En la antigua Grecia y Roma, los nacimientos tenían lugar en casa, donde las madres eran asistidas por mujeres expertas. Tras el nacimiento, se celebraban fiestas para acoger al recién nacido y ponerle nombre, aunque los padres podían rechazarlo. Tanto en Grecia como en Roma, los hijos no aceptados eran abandonados y podían ser recogidos por otras familias para ser hijos, esclavos o, en el caso de niñas, prostitutas.