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EditorialFélix
Varela
© Mayra Manzano Mier (compiladora), 2006
© Sobre la presente edición:
Editorial Félix Varela, 2006
ISBN 959-258-997-6
Primera edición: Editorial Félix Varela, 2006
Edición y corrección: Lic. Yamile Verdecia García
Diseño interior, diagramación y realización de figuras: Arsenio Fournier Cuza
Diseño de cubierta: Frank Herrera García
Editorial Félix Varela
San Miguel No. 1111
e/ Mazón y Basarrate, Vedado,
Ciudad de La Habana, Cuba.
1
ÍNDICE
Nota preliminar / 1
Capítulo 1
El problema psicológico de la percepción / 3
J. E. García-Albea
Capítulo 2
Percepción y reconocimiento de patrones visuales y objetos / 27
S. Ballesteros
Capítulo 3
La percepción del espacio / 50
M. Manzano
Capítulo 4
Percepción del tamaño. Las ilusiones geométricas y las de tamaño / 67
M. Manzano
Capítulo 5
Percepción del movimiento / 83
M. Manzano
Capítulo 6
Selección de artículos interesantes / 102
¿Existe la percepción sin la sensación? La percepción extrasensorial / 102
La adaptación sensorial / 110
La estimulación subliminal / 112
La percepción del dolor / 115
Música «satánica» / 118
¿Todos sentimos del mismo modo el dolor? / 120
1
A partir de la adopción en las asignaturas I y II de Cognición y Compor-
tamiento de la obra de Manuel de Vega Introducción a la Psicología Cognitiva
como libro de texto, el tema de la Percepción quedó fuera de programa.
Muchas pueden haber sido las razones, las de de Vega y las nuestras. En
cuanto a las nuestras, erróneamente y con alguna dosis de ingenuidad, co-
queteábamos quizás con la idea de que, en este terreno, el conocimiento gene-
rado por las neurociencias sustituiría a ciencias que generan explicaciones
molares referidas a conductas, pensamientos, acciones, esquemas mentales u
otro tipo de conceptos, es decir, a la Psicología.
Hoy, más maduramente, defendemos la idea de que no es posible estu-
diar la percepción, ni siquiera en sus formas más groseras, sin una teoría psi-
cológica de la percepción.
Este libro pretende, muy modestamente, rescatar la Percepción como objeto
de formación en nuestros alumnos.
Para lograr este objetivo, nos hemos ayudado de libros redactados por un
grupo de profesionales con erudición en la materia, los que han sido
referenciados como corresponde. A ellos, acompañamos una serie de notas
que no tienen su origen en investigaciones propias en esta área, sino que re-
presentan un grupo de ideas que en su día, formaron parte de mis papeles de
trabajo: resúmenes, planes de clase, etc., que elaboré al calor del estudio per-
sonal sobre este apasionante tema. Estoy convencida de que en otras circuns-
tancias que no fueran las presentes (la urgente necesidad de abrir espacio a
este tema en un programa de por sí muy cargado), no merecerían ser someti-
das a consideración del lector, al menos en su estado actual de elaboración.
Con lo dicho anteriormente, casi sobra anotar que este libro no agota ni
con mucho la riqueza de este campo, ni siquiera abarca todos los temas que en
NOTA PRELIMINAR
2
mi opinión el psicólogo debe manejar como, por ejemplo, la percepción auditiva.
El sesgo a favor de la percepción visual responde a que existe realmente lo que
se llama «preponderancia visual». Esperamos que la comprensión de algunos
principios de este campo de la percepción prepare al estudiante para adentrarse
en otros sistemas preceptuales, si a ello lo llevan el interés científico o la nece-
sidad profesional.
Si realmente leer un libro es compartir mundos, ojalá los estudiantes puedan
experimentar por sí mismos la fascinación que supuso mi reencuentro con
ésta, una de las más antiguas áreas de la Psicología.
MAYRA MANZANO MIER
3
Al enfrentarnos con el tema de la percepción, lo primero que puede lla-
mar la atención, al menos desde nuestra condición de seres humanos «percep-
tores», es que algo que normalmente resulta tan fácil, rápido y eficaz, algo que
habitualmente se efectúa de forma tan espontánea y natural, constituya un
problema en sí mismo y requiera una explicación.
Por supuesto, una explicación que no venga ya dada por las ciencias de la
naturaleza (que nos dicen cómo es el mundo que nos rodea) o, más en concreto,
por la neurofisiología (que nos dice cómo funcionan los órganos sensoriales por
los que captamos el mundo). En otraspalabras, el famoso «hombre de la calle» no
se suele hacer problema de la percepción a no ser que le falten los estímulos o
padezca algún tipo de déficit sensorial. La primera pregunta para el psicólogo que
dice estar interesado por la percepción sería, por tanto, esta: ¿hay algo más que
decir de ella que no sea una descripción de lo que estimula nuestros sentidosy de
las reacciones de éstos ante dicha estimulación?
Como es normal que ocurra, y ha ocurrido a menudo, las actitudes del hom-
bre de la calle han traspasado el umbral de la ciencia psicológica, ejerciendo un
influjo considerable. Es verdad que la psicología no ha dudado en considerar la
percepción como uno de sus objetos propios de estudio, pero no siempre ha
tenido claro qué debía decir sobre ella desde un punto de vista específicamente
psicológico, sin reducir el discurso sobre la percepción a un discurso bien sobre la
realidad o sobre el funcionamiento de los órganos sensoriales.
Parece claro que la percepción puede ser estudiada desde diversos puntos
de vista y, probablemente, la consideración de todos ellos sea importante a la
hora de dar con una explicación cabal de la misma. Pero, por esto mismo, es
EL PROBLEMA PSICOLÓGICO DE LA PERCEPCIÓN
Capítulo 1
J.E. García-Albea
Tomado de: JOSÉ E. GARCÍA-ALBEA: Mente y conducta-Ensayos de Psicología Cognitiva, Ed. Trotta,
Madrid, 1993.
La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
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preciso delimitar, lo mejor posible, el tipo de problemas que interesan en cada
caso. Veamos, pues, en qué sentido la psicología se interesa por la percepción.
Para ello, consideramos oportuno distinguir el problema psicológico del pro-
blema epistemológico, por una parte, y del problema fisiológico, por otra.
1. PERCEPCIÓN Y REALIDAD
Como ya señalaba Kofka (1935), una de las confusiones más perjudiciales
para la psicologíadela percepción hasido laquemezclael problemaepistemológico
con el problema psicológico. Es verdad que para nuestra vida diaria, e incluso
para que se produzca con éxito nuestra adaptación al medio, lo más importante
es que nuestra percepción del mundo sea verídica. También es verdad, como se
ha repetido tantas veces, que la percepción nos permite hacernos con la realidad
y referirnos después a ella sin necesidad de que esté físicamente presente. Y es
verdad, sin duda, que los problemas básicos de la filosofía del conocimiento, en
torno a los cuales ha girado el debate entre racionalismo y empirismo, son los
relativos al origen y la validez de nuestro conocimiento particular, el grado de
confianza que podamos tener en lo que nos llega a través de los sentidos. Pero
siendo todo ello cierto, el psicólogo no puede partir a priori de que tenga que serlo
necesariamente, si es que quiere entender algo del por qué de hecho lo es. En caso
contrario, la investigación psicológica de la percepción se vería indebidamente
coartada por los apriorismos epistemológicos y caería en un providencialismo, o
teleologismo, nada saludable para la ciencia.
El hecho de que la mayor parte de las veces nuestra percepción del
mundo sea acertada, nos sirva para la supervivencia y nos permita ser cons-
cientes de lo que nos rodea (e incluso de nosotros mismo), es un resultado de
cómo es y cómo funciona nuestro sistema perceptivo. El constatarlo así
puede incluso ser importante para comprender dicho sistema a partir de sus
productos, como en ciencia se llega tantas veces de los efectos a las causas.
Sin embargo, son estas las que, en principio, determinan a aquellos y no al
revés. Dejaría de ser neutral la explicación científica que en lugar de buscar
los principios que regulan el funcionamiento de un sistema, y que le permi-
ten conseguir determinados logros bajo ciertas condiciones, se dedicara a
justificar dichos logros y la necesidad de alcanzarlos, para deducir así, de
forma también necesaria, las propiedades que debe tener el sistema. Una
vez más, la ciencia empírica, a diferencia de la especulación filosófica, se
mueve en el ámbito de lo contingente y no de lo necesario. Quizá no sea
ajeno a ello el saldo a favor obtenido por el punto de vista darwinista en su
confrontación con el lamarckiano, tal y como ha puesto de manifiesto el
desarrollo de la ciencia biológica. Es el organismo, gracias a sus propieda-
des intrínsecas, el que tiene capacidad para realizar determinadas funcio-
La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
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nes, y no es que la necesidad de realizar éstas, determine cómo deba estar
constituido aquel. De lo contrario, ¿quién pondría límite a las necesidades
que cabe atribuir a un sistema?
Si la psicología pretende ser neutral, al estudiar la actividad perceptiva de
los organismos, debe dejar en suspenso la cuestión epistemológica y confor-
marse con caracterizar lo más fielmente posible las capacidades o mecanismos
de los que depende dicha actividad. Una vez hecho esto, o independientemente
de ello, se podrán analizar los resultados que el organismo obtiene, al percibir y
sus implicaciones para la adaptación y la supervivencia. De este modo, es posi-
ble incluso que se llegue a invertir los papeles y sea la solución del problema
psicológico la que determine, en parte, la del problema epistemológico. No
parece, al menos, que se haya avanzado mucho en la solución de este último ni
con el apriorismo racionalista de que, frente al engaño a que en ocasiones nos
someten los sentidos, lo que fundamenta la verdad de nuestro conocimiento
son algunas supuestas ideas claras y distintas, ni con el apriorismo empirista de
que la única fuente válida de conocimiento son los sentidos. Con respecto a
ambas posturas, es interesante constatar que la psicología de la percepción pue-
de tener algo que decir.
La investigación sobre las ilusiones perceptivas (cf., por ejemplo, Robinson,
1972; Gregory, 1974; Frisby, 1979; Coren y Girgus, 1978) nos muestran que
si padecemos ilusiones, no es porque nos engañe el dato sensorial, que es el
que se encuentra en función de determinadas condiciones de estimulación
(las dos líneas de la ilusión de Ponzo se proyectan en la retina como dos
franjas de luminosidad iguales de tamaño, en correspondencia con la igual-
dad de tamaño que en realidad tienen), sino porque la percepción está
mediatizada por determinados procesos de inferencia, donde interviene otra
información que aplica incorrectamente el sujeto y que no viene dada directa-
mente en el estímulo (las distancias atribuidas a las dos líneas, inferidas a partir
de las claves de perspectivas). Así pues, si padecemos ilusiones no es porque
nos engañen los sentidos, sino porque la información no-sensorial utilizada
no es la adecuada.
Por otra parte, el estudio de las constancias (cf., por ejemplo, Day, 1969;
Leibowitz, 1974; Rock, 1975, 1983; Epstein, 1977) nos muestra que cuando
nuestra percepción es verídica, es decir, se ajusta a las propiedades reales del
objeto (como por ejemplo, su tamaño), ello no es debido a que el dato senso-
rial las trasmita de forma inequívoca (ya que este se ve afectado por todas las
variaciones a que le someten las cambiantes condiciones de estimulación),
sino porque la percepción, también en este caso, está mediatizada por determi-
nados procesos de inferencia, por los que ahora el sujeto aplica correctamente
la información con que ya cuenta, y que tampoco viene dada directamente en
la impresión sensorial (por ejemplo, la relativa a la distancia que le separa del
objeto).
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Nos encontramos así con una posible teoría de los mecanismos de la per-
cepción que, libre de los apriorismos del racionalismo y del empirismo, nos
permite explicar fenómenos que, aunque tengan consecuencias adaptativas
tan distintas (y hasta opuestas), como son los de la percepción verídica y los
de la percepción falsa (constancia e ilusiones), tienen un origen psicológico
común. Como ya indicaba el mismo Koffka, «a las percepciones ilusorias no
se les acordó el mismo rango que a las no ilusorias; aquellas presentaban un
problema especial, mientras que la apariencia normal no presentaba ningún
problema. Esta distinción entre dos tipos de percepción, normal e ilusoria,
desaparece como distinción psicológica tan pronto como uno llega a tornarse
enteramente consciente de la falacia que implica todo lo que pueda permane-
cer como distinción epistemológica. Para cada cosa debemos plantear la mis-
ma interrogante, «¿por qué se ve como se ve?», ya se vea «correcta» o «erró-
neamente» (Koffka, 1935. Versión española de Ed. Paidós, p. 102).
A la postre, este resultado contingente (las cosas podrían haber sido de
otro modo) muestra asimismo unas claras implicaciones epistemológicas.
Curiosamente, y de forma paradójica, cada una de las dos formas
epistemológicas clásicas (racionalismo y empirismo) tenía razón, pero la tenía
en aquello que su enfoque apriorístico no preveía e incluso rechazaba. Es
verdad que no nos podemos fiar de los sentidos, pero en la medida en que los
datos que estos registran son «mal interpretados» desde arriba. Es verdad que
todo nuestro conocimiento del mundo se basa en los sentidos, pero en la
medida en que los datos interpretados por estos son interpretados correcta-
mente desde arriba. En ambos casos, en las constricciones derivadas del dato
sensorial y del mecanismo de inferencia las que interactúan para producir un
efecto u otro. Averiguar cuáles son esas constricciones y cómo se produce esa
interacción es, precisamente, la tarea de la Psicología de la percepción.
2. PERCEPCIÓN Y SENSACIÓN
Además de distinguir entre el problema epistemológico y el psicológico,
conviene también salir al paso de la confusión que pudiera darse entre el
problema psicológico y el fisiológico.
Es verdad que la percepción se origina a partir de la interacción física/
fisiológica entre algún tipo de energía y alguna parte del organismo (los
receptores sensoriales), y que toda la actividad perceptiva se realiza gracias a
que el sistema nervioso está en funcionamiento. Sin embargo, eso no quiere
decir que las leyes que gobiernan esa interacción y esa actividad neural ten-
gan que ser las mismas que gobiernan el conocimiento perceptivo. Si bien la
actividad de neurofisiología del organismo es una condición necesaria para
que se dé la percepción, lo que caracteriza la percepción como actividad de
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conocimientono esun conjunto depropiedadesneurofisiológicas. Sencillamente,la
neurofisiología no dispone del aparato conceptual o vocabulario explicativo ade-
cuado para afrontar su estudio. Entender en qué consiste ver un árbol o reconocer
una melodía no es algo que pueda conseguirse a base de explorar insistentemente
los receptores sensoriales o el sistema nervioso. Es un problema de naturaleza dife-
rente que hay que abordar desde una perspectiva diferente. En este caso, tiene
razón Gibson (1966) cuando marca claramente las diferencias entre la explicación
fisiológica —quese ocupa de losintercambios de energía—y laexplicación psicológi-
ca —que se ocupa de los intercambios de información—. Como también tiene razón
Marr (1982) cuando indica que del mismo modo que analizando las alas deun ave
no llegaremos a entender su vuelo, por mucho que escudriñemos el funcionamien-
todelasneuronasnolograremosavanzarenlacomprensióndelaactividadperceptiva
del organismo, es decir, de cómo obtiene una representación de la realidad a partir
de una impresión sensorial.
Al igual que los requisitos epistemológicos han condicionado en ocasiones
el estudio de la percepción, también éste se ha visto condicionado con frecuen-
cia por los requisitos neurofisiológicos. Es posible que esto se haya debido a la
necesidad de evitar el dualismo y buscar a toda costa las correspondencias
entre los fenómenos psicológicos y los fisiológicos. Pero consideramos que es
una constricción excesiva y también, como en el primer caso, un a priori con
marcados tintes providencialistas. Desde una actitud neutral, habría que estar
preparado a admitir que los principios que explican la percepción no tienen
por qué ser los mismos que los principios que explican el funcionamiento del
sistema nervioso.
Como se puede observar, estas consideraciones pueden aplicarse a la ten-
dencia un tanto frecuente de la psicología de buscar sus últimos argumentos
en las ciencias más básicas. Tal fue el caso de las primeras teorías de la sensa-
ción y el apoyo que buscaron en la Ley de la Energía Específica de las fibras
nerviosas de J. Müller. Algo similar ocurrió en el desarrollo de la teoría del
isomorfismo de la gestalt, en su afán por encontrar el fundamento último de
las leyes de organización perceptiva; y tampoco se libró de ello el conductismo
al recurrir a las propiedades del arco reflejo para justificar la utilización del
modelo explicativo E- R. Incluso la Psicología Cognitiva puede caer en lo
mismo, cuando piensa que sus problemas quedarán resueltos en cuanto se
descifre el patrón de actividad de cada neurona (Barlow, 1972) y se consiga
dar con el diseño del cerebro que buscaba Ashby (1952).
En todos los casos anteriores, la Psicología se ha visto seriamente ame-
nazada por una tentación reduccionista que podía limitar el entendimiento
de los problemas que conciernen al estudio específicamente psicológico de
la percepción. No cabe duda de que la colaboración interdisciplinaria de la
Psicología y de la Neurofisiología puede llegar a ser muy provechosa, pero
esta colaboración no implica reducción de una disciplina a la otra. Cada una
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tiene su propio nivel explicativo, se interesa por fenómenos distintos (cómo
se transmite el impulso nervioso/cómo se percibe un árbol) y trata de descu-
brir propiedades del sistema que son de naturaleza diferente. Los estados y
procesos que distingue el neurofisiólogo se basan en las modificaciones de la
energía; los estados y procesos que distingue el psicólogo se basan en algo más
abstracto (aunque no por ello menos real), que es el intercambio de informa-
ción. Y el hecho de que, en general, la transmisión de información se produz-
ca físicamente —con el soporte de la energía— no implica que las propiedades
que quepa distinguir en ellas se tengan que corresponder con las que caracte-
rizan a ésta (Cf. Sayre, 1986, y los comentarios que siguen para un análisis
más detallado de esta cuestión).
Así pues, nos resistimos a aceptar que el lenguaje psicológico no sea más
que una mera traducción (o façon de parler) del lenguaje neurofisiológico, o que
la psicología tenga justificada una mera existencia provisional mientras evolu-
ciona la neurofisiología (que, antes o después, llegaría a explicar todos los enig-
mas). Los problemas con que se enfrentan son distintos, como es distinto el tipo
de actividad del organismo que describe; en un caso, son acciones físicas y, en
el otro, operaciones simbólicas. Utilizando una analogía (también empleada
por D. Marr), del mismo modo que para entender en qué consiste sumar es
preciso situarse en un nivel de abstracción que nos permita hablar de las propie-
dades conmutativas, asociativas, etc., y no sirve hablar de las características
particulares de aquello con lo que se suma (los dedos de la mano, un ábaco, o
una calculadora de bolsillo), así también para entender la percepción es preciso
situarse en un nivel de abstracción que nos permita hablar del cálculo de las
representaciones que obtiene el sujeto al percibir sin que nos podamos confor-
mar con la descripción de lo que hace el organismo mientras percibe.
De todo ello se podría sacar dos conclusiones: por una parte, que la per-
cepción, entendida como actividad de conocimiento (que es como suponemos
que le interesa al psicólogo) requiere para su estudio un nivel de abstracción
por encima del fisiológico, nivel de abstracción en que dicha actividad se con-
sidere básicamente como una actividad de cálculo; y por otra parte, que la
famosa distinción entre sensación y percepción podría quedar mejor definida
si reservamos el primer término para designar las operaciones propias del
nivel fisiológico, es decir, la actividad sensorial en su conjunto (desde la
transducción periférica hasta la proyección y asociación cortical), y el segundo
término lo empleamos para designar aquello que concierne al nivel cognoscitivo
(o propiamente psicológico), es decir, al conjunto de procesos por los que el
sujeto pasa de la impresión sensorial a la representación que finalmente se
forma del medio que le rodea.
Esta manera de presentar la distinción entre sensación y percepción puede
parecer algo atípica, dada la práctica tradicional de utilizar dichos términos
para designar distintos aspectos de la actividad cognoscitiva basada en los
La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
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sentidos o, como se decía más clásicamente, para distinguir entre el conoci-
miento de las cualidades primarias y el de las secundarias. En este sentido, la
sensación nos proveía de los elementos básicos a partir de los cuales se podría
elaborar la percepción. Esta última sería ya el conocimiento interpretado y
con significado (y, por tanto, expuesto a error), mientras que la primera se
limitaría a registrar pasivamente la realidad externa de forma necesariamente
verídica.
Ahora bien, tal como ya demostró la psicología de la gestalt y como ha
puesto de manifiesto la crisis del neopositivismo, la distinción entre sensa-
ción y percepción, en términos cognoscitivos, resulta bastante artificial y
solo tendría sentido bajo el prejuicio empirista de que primero hay un cono-
cimiento del dato puro (sin interpretar), al que después se le añade un signi-
ficado. Frente a esto, la cuestión que se plantea es la de cómo se puede
hablar de conocimiento sin incluir el significado y, por lo tanto, la interpre-
tación. ¿Puede haber algún tipo de conocimiento, por muy elemental que
sea, que no se refiera a «algo», es decir, que no sea intencional (en el sentido
de Brentano)? Si el conocimiento que se origina en la actividad sensorial
supone una relación intencional con el mundo a través de representaciones,
¿dónde debe situarse entonces la frontera entre sensación y percepción?
Al prescindir de esta distinción dentro del ámbito psicológico, no se trata
de ignorar los problemas de fondo que tradicionalmente se han planteado
bajo cada uno de los epígrafes en cuestión, ni se trata de rehuir la tarea de
establecer las distintas etapas o procesos que le permiten al organismo a perci-
bir algo y tener conciencia de ello. Por el contrario, lo que se pretende con la
forma de entender la distinción entre sensación y percepción que hemos pro-
puesto, es delimitar el tipo de problemas que corresponden a cada nivel de
explicación (el neurofisiológico y el psicológico) sin excluir sus posibles rela-
ciones. Asimismo, se pretende que, una vez situados en el nivel psicológico,
resalte con más claridad el problema fundamental que tiene que resolver el
organismo cuando percibe y que es, a la postre, el problema con el que ha de
enfrentarse el científico a la hora de tratar de explicar la percepción. En térmi-
nos muy generales, ¿cómo a partir de una impresión sensorial se obtiene in-
formación significativa sobre el entorno? O, por expresarlo de forma más
enfática ¿cómo se pasa del caos de sensaciones a que está expuesto continua-
mente el organismo al cosmos que finalmente percibe?
Ya se puede suponer que la generalidad y la envergadura de estas pregun-
tas llevará a plantear cuestiones más concretas y parciales, para responder a
las cuales sería inevitable ir distinguiendo los componentes que configuran el
sistema (o los sistemas) perceptivo (s) de que dispone el sujeto humano. Esto
es lo que, en último término, pretende hacer la psicología del procesamiento
de la información, que, sin necesidad de mantener la distinción entre percep-
ción y sensación dentro del ámbito de lo cognitivo, ha considerado otras dis-
La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
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tinciones como más relevantes (procesamiento guiado por los datos y guiado
conceptualmente, procesos en serie y procesos en paralelo, procesamiento
automático y controlado, encapsulado, no encapsulado, consciente e incons-
ciente, etc.). Es posible que estas distinciones muestren, en algunos casos, un
cierto grado de solapamiento con la distinción tradicional entre sensación y
percepción.
Pero lo más importante es que en todo caso, nos encontramos en un nivel
psicológico de explicación, donde lo que interesa es ver cómo surge nuestro
conocimiento del mundo a partir de la energía que incide sobre los receptores
sensoriales. Y esto es, fundamentalmente, un problema de procesamiento de
la información, mientras que las transformaciones que pueda seguir esa ener-
gía y sus efectos sobre el sistema nervioso es un problema que hay que abor-
dar a otro nivel. No hay necesidad, por ello, que tengamos que decidirnos
por ninguna de las dos opciones a las que, de acuerdo con Boring, se llegó en
el enfrentamiento de las primeras escuelas psicológicas: «en la psicología de la
gestalt, la percepción ha absorbido a la sensación, mientras que en la psicolo-
gía fisiológica la sensación ha absorbido a la percepción» (Boring, 1942, p.4).
Si se quiere, nosotros podríamos añadir que desde la fisiología todo es sensa-
ción, en la medida en que es imprescindible la actividad sensorial para que se
dé un acto perceptivo, mientras que, desde la psicología, todo sería percep-
ción, en la medida en que dicha actividad sensorial, considerada como activi-
dad de conocimiento, ha de ser descrita en términos de representaciones y de
operaciones formales (cf. García-Albea, 1986, donde ya se exponía esta ma-
nera de entender la distinción entre sensación y percepción). Insistimos en
que no es un problema terminológico el que aquí nos interesa, sino un proble-
ma conceptual, donde independientemente de los nombres que se utilicen, lo
importante es distinguir entre los dos niveles de explicación necesarios para
describir la actividad del organismo en sus relaciones con el medio.
3. LA TRANSDUCCIÓN SENSORIAL Y EL ESTÍMULO DE LA PERCEPCIÓN
Como ya se ha indicado, la distinción entre estos dos niveles de explica-
ción no impide (e incluso exige) que tratemos de establecer alguna conexión
entre ellos. La clave de esta conexión va a estar precisamente en la transducción
sensorial, componente causal de la experiencia perceptiva que, como ha seña-
lado Pylyshyn (1984), constituye el puente entre lo físico y lo simbólico.
La transducción sensorial es, de por sí, un proceso neurofisiológico en el
que se produce una interacción física entre el medio y el organismo; pero a la
vez es el proceso por el que la energía del medio se convierte en estímulo o
señal para el organismo. Si para que se pueda percibir algo es necesario que se
dé dicha transacción de energía, si no hay otra forma de recibir estimulación
La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
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más que por los receptores sensoriales, habrá que ver cómo esa estimulación
sensorial se convierte en estímulo efectivo para la percepción.
El estudio de la transducción sensorial está, pues, estrechamente ligado a
la noción de estímulo. Sin embargo, son bien sabidos los problemas que ha
planteado esta noción en psicología, sobre todo a raíz de la insistencia del
conductismo en explicar la conducta mediante el esquema E_R. También es
sabido que gran parte de los ataques dirigidos contra el conductismo se han
basado precisamente en la necesidad de una definición independiente de los
términos «estímulo» y «respuesta», con el fin de evitar la circularidad.
En principio, y para contrarrestar dichos ataques, el conductismo podía
apelar a una descripción física de dichos términos y dedicarse al estudio de
las relaciones funcionales que se puedan dar entre lo que ellos denotan. Pero
con esto el problema se convierte ahora en cómo entender la relación fun-
cional (no física) cuando se prescinde por completo del sistema de creencias,
capacidades, objetivos, etc., del sujeto de la conducta y se quiere mantener,
sin embargo, un nivel de explicación distinto al neurofisiológico. Parece cla-
ro que no quedaba más salida que introducir al «sujeto psicológico» en el
esquema E_R y considerar su papel en las relaciones que se puedan estable-
cer entre estímulos y respuestas. En este sentido, el estímulo sería estímulo
de la conducta en la medida en que está cargado de significación para el
sujeto y la respuesta se podría considerar de un determinado tipo en la me-
dida en que fuera el resultado de procesos internos al sujeto (planificación,
organización, control, etcétera).
Ahora bien, aquí no se acaban los problemas, ya que, como ha señalado
el profesor Yela (1974), podemos caer en otro tipo de circularidad distinta,
por la que vuelva a quedar en entredicho la utilidad del concepto de estímu-
lo para la Psicología. Dicho en pocas palabras, lo que se cuestiona ahora es
si, aún admitiendo la necesidad de apelar al sujeto psicológico (y a su activi-
dad mental) para explicar la conducta, tiene todavía sentido intentar algún
tipo de caracterización independiente del estímulo. A este respecto, creemos
que caben dos alternativas y que ambas van a afectar a la manera de enten-
der el papel de la transducción sensorial en la percepción.
Por una parte se puede prescindir de la descripción física del estímulo
como irrelevante para la percepción, optando por una descripción más funcio-
nal (por ejemplo, ecológica), en la que destaquen aquellos rasgos que van a ser
útiles para la adaptación del organismo al medio. Según esto, toda la informa-
ción que se trata de adquirir en la percepción viene ya dada en el estímulo, y
al sujeto no le queda más que buscarla y extraerla. Habría, pues, que distin-
guir entre el estímulo-energía (que sería el que actúa sobre los receptores sen-
soriales) y el estímulo-información (que son las propiedades funcionales del
medio que capta directamente el organismo). Se admite que debe darse una
correspondencia entre las características invariantes del flujo energético al que
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están expuestos los receptores sensoriales y las propiedades permanentes del
medio que se perciben. Sin embargo, la actividad de aquellos es, en principio,
independiente de la actividad perceptiva por la que el organismo, como un
todo, capta la información. La información viene dada por el patrón estimular
y el organismo responde a ella (o «resuena» o «sintoniza» con ella) de forma
directa. En este sentido, más que hablar de transductores sensoriales propios
de cada tipo de energía, habría que hablar de un mecanismo general de
transducción de información que sería el organismo en su totalidad.
Como ya se habrá podido adivinar, esta es la opción que ha mantenido
James Gibson con su enfoque ecológico de la percepción, desarrollado amplia-
mente a través de su obra (p. ej., Gibson, 1950, 1966, 1979) y con el que
promete «simplificar la Psicología haciendo desaparecer los antiguos enigmas»
(Gibson, 1979, p. 304).
Interesa notar que la propuesta de Gibson, aun cuando muy influida por la
psicología de la gestalt, se encuadra sobre todo en un intento de salvar al
conductismo enriqueciendo la noción de estímulo. Como él mismo hace notar
en su famoso artículo sobre el concepto de estímulo en Psicología: «la teoría de
la percepción directa…, en caso de que tenga éxito, proporcionará una base
sólida para una Psicología E_R, que, de otra forma, parece estar hundiéndose
en el lodazal de las variables intervinientes» (Gibson, 1960, p. 694). Por lo de-
más y como el mismo Gibson ha recalcado en su última obra (Gibson, 1979), la
teoría de la extracción directa de información se propone como una alternativa
a las concepciones usuales de la percepción, incluida la del procesamiento de la
información. Se destaca el papel del sujeto como activo buscador de informa-
ción, pero una vez que ésta se hace presente, se descarta cualquier tipo de opera-
ción mental, proceso o representación: al sujeto le basta con captarla. Es verdad
que se puede aprender a percibir (un tipo de aprendizaje al que, según Gibson,
el conductismo debía haber prestado mayor atención), pero no por la interven-
ción de la memoria o por el desarrollo de unas determinadas categorías
perceptivas, sino por la mejor utilización de los mecanismos básicos de orienta-
ción, que le permiten al sujeto descubrir más información en el medio. Tanto J.
Gibson, como su esposa, Eleanor Gibson, han puesto suficiente énfasis en mos-
trar cómo su teoría del aprendizaje receptivo «por diferenciación» es compatible
con las teorías del condicionamiento (tanto clásico como operante), sirviendo
de manera única para completarlas (Gibson y Gibson, 1955; J. Gibson, 1966; E.
Gibson, 1969).
La otra alternativa en el intento de caracterizar de forma independiente el
estímulo se basaría simplemente en mantener la descripción física del mismo
hasta el momento en que se ponen en marcha los mecanismos perceptivos
que serían de carácter fundamentalmente simbólico-conceptual. Consistiría
en tomarse en serio la única descripción normal que, independientemente del
sujeto, puede convenir al medio que le rodea y a la acción de este sobre aquel.
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Es verdad que si la energía física es estímulo para el organismo, en el sentido
en que provoca en este algún tipo de respuesta, cualquier cambio en el pa-
trón de energía no llevará consigo, necesariamente, un cambio en el patrón
de respuestas (al menos de las que el psicólogo considera relevantes). Pero
eso es precisamente lo que se trata de resolver recurriendo al «sujeto psicoló-
gico» para explicar la conducta. No se trata de caracterizar el medio, o los
estímulos, de la mejor manera que convenga al sujeto (si queremos evitar el
providencialismo al que ya nos hemos referido anteriormente), sino de ca-
racterizar al sujeto teniendo en cuenta lo que, en rigor (es decir, desde un
punto de vista físico/fisiológico), recibe del medio y lo que finalmente pro-
duce. De esta manera, el estímulo podrá ser considerado como el input que
recibe el sujeto a partir de la transducción sensorial de la energía del medio.
Si dicho input ha de tener una función significativa en la conducta del orga-
nismo, será porque éste lo dote de significación, es decir, le confiera un estatus
simbólico o representacional. Así es como el estímulo será informativo para
el organismo en el sentido funcional del término.
Desde este punto de vista, es importante especificar qué es lo que propia-
mente le proporciona la transducción sensorial al sistema perceptivo, o en
otras palabras qué es lo que, en sentido estricto, capta directamente el organis-
mo del medio, cuáles son los patrones de energía, distribuidos espacio-tempo-
ralmente, a los que reaccionan los sistemas sensoriales. No se trata, pues, de
empobrecer arbitrariamente la descripción del estímulo, sino de ver cuáles
son sus características efectivas para los receptores sensoriales y tratar de com-
prender cómo, a partir de ellas, el sujeto percibe el mundo de la forma en que
lo percibe. Se trata de enfrentarse de lleno con la distinción entre estímulo
«proximal» y estímulo «distal» y de ver cómo a partir del primero (el que
directamente incide sobre los receptores y al que estos reaccionan
fisiológicamente) se llega al segundo (lo que finalmente se percibe). Para resol-
ver esta cuestión, sin caer en un paralelismo psicofísico ni en un realismo
ingenuo, se tendrá que recurrir a las estructuras cognitivas del organismo, por
las que, a partir de la entrada sensorial y a través de toda una serie de opera-
ciones de cálculo, se van haciendo explícitas las propiedades que, si se quiere,
estaban potencialmente en el estímulo pero que no son efectivas hasta que no
las formaliza el sistema y las utiliza, junto a otra información de la que ya
dispone, en la construcción de una representación fiable del medio que le
rodea.
Esta segunda alternativa es la que adopta el enfoque del procesamiento de
la información, que, por una parte, enlaza con la tradición que arranca de von
Helmholtz y, por otra parte, se sirve de las aportaciones de las ciencias de la
computación para tratar de operativizar al máximo la formulación de teorías
psicológicas sobre la percepción. Un buen exponente de esto último, en el
ámbito del procesamiento «temprano» de la señal visual, nos lo ofrece David
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Marr (1982). Para este autor, «la visión es un proceso que, a partir de imáge-
nes del mundo externo, produce una descripción que es útil al observador y
que no está enturbiada por información irrelevante… Todo proceso puede
ser considerado como el paso de una representación a otra, y en el caso de la
visión humana no hay duda de cuál es la representación inicial: consiste en
la distribución de valores de intensidad de la imagen tal y como son detecta-
dos por los fotorreceptores de la retina» (Marr, 1982, p. 31).
No vamos a detenernos aquí a analizar la controversia entre el enfoque
ecológico y el del procesamiento de la información. Nos remitimos a las fuen-
tes originales de la polémica (Gibson, 1979; Ullman, 1980; Fodor y Pylyshyn,
1981; Turvey, Shaw, Reed y Mace, 1981), así como a los intentos por reconci-
liar ambas posturas (Neisser, 1976, 1984; Brown, 1984; Bruce y Green, 1985;
Gardner, 1985). Nuestro punto de vista a favor del enfoque del procesamien-
to de la información lo hemos desarrollado con más detalle en un trabajo
anterior (García-Albea, 1986) y solo pretendemos, en esta ocasión, añadir un
par de observaciones sobre el tema que nos ocupa.
En primer lugar, la crítica que se pueda hacer a Gibson no es óbice para
que se admita la importante contribución de este autor a la psicología de la
percepción, sobre todo a través de su obra de 1966 (The Senses Considered As
Perceptual Systems). Gibson establece con claridad las distinciones pertinentes
entre estimulación proximal y estimulación distal, entre el nivel
neurofisiológico y el psicológico, y acierta a plantear los problemas centrales
con que se enfrenta el psicólogo de la percepción, teniendo en cuenta las
constricciones naturales que le impone el medio al organismo. Como reco-
noce el mismo D. Marr, «la importante contribución de Gibson consistió en
alejar el debate (sobre la percepción) de las consideraciones filosóficas sobre
los datos sensoriales y las cualidades afectivas de la sensación, y observar en
cambio, que lo importante acerca de los sentidos es que son canales para la
percepción del mundo exterior... Así pues, planteó la cuestión decisiva: ¿cómo
se obtienen percepciones constantes en la vida cotidiana a partir de sensacio-
nes continuamente cambiantes? Esta es exactamente la cuestión apropiada,
lo cual muestra que Gibson consideró correctamente el problema de la per-
cepción como el de recuperar de la información sensorial las propiedades
«válidas» del mundo externo» (Marr, 1982, p. 30).
En segundo lugar, el punto fundamental de desacuerdo con Gibson se
podría resumir en que deja sin especificar la noción de «extracción directa de
las invariantes», con lo cual la solución que intenta con respecto a los proble-
mas planteados es insatisfactoria. Lo que tratan de demostrar Fodor y Pylyshyn
(1981), en su crítica a Gibson, es precisamente esto: si no se especifica qué es
lo que, en rigor, capta el organismo directamente del medio, el problema de la
percepción se trivializa de tal forma que pierde todo su contenido (se recono-
ce un cuadro de Da Vinci cuando se capta la invariante de «haber sido pintado
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por Da Vinci»). En la medida en que se constriñe la noción de extracción
directa ( y para ello hay que recurrir, en último término, a la transducción senso-
rial), es fácil comprobar que el resultado de la percepción está mediatizado, en la
mayor parte de los casos por procesos de inferencia (los fenómenos de la cons-
tancia y las ilusiones son, de nuevo, los ejemplos más claros a este respecto).
Como señala D. Marr a continuación de la cita anterior, «aunque se puedan
señalar ciertos fallos en el tipo de análisis que hace Gibson, su fallo principal, y
en mi opinión fallo decisivo, se encuentra en un nivel más profundo y resulta de
no haber atendido a dos cosas. Primero, que la detección de invariantes físicas,
como las superficies de la imagen, es justamente un problema de procesamiento
de la información. Y en segundo lugar, que (Gibson) subestima enormemente la
gran dificultad de tal detección» (Marr, 1982, p. 30).
Gibson, inspirado en la gestalt, parte de un concepto holístico de la
estimulación, susceptible de una descripción estructural y significativa. La
principal diferencia con la gestalt radica en que ésta sitúa dicha descripción en
el output de la actividad perceptiva y Gibson la coloca en el input. Además, la
gestalt da cuenta de ella mediante las leyes de organización perceptiva y Gibson
mediante las leyes de la óptica ecológica. Sin embargo, las semejanzas entre
ambas posturas vuelven a aparecer cuando la gestalt recurre a la teoría del
isomorfismo para explicar la actividad perceptiva y Gibson habla de la extrac-
ción directa de invariantes. En ambos casos la noción de transducción senso-
rial es tan amplia (y difusa) que el resultado de la percepción queda sin expli-
car satisfactoriamente. Y también en ambos se ha simplificado sobremanera el
problema de la percepción, postulando una correspondencia directa y biunívoca
entre el input y el output del proceso perceptivo. Es verdad que, en términos
generales, el producto de la percepción es una estructura global con significa-
do (o, si se quiere, una «Gestalt»), y de ello es testigo nuestra experiencia
consciente. Sin embargo, la cuestión está en descubrir el origen de esa expe-
riencia (los procesos que han dado lugar al producto) y, a no ser que se com-
parta el prejuicio del mentalismo primitivo (mental = consciente), no hay por
qué excluir la explicación que parte de una representación más rudimentaria
del input (seguramente inconsciente y ligada a las características físicas a las
que responden los transductores específicos). Gibson y los psicólogos de la
Gestalt acertaron en plantear los problemas centrales de la psicología de la
percepción, pero, curiosamente, a la hora de proponer una solución se salie-
ron de la Psicología, el primero hacia la ecología y los segundos hacia la
neurofisiología.
Así pues, y como consecuencia de todo lo anterior, se podría afirmar que
el tomarse en serio el nivel de descripción física del estímulo y el nivel de la
transducción sensorial es lo que lleva a la necesidad de postular un nivel dis-
tinto de explicación (llámese computacional/representacional o, simplemente,
del procesamiento de la información) para dar cuenta de los logros perceptivos del
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organismo. En este último nivel es dondese mueve propiamente la psicología de la
percepción, y es en él donde habrá que identificar las capacidades perceptivas
básicas del organismo y caracterizar su funcionamiento.
4. EL ANÁLISIS DE LOS FENÓMENOS PERCEPTIVOS
De lo expuesto hasta ahora se puede concluir que el psicólogo se hace pro-
blema de la percepción en la medida que ésta constituye un problema para el
organismo. El hecho de que, en líneas generales y en la mayoría de los casos,
éste lo resuelva con éxito (y el éxito de su adaptación al medio puede ser toma-
do como un primer criterio de ello), no debe hacernos subestimar la envergadu-
ra y complejidad de dicho problema: cómo obtener una representación fiable
del medio a partir de la acción física que este ejerce sobre el organismo. En todo
caso, debería llevarnos a sospechar que el organismo tiene que disponer de un
sistema de resolución de comparable envergadura y complejidad.
Ahora bien, con ser tan importante, la tarea del organismo se limita a
percibir el mundo, a hacerse con la realidad, sin tener que dar cuenta de cómo
lo hace. El psicólogo, siempre situado un «meta-estado» al menos por encima
del organismo (que también es), sí se enfrenta con esta tarea adicional. Y al
parecer, por lo que muestra la historia del pensamiento, no resulta especial-
mente fácil. Dentro del tono «problemático» que venimos adoptando en este
capítulo, podríamos preguntarnos ahora: ¿cuáles son, pues, los problemas con
que se enfrenta el psicólogo al estudiar la percepción?
Desde la perspectiva del procesamiento de la información, la mejor
forma de entender el problema de la percepción y de ponerse en disposi-
ción de abordarlo es considerando el input y el output del proceso
perceptivo. Si lo que buscamos finalmente es una función que relacione
este con aquel, habrá que enfrentarse primero con la tarea de ver cómo se
puede acceder a cada uno de ellos por separado y cuál es la mejor forma
de caracterizarlos. Se trata, pues, de identificar las unidades de análisis del
fenómeno perceptivo y de encontrar el vocabulario descriptivo adecuado.
4.1. El acceso al input perceptivo
Ya hemos insistido suficientemente en la importancia que tiene el estudio
de la transducción sensorial para la determinación del estímulo que pone en
marcha la actividad perceptiva. Convendría, sin embargo, añadir que dicho
estudio no es tarea fácil. Se trata nada menos que de establecer el punto de
conexión entre lo físico y lo mental, y ello requiere, como mínimo, que se
produzcan dos tipos de transformaciones o correspondencias: la que va de la
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energía física del medio a la reacción fisiológica del organismo, y la que va
desde aquí hasta la representación primaria del medio con la que se va a operar en
el proceso perceptivo. Esto último, conviene no olvidarlo, es lo que hemos
considerado input del proceso perceptivo. Dicho input es, pues, de carácter
simbólico, lo cual le permite ser objeto de las operaciones de cálculo que
genere el organismo; y, a la vez, y como todo símbolo, tiene un contenido
referencial que, en este caso, está constituido por aquellas propiedades físicas
del medio que son «señalizadas» por la respuesta fisiológica y son
computacionalmente relevantes (véase, al respecto, la importante distinción
entre «señales» y «códigos» que propone Uttal, 1967, para distinguir estos dos
aspectos).
Por consiguiente, para que el estímulo externo (un determinado patrón
de energía) se convierta en estímulo efectivo del proceso perceptivo, tiene que
ser primero un estímulo de los receptores sensoriales y, en segundo lugar,
tiene que ser objeto de un proceso de codificación. La insistencia en distinguir
estos dos aspectos no es gratuita, ya que es lo que justifica, en el fondo, la
necesidad de establecer dos niveles distintos e irreductibles para explicar los
fenómenos (el de la neurofisiología y el de la psicología, o si se quiere, el de la
sensación y el de la percepción, en el sentido ya expuesto). Ahora bien, en
este punto concreto, la relación entre ambos aspectos es de fundamental im-
portancia, tanto para mantener una explicación causal de la percepción como
para entender la conexión entre el contenido de nuestra percepción y la reali-
dad externa. Es justamente por ello por lo que en el estudio de las fases
iniciales del proceso perceptivo cumplen un papel decisivo los datos aporta-
dos por la neurofisiología sensorial y por la psicofísica.
Estas dos disciplinas, pertrechadas de un gran equipamiento instrumental
y metodológico, han estado llamadas a entenderse y complementarse. El ejem-
plo más característico es quizá el que se refiere al estudio de los mecanismos
básicos de la percepción del color. El conflicto entre las teorías pioneras de H.
von Helmoltz y E. Hering (cf. Boring, 1942), basadas fundamentalmente en
diversas clases de datos psicofísicos, se ha visto resuelto por el apoyo empíri-
co prestado por los datos neurofisiológicos, al comprobarse que ambas teo-
rías son compatibles en la medida en que apliquen a distintas fases de su
transducción sensorial (cf. Hurvich y Jameson, 1957; De Valois, 1960; Wald,
1964; De Valois y De Valois, 1975).
Fue precisamente en el campo de la percepción del color donde ya Thomas
Young (1802), había anticipado la idea de que hay distintas estructuras en el
sistema visual que responden a diferentes longitudes de onda, idea que, como
se puede comprobar, no dista mucho de la noción de canal sensorial, que
tanta importancia está teniendo en las investigaciones más recientes sobre los
procesos de transducción. A este respecto, el desarrollo de las técnicas
psicofísicas y su aplicación en condiciones de adaptación selectiva (p. ej.
Gilinsky, 1968), enmascaramiento (p. ej. Campbell y Kulikowsky, 1966) o
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superposición (p. ej. Graham y Nachmias, 1971) han permitido avanzar en la
identificación de dichos canales sensoriales, sobre todo en el campo de la
visión, en convergencia con técnicas de registro electrofisiológico de los pa-
trones de actividad neuronal (Hubel y Wiesel, 1962; Uttal, 1973; Campbell,
1974; Robson, 1975, etcétera).
La necesidad de complementar los datos neurofisiológicos con los
psicofísicos se pone de manifiesto al advertir las limitaciones que tiene cada
tipo de datos cuando se toma por separado.
Las técnicas neurofisiológicas, sin contar con que su aplicación suele estar
restringida a especies inferiores, nos dan una visión incompleta del problema
de la transducción sensorial, ya que como hemos indicado repetidamente, no
entran en la esfera de lo simbólico y se circunscriben al nivel de la explicación
fisiológica. Permiten comprobar las dimensiones y características de la
estimulación a las que reaccionan las distintas estructuras de los sistemas sen-
soriales, definiendo por tanto el ámbito potencial de la transducción, pero sin
decirnos todavía cuáles serán las que entren en el proceso perceptivo. Como
señala Pylyshyn (1984), «el mero hecho de que se pueda mostrar que un
organismo responde neurofisiológicamente a cierta propiedad física del estímulo
como, por ejemplo, la longitud de la onda, no significa que dicha propiedad sea
cognitiva o computacionalmente relevante» (p. 172).
Por otro lado, aunque las técnicas psicofísicas pueden contribuir a resolver
estas dificultades, tienen la limitación de contar con respuestas «finales» del
organismo como un todo. En este sentido, sólo indirectamente y de forma
tentativa nos pueden permitir identificar los resultados de la transducción sen-
sorial y, por lo tanto, el input del proceso perceptivo. Toda la evolución de la
psicofísica (desde Fechner a Stevens), incluidas las aportaciones de la teoría de
detección de señales (Tanner y Swets, 1954; Swets, Tanner y Birdsall, 1961;
Green y Swets, 1974), han tenido siempre el mismo objetivo: identificar las uni-
dades básicas de la experiencia sensorial y mostrar su correspondencia con de-
terminados parámetros físicos de la estimulación, tratando a la vez de controlar
la influencia, en las respuestas externas que se le piden al sujeto, de todos aque-
llos factores ajenos a la sensibilidad propiamente dicha. Sin embargo, todavía
sigue existiendo el problema de que, para que el sujeto responda a las tareas de
detección a que se le somete, es preciso que sea consciente de la presencia del
estímulo. En este sentido y aun cuando consiguiéramos controlar los demás
factores, la respuesta externa estaría directamente asociada al output del proceso
perceptivo, pero podría ocurrir que lo que en este caso nos interesa (es decir, el
input) no tuviera que atravesar los umbrales de la conciencia.
Si, como veremos a continuación, las dificultades para acceder al resulta-
do de la percepción se basan en que es un evento privado, no accesible a la
observación pública, el problema del input es, además, que puede que tampo-
co sea accesible siquiera a la observación privada. Y aquí es donde, una vez
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más, tocamos fondo si mantenemos que el único criterio para admitir eventos
mentales es que sean conscientes. La liberación de este requisito va a suponer,
por tanto que la caracterización del input habrá de ser tentativa y deberá ser
contrastada con datos empíricos convergentes de tipo neurofisiológicos,
psicofísicos y conductual. Ello va a requerir, además, que se siga avanzando
en el análisis del patrón estimular, en conexión con la transducción sensorial,
y siempre dentro de los márgenes de la neutralidad, si el estímulo ha de ser lo
que ponga en marcha la actividad perceptiva, no conviene olvidar la observa-
ción elemental de que ha de consistir en algo que todavía no haya percibido el
sujeto. Dentro de dichos márgenes es como se pueden valorar las descripcio-
nes que se han propuesto del estímulo en términos de la teoría de la informa-
ción, tanto en sus versiones más estrictas (Attneave, 1954) como en las más
laxas ( Garner, 1962; Dretske, 198; Cohen y Feigenbaun, 1982), así como las
indudables aportaciones de Gibson en lo que respecta a la caracterización del
patrón óptico para la visión.
4.2. El acceso al output perceptivo
Por lo que respecta al análisis del output perceptivo, lo primero que hay que
señalar es que la identificación del mismo depende, en gran medida, de cómo
acotemos el ámbito de la percepción. Probablemente, no se trata de una cues-
tión de todo o nada, donde sea fácil situar las fronteras que delimitan el proceso
perceptivo. Por un lado, porque ello supondría disponer ya de una teoría firme-
mente establecida de la percepción; y, por otro lado, porque, suponiendo un
mínimo de continuidad en la actividad cognoscitiva, lo que pueda constituir el
producto final de la percepción va a estar expuesto a la interacción con los
demás conocimientos del sujeto.
El problema con el que nos enfrentamos ahora es el de ver cómo se puede
constreñir el output del proceso perceptivo de forma que, por un lado, mantenga
todavía una determinada conexión con el dato sensorial y que por otro, admita
descripciones de alto nivel que lo hagan servir para funcionamiento de la activi-
dad cognitiva superior. Se trata de dar con algún criterio que nos permita deci-
dir en qué sentido se pueden considerar como resultados perceptivos aspectos
tan variados como la forma o el tamaño de un objeto, el objeto mismo o su
distancia con respecto a otros. Asimismo, cabría preguntarse hasta que punto lo
que se percibe, en el área auditiva, son tonos, compases, melodías o sinfonías
enteras; y del mismo modo en el caso del habla, en qué medida lo que se llega
a percibir son meros rasgos acústicos o también palabras y frases; qué es lo que en
realidad se percibe al oler una rosa, al comer una manzana, al acariciar a un niño,
al quemarse un dedo o al subir en la montaña rusa; en qué sentido se puede
hablar de la percepción del ambiente, de las personas, del espacio y el tiempo,
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o, para el caso, de las mesas y árboles; que se percibe cuando presenciamos un
accidente, leemos en el periódico una noticia, miramos a la estrella polar, o
contemplamos una célula por el microscopio.
Antes de seguir conviene señalar que no vamos a entrar aquí en un análi-
sis lingüístico de las expresiones en que se puede usar el verbo percibir o sus
asociados. Como ya hemos hecho notar en otra ocasión, no son las cuestiones
sobre el uso lógico del lenguaje las que más interesan al estudio empírico de la
percepción. Tampoco vamos a detenernos por el momento en la discusión
sobre el sentido literal o figurado de dichas expresiones, aun cuando reconoz-
camos el interés que tiene el estudio de la función metafórica para entender
mejor las relaciones entre percepción y lenguaje (cf. Johnson y Malgaday, 1982).
Lo que importa resaltar ahora es que, en todos los ejemplos anteriores, el
sujeto está ante la presencia de algo, realiza una actividad sensorial y llega a
un determinado conocimiento de la realidad. Dejando a un lado la experien-
cia afectiva o emocional concomitante que ello le pueda producir (a la que
no queremos por ello restar importancia), lo primero que se observa en el
ámbito cognoscitivo es que la información obtenida en cada caso puede
variar en torno a diferentes parámetros, tales como: el grado de especifici-
dad, la relativa independencia con respecto a las propiedades físicas del
estímulo o a las características propias de una u otra modalidad sensorial, la
accesibilidad a la conciencia del sujeto, su dependencia con respecto a otros
conocimientos de los que este disponga, así como sus posibles efectos sobre
la conducta manifiesta.
El establecimiento de estos parámetrosde variación no ayuda mucho a marcar
los límites del proceso perceptivo sino, más bien, todo lo contrario. Pero a pesar
de ello, sí puede contribuir a un mejor entendimiento del problema de la percep-
ción, haciendo ver la necesidad de postular un continuo de procesamiento de la
señal sensorial, donde lo importante será comprobar si podemos distinguir dis-
tintos niveles en dicho procesamiento que se correspondan con los distintos
niveles de descripción de que es susceptible, en principio, el output de la percep-
ción. Si cuando tratábamos de poner constricciones sobre el input, y pese a las
dificultades que comentábamos, teníamos el recurso de la transducción senso-
rial, ahora vamos a tener que movernos en el terreno más incierto, en el que
será inevitable poner conexión a la actividad perceptiva con las estructuras
cognitivas del sujeto. Por muy elemental que sea la representación que se obten-
ga del medio al percibir, deberá tener un contenido o significado (es decir, hacer
referencia a algo), y esto solo lo consigue un sistema intencional (en el sentido de
Brentano) que determina la extensión de lo referido mediante la intención caracte-
rística de la representación.
Si la significación es algo inherente a las funciones cognoscitivas del ser
humano y la percepción es ante todo una función cognoscitiva, se sigue que
todo resultado perceptivo debe llevar impresa una significación. En este senti-
do, percibir es siempre un percibir-como o percibir-que, por muy elemental que
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sea la descripción que pueda ir a continuación de cada uno de estos conectivos.
Todo logro perceptivo, en la medida en que se refiere a unos aspectos de la
realidad y no a otros, que permite distinguir unas cosas (propiedades, objetos,
eventos) de otras y, sobre todo, que sirve de base para la fijación de las creen-
cias (sobre cómo es el mundo que nos rodea), es algo cargado de significado.
De esta forma y a pesar de toda la borrosidad que aun le pueda quedar al
concepto, parece que el hecho de tener un significado distal podría constituir
un criterio adecuado para determinar el output del proceso perceptivo. Y ello
sin olvidar dos cosas: que, como tal output, debe mantener una cierta conexión
con el input; y que dicho significado nos interesa, desde el punto de vista
psicológico, en cuanto a que está representado en la mente del sujeto.
Esta caracterización del output de la percepción nos puede servir, asimis-
mo, para examinar ya algunas de sus implicaciones metodológicas.
En primer lugar, por lo que a la utilización del método introspectivo se
refiere, conviene señalar que, a pesar de todas las críticas que se le han hecho,
mantiene su vigencia en el estudio de la percepción (como en el de toda la vida
mental). Hasta ahora, el conocimiento que el sujeto adquiere del mundo que
le rodea a través de la percepción puede acabar siendo, en un momento u
otro, un conocimiento explícito y consciente. En este sentido, y aunque solo
sea en el nivel individual, los datos de la conciencia son el testimonio más
directo de lo que se ha percibido. Si además el sujeto cuenta con algún medio
de comunicación (como puede ser el lenguaje) que le permita trasmitir su
experiencia perceptiva, en las condiciones determinadas por el investigador,
no habría razón alguna para negarse a usar esos datos.
Del mismo modo que, en su momento, nos enfrentamos al prejuicio de
que mental y consciente fueran términos sinónimos, ahora debemos manifes-
tar nuestro desacuerdo con el prejuicio de que los datos procedentes de la
introspección sean, por principio, desechables. En todo caso, lo que sí cabría
indicar es que son unos datos más a disposición del investigador y que, en
cuanto a estos, deben ser interpretados o explicados a la luz de una teoría de
los procesos mentales. En este sentido, lo que no se puede pretender es que,
por mera introspección, el propio sujeto descubra dicha teoría (al menos y
discúlpese la ironía, sí creemos que la Psicología tiene todavía algo que decir al
hombre de la calle).
Por otra parte y aun cuando se utilicen tareas experimentales que no re-
quieren la introspección en sentido estricto, casi siempre es preciso contar en
ellas con la experiencia consciente del sujeto. De hecho, el supuesto de la
colaboración consciente del sujeto honesto está implícito en la gran mayoría
de las tareas experimentales de la investigación psicológica. En el caso de la
percepción, la importancia de dicho supuesto es bien patente, ya se puede uno
imaginar lo difícil que sería descubrir las funciones psicofísicas, estudiar las
ilusiones perceptivas, las figuras ambiguas o los postefectos, abordar los temas
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del conocimiento o de las constancias, etc., sin recurrir a lo que el sujeto perci-
be conscientemente y de una forma u otra, nos comunica.
Ahora bien, el hecho de que las respuestas dadas en una tarea hayan teni-
do que pasar por el filtro de la conciencia del sujeto no quiere decir que los
efectos experimentales que se obtengan haya que atribuirlos a procesos cons-
cientes. Precisamente lo que han pretendido muchos de los procedimientos
experimentales utilizados ha sido mantener la atención del sujeto en una ta-
rea, introduciendo cambios en la situación estimular que pasan desapercibi-
dos al sujeto, pero que no obstante, pueden afectar a sus respuestas. El que se
produzcan estos efectos será de gran importancia para delimitar el ámbito de
los componentes más automáticos de la experiencia perceptiva.
Por último, sin apelar ya a la experiencia consciente del sujeto, es preciso
destacar la utilidad de los datos meramente conductuales para caracterizar
el output perceptivo. En este sentido, hay que mencionar los estudios sobre el
desarrollo y el deterioro de las funciones perceptivas, así como aquellas que
se refieren a diferencias individuales y socio-culturales en estilos o sesgos
perceptivos. Además del interés que tienen en sí mismos y con respecto a los
distintos campos de la psicología aplicada, constituyen vías naturales de in-
vestigación para comprender mejor las modificaciones a que se pueden ver
expuestos los resultados de la actividad perceptiva. Quizá entre todos ellos
hay que resaltar el papel desempeñado por los estudios evolutivos, donde
las técnicas experimentales desarrolladas por la psicología conductista se ha
aplicado con enorme provecho para determinar el alcance y diferenciación
de las capacidades perceptivas en las edades más tempranas (cf., por ejem-
plo, la obra de Mehler y Fox, 1985).
5. EL ESTUDIO DE LOS PROCESOS QUE INTERVIENEN
EN LA PERCEPCIÓN
Hasta el momento, la situación con la que se encuentra el psicólogo que
quiere estudiar la percepción es aproximadamente esta: el organismo es afec-
tado físicamente por un determinado patrón de energía procedente del medio
y a partir de una representación primaria de dicho patrón energético (o, como
diría Rock, 1983; a partir de una «descripción literal» del estímulo proximal)
acaba haciéndose con una representación que le permite atribuir propiedades
de distinto nivel de abstracción y significado a los objetos y eventos del medio
que le rodea (o, en términos de Rock, acaba haciéndose con una descripción
del estímulo distal). Lo que interesa ver ahora es cómo se aborda el estudio de
lo que pueda ocurrir entre medias.
El mismo carácter representacional que hemos atribuido al input y al output
de la percepción nos lleva a postular un nivel de análisis que permita relacio-
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nar representaciones. Y ello tanto lo que respecta al contenido como a la for-
ma (y/o función) de dichas representaciones. Según esto, se puede establecer
una taxonomía que permita situar las principales estrategias para afrontar el
estudio de los procesos perceptivos.
Lasrelacionesde contenido van aservirparadelimitarlosdominioscognitivos
a los que se aplica la actividad perceptiva del sujeto. Para efectuar esta delimita-
ción, habría dos formas de proceder, una en sentido horizontal y otra en sentido
vertical. En sentido horizontal se ha utilizado normalmente el criterio de las
modalidades sensoriales para distinguir los campos en que se lleva a cabo la
actividad perceptiva. Y en el sentido vertical, se suelen dividir estos atendiendo
a la mayor o menor complejidad de los resultados perceptivos. Así, en el primer
caso, se puede hablar de percepción visual, auditiva, táctil, entre otras, mientras
que en el segundo, se podría hablar, dentro de la percepción visual por ejemplo,
de percepción de la forma, percepción del tamaño, de las relaciones espaciales,
percepción de rostros, percepción del lenguaje escrito, etcétera.
Conviene advertir que, en todo caso, se trata de ver cómo el sujeto resuel-
ve los problemas concretos que le plantea una situación de tarea, donde la
estimulación quedaría caracterizada por descripciones que se corresponden
con los dominios cognitivos estudiados, tanto en sentido horizontal como ver-
tical. Por otra parte, la división en dominios cognitivos no significa que no
interesen las relaciones que puedan existir entre unos y otros; solo indica que,
desde un punto de vista estratégico, es preciso empezar por acotar los campos
básicos de interés, para pasar después a estudiar sus interacciones. En relación
con esto último, conviene señalar la importancia que pueden tener los estu-
dios sobre las distintas relaciones, de facilitación o de interferencia, que pudie-
ran darse entre las distintas modalidades o entre los distintos niveles de com-
plejidad perceptiva.
Dentro de un determinado campo de fenómenos, lo que importa es des-
cubrir los principios o leyes que puedan explicarlos. En nuestro caso, y tal
como hemos planteado el problema de la percepción, se trata de dar con los
mecanismos de que dispone el organismo para derivar unas representacio-
nes de otras. Y aquí es donde entraría en juego la consideración sobre el
carácter formal de las mismas y su valor funcional con respecto a la activi-
dad del sujeto. No hay que olvidar que las representaciones son «objetos»
formales y que, en cuanto tales, tienen un determinado formato (valga la
redundancia) y han de estar sujetos a algún sistema de reglas que ponga en
relación unas con otras. Es, precisamente, este carácter formal de las repre-
sentaciones el que nos permite hablar de estructuras (simbólicas) y procesos
(gobernados por reglas) para describir la actividad mental del sujeto que
percibe.
Desde un punto de vista metodológico, nos encontramos ya con el nivel
de análisis en que es preciso construir modelos explicativos de la actividad
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perceptiva y contrastarlos con los datos empíricos oportunos. Haremos a con-
tinuación unas breves consideraciones sobre cada uno de estos puntos.
La caracterización de la actividad perceptiva como procesos guiados por
reglas que operan sobre representaciones, además de situarla en continuidad
con el resto de la actividad cognoscitiva, permite asimilarla, a lo que, en senti-
do general, se entiende por una actividad de cómputo, en la que también se
opera con símbolos mediante reglas. De acuerdo con ello, no es de extrañar
que el marco conceptual de las ciencias de la computación haya sido tan atrac-
tivo para la construcción de modelos explicativos en Psicología.
Por una parte, y siguiendo a Marshall (1977), conviene destacar que la
idea subyacente a la famosa metáfora computacional es casi tan antigua como
la filosofía misma. Desde Aristóteles hasta nuestros días, no parece que haya
habido alternativas muy distintas para caracterizar el conocimiento, aun bajo
las denominaciones de intelectos agentes, leyes de asociación, juicios
categoremáticos o procesos de inferencia. En todos los casos se hacía referen-
cia a una actividad simbólica que había que distinguir de las transacciones
físicas en que se veía envuelto el organismo con su medio.
Por otra parte, es preciso reconocer que hay algo nuevo en la aplicación de
la metáfora, a lo que cabe atribuir gran parte del éxito que ha tenido en la
psicología actual. Se trata de que el formalismo de la computación, tras los
importantes avances que experimentó la lógica matemática en la primera mi-
tad de este siglo, ha llegado a realizarse físicamente en los ordenadores. Como
se ha indicado tan a menudo, el ordenador ha servido como «prueba de exis-
tencia» de sistemas abstractos y formales que procesan información, entre los
que se puede encontrar la mente humana (cf. Boden, 1979; Newell, 1980;
Pylyshyn, 1984; Gardner, 1985). Ello no quiere decir que esta forma de des-
cripción agote todo lo que se pueda decir de la misma, ni tampoco que con
ella tengamos garantizado el éxito para explicar la cognición. Una de las para-
dojas que como señala Gardner, ha caracterizado el desarrollo de la psicología
cognitiva ha sido precisamente la de que el uso de los modelos computacionales
ha permitido ver con mayor claridad la distancia que separa al ser humano del
ordenador. Y el caso de la percepción es, en este sentido, de lo más ilustrativo.
Una de las ventajas principales que ofrece el uso de ordenadores a la in-
vestigación psicológica, es la posibilidad de llevar a cabo experimentos de
simulación. Ello exige formular la teoría en forma de programa, con las exi-
gencias de explicitud y corrección lógica que ello lleva consigo. El hecho de
que el programa «funcione» permite comprobar la «bondad» de la teoría, aun-
que, como ya hemos intentado mostrar en otra ocasión (García-Albea, 1981,
en este volumen), no constituyan un valor añadido con respecto a la «verdad»
de la misma. Para caracterizar las estructuras y procesos que intervienen en la
actividad perceptiva humana, hay que recurrir finalmente al sujeto humano y
observar cómo se comporta en determinadas tareas. Los distintos modelos
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explicativos que se puedan proponer tendrán que ser sometidos a comproba-
ción empírica. Si los métodos de simulación sirven, como dice Weizenbaum
(1976), para poner la teoría en acción y ver si es físicamente realizable, podríamos
añadir que el método experimental también es una teoría en acción que trata
de ver hasta qué punto aquello que propone la teoría se realiza de hecho en el
sistema que queremos estudiar, en nuestro caso, el organismo humano.
La cuestión está ahora en cómo seleccionar las situaciones en que se
pueda poner a prueba la teoría, sobre todo cuando los fenómenos ocurren
de forma rápida y pueden estar sometidos al influjo de muchas variables. En
el estudio de procesos tan básicos como la percepción, con el carácter de
inmediatez que esta tiene para el sujeto, parece que la estrategia no puede
ser otra que la del «divide y vencerás». Con ello es posible que se pierda en
validez ecológica y en perspectiva global, pero también es posible que se
gane en inteligibilidad y capacidad explicativa. Al menos esta ha sido la
práctica habitual de la ciencia empírica, que no ha tenido más remedio que
separar (analizar, descomponer, etcétera) aunque no sea más que para des-
pués volver a unir.
De acuerdo con esto, el procedimiento normalmente utilizado en el estu-
dio de la actividad perceptiva ha consistido en provocar algún tipo de distor-
sión o interferencia en la situación estimular para comprobar sus efectos en el
rendimiento del sujeto en tareas generalmente sencillas de detección, discrimi-
nación, comparación, clasificación, etc. El rendimiento se suele medir en tér-
minos de precisión, rapidez o ambas respuestas, bajo el supuesto de que estos
índices pueden reflejar el distinto costo que conlleva al procesamiento del input
sensorial. La utilización conjunta de estas dos variables dependientes es una
buena forma de validación convergente, y además permite comprobar los
posibles sesgos no-perceptivos de las respuestas del sujeto (Fitts, 1966; Pachella,
1974; Lachman, Lachman y Butterfield, 1979).
Por lo que respecta a la manipulación de la situación experimental, cabe
destacar el importante papel que han desempeñado los procedimientos utiliza-
dos para provocar interferencias en el procesamiento, tanto en la modalidad
visual como auditiva. En el primer caso, con procedimientos como los de Stroop
(1935), en los que se pone en conflicto el color con el nombre del estímulo; los
de enmascaramiento visual, desde los trabajos pioneros de Sperling (1960) so-
bre memoria icónica hasta los de Marcel (1983) sobre procesamiento incons-
ciente de palabras; o los que se refieren a la presentación parafoveal de estímu-
los, tanto a través de exposiciones breves (Bradshaw, 1974) como en tareas de
lectura mediante el registro de los movimientos oculares (Rayner, 1978;
McConkie, 1983). En el caso auditivo, la interferencia se ha provocado median-
te el procedimiento de escucha dicótica, donde el sujeto recibe estimulación
distinta por cada oído, debiendo atendera uno de ellos(Cherry, 1953;Broadbent,
1958; Lackner y Garrett, 1972; Yates y Thul, 1979). En todos estos casos, lo
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que interesa de una manera u otra es comprobar los efectos del estímulo no
atendido sobre el rendimiento en una tarea relacionada con otro aspecto dis-
tinto de la estimulación. A pesar de las dificultades para controlar experimen-
talmente las posibles desviaciones de la atención (Holender, 1986), este tipo
de procedimientos ha mostrado ser de gran utilidad para establecer los límites
y condiciones de los procesos inconscientes y conscientes que ocurren en el
desarrollo de la actividad perceptiva.
Como ya hemos señalado repetidamente, la distinción entre procesamien-
to inconsciente y consciente sigue ocupando un lugar central en la psicología
de la percepción, en estrecha relación con otras distinciones importantes como
la de automatismo/control (Posner y Snyder, 1975; Shiffrin y Schneider, 1977),
procesos guiados por los datos/guiados conceptualmente (Neisser, 1967) o la
que pueda darse entre «encapsulamiento» y «penetrabilidad» en el flujo infor-
mativo (Fodor, 1983; Pylyshyn, 1984). De lo que se trata en último término es
de averiguar qué cosas hace nuestro sistema perceptivo como resultado de
estructuras fijas y relativamente autónomas que tratan de obtener de la señal
todo lo que pueden, y para qué cosas necesita recurrir a estructuras cognitivas
de orden superior, más flexibles e interactivas, que utilizan la información
obtenida del medio para la fijación de las creencias y la acción sobre el mismo.
Cuáles son, en definitiva, las constricciones a que está sometida nuestra per-
cepción del mundo, para mantenerse, por un lado, ligada a la realidad y para
conseguir, por otro lado, tener un control significativo sobre ella.
Creemos que estas consideraciones sobre el método son suficientes para
resaltar, a modo de conclusión, que, si bien queda mucho camino por recorrer
para dar con las soluciones correctas, la Psicología dispone ya al menos de los
medios para formular el problema de la percepción y acometer su estudio.
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PERCEPCIÓN Y RECONOCIMIENTO
DE PATRONES VISUALES
Y OBJETOS
Soledad Ballesteros Jiménez
Capítulo 2
1. LA PERCEPCIÓN: ¿PROCESO CONSTRUCTIVO O PROCESO
GUIADO POR LOS DATOS?*
Gran parte de los estudios realizados en percepción y conocimiento visual
han intentado comprender el carácter inferencial de la propia percepción. Al-
gunas de las preguntas que han guiado la investigación en este campo han
sido si la percepción es comparable al razonamiento; si los procesos perceptivos
están guiados de arriba-abajo (guiados conceptualmente) o por el contrario,
se trata de procesos de abajo-arriba (guiados por los datos); y si el sistema
perceptivo postula hipótesis o soluciona problemas.
Percibimos el mundo que nos rodea con gran precisión, y casi siempre de
manera correcta. Cuando miramos por la ventana, por ejemplo vemos un
gran número de objetos diferentes. Esta experiencia cotidiana puede hacer-
nos pensar que percibir es un proceso psicológico sencillo, realizado sin nin-
gún esfuerzo. Con frecuencia bastan unos cuantos milisegundos para que
percibamos visualmente objetos nada sencillos. A pesar de estas observacio-
nes cotidianas, el proceso perceptivo es complicado y todavía es mucho lo
que ignoramos sobre él.
La teoría de la imagen retiniana. Una de las primeras teorías que intentó
explicar el reconocimiento de patrones y formas basó la percepción en la
simple imagen retiniana. Según esta teoría, cuando miramos un objeto, la luz
reflejada por el mismo pasa a través de la lente ocular que, a su vez, proyecta
una imagen invertida en la retina. La imagen retiniana del objeto llegaría
* Adaptado de: Psicología general II: un enfoque cognitivo, Cap. 13, Ed. Universitas, S. A., Madrid, 1994.
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hasta el cerebro, a través de la vía visual, donde el objeto sería rápida y co-
rrectamente reconocido.
Esta teoría, a pesar de su sencillez, es incorrecta. Los objetos que existen
en el mundo constituyen los estímulos distales. La estimulación que llega en
diferentes formas de energía, para constituirse en estímulo proximal debe incidir
en el órgano sensorial especializado, en este caso en la retina. El problema es
que la misma estimulación proximal (la cantidad de energía que llega a nues-
tra retina) puede ser producida por una gran variedad de estímulos distales
(un gran número de organizaciones diferentes del estímulo).
Considere, por ejemplo, un simple cuadrado. Muy probablemente la ima-
gen del cuadrado no aparecerá como un cuadrado perfecto, sino que será una
imagen de forma trapezoidal, semejante a alguna de las mostradas en la Figu-
ra 2.1a. Además, muy posiblemente, el cuadrado presentará zonas de luz y de
sombra debido a que la luz no incidirá por igual en toda su superficie. Esto
hará que la imagen retiniana no se parezca siquiera a la imagen de un cuadra-
do. Como puede observarse en la Figura 2.1 b, una misma imagen retiniana
puede producirse por una gran variedad de objetos diferentes del mundo
real.
Figura 2.1. (a) una serie de objetos de diferentes formas proporcionan la misma imagen en la
retina; (b) un cuadrado puede aparecer como cualquiera de estas formas cuando se percibe desde
distintas perspectivas.
Hochberg (1994) ha señalado que las teorías sobre los atributos de la
imagen retiniana (bordes, contornos, luminancias, etc.) son teorías que se refie-
ren a la estimulación proximal pero no son teorías sobre la percepción visual. Las
teorías sobre la percepción visual se refieren a las propiedades distales de los
estímulos, no a las propiedades proximales. Como no existe una correspon-
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dencia inequívoca y unitaria (uno a uno) entre propiedades distales y propieda-
des proximales, el paso de unas a otras, según Hochberg, va a depender de los
procesos superiores. Realice la comprobación presentada en el Recuadro 1.
Recuadro 1
Comprobación
Realice la siguiente prueba: si ya ha visto alguna vez esta conocida figura, la
prueba no tendrá valor. Si no la ha visto observe la Figura 2.2 e intente
identificar de qué se trata. Posiblemente tardará cierto tiempo en identificar-
la. Si la ha visto antes, identificará inmediatamente la imagen del dálmata.
¿Cómo suele explicarse este efecto? La experiencia previa con la figura crea
una representación que se almacena en nuestra memoria. Por eso, cuando
volvemos a ver la misma figura, esa representación se activa (procesos supe-
riores entran en funcionamiento e identificamos la forma de inmediato).
Figura 2.2. Esta conocida escena muestra lo difícil que resulta reconocer figuras cuando
la información suministrada es incompleta. Se trata de la escena del dálmata creada por
R. C. James.
Otra comprobación
Para que vea lo difícil que resulta identificar ciertas imágenes cuando apare-
cen limitadas por los datos, trate de nombrar lo más rápidamente posible los
objetos que aparecen en la Figura 2.3. Compruebe el tiempo que tarda en
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identificar cada dibujo. El procesamiento abajo-arriba (guiado por los datos) pre-
senta limitaciones, como habrá podido comprobar.
Figura 2.3. Ejemplo de algunas de las figuras incompletas utilizadas por Leeper
(1935), a) helicóptero, b) niño con perro y c) autobús.
Interpretación
Cuando la información del medio es reducida, el sistema perceptivo no tiene
suficiente información para construir una única e inequívoca representación
del estímulo, de tal modo que pueden activarse varias representaciones dife-
rentes. Para elegir una de ellas es necesario poner en funcionamiento mecanis-
mos de procesamiento que funcionan de arriba-abajo. Ahora, mire la palabra
correspondiente a cada dibujo: a) aeroplano, b) niño con perro, c) autobús. Si
no pudo identificar antes lo dibujos comprobará que ahora le resulta muy
sencillo percibir cada uno de ellos. Las diferentes partes de los objetos que
antes no percibía adquirirán unidad ante sus ojos. -
La próxima vez que vea estos dibujos, aunque sean incompletos, los reco-
nocerá inmediatamente. La puesta en concordancia de la representación del
objeto, activada en su memoria con la estimulación aportada por la figura,
facilitarán su reconocimiento inmediato. En este caso, la percepción es el re-
sultado de dos tipos de procesos que actúan conjuntamente: los procesos arri-
ba-abajo, guiados conceptualmente y los procesos abajo-arriba, guiados por
los datos.
Una manera de resolver el problema de la falta de correspondencia
biunívoca (uno-a-uno) entre el estímulo local y el percepto es proponiendo
que la percepción no depende únicamente del estímulo sino de las interaccio-
nes entre el estímulo, que incide sobre la retina, y las representaciones existen-
tes en el sistema cognitivo (Hochberg, 1994; Rock, 1983).
En la actualidad, muchos psicólogos de la percepción aceptan el concepto
de inferencia inconsciente propuesto por Helmholtz, y mantienen que la corres-
pondencia entre la estimulación proximal y la distal nunca es perfecta, mien-
tras otros, siguiendo la teoría de Gibson (1950, 1966, 1979), defienden que
Recuadro 1 (continuación)
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toda la información necesaria para especificar el objeto distal se encuentra en
el estímulo proximal; el estímulo proximal lleva suficiente información para
poder percibir el carácter del objeto distal (Michaels y Carello, 1981). Estos
psicólogos son defensores de la percepción directa, por lo que descartan la
influencia de variables cognitivas en la percepción.
Los científicos constructivos, por cl contrario, defienden que la estimulación
sensorial es ambigua porque una gran variedad de estímulos distales pueden
producir el mismo patrón de estimulación proximal. En esta situación ambi-
gua, el perceptor tiene que añadir más información a la suministrada por la
estimulación para lograr un percepto significativo. Estos científicos conciben
la percepción como el resultado de un proceso de inferencia inconsciente de solu-
ción de problemas, y de construcción de descripciones estructurales del mun-
do externo.
Las teorías constructivistas de la percepción aceptan el concepto de inferencia
inconsciente propuesto, como ya dijimos, por Helmholtz (1866-1962). Según
Helmholtz, a partir de los inputs sensoriales y de las regularidades del mundo,
es necesario interponer una inferencia inconsciente (un proceso de represen-
tación mental) entre la respuesta sensorial temprana y el percepto final.
2. LA NECESIDAD DE ADMITIR REPRESENTACIONES
MENTALES EN PERCEPCIÓN
¿Son necesarias las representaciones mentales para explicar la percepción?
Cooper y Hochberg (1994) postulan la representación mental del objeto como el mejor
modo deestudiarlapercepción visual, ¿Porqué estanecesidad? Consideremos,por
ejemplo, los resultados de los experimentos realizados sobre la constancia de los
objetos. Estos estudios han mostrado que los sujetos perciben ciertas dimensiones
de los objetos como constantes, o invariantes, a pesar de que la imagen retiniana
varía al cambiar la orientación, inclinación, distancia o iluminación de las superfi-
cies de esos objetos. Para explicar que percibamos el objeto constante a pesarde los
cambiosproducidosen la información sensorial,es necesariointroducirel concepto
de representaciones mentales.
¿Cuáles son las propiedades de esas representaciones? Una forma de contestar
a esta pregunta ha consistido en suponer quelasrepresentaciones mentales retienen
las propiedades de los objetos reales que existen en el mundo físico. Sin embargo,
laspropiedadesdelosobjetospercibidospueden, algunasveces, ser diferentesdelas
propiedades de los objetos existentes en el mundo exterior. Cooper y Hochberg
(1994)han mostradoalgunoscasosen los quelasrepresentaciones delosobjetosno
reflejan las propiedades de los objetos físicos. Por ejemplo (ver Mach, 1906/1959;
Rock, 1973), cuando se rota un cuadrado en el plano del dibujo la percepción no es
invariante. Considere la experiencia indicada en el Recuadro 2.
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Otro ejemplo de que las representaciones mentales de los objetos no siem-
pre reflejan las características de los objetos físicos puede encontrarse en las
fluctuaciones perceptivas espontáneas. Existen ocasiones en las que un mis-
mo estímulo da lugar a dos perceptos que se van alternando en el tiempo.
Observe, por ejemplo, la Figura 2.4 que presenta las conocidas figuras,
reversibles de la vieja y la joven (o la suegra y la nuera, como también se
conoce), y de la rata y el viejo. Si continuamos mirando estas figuras, veremos
que nuestra percepción fluctúa de un percepto a otro. Estos ejemplos mues-
tran sólo algunos casos en los que las propiedades de las respresentaciones
mentales de los objetos pueden diferir de las propiedades de los objetos que
existen en el mundo real. Cooper y Hochberg (1994) señalan que, para pro-
gresar en el conocimiento de cómo funciona la percepción visual, es necesario
estudiar cuáles son los casos en los que existe una correspondencia entre las
características de los objetos del mundo y sus correspondientes representacio-
nes en la mente, pero todavía es mucho más necesario averiguar cuándo esta
analogía falla.
Recuadro 2
Experiencia
Realice esta sencilla experiencia:
Dibuje en un papel dos cuadrados idénticos, recórtelos y péguelos sobre una
cartulina de distinto color. Uno de ellos póngalo en la posición de un cuadrado,
y el otro en la posición de un rombo.
Comprobará que se perciben como dos figuras distintas a pesar de ser idénticas.
¿Son o no son físicamente iguales las dos figuras que recortó?
¿Es o no es invariante la percepción de la forma?
Figura 2.4. Dos figuras reversibles, a) la suegra y la nuera, y b) la rata y el viejo. Obsérvese que
una misma figura se percibe en un sentido en un momento dado y, en un momento posterior, se
percibe de otra manera.
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3. TEORÍAS SOBRE RECONOCIMIENTO DE PATRONES
Las personas reconocemos mucho mejor que cualquier sistema de visión
por ordenador, formas visuales muy complejas. A pesar de esta extraordina-
ria capacidad, no es fácil explicar cómo se produce este proceso. Veamos
cuáles son los principales enfoques teóricos propuestos para tratar de explicar
la habilidad del perceptor humano para el reconocimiento visual de formas. Los
modelos de comparación de plantillas, los modelos de análisis de rasgos y los
modelos basados en descripciones estructurales constituyen las explicaciones
teóricas clásicamente descritas en todos los manuales sobre percepción publi-
cados a partir de los años sesenta.
Todos estos modelos coinciden en suponer la existencia de un proceso de
correspondencia entre la imagen producida por el input estimular en la retina
y una determinada representación del objeto almacenada en la memoria a
largo plazo. La diferencia entre estos modelos radica principalmente en el
modo de entender el proceso de correspondencia entre el input y la represen-
tación almacenada, así como en el tipo de representaciones que postulan
(Pinker, 1985). Además de estos modelos, consideraremos también otros en-
foques que explican el reconocimiento de la forma visual a través del concep-
to del marco de referencia.
3.1. Modelos de comparación de plantillas
La clase de modelos más sencilla para intentar explicar el reconocimiento de
formas o patrones visuales es la comparación de plantillas. De acuerdo con estos
modelos, el reconocimiento se produce cuando se realiza una comparación entre
el estímulo sensorial, que incide en la retina, y la representación a largo plazo de
dicho objeto contenida en la memoria. Si resulta una plena coincidencia entre el
estímulo y una de las plantillas, se reconoce la forma. La Figura 2.5 muestra un
modelo de plantilla para el reconocimiento de la letra A.
Figura 2.5. Un modelo de plantilla para
reconocer la letra A.
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Cuando llega al sistema una letra que coincide exactamente con la letra A, la
plantilla se activa y el sistema reconoce el estímulo.
Una plantilla es un constructo interno que permite el reconocimiento de
una forma. El principal problema del enfoque de plantillas es que resultamuy
antieconómico. Para poder explicar la facilidad y versatilidad con que el siste-
ma visual reconoce infinidad de formas diversas, deberíamos de disponer en
nuestra memoria de infinidad de estos modelos. Cualquier diferencia entre
una plantilla y un estímulo podría dar lugar a errores. Sin embargo, reconoce-
mos multitud de formas, a pesar de que cada una de ellas sólo se ajustaría a
una plantilla específica.
Podemos reconocer fácilmente un gran número de «Aes» escritas en dife-
rente tipografía. Un sistema basado en reconocimiento de plantillas exigiría la
existencia de una plantilla específica que se adaptara perfectamente a cada
una de las diferentes Aes, para que cada una de ellas pudiera ser reconocida.
Un sistema que funcionara de este modo podría dar lugar a un gran número
de confusiones cuando la correspondencia entre la forma y la plantilla sea
sólo parcial, como es el caso de las letras Q y O, o la R y la P. Además, los
cambios en orientación, distancia, posición, luminosidad o la oclusión de par-
te de la forma, podrían hacer fracasar a un modelo de este tipo. El procesador
humano actúa de una forma mucho más precisa. sin apenas equivocarse. Se
han propuesto otros modelos de comparación de plantillas menos rígidos que
permiten pequeños procesos de normalización, como por ejemplo, rotar el
objeto o escalar su tamaño (Bruce y Creen, 1985; Pinker, 1985). Sin embargo,
ninguno de estos modelos funciona eficientemente en el mundo real.
A pesar de sus limitaciones para explicar cómo el ser humano reconoce
las formas, estos procedimientos tienen una gran aplicabilidad cuando las
formas que hay que reconocer se definen con precisión. ¿Podría pensar en
algún tipo de letras que pudieran ser leídas por un sistema basado en planti-
llas? Estos modelos funcionan para reconocer cheques bancarios por ordena-
dor, o para leer por medio de una lectora óptica los sistemas de códigos de
barras, como los que aparecen en la Figura 2.6, utilizados en los supermerca-
dos para identificar los productos y sus respectivos precios. Lo importante
en estos casos es que las distintas formas que la máquina tiene que recono-
cer aparezcan siempre de la misma forma y que cada estímulo sea lo más
diferente posible a los demás para evitar confusiones.
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3.2. Modelos de análisis de características
Los modelos de análisis de rasgos se basan en el modelo del Pandemonium
de Selfridge (Selfridge, 1959; Selfridge y Neiser 1960). Según estos modelos
la percepción de la forma supone un procesamiento de alto nivel, pero este
procesamiento viene precedido por !a identificación de los rasgos elementales
o característica del estímulo. En lugar de existir una plantilla para cada forma,
se supone que existen multitud de miniplantillas para cada uno de los rasgos
fundamentales (línea vertical, horizontal, uniones en forma de T, curvas, án-
gulos). La representación almacenada en la memoria de una forma se compo-
ne de la multitud de rasgos que la diferencian de las demás. Por ejemplo, el
reconocimiento de la letra R vendría determinado por la localización de una
línea vertical de un rasgo curvo y de una línea oblicua.
Estos modelos de análisis de características tuvieron mucho éxito en psi-
cología y en ciencias de la computación a partir de !os trabajos en neurología
de Hubel y Wiesel (1959, I962). Estas investigaciones mostraron la existencia
de detectores de rasgos en la corteza visual del gato. Cada célula del córtex
visual parece poseer su propio campo receptivo, en el que responde óptima-
mente a determinadas características del estímulo que aparece en ese campo,
teniendo especial importancia la orientación del estímulo.
Los modelos de análisis de rasgos carecen de especificación sobre la orien-
tación de los mismos (Pinker, 1985). Este es un aspecto nada despreciable,
sobre todo cuando las formas visuales contienen los mismos rasgos colocados
en diferentes orientaciones. Estos modelos siempre se han utilizado para ex-
plicar el reconocimiento de letras del alfabeto, o estímulos muy sencillos en
los que únicamente es necesario especificar unos cuantos rasgos, pero no pue-
den explicar la gran cantidad y variedad de formas complejas que los huma-
nos podemos reconocer.
Figura 2.6. a) Los ordenadores pueden utilizar los sistemas de comparación de plantillas para
reconocer cheques bancarios o para identificar los productos disponibles para la venta. b) El
ordenador proporciona el precio correspondiente a cada producto identificado mediante
el código de barras.
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3.3. Modelos basados en descripciones estructurales
Existen otros modelos, mucho más sofisticados que explican el reconoci-
miento de formas recurriendo al almacenamiento en la memoria de descrip-
ciones estructurales. Una descripción estructural está formada por un con-
junto de proposiciones sobre una forma visual. Palmer (1975) ha definido las
descripciones estructurales como representaciones jerárquicas de conocimiento
organizado de manera selectiva. La representación de las relaciones entre las
diferentes partes es lo que diferencia a estos modelos de los anteriores. Para
reconocer un objeto es necesario reconocer tanto las partes que lo forman
como las relaciones existentes entre unas partes y otras del objeto.
El esquema de las representaciones estructurales puede aplicarse a objetos
reales. Un ejemplo lo tenemos en la representación de una cara humana como
propone Palmer (1975). En una cara, el tamaño, la posición y la orientación
de los ojos se especifican en relación a la localización, orientación y tamaño de
la cabeza. A su vez, las propiedades de la cabeza vienen determinadas por sus
relaciones con el cuerpo. Si queremos que las representaciones tengan un
mínimo de generalidad deberemos codificar las localizaciones y orientaciones
entre las partes, porque los parámetros absolutos varían cuando vemos un
objeto, en este caso una cara, desde diferentes posiciones. La Figura 2.7a)
muestra una posible representación estructural de una cara. La Figura 2.7b)
ilustra la codificación relativa de las relaciones espaciales entre las partes de la
misma. Los predicados de localización relativa aparecen representados en fle-
chas, los predicados de orientación relativa en valores en grados y predicados
de tamaño relativo en valores de razón.
La principal ventaja de las descripciones estructurales consiste en que di-
viden el proceso de reconocimiento de la forma visual en varios subprocesos más
sencillos, al representar las diferentes partes de un objeto o forma visual en
sus elementos independientes. Esta característica explica la habilidad del sis-
tema visual para dividir un objeto en sus partes correspondientes, lo mismo
que para reconocer un objeto cuando sus partes se han reorganizado de un
modo nuevo. El mayor problema de este enfoque es que no constituye una
verdadera teoría sobre el reconocimiento de la forma, sino que solo específica
su formato (Pinker, 1985).
3.4. El marco de referencia en la percepción de la forma
El concepto de marco de referencia fue utilizado por la psicología de la
Gestalt. Sin embargo, este concepto ha adquirido más importancia en las teo-
rías actuales sobre visión. Un marco de referencia es un sistema de coordenadas
espaciales centrado con el objeto, mediante el cual puede realizarse una des-
La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
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  • 1.
  • 2.
  • 3.
  • 4. EditorialFélix Varela © Mayra Manzano Mier (compiladora), 2006 © Sobre la presente edición: Editorial Félix Varela, 2006 ISBN 959-258-997-6 Primera edición: Editorial Félix Varela, 2006 Edición y corrección: Lic. Yamile Verdecia García Diseño interior, diagramación y realización de figuras: Arsenio Fournier Cuza Diseño de cubierta: Frank Herrera García Editorial Félix Varela San Miguel No. 1111 e/ Mazón y Basarrate, Vedado, Ciudad de La Habana, Cuba.
  • 5. 1 ÍNDICE Nota preliminar / 1 Capítulo 1 El problema psicológico de la percepción / 3 J. E. García-Albea Capítulo 2 Percepción y reconocimiento de patrones visuales y objetos / 27 S. Ballesteros Capítulo 3 La percepción del espacio / 50 M. Manzano Capítulo 4 Percepción del tamaño. Las ilusiones geométricas y las de tamaño / 67 M. Manzano Capítulo 5 Percepción del movimiento / 83 M. Manzano Capítulo 6 Selección de artículos interesantes / 102 ¿Existe la percepción sin la sensación? La percepción extrasensorial / 102 La adaptación sensorial / 110 La estimulación subliminal / 112 La percepción del dolor / 115 Música «satánica» / 118 ¿Todos sentimos del mismo modo el dolor? / 120
  • 6. 1 A partir de la adopción en las asignaturas I y II de Cognición y Compor- tamiento de la obra de Manuel de Vega Introducción a la Psicología Cognitiva como libro de texto, el tema de la Percepción quedó fuera de programa. Muchas pueden haber sido las razones, las de de Vega y las nuestras. En cuanto a las nuestras, erróneamente y con alguna dosis de ingenuidad, co- queteábamos quizás con la idea de que, en este terreno, el conocimiento gene- rado por las neurociencias sustituiría a ciencias que generan explicaciones molares referidas a conductas, pensamientos, acciones, esquemas mentales u otro tipo de conceptos, es decir, a la Psicología. Hoy, más maduramente, defendemos la idea de que no es posible estu- diar la percepción, ni siquiera en sus formas más groseras, sin una teoría psi- cológica de la percepción. Este libro pretende, muy modestamente, rescatar la Percepción como objeto de formación en nuestros alumnos. Para lograr este objetivo, nos hemos ayudado de libros redactados por un grupo de profesionales con erudición en la materia, los que han sido referenciados como corresponde. A ellos, acompañamos una serie de notas que no tienen su origen en investigaciones propias en esta área, sino que re- presentan un grupo de ideas que en su día, formaron parte de mis papeles de trabajo: resúmenes, planes de clase, etc., que elaboré al calor del estudio per- sonal sobre este apasionante tema. Estoy convencida de que en otras circuns- tancias que no fueran las presentes (la urgente necesidad de abrir espacio a este tema en un programa de por sí muy cargado), no merecerían ser someti- das a consideración del lector, al menos en su estado actual de elaboración. Con lo dicho anteriormente, casi sobra anotar que este libro no agota ni con mucho la riqueza de este campo, ni siquiera abarca todos los temas que en NOTA PRELIMINAR
  • 7. 2 mi opinión el psicólogo debe manejar como, por ejemplo, la percepción auditiva. El sesgo a favor de la percepción visual responde a que existe realmente lo que se llama «preponderancia visual». Esperamos que la comprensión de algunos principios de este campo de la percepción prepare al estudiante para adentrarse en otros sistemas preceptuales, si a ello lo llevan el interés científico o la nece- sidad profesional. Si realmente leer un libro es compartir mundos, ojalá los estudiantes puedan experimentar por sí mismos la fascinación que supuso mi reencuentro con ésta, una de las más antiguas áreas de la Psicología. MAYRA MANZANO MIER
  • 8. 3 Al enfrentarnos con el tema de la percepción, lo primero que puede lla- mar la atención, al menos desde nuestra condición de seres humanos «percep- tores», es que algo que normalmente resulta tan fácil, rápido y eficaz, algo que habitualmente se efectúa de forma tan espontánea y natural, constituya un problema en sí mismo y requiera una explicación. Por supuesto, una explicación que no venga ya dada por las ciencias de la naturaleza (que nos dicen cómo es el mundo que nos rodea) o, más en concreto, por la neurofisiología (que nos dice cómo funcionan los órganos sensoriales por los que captamos el mundo). En otraspalabras, el famoso «hombre de la calle» no se suele hacer problema de la percepción a no ser que le falten los estímulos o padezca algún tipo de déficit sensorial. La primera pregunta para el psicólogo que dice estar interesado por la percepción sería, por tanto, esta: ¿hay algo más que decir de ella que no sea una descripción de lo que estimula nuestros sentidosy de las reacciones de éstos ante dicha estimulación? Como es normal que ocurra, y ha ocurrido a menudo, las actitudes del hom- bre de la calle han traspasado el umbral de la ciencia psicológica, ejerciendo un influjo considerable. Es verdad que la psicología no ha dudado en considerar la percepción como uno de sus objetos propios de estudio, pero no siempre ha tenido claro qué debía decir sobre ella desde un punto de vista específicamente psicológico, sin reducir el discurso sobre la percepción a un discurso bien sobre la realidad o sobre el funcionamiento de los órganos sensoriales. Parece claro que la percepción puede ser estudiada desde diversos puntos de vista y, probablemente, la consideración de todos ellos sea importante a la hora de dar con una explicación cabal de la misma. Pero, por esto mismo, es EL PROBLEMA PSICOLÓGICO DE LA PERCEPCIÓN Capítulo 1 J.E. García-Albea Tomado de: JOSÉ E. GARCÍA-ALBEA: Mente y conducta-Ensayos de Psicología Cognitiva, Ed. Trotta, Madrid, 1993. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 9. 4 preciso delimitar, lo mejor posible, el tipo de problemas que interesan en cada caso. Veamos, pues, en qué sentido la psicología se interesa por la percepción. Para ello, consideramos oportuno distinguir el problema psicológico del pro- blema epistemológico, por una parte, y del problema fisiológico, por otra. 1. PERCEPCIÓN Y REALIDAD Como ya señalaba Kofka (1935), una de las confusiones más perjudiciales para la psicologíadela percepción hasido laquemezclael problemaepistemológico con el problema psicológico. Es verdad que para nuestra vida diaria, e incluso para que se produzca con éxito nuestra adaptación al medio, lo más importante es que nuestra percepción del mundo sea verídica. También es verdad, como se ha repetido tantas veces, que la percepción nos permite hacernos con la realidad y referirnos después a ella sin necesidad de que esté físicamente presente. Y es verdad, sin duda, que los problemas básicos de la filosofía del conocimiento, en torno a los cuales ha girado el debate entre racionalismo y empirismo, son los relativos al origen y la validez de nuestro conocimiento particular, el grado de confianza que podamos tener en lo que nos llega a través de los sentidos. Pero siendo todo ello cierto, el psicólogo no puede partir a priori de que tenga que serlo necesariamente, si es que quiere entender algo del por qué de hecho lo es. En caso contrario, la investigación psicológica de la percepción se vería indebidamente coartada por los apriorismos epistemológicos y caería en un providencialismo, o teleologismo, nada saludable para la ciencia. El hecho de que la mayor parte de las veces nuestra percepción del mundo sea acertada, nos sirva para la supervivencia y nos permita ser cons- cientes de lo que nos rodea (e incluso de nosotros mismo), es un resultado de cómo es y cómo funciona nuestro sistema perceptivo. El constatarlo así puede incluso ser importante para comprender dicho sistema a partir de sus productos, como en ciencia se llega tantas veces de los efectos a las causas. Sin embargo, son estas las que, en principio, determinan a aquellos y no al revés. Dejaría de ser neutral la explicación científica que en lugar de buscar los principios que regulan el funcionamiento de un sistema, y que le permi- ten conseguir determinados logros bajo ciertas condiciones, se dedicara a justificar dichos logros y la necesidad de alcanzarlos, para deducir así, de forma también necesaria, las propiedades que debe tener el sistema. Una vez más, la ciencia empírica, a diferencia de la especulación filosófica, se mueve en el ámbito de lo contingente y no de lo necesario. Quizá no sea ajeno a ello el saldo a favor obtenido por el punto de vista darwinista en su confrontación con el lamarckiano, tal y como ha puesto de manifiesto el desarrollo de la ciencia biológica. Es el organismo, gracias a sus propieda- des intrínsecas, el que tiene capacidad para realizar determinadas funcio- La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 10. 5 nes, y no es que la necesidad de realizar éstas, determine cómo deba estar constituido aquel. De lo contrario, ¿quién pondría límite a las necesidades que cabe atribuir a un sistema? Si la psicología pretende ser neutral, al estudiar la actividad perceptiva de los organismos, debe dejar en suspenso la cuestión epistemológica y confor- marse con caracterizar lo más fielmente posible las capacidades o mecanismos de los que depende dicha actividad. Una vez hecho esto, o independientemente de ello, se podrán analizar los resultados que el organismo obtiene, al percibir y sus implicaciones para la adaptación y la supervivencia. De este modo, es posi- ble incluso que se llegue a invertir los papeles y sea la solución del problema psicológico la que determine, en parte, la del problema epistemológico. No parece, al menos, que se haya avanzado mucho en la solución de este último ni con el apriorismo racionalista de que, frente al engaño a que en ocasiones nos someten los sentidos, lo que fundamenta la verdad de nuestro conocimiento son algunas supuestas ideas claras y distintas, ni con el apriorismo empirista de que la única fuente válida de conocimiento son los sentidos. Con respecto a ambas posturas, es interesante constatar que la psicología de la percepción pue- de tener algo que decir. La investigación sobre las ilusiones perceptivas (cf., por ejemplo, Robinson, 1972; Gregory, 1974; Frisby, 1979; Coren y Girgus, 1978) nos muestran que si padecemos ilusiones, no es porque nos engañe el dato sensorial, que es el que se encuentra en función de determinadas condiciones de estimulación (las dos líneas de la ilusión de Ponzo se proyectan en la retina como dos franjas de luminosidad iguales de tamaño, en correspondencia con la igual- dad de tamaño que en realidad tienen), sino porque la percepción está mediatizada por determinados procesos de inferencia, donde interviene otra información que aplica incorrectamente el sujeto y que no viene dada directa- mente en el estímulo (las distancias atribuidas a las dos líneas, inferidas a partir de las claves de perspectivas). Así pues, si padecemos ilusiones no es porque nos engañen los sentidos, sino porque la información no-sensorial utilizada no es la adecuada. Por otra parte, el estudio de las constancias (cf., por ejemplo, Day, 1969; Leibowitz, 1974; Rock, 1975, 1983; Epstein, 1977) nos muestra que cuando nuestra percepción es verídica, es decir, se ajusta a las propiedades reales del objeto (como por ejemplo, su tamaño), ello no es debido a que el dato senso- rial las trasmita de forma inequívoca (ya que este se ve afectado por todas las variaciones a que le someten las cambiantes condiciones de estimulación), sino porque la percepción, también en este caso, está mediatizada por determi- nados procesos de inferencia, por los que ahora el sujeto aplica correctamente la información con que ya cuenta, y que tampoco viene dada directamente en la impresión sensorial (por ejemplo, la relativa a la distancia que le separa del objeto). La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 11. 6 Nos encontramos así con una posible teoría de los mecanismos de la per- cepción que, libre de los apriorismos del racionalismo y del empirismo, nos permite explicar fenómenos que, aunque tengan consecuencias adaptativas tan distintas (y hasta opuestas), como son los de la percepción verídica y los de la percepción falsa (constancia e ilusiones), tienen un origen psicológico común. Como ya indicaba el mismo Koffka, «a las percepciones ilusorias no se les acordó el mismo rango que a las no ilusorias; aquellas presentaban un problema especial, mientras que la apariencia normal no presentaba ningún problema. Esta distinción entre dos tipos de percepción, normal e ilusoria, desaparece como distinción psicológica tan pronto como uno llega a tornarse enteramente consciente de la falacia que implica todo lo que pueda permane- cer como distinción epistemológica. Para cada cosa debemos plantear la mis- ma interrogante, «¿por qué se ve como se ve?», ya se vea «correcta» o «erró- neamente» (Koffka, 1935. Versión española de Ed. Paidós, p. 102). A la postre, este resultado contingente (las cosas podrían haber sido de otro modo) muestra asimismo unas claras implicaciones epistemológicas. Curiosamente, y de forma paradójica, cada una de las dos formas epistemológicas clásicas (racionalismo y empirismo) tenía razón, pero la tenía en aquello que su enfoque apriorístico no preveía e incluso rechazaba. Es verdad que no nos podemos fiar de los sentidos, pero en la medida en que los datos que estos registran son «mal interpretados» desde arriba. Es verdad que todo nuestro conocimiento del mundo se basa en los sentidos, pero en la medida en que los datos interpretados por estos son interpretados correcta- mente desde arriba. En ambos casos, en las constricciones derivadas del dato sensorial y del mecanismo de inferencia las que interactúan para producir un efecto u otro. Averiguar cuáles son esas constricciones y cómo se produce esa interacción es, precisamente, la tarea de la Psicología de la percepción. 2. PERCEPCIÓN Y SENSACIÓN Además de distinguir entre el problema epistemológico y el psicológico, conviene también salir al paso de la confusión que pudiera darse entre el problema psicológico y el fisiológico. Es verdad que la percepción se origina a partir de la interacción física/ fisiológica entre algún tipo de energía y alguna parte del organismo (los receptores sensoriales), y que toda la actividad perceptiva se realiza gracias a que el sistema nervioso está en funcionamiento. Sin embargo, eso no quiere decir que las leyes que gobiernan esa interacción y esa actividad neural ten- gan que ser las mismas que gobiernan el conocimiento perceptivo. Si bien la actividad de neurofisiología del organismo es una condición necesaria para que se dé la percepción, lo que caracteriza la percepción como actividad de La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 12. 7 conocimientono esun conjunto depropiedadesneurofisiológicas. Sencillamente,la neurofisiología no dispone del aparato conceptual o vocabulario explicativo ade- cuado para afrontar su estudio. Entender en qué consiste ver un árbol o reconocer una melodía no es algo que pueda conseguirse a base de explorar insistentemente los receptores sensoriales o el sistema nervioso. Es un problema de naturaleza dife- rente que hay que abordar desde una perspectiva diferente. En este caso, tiene razón Gibson (1966) cuando marca claramente las diferencias entre la explicación fisiológica —quese ocupa de losintercambios de energía—y laexplicación psicológi- ca —que se ocupa de los intercambios de información—. Como también tiene razón Marr (1982) cuando indica que del mismo modo que analizando las alas deun ave no llegaremos a entender su vuelo, por mucho que escudriñemos el funcionamien- todelasneuronasnolograremosavanzarenlacomprensióndelaactividadperceptiva del organismo, es decir, de cómo obtiene una representación de la realidad a partir de una impresión sensorial. Al igual que los requisitos epistemológicos han condicionado en ocasiones el estudio de la percepción, también éste se ha visto condicionado con frecuen- cia por los requisitos neurofisiológicos. Es posible que esto se haya debido a la necesidad de evitar el dualismo y buscar a toda costa las correspondencias entre los fenómenos psicológicos y los fisiológicos. Pero consideramos que es una constricción excesiva y también, como en el primer caso, un a priori con marcados tintes providencialistas. Desde una actitud neutral, habría que estar preparado a admitir que los principios que explican la percepción no tienen por qué ser los mismos que los principios que explican el funcionamiento del sistema nervioso. Como se puede observar, estas consideraciones pueden aplicarse a la ten- dencia un tanto frecuente de la psicología de buscar sus últimos argumentos en las ciencias más básicas. Tal fue el caso de las primeras teorías de la sensa- ción y el apoyo que buscaron en la Ley de la Energía Específica de las fibras nerviosas de J. Müller. Algo similar ocurrió en el desarrollo de la teoría del isomorfismo de la gestalt, en su afán por encontrar el fundamento último de las leyes de organización perceptiva; y tampoco se libró de ello el conductismo al recurrir a las propiedades del arco reflejo para justificar la utilización del modelo explicativo E- R. Incluso la Psicología Cognitiva puede caer en lo mismo, cuando piensa que sus problemas quedarán resueltos en cuanto se descifre el patrón de actividad de cada neurona (Barlow, 1972) y se consiga dar con el diseño del cerebro que buscaba Ashby (1952). En todos los casos anteriores, la Psicología se ha visto seriamente ame- nazada por una tentación reduccionista que podía limitar el entendimiento de los problemas que conciernen al estudio específicamente psicológico de la percepción. No cabe duda de que la colaboración interdisciplinaria de la Psicología y de la Neurofisiología puede llegar a ser muy provechosa, pero esta colaboración no implica reducción de una disciplina a la otra. Cada una La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 13. 8 tiene su propio nivel explicativo, se interesa por fenómenos distintos (cómo se transmite el impulso nervioso/cómo se percibe un árbol) y trata de descu- brir propiedades del sistema que son de naturaleza diferente. Los estados y procesos que distingue el neurofisiólogo se basan en las modificaciones de la energía; los estados y procesos que distingue el psicólogo se basan en algo más abstracto (aunque no por ello menos real), que es el intercambio de informa- ción. Y el hecho de que, en general, la transmisión de información se produz- ca físicamente —con el soporte de la energía— no implica que las propiedades que quepa distinguir en ellas se tengan que corresponder con las que caracte- rizan a ésta (Cf. Sayre, 1986, y los comentarios que siguen para un análisis más detallado de esta cuestión). Así pues, nos resistimos a aceptar que el lenguaje psicológico no sea más que una mera traducción (o façon de parler) del lenguaje neurofisiológico, o que la psicología tenga justificada una mera existencia provisional mientras evolu- ciona la neurofisiología (que, antes o después, llegaría a explicar todos los enig- mas). Los problemas con que se enfrentan son distintos, como es distinto el tipo de actividad del organismo que describe; en un caso, son acciones físicas y, en el otro, operaciones simbólicas. Utilizando una analogía (también empleada por D. Marr), del mismo modo que para entender en qué consiste sumar es preciso situarse en un nivel de abstracción que nos permita hablar de las propie- dades conmutativas, asociativas, etc., y no sirve hablar de las características particulares de aquello con lo que se suma (los dedos de la mano, un ábaco, o una calculadora de bolsillo), así también para entender la percepción es preciso situarse en un nivel de abstracción que nos permita hablar del cálculo de las representaciones que obtiene el sujeto al percibir sin que nos podamos confor- mar con la descripción de lo que hace el organismo mientras percibe. De todo ello se podría sacar dos conclusiones: por una parte, que la per- cepción, entendida como actividad de conocimiento (que es como suponemos que le interesa al psicólogo) requiere para su estudio un nivel de abstracción por encima del fisiológico, nivel de abstracción en que dicha actividad se con- sidere básicamente como una actividad de cálculo; y por otra parte, que la famosa distinción entre sensación y percepción podría quedar mejor definida si reservamos el primer término para designar las operaciones propias del nivel fisiológico, es decir, la actividad sensorial en su conjunto (desde la transducción periférica hasta la proyección y asociación cortical), y el segundo término lo empleamos para designar aquello que concierne al nivel cognoscitivo (o propiamente psicológico), es decir, al conjunto de procesos por los que el sujeto pasa de la impresión sensorial a la representación que finalmente se forma del medio que le rodea. Esta manera de presentar la distinción entre sensación y percepción puede parecer algo atípica, dada la práctica tradicional de utilizar dichos términos para designar distintos aspectos de la actividad cognoscitiva basada en los La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 14. 9 sentidos o, como se decía más clásicamente, para distinguir entre el conoci- miento de las cualidades primarias y el de las secundarias. En este sentido, la sensación nos proveía de los elementos básicos a partir de los cuales se podría elaborar la percepción. Esta última sería ya el conocimiento interpretado y con significado (y, por tanto, expuesto a error), mientras que la primera se limitaría a registrar pasivamente la realidad externa de forma necesariamente verídica. Ahora bien, tal como ya demostró la psicología de la gestalt y como ha puesto de manifiesto la crisis del neopositivismo, la distinción entre sensa- ción y percepción, en términos cognoscitivos, resulta bastante artificial y solo tendría sentido bajo el prejuicio empirista de que primero hay un cono- cimiento del dato puro (sin interpretar), al que después se le añade un signi- ficado. Frente a esto, la cuestión que se plantea es la de cómo se puede hablar de conocimiento sin incluir el significado y, por lo tanto, la interpre- tación. ¿Puede haber algún tipo de conocimiento, por muy elemental que sea, que no se refiera a «algo», es decir, que no sea intencional (en el sentido de Brentano)? Si el conocimiento que se origina en la actividad sensorial supone una relación intencional con el mundo a través de representaciones, ¿dónde debe situarse entonces la frontera entre sensación y percepción? Al prescindir de esta distinción dentro del ámbito psicológico, no se trata de ignorar los problemas de fondo que tradicionalmente se han planteado bajo cada uno de los epígrafes en cuestión, ni se trata de rehuir la tarea de establecer las distintas etapas o procesos que le permiten al organismo a perci- bir algo y tener conciencia de ello. Por el contrario, lo que se pretende con la forma de entender la distinción entre sensación y percepción que hemos pro- puesto, es delimitar el tipo de problemas que corresponden a cada nivel de explicación (el neurofisiológico y el psicológico) sin excluir sus posibles rela- ciones. Asimismo, se pretende que, una vez situados en el nivel psicológico, resalte con más claridad el problema fundamental que tiene que resolver el organismo cuando percibe y que es, a la postre, el problema con el que ha de enfrentarse el científico a la hora de tratar de explicar la percepción. En térmi- nos muy generales, ¿cómo a partir de una impresión sensorial se obtiene in- formación significativa sobre el entorno? O, por expresarlo de forma más enfática ¿cómo se pasa del caos de sensaciones a que está expuesto continua- mente el organismo al cosmos que finalmente percibe? Ya se puede suponer que la generalidad y la envergadura de estas pregun- tas llevará a plantear cuestiones más concretas y parciales, para responder a las cuales sería inevitable ir distinguiendo los componentes que configuran el sistema (o los sistemas) perceptivo (s) de que dispone el sujeto humano. Esto es lo que, en último término, pretende hacer la psicología del procesamiento de la información, que, sin necesidad de mantener la distinción entre percep- ción y sensación dentro del ámbito de lo cognitivo, ha considerado otras dis- La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 15. 10 tinciones como más relevantes (procesamiento guiado por los datos y guiado conceptualmente, procesos en serie y procesos en paralelo, procesamiento automático y controlado, encapsulado, no encapsulado, consciente e incons- ciente, etc.). Es posible que estas distinciones muestren, en algunos casos, un cierto grado de solapamiento con la distinción tradicional entre sensación y percepción. Pero lo más importante es que en todo caso, nos encontramos en un nivel psicológico de explicación, donde lo que interesa es ver cómo surge nuestro conocimiento del mundo a partir de la energía que incide sobre los receptores sensoriales. Y esto es, fundamentalmente, un problema de procesamiento de la información, mientras que las transformaciones que pueda seguir esa ener- gía y sus efectos sobre el sistema nervioso es un problema que hay que abor- dar a otro nivel. No hay necesidad, por ello, que tengamos que decidirnos por ninguna de las dos opciones a las que, de acuerdo con Boring, se llegó en el enfrentamiento de las primeras escuelas psicológicas: «en la psicología de la gestalt, la percepción ha absorbido a la sensación, mientras que en la psicolo- gía fisiológica la sensación ha absorbido a la percepción» (Boring, 1942, p.4). Si se quiere, nosotros podríamos añadir que desde la fisiología todo es sensa- ción, en la medida en que es imprescindible la actividad sensorial para que se dé un acto perceptivo, mientras que, desde la psicología, todo sería percep- ción, en la medida en que dicha actividad sensorial, considerada como activi- dad de conocimiento, ha de ser descrita en términos de representaciones y de operaciones formales (cf. García-Albea, 1986, donde ya se exponía esta ma- nera de entender la distinción entre sensación y percepción). Insistimos en que no es un problema terminológico el que aquí nos interesa, sino un proble- ma conceptual, donde independientemente de los nombres que se utilicen, lo importante es distinguir entre los dos niveles de explicación necesarios para describir la actividad del organismo en sus relaciones con el medio. 3. LA TRANSDUCCIÓN SENSORIAL Y EL ESTÍMULO DE LA PERCEPCIÓN Como ya se ha indicado, la distinción entre estos dos niveles de explica- ción no impide (e incluso exige) que tratemos de establecer alguna conexión entre ellos. La clave de esta conexión va a estar precisamente en la transducción sensorial, componente causal de la experiencia perceptiva que, como ha seña- lado Pylyshyn (1984), constituye el puente entre lo físico y lo simbólico. La transducción sensorial es, de por sí, un proceso neurofisiológico en el que se produce una interacción física entre el medio y el organismo; pero a la vez es el proceso por el que la energía del medio se convierte en estímulo o señal para el organismo. Si para que se pueda percibir algo es necesario que se dé dicha transacción de energía, si no hay otra forma de recibir estimulación La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 16. 11 más que por los receptores sensoriales, habrá que ver cómo esa estimulación sensorial se convierte en estímulo efectivo para la percepción. El estudio de la transducción sensorial está, pues, estrechamente ligado a la noción de estímulo. Sin embargo, son bien sabidos los problemas que ha planteado esta noción en psicología, sobre todo a raíz de la insistencia del conductismo en explicar la conducta mediante el esquema E_R. También es sabido que gran parte de los ataques dirigidos contra el conductismo se han basado precisamente en la necesidad de una definición independiente de los términos «estímulo» y «respuesta», con el fin de evitar la circularidad. En principio, y para contrarrestar dichos ataques, el conductismo podía apelar a una descripción física de dichos términos y dedicarse al estudio de las relaciones funcionales que se puedan dar entre lo que ellos denotan. Pero con esto el problema se convierte ahora en cómo entender la relación fun- cional (no física) cuando se prescinde por completo del sistema de creencias, capacidades, objetivos, etc., del sujeto de la conducta y se quiere mantener, sin embargo, un nivel de explicación distinto al neurofisiológico. Parece cla- ro que no quedaba más salida que introducir al «sujeto psicológico» en el esquema E_R y considerar su papel en las relaciones que se puedan estable- cer entre estímulos y respuestas. En este sentido, el estímulo sería estímulo de la conducta en la medida en que está cargado de significación para el sujeto y la respuesta se podría considerar de un determinado tipo en la me- dida en que fuera el resultado de procesos internos al sujeto (planificación, organización, control, etcétera). Ahora bien, aquí no se acaban los problemas, ya que, como ha señalado el profesor Yela (1974), podemos caer en otro tipo de circularidad distinta, por la que vuelva a quedar en entredicho la utilidad del concepto de estímu- lo para la Psicología. Dicho en pocas palabras, lo que se cuestiona ahora es si, aún admitiendo la necesidad de apelar al sujeto psicológico (y a su activi- dad mental) para explicar la conducta, tiene todavía sentido intentar algún tipo de caracterización independiente del estímulo. A este respecto, creemos que caben dos alternativas y que ambas van a afectar a la manera de enten- der el papel de la transducción sensorial en la percepción. Por una parte se puede prescindir de la descripción física del estímulo como irrelevante para la percepción, optando por una descripción más funcio- nal (por ejemplo, ecológica), en la que destaquen aquellos rasgos que van a ser útiles para la adaptación del organismo al medio. Según esto, toda la informa- ción que se trata de adquirir en la percepción viene ya dada en el estímulo, y al sujeto no le queda más que buscarla y extraerla. Habría, pues, que distin- guir entre el estímulo-energía (que sería el que actúa sobre los receptores sen- soriales) y el estímulo-información (que son las propiedades funcionales del medio que capta directamente el organismo). Se admite que debe darse una correspondencia entre las características invariantes del flujo energético al que La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 17. 12 están expuestos los receptores sensoriales y las propiedades permanentes del medio que se perciben. Sin embargo, la actividad de aquellos es, en principio, independiente de la actividad perceptiva por la que el organismo, como un todo, capta la información. La información viene dada por el patrón estimular y el organismo responde a ella (o «resuena» o «sintoniza» con ella) de forma directa. En este sentido, más que hablar de transductores sensoriales propios de cada tipo de energía, habría que hablar de un mecanismo general de transducción de información que sería el organismo en su totalidad. Como ya se habrá podido adivinar, esta es la opción que ha mantenido James Gibson con su enfoque ecológico de la percepción, desarrollado amplia- mente a través de su obra (p. ej., Gibson, 1950, 1966, 1979) y con el que promete «simplificar la Psicología haciendo desaparecer los antiguos enigmas» (Gibson, 1979, p. 304). Interesa notar que la propuesta de Gibson, aun cuando muy influida por la psicología de la gestalt, se encuadra sobre todo en un intento de salvar al conductismo enriqueciendo la noción de estímulo. Como él mismo hace notar en su famoso artículo sobre el concepto de estímulo en Psicología: «la teoría de la percepción directa…, en caso de que tenga éxito, proporcionará una base sólida para una Psicología E_R, que, de otra forma, parece estar hundiéndose en el lodazal de las variables intervinientes» (Gibson, 1960, p. 694). Por lo de- más y como el mismo Gibson ha recalcado en su última obra (Gibson, 1979), la teoría de la extracción directa de información se propone como una alternativa a las concepciones usuales de la percepción, incluida la del procesamiento de la información. Se destaca el papel del sujeto como activo buscador de informa- ción, pero una vez que ésta se hace presente, se descarta cualquier tipo de opera- ción mental, proceso o representación: al sujeto le basta con captarla. Es verdad que se puede aprender a percibir (un tipo de aprendizaje al que, según Gibson, el conductismo debía haber prestado mayor atención), pero no por la interven- ción de la memoria o por el desarrollo de unas determinadas categorías perceptivas, sino por la mejor utilización de los mecanismos básicos de orienta- ción, que le permiten al sujeto descubrir más información en el medio. Tanto J. Gibson, como su esposa, Eleanor Gibson, han puesto suficiente énfasis en mos- trar cómo su teoría del aprendizaje receptivo «por diferenciación» es compatible con las teorías del condicionamiento (tanto clásico como operante), sirviendo de manera única para completarlas (Gibson y Gibson, 1955; J. Gibson, 1966; E. Gibson, 1969). La otra alternativa en el intento de caracterizar de forma independiente el estímulo se basaría simplemente en mantener la descripción física del mismo hasta el momento en que se ponen en marcha los mecanismos perceptivos que serían de carácter fundamentalmente simbólico-conceptual. Consistiría en tomarse en serio la única descripción normal que, independientemente del sujeto, puede convenir al medio que le rodea y a la acción de este sobre aquel. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 18. 13 Es verdad que si la energía física es estímulo para el organismo, en el sentido en que provoca en este algún tipo de respuesta, cualquier cambio en el pa- trón de energía no llevará consigo, necesariamente, un cambio en el patrón de respuestas (al menos de las que el psicólogo considera relevantes). Pero eso es precisamente lo que se trata de resolver recurriendo al «sujeto psicoló- gico» para explicar la conducta. No se trata de caracterizar el medio, o los estímulos, de la mejor manera que convenga al sujeto (si queremos evitar el providencialismo al que ya nos hemos referido anteriormente), sino de ca- racterizar al sujeto teniendo en cuenta lo que, en rigor (es decir, desde un punto de vista físico/fisiológico), recibe del medio y lo que finalmente pro- duce. De esta manera, el estímulo podrá ser considerado como el input que recibe el sujeto a partir de la transducción sensorial de la energía del medio. Si dicho input ha de tener una función significativa en la conducta del orga- nismo, será porque éste lo dote de significación, es decir, le confiera un estatus simbólico o representacional. Así es como el estímulo será informativo para el organismo en el sentido funcional del término. Desde este punto de vista, es importante especificar qué es lo que propia- mente le proporciona la transducción sensorial al sistema perceptivo, o en otras palabras qué es lo que, en sentido estricto, capta directamente el organis- mo del medio, cuáles son los patrones de energía, distribuidos espacio-tempo- ralmente, a los que reaccionan los sistemas sensoriales. No se trata, pues, de empobrecer arbitrariamente la descripción del estímulo, sino de ver cuáles son sus características efectivas para los receptores sensoriales y tratar de com- prender cómo, a partir de ellas, el sujeto percibe el mundo de la forma en que lo percibe. Se trata de enfrentarse de lleno con la distinción entre estímulo «proximal» y estímulo «distal» y de ver cómo a partir del primero (el que directamente incide sobre los receptores y al que estos reaccionan fisiológicamente) se llega al segundo (lo que finalmente se percibe). Para resol- ver esta cuestión, sin caer en un paralelismo psicofísico ni en un realismo ingenuo, se tendrá que recurrir a las estructuras cognitivas del organismo, por las que, a partir de la entrada sensorial y a través de toda una serie de opera- ciones de cálculo, se van haciendo explícitas las propiedades que, si se quiere, estaban potencialmente en el estímulo pero que no son efectivas hasta que no las formaliza el sistema y las utiliza, junto a otra información de la que ya dispone, en la construcción de una representación fiable del medio que le rodea. Esta segunda alternativa es la que adopta el enfoque del procesamiento de la información, que, por una parte, enlaza con la tradición que arranca de von Helmholtz y, por otra parte, se sirve de las aportaciones de las ciencias de la computación para tratar de operativizar al máximo la formulación de teorías psicológicas sobre la percepción. Un buen exponente de esto último, en el ámbito del procesamiento «temprano» de la señal visual, nos lo ofrece David La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 19. 14 Marr (1982). Para este autor, «la visión es un proceso que, a partir de imáge- nes del mundo externo, produce una descripción que es útil al observador y que no está enturbiada por información irrelevante… Todo proceso puede ser considerado como el paso de una representación a otra, y en el caso de la visión humana no hay duda de cuál es la representación inicial: consiste en la distribución de valores de intensidad de la imagen tal y como son detecta- dos por los fotorreceptores de la retina» (Marr, 1982, p. 31). No vamos a detenernos aquí a analizar la controversia entre el enfoque ecológico y el del procesamiento de la información. Nos remitimos a las fuen- tes originales de la polémica (Gibson, 1979; Ullman, 1980; Fodor y Pylyshyn, 1981; Turvey, Shaw, Reed y Mace, 1981), así como a los intentos por reconci- liar ambas posturas (Neisser, 1976, 1984; Brown, 1984; Bruce y Green, 1985; Gardner, 1985). Nuestro punto de vista a favor del enfoque del procesamien- to de la información lo hemos desarrollado con más detalle en un trabajo anterior (García-Albea, 1986) y solo pretendemos, en esta ocasión, añadir un par de observaciones sobre el tema que nos ocupa. En primer lugar, la crítica que se pueda hacer a Gibson no es óbice para que se admita la importante contribución de este autor a la psicología de la percepción, sobre todo a través de su obra de 1966 (The Senses Considered As Perceptual Systems). Gibson establece con claridad las distinciones pertinentes entre estimulación proximal y estimulación distal, entre el nivel neurofisiológico y el psicológico, y acierta a plantear los problemas centrales con que se enfrenta el psicólogo de la percepción, teniendo en cuenta las constricciones naturales que le impone el medio al organismo. Como reco- noce el mismo D. Marr, «la importante contribución de Gibson consistió en alejar el debate (sobre la percepción) de las consideraciones filosóficas sobre los datos sensoriales y las cualidades afectivas de la sensación, y observar en cambio, que lo importante acerca de los sentidos es que son canales para la percepción del mundo exterior... Así pues, planteó la cuestión decisiva: ¿cómo se obtienen percepciones constantes en la vida cotidiana a partir de sensacio- nes continuamente cambiantes? Esta es exactamente la cuestión apropiada, lo cual muestra que Gibson consideró correctamente el problema de la per- cepción como el de recuperar de la información sensorial las propiedades «válidas» del mundo externo» (Marr, 1982, p. 30). En segundo lugar, el punto fundamental de desacuerdo con Gibson se podría resumir en que deja sin especificar la noción de «extracción directa de las invariantes», con lo cual la solución que intenta con respecto a los proble- mas planteados es insatisfactoria. Lo que tratan de demostrar Fodor y Pylyshyn (1981), en su crítica a Gibson, es precisamente esto: si no se especifica qué es lo que, en rigor, capta el organismo directamente del medio, el problema de la percepción se trivializa de tal forma que pierde todo su contenido (se recono- ce un cuadro de Da Vinci cuando se capta la invariante de «haber sido pintado La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 20. 15 por Da Vinci»). En la medida en que se constriñe la noción de extracción directa ( y para ello hay que recurrir, en último término, a la transducción senso- rial), es fácil comprobar que el resultado de la percepción está mediatizado, en la mayor parte de los casos por procesos de inferencia (los fenómenos de la cons- tancia y las ilusiones son, de nuevo, los ejemplos más claros a este respecto). Como señala D. Marr a continuación de la cita anterior, «aunque se puedan señalar ciertos fallos en el tipo de análisis que hace Gibson, su fallo principal, y en mi opinión fallo decisivo, se encuentra en un nivel más profundo y resulta de no haber atendido a dos cosas. Primero, que la detección de invariantes físicas, como las superficies de la imagen, es justamente un problema de procesamiento de la información. Y en segundo lugar, que (Gibson) subestima enormemente la gran dificultad de tal detección» (Marr, 1982, p. 30). Gibson, inspirado en la gestalt, parte de un concepto holístico de la estimulación, susceptible de una descripción estructural y significativa. La principal diferencia con la gestalt radica en que ésta sitúa dicha descripción en el output de la actividad perceptiva y Gibson la coloca en el input. Además, la gestalt da cuenta de ella mediante las leyes de organización perceptiva y Gibson mediante las leyes de la óptica ecológica. Sin embargo, las semejanzas entre ambas posturas vuelven a aparecer cuando la gestalt recurre a la teoría del isomorfismo para explicar la actividad perceptiva y Gibson habla de la extrac- ción directa de invariantes. En ambos casos la noción de transducción senso- rial es tan amplia (y difusa) que el resultado de la percepción queda sin expli- car satisfactoriamente. Y también en ambos se ha simplificado sobremanera el problema de la percepción, postulando una correspondencia directa y biunívoca entre el input y el output del proceso perceptivo. Es verdad que, en términos generales, el producto de la percepción es una estructura global con significa- do (o, si se quiere, una «Gestalt»), y de ello es testigo nuestra experiencia consciente. Sin embargo, la cuestión está en descubrir el origen de esa expe- riencia (los procesos que han dado lugar al producto) y, a no ser que se com- parta el prejuicio del mentalismo primitivo (mental = consciente), no hay por qué excluir la explicación que parte de una representación más rudimentaria del input (seguramente inconsciente y ligada a las características físicas a las que responden los transductores específicos). Gibson y los psicólogos de la Gestalt acertaron en plantear los problemas centrales de la psicología de la percepción, pero, curiosamente, a la hora de proponer una solución se salie- ron de la Psicología, el primero hacia la ecología y los segundos hacia la neurofisiología. Así pues, y como consecuencia de todo lo anterior, se podría afirmar que el tomarse en serio el nivel de descripción física del estímulo y el nivel de la transducción sensorial es lo que lleva a la necesidad de postular un nivel dis- tinto de explicación (llámese computacional/representacional o, simplemente, del procesamiento de la información) para dar cuenta de los logros perceptivos del La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 21. 16 organismo. En este último nivel es dondese mueve propiamente la psicología de la percepción, y es en él donde habrá que identificar las capacidades perceptivas básicas del organismo y caracterizar su funcionamiento. 4. EL ANÁLISIS DE LOS FENÓMENOS PERCEPTIVOS De lo expuesto hasta ahora se puede concluir que el psicólogo se hace pro- blema de la percepción en la medida que ésta constituye un problema para el organismo. El hecho de que, en líneas generales y en la mayoría de los casos, éste lo resuelva con éxito (y el éxito de su adaptación al medio puede ser toma- do como un primer criterio de ello), no debe hacernos subestimar la envergadu- ra y complejidad de dicho problema: cómo obtener una representación fiable del medio a partir de la acción física que este ejerce sobre el organismo. En todo caso, debería llevarnos a sospechar que el organismo tiene que disponer de un sistema de resolución de comparable envergadura y complejidad. Ahora bien, con ser tan importante, la tarea del organismo se limita a percibir el mundo, a hacerse con la realidad, sin tener que dar cuenta de cómo lo hace. El psicólogo, siempre situado un «meta-estado» al menos por encima del organismo (que también es), sí se enfrenta con esta tarea adicional. Y al parecer, por lo que muestra la historia del pensamiento, no resulta especial- mente fácil. Dentro del tono «problemático» que venimos adoptando en este capítulo, podríamos preguntarnos ahora: ¿cuáles son, pues, los problemas con que se enfrenta el psicólogo al estudiar la percepción? Desde la perspectiva del procesamiento de la información, la mejor forma de entender el problema de la percepción y de ponerse en disposi- ción de abordarlo es considerando el input y el output del proceso perceptivo. Si lo que buscamos finalmente es una función que relacione este con aquel, habrá que enfrentarse primero con la tarea de ver cómo se puede acceder a cada uno de ellos por separado y cuál es la mejor forma de caracterizarlos. Se trata, pues, de identificar las unidades de análisis del fenómeno perceptivo y de encontrar el vocabulario descriptivo adecuado. 4.1. El acceso al input perceptivo Ya hemos insistido suficientemente en la importancia que tiene el estudio de la transducción sensorial para la determinación del estímulo que pone en marcha la actividad perceptiva. Convendría, sin embargo, añadir que dicho estudio no es tarea fácil. Se trata nada menos que de establecer el punto de conexión entre lo físico y lo mental, y ello requiere, como mínimo, que se produzcan dos tipos de transformaciones o correspondencias: la que va de la La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 22. 17 energía física del medio a la reacción fisiológica del organismo, y la que va desde aquí hasta la representación primaria del medio con la que se va a operar en el proceso perceptivo. Esto último, conviene no olvidarlo, es lo que hemos considerado input del proceso perceptivo. Dicho input es, pues, de carácter simbólico, lo cual le permite ser objeto de las operaciones de cálculo que genere el organismo; y, a la vez, y como todo símbolo, tiene un contenido referencial que, en este caso, está constituido por aquellas propiedades físicas del medio que son «señalizadas» por la respuesta fisiológica y son computacionalmente relevantes (véase, al respecto, la importante distinción entre «señales» y «códigos» que propone Uttal, 1967, para distinguir estos dos aspectos). Por consiguiente, para que el estímulo externo (un determinado patrón de energía) se convierta en estímulo efectivo del proceso perceptivo, tiene que ser primero un estímulo de los receptores sensoriales y, en segundo lugar, tiene que ser objeto de un proceso de codificación. La insistencia en distinguir estos dos aspectos no es gratuita, ya que es lo que justifica, en el fondo, la necesidad de establecer dos niveles distintos e irreductibles para explicar los fenómenos (el de la neurofisiología y el de la psicología, o si se quiere, el de la sensación y el de la percepción, en el sentido ya expuesto). Ahora bien, en este punto concreto, la relación entre ambos aspectos es de fundamental im- portancia, tanto para mantener una explicación causal de la percepción como para entender la conexión entre el contenido de nuestra percepción y la reali- dad externa. Es justamente por ello por lo que en el estudio de las fases iniciales del proceso perceptivo cumplen un papel decisivo los datos aporta- dos por la neurofisiología sensorial y por la psicofísica. Estas dos disciplinas, pertrechadas de un gran equipamiento instrumental y metodológico, han estado llamadas a entenderse y complementarse. El ejem- plo más característico es quizá el que se refiere al estudio de los mecanismos básicos de la percepción del color. El conflicto entre las teorías pioneras de H. von Helmoltz y E. Hering (cf. Boring, 1942), basadas fundamentalmente en diversas clases de datos psicofísicos, se ha visto resuelto por el apoyo empíri- co prestado por los datos neurofisiológicos, al comprobarse que ambas teo- rías son compatibles en la medida en que apliquen a distintas fases de su transducción sensorial (cf. Hurvich y Jameson, 1957; De Valois, 1960; Wald, 1964; De Valois y De Valois, 1975). Fue precisamente en el campo de la percepción del color donde ya Thomas Young (1802), había anticipado la idea de que hay distintas estructuras en el sistema visual que responden a diferentes longitudes de onda, idea que, como se puede comprobar, no dista mucho de la noción de canal sensorial, que tanta importancia está teniendo en las investigaciones más recientes sobre los procesos de transducción. A este respecto, el desarrollo de las técnicas psicofísicas y su aplicación en condiciones de adaptación selectiva (p. ej. Gilinsky, 1968), enmascaramiento (p. ej. Campbell y Kulikowsky, 1966) o La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 23. 18 superposición (p. ej. Graham y Nachmias, 1971) han permitido avanzar en la identificación de dichos canales sensoriales, sobre todo en el campo de la visión, en convergencia con técnicas de registro electrofisiológico de los pa- trones de actividad neuronal (Hubel y Wiesel, 1962; Uttal, 1973; Campbell, 1974; Robson, 1975, etcétera). La necesidad de complementar los datos neurofisiológicos con los psicofísicos se pone de manifiesto al advertir las limitaciones que tiene cada tipo de datos cuando se toma por separado. Las técnicas neurofisiológicas, sin contar con que su aplicación suele estar restringida a especies inferiores, nos dan una visión incompleta del problema de la transducción sensorial, ya que como hemos indicado repetidamente, no entran en la esfera de lo simbólico y se circunscriben al nivel de la explicación fisiológica. Permiten comprobar las dimensiones y características de la estimulación a las que reaccionan las distintas estructuras de los sistemas sen- soriales, definiendo por tanto el ámbito potencial de la transducción, pero sin decirnos todavía cuáles serán las que entren en el proceso perceptivo. Como señala Pylyshyn (1984), «el mero hecho de que se pueda mostrar que un organismo responde neurofisiológicamente a cierta propiedad física del estímulo como, por ejemplo, la longitud de la onda, no significa que dicha propiedad sea cognitiva o computacionalmente relevante» (p. 172). Por otro lado, aunque las técnicas psicofísicas pueden contribuir a resolver estas dificultades, tienen la limitación de contar con respuestas «finales» del organismo como un todo. En este sentido, sólo indirectamente y de forma tentativa nos pueden permitir identificar los resultados de la transducción sen- sorial y, por lo tanto, el input del proceso perceptivo. Toda la evolución de la psicofísica (desde Fechner a Stevens), incluidas las aportaciones de la teoría de detección de señales (Tanner y Swets, 1954; Swets, Tanner y Birdsall, 1961; Green y Swets, 1974), han tenido siempre el mismo objetivo: identificar las uni- dades básicas de la experiencia sensorial y mostrar su correspondencia con de- terminados parámetros físicos de la estimulación, tratando a la vez de controlar la influencia, en las respuestas externas que se le piden al sujeto, de todos aque- llos factores ajenos a la sensibilidad propiamente dicha. Sin embargo, todavía sigue existiendo el problema de que, para que el sujeto responda a las tareas de detección a que se le somete, es preciso que sea consciente de la presencia del estímulo. En este sentido y aun cuando consiguiéramos controlar los demás factores, la respuesta externa estaría directamente asociada al output del proceso perceptivo, pero podría ocurrir que lo que en este caso nos interesa (es decir, el input) no tuviera que atravesar los umbrales de la conciencia. Si, como veremos a continuación, las dificultades para acceder al resulta- do de la percepción se basan en que es un evento privado, no accesible a la observación pública, el problema del input es, además, que puede que tampo- co sea accesible siquiera a la observación privada. Y aquí es donde, una vez La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 24. 19 más, tocamos fondo si mantenemos que el único criterio para admitir eventos mentales es que sean conscientes. La liberación de este requisito va a suponer, por tanto que la caracterización del input habrá de ser tentativa y deberá ser contrastada con datos empíricos convergentes de tipo neurofisiológicos, psicofísicos y conductual. Ello va a requerir, además, que se siga avanzando en el análisis del patrón estimular, en conexión con la transducción sensorial, y siempre dentro de los márgenes de la neutralidad, si el estímulo ha de ser lo que ponga en marcha la actividad perceptiva, no conviene olvidar la observa- ción elemental de que ha de consistir en algo que todavía no haya percibido el sujeto. Dentro de dichos márgenes es como se pueden valorar las descripcio- nes que se han propuesto del estímulo en términos de la teoría de la informa- ción, tanto en sus versiones más estrictas (Attneave, 1954) como en las más laxas ( Garner, 1962; Dretske, 198; Cohen y Feigenbaun, 1982), así como las indudables aportaciones de Gibson en lo que respecta a la caracterización del patrón óptico para la visión. 4.2. El acceso al output perceptivo Por lo que respecta al análisis del output perceptivo, lo primero que hay que señalar es que la identificación del mismo depende, en gran medida, de cómo acotemos el ámbito de la percepción. Probablemente, no se trata de una cues- tión de todo o nada, donde sea fácil situar las fronteras que delimitan el proceso perceptivo. Por un lado, porque ello supondría disponer ya de una teoría firme- mente establecida de la percepción; y, por otro lado, porque, suponiendo un mínimo de continuidad en la actividad cognoscitiva, lo que pueda constituir el producto final de la percepción va a estar expuesto a la interacción con los demás conocimientos del sujeto. El problema con el que nos enfrentamos ahora es el de ver cómo se puede constreñir el output del proceso perceptivo de forma que, por un lado, mantenga todavía una determinada conexión con el dato sensorial y que por otro, admita descripciones de alto nivel que lo hagan servir para funcionamiento de la activi- dad cognitiva superior. Se trata de dar con algún criterio que nos permita deci- dir en qué sentido se pueden considerar como resultados perceptivos aspectos tan variados como la forma o el tamaño de un objeto, el objeto mismo o su distancia con respecto a otros. Asimismo, cabría preguntarse hasta que punto lo que se percibe, en el área auditiva, son tonos, compases, melodías o sinfonías enteras; y del mismo modo en el caso del habla, en qué medida lo que se llega a percibir son meros rasgos acústicos o también palabras y frases; qué es lo que en realidad se percibe al oler una rosa, al comer una manzana, al acariciar a un niño, al quemarse un dedo o al subir en la montaña rusa; en qué sentido se puede hablar de la percepción del ambiente, de las personas, del espacio y el tiempo, La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 25. 20 o, para el caso, de las mesas y árboles; que se percibe cuando presenciamos un accidente, leemos en el periódico una noticia, miramos a la estrella polar, o contemplamos una célula por el microscopio. Antes de seguir conviene señalar que no vamos a entrar aquí en un análi- sis lingüístico de las expresiones en que se puede usar el verbo percibir o sus asociados. Como ya hemos hecho notar en otra ocasión, no son las cuestiones sobre el uso lógico del lenguaje las que más interesan al estudio empírico de la percepción. Tampoco vamos a detenernos por el momento en la discusión sobre el sentido literal o figurado de dichas expresiones, aun cuando reconoz- camos el interés que tiene el estudio de la función metafórica para entender mejor las relaciones entre percepción y lenguaje (cf. Johnson y Malgaday, 1982). Lo que importa resaltar ahora es que, en todos los ejemplos anteriores, el sujeto está ante la presencia de algo, realiza una actividad sensorial y llega a un determinado conocimiento de la realidad. Dejando a un lado la experien- cia afectiva o emocional concomitante que ello le pueda producir (a la que no queremos por ello restar importancia), lo primero que se observa en el ámbito cognoscitivo es que la información obtenida en cada caso puede variar en torno a diferentes parámetros, tales como: el grado de especifici- dad, la relativa independencia con respecto a las propiedades físicas del estímulo o a las características propias de una u otra modalidad sensorial, la accesibilidad a la conciencia del sujeto, su dependencia con respecto a otros conocimientos de los que este disponga, así como sus posibles efectos sobre la conducta manifiesta. El establecimiento de estos parámetrosde variación no ayuda mucho a marcar los límites del proceso perceptivo sino, más bien, todo lo contrario. Pero a pesar de ello, sí puede contribuir a un mejor entendimiento del problema de la percep- ción, haciendo ver la necesidad de postular un continuo de procesamiento de la señal sensorial, donde lo importante será comprobar si podemos distinguir dis- tintos niveles en dicho procesamiento que se correspondan con los distintos niveles de descripción de que es susceptible, en principio, el output de la percep- ción. Si cuando tratábamos de poner constricciones sobre el input, y pese a las dificultades que comentábamos, teníamos el recurso de la transducción senso- rial, ahora vamos a tener que movernos en el terreno más incierto, en el que será inevitable poner conexión a la actividad perceptiva con las estructuras cognitivas del sujeto. Por muy elemental que sea la representación que se obten- ga del medio al percibir, deberá tener un contenido o significado (es decir, hacer referencia a algo), y esto solo lo consigue un sistema intencional (en el sentido de Brentano) que determina la extensión de lo referido mediante la intención caracte- rística de la representación. Si la significación es algo inherente a las funciones cognoscitivas del ser humano y la percepción es ante todo una función cognoscitiva, se sigue que todo resultado perceptivo debe llevar impresa una significación. En este senti- do, percibir es siempre un percibir-como o percibir-que, por muy elemental que La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 26. 21 sea la descripción que pueda ir a continuación de cada uno de estos conectivos. Todo logro perceptivo, en la medida en que se refiere a unos aspectos de la realidad y no a otros, que permite distinguir unas cosas (propiedades, objetos, eventos) de otras y, sobre todo, que sirve de base para la fijación de las creen- cias (sobre cómo es el mundo que nos rodea), es algo cargado de significado. De esta forma y a pesar de toda la borrosidad que aun le pueda quedar al concepto, parece que el hecho de tener un significado distal podría constituir un criterio adecuado para determinar el output del proceso perceptivo. Y ello sin olvidar dos cosas: que, como tal output, debe mantener una cierta conexión con el input; y que dicho significado nos interesa, desde el punto de vista psicológico, en cuanto a que está representado en la mente del sujeto. Esta caracterización del output de la percepción nos puede servir, asimis- mo, para examinar ya algunas de sus implicaciones metodológicas. En primer lugar, por lo que a la utilización del método introspectivo se refiere, conviene señalar que, a pesar de todas las críticas que se le han hecho, mantiene su vigencia en el estudio de la percepción (como en el de toda la vida mental). Hasta ahora, el conocimiento que el sujeto adquiere del mundo que le rodea a través de la percepción puede acabar siendo, en un momento u otro, un conocimiento explícito y consciente. En este sentido, y aunque solo sea en el nivel individual, los datos de la conciencia son el testimonio más directo de lo que se ha percibido. Si además el sujeto cuenta con algún medio de comunicación (como puede ser el lenguaje) que le permita trasmitir su experiencia perceptiva, en las condiciones determinadas por el investigador, no habría razón alguna para negarse a usar esos datos. Del mismo modo que, en su momento, nos enfrentamos al prejuicio de que mental y consciente fueran términos sinónimos, ahora debemos manifes- tar nuestro desacuerdo con el prejuicio de que los datos procedentes de la introspección sean, por principio, desechables. En todo caso, lo que sí cabría indicar es que son unos datos más a disposición del investigador y que, en cuanto a estos, deben ser interpretados o explicados a la luz de una teoría de los procesos mentales. En este sentido, lo que no se puede pretender es que, por mera introspección, el propio sujeto descubra dicha teoría (al menos y discúlpese la ironía, sí creemos que la Psicología tiene todavía algo que decir al hombre de la calle). Por otra parte y aun cuando se utilicen tareas experimentales que no re- quieren la introspección en sentido estricto, casi siempre es preciso contar en ellas con la experiencia consciente del sujeto. De hecho, el supuesto de la colaboración consciente del sujeto honesto está implícito en la gran mayoría de las tareas experimentales de la investigación psicológica. En el caso de la percepción, la importancia de dicho supuesto es bien patente, ya se puede uno imaginar lo difícil que sería descubrir las funciones psicofísicas, estudiar las ilusiones perceptivas, las figuras ambiguas o los postefectos, abordar los temas La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 27. 22 del conocimiento o de las constancias, etc., sin recurrir a lo que el sujeto perci- be conscientemente y de una forma u otra, nos comunica. Ahora bien, el hecho de que las respuestas dadas en una tarea hayan teni- do que pasar por el filtro de la conciencia del sujeto no quiere decir que los efectos experimentales que se obtengan haya que atribuirlos a procesos cons- cientes. Precisamente lo que han pretendido muchos de los procedimientos experimentales utilizados ha sido mantener la atención del sujeto en una ta- rea, introduciendo cambios en la situación estimular que pasan desapercibi- dos al sujeto, pero que no obstante, pueden afectar a sus respuestas. El que se produzcan estos efectos será de gran importancia para delimitar el ámbito de los componentes más automáticos de la experiencia perceptiva. Por último, sin apelar ya a la experiencia consciente del sujeto, es preciso destacar la utilidad de los datos meramente conductuales para caracterizar el output perceptivo. En este sentido, hay que mencionar los estudios sobre el desarrollo y el deterioro de las funciones perceptivas, así como aquellas que se refieren a diferencias individuales y socio-culturales en estilos o sesgos perceptivos. Además del interés que tienen en sí mismos y con respecto a los distintos campos de la psicología aplicada, constituyen vías naturales de in- vestigación para comprender mejor las modificaciones a que se pueden ver expuestos los resultados de la actividad perceptiva. Quizá entre todos ellos hay que resaltar el papel desempeñado por los estudios evolutivos, donde las técnicas experimentales desarrolladas por la psicología conductista se ha aplicado con enorme provecho para determinar el alcance y diferenciación de las capacidades perceptivas en las edades más tempranas (cf., por ejem- plo, la obra de Mehler y Fox, 1985). 5. EL ESTUDIO DE LOS PROCESOS QUE INTERVIENEN EN LA PERCEPCIÓN Hasta el momento, la situación con la que se encuentra el psicólogo que quiere estudiar la percepción es aproximadamente esta: el organismo es afec- tado físicamente por un determinado patrón de energía procedente del medio y a partir de una representación primaria de dicho patrón energético (o, como diría Rock, 1983; a partir de una «descripción literal» del estímulo proximal) acaba haciéndose con una representación que le permite atribuir propiedades de distinto nivel de abstracción y significado a los objetos y eventos del medio que le rodea (o, en términos de Rock, acaba haciéndose con una descripción del estímulo distal). Lo que interesa ver ahora es cómo se aborda el estudio de lo que pueda ocurrir entre medias. El mismo carácter representacional que hemos atribuido al input y al output de la percepción nos lleva a postular un nivel de análisis que permita relacio- La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 28. 23 nar representaciones. Y ello tanto lo que respecta al contenido como a la for- ma (y/o función) de dichas representaciones. Según esto, se puede establecer una taxonomía que permita situar las principales estrategias para afrontar el estudio de los procesos perceptivos. Lasrelacionesde contenido van aservirparadelimitarlosdominioscognitivos a los que se aplica la actividad perceptiva del sujeto. Para efectuar esta delimita- ción, habría dos formas de proceder, una en sentido horizontal y otra en sentido vertical. En sentido horizontal se ha utilizado normalmente el criterio de las modalidades sensoriales para distinguir los campos en que se lleva a cabo la actividad perceptiva. Y en el sentido vertical, se suelen dividir estos atendiendo a la mayor o menor complejidad de los resultados perceptivos. Así, en el primer caso, se puede hablar de percepción visual, auditiva, táctil, entre otras, mientras que en el segundo, se podría hablar, dentro de la percepción visual por ejemplo, de percepción de la forma, percepción del tamaño, de las relaciones espaciales, percepción de rostros, percepción del lenguaje escrito, etcétera. Conviene advertir que, en todo caso, se trata de ver cómo el sujeto resuel- ve los problemas concretos que le plantea una situación de tarea, donde la estimulación quedaría caracterizada por descripciones que se corresponden con los dominios cognitivos estudiados, tanto en sentido horizontal como ver- tical. Por otra parte, la división en dominios cognitivos no significa que no interesen las relaciones que puedan existir entre unos y otros; solo indica que, desde un punto de vista estratégico, es preciso empezar por acotar los campos básicos de interés, para pasar después a estudiar sus interacciones. En relación con esto último, conviene señalar la importancia que pueden tener los estu- dios sobre las distintas relaciones, de facilitación o de interferencia, que pudie- ran darse entre las distintas modalidades o entre los distintos niveles de com- plejidad perceptiva. Dentro de un determinado campo de fenómenos, lo que importa es des- cubrir los principios o leyes que puedan explicarlos. En nuestro caso, y tal como hemos planteado el problema de la percepción, se trata de dar con los mecanismos de que dispone el organismo para derivar unas representacio- nes de otras. Y aquí es donde entraría en juego la consideración sobre el carácter formal de las mismas y su valor funcional con respecto a la activi- dad del sujeto. No hay que olvidar que las representaciones son «objetos» formales y que, en cuanto tales, tienen un determinado formato (valga la redundancia) y han de estar sujetos a algún sistema de reglas que ponga en relación unas con otras. Es, precisamente, este carácter formal de las repre- sentaciones el que nos permite hablar de estructuras (simbólicas) y procesos (gobernados por reglas) para describir la actividad mental del sujeto que percibe. Desde un punto de vista metodológico, nos encontramos ya con el nivel de análisis en que es preciso construir modelos explicativos de la actividad La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 29. 24 perceptiva y contrastarlos con los datos empíricos oportunos. Haremos a con- tinuación unas breves consideraciones sobre cada uno de estos puntos. La caracterización de la actividad perceptiva como procesos guiados por reglas que operan sobre representaciones, además de situarla en continuidad con el resto de la actividad cognoscitiva, permite asimilarla, a lo que, en senti- do general, se entiende por una actividad de cómputo, en la que también se opera con símbolos mediante reglas. De acuerdo con ello, no es de extrañar que el marco conceptual de las ciencias de la computación haya sido tan atrac- tivo para la construcción de modelos explicativos en Psicología. Por una parte, y siguiendo a Marshall (1977), conviene destacar que la idea subyacente a la famosa metáfora computacional es casi tan antigua como la filosofía misma. Desde Aristóteles hasta nuestros días, no parece que haya habido alternativas muy distintas para caracterizar el conocimiento, aun bajo las denominaciones de intelectos agentes, leyes de asociación, juicios categoremáticos o procesos de inferencia. En todos los casos se hacía referen- cia a una actividad simbólica que había que distinguir de las transacciones físicas en que se veía envuelto el organismo con su medio. Por otra parte, es preciso reconocer que hay algo nuevo en la aplicación de la metáfora, a lo que cabe atribuir gran parte del éxito que ha tenido en la psicología actual. Se trata de que el formalismo de la computación, tras los importantes avances que experimentó la lógica matemática en la primera mi- tad de este siglo, ha llegado a realizarse físicamente en los ordenadores. Como se ha indicado tan a menudo, el ordenador ha servido como «prueba de exis- tencia» de sistemas abstractos y formales que procesan información, entre los que se puede encontrar la mente humana (cf. Boden, 1979; Newell, 1980; Pylyshyn, 1984; Gardner, 1985). Ello no quiere decir que esta forma de des- cripción agote todo lo que se pueda decir de la misma, ni tampoco que con ella tengamos garantizado el éxito para explicar la cognición. Una de las para- dojas que como señala Gardner, ha caracterizado el desarrollo de la psicología cognitiva ha sido precisamente la de que el uso de los modelos computacionales ha permitido ver con mayor claridad la distancia que separa al ser humano del ordenador. Y el caso de la percepción es, en este sentido, de lo más ilustrativo. Una de las ventajas principales que ofrece el uso de ordenadores a la in- vestigación psicológica, es la posibilidad de llevar a cabo experimentos de simulación. Ello exige formular la teoría en forma de programa, con las exi- gencias de explicitud y corrección lógica que ello lleva consigo. El hecho de que el programa «funcione» permite comprobar la «bondad» de la teoría, aun- que, como ya hemos intentado mostrar en otra ocasión (García-Albea, 1981, en este volumen), no constituyan un valor añadido con respecto a la «verdad» de la misma. Para caracterizar las estructuras y procesos que intervienen en la actividad perceptiva humana, hay que recurrir finalmente al sujeto humano y observar cómo se comporta en determinadas tareas. Los distintos modelos La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 30. 25 explicativos que se puedan proponer tendrán que ser sometidos a comproba- ción empírica. Si los métodos de simulación sirven, como dice Weizenbaum (1976), para poner la teoría en acción y ver si es físicamente realizable, podríamos añadir que el método experimental también es una teoría en acción que trata de ver hasta qué punto aquello que propone la teoría se realiza de hecho en el sistema que queremos estudiar, en nuestro caso, el organismo humano. La cuestión está ahora en cómo seleccionar las situaciones en que se pueda poner a prueba la teoría, sobre todo cuando los fenómenos ocurren de forma rápida y pueden estar sometidos al influjo de muchas variables. En el estudio de procesos tan básicos como la percepción, con el carácter de inmediatez que esta tiene para el sujeto, parece que la estrategia no puede ser otra que la del «divide y vencerás». Con ello es posible que se pierda en validez ecológica y en perspectiva global, pero también es posible que se gane en inteligibilidad y capacidad explicativa. Al menos esta ha sido la práctica habitual de la ciencia empírica, que no ha tenido más remedio que separar (analizar, descomponer, etcétera) aunque no sea más que para des- pués volver a unir. De acuerdo con esto, el procedimiento normalmente utilizado en el estu- dio de la actividad perceptiva ha consistido en provocar algún tipo de distor- sión o interferencia en la situación estimular para comprobar sus efectos en el rendimiento del sujeto en tareas generalmente sencillas de detección, discrimi- nación, comparación, clasificación, etc. El rendimiento se suele medir en tér- minos de precisión, rapidez o ambas respuestas, bajo el supuesto de que estos índices pueden reflejar el distinto costo que conlleva al procesamiento del input sensorial. La utilización conjunta de estas dos variables dependientes es una buena forma de validación convergente, y además permite comprobar los posibles sesgos no-perceptivos de las respuestas del sujeto (Fitts, 1966; Pachella, 1974; Lachman, Lachman y Butterfield, 1979). Por lo que respecta a la manipulación de la situación experimental, cabe destacar el importante papel que han desempeñado los procedimientos utiliza- dos para provocar interferencias en el procesamiento, tanto en la modalidad visual como auditiva. En el primer caso, con procedimientos como los de Stroop (1935), en los que se pone en conflicto el color con el nombre del estímulo; los de enmascaramiento visual, desde los trabajos pioneros de Sperling (1960) so- bre memoria icónica hasta los de Marcel (1983) sobre procesamiento incons- ciente de palabras; o los que se refieren a la presentación parafoveal de estímu- los, tanto a través de exposiciones breves (Bradshaw, 1974) como en tareas de lectura mediante el registro de los movimientos oculares (Rayner, 1978; McConkie, 1983). En el caso auditivo, la interferencia se ha provocado median- te el procedimiento de escucha dicótica, donde el sujeto recibe estimulación distinta por cada oído, debiendo atendera uno de ellos(Cherry, 1953;Broadbent, 1958; Lackner y Garrett, 1972; Yates y Thul, 1979). En todos estos casos, lo La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 31. 26 que interesa de una manera u otra es comprobar los efectos del estímulo no atendido sobre el rendimiento en una tarea relacionada con otro aspecto dis- tinto de la estimulación. A pesar de las dificultades para controlar experimen- talmente las posibles desviaciones de la atención (Holender, 1986), este tipo de procedimientos ha mostrado ser de gran utilidad para establecer los límites y condiciones de los procesos inconscientes y conscientes que ocurren en el desarrollo de la actividad perceptiva. Como ya hemos señalado repetidamente, la distinción entre procesamien- to inconsciente y consciente sigue ocupando un lugar central en la psicología de la percepción, en estrecha relación con otras distinciones importantes como la de automatismo/control (Posner y Snyder, 1975; Shiffrin y Schneider, 1977), procesos guiados por los datos/guiados conceptualmente (Neisser, 1967) o la que pueda darse entre «encapsulamiento» y «penetrabilidad» en el flujo infor- mativo (Fodor, 1983; Pylyshyn, 1984). De lo que se trata en último término es de averiguar qué cosas hace nuestro sistema perceptivo como resultado de estructuras fijas y relativamente autónomas que tratan de obtener de la señal todo lo que pueden, y para qué cosas necesita recurrir a estructuras cognitivas de orden superior, más flexibles e interactivas, que utilizan la información obtenida del medio para la fijación de las creencias y la acción sobre el mismo. Cuáles son, en definitiva, las constricciones a que está sometida nuestra per- cepción del mundo, para mantenerse, por un lado, ligada a la realidad y para conseguir, por otro lado, tener un control significativo sobre ella. Creemos que estas consideraciones sobre el método son suficientes para resaltar, a modo de conclusión, que, si bien queda mucho camino por recorrer para dar con las soluciones correctas, la Psicología dispone ya al menos de los medios para formular el problema de la percepción y acometer su estudio. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 32. 27 PERCEPCIÓN Y RECONOCIMIENTO DE PATRONES VISUALES Y OBJETOS Soledad Ballesteros Jiménez Capítulo 2 1. LA PERCEPCIÓN: ¿PROCESO CONSTRUCTIVO O PROCESO GUIADO POR LOS DATOS?* Gran parte de los estudios realizados en percepción y conocimiento visual han intentado comprender el carácter inferencial de la propia percepción. Al- gunas de las preguntas que han guiado la investigación en este campo han sido si la percepción es comparable al razonamiento; si los procesos perceptivos están guiados de arriba-abajo (guiados conceptualmente) o por el contrario, se trata de procesos de abajo-arriba (guiados por los datos); y si el sistema perceptivo postula hipótesis o soluciona problemas. Percibimos el mundo que nos rodea con gran precisión, y casi siempre de manera correcta. Cuando miramos por la ventana, por ejemplo vemos un gran número de objetos diferentes. Esta experiencia cotidiana puede hacer- nos pensar que percibir es un proceso psicológico sencillo, realizado sin nin- gún esfuerzo. Con frecuencia bastan unos cuantos milisegundos para que percibamos visualmente objetos nada sencillos. A pesar de estas observacio- nes cotidianas, el proceso perceptivo es complicado y todavía es mucho lo que ignoramos sobre él. La teoría de la imagen retiniana. Una de las primeras teorías que intentó explicar el reconocimiento de patrones y formas basó la percepción en la simple imagen retiniana. Según esta teoría, cuando miramos un objeto, la luz reflejada por el mismo pasa a través de la lente ocular que, a su vez, proyecta una imagen invertida en la retina. La imagen retiniana del objeto llegaría * Adaptado de: Psicología general II: un enfoque cognitivo, Cap. 13, Ed. Universitas, S. A., Madrid, 1994. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 33. 28 hasta el cerebro, a través de la vía visual, donde el objeto sería rápida y co- rrectamente reconocido. Esta teoría, a pesar de su sencillez, es incorrecta. Los objetos que existen en el mundo constituyen los estímulos distales. La estimulación que llega en diferentes formas de energía, para constituirse en estímulo proximal debe incidir en el órgano sensorial especializado, en este caso en la retina. El problema es que la misma estimulación proximal (la cantidad de energía que llega a nues- tra retina) puede ser producida por una gran variedad de estímulos distales (un gran número de organizaciones diferentes del estímulo). Considere, por ejemplo, un simple cuadrado. Muy probablemente la ima- gen del cuadrado no aparecerá como un cuadrado perfecto, sino que será una imagen de forma trapezoidal, semejante a alguna de las mostradas en la Figu- ra 2.1a. Además, muy posiblemente, el cuadrado presentará zonas de luz y de sombra debido a que la luz no incidirá por igual en toda su superficie. Esto hará que la imagen retiniana no se parezca siquiera a la imagen de un cuadra- do. Como puede observarse en la Figura 2.1 b, una misma imagen retiniana puede producirse por una gran variedad de objetos diferentes del mundo real. Figura 2.1. (a) una serie de objetos de diferentes formas proporcionan la misma imagen en la retina; (b) un cuadrado puede aparecer como cualquiera de estas formas cuando se percibe desde distintas perspectivas. Hochberg (1994) ha señalado que las teorías sobre los atributos de la imagen retiniana (bordes, contornos, luminancias, etc.) son teorías que se refie- ren a la estimulación proximal pero no son teorías sobre la percepción visual. Las teorías sobre la percepción visual se refieren a las propiedades distales de los estímulos, no a las propiedades proximales. Como no existe una correspon- La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 34. 29 dencia inequívoca y unitaria (uno a uno) entre propiedades distales y propieda- des proximales, el paso de unas a otras, según Hochberg, va a depender de los procesos superiores. Realice la comprobación presentada en el Recuadro 1. Recuadro 1 Comprobación Realice la siguiente prueba: si ya ha visto alguna vez esta conocida figura, la prueba no tendrá valor. Si no la ha visto observe la Figura 2.2 e intente identificar de qué se trata. Posiblemente tardará cierto tiempo en identificar- la. Si la ha visto antes, identificará inmediatamente la imagen del dálmata. ¿Cómo suele explicarse este efecto? La experiencia previa con la figura crea una representación que se almacena en nuestra memoria. Por eso, cuando volvemos a ver la misma figura, esa representación se activa (procesos supe- riores entran en funcionamiento e identificamos la forma de inmediato). Figura 2.2. Esta conocida escena muestra lo difícil que resulta reconocer figuras cuando la información suministrada es incompleta. Se trata de la escena del dálmata creada por R. C. James. Otra comprobación Para que vea lo difícil que resulta identificar ciertas imágenes cuando apare- cen limitadas por los datos, trate de nombrar lo más rápidamente posible los objetos que aparecen en la Figura 2.3. Compruebe el tiempo que tarda en La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 35. 30 identificar cada dibujo. El procesamiento abajo-arriba (guiado por los datos) pre- senta limitaciones, como habrá podido comprobar. Figura 2.3. Ejemplo de algunas de las figuras incompletas utilizadas por Leeper (1935), a) helicóptero, b) niño con perro y c) autobús. Interpretación Cuando la información del medio es reducida, el sistema perceptivo no tiene suficiente información para construir una única e inequívoca representación del estímulo, de tal modo que pueden activarse varias representaciones dife- rentes. Para elegir una de ellas es necesario poner en funcionamiento mecanis- mos de procesamiento que funcionan de arriba-abajo. Ahora, mire la palabra correspondiente a cada dibujo: a) aeroplano, b) niño con perro, c) autobús. Si no pudo identificar antes lo dibujos comprobará que ahora le resulta muy sencillo percibir cada uno de ellos. Las diferentes partes de los objetos que antes no percibía adquirirán unidad ante sus ojos. - La próxima vez que vea estos dibujos, aunque sean incompletos, los reco- nocerá inmediatamente. La puesta en concordancia de la representación del objeto, activada en su memoria con la estimulación aportada por la figura, facilitarán su reconocimiento inmediato. En este caso, la percepción es el re- sultado de dos tipos de procesos que actúan conjuntamente: los procesos arri- ba-abajo, guiados conceptualmente y los procesos abajo-arriba, guiados por los datos. Una manera de resolver el problema de la falta de correspondencia biunívoca (uno-a-uno) entre el estímulo local y el percepto es proponiendo que la percepción no depende únicamente del estímulo sino de las interaccio- nes entre el estímulo, que incide sobre la retina, y las representaciones existen- tes en el sistema cognitivo (Hochberg, 1994; Rock, 1983). En la actualidad, muchos psicólogos de la percepción aceptan el concepto de inferencia inconsciente propuesto por Helmholtz, y mantienen que la corres- pondencia entre la estimulación proximal y la distal nunca es perfecta, mien- tras otros, siguiendo la teoría de Gibson (1950, 1966, 1979), defienden que Recuadro 1 (continuación) La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 36. 31 toda la información necesaria para especificar el objeto distal se encuentra en el estímulo proximal; el estímulo proximal lleva suficiente información para poder percibir el carácter del objeto distal (Michaels y Carello, 1981). Estos psicólogos son defensores de la percepción directa, por lo que descartan la influencia de variables cognitivas en la percepción. Los científicos constructivos, por cl contrario, defienden que la estimulación sensorial es ambigua porque una gran variedad de estímulos distales pueden producir el mismo patrón de estimulación proximal. En esta situación ambi- gua, el perceptor tiene que añadir más información a la suministrada por la estimulación para lograr un percepto significativo. Estos científicos conciben la percepción como el resultado de un proceso de inferencia inconsciente de solu- ción de problemas, y de construcción de descripciones estructurales del mun- do externo. Las teorías constructivistas de la percepción aceptan el concepto de inferencia inconsciente propuesto, como ya dijimos, por Helmholtz (1866-1962). Según Helmholtz, a partir de los inputs sensoriales y de las regularidades del mundo, es necesario interponer una inferencia inconsciente (un proceso de represen- tación mental) entre la respuesta sensorial temprana y el percepto final. 2. LA NECESIDAD DE ADMITIR REPRESENTACIONES MENTALES EN PERCEPCIÓN ¿Son necesarias las representaciones mentales para explicar la percepción? Cooper y Hochberg (1994) postulan la representación mental del objeto como el mejor modo deestudiarlapercepción visual, ¿Porqué estanecesidad? Consideremos,por ejemplo, los resultados de los experimentos realizados sobre la constancia de los objetos. Estos estudios han mostrado que los sujetos perciben ciertas dimensiones de los objetos como constantes, o invariantes, a pesar de que la imagen retiniana varía al cambiar la orientación, inclinación, distancia o iluminación de las superfi- cies de esos objetos. Para explicar que percibamos el objeto constante a pesarde los cambiosproducidosen la información sensorial,es necesariointroducirel concepto de representaciones mentales. ¿Cuáles son las propiedades de esas representaciones? Una forma de contestar a esta pregunta ha consistido en suponer quelasrepresentaciones mentales retienen las propiedades de los objetos reales que existen en el mundo físico. Sin embargo, laspropiedadesdelosobjetospercibidospueden, algunasveces, ser diferentesdelas propiedades de los objetos existentes en el mundo exterior. Cooper y Hochberg (1994)han mostradoalgunoscasosen los quelasrepresentaciones delosobjetosno reflejan las propiedades de los objetos físicos. Por ejemplo (ver Mach, 1906/1959; Rock, 1973), cuando se rota un cuadrado en el plano del dibujo la percepción no es invariante. Considere la experiencia indicada en el Recuadro 2. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 37. 32 Otro ejemplo de que las representaciones mentales de los objetos no siem- pre reflejan las características de los objetos físicos puede encontrarse en las fluctuaciones perceptivas espontáneas. Existen ocasiones en las que un mis- mo estímulo da lugar a dos perceptos que se van alternando en el tiempo. Observe, por ejemplo, la Figura 2.4 que presenta las conocidas figuras, reversibles de la vieja y la joven (o la suegra y la nuera, como también se conoce), y de la rata y el viejo. Si continuamos mirando estas figuras, veremos que nuestra percepción fluctúa de un percepto a otro. Estos ejemplos mues- tran sólo algunos casos en los que las propiedades de las respresentaciones mentales de los objetos pueden diferir de las propiedades de los objetos que existen en el mundo real. Cooper y Hochberg (1994) señalan que, para pro- gresar en el conocimiento de cómo funciona la percepción visual, es necesario estudiar cuáles son los casos en los que existe una correspondencia entre las características de los objetos del mundo y sus correspondientes representacio- nes en la mente, pero todavía es mucho más necesario averiguar cuándo esta analogía falla. Recuadro 2 Experiencia Realice esta sencilla experiencia: Dibuje en un papel dos cuadrados idénticos, recórtelos y péguelos sobre una cartulina de distinto color. Uno de ellos póngalo en la posición de un cuadrado, y el otro en la posición de un rombo. Comprobará que se perciben como dos figuras distintas a pesar de ser idénticas. ¿Son o no son físicamente iguales las dos figuras que recortó? ¿Es o no es invariante la percepción de la forma? Figura 2.4. Dos figuras reversibles, a) la suegra y la nuera, y b) la rata y el viejo. Obsérvese que una misma figura se percibe en un sentido en un momento dado y, en un momento posterior, se percibe de otra manera. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 38. 33 3. TEORÍAS SOBRE RECONOCIMIENTO DE PATRONES Las personas reconocemos mucho mejor que cualquier sistema de visión por ordenador, formas visuales muy complejas. A pesar de esta extraordina- ria capacidad, no es fácil explicar cómo se produce este proceso. Veamos cuáles son los principales enfoques teóricos propuestos para tratar de explicar la habilidad del perceptor humano para el reconocimiento visual de formas. Los modelos de comparación de plantillas, los modelos de análisis de rasgos y los modelos basados en descripciones estructurales constituyen las explicaciones teóricas clásicamente descritas en todos los manuales sobre percepción publi- cados a partir de los años sesenta. Todos estos modelos coinciden en suponer la existencia de un proceso de correspondencia entre la imagen producida por el input estimular en la retina y una determinada representación del objeto almacenada en la memoria a largo plazo. La diferencia entre estos modelos radica principalmente en el modo de entender el proceso de correspondencia entre el input y la represen- tación almacenada, así como en el tipo de representaciones que postulan (Pinker, 1985). Además de estos modelos, consideraremos también otros en- foques que explican el reconocimiento de la forma visual a través del concep- to del marco de referencia. 3.1. Modelos de comparación de plantillas La clase de modelos más sencilla para intentar explicar el reconocimiento de formas o patrones visuales es la comparación de plantillas. De acuerdo con estos modelos, el reconocimiento se produce cuando se realiza una comparación entre el estímulo sensorial, que incide en la retina, y la representación a largo plazo de dicho objeto contenida en la memoria. Si resulta una plena coincidencia entre el estímulo y una de las plantillas, se reconoce la forma. La Figura 2.5 muestra un modelo de plantilla para el reconocimiento de la letra A. Figura 2.5. Un modelo de plantilla para reconocer la letra A. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 39. 34 Cuando llega al sistema una letra que coincide exactamente con la letra A, la plantilla se activa y el sistema reconoce el estímulo. Una plantilla es un constructo interno que permite el reconocimiento de una forma. El principal problema del enfoque de plantillas es que resultamuy antieconómico. Para poder explicar la facilidad y versatilidad con que el siste- ma visual reconoce infinidad de formas diversas, deberíamos de disponer en nuestra memoria de infinidad de estos modelos. Cualquier diferencia entre una plantilla y un estímulo podría dar lugar a errores. Sin embargo, reconoce- mos multitud de formas, a pesar de que cada una de ellas sólo se ajustaría a una plantilla específica. Podemos reconocer fácilmente un gran número de «Aes» escritas en dife- rente tipografía. Un sistema basado en reconocimiento de plantillas exigiría la existencia de una plantilla específica que se adaptara perfectamente a cada una de las diferentes Aes, para que cada una de ellas pudiera ser reconocida. Un sistema que funcionara de este modo podría dar lugar a un gran número de confusiones cuando la correspondencia entre la forma y la plantilla sea sólo parcial, como es el caso de las letras Q y O, o la R y la P. Además, los cambios en orientación, distancia, posición, luminosidad o la oclusión de par- te de la forma, podrían hacer fracasar a un modelo de este tipo. El procesador humano actúa de una forma mucho más precisa. sin apenas equivocarse. Se han propuesto otros modelos de comparación de plantillas menos rígidos que permiten pequeños procesos de normalización, como por ejemplo, rotar el objeto o escalar su tamaño (Bruce y Creen, 1985; Pinker, 1985). Sin embargo, ninguno de estos modelos funciona eficientemente en el mundo real. A pesar de sus limitaciones para explicar cómo el ser humano reconoce las formas, estos procedimientos tienen una gran aplicabilidad cuando las formas que hay que reconocer se definen con precisión. ¿Podría pensar en algún tipo de letras que pudieran ser leídas por un sistema basado en planti- llas? Estos modelos funcionan para reconocer cheques bancarios por ordena- dor, o para leer por medio de una lectora óptica los sistemas de códigos de barras, como los que aparecen en la Figura 2.6, utilizados en los supermerca- dos para identificar los productos y sus respectivos precios. Lo importante en estos casos es que las distintas formas que la máquina tiene que recono- cer aparezcan siempre de la misma forma y que cada estímulo sea lo más diferente posible a los demás para evitar confusiones. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 40. 35 3.2. Modelos de análisis de características Los modelos de análisis de rasgos se basan en el modelo del Pandemonium de Selfridge (Selfridge, 1959; Selfridge y Neiser 1960). Según estos modelos la percepción de la forma supone un procesamiento de alto nivel, pero este procesamiento viene precedido por !a identificación de los rasgos elementales o característica del estímulo. En lugar de existir una plantilla para cada forma, se supone que existen multitud de miniplantillas para cada uno de los rasgos fundamentales (línea vertical, horizontal, uniones en forma de T, curvas, án- gulos). La representación almacenada en la memoria de una forma se compo- ne de la multitud de rasgos que la diferencian de las demás. Por ejemplo, el reconocimiento de la letra R vendría determinado por la localización de una línea vertical de un rasgo curvo y de una línea oblicua. Estos modelos de análisis de características tuvieron mucho éxito en psi- cología y en ciencias de la computación a partir de !os trabajos en neurología de Hubel y Wiesel (1959, I962). Estas investigaciones mostraron la existencia de detectores de rasgos en la corteza visual del gato. Cada célula del córtex visual parece poseer su propio campo receptivo, en el que responde óptima- mente a determinadas características del estímulo que aparece en ese campo, teniendo especial importancia la orientación del estímulo. Los modelos de análisis de rasgos carecen de especificación sobre la orien- tación de los mismos (Pinker, 1985). Este es un aspecto nada despreciable, sobre todo cuando las formas visuales contienen los mismos rasgos colocados en diferentes orientaciones. Estos modelos siempre se han utilizado para ex- plicar el reconocimiento de letras del alfabeto, o estímulos muy sencillos en los que únicamente es necesario especificar unos cuantos rasgos, pero no pue- den explicar la gran cantidad y variedad de formas complejas que los huma- nos podemos reconocer. Figura 2.6. a) Los ordenadores pueden utilizar los sistemas de comparación de plantillas para reconocer cheques bancarios o para identificar los productos disponibles para la venta. b) El ordenador proporciona el precio correspondiente a cada producto identificado mediante el código de barras. La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1
  • 41. 36 3.3. Modelos basados en descripciones estructurales Existen otros modelos, mucho más sofisticados que explican el reconoci- miento de formas recurriendo al almacenamiento en la memoria de descrip- ciones estructurales. Una descripción estructural está formada por un con- junto de proposiciones sobre una forma visual. Palmer (1975) ha definido las descripciones estructurales como representaciones jerárquicas de conocimiento organizado de manera selectiva. La representación de las relaciones entre las diferentes partes es lo que diferencia a estos modelos de los anteriores. Para reconocer un objeto es necesario reconocer tanto las partes que lo forman como las relaciones existentes entre unas partes y otras del objeto. El esquema de las representaciones estructurales puede aplicarse a objetos reales. Un ejemplo lo tenemos en la representación de una cara humana como propone Palmer (1975). En una cara, el tamaño, la posición y la orientación de los ojos se especifican en relación a la localización, orientación y tamaño de la cabeza. A su vez, las propiedades de la cabeza vienen determinadas por sus relaciones con el cuerpo. Si queremos que las representaciones tengan un mínimo de generalidad deberemos codificar las localizaciones y orientaciones entre las partes, porque los parámetros absolutos varían cuando vemos un objeto, en este caso una cara, desde diferentes posiciones. La Figura 2.7a) muestra una posible representación estructural de una cara. La Figura 2.7b) ilustra la codificación relativa de las relaciones espaciales entre las partes de la misma. Los predicados de localización relativa aparecen representados en fle- chas, los predicados de orientación relativa en valores en grados y predicados de tamaño relativo en valores de razón. La principal ventaja de las descripciones estructurales consiste en que di- viden el proceso de reconocimiento de la forma visual en varios subprocesos más sencillos, al representar las diferentes partes de un objeto o forma visual en sus elementos independientes. Esta característica explica la habilidad del sis- tema visual para dividir un objeto en sus partes correspondientes, lo mismo que para reconocer un objeto cuando sus partes se han reorganizado de un modo nuevo. El mayor problema de este enfoque es que no constituye una verdadera teoría sobre el reconocimiento de la forma, sino que solo específica su formato (Pinker, 1985). 3.4. El marco de referencia en la percepción de la forma El concepto de marco de referencia fue utilizado por la psicología de la Gestalt. Sin embargo, este concepto ha adquirido más importancia en las teo- rías actuales sobre visión. Un marco de referencia es un sistema de coordenadas espaciales centrado con el objeto, mediante el cual puede realizarse una des- La Habana: Editorial Félix Varela, 2006. -- 978-959-258-997-1