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RECENSIÓN
SANZ-ORRIO ARRAIZA, Elena, Fermín Sanz-Orrio. Luchador por la
justicia social, León, Akrón, 2009, 518 pp.
José Fermín Garralda Arizcun
Doctor en Historia
ed. Revisada. Pamplona, 16 de noviembre de 2011
Este libro enriquece nuestro conocimiento
de la historia contemporánea de España entre
1931 y 1976, especialmente en relación con un
tema tan ignorado como es la historia sindical y la
lucha por la justicia social. El libro desvela
muchas de las claves necesarias para entender los
pasos del Régimen político nacido en 1937, y lo
ocurrido hasta su deterioro final provocado
desde su interior. Nuestro protagonista
pertenecía al Régimen debido a su militancia
falangista, pero desde su origen fue muy crítico
hacia los derroteros como éste se desarrolló. Creo
que ello se debía a la raíz tradicionalista del
pensamiento de Sanz-Orrio, que hizo de él un
incomprendido –y atrevido- en los ámbitos
oficiales que frecuentaba.
Esta obra también es muy útil para mostrar
hasta dónde y con qué resultados llegaba el pensamiento tradicionalista en las
personas y la sociedad de entonces. Según él, las disonancias entre la tradición y
lo que se desarrollaba en la España oficial en la época del gobierno de Franco
son, una vez más, evidentes.
No hay muchos libros autobiográficos ni biografías sobre los altos cargos
sindicales y políticos de 1937 a 1975. Por ejemplo, tenemos las recientes
memorias de Fernández de la Mora (1995) y González-Bueno y Bocos (2006),
así como las publicadas por la editorial Planeta sobre políticos que, a diferencia
de los anteriores y tras 1975 –o bien antes-, modificaron radicalmente sus ideas
y planteamientos. Pues bien, los libros autobiográficos son necesarios para que,
más allá de las interpretaciones de los historiadores, los protagonistas de la
historia puedan expresarse libremente y dirigir el entendimiento que quieren
que se tenga sobre ellos.
El libro que presentamos tiene una naturaleza autobiográfica –esta es la
parte más importante para el historiador- que se completada con una biografía
narrativa realizada por su hija.
La obra está muy bien estructurada. Es dinámica y nada aburrida. Su
mitad, hasta la página 274, es muy amena y coherente. En adelante gana en
profundidad e interés cuando el protagonista expone su pensamiento.
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Tras el prólogo de Sánchez Calero, jurista de la real Academia a la que
perteneció Sanz-Orrio, unos datos biográficos presentan al personaje (p. 19-27).
En la primera parte se detalla la vida del protagonista, su lado humano,
sus ideas generales, y, sobre todo, su actividad social y pensamiento sindical.
Este sindicalismo y lucha por la justicia social vertebra y da originalidad e
interés a este libro, conforme al subtítulo: “luchador por la justicia social”.
Fermín Sanz-Orrio y Sanz (1901-1998) procedía de una familia netamente
carlista, aunque él, siendo joven, se trasplantó a falangista, a diferencia de otros
hermanos suyos –como Cesáreo que fue Diputado foral de Navarra- que se
mantuvieron carlistas. Decía de sí mismo: “Soy viejo falangista inserto en
carlista” (p. 237). Lo cierto es que no pocos de sus planteamientos y actuaciones
ofrecen abundantes pruebas de la profunda huella tradicionalista. Considero
que por eso chocó con su entorno y la política de su tiempo.
El protagonista narra sus primeros pasos en la ciudad de Pamplona (de
donde también era Rafael García Serrano, La gran esperanza, 1983) y el
ambiente de la ciudad. Narra su activa militancia en Falange antes de la guerra
de 1936, su ejercicio como abogado del Estado tras oposición durante la
República hasta que fue expulsado del servicio público por motivos políticos,
sus trabajos como conspirador, su etapa como soldado hasta ser destinado -
poco después y durante la guerra- al servicio de información y propaganda y,
luego, al servicio de administración. En fin, una narración amena y muy
interesante más allá de la natural emoción del público pamplonés del viejo
Reino.
En esta primera parte se recoge un largo texto autobiográfico de Sanz–
Orrio, titulado “Iruña” (el autor y su familia eran vasquistas), que abarca desde
su niñez hasta la postguerra (p. 31-97). Hablamos aquí de las fuentes. Ahora
bien, la autobiografía no queda ahí, pues ha sido un gran acierto que, mediante
el recurso de la historia oral, Alfredo L. Sanz-Orrio grabase para transcribir
cuatro largas charlas mantenidas con su abuelo, que abarcan diferentes
narraciones y consideraciones sobre la dictadura de Primo de Rivera, la
República, la guerra o Cruzada de 1936 y los trabajos sindicales de su abuelo
desde 1938, hasta las primeras elecciones también sindicales de 1944 (p. 101-
185). Las transcripciones no han sido retocadas y tienen la viveza y naturalidad
de la conversación. En este sentido son una delicia. De nuevo reaparece la
biografía escrita por la autora (p. 189-274), en la que narra la labor de su padre
como Delegado Nacional de Sindicatos, sus etapas de embajador, ministro de
Trabajo, y otros destinos posteriores, para al final insertar el pensamiento del
protagonista mediante unos amplios textos inéditos suyos relativos a filosofía,
política y mística –muy hispano todo ello-, al consenso, la representación, la
soberanía, el silencio, y la relación entre ciencia y fe (p. 241-268).
Según la autora, durante los últimos años su padre escribió muchos textos
–aunque incompletos- para su propia satisfacción, aunque sin descartar que
pudiesen ser utilizados por otras personas. Estos escritos se han transformado
en preciosas fuentes documentales para el historiador, lo mismo que para
cualquier pensador. En ellos, el protagonista muestra su faceta intelectual, que
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no obstante se podía entrever en sus cartas y textos dirigidos a sus subordinados
mientras ejercía sus cargos sindicales.
Como activo sindicalista, Sanz–Orrio ocupó altos cargos durante la
guerra (Navarra, 1938) y después en Barcelona y Madrid, fue gobernador civil,
delegado Nacional de Sindicatos (1942-1951) y embajador en la lejana y exótica
Asia (Pakistán y Filipinas). Tras esto, formará parte del Consejo Nacional y fue
procurador a Cortes. Se le confió la cartera del Ministerio de Trabajo (1957-
1962), fue nombrado académico de la Real Academia de Jurisprudencia y
Legislación (1961) en cuyo seno colaboró activamente, y luego ocupará otros
altos cargos hasta su bien ganado retiro profesional.
Se recogen sus actuaciones más importantes en Sindicatos relativas a las
Obras Sociales como delegado Nacional (p. 201-202, 479 y 489), a la promoción
de diferentes leyes en aras de una mejor justicia social (p. 228-229), y a sus
nueve obras sindicales a través de las cuales se realizaba una función de
asistencia (p. 232, 414-416).
Se trata del impresionante currículum de un hombre comprometido y
trabajador, con una larga vida cuajada de obras. Una vida activa y quizás
también poética, en consonancia con su pluma y dotes de escritor. Una vida que
mantuvo hasta el final su fidelidad a la fe católica y a los principios sociales,
laborales y políticos que había defendido y desarrollado. Abstracción hecha de
su adscripción falangista, considero que tanto su concepción de la vida como sus
presupuestos y valores tienen una neta raíz tradicional. Su faceta principal fue la
laboral o sindicalista, apoyada en sus dotes de organizador, en su carácter de
hombre de acción y en su oratoria. En la última etapa de su longeva vida, se
expresó con fuerza su dimensión más íntima de pensador y escritor.
Nuestro personaje era una persona crítica. En su autobiografía, Sanz-
Orrio muestra que una cosa era el régimen establecido tras 1939, y otra lo que
entonces y después pudo haber sido España, de haber triunfado posturas como
las que él defendía en el ámbito sindical, asistencial y económico. Si este alto
cargo sindical, y luego ministro del general Franco, fue muy querido por sus
jefes, colegas y subordinados, también fue incomprendido y criticado por
quienes mantenían un capitalismo de mercado pero de mentalidad clasista y
disgregadora, o bien un recelo hacia la representación obrera, aspectos ambos
que se oponían al Sindicato vertical. Es más, Sanz-Orrio también sufrió el recelo
e incomprensión de no pocos altos cargos del Régimen de aquella época.
Explicar qué eran los Sindicatos verticales, su aplicación tan sólo parcial por
decisión de las altas esferas políticas, y la posterior tergiversación de los
Sindicatos promovida por los mismos duendes, son la novedad e interés del
libro, que puede sorprender al lector medio y a no pocos investigadores. Hasta
aquí la primera parte del libro, prolongada en la segunda con todo lujo de
detalles.
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Pasemos a la segunda parte, que
es mucho más densa y enjundiosa. Se
trata de un largo texto de Fermín Sanz-
Orrio, que por sí solo constituiría un
denso libro (p. 277-503). Se titula:
“Breve historia del sindicalismo
vertical”. Fue escrito en 1976, tres
años después del asesinato del
almirante Carrero Blanco (p. 478). Este
texto se dirige a sus hijos, quizás como
recurso literario o bien por no tener la
revisión final de su autor. Según éste
último, se trata de una exposición
familiar e íntima, más bien descuidada
(p. 482). Aunque no tiene pretensiones
literarias, y hay algunas repeticiones y
párrafos algo complejos, goza del sabor
de la espontaneidad de quien narra y
Excmo. Sr. D. Fermín Sanz-Orrio y Sanz
explica acontecimientos y situaciones
(Pamplona, 1901-1998) lejanas en el tiempo pero como si fuesen
cercanas, mas el sabor de algún rasgo
poético que dulcifica el texto.
Quizás por eso, o bien por prudencia debido a la proximidad histórica de
los hechos, el libro carece de nombres propios de interés salvo el de algunas de
las principales figuras del Régimen; rastrear sobre personas que no han pasado
a la historia como individuos de primera fila es muy útil al historiador. Sobre
toco cuando hoy día se peca de simplismo, estereotipos, y creer que una época
tan compleja como la de entonces se sostiene en tres personajes destacados. En
realidad, lo que más le interesa al autor es explicar sus propios pensamientos en
cuanto concebidos y realizados, eso sí, con un claro intento de identificar los
hechos y profundizar en ellos.
El autor diferencia dos etapas en la España sindical, la
nacionalsindicalista que él propugnó para hacer posible una sociedad cristiana
y justa, y la tendencia corporativa, esta última imbuida de institucionalismo y
servidumbre política, que absorbían las iniciativas sociales en el ámbito social y
laboral. Lo concebido y lo realizado por nuestro protagonista sólo coincidieron
parcialmente; como lograrlo de una vez era muy difícil, tuvo que ganar terreno
poco a poco, porque las altas esferas empresariales y políticas se oponían a él,
movidas por su mentalidad clasista y sus prejuicios históricos. Sanz-Orrio no fue
un rígido doctrinario, y sus logros fueron paulatinos. Si aceptó la Ley Sindical
fue para escorar y acercar a los sindicatos hacia la buena solución, mediante un
período preparatorio y de fácil transición, aunque ya hemos dicho que si no se
llevó a cabo fue porque, además de lo ya indicado, el poder político quería
controlar Sindicatos (p. 435, 440-440).
Sanz-Orrio rechazaba el sindicato clasista por considerarlo contrario a la
empresa, la solidaridad natural y la paz social. Como quería evitar la Subversión
Social, propugnó el Sindicato vertical aunque insiste que sólo pudo llevarlo a
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efecto muy parcialmente. Su concepción de los sindicatos, la fuerza que estos
llegaron a tener, los prejuicios y recelos de las altas esferas del Régimen, el peso
del clasismo introducido por el liberalismo y el socialismo -clasismo admitido
por muchos del Régimen con quienes nuestro protagonista, insistimos,
discrepaba rotundamente-, hizo que el jefe de Estado, el general Franco, se viese
obligado a desplazarle del cargo de Delegado Nacional de Sindicatos, y le hiciese
sufrir a modo de un “destierro” temporal como embajador de España en los ya
citados y lejanos países Pakistán y Filipinas.
Como crítica al Régimen, y aunque siempre fuese muy respetuoso con
sus dirigentes y fiel al jefe de Estado, adelantemos la tesis del autor. Según él,
los sindicatos del Movimiento no fueron nunca verticales más que en la letra y el
papel (p. 474). Es más, las élites dirigentes rechazaron los principios de
solidaridad y subsidiariedad por la presión exterior de otros países, por el
propio debilitamiento doctrinal en España, y por la decadencia política que
supuso imitar a aquellos (p. 343). El Estado, que dejó pasar la ocasión de
convertir en realidad el nacional-sindicalismo, mantuvo –con sus muchos
defectos- todas las viejas estructuras administrativas y políticas, y, además, lo
hizo rebautizándolas con los nombres de importantes instituciones históricas,
trayendo para estas el consiguiente desprestigio (p. 348).
Sin duda, nuestro protagonista fue más social que político, y rechazó ser
hombre de partido. Todas sus consideraciones laborales y sociales se basaban en
el derecho natural, en la doctrina social de la Iglesia, y en lo que él entendía
como la especificidad o idiosincrasia del pueblo español. Por ello en sus escritos
insiste en que siempre tuvo en cuenta la realidad social y las necesidades de la
sociedad, sin subordinarlas a ideología alguna.
La huella tradicionalista de Sanz-Orrio se refleja en muchos aspectos.
Ya hemos apuntado que podemos hablar de una persona de disciplina y
organización falangista, pero de mentalidad tradicionalista. Quizás esto fuese
inusual, por lo que chocó tantas veces con la realidad. Enumerar dicha huella
puede ser algo prolijo, pero es interesante enfrentarse a ella, pues a la
incomprensión de muchas de las élites de entonces (no obstante el falangista
Arrese, navarro como él, siempre le apoyó en el tema sindical) se añadía el que
muchas veces sus subordinados, que siempre le fueron fieles, no le entendían.
Incidimos en este punto porque puede estar en el trasfondo de la postura
crítica de nuestro protagonista ante la deriva del Régimen, que es el aspecto
nuclear del libro en relación con los temas sociales y laborales, e incluso
políticos.
Sanz-Orrio se mostró tradicionalista al entender cómo había sido la
evolución del pensamiento en Europa desde el s. XVI y la crisis de occidente, y
al afirmar que la Revolución permanente la dirige, en última instancia, el
Maligno Lucifer (p. 263), que –añadimos- es inicialmente calificado en la Biblia
como “lucero brillante, hijo de la aurora”. También se mostró así al vincular el
pasado y el presente y al fundar el futuro en el pasado.
Este sentido tradicional se encuentra en su preocupación por la cuestión
social y la proximidad al pueblo llano. También en su afán por el nacimiento
espontáneo de los sindicatos (no había que crearlos sino garantizar la
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condiciones para que ellos mismos apareciesen), y en su oposición a que el
Estado absorbiese o interviniera en dichos sindicatos y en sus tres funciones
principales (social, asistencial y económica). Se opuso a la Ley Sindical de 1942
porque ésta incluía a los sindicatos dentro de la organización política del Estado.
Mantuvo la independencia de lo laboral respecto a la política. Entendía que el
sindicato era un instrumento de política económica, y rechazó que se obligase a
los cargos directivos o representativos sindicales a pertenecer a FET y de las
JONS. Criticó el Estado corporativo (p. 301-306) y a los sindicatos mixtos, es
decir, formados por obreros dirigidos por patronos –que, recordemos, también
fueron criticados por los Sindicatos Libres fundados por los carlistas a
comienzos del siglo XX-, y revalorizó los gremios, que hizo presentes en
determinados ramos de la producción.
No termina aquí nuestra relación obtenida de sus escritos y actuaciones.
En efecto, Sanz–Orrio criticó la política del momento basada –según él- en la
desconfianza, el control, las ingerencias, los grupos de presión, y siempre
ideologizada. Rechazó la exaltación del Estado, y fue contrario a la idea de una
unidad en clave formalista, burocrática estatal y politizada. Deseó una
representación auténticamente orgánica en la política, y también la defendió en
los sindicatos verticales (familia, municipio y empresa).
Más profunda fue su paulatina denuncia de los vicios de origen del
Régimen, al rechazar que la empresa (en realidad la patronal) y los sindicatos
mantuviesen la división de clases en vez de optar por la complementariedad, la
solidaridad y la armonía sociales. Entendía necesario el saneamiento social, la
corrección de los sociedad demo-liberal, que los organismos naturales se
valiesen por sí mismos, aplicar de los principios de solidaridad y subsidiariedad,
rechazar las ideologías, y que el Estado asistencial no extralimitase su
jurisdicción inmiscuyéndose con un espíritu estatista en actividades de la
sociedad (industriales y comerciales, la seguridad social, los jurados de
empresa, las mutualidades laborales, el urbanismo y construcción etc.). Ello
implicaba evitar tanto el desmantelamiento de la sociedad como las
consecuencias de las doctrinas recio-positivistas y del Estado demoliberal.
En este mismo sentido tradicional, el autor realiza importantes críticas
sobre cómo se configuró la política de la España del momento. Lo ocurrido fue
la gran ocasión perdida, y reconoce que existió una reconquista revolucionaria
ya en tiempos del general Franco como jefe de Estado (p. 500). Es más, falló el
criterio de la dirección política desde los primeros días del Régimen (p. 498). Si
la política del Gobierno se inspiró inicialmente donde no debía inspirarse al
copiar a otros países (se refiere a Italia), se señala que tras 1945 dio un giro
definitivo separándose no sólo de la moda italiana –que el autor critica- sino
también del camino que -según el autor- debía seguir y nunca se siguió, esto es,
el específicamente español.
En el ámbito político, el autor también critica que el Estado controlase los
sindicatos, que no existiese una verdadera representación de la familia y los
municipios, y que se manipulasen las elecciones a Cortes al igual que ocurría en
las democracias (p. 499). Así “se cargaron” la democracia orgánica, hasta el
punto de que un importantísimo ministro tecnócrata dijo públicamente que no
sabía qué era eso de “democracia orgánica” (p. 493). Como no se hizo una gran
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Política, en 1978 se dio un gran salto atrás y además –según el autor- sin
participación popular (p. 447). Con todo ello, este libro facilita la comprensión
de lo ocurrido después de fallecer el general Franco.
Añadamos por nuestra parte que, el autor y protagonista principal del libro
que comentamos, conoce bien el último ciclo la historia hasta nuestros días:
desde el renacimiento del siglo XVI con la pérdida de la noción de comunidad,
seguido de la revolución francesa, el liberalismo y el marxismo con las
coincidencias capital-marxistas, hasta el vacío y desorientación que en España
supuso la llamada transición democrática y lo ocurrido posteriormente en
Occidente, es decir, los últimos estertores del liberalismo. Este Estado moderno
es, para el autor, “el gran corruptor de la vida pública actual” (p. 417), el
“anquilosador de las energías individuales y colectivas más sanas” (p. 417).
Por todo esto, en la concepción de la realidad considero que Sanz-Orrio tiene
muchas concomitancias con lo que autores antiguos y modernos de la amplia
escuela tradicionalista española afirman sobre la religión, el hombre, la
comunidad y el Estado. Los últimos trabajos de Miguel Ayuso, entre otros
autores, son una prueba de ello.
Mi pregunta es por qué, pensando como pensaba y realizando lo que hizo,
Fermín Sanz-Orrio se hizo y permaneció falangista. ¿Podía ser porque, según no
pocos carlistas (v. gr. Jaime del Burgo Torres), los dirigentes de la Comunión
Tradicionalista de Navarra carecían de la actividad y el capacidad de riesgo que
exigía el momento histórico, por haberse acostumbrado a los resultados
electorales –por otra parte con gran éxito- entre 1890 y 1923? De hecho, aunque
otros carlistas consideraban que sí, lo que se propusieron fue renovar la fuerza
política y de choque de la Comunión. Y lo hicieron con éxito.
Nuestro protagonista era muy católico, muy navarro y partidario de los
fueros del viejo Reino, vasquista en el aspecto cultural, y muy social. De esto
último se derivó su vocación sindical. También su padre, que fue diputado foral
de Navarra, tenía inquietudes sociales. Lógicamente, la deriva falangista de
juventud de Don Fermín le distanció en diferentes aspectos con su tradición
familiar. En el libro esto queda matizado por la fuerte crítica realizada al
Régimen franquista, aunque él, hombre con un fuerte sentido de la lealtad,
permaneció siempre leal a los jefes fruto de su primera opción, que le marcó
toda la vida. Así, el protagonista estuvo influido por la tradición familiar hecha
propia, y por su opción de juventud para la acción.
Para el lector, el libro quizás adolezca de alguna laguna, como es la
explicación de la opción falangista del protagonista, y si durante su larga vida,
éste mantuvo relaciones con otras personas y sectores críticos -desde fuera del
Régimen- como el tradicionalista o carlista.
Considero muy seria y significativa la siguiente afirmación del autor que
también efectuarán los carlistas:
“Fueron unos años de pureza en los procedimientos y honestidad en el obrar que se
conjugaba perfectamente con un ambiente que, sin embargo, pronto comenzó a
deteriorarse, repercutiendo a su vez con al tónica en el manejo de los intereses públicos.
Éste fue uno de los factores más influyentes en la decadencia del régimen instaurado
después del 18 de julio del 36. Régimen que, en definitiva, nunca fue demasiado fiel
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observante de los principios ni demasiado atento a las ilusiones, a los propósitos y
objetivos perseguidos por los hombres que, en la precitada fecha, todo lo dieron con la
esperanza de una España mejor (…)” (pág. 94-95).
Deseo que esta recensión anime al lector a fijarse en nuestro protagonista,
a leer su autobiografía, análisis y pensamientos, a meditar esta biografía, a no
dejar en el olvido las actuaciones, críticas e inconformismos del protagonista, y
a reconocer no sólo la plenitud de su persona, sino singularmente la huella
tradicional patente detrás de posicionamientos personales surgidos en la
complejidad de cada vida y circunstancias.
Una vez más se demuestra que, el Régimen surgido de hecho en la España
de 1936, no fue en realidad -no ya en diversos deseos y leyes- fiel a la tradición
española, como ya analizó Rafael Gambra en Tradición o mimetismo (1976) así
como otros autores. El Decreto de Unificación de 1937 fue un elemento entre
muchos. El caso de Fermín Sanz-Orrio muestra que, en lo que éste último tenía
de mentalidad tradicionalista, chocaba con aquel Régimen y muchos de sus
valedores que tenían una tendencia liberal-conservadora.
La personalidad y pensamiento de Sanz-Orrio indica que se equivoca cierta
escuela historiográfica, que en esto se presenta como “revisionista” aunque sin
llamarse así. Tal escuela –tomada en su sentido amplio- no siempre se
subordina a los datos empíricos de los que alardea, expresa una tendencia
conservadora en sus interpretaciones y suposiciones que eleva a categoría de
tesis (siguiendo a Federico Suárez diremos que sólo se interpreta lo que se
desconoce), y algunos la han calificado de democristiana. En realidad, tal
escuela pretende alejarse todo lo posible –quizás por su origen filosófico- de lo
que ella denomina tradicionalismo. Influida por su propio ambiente cultural,
por el pragmatismo ante el “qué dirán” y por su propia época, atribuye al
tradicionalismo una falsa imagen, que en buena medida es la esgrimida por sus
enemigos los liberales de ayer y por los que a ello añaden el pragmátismo de
hoy.
Así, tal escuela se equivoca cuando insiste en que el Régimen del general
Franco desapareció por basarse en la tradición española, y el consiguiente
agotamiento de ésta. Tengamos presente que otros historiadores y pensadores
nada simplistas y quizás más agudos, afirman algo muy diferente, pues para
ellos el llamado régimen de Franco no estaba verdaderamente –sí en algunas
apariencias- fundado en la tradición española. Dicho régimen estaría en la
órbita cultural del conservadurismo católico-liberal o simplemente liberal, muy
distinta, y aún opuesta hasta la beligerancia, al tradicionalismo o carlismo que
tiene en sí mismo el signo de la renovación. Seguramente esto explica lo
ocurrido tras 1975.
Por otra parte, aportando algún juicio de valor de carácter interpretativo y
sobrevolando los hechos con un anclaje en la realidad, puede afirmarse que, en
un país como España, alejarse de su tradición (tradere) así como del ser católico
que fundamenta a los españoles en lo privado y a su sociedad como realidad
pública y política –esto es lo que discuten los anteriores-, conlleva siempre
ensayos aparentemente “salvadores” que tarde o temprano llevan a un rotundo
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fracaso, originando así una peligrosa e inacabada tendencia pendular sin
solución.
Una vez más agradezcamos a la autora su dedicación, a la editorial su
esfuerzo, y al protagonista biografiado todas sus interesantes aportaciones
teórico-prácticas, así como su gran memoria y sus abundantes y profundos
escritos. Con este libro gana el entendimiento de una época fecunda en
realizaciones sociales y económicas, y controvertida desde diferentes puntos de
vista. La edición del libro es pulcra, su precio de venta muy asequible al público
lector, y sus contenidos ora entretenidos ora de pensamiento profundo. Los
géneros biográfico, autobiográfico, de Memorias, y de pensamiento social y
político, están bien servidos.
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