro: Menéndez Pelayo, el ortodoxo historiador católico que nos habló de los heterodoxos y Pérez Galdós, el novelista a quien años después calificará de don del océano y que habría hecho la propuesta propia de la izquierda. “Ahora comprendía –se dice a sí misma-, sentía que el ortodoxo historiador estudió a los heterodoxos por estudiarles a ellos quizá, a los anarquistas de todos los siglos de la historia de España; llegar a entenderlos sería desentrañar la vida española”43. A Galdós, autor del prólogo al libro Vieja España de Salaverría en el que había recordado que si la Reina Isabel “hubiera desatado nuestras conciencias, habría hecho más por nosotros que descubriendo cien Américas y conquistando doscientas Granadas”44; y luego autor del drama Santa Juana de Castilla, interpretación del personaje de Juana la Loca en clave erasmista, le reconoce que aportó, decíamos, la “tesis” de las “izquierdas”: “España tendrá que aprender a tolerar, a practicar una mesurada libertad enriquecida por las reformas sociales, el ejemplo naturalmente era Inglaterra. Todo ello partiendo del “supuesto” de una renuncia a la pretendida grandeza, a la novelería” (…) “El pueblo es en Galdós –concluye Zambrano- como lo es en realidad, verdadero, como una palabra de Dios”45. Sólo, pues, desde aquí sería posible la recuperación y actualización de la España que ella consideraba más auténtica, es decir, la que formaría la tradición a la que creía pertenecer frente a la teocrática y absolutista. Y con ella, la reconstrucción de la filosofía. Los textos donde justifica esto con más detenimiento son ya de tiempos del exilio, escritos apenas sin otro apoyo que su propia memoria, lo que quiere decir que la reflexión había sido ya muy potente con anterioridad. Así, su Pensamiento y poesía en la vida española46 , “Ortega y Gasset, filósofo español”47, primera lección del curso dictado en La Habana en 1940; en el artículo ya mencionado de la revista Las Españas (1948) y en la reflexión autobiográfica Delirio y Destino. Pero a estos textos se anticipan los ya escritos durante la guerra civil, tanto en Los intelectuales en el drama de España como en algunos de los artículos de la revista Hora de España. La tesis sostenida es la misma: “Este era el caso: en España no había filosofía (lo dice refiriéndose a la opción de Ortega cuando hacia 1902 opta por ser filósofo). Y entonces, ¿desde cuándo no la había? ¿la hubo alguna vez? y, ¿en qué forma?”48. Es aquí cuando de nuevo recuerda La Ciencia Española de Menéndez Pelayo, fruto de su polémica con Perojo, Manuel de la Revilla y el Padre Fonseca en que el escritor santanderino ofreció aquellas largas listas de autores. Sin embargo, Zambrano sostiene en este momento la tesis tradicional de la izquierda: “que habiendo habido filósofos no ha existido filosofía” 42 Delirio y destino, p. 76. 43 Ib. P. 72. 44 . PÉREZ GALDÓS, B., “Prólogo” a. SALAVERRÍA, J.M., Vieja España recogido por. SHOEMAKER, W.H., Los prólogos de Galdós, The University of Illinois Press, México, Ediciones Andrea, 1962. 45 Ib. p. 66 y 67. 46 V. nota 13. 47 Recogido en Andalucía, sueño y realidad, Granada, Biblioteca de la cultura andaluza, 1984, pp. 195-225 48 Ib., p. 201.
  • 12. 12 porque, dice y con razón que “la existencia de la filosofía en una cultura no depende tan sólo de la genialidad de unos cuantos, sino de algo que los trasciende, de la continuidad y de la vigencia de esos geniales esfuerzos. También de la plenitud de esas filosofías, de que no sea necesario referirlas como pre o post de otras”. Así pues, no habríamos tenido filosofía y menos en el sentido en que se cultivó en Europa después de Descartes, cuando “pensar era actuar”. “Sin lo uno no hubiera existido lo otro, es decir, la Filosofía, al menos en esa forma… ¿Por qué insistir con el genial don Marcelino en que nuestro pensamiento haya corrido por los mismo cauces, se haya expresado en las mismas formas y hasta haya ejercido análoga función que el de las naciones de Europa? Y es que España no es una nación, sino más o menos el germen de un continente, yo diría de un modo de vida en vías de nacimiento y siempre interrumpido”49. Mas tenemos “necesidad ineludible de filosofía -dirá más adelante- y ello para evitar la aniquilación de la sustancia de la vida. Más aún, y no sólo para entrar en las naciones cultas, sino como “requisito para entrar en sí mismo sin quedar prisionero; para entrar de modo que se pueda salir, para vivir de modo que se pueda morir y, si es que Dios lo quiere, resucitar”50. Llegados aquí y reconociendo en Ortega este carácter fundacional al tiempo que las tres principales cualidades que lo caracterizan: claridad, generosidad intelectual y la objetividad, Zambrano no se para ahí y, como si no se quedara tranquila con este diagnóstico, replantea de nuevo la pregunta acerca de lo que sea la filosofía y tras identificarla con la aspiración a la unidad y a la transparencia, deja para el final una última pegunta: “¿como hacer virtuoso un hombre?”, Mas esta se corresponde con esta otra: “¿cómo hacer virtuosa una ciudad? Y, esta, a su vez, también, con ésta: “¿Qué hacer para que vida y razón se entiendan?” Ortega respondió a estas preguntas desde su razón vital e histórica. Pero la Zambrano exiliada, se mantiene en su duda desde La Habana cuando se pregunta: “¿se podrá lograr?”, “¿cómo conseguir que no se oculten la una a la otra?” A esas alturas la respuesta no podía ya venir del “examen crítico de la mente” “sino de esa congoja que nace ante la formulación de una esperanza descifrada”51. Sobre el carácter fundacional atribuido a Ortega y que se ha convertido ya en un tópico, sobre todo a partir de las tesis sostenidas por Julián Marías, no diré ahora mucho más. Se basaba fundamentalmente en la convicción de que habría faltado un periodo ilustrado en España; en definitiva, que no habríamos tenido siglo XVIII, tópico mantenido durante mucho tiempo por el pensamiento conservador y también por el liberal bien que por razones opuestas pero coincidentes en definitiva en la conclusión. Ambas posturas, podríamos decir, se asentaban en interpretaciones de la historia de España y de la concepción que exigían nuestra exclusión de la modernidad, bien porque así se podía sustentar una España libre de herejías o bien porque si no había habido modernidad era posible aún firmar su paternidad. Hoy hubiera sido imposible sostener ambas tesis tras las investigaciones de las dos últimas décadas. Pero creo que María Zambrano se refería a otra cosa si la leemos a la luz de la tesis sostenida en su libro Pensamiento y poesía en la vida española a propósito de lo que habría supuesto el realismo español, tema que debió debatir con Arturo Serrano Plaja antes del exilio52 y que no acaba de entenderse del todo sino por fidelidad intelectual al maestro. Si se refiere a la falta de una “racionalidad” organizada académicamente según los parámetros de las universidades europeas podemos estar de acuerdo. Mas esto no sería un problema de falta de filosofía sino un problema de institucionalización que dejaría sin resolver el papel asignado a la poética o a la novela en nuestra propia historia. ¿Habrían sido éstas solamente expresión del fracaso? ¿Fracaso de la razón y con ella del Estado? 49 Ib. p. 207. 50 Ib. p. 208. 51 Ib. p. 224 y 225. 52 SERRANO PLAJA, A., El realismo español, Buenos Aires, Publicaciones del Patronato Hispano Argentino de Cultura, 1943.
  • 13. 13 ¿Fracaso de la vida misma? Cuando la crisis dura demasiado tiempo tendemos a dejar de atribuir sus causas a razones propias de la historia para buscarlas en otros ámbitos. Es una tentación más que filosófica, humana. Acaso, vistas desde otro lado, ¿eran estas formas de expresión una alternativa a la filosofía que nacería en Europa? Pues luego veremos a propósito de la filosofía europea que, según Zambrano, a la vida no le ha ido mejor con el modelo racional europeo. Es este un punto de la reflexión zambraniana que no queda del todo aclarado, sobre todo si tenemos en cuenta que para la revitalización de la filosofía no hace tanto una llamada a la búsqueda de modelos europeos cuanto a la recuperación de la parte de la propia historia no realizada. ¿Cómo entender aquí el artículo “La reforma del entendimiento español”?53 Después de establecer la comparación entre el papel de Cervantes en España y Descartes en Francia y sostener básicamente que la filosofía aunque nacida del fracaso se había convertido en la conciencia del éxito junto al Estado mientras la novela sería la conciencia del fracaso, no hace sino remitirnos a que nos fijemos en el papel jugado por el pueblo. Precisamente la parte de la sociedad que ha quedado fuera de juego en la distribución del poder. “Es lo único que nos queda –afirma-; el último elemento insobornable: voluntad que es ya instinto; lo único vivo bajo la destrucción de la sociedad y el desmoronamiento del Estado.” Y concluye con las siguientes palabras: “Es la hora de que España acepte íntegramente la voluntad de su pueblo y la objetive sin temor ni precipitación en un Estado que a Europa, a la Europa declinante y al mundo, pero especialmente a aquel continente que habla nuestro idioma, le devuelva la confianza en el hombre; que restaure la fe en la razón y en la justicia y que la realice en la medida mayor de su posibilidad actual”54. Mas hay aquí un plano de reflexión que he comentado en otro lugar55 y que tiene que ver con este párrafo que nos ha pasado un tanto desapercibido: si hemos comprobado que, a pesar de todo, “la razón ha podido alcanzar resultados positivos” habremos de descubrir “un nuevo uso de la razón, más complejo y delicado, que llevara en sí mismo su crítica constante, es decir, que tendría que ir acompañado de la conciencia de la relatividad. El carácter de absoluto atribuido a la razón y atribuido al ser es lo que realmente está en crisis, y la cuestión es encontrar un relativismo que no cayera en el escepticismo, un relativismo positivo” (…) “acercar, en suma, el entendimiento a la vida, pero a la vida humana en su total integridad, para lo cual es menester una nueva y decisiva reforma del entendimiento humano o de la razón, que ponga a la razón a la altura histórica de los tiempos y al hombre en situación de entenderse a sí mismo56 . Claro que previamente había renunciado a una cátedra de Filosofía pues así lo escribió en la famosa carta al Dr. Marañón: “Yo no me vi en una cátedra dando clases de filosofía, aun con todo lo que la amo, porque no puedo, porque amo la vida. Y la filosofía tiene que estar viva. ¿Lo ha estado alguna vez en España? ¿O, para estarlo, ha tenido que pasar por la hoguera, ha tenido que quemarse? ¿Y el pensamiento? ¿Cuál ha sido la suerte del pensamiento en España? Abstenerse, quedarse quietecito, no meterse en nada y, al hacerlo, rozar la traición y, sobre todo, la tradición”57 . Es verdad que estas palabras fueron 53 Pertenece a los escritos en Hora de España. Está incluido en la ed. de MORENO, J., Los intelectuales…, o.c., pp. 152-164. 54 Ib. P. 164. 55 MORA GARCÍA, J. L., “Sobra la manera de expresarse entre nosotros”, Arbor (en prensa). Recoge este artículo la intervención realizada en la semana “Pensar en español” que en octubre de 2007 organizó el Instituto de Filosofía (CSIC) 56 ZAMBRANO, M., “La reforma del entendimiento”, Pertenece, igualmente, a los escritos de Hora de España, o. c., pp. 137-38. El subrayado es mío. 57 Ib. p. 127. ZAMBRANO, M. “Anexo. Un liberal”. Recogido por MORENO, J., Los intelectuales…, o. c., p. 123. Ortega dirá algo similar, con mayor acritud, en su texto sobre Europa, es decir, en el ocaso de su vida y habiendo sido catedrático de Metafísica: “En tiempos de Luis XIV, Vestris, el maestro de baile versallesco, solía decir: “No se sabe toda la filosofía que encierra un minuet”. Tenía gran razón y están en un error los que
  • 14. 14 escritas en plena guerra pero si analizamos su pensamiento del exilio esto no habría cambiado mucho. De hecho, en carta a Lezama Lima, 27 de octubre de 1939, le dice: “No tema que me ponga en plan de “catedrática” en las conferencias, iré a dar lo mejor que tengo, lo más verdadero… iré a hablar de mí misma, como a lo mejor de mí misma… No soy catedrático, es decir, no me doblegué a nada oficial allá en mi tierra y Ud. no sabe todo lo que eso me trae, pero allá cada cual con su destino o con su empleo”58. Sólo le quedaba renacer de la voluntad pura, renacer del sueño creador como había hecho Benigna, la protagonista galdosiana son su personaje don Romualdo que supuestamente salva a su ama cuando en realidad lo hace gracias a su propia actividad misericordiosa ejerciendo la mendicidad en el pórtico de la Iglesia de San Sebastián. Es decir, en tal circunstancia sólo cabe confiar en el amor. Razón amorosa tal como había sido conservada en la tradición poética. Pero fue peor. Por no librarnos de nada, ni siquiera la carencia en España del modelo de racionalidad dominante en Europa sirvió para que España hubiera quedado fuera del riesgo del fascismo. Sin duda, Zambrano ha escrito uno de los alegatos más duros contra el fascismo como expresión de la que considera enfermedad europea que habría importado en España la cobardía de algunos intelectuales que no quisieron asumir un papel segundón y se vendieron a las clases dominantes, precisamente las herederas de la escisión entre la inteligencia y el pueblo. Fue, para ella, una cuestión de justificación personal, propia de señoritos”. La suplantación se debió a la necesidad de justificar “una situación individual que por ser propia de los individuos de una clase social logró prender “bajo una máscara intelectual de una actitud doble”: como una manera de no renunciar al contacto y ventajas del trato con las fuerzas del pasado precisamente por parte de quienes han tenido un profundo desprecio por la figura del intelectual; y, segundo, por su incapacidad para crear, amarrando la inteligencia a “residuos de creencias descompuestas del pasado, a limitaciones impuestas por la falta de valor para romper nudos sociales, y lo que es más decisivo: la falta de una intuición modelo, la falta de la presencia de una realidad que presione. Pero esta ausencia de intuición, esta falta de sentir la realidad, llega a transformarse en el fascismo, en un evadir la intuición y la realidad, en una huida sistemática y encubierta de la realidad. Pero como la realidad está ahí, sigue existiendo, hay que aplastarla y aniquilarla. Todo fascismo acaba en matar, en querer matar aquello que no quiere reconocer”59. Pues, resulta “que siendo o aparentando ser el fascismo como una vuelta a lo nacional, en España teníamos lo nacional, lo propio español, como lo menos fascista del mundo.” “Recobrarse España a sí misma, volver a su ruta histórica, era tanto como irse tan lejos del fascismo que lo convertía en puro fantasma”60. El problema residía en la escisión de la desconexión de la España del XVI y la suya, de la oficial y la viva, porque había dejado las mejores energías inermes de esta España viva, refugiadas en la heterodoxia, apenas operantes mientras los grupos dominantes, autoritarios, a lo largo de la Restauración y en la dictadura primorriverista que personifica en la figura del señoritismo -ya denunciado por su padre a lo largo de su vida hasta la defensa de la labor del maestro a propósito del recuerdo al maestro de Ronda, D. Juan Carrillo Sánchez Carrillo en 1929-, habían terminado por traer el fascismo, una enfermedad que consideraba, como ya hemos hecho notar, que no nos era propia. piensan que la filosofía está normalmente en las cátedras de filosofía. Lejos de esto, las cátedras de filosofía suelen ser un escenario macabro donde se exhibe ante la nueva generación la momia lamentable de la filosofía. Si, de pronto, en las asténicas Universidades actuales se hiciese de verdad filosofía, estas caducas instituciones estallarían inmediatamente por una desintegración similar a la atómica”. Meditación sobre Europa, O. C., t. X,, Madrid, Revista de Occidente, 1983, p. 287. 58 Recogida en El centavo, febrero de 1998, Morelia, p. 22. 59 Los intelectuales en el drama de España… p. 103. 60 Ib. p. 97.
  • 15. 15 El compromiso político debía ser, por tanto, filosófico. Y el filosófico debía serlo de carácter político. Su objetivo: suturar la escisión. Esta idea fue en María Zambrano bastante temprana porque no tuvo más que continuar la que aprendió de su padre. Inició su compromiso político hacia 1927, año en que se licenció. Comenzó apoyando la fundación de la FUE en enero de 1927 y prosiguió con su contribución a la constitución de la Liga para la educación social en octubre de 1928 (de vida efímera pues fue clausurada en marzo de 1929). Fue en el ya mítico merendero de “La Bombilla” a cuya reunión asistieron conocidos intelectuales: Luis Jiménez de Asúa, José Giral, Felipe Sánchez Román, Gregorio Marañón, José Salmerón, Ramón del Valle Inclán, Ramón Pérez de Ayala, Eduardo Gómez de Baquero Manuel Azaña e Indalecio Prieto, por los mayores; de los jóvenes estaban María Zambrano, Aurora Riaño, Fe Sanz Molpeceres, Antolín Casares, Domingo Díaz Hambrona, Emilio González López, Antonio Riaño, Francisco Giral, Salvador Tellez y Pablo de la Fuente61. Continuaría esta actividad dando mítines en apoyo de la candidatura republicano socialista en las semanas previas a las elecciones del 12 de abril de 1931. Eran años de oposición al régimen de Primo de Rivera, al calor de la repatriación de los restos de Ganivet (1925), de la segunda inauguración del monumento a Ramón y Cajal tras el boicot de los estudiantes al dictador y el posterior recibimiento a Unamuno y, sobre todo, la oposición a la reforma Callejo que facilitaba la obtención de títulos oficiales a los estudiantes provenientes de colegios eclesiásticos. Fue el momento en que renunciaron a sus cátedras, entre otros, Wenceslao Roces, Ortega y Gasset, Jiménez de Asúa y Fernando de los Ríos. Con posterioridad, intervendría también en las Misiones Pedagógicas, en el famoso manifiesto ya mencionado del FE, apoyaría la reacción del pueblo en octubre 1934 porque se parecía bastante a la del pueblo de Madrid en mayo de 1808 y no dudó en llevar el manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas a Ortega para que lo firmara, ya en 1936, antes de marchar a Chile, tras casarse con el historiador Alfonso Rodríguez Aldave. Después, su vuelta a España en 1937 y su contribución a las revistas del periodo de la guerra. Todas son estrategias de la apuesta por unir los objetivos de la filosofía y la política. La creación intelectual, la escritura, o la palabra, eran una muestra de antifascismo en la medida en que creían servir a la realidad y a la vida, a los valores de la vida como forma de negar la negación, es decir, la muerte. Era hija del hambre y la esperanza, resistente, en suma, como lo son las actividades que nacen del sueño. Marañón, Ortega y los intelectuales de la generación anterior le parecieron poco a nada comprometidos, o, por mejor decir, cobardes. A partir de aquí podemos analizar la distancia entre ambas estrategias, hijas, cada una de ellas, de la razón vital y de la razón poética respectivamente que son filosófica y políticamente diferentes. El juicio orteguiano de “no ha llegado usted aquí –señalándose a si mismo- y ya se quiere ir lejos” nos ha resonado en las lágrimas de Zambrano cada vez que hemos enjuiciado las actitudes de los intelectuales de aquellos años. Podemos pensar que de nuevo aquel sueño, como el de los viejos erasmistas, se desmoronó en el duro despertar o podemos pensar que las energías de esa heterodoxia siguieron intactas en el largo exilio. En cualquier caso desde aquí se desvanecen las interpretaciones de un pensamiento blando o escapista, metafísico o místico en el sentido peyorativo de ambos términos a propósito de María Zambrano tal como indicábamos al comienzo. Desde lo dicho aquí se deduce una interpretación bastante diferente a la sostenida por la gran estudiosa del pensamiento zambraniano, Ana Bungaard, a propósito del 61 Fuente: MORENO, J., “Prólogo a Horizontes del liberalismo, o. c., p. 24. Este Pablo de la Fuente, sería luego el editor de la revista Luna, confeccionada en la embajada chilena en Madrid en los primeros meses de 1939 en condiciones fascinantes. La edición que ha hecho JESUCRISTO RIQUELME la subtitula “Primera revista cultural del exilio en España (1939-1940), Madrid, EDAF, 2000
  • 16. 16 supuesto esencialismo de Zambrano62. Hablar de lo “propiamente español” no es un juicio de carácter “esencialista”, es simplemente tomar en consideración la actitud de quienes a su espalda, de su padre hacia atrás, no habían pertenecido a la España que consideraba de la dominación. Considerar que ha habido españoles que han quedado fuera de la España de la dominación, imperial, lo mismo que haría después en “Isla de Puerto Rico” y que ahí radica lo “propiamente español” es sólo una valoración de la historia de España, precisamente con la que uno puede reconciliarse. Esto no tiene por qué excluir otro tipo de valoraciones acerca de los análisis de la historia de España que hizo María Zambrano así como de la estrategia de la generación de 1929, llamada en ocasiones generación de la libertad. Cabe que la consideremos simplificadora, que no incluyera en su análisis cuestiones del ámbito económico o social y con cierta brevedad se atuviera a la cuestión de las clases sociales como hizo en “¡Castilla a solas consigo misma”63. Pero esto es un asunto de distinta naturaleza y en ningún caso tiene que ver con interpretaciones esencialistas por parte de Zambrano. Queda claro, en cambio, que la filosofía fue hija de su compromiso político y que éste, a su vez, no se entiende sin la apuesta por la filosofía realizada por Zambrano. Era la única acción posible, según su manera de ver las cosas, para restaurar los viejos ideales de la universalidad y del humanismo, sin renuncia alguna, con la realidad de su tiempo. Que fuera un sueño que terminó, de nuevo, en una drástica interrupción, es decir, trágicamente, es otro tema de análisis que tiene que ver con el enjuiciamiento que nos merezca la figura de Zambrano y su apuesta, dicho en los términos de Ortega de querer “ir lejos”, por querer enfrentarse a los acontecimientos y apurarlos hasta el fin. Pero esto simplemente hace de Zambrano una mujer de su tiempo como somos todos nosotros que actuamos sin saber qué ocurrirá en adelante. Europa A lo largo de esta reflexión ya ha aparecido Europa como horizonte porque, en realidad, siempre estuvo presente en el pensamiento zambraniano en el primer plano de su interés. Mas a partir de los años cuarenta se convirtió en la realidad decisiva. Nos dirá en Diario 16, bastante más tarde, en 1985, a propósito de Rafael Dieste, que en Vitoria, “en un café, sentada al lado de Rafael, yo descubrí Europa, y creo que sin él mi descubrimiento hubiera carecido de intensidad y nitidez”64. ¿A qué Europa y a qué intensidad y nitidez se refiere María Zambrano? Creo que se refiere, antes que a otra cosa, a su carácter de unidad, a que está entera en cada parte (como, por cierto -alude en ese mismo artículo-, sucede con Galicia pues citando un artículo de Dieste en Ínsula señala que Galicia no tiene partes, sino que es una unidad que está entera en cada parte”65). Y es verdad, cuando habla de Europa lo hace como una unidad originaria que, utilizando el término de Luis Díez del Corral, habría sido raptada66. Su actual situación –para Zambrano- tendría que ver también con una escisión: la que se ha producido entre la razón y su origen. Escindida, al igual que España pero con una fractura de naturaleza diferente que se habría producido, por decirlo gráficamente, cuando el hombre moderno europeo olvidó la lección de humildad que encierran las catedrales románicas y góticas acerca del origen del hombre y su relación con Dios y haberle querido suplantar. La razón europea responde al seréis como dioses y para ello ha tenido que invertir las relaciones originarias entre el fondo sagrado que da sentido al hombre y el papel que la filosofía tenía asignado. Sería este ejercicio de orgullo del 62 BUNGAARD, A., “El binomio España-Europa en el pensamiento de Zambrano, Ferrater Mora y Ortega y Gasset” en REVILLA, C., Claves de la razón poética. María Zambrano. Un pensamiento en el orden del tiempo, Madrid, Trotta, 1998. 63 Segovia Republicana, 29 de julio de 1931. 64 Recogido por GÓMEZ BLESA, M., Las palabras del regreso, o. c., p. 153. 65 Ib. 66 DÍEZ DEL CORRAL, L., El rapto de Europa, Madrid, Revista de Occidente, 1962.
  • 17. 17 racionalismo y positivismo modernos el que estaría en la base del olvido que la razón ha tenido por la vida al tiempo que ha generado lo contrario de si misma: los irracionalismos de uno u otro cariz. Es decir, el precio pagado por la obtención de la verdad que, ciertamente, se ha traducido en un gran desarrollo científico y técnico, pero que habría sido demoledor en la configuración del sentido de la vida humana. Quizá podríamos resumir la postura de María Zambrano diciendo que Europa habría olvidado la lección del humanismo español del XVI y habría optado por el modelo del XVIII. Ortega utilizó el adjetivo “problemática” para referirse a Europa e indicó que nos hallábamos en una “hora crepuscular”; sin embargo, no dudó en defender que la recuperación de la plenitud vendría a partir del equilibrio entre la unidad de Europa y las realidades nacionales67. Zambrano que escribe en plena guerra es más contundente. En verdad, la joven María Zambrano, seguramente de la mano de su padre quien ya había escrito proféticamente sobre las consecuencias negativas que para Europa tendría la firma del tratado de Versalles , como señalamos al comienzo de esta intervención, sostenía en 1929 que el liberalismo había fracasado en la superación de dos de sus contradicciones más claras: la primera consiste en sacrificar en aras del cumplimiento de una ética formal con la renuncia expresa a “todo apetecer, todo ansiar, todo amar”, suprimiendo el horizonte de la fe, “timonel de la inteligencia y no su prisión”, puntualiza Zambrano en Horizonte del liberalismo68 . En definitiva, el liberalismo habría eliminado el sentido de la trascendencia y con ella el sentido de la muerte y la resurrección, el sentido amoroso de la vida, la creación… el ámbito de lo espiritual, dejando al hombre en soledad. Pero, además y esta es la segunda contradicción, el liberalismo no ha podido resolver el problema de la esclavitud pues cuando se enfrenta al problema de la igualdad, ésta es irrealizable sino modificando el propio liberalismo: “Los postulados espirituales del liberalismo no pueden realizarse con la economía liberal”69 . No lamenta Zambrano la existencia misma del liberalismo pues “la doctrina liberal es el mejor fundamento de la socialización de la economía”; lo que lamenta es que se haya encerrado en un modelo que hace muy difícil elegir entre los postulados espirituales del liberalismo y su economía.” Para conseguir aquellos sólo quedaría una vía de esperanza: recuperar el sentimiento y el amor que proceda a una segunda recreación del mundo. Este juicio de Zambrano sobre la Ilustración, muy en la línea de su padre, es compartido por quienes han considerado que el XVIII, y más concretamente Kant, dejó abierta la vía al materialismo. Y, además, la reducción de lo religioso a religión natural no habría solucionado las relaciones entre Filosofía y Religión ni hacia atrás ni hacia delante. Creo que a Zambrano le hubiera gustado más la opción del humanismo del XVI que la del XVIII pues ésta, en su opinión, no ha resuelto el problema de las relaciones Filosofía/Religión y ha terminado por favorecer la soberbia de la razón que, paradójicamente, habría llevado a su olvido en la línea con lo sostenido recientemente por el argentino Sebrelli70. Estas escisiones acaecidas en Europa habrían traído a su vez otra: la de España y el resto de Europa. Así nos lo recuerda en Delirio y Destino: era la Europa que necesitábamos y que nos necesitaba, una Europa cuyas vibraciones se sentían cerca y con la que se perdió en la primera guerra mundial la ocasión de sincronizar. “Hubiera sido triste como lo es participar en una guerra, pero si hubiéramos entrado, nuestra situación sería diferente; quizá hubiéramos de verdad entrado a formar parte del mundo de Europa, a vivir en un ritmo común”71. Podría haberse preguntado Zambrano si, por los tiempos de la República seguía siendo tiempo de conseguirlo. Y se respondía haciendo suyas las palabras del 67 ORTEGA Y GASSET, J., “Meditación de Europa”, O. C., t. IX, Madrid, Revista de Occidente, 1983, pp. 247- 313. 68 Ed. de MORENO, J. o. c., pp. 243 y 245. 69 Ib. 70 SEBRELLI, J.J., El olvido de la razón. Un recorrido crítico por la filosofía contemporánea. Barcelona, Debate, 2007 71 . ZAMBRANO, M., Delirio y destino, o. c., p. 105.
  • 18. 18 cuñado Carlos Díaz quien sostenía que Europa nos necesitaba: “tenemos –decía- una vitalidad y una juventud que ofrecerles. Podemos ser quizá el contrapeso de Alemania, ya veremos cuando Alemania se decida, porque de ella, eso es verdad, de ella depende el futuro de Europa. Y también con Rusia, ¿acaso no se puede hacer una revolución social, un cambio más bien? Europa en estos momentos necesita encontrarse a sí misma y podemos, debemos, ayudarla a encontrar el comienzo de una solución”72. Era la apuesta por una Europa madura, para su generación el “exacto momento de la unidad europea. Eso sí lo sentía, lo sentía más que como proyecto como hecho, pues era un sentir en sus conciencia y, sin embargo, las divergencias les preocupaban; sí, cada vez más…”73. Si hubo un sueño acerca de un futuro venturoso para España, lo tuvieron también para Europa. Si su compromiso político lo había sido con España, también lo había sido con Europa. Mas ambos sueños se desvanecieron. Si España se había despedazado, ahora le sucedía igual a Europa. Cuando ya desde América veía a Europa desde lejos sintió la agonía de quien estando lejos está en la propia entraña y no renuncia a ella pues “agonizar es no poder morir a causa de la esperanza”. Había que conseguir que la esperanza se revelara en toda su profundidad. Esta es la razón por la que recurre de nuevo a la reflexión sobre el origen, pues es en el origen de Europa donde cree encontrar su plenitud: Europa hacedora de historia, de “la esperanza más total que el hombre haya conocido, de la esperanza que el hombre no se había atrevido a confesarse a sí mismo cuando el Cristianismo le dio su argumento. Esperanza volcada en la historia. De donde esta tragedia. Europa al descubrir la vida como esperanza, vivió la historia como tragedia, “condenada” a agonizar, a no poder morir… (…) “No puede morir Europa porque tiene que proseguir el camino… Y tendrá que seguir pariendo, pariéndose ahora a sí misma, en la historia…”74 Es la apuesta por la verdad estética, por la verdad poética que recupera energías, sueños, deseos, propósitos dejados atrás para ser recuperados en tiempo presente frente a la obcecación de los hechos históricos, singulares, irrecuperables, sin vuelta atrás. Había que reconstruir; no construir ex novo, no buscar lugar para la nueva utopía sino para la vieja por originaria. Era ésta la utopía renacentista, no la dieciochesca del progreso que se consigue como se consigue el record. Europa no puede renunciar a su origen. No se trata de avanzar al modo hegeliano hacia culminación alguna por la superación de los contrarios. Mas bien se trata de recuperar el sentido originario de lo que tuvo plenitud cuando la religión, la poética y la filosofía ocupaban correctamente sus lugares. Bastante de nietzscheano hay en esta postura, como se ha señalado atinadamente. Quedarían por concretarse el diagnóstico y la propuesta. Ambos, conjuntamente, constituyen la nota fundamental de la razón poética con el acento puesto tanto en el sustantivo como en el adjetivo. Los escritos de los cuarenta responden más al primer objetivo; desde los años sesenta hablaríamos propiamente de la segunda, ya en la lejanía de los hechos diagnosticados, con largos años de exilio y un recuerdo lúcido pero borroso y sin los referentes que toda su obra posee hasta los cincuenta. Sería muy largo resumir aquí ahora todo esto pero recordemos brevemente las propuestas de La agonía de Europa y de su libro sobre Unamuno en el que dedica la parte más importante, precisamente a hablar de Europa por paradójico que pudiera parecer pero comprobaremos que no lo es. Y, sin embargo, apenas han sido mencionadas estas páginas zambranianas a propósito de esta cuestión. La argumentación, si así puede llamarse, que sigue María Zambrano para explicar la crisis de Europa se asienta en defender que ésta ha querido dominar la naturaleza y reducirla a estática mansedumbre y, una vez creído que lo había conseguido, se llenó de fatuidad hasta el punto de que el principio cristiano de enaltecimiento de la persona humana quedó defendido por el liberalismo y oculto bajo la soberbia. Al haberse refugiado 72 Ib. p. 105. 73 Ib. p. 111. 74 Ib. p. 244.
  • 19. 19 en la conciencia y creer que desde ahí se podía dominar el mundo, se olvidó de que la vida sigue, que el hombre es historia y la historia tiene un carácter trágico de tensión permanente entre los ideales y la cambiante realidad. La consecuencia más inmediata de esta simplificación ha sido el estallido de violencia que habría comenzado ya en el siglo XIX , que intentó someter a la historia misma y contó con quienes, no teniendo el valor para delatarlo, se pusieron de parte del agente del mal. Consistió esta violencia en querer construir una historia propia, independiente del sentido del cristianismo originario, aquel que señalaron los viejos heterodoxos y que no ha sido realizado por Europa. Pues ni Grecia dejaba lugar a la historia humana al predicar la resignación, fruto de su pesimismo, ni la religión triunfadora en Europa tampoco, pues no sólo ha esclavizado a Dios sino que, y esta es la trágica consecuencia, también a los hombres, a muchos hombres. Si “el griego tuvo sed de razón, por su disgusto de la vida”, podríamos decir, sostiene Zambrano que lo mismo ha hecho el racionalismo moderno, el del imperativo categórico en el cual ningún hombre concreto podría reconocerse. Dicho de otra manera, Europa no ha sabido vivir con la diferencia, ha tratado de reducir a unidad la historia y la vida pero al precio de formalizarlas, de reducirlas al ámbito de la lógica de la conciencia. Es la versión humana de la capacidad creadora del Dios semita al que se le ha suprimido la capacidad misericordiosa que atiende a las diferencias y opta por la uniformación. En efecto, señala Zambrano, se optó por el Dios activo frente al misericordioso pues importaba más dar cuenta de las razones y las sinrazones que explican la vida humana que de las esperanzas y las desesperaciones. Pero la vida humana, que no es sistemática, lo es más de esperanzas y desesperanzas que de razones o sinrazones. Europa habría venido a ser, pues, la historia de una desviación, infiel al sentido originario que Zambrano centra en ese Dios creador, de corazón bondadoso a quien no habrían sido fieles ni el catolicismo ni el protestantismo. Hay que buscar, por tanto, en la negación, en la heterodoxia, en lo reprimido que no consiguió alcanzar su meta cuanto se propusieron los heterodoxos que han guardado el rescoldo de aquel cristianismo primitivo, tal como lo trasmitió San Agustín. Hablamos del cristianismo del interior del hombre, aquel que aprende de su fracaso. Se trata de aprender a convivir con el fracaso, renunciar a querer ser como dioses y no querer edificar aquí abajo la ciudad de Dios; poner, por el debido orden, primero, la referencia a lo sagrado y, segundo, el lugar de mediación que corresponde a la filosofía. Ni dogmatismo religioso ni soberbia de la razón. En verdad, la crisis de España había puesto al descubierto la naturaleza larvada de la crisis europea. “Y todo esto en España, frenesí de Europa, Europa en estado de fusión, ha quedado en esta afirmación poética de Quevedo, ha quedado en su no resignación tan pura, tan perfectamente pura que le hace la vida imposible, que la convierte en pueblo suicida. Mas en Europa es método, sistema. Violencia del conocimiento en la filosofía y en la ciencia. De una filosofía cada vez más violenta y menos misericordiosa en su cerrada forma sistemática”75. Y esto aún con el precio de la escisión entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. A esto lo llama la “noche obscura de lo humano”, expresión de un mundo deshabitado que se mueve en la tiniebla cuando “vivir en la luz había sido el anhelo de toda la cultura occidental”. ¿Sabe a poco o a mucho la conclusión a que llega Zambrano? Para el tiempo que le toco vivir a María Zambrano sabe a bastante y si atendemos a su compromiso y a la radicalidad con que asumió su exilio nos parece que fue una lección de coherencia allí donde ella la planteó porque estaba convencida de que sólo llegados a ese punto podía ser eficaz la lección. Era la propuesta española, sin duda, pues creía firmemente que esa tradición española a la que ella pertenecía, heterodoxa, disidente, -“velada” como la ha calificado Francisco José Martín-, reprimida, en definitiva, contenía elementos para venir a corregir las desviaciones de la filosofía europea. No es casual que en el libro Unamuno y 75 ZAMBRANO, M., La agonía de Europa, o. c., p. 59.
  • 20. 20 su obra76 dedicara tres epígrafes al análisis de la obra del rector salmantino por su relación con la filosofía europea. Nos interesa esta perspectiva de Zambrano pues es bien novedosa, más aún si tenemos en cuenta lo temprano de la fecha en que fue escrito, y por lo infrecuente de haber mostrado esta dimensión europeísta de Unamuno cuando es verdad que Unamuno fue el filósofo que más interlocutores europeos tuvo77. En dos cuestiones sería trascendental la figura de Unamuno: primero, por su capacidad para dar salida al fondo de la vida española a la que no habría conseguido dar expresión la cultura europea. Y aquí Zambrano ya no habla sólo del humanismo renacentista sino que amplía su enumeración “al último esplendor de la Escolástica”, a Gracián, a Saavedra Fajardo, Feijoo, al propio Larra y a quienes fueron rompiendo el silencio hasta llegar a Unamuno quien “se atreve con ímpetu desconocido a plantear la cuestión religiosa”. Y esto, después de todo lo ya dicho, en la reflexión zambraniana es tan decisivo para España como para Europa. Para España porque se trataría de dilucidar cuál sea la verdadera religión, cuál el verdadero fondo religioso “indígena” pues “¡qué poco ha hablado el español de su religión íntima! ¡Qué escondida y secreta la tiene!”78 ¡Dónde situar a los místicos en el marco de la cultura europea! Lo cierto es que ha habido un pudor, un hermetismo… que nos ha paralizado. Llega Zambrano a sostener que está inédita la investigación de la creencia española, que la novela tuvo que venir a plantear una cuestión a la que era reacia la propia filosofía. Así, p.e. El Quijote y la novela del XIX, con Galdós como escritor más representativo en cuya senda sitúa a Unamuno, quien antes que nada se planteó la necesidad de restablecer “la continuidad con el ayer, despertar, antes que la voluntad, la memoria. Unamuno quiso ante todo despertar el ansia de vivir, la voluntad de existir, la fe en la resurrección”79. Pero, además, y en segundo lugar, como antes señalaba, esto era tan importante para España como para Europa porque planteaba la necesidad de la convergencia: “En la actual crisis de Europa aparece con suficiente claridad que el más hondo padecimiento que el hombre sufre es la asfixia por falta de espacio vital. Espacio vital que se ha pedido a gritos sin lucidez alguna, pues claro es que no se puede corresponder al espacio geográfico en que un pueblo domina a los demás. Se trata de una transposición a términos sociales y políticos de algo más hondo, de ese espacio vital que al faltar produce la asfixia de toda vida humana”80. Para concluir con las siguientes palabras que me parecen definitivas: “De su tiempo comprometido en la búsqueda de ese centro del hombre más allá de la conciencia y de la inconsciencia, empujado sin tregua por la necesidad de una revelación y anterior a toda revolución individual, confundida en esa interioridad que ha perdido su propia imagen, asfixiado por fin, en el angosto espacio vital en que ha quedado reducido. Y bajo todo ello, el conflicto único entre filosofía y religión, entre razón y fe, dislocación dolorosísima que padeció cuanto duró su vida”81. Así pues, mientras Ortega planteó, a la altura de 1949, la necesidad de construir la realidad europea sobre la base de las diferencias nacionales, María Zambrano había anticipado que no hay vida humana sin la liberación de las conciencias individuales, es decir, sin individuos. Lo que Galdós había apuntado casi por los años en que ella misma naciera. Dos condiciones serían necesarias para retomar la esperanza: primero, dilucidar el conflicto entre religión y filosofía le parecía fundamental. A ello dedicó El hombre y lo divino (1955). Y, segundo, dejar fijadas la idea de conciencia histórica, lo que significa ser persona en sociedad y recuperar el sentido de la democracia. 76 ZAMBRANO, M., Unamuno. Ed. de GÓMEZ BLESA, M., o. c. (nota 9). Concretamente: “Su inserción en Europa”; “La inhibición europea”; “La filosofía existencial, producto de la inhibición religiosa europea”. 77 RIBAS, P., (coord.), Unamuno y Europa, Madrid, Universidad Autónoma, 2002. 78 ZAMBRANO, M., Unamuno, o.c., p. 51. 79 Ib., p. 56. 80 Ib., pp. 67-68. 81 Ib., p. 69.
  • 21. 21 A modo de reflexión final82 Dos son los textos a que quiero referirme para completar esta exposición. En ellos desarrolla las ideas antes señaladas y propone, además, la que podríamos considerar terapia o salvación, solución en terminología política. Y esta no la vio clara hasta que no vivió en América. La experiencia americana le dio la distancia suficientemente –y no sólo física- como para diseccionar la realidad europea, su pasado y, sobre todo, a finales de los cincuenta, su futuro. Ambos textos están vinculados a la Isla de Puerto Rico. El primero titulado así “Isla de Puerto Rico (Nostalgia y esperanza de un tiempo mejor)”83 , publicado en La Habana y, el segundo, Persona y Democracia. La historia sacrificial, publicado precisamente en la Isla de Puerto Rico84. Son muy conocidos y no necesitan mucha explicación. Ambos son extremadamente interesantes para completar el tema aquí desarrollado: la creación de un horizonte común a España y Europa, ahora con América –- Pan-américa al fondo- como unidad en un mundo que ya anticipaba como globalizado. Quizá fuera desde su estancia en Cuba o en la propia Puerto Rico lo cierto es que la hija del continente europeo, aunque lo fuera desde el extremo peninsular, acababa de descubrir el sentido de lo isleño, ese trozo de tierra rodeado de infinito. Ella que venía de la opresión debió sentirse como en el Paraíso y llegó a pensar que hubo un tiempo originario en que la “criatura humana había sido más pura, es decir, más verdadera; de que siendo más “si misma” ha estado en viviente comunidad con la naturaleza”. Era, pues, posible la nostalgia de un mundo mejor porque éste había ya existido y por eso se podía trasformar en esperanza. Creo ver aquí la nostalgia de los principios con los que se identificaba el ayer de Europa: Democracia y Libertad, en 1940, desaparecidos pero vigentes como principios. No es que tras la guerra civil la razón abandonase el compromiso y se refugiara de nuevo en lo abstracto pero ha de reconocer que “su abstracción es la que ha permitido eso que enciende nuestra sensibilidad de hoy tanto como las materias preciosas al hombre del renacimiento, es decir, la integridad humana entendida como la entereza real, viva y concreta del ser llamado hombre que constituye su posibilidad de ser”85 . Y además esto otro: decir que ha de llegarse a ser lo que se es no es un juego de palabras sino la esencia misma de la vida humana. Encontramos en estas afirmaciones la expresión de la entereza tras el fracaso pero no de cualquier ser sino precisamente del ser humano que no está dispuesto a fracasar por completo pues significaría dejar de ser. La persona humana está ligada a principios y eso le permite crear y “no doblarse por completo a nada, nada de este mundo.” Mas esos principios no residen sino en uno mismo y la isla, imagen de lo circular, expresión de la soledad rodeada del infinito océano le devolvía a María Zambrano la imagen de sí misma. La isla a solas con su soledad, alejada de otras tierras; y ella también sola, alejada de su ayer, de sus compromisos políticos y de las tierras del continente europeo, de España y su historia... pero ya en América, tierra de acogida, de dificultades y de generosidad, y de esperanza. El que había sido llamado nuevo mundo era, en verdad, esperanza de un mundo mejor por más ancho, más universal y cobijo de esa capacidad creativa de la persona humana. 82 Sobre este tema ofrecí una primera aproximación en MORA GARCÍA, J.L., “Filosofía y política en el pensamiento de María Zambrano (1930-1950)” en Actas del Congreso Internacional del Centenario de María Zambrano. II. Crisis cultural y compromiso civil en María Zambrano. Madrid 2004. Vélez-Málaga, Fundación María Zambrano, 2005, pp.302-316. 83 La Habana, Verónica, 1940. 84 . ZAMBRANO, M., “Prólogo” a Persona y Democracia, v. nota 12. 85 Lamento disponer de una copia de “Isla de Puerto Rico” que carece de paginación.
  • 22. 22 Este nuevo “descubrimiento” llevado a cabo por los exiliados españoles que se curaron de cualquier tentación de etnocentrismo al experimentar América pues bien claro expresaron que “nadie podrá persuadirnos de la nobleza de esta universalidad y aun de su mayor sentido práctico” que consiste en la nostalgia de un “mundo mejor”, del mundo mejor perdido y del otro por hacer. Destino privilegiado y, como todos los privilegios de verdad, lleno de difíciles deberes y aun de dolor.” La filósofa europea que fue María Zambrano no entiende ahora ese mundo por construir sin mencionar la “necesidad de un panamericanismo verdadero”. En verdad lo que está haciendo es referirse a una ampliación de su pensamiento inicial ya que, si aquel planteaba la superación de las contradicciones entre la doctrina del espíritu y la doctrina económica como base de un nuevo liberalismo de cuyo fracaso fue víctima en la guerra española, lo que resultaba ahora imprescindible era aunar las Américas. Se refiere, para evitar equívocos, a la Hispania con España más allá de retóricas, ritos, banquetes y banderas. “Unidad necesaria hoy más que nunca –decía María Zambrano en 1940-, en cada instante más urgente. Unidad de propósito y destino; unidad de espíritu y acción.” Afirmación sincera ante la que ella misma sentía temor por la interpretación que pudiera dársele. Y auténtica por cuanto ella misma había experimentado que ninguna parte del mundo por sí sola, ni ningún individuo por sí solo, pueden salvarse. Es de la persona humana de quien habla, y ella es la que debe habitar el mundo cuando se ha convertido en la víctima y está amenazada por la aniquilación. Más de sesenta años tienen estas palabras de María Zambrano y desconozco qué juicio puedan merecer a muchos lectores. Quizá resulten añejas y superadas o quizá sigan produciendo remordimientos –como ella misma experimentaba viniendo de España- aunque consideraba que había pasado el tiempo en que los remordimientos pudieran quedar convertidos en angustia estancada. Pero hemos de tener en cuenta que su propia experiencia de exiliada le mostraba que siendo los principios necesarios, éstos necesitan de espacios físicos, de partes del mundo donde realizarse y que existe el ayer pero además existe el hoy y existe nuestro interior en el que es preciso ahondar. Con una expresión coloquial podríamos decir que María Zambrano aboga por el mundo de la gente. No empleó el concepto de mestizaje y mucho menos el de interculturalidad, más reciente, pero no le pasó desapercibida la ubicación de Puerto Rico y su papel mediador entre el Norte y el Sur. Asistiríamos, de esta manera, en el pensamiento de María Zambrano, con la metáfora de la isla como referencia, al establecimiento de “nuevos horizontes” que abarcan más tiempo y mayor espacio pero, sobre todo, mayor profundidad. Conciencia del fracaso y esperanza de superación al comienzo de su exilio: asumiendo el pasado y reflexionando sobre la tradición de la que proviene, provoca una apertura a la América de la gente que la acoge y con la que convive. En este marco, la idea de persona, que ya estaba muy presente en su pensamiento, comienza a adquirir una posición central y será ya el núcleo en torno al cual desarrolle su filosofía política a lo largo de esas dos décadas. La democracia como referente imprescindible para la realización de la persona humana. No es posible ésta sin aquella. Se planteaban expectativas razonables de que las democracias se abrirían camino, una vez superado el fascismo europeo, superado, igualmente, el sacrificio por el que su generación y las concomitantes habían pasado. De nuevo la esperanza que renueva en el prólogo puesto a la edición de 1988 cuando afirma que “ahora es cuestión de volver a nacer, de que nazca de nuevo el hombre en Occidente en una luz pura reveladora que disipe como en un amanecer glorioso, sin nombre, lo que se ha perdido”. Por eso el libro está dividido en tres partes que se corresponden con las ideas señaladas. En primer lugar es imprescindible mantener la conciencia histórica, la de ser persona en sociedad y la de que vivamos en democracia. En la conclusión sostendrá, con determinación, que solamente es legítimo el sistema político que permita la realización de
  • 23. 23 la persona humana entendida ésta como la conciencia de sí misma y de los demás, en tiempo y espacio. Es decir, que permita un sentido moral de la historia. Sin conciencia histórica no es posible la esperanza pero, más aún, no es posible abarcar “los acontecimientos todos que se registran en cualquier parte del planeta”. Bien interesante esta idea de María Zambrano a finales de los años cincuenta: “que sintamos ligados entre sí como partes de un mismo drama los sucesos ocurridos en los lugares más alejados del país en que vivimos”. Ya no es, pues, simplemente, que haya un país dominante como lo fue Europa, o luego América pues “el mundo hoy todo es o un sistema, cualquiera que sea la estructura de este sistema, o un género de unidad tal que se necesita contar con la totalidad para resolver los problemas que en cada país se presenten” 86 . Si el planeta entero es nuestra casa -llega a afirmar- la idea de la convivencia alcanza una dimensión igualmente planetaria y la conciencia individual debe ensancharse tanto como sea posible y alcanzar el máximo de responsabilidad. Además, esto se hace extensible a la historia que también es compartida, lo que exige la “persecución de una ética de la historia” pues no hay hombre sin historia por cuanto no nacemos hechos sino que nos hacemos. Sin proyecto hacia una finalidad, en definitiva, no hay persona humana. Necesitamos una historia humanizada y eso consiste en tres capacidades: de anhelar, sentimiento contrario a la tendencia espontánea a la destrucción; de esperar como movimiento no meditado que considera que la historia no está cerrada o hecha; y de querer, o sea, estar despierto y usar permanentemente el pensamiento para descubrir las entrañas de la propia historia con sus desesperanzas, con los ensueños escondidos y superar aquellos que consisten endiosarse y que conducen al absolutismo. Fuerte era esta preocupación zambraniana por la historia pues ahí situaba ella las razones del fracaso español y europeo. Europa habría perdido el sentido y la conciencia de la historia y sin la comprensión del tiempo el progreso se vuelve una actividad ciega que se va desencarnando hasta perder su sentido. Junto al compromiso con la historia, en segundo lugar, el que la persona humana debe fijar con la sociedad: identificación de lo universal y lo íntimo. Como el amor que don Quijote sentía por Dulcinea que era expresión de la intimidad pero que debía ser ganado haciendo el bien por todos. “El amor de don Quijote –señala Zambrano- se convierte en ética, aunque sería más exacto decir que el enamoramiento es amor, pues no hay amor sin esa ascensión al plano moral”. O como quienes buscan la verdad científica o filosófica o religiosa “pues vocación es amor, aspiración a lograr la intimidad con algo universal, trascendente.” Así pues, compromiso moral que nos obliga a trasformar la sociedad para que pueda acoger a la persona humana. Especialmente interesante resulta esa idea según la cual la intimidad como espacio interior y la ciudad como espacio exterior deben corresponderse recíprocamente. Pocos filósofos contemporáneos han dedicado páginas tan bellas como importantes al tema de la ciudad como espacio habitable donde la persona debe desarrollarse. No hay posibilidad, pues, de construir una conciencia moral si no existe un espacio social moral. Y viceversa. Contra el individualismo y contra el absolutismo escribe, por igual, María Zambrano. La Democracia, tercer anclaje, es “la sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona”87 . Para explicar esto resulta obligado a María Zambrano analizar tres conceptos sociológicos en los que sigue a Ortega quien había publicado treinta años antes La rebelión de las masas: pueblo, masa y minoría. Interesante releer estas páginas hoy cuando casi ha pasado medio siglo desde que esta filósofa afirmaba, desde tierras americanas, que la democracia debía dejar de ser una utopía para ser una realidad. 86 ZAMBRANO, M., Persona y… o.c., p. 16. 87 Ib., p. 133.