SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 40
Descargar para leer sin conexión
Fuego en la madrugada
A las cinco de la mañana los despertó el
teléfono. La mamá de Nicolás saltó de la cama y
pudo alcanzarlo al segundo timbrazo.
—¿Qué barbaridad! Ya salgo, gracias —
escuchó Nicolás desde su cama y saltó también.
—¿Qué pasa? —preguntó el papá de Nico
entre bostezos.
—Era Doña Matilde, dice que el auto viejo,
el que estaba en la puerta, se está incendiando.
Bien conocía Nicolás ese auto. Con Agustín,
su amigo de la cuadra, lo habían usado muchas
veces.
También sabía por qué estaba allí.
La casa de Nicolás es una casa de pasillo.
Una sola puerta que asoma a la vereda y un
larguísimo pasillo lleno de otras puertas. Allí
viven otras personas que comparten con Nicolás
una extraña vecindad.
En el fondo, la última puerta, es del taller de
Juan.
Juan es un personaje un poco raro, que
trabaja, dos o tres días a la semana, arreglando
unas máquinas tan extrañas como él.
Juan iba y venía en su auto transportando sus
chirimbolos, sus herramientas y su cara de nada.
Y aquí llegamos al asunto importante: el auto.
Era viejo, fulero y destartalado, pero andaba,
hasta que a Juan le vino la mala suerte, Chocó en
una esquina con alguien tan despistado como él
y al auto se le rompió el radiador.
Pelusa 79
Lo trajo con una grúa hasta la puerta del pa-
sillo y con su valija de herramientas trató, en
vano, de arreglarlo durante algunos días.
Una mañana le faltó una rueda, otro día le
sacaron los faros y así, se fueron robando las
pocas cosas útiles que el auto tenía.
Juan, que como les dije, estaba en la mala y
los problemas le brotaban como los árboles en la
primavera, fue perdiendo interés en el vehículo y
lo dejó allí como recuerdo de mejores épocas.
Claro que a los vecinos no les gustaba
aquella ruinosa decoración. Era un barrio
sencillo pero prolijo, y ese fantasma de auto
quedaba espantoso.
Nicolás y Agustín eran los únicos que
disfrutaban de aquel desastre, ya que cuando sus
madres ponían los ojos en la telenovela de la
tarde, ellos se sentaban en el auto viejo y
viajaban a lugares lejanos.
Tenía volante, algunos botones inservibles y
los asientos. Un auto de verdad para juegos de
mentira.
—Más despacio que vamos a chocar— decía
Agustín cuando Nico apretaba mucho el
acelerador.
—Cuidado con la curva —le avisaba Nicolás
cuando el otro manejaba.
Un día se cansaron de andar en auto y lo
inventaron avión, Cuando volar también les
resultó aburrido, fue una nave espacial en la que
viajaron hasta Marte.
Mientras Nicolás y Agustín jugaban, los
grandes seguían haciéndose problema.
—Qué estorbo es ese auto —decían. —La
cuadra parece un basural. —¿Por qué no lo
llevamos a la puerta de la casa de Juan? —
proponía alguno.
Pero después cerraban las puertas de sus
casas y se olvidaban del problema de todos, para
ocuparse de los problemas de cada uno.
—¿Qué te parece Nico? ¿Nos llevarán el
auto? —preguntaba Agustín preocupado.
—Palabras, palabras —decía Nicolás, que
era más grande y ya sabía que del dicho al hecho
hay mucho trecho.
Pasaron los días, y mientras los chicos
perfeccionaban sus juegos, el auto se deterioraba
más y más.
Una tarde, cuando empezó la novela y
subieron al auto, descubrieron un diario viejo en
el asiento de atrás.
—Qué raro —dijo Nico, pero no se atrevió a
sacarlo.
Desde ese día, en el asiento trasero empezó a
crecer un basural de diarios y algunas revistas.
—Se va a llenar de ratas —dijo una vecina
de esas que siempre anuncian calamidades.
Los chicos se entusiasmaron preparando
trampas con queso y todo para salvar el auto de
los roedores.
Pero antes que los ratones, llegó el fuego;
aquella madrugada alguien incendió el auto de
Nico y Agustín.
La sirena de los bomberos se escuchaba
desde lejos y el barrio se desperezó como si
todos los relojes hubieran sonado al mismo
tiempo.
Nicolás se vistió, y aunque su mamá le dijo
que no saliera, asomó al pasillo primero y a la
vereda después, para encontrarse con la tristeza
en los ojos de su amigo.
—Nos lo quemaron, Nico —le dijo
Agustín—. ¿Quién habrá sido?
Nicolás miraba hipnotizado el auto que se
había transformado en una enorme llamarada.
La mamá de Agustín los empujó hasta la
esquina.
—Es peligroso chicos —les dijo cuando
llegaba la autobomba.
En cinco minutos, los bomberos con sus
enormes mangueras apagaron el fuego. Después
se quedaron hablando con los vecinos de la
cuadra.
— ¿Quién lo habrá quemado? —preguntaba
un bombero. Todos los vecinos que alguna vez
se habían quejado del auto, inventaban una frase
que los dejara libres de sospecha.
—Yo estaba durmiendo porque ayer trabajé
hasta muy tarde —decía uno.
—Qué locura, tampoco molestaba tanto —
comentaban otros.
Nicolás y Agustín se alejaron de las excusas
para ver el humo que salía de los asientos
chamuscados.
Pelusa 79
—Y ahora... ¿Qué hacemos? ¿A qué vamos
a jugar a la tarde? -dijo Agustín apenado.
—No vamos a jugar. Vamos a investigar —
afirmó Nicolás, que estaba tan triste como
enojado.
No tuvieron otro remedio que despedirse y
volver a sus camas, pero fue imposible recuperar
el sueño.
Al día siguiente, en la escuela, cuando
Agustín salió al primer recreo, estaba Nicolás
esperándolo.
—¿Y? ¿Se te ocurrió alguna idea? —le pre-
guntó.
—Yo no sé nada de investigar —dijo
Agustín disculpándose.
—¿Para qué ves las series de televisión? —
le dijo Nico que seguía de mal humor—,
necesitamos saber todo sobre los vecinos y
descubrir al culpable...
—Bueno, está bien —dijo Agustín resig-
nado. A él le gustaba jugar en el auto. ¿Para qué
investigar si el juego ya estaba quemado?
—¿Y cuando descubramos al culpable...,
qué vamos a hacer? —se animó a decir.
Nicolás se quedó callado y comenzó a sonar
el timbre que anunciaba el fin del recreo.
—Volvamos a clase —dijo aliviado—, esta
tarde te espero como siempre, a las cuatro.
Primera pista
Cuando volvieron a verse, a las cuatro en
punto, Nicolás traía bajo el brazo un cuaderno
verde un poco arrugado.
—Es viejo —dijo—, pero nos sirve igual.
—¿Nos sirve para qué? —preguntó Agustín,
pensando que su amigo había enloquecido e iba
a proponerle jugar a la maestra.
—¿No te dije que tenemos que anotar todos
los datos para no perdernos ningún detalle?
—Está bien —aceptó Agustín—, pero anotas
tú.
—Empecemos por la esquina —dijo Ni-
colás—. En la casa de dos pisos vive esa señora
que nunca saluda. ¿Te parece sospechosa?
—Y... —alcanzó a decir Agustín.
—A mí no. Ella está siempre ocupada. Los
hijos son grandes, además son los que viven más
lejos del auto. ¿Por qué iba a molestarles?
Nicolás hablaba muy rápido exponiendo sus
ideas. Agustín solo asentía o negaba con la
cabeza.
Por ejemplo, cuando Nico decía:
—Me parece que las del almacén pueden ser
sospechosas porque son muy limpitas y
ordenadas. Ese cascajo viejo en la calle no debía
gustarles nada —Agustín movía la cabeza
afirmativamente, de arriba hacia abajo.
En cambio, cuando Nico decía:
—Doña María no puede haber sido porque
es muy miedosa. No se anima a sacar la basura
por las noches, menos se va a animar a ponerle
un fósforo al auto en la madrugada —entonces
Agustín movía la cabeza de un lado al otro,
dándole la razón.
Cuando Nico terminó sus conjeturas con
todos los vecinos de la cuadra, Agustín estaba
casi dormido a su lado.
—¡Agustín! —lo despertó Nico de un
codazo—. ¿Me estas escuchando?
—Sí, por supuesto.
—¿Qué opinas?
—Qué tienes razón —dijo Agustín con-
vencido.
—¿En qué parte?
—En todas partes —dijo Agus y así lo creía.
Nicolás era más grande y casi nunca se
equivocaba.
—Vamos a investigar —dijo Nico y dejó de
anotar. Agustín, contento, pensó que al fin
empezaba la acción.
Entraron al club social y deportivo “La
cuadra”: Allí estaban reunidos los jubilados del
barrio jugando un partido de truco.
—Que tal chicos…¿se quedaron sin juguete?
—les preguntó Don Mario.
¡Y pensar que ellos creían que era un secreto
el juego en el auto!
—Si —contestó Nico tímidamente.
—Ahora queremos saber quién fue —
alcanzó a murmurar Agustín antes de que su
amigo le diera un terrible codazo acompañado de
un “SSSHHH”.
—Con todos los diarios que había en ese
auto una sola chispa puede haber sido el origen
del fuego —dijo Don Mario como si hablara
solo.
—¡Los diarios! —dijo Nico, se fue a la ve-
reda y se puso a anotar en el cuaderno.
—¿Qué pasa con los diarios? —le preguntó
Agustín.
—Los diarios nos pueden llevar al pirómano.
—¿Al piro qué?
-Pirómano. PI-RO-MA-NO —repitió Nico,
ya que le costaba decir esa palabra tan larga que
había escuchado en boca de su papá después del
incendio—, son personas a las que les gusta
prender fuego.
—jAh! —dijo Agustín y se quedó tratando
de recordar esa palabra con la que después
jugaría al ahorcado con sus compañeros de la
escuela.
Pelusa 79
Los diarios
¿Me explicas lo de los diarios? —se animó a
preguntar Agustín al rato.
—¿Te acuerdas de que el auto estaba lleno
de diarios? —dijo Nico y continuó explicando
sin esperar respuesta—. "Alguien" fue poniendo
esos diarios todos los días con la intención de
quemar el auto. Después puso un fosforito y...
¡Fuego!
—¿Y eso a nosotros para qué nos sirve? —
dijo Agustín, ya que le costaba entender.
—Nos sirve. Todo nos sirve. ¿Sabes qué
diario era? —y siguió otra vez sin dejarlo
hablar—. Era el diario Clarín. Mi papá no lee
Clarín, así que puedo estar tranquilo, mi papá no
fue. Tenemos una pista: el pirómano lee Clarín.
Agustín se quedó pensando un rato sin decir
palabra, mientras Nicolás escribía su
descubrimiento en el cuaderno.
—Ven, vamos hasta el kiosco de diarios —
dijo Nicolás y empezó a caminar. A los diez
pasos se dio cuenta de que su amigo no lo
seguía.
—Dale Agus, apúrate.
—No, no quiero, me llama mi mamá a tomar
la leche, ya terminó la novela, además tengo
ganas de ir al baño. ¡Chau! —dijo Agustín y
salió corriendo hacia su casa.
Nicolás decidió dejar la investigación para
cuando volviera su amigo.
Agustín entró en su casa corriendo y fue
directo al baño. Era el único lugar donde podía
pensar tranquilo.
¿Qué pasaría cuando Nico descubriera que
su papá leía Clarín7
.
Seguramente iba a acusarlo de piro no sé
cuanto y terminaría en la cárcel. Se imaginó
visitándolo los domingos y dejando la escuela
para mantener a su familia. ¿Qué hacer?
Intentó recordar la noche de la quemazón.
Cuando él se despertó sus papás conversaban
en voz alta.
—¿Qué pasa papi? —preguntó al verlos
levantados a esa hora.
—No te asustes Agustín, se quema el auto
que estaba en la cuadra, el auto viejo.
—¿Cómo que se quema? —preguntó
mientras se vestía.
—Sí, alguien se cansó de verlo ahí tirado y
le puso un fósforo.
Esas palabras lo delataban. ¿Como sabía su
papá que lo habían prendido con un fósforo?
¿No podría haber sido un encendedor?
Resulta que ahora el primer sospechoso era
su padre: dos evidencias lo acusaban: el Clarín y
el fósforo.
En ese momento, su hermana golpeó la
puerta del baño.
—¡Ya va! —dijo Agustín, ni en el baño lo
dejaban en paz.
Salió a la vereda y allí estaba Nico insistente
con su cuadernito.
—¿Listo? —le preguntó.
—No —le contestó Agustín enojado—, a mí
me parece que no sirve para nada saber quién le
prendió fuego, el auto ya está quemado.
—Bueno, pero yo quiero saber quién fue el
culpable, seguro que a la policía le va a interesar.
Estuve pensando que quizás no sea el primer
incendio del pirómano. Posiblemente ya provocó
otros y, tal vez, alguna muerte.
—¡Para! ¡Por favor para! —le gritó Agus-
tín— Déjame pensar un poco —y más preo-
cupado que antes se volvió a su casa.
Esa noche, durante la cena, Agustín empezó
a hablar de los pirómanos. Su papá escuchaba
con una oreja en la tele y la otra en él.
—¿Te parece bien que quemaran el auto? —
se animó a preguntarle.
—No, nadie tiene derecho a destruir algo de
otra persona —le dijo su padre y lo tranquilizó.
Pero un minuto después agregó:
—En realidad, Juan estuvo mal en dejar ese
auto en nuestra calle. También creo que un poco
lo merecía.
A Agustín se le atragantó la comida. ¿Habría
sido su papá capaz de prender fuego al auto?
¿Terminaría en la cárcel? Tenía que hacer
cualquier cosa para evitar que Nico siguiera
investigando.
Esa noche Agustín casi no pudo dormir. Por
la mañana se le notaba tanto la cara de
preocupación que su mamá le preguntó:
—¿Qué te pasa, Agus?
—Tengo un problema, pero no te lo puedo
contar —dijo él anticipando la pregunta
siguiente.
—Pídele ayuda a un amigo —le dijo su
mamá, y no le pareció mala idea.
Agustín juntó coraje y en el primer recreo se
apareció por cuarto grado, el de Nico.
—¿Qué tal? —le dijo Nicolás de mejor
humor.
—Tengo que decirte algo —le contestó
Agustín y lo llevó al rincón secreto del patio—.
Estoy preocupado porque mi papá lee Clarín —
en cuanto lo dijo se sintió aliviado.
Nico se quedó callado un minuto.
—Tengo miedo de que él haya sido el que
quemó nuestro auto.
—No te preocupes, algo se me va a ocurrir
para averiguarlo —dijo Nicolás cuando
terminaba el recreo.
A las cuatro se encontraron en la vereda y
Nico dijo:
—Vamos a tu casa.
—¿Por qué? —preguntó Agustín.
—Quiero hacer algo.
Cuando entraron a la casa de Agustín, la
mamá los recibió con un:
—SSSHHHH, estoy mirando la novela.
Esperaron en silencio que llegaran las
propagandas y de paso observaron con atención
el beso boca a boca entre los protagonistas.
Cuando llegaron los avisos, Nico preguntó:
—Marta... ¿usted tiene diarios viejos?
—¿Por qué? —preguntó sin curiosidad la
mamá de Agustín.
—Porque me pidieron en la escuela y mi
mamá no los guarda.
—En el garaje hay un montón —alcanzó a
decir Marta antes de que los chicos salieran
corriendo.
En el garaje los miedos de Agustín de-
saparecieron. Allí, apilados en un rincón,
estaban los diarios de una semana, de un mes, de
un año.
—No fue mi papá —dijo aliviado Agustín, y
Nico, también contento, le palmeó el hombro.
—¿Seguimos investigando? —le preguntó.
—Sí, ahora sí seguimos.
En ese momento escucharon la voz de Marta
que, favor por favor, los mandaba al almacén.
—Qué bueno —dijo Nico—, justo el lugar
donde quería ir —y apretó su cuaderno bajo el
brazo.
Pelusa 79
El almacén de las hermanas
El almacén de las brujas no era un almacén
cualquiera. Rosa y Mabel eran hermanas,
solteras, solteronas para decir verdad. Los chicos
las habían bautizado las brujas y ya van a
descubrir por qué.
Sus vidas empiezan en las latas de tomates y
terminan en las galletitas sueltas. Sólo importan,
interesan, tienen valor las cosas que se venden
en un almacén. Abren todos los días de todas las
semanas de todos los meses del año. Nunca se
tomaron vacaciones, los feriados no existen y las
sonrisas tampoco.
Muchas veces Nico y Agustín se han di-
vertido haciéndolas enojar, riéndose a carcajadas
en su negocio o toqueteando la mercadería, a
pesar de que está lleno de carteles que dicen con
letras muy grandes "NO TOCAR".
—Chiquito —le dijeron a Agus un día, con
lo poco que le gustaba que le llamaran así—, no
se puede tocar.
—¿Por qué no se puede?
—Porque se ensucia la mercadería.
—Pero yo recién me lavé las manos —dijo
Agus enojado.
—Sí, sí se las lavó —afirmó Nico tentado de
risa.
—Igual no se puede tocar —dijo la bruja con
cara de perro rabioso.
—¿Por qué? —insistió Agustín.
—Porque no y listo —ladró la hermana.
—¿Porque no se le da la gana?
—Está bien, porque no se me da la gana —
contestó ella.
—Bueno —dijo Nico valiente— y a nosotros
no se nos da la gana comprar en este almacén.
Después salieron los dos muertos de risa.
Un buen reto les había costado esa "falta de
respeto" y hasta tuvieron que pedir disculpas,
pero se reían tanto cuando recordaban las caras
indignadas de las brujas. Así son ellas, siempre
quieren todo ordenado, limpio, cada cosa en su
lugar y un lugar para cada cosa.
—¿Tu piensas que fueron ellas? —preguntó
Agustín cuando salieron de su casa. —Puede ser,
todo puede ser —contestó Nico, que con esto de
investigar se ponía cada vez más misterioso.
Entraron en el almacén y Nico, exagera-
damente educado, dijo: —Buenas tardes.
Como nadie le contestó el saludo, porque no
estaba entre las costumbres de las hermanas
saludar, Agustín le dijo riendo. —Buenas tardes,
Nicolás. Los dos se tentaron con este chiste
pavo, que repetían cada vez que entraban al
negocio.
Doña Matilde, la vecina de adelante, estaba
comprando fiambre y esto implicaba un buen
rato de espera.
—¿Te enteraste Agustín de lo que pasó an-
teanoche? —preguntó Nico con un codazo. —
¿Antecuándo?
—Anteanoche, el fuego ¿Supiste lo que
pasó?
—Sí, Nico. ¿De qué estuvimos hablando
todo el día? —dijo Agustín y recibió un codazo
mas fuerte acompañado de una guiñada de ojo.
—Ah! Claro, sí... ¿Qué fue lo que pasó
Nicolás?
—El auto. SE QUEMÓ EL AUTO —dijo
Nicolás en voz alta mirando atentamente las
caras de todos los presentes para ver si alguien
se ponía nervioso.
—Qué barbaridad —dijo Doña Matilde
cayendo en la trampa—, y no sé a quién se le
ocurrió semejante cosa. El auto de mi marido
estaba estacionado muy cerca. Una chispa que
saltaba y se quemaba el nuestro también. ¡Qué
inconsciente el que puso el fósforo!
Desde atrás del mostrador no se hicieron
esperar los comentarios:
—La verdad, que ese auto ahí es una
molestia. Seguramente, el que prendió el fuego
pensó que los bomberos después de apagarlo se
lo iban a llevar, pero le salió el tiro por la culata.
—¿Lo prendieron con un tiro? —preguntó
Agustín al oído de Nico.
—No, no, después te explico, déjame es-
cuchar.
—Ahora está peor que antes —dijo Doña
Matilde, pagó su fiambre y se fue.
—¿Con qué lo prendieron? —insistía
Agustín.
—Con fósforos —le contestó Nico en el
mismo momento en que una de las brujas le
preguntaba:
—¿Qué van a llevar?
Como se imaginarán, la bruja trajo una caja
de fósforos y la puso sobre el mostrador. Nico
no sabía qué hacer, si llevarse los fósforos
aunque la mamá de Agus no se los había
encargado o explicarle a las brujas la confusión.
—Mi mamá no nos pidió fósforos —dijo
Agustín con su enorme bocaza, complicando aún
más las cosas, ya que la bruja dijo
inmediatamente, con su voz brujosa:
—¿Cómo? ¿Por qué vas a llevar algo que no
te encargaron? ¿Quién va a pagar los fósforos?
¿Y para qué los quieres? ¿No serás tu el que está
prendiendo cosas en el vecindario?
Nicolás estaba mudo de espanto. No sólo no
había avanzado en su investigación, sino que
ahora era el principal sospechoso. —Disculpen
—alcanzó a decir y salió del almacén con
Agustín atrás.
—Que lío —dijo Agustín—, ni siquiera
hicimos las compras, seguro que me van a retar.
—Deja de pensar en pavada —dijo Nico
furioso—, ahora capaz que me denuncien por
pirómano.
—Déjate tu de palabras raras y misterios —
dijo Agus, le sacó la plata de la mano y se fue
corriendo al almacén de la vuelta.
Definitivamente, su amigo estaba
enloquecido y eso a él ya no le parecía divertido.
¿Y si había sido Nico y averiguaba solo para
despistar?
Qué feo resultaba sospechar de todos.
Primero de su papá, ahora de Nico. Pensó un
rato y se dio cuenta de que no iba a descansar
tranquilo hasta no saber quién había provocado
ese incendio.
Pelusa 79
La lista
Más tarde y más calmado, Agustín volvió a
la vereda y encontró a su amigo haciendo
anotaciones en su cuadernito verde.
—¿Qué descubriste, Nico?
—Me acordé de algo que dijo Doña Matilde.
Dijo que su auto estaba estacionado muy cerca
del que se quemó. Eso los quita de la lista.
—¿De qué lista? —preguntó Agustín,
Entonces Nico abrió su cuaderno y le mostró
una hoja donde prolijamente había anotado a
todos los sospechosos.
Agustín agradeció profundamente que el
nombre de su papá estuviera tachado, pero no
entendió por qué Nico había anotado al dueño
del auto.
—¿Sabes lo que pasa, Agus? Yo creo que
Juan estaba cansado de que todos los vecinos le
pidieran que sacara el auto. Como no podía
pagar una grúa, tal vez, creyó que si lo quemaba
se lo llevarían los bomberos, pero la idea le salió
mal.
—¿Y el ladrón quién es? —preguntó Agus-
tín intrigado.
—El ladrón, el que se fue llevando cada
parte del auto. Quizás, como ya no tenía nada
para robar, de pura bronca lo quemó.
—Puede ser... puede ser... —dijo Agustín
pensando todo lo contrario—. Pero... ¿cómo
vamos a saber quién fue de todos éstos?
—Paciencia, Agustín, mañana seguimos —
dijo Nico. Y cada cual marchó a su casa, ya que
las novelas habían terminado hacía rato.
Un nuevo sospechoso
Averiguar quienes leían Clarín en la cuadra.
Fueron hasta el kiosco de diarios de la otra
esquina y a Nico se le ocurrió una buena idea.
—¿Puedo hacerle una encuesta para la
escuela? —le dijo al diariero sacando su
cuaderno y su lápiz.
—Sí, por supuesto.
—Necesito saber qué diarios se venden en la
cuadra de mi casa.
El diariero se quedó pensando un momento y
después dijo:
—Tres clarines, dos naciones y tres
crónicas.
Nicolás estaba anotando los datos cuando
llegó un señor con cara rara y le dijo al diariero:
—Clarín, por favor —le pagó unas monedas
y se fue caminando despacio.
—¿Y éste quién es? —preguntó Agustín sin
disimulos.
—Es nuevo en el barrio —contestó el
diariero.
Este hombre tenía una cara muy sospechosa.
Los chicos, al verlo, no pudieron dejar de pensar
que exactamente así se imaginaban al pirómano.
Su cara era alargada, tenía manchada la piel y las
cejas eran como enormes cepillos que le oculta-
ban la mirada.
Agustín y Nico decidieron dejar los diarios
para más tarde. A este sospechoso había que
seguirlo, averiguar quién era, dónde vivía y si
tenía fósforos. El hombre iba hacia la cuadra de
los chicos, mientras hojeaba el diario. Nico le
dio las gracias al diariero y despacio, empezaron
a seguir al desconocido.
Los chicos iban callados y observando
atentamente al hombre. Este pasó delante del
auto quemado y, aunque lo miró
sospechosamente, no se detuvo. Después pasó
frente a la casa de Agustín y siguió camino. Al
llegar a la esquina, cruzó la calle y entró en la
primera casa.
—¿Esa casa no estaba abandonada? —pre-
guntó Agustín.
—Estaba. Pero ya no lo está y me parece que
nuestra lista estaba incompleta, faltaba el
principal sospechoso —dijo Nicolás, mientras se
sentaba en el cordón de la vereda y anotaba en la
lista del cuaderno, con letras muy grandes:
SOSPECHOSO DE LA ESQUINA
Al día siguiente se encontraron a las cuatro
en la vereda. Nicolás insistía en investigar al
nuevo vecino, pero Agustín lo consideraba una
tarea peligrosa. Estaban discutiendo, cuando el
sospechoso salió de la casa y se fue caminando
hacia la avenida. Lo vieron alejarse, y cuando no
fue ni siquiera una manchita pequeña, Nico
decidió que era el momento de espiar. Se
acercaron hasta la puerta destartalada que,
entreabierta, los invitaba a entrar. Al minuto
siguiente, Nico estaba en el pequeño patio, y
como Agustín no lo seguía, lo agarró de la
remera y lo entró de un tirón.
—A mí me da mié... —comenzó a decir
Agustín, pero Nico lo chistó.
El patio estaba lleno de escombros y al
fondo estaba la casa vieja que parecía a punto de
derrumbarse. Todo estaba en silencio.
Nicolás le pidió a Agus que le hiciera de
campana mientras él investigaba.
—¿De campana? ¿Cómo hago de campana?
¿Qué tengo que tocar?
Nico pensó, furioso, que tenía el peor
ayudante que pudiera existir en la historia de los
detectives.
—Tienes que vigilar —le explicó con
paciencia—. Siéntate en la vereda y si ves venir
al hombre, da dos golpes fuertes en la puerta y
yo salgo corriendo.
—Bueno —dijo Agustín —¿Cualquier
hombre?
—No salame, al hombre que vive acá —le
contestó Nico.
Después se acercó a la casa que, aunque
estaba cerrada, tenía las ventanas sin cortinas.
Nicolás se asomo a una y pudo ver una cocina
muy desordenada, llena de cosas raras, cajas y
unos pocos muebles.
La otra ventana daba a un cuarto más
ordenado, con una cama. El lugar estaba en pe-
numbras y al mirar las paredes, Nicolás
descubrió espantado un montón de cabezas que
lo miraban con ojos desorbitados.
Contuvo un grito, se volvió y salió de la casa
en menos de un segundo.
Agustín lo vio pasar a toda velocidad.
—Nico, ¿qué pasó? —preguntó al alcan-
zarlo.
—Nada. Me acordé de que tengo un montón
de deberes. Mañana nos vemos —y sin más
explicaciones entró en su casa.
Nicolás no podía calmarse. Se acostó en la
cama, pero esas caras extrañas con los ojos
saltones, no lo dejaban en paz. El sólo quería
investigar un incendio, pero éstos parecían
asesinatos.
¿Serían muertos los que estaban colgados en
la pared?
Pelusa 79
¿Tachando inocentes?
A la mañana siguiente Nico pudo pensar
mejor.
Era muy difícil colgar a los muertos como
cuadros. Pero entonces...¿Qué era lo que había
visto en la casa de la esquina?
Por la tarde, Agustín preguntó:
—¿Seguimos investigando?
-No sé, estoy muy cansado —dijo Nicolás—,
además... ¿de qué va a servir saber quién lo
quemó?
Agustín había sido el primero en tener ese
pensamiento...
Se quedaron callados mirando los autos que
pasaban, cuando salió el sastre con su prolijo
traje.
Nico se acordó de lo raro que le había
parecido el trabajo de ese hombre cuando llegó
al barrio.
—¿Un qué? —le preguntó a su mamá
cuando le dijo que era un sastre.
—Un sastre es un señor que hace trajes,
pantalones y ropa a medida —le explicó su
mamá.
—Pero... ¿para qué? Si puedes ir a un ne-
gocio y comprarlo hecho.
—Pero no es lo mismo, él lo hace exac-
tamente para tu tamaño —le dijo ella y a Nico
no lo conformó su explicación.
Ese día, Don José les preguntó:
—¿Están aburridos hoy?
—Un poco —dijo Nicolás.
—Un poco mucho —agregó Agustín.
—¿Vio que nos quemaron el auto? —pre-
guntó Nico reiniciando la investigación.
—Sí, ya me contaron —dijo el sastre acla-
rando, sin que nadie le preguntara, que no estaba
por la madrugada en su negocio. Eso significaba
absoluta inocencia.
—¿Quién habrá sido, Don? —preguntó
Agustín abriendo nuevamente su enorme bocaza.
—No sé, son cosas... desastres que ocurren
—dijo Don José, y ya se alejaba cuando Nico le
preguntó:
—¡Don José! ¿Usted compra Clarín!
—¡No! —gritó el sastre cuando doblaba la
esquina.
Nicolás abrió el cuaderno y Agustín leyó
despacio:
—¿Cómo sabes que el marido de Doña
Matilde compra Clarín? —preguntó Agustín.
—Esta mañana, cuando salí para la escuela,
lo vi que venía del kiosco con el Clarín bajo el
brazo.
—Ah... —dijo Agus y se quedaron pensando
otro rato.
—¿Tachamos al sastre? —preguntó Agustín.
—Hoy nos toca investigar a Doña María,
después vemos —dijo Nicolás y fue a buscar la
pelota para jugar en el pasillo. Era una buena
manera de hacer salir a Doña María para decirles
cuidado con las plantas.
Al tercer pelotazo, consiguieron que se
asomara:
—Chicos, cuidado con las plantas —dijo
amablemente.
—¿Vio lo que pasó con el auto? —dijo
apurado Agustín.
—Sí, una barbaridad —le contestó la mu-
jer—. El que lo quemó no pensó que los
bomberos iban a dejarlo allí, en el mismo lugar.
Ahora está peor que antes.
—¿Quién habrá sido? —insistió Agustín,
ligándose esta vez un pisotón.
—No tengo la menor idea. Lo único que sé
es que yo no fui —dijo Doña María y cerró la
puerta.
—Ella no fue. Táchala de la lista —le dijo
Agustín a Nico.
—Pero tu no puedes ser más gil. ¿Crees que
todos te van a decir la verdad? ¿Qué sólo
tenemos que preguntar? Entonces sería muy
fácil. La gente miente, Agustín. Tienes que hacer
preguntas inteligentes para averiguar algo.
Déjame a mí. Y aprende.
Nicolás fue muy decidido y golpeó la puerta
de Doña María, que enseguida abrió.
—Doña, ¿me puede hacer un favor? —
Bueno, si después me dejas ver la tele
tranquila...
—Necesito un diario. —Lo siento Nico, pero
con lo poco que cobro de jubilación, hace rato
que no compro el diario —Doña María cerró la
puerta y Nico se volvió con cara satisfecha.
—¿Aprendiste? —le dijo a Agus. Después
buscó el cuaderno y tachó de la lista el nombre
de Doña María.
Con las brujas era más difícil asegurar su
inocencia. Después del último incidente, no
querían ni entrar al almacén y no había manera
de averiguar qué pensaban del incendio.
Por cansancio, decidieron tacharlas de la
lista, pero no como a Doña María. Sólo con una
línea por encima de las letras para que quedara
claro que aún eran sospechosas.
—¿Y ahora a quién investigamos? —pre-
guntó Agustín.
—Nos toca Juan, el dueño del auto —dijo
Nico preocupado.
Aquí se les presentaba un verdadero
problema. Juan no vivía en la cuadra y después
del incendio no había aparecido más por el
taller.
Pelusa 79
Ultimas sospechas
A la mañana siguiente, la mamá de Nico
encontró bajo la puerta del pasillo una carta para
Juan. Durante el almuerzo comentó:
—Le llegó una carta a Juan. Parece im-
portante, como un aviso de un banco. ¿Te
animas a llevársela esta tarde, Nicolás?
—Está bien, ma —dijo Nico entusiasmado.
—De paso le preguntas cuándo se va a llevar
el auto, porque allí en la vereda ya no lo puedo
ni ver.
A las cuatro consiguieron que la mamá de
Agustín lo dejara acompañarlo y emprendieron
el camino.
En la puerta de la casa de Juan estaba su
hija, que tenía la misma edad que Agus. Se
animaron a preguntarle:
—¿Sabes que quemaron el auto de tu papá?
—Sí. Mi papá está muy enojado por eso.
Justo había conseguido alguien que se lo
comprara. Hoy venían a buscarlo y tuvo que
avisarles que el auto estaba quemado —en ese
momento se asomó Juan.
—¿Qué quieren? —preguntó a modo de
saludo.
—Me mandó mi mamá a traerle esta carta —
se apuró a decir Nicolás.
—Gracias, espero que no sean malas noticias
—dijo Juan—, ya con lo del auto tengo bastante.
—¿Ya sabe quién se lo quemó, Don? —dijo
Agustín, y si Nico no le pegó un codazo, fue
porque lo tenía lejos.
—Si lo supiera ya le hubiera dado una buena
trompada —dijo Juan y se fue para adentro
rumiando venganzas.
Nico no se animó a preguntarle cuándo iba a
sacar el auto de la puerta.
Cuando regresaron, Nicolás trajo el cuaderno
verde y entre los dos tacharon a Juan de la lista,
que entonces quedó así:
Sobre el ladrón era imposible averiguar, ya
que no sabían ni quién era. Agustín propuso
sacarlo de la lista, y aunque a Nicolás se le
ocurría que lo había quemado para borrar sus
huellas, sin pista era imposible resolver la
sospecha.
Tachado el ladrón, los únicos que quedaban
eran el vecino nuevo y el sastre, pero este último
ya les había dicho que no compraba Clarín.
Discutían sobre la posibilidad de tachar a
Don José, cuando lo vieron venir por la vereda.
—¿Y chicos? ¿Cómo anda la cosa?
—Seguimos investigando —dijo Agustín,
otra vez abriendo su terrible bocaza.
El sastre no dijo palabra y se metió en su
negocio.
—Parece que no le gusta que preguntemos...
—alcanzó a decir Nicolás cuando Agus le dio un
codazo.
—Ahí viene —le dijo en secreto.
Era el vecino sospechoso.
—Vamos a seguirlo —dijo Nicolás levan-
tándose, y empezaron a caminar atrás de ese
señor que ahora estaba mejor peinado y ya no
parecía tan sospechoso.
El hombre se detuvo en el kiosco y compró
cigarrillos. Al retomar su camino se encontró de
frente con Agustín y Nicolás.
—¿Qué tal? ¿Somos vecinos, no?
—Sssííí —tartamudearon los dos.
—Hace poco que me mudé, por eso no
conozco mucho —dijo el desconocido—, este es
un barrio tranquilo, según parece.
—Sí, lo único raro fue lo del incendio —se
apuró a decir Nicolás antes de que Agustín
metiera la pata otra vez.
—¿Qué incendio? —preguntó el hombre.
—El del auto. ¿No estaba usted ese día?
—No sé —dijo el sospechoso número uno—
, yo me mudé el miércoles a la tarde.
—Claro, el auto se quemó el miércoles a la
madrugada —dijo Nico.
Con tanta charla, ya estaban en la puerta de
la casa misteriosa.
—¿Quieren pasar? —dijo el vecino.
—Sí —dijo Agustín.
—No —gritó Nicolás al mismo tiempo,
recordando lo que había visto y a los reducidores
de cabeza—, nos tenemos que ir.
—Bueno, vengan cuando quieran, tengo algo
que les va a gustar —dijo el hombre entrando en
la casa.
—¿Por qué no me dejaste entrar? —preguntó
Agustín enojado.
—Porque puede ser peligroso —le aclaró
Nicolás.
—Más peligroso fue cuando entraste tu—
dijo Agustín y entró corriendo en la casa
misteriosa.
Nicolás se quedó sentado en la vereda sin
saber qué hacer. Pensó en contar hasta cien, y si
Agustín no salía sano y salvo, llamar a la policía.
—Uno... dos... tres... cuatro, cinco —siguió
cada vez más rápido.
Cuando iba por el noventa y nueve ya
pensaba empezar de nuevo, pero en ese
momento salió Agustín con una sonrisa de oreja
a oreja.
—Nico, ven, entra conmigo. Este hombre
hace y maneja títeres, tiene unos enormes que
cuelgan de las paredes, son hermosos, ven, dale
—y sin dejarlo reaccionar, Agustín lo entró de
un brazo.
Con la luz prendida, Nico reconoció a las
cabezas colgadas como enormes títeres que
Héctor, así se llamaba el titiritero manejaba a las
mil maravillas haciéndolos reír hasta las
lágrimas.
Cuando terminó la novela, antes de volver
cada uno a su casa, tacharon del cuaderno verde
al sospechoso de la esquina.
Solo faltaba tachar al sastre, pero los chicos
ni se dieron cuenta.
Pelusa 79
¡Qué desastre!
Al día siguiente se encontraron en la vereda,
pero no para seguir investigando. Héctor los
había invitado para jugar con los títeres y para
ayudarlo en su taller.
El cuaderno quedó en la casa de Nico con su
información secreta bien guardada.
Pero terminada la novela, cuando volvían a
sus casas, un detalle les recordó el tema del auto.
Doña Matilde, con el Clarín en la mano,
entró en el negocio del sastre.
—Don José, aquí le traigo el diario —le
escucharon decir desde la vereda.
—¿Usted le presta el diario? —se animó a
preguntar Nicolás cuando salió la vecina.
—No se lo presto, se lo regalo —dijo Doña
Matilde—, cuando mi marido termina de leerlo y
de hacer el crucigrama, se lo doy a Don José.
Entre vecinos es bueno ayudarse. Además, un
diario viejo no sirve para nada.
"Sí sirve —pensó Nico—, para quemar un
auto abandonado".
—¿Al sastre lo tachamos? —preguntó
Agustín.
Nicolás, que ya no podía esperar más para
resolver la investigación, entró decidido en el
negocio del sastre.
—Buenas —dijo, y Agustín entró atrás de
él—. ¿Cómo le va Don José?
—Bien, aquí me ven, leyendo qué pasa en el
mundo —dijo el sastre hojeando el diario.
—¿Sabe que ya sabemos quién fue? —dijo
Nico y le hizo señas a Agustín para que cerrara
bien la boca.
—¿En serio? —contestó el sastre sin le-
vantar los ojos del diario.
—Sí, fue el marido de Doña Matilde, lo
descubrimos porque en los diarios que ponían en
el auto, Agus y yo vimos que los crucigramas de
la última hoja estaban resueltos.
Y ya averiguamos que él es el único en la
cuadra al que le gusta hacerlos.
El sastre se quedó en silencio. Nicolás sólo
dijo:
—Y mañana vamos a decírselo a Juan. Hasta
luego.
Los dos salieron del negocio y Agustín
estaba aún más sorprendido que antes.
—¿En serio? ¿Fue el marido de Doña
Matilde? Pero... ¿No lo habíamos tachado de la
lista?
—No entiendes nada... —dijo Nicolás, y
después, con mucha paciencia, le explicó a
Agustín que en realidad le había tendido una
trampa al sastre. Creía que así, confesaría todo.
Al día siguiente, cuando Nico salió para la
escuela, el sastre lo llamó.
—Niño, acá tengo algo para ti... —y le dio
un papelito.
Nico lo leyó camino a la escuela y decía:
"No hables con Juan. Son cosas, desastres
que ocurren. Hablamos a la tarde."
La frase del medio dio vueltas y vueltas en la
cabeza de Nicolás. En el recreo se la mostró a
Agustín que, increíblemente, encontró la pista
mejor que el detective.
—Mira bien... —dijo— "Son cosas, de-
sastres que ocurren". De sastre.
—Nos está diciendo que fue él.
—Sí —agregó Nico—. Además en el cua-
derno es el único que nos faltaba tachar.
Discutieron el resto del recreo. Agustín
quería llamar a la policía, pero Nicolás estaba
convencido de que no iban a venir.
—No tenemos pruebas —le explicó una y
otra vez.
Al final, coincidieron en hablar con el sastre
para saber por qué había hecho semejante cosa.
Cuando empezó la novela, muy serios
entraron al negocio. El pirómano estaba armado
con una tijera y cortaba una tela oscura.
—¿Por qué nos lo quemó, Don? —preguntó,
muy valiente Nicolás.
—Yo les voy a explicar… —dijo el hombre
tartamudeando sus nervios—. Sé que parece
muy raro, pero tiene una explicación. Desde la
silla donde trabajo todo el día, por las tardes, yo
podía ver a la hermana de doña Matilde, que se
sienta en la vereda de enfrente. Me alegraba el
trabajo verla correrse el pelo que le cae sobre la
cara y reirse conversando con alguna vecina.
Nunca me animé a cruzar la calle y decirle de mi
simpatía. Desde que Juan dejó ese auto en la
puerta, ya no pude ver el lugar en donde ella se
sienta. Sé que está allí, pero cuando estoy
trabajando, cada vez que levanto la cabeza, sólo
veo ese horrible coche viejo.
Los chicos se asomaron y vieron que lo que
decía el sastre era cierto. La hermana de Doña
Matilde estaba en la vereda de enfrente, pero
desde el negocio no se la podía ver.
—Sé que estuve mal y ese auto quemado me
lo recuerda todo el tiempo. ¿Podrían ustedes
guardar mi secreto? No puedo explicar esto a
todo el vecindario —dijo el sastre apenado, y los
chicos le dijeron que sí.
Pocos días después, la mamá de Nico tuvo la
buena idea de juntar plata entre los vecinos para
pagarle a una grúa que se llevara definitivamente
el auto.
—Un poco cada uno, no le hace mal a
ninguno —dijo Doña María.
Las hermanas colaboraron con el valor de
cinco litros de leche.
—Al final, el que más puso fue el sastre —
comentó la mamá de Nicolás asombrada,
durante la cena.
—Qué raro —dijo el papá, pero Nicolás,
buen guardador de secretos, no dijo ni una
palabra.
Un amigo del marido de doña Matilde, que
manejaba una grúa, sería el encargado del
milagro. Llegó el día tan esperado y todo el
barrio se reunió en la vereda para despedir el
cachivache.
Con una cadena ataron el parachoques y
despacio, empezaron a subirlo. Todo lo que se
escuchaba era ruido de lata, mientras caían
pedazos del auto, que parecía desarmarse como
un rompecabezas.
Finalmente, el dueño de la grúa dijo que
estaba listo, saludó al marido de Doña Matilde
con un abrazo y todos los vecinos lo despidieron
como a un gran héroe.
Subió a la grúa y la puso en marcha. Una
nube negra salió del caño de escape. Aceleró... y
cuando los vecinos comenzaban a aplaudir...
"Chuf chuf..." La grúa se paró y no quiso
andar más.
La revisaron, trataron de empujarla, le
pusieron nafta e hicieron todas las cosas
imaginables con una grúa que no funciona.
Cuando anocheció, el amigo del marido de
Doña Matilde se disculpó y se fue en colectivo
prometiendo volver al día siguiente. Fue la
primera y la última vez que lo vieron por el
barrio.
A la mañana siguiente, a la grúa le faltaba
una rueda, al otro día el espejito y así,
diariamente, le fueron desapareciendo partes.
Los vecinos siguen quejándose. Los chicos,
cuando empieza la novela, juegan en la grúa, y el
sastre, en lugar de usar los fósforos, se decidió a
cruzar la calle.
Pelusa 79

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

Resumen el secuestro_de_la_bibliotecaria-27_12_2012
Resumen el secuestro_de_la_bibliotecaria-27_12_2012Resumen el secuestro_de_la_bibliotecaria-27_12_2012
Resumen el secuestro_de_la_bibliotecaria-27_12_2012Natalia Chandia
 
SECUENCIA DIDACTICA PRACTICAS DEL LENGUAJE. aladino.docx
SECUENCIA DIDACTICA PRACTICAS DEL LENGUAJE. aladino.docxSECUENCIA DIDACTICA PRACTICAS DEL LENGUAJE. aladino.docx
SECUENCIA DIDACTICA PRACTICAS DEL LENGUAJE. aladino.docxPamelaMercado20
 
Davini - Métodos de enseñanza
Davini - Métodos de enseñanzaDavini - Métodos de enseñanza
Davini - Métodos de enseñanzaVanina Sedán
 
Cuento del conejito que no quería ir a la escuela.
Cuento del conejito que no quería ir a la escuela.Cuento del conejito que no quería ir a la escuela.
Cuento del conejito que no quería ir a la escuela.es
 
Ficha de teorico practica leyenda del kakuy
Ficha de teorico practica leyenda del kakuyFicha de teorico practica leyenda del kakuy
Ficha de teorico practica leyenda del kakuyAndrea Ivanna Núñez
 
Alimentación saludable 1er ciclo
Alimentación saludable 1er cicloAlimentación saludable 1er ciclo
Alimentación saludable 1er cicloEmilsen Jara
 
Secuencia didáctica
Secuencia didáctica Secuencia didáctica
Secuencia didáctica jaiimepm
 
09 el lobo y los 7 cabritos
09 el lobo y los 7 cabritos09 el lobo y los 7 cabritos
09 el lobo y los 7 cabritoshanydan
 
Leyendas de nuestra tierra... para enamorarse de ellas
Leyendas de nuestra tierra... para enamorarse de ellasLeyendas de nuestra tierra... para enamorarse de ellas
Leyendas de nuestra tierra... para enamorarse de ellasBibiana Primitz
 
UNO MÁS PARA LA COLECCIÓN morochitos, 1er. grado
UNO MÁS PARA LA COLECCIÓN morochitos, 1er. gradoUNO MÁS PARA LA COLECCIÓN morochitos, 1er. grado
UNO MÁS PARA LA COLECCIÓN morochitos, 1er. gradoISP5TERESAFRETES
 
Cuentos kipatla
Cuentos kipatlaCuentos kipatla
Cuentos kipatlaPaty Lopez
 
Revista Escolar "LA MOCHILA" 2013
Revista Escolar "LA MOCHILA" 2013Revista Escolar "LA MOCHILA" 2013
Revista Escolar "LA MOCHILA" 2013cpraltoguadalquivir
 
Cs naturales planificacion 2º grado
Cs naturales planificacion 2º gradoCs naturales planificacion 2º grado
Cs naturales planificacion 2º gradoSol Mattar
 

La actualidad más candente (20)

Resumen el secuestro_de_la_bibliotecaria-27_12_2012
Resumen el secuestro_de_la_bibliotecaria-27_12_2012Resumen el secuestro_de_la_bibliotecaria-27_12_2012
Resumen el secuestro_de_la_bibliotecaria-27_12_2012
 
Seguir un autor
Seguir un autorSeguir un autor
Seguir un autor
 
SECUENCIA DIDACTICA PRACTICAS DEL LENGUAJE. aladino.docx
SECUENCIA DIDACTICA PRACTICAS DEL LENGUAJE. aladino.docxSECUENCIA DIDACTICA PRACTICAS DEL LENGUAJE. aladino.docx
SECUENCIA DIDACTICA PRACTICAS DEL LENGUAJE. aladino.docx
 
Davini - Métodos de enseñanza
Davini - Métodos de enseñanzaDavini - Métodos de enseñanza
Davini - Métodos de enseñanza
 
Leyenda de la yerba mate
Leyenda de la yerba mateLeyenda de la yerba mate
Leyenda de la yerba mate
 
Cuento del conejito que no quería ir a la escuela.
Cuento del conejito que no quería ir a la escuela.Cuento del conejito que no quería ir a la escuela.
Cuento del conejito que no quería ir a la escuela.
 
Ficha de teorico practica leyenda del kakuy
Ficha de teorico practica leyenda del kakuyFicha de teorico practica leyenda del kakuy
Ficha de teorico practica leyenda del kakuy
 
Alimentación saludable 1er ciclo
Alimentación saludable 1er cicloAlimentación saludable 1er ciclo
Alimentación saludable 1er ciclo
 
La cigarra y la hormiga.pptx
La cigarra y la hormiga.pptxLa cigarra y la hormiga.pptx
La cigarra y la hormiga.pptx
 
Edib aactos 25 5
Edib aactos 25  5 Edib aactos 25  5
Edib aactos 25 5
 
Secuencia didáctica
Secuencia didáctica Secuencia didáctica
Secuencia didáctica
 
09 el lobo y los 7 cabritos
09 el lobo y los 7 cabritos09 el lobo y los 7 cabritos
09 el lobo y los 7 cabritos
 
Leyendas de nuestra tierra... para enamorarse de ellas
Leyendas de nuestra tierra... para enamorarse de ellasLeyendas de nuestra tierra... para enamorarse de ellas
Leyendas de nuestra tierra... para enamorarse de ellas
 
Guia actividades-matilda
Guia actividades-matildaGuia actividades-matilda
Guia actividades-matilda
 
UNO MÁS PARA LA COLECCIÓN morochitos, 1er. grado
UNO MÁS PARA LA COLECCIÓN morochitos, 1er. gradoUNO MÁS PARA LA COLECCIÓN morochitos, 1er. grado
UNO MÁS PARA LA COLECCIÓN morochitos, 1er. grado
 
Cuentos kipatla
Cuentos kipatlaCuentos kipatla
Cuentos kipatla
 
Revista Escolar "LA MOCHILA" 2013
Revista Escolar "LA MOCHILA" 2013Revista Escolar "LA MOCHILA" 2013
Revista Escolar "LA MOCHILA" 2013
 
Propuesta Didáctica de Lengua
Propuesta Didáctica de LenguaPropuesta Didáctica de Lengua
Propuesta Didáctica de Lengua
 
Cs naturales planificacion 2º grado
Cs naturales planificacion 2º gradoCs naturales planificacion 2º grado
Cs naturales planificacion 2º grado
 
Y dónde están mis zapatos
Y dónde están mis zapatosY dónde están mis zapatos
Y dónde están mis zapatos
 

Similar a Un incendio desastroso

La_última_noche_del_mundo_NeNeAGA.pdf
La_última_noche_del_mundo_NeNeAGA.pdfLa_última_noche_del_mundo_NeNeAGA.pdf
La_última_noche_del_mundo_NeNeAGA.pdfBriBlueAcosta
 
Aventura del señor eastwood, la
Aventura del señor eastwood, laAventura del señor eastwood, la
Aventura del señor eastwood, laNacho56
 
Cuento concurso otoñal
Cuento concurso otoñalCuento concurso otoñal
Cuento concurso otoñalcchh07
 
De que color es tu sombra (Jose Ignacio Valenzuela)
De que color es tu sombra (Jose Ignacio Valenzuela)De que color es tu sombra (Jose Ignacio Valenzuela)
De que color es tu sombra (Jose Ignacio Valenzuela)MatiasZissou
 
Cómo explicar física cuántica con un gato zombi
Cómo explicar física cuántica con un gato zombiCómo explicar física cuántica con un gato zombi
Cómo explicar física cuántica con un gato zombiMAGNYCONDORI
 
Lectoescritura plan de mejoramiento 602 docente sandra luna salamanca
Lectoescritura plan de mejoramiento 602  docente sandra luna  salamancaLectoescritura plan de mejoramiento 602  docente sandra luna  salamanca
Lectoescritura plan de mejoramiento 602 docente sandra luna salamancaColegio San Francisco I.E.D.
 
Un fin-de-semana-de-los-cinco
Un fin-de-semana-de-los-cincoUn fin-de-semana-de-los-cinco
Un fin-de-semana-de-los-cincojavier martin
 
ARTICUENTOS (1953-1976) Ramón Cajade
ARTICUENTOS (1953-1976) Ramón CajadeARTICUENTOS (1953-1976) Ramón Cajade
ARTICUENTOS (1953-1976) Ramón CajadeJulioPollinoTamayo
 
K0011
K0011K0011
K0011HIKOO
 
Nadia gatos y garabatos
Nadia gatos y garabatosNadia gatos y garabatos
Nadia gatos y garabatosSusu Martinez
 
Cuentos por telefono gianni rodari
Cuentos por telefono gianni rodariCuentos por telefono gianni rodari
Cuentos por telefono gianni rodarifatima martinez mata
 
Antologia de cuentos finalizada
Antologia de cuentos finalizadaAntologia de cuentos finalizada
Antologia de cuentos finalizadagracielacol
 
Antologia de cuentos finalizada
Antologia de cuentos finalizadaAntologia de cuentos finalizada
Antologia de cuentos finalizadagracielacol
 
Jose de la Cuadra - Los Sangurimas.pdf
Jose de la Cuadra - Los Sangurimas.pdfJose de la Cuadra - Los Sangurimas.pdf
Jose de la Cuadra - Los Sangurimas.pdfMarlonYanez1
 
Cuandohitlerroboelconejorosa
CuandohitlerroboelconejorosaCuandohitlerroboelconejorosa
CuandohitlerroboelconejorosaFco Fig
 

Similar a Un incendio desastroso (20)

La_última_noche_del_mundo_NeNeAGA.pdf
La_última_noche_del_mundo_NeNeAGA.pdfLa_última_noche_del_mundo_NeNeAGA.pdf
La_última_noche_del_mundo_NeNeAGA.pdf
 
Aventura del señor eastwood, la
Aventura del señor eastwood, laAventura del señor eastwood, la
Aventura del señor eastwood, la
 
Cuento concurso otoñal
Cuento concurso otoñalCuento concurso otoñal
Cuento concurso otoñal
 
De que color es tu sombra (Jose Ignacio Valenzuela)
De que color es tu sombra (Jose Ignacio Valenzuela)De que color es tu sombra (Jose Ignacio Valenzuela)
De que color es tu sombra (Jose Ignacio Valenzuela)
 
Cómo explicar física cuántica con un gato zombi
Cómo explicar física cuántica con un gato zombiCómo explicar física cuántica con un gato zombi
Cómo explicar física cuántica con un gato zombi
 
Lectoescritura plan de mejoramiento 602 docente sandra luna salamanca
Lectoescritura plan de mejoramiento 602  docente sandra luna  salamancaLectoescritura plan de mejoramiento 602  docente sandra luna  salamanca
Lectoescritura plan de mejoramiento 602 docente sandra luna salamanca
 
Un fin-de-semana-de-los-cinco
Un fin-de-semana-de-los-cincoUn fin-de-semana-de-los-cinco
Un fin-de-semana-de-los-cinco
 
ARTICUENTOS (1953-1976) Ramón Cajade
ARTICUENTOS (1953-1976) Ramón CajadeARTICUENTOS (1953-1976) Ramón Cajade
ARTICUENTOS (1953-1976) Ramón Cajade
 
gerencia
gerenciagerencia
gerencia
 
K0011
K0011K0011
K0011
 
Nadia gatos y garabatos
Nadia gatos y garabatosNadia gatos y garabatos
Nadia gatos y garabatos
 
Felicidad en Navidad
Felicidad en NavidadFelicidad en Navidad
Felicidad en Navidad
 
Nonna
NonnaNonna
Nonna
 
Piolín
PiolínPiolín
Piolín
 
Cuentos por telefono gianni rodari
Cuentos por telefono gianni rodariCuentos por telefono gianni rodari
Cuentos por telefono gianni rodari
 
Antologia de cuentos finalizada
Antologia de cuentos finalizadaAntologia de cuentos finalizada
Antologia de cuentos finalizada
 
Antologia de cuentos finalizada
Antologia de cuentos finalizadaAntologia de cuentos finalizada
Antologia de cuentos finalizada
 
Jose de la Cuadra - Los Sangurimas.pdf
Jose de la Cuadra - Los Sangurimas.pdfJose de la Cuadra - Los Sangurimas.pdf
Jose de la Cuadra - Los Sangurimas.pdf
 
2ºd
2ºd2ºd
2ºd
 
Cuandohitlerroboelconejorosa
CuandohitlerroboelconejorosaCuandohitlerroboelconejorosa
Cuandohitlerroboelconejorosa
 

Último

Informatica Generalidades - Conceptos Básicos
Informatica Generalidades - Conceptos BásicosInformatica Generalidades - Conceptos Básicos
Informatica Generalidades - Conceptos BásicosCesarFernandez937857
 
cortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahua
cortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahuacortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahua
cortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahuaDANNYISAACCARVAJALGA
 
2024 - Expo Visibles - Visibilidad Lesbica.pdf
2024 - Expo Visibles - Visibilidad Lesbica.pdf2024 - Expo Visibles - Visibilidad Lesbica.pdf
2024 - Expo Visibles - Visibilidad Lesbica.pdfBaker Publishing Company
 
Historia y técnica del collage en el arte
Historia y técnica del collage en el arteHistoria y técnica del collage en el arte
Historia y técnica del collage en el arteRaquel Martín Contreras
 
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...JonathanCovena1
 
Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcción
Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcciónEstrategia de prompts, primeras ideas para su construcción
Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcciónLourdes Feria
 
la unidad de s sesion edussssssssssssssscacio fisca
la unidad de s sesion edussssssssssssssscacio fiscala unidad de s sesion edussssssssssssssscacio fisca
la unidad de s sesion edussssssssssssssscacio fiscaeliseo91
 
TIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptx
TIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptxTIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptx
TIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptxlclcarmen
 
proyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niño
proyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niñoproyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niño
proyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niñotapirjackluis
 
Sesión de aprendizaje Planifica Textos argumentativo.docx
Sesión de aprendizaje Planifica Textos argumentativo.docxSesión de aprendizaje Planifica Textos argumentativo.docx
Sesión de aprendizaje Planifica Textos argumentativo.docxMaritzaRetamozoVera
 
TEMA 13 ESPAÑA EN DEMOCRACIA:DISTINTOS GOBIERNOS
TEMA 13 ESPAÑA EN DEMOCRACIA:DISTINTOS GOBIERNOSTEMA 13 ESPAÑA EN DEMOCRACIA:DISTINTOS GOBIERNOS
TEMA 13 ESPAÑA EN DEMOCRACIA:DISTINTOS GOBIERNOSjlorentemartos
 
ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...JAVIER SOLIS NOYOLA
 
Neurociencias para Educadores NE24 Ccesa007.pdf
Neurociencias para Educadores  NE24  Ccesa007.pdfNeurociencias para Educadores  NE24  Ccesa007.pdf
Neurociencias para Educadores NE24 Ccesa007.pdfDemetrio Ccesa Rayme
 
el CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyz
el CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyzel CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyz
el CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyzprofefilete
 
RETO MES DE ABRIL .............................docx
RETO MES DE ABRIL .............................docxRETO MES DE ABRIL .............................docx
RETO MES DE ABRIL .............................docxAna Fernandez
 
Caja de herramientas de inteligencia artificial para la academia y la investi...
Caja de herramientas de inteligencia artificial para la academia y la investi...Caja de herramientas de inteligencia artificial para la academia y la investi...
Caja de herramientas de inteligencia artificial para la academia y la investi...Lourdes Feria
 

Último (20)

Informatica Generalidades - Conceptos Básicos
Informatica Generalidades - Conceptos BásicosInformatica Generalidades - Conceptos Básicos
Informatica Generalidades - Conceptos Básicos
 
cortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahua
cortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahuacortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahua
cortes de luz abril 2024 en la provincia de tungurahua
 
2024 - Expo Visibles - Visibilidad Lesbica.pdf
2024 - Expo Visibles - Visibilidad Lesbica.pdf2024 - Expo Visibles - Visibilidad Lesbica.pdf
2024 - Expo Visibles - Visibilidad Lesbica.pdf
 
Historia y técnica del collage en el arte
Historia y técnica del collage en el arteHistoria y técnica del collage en el arte
Historia y técnica del collage en el arte
 
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
La empresa sostenible: Principales Características, Barreras para su Avance y...
 
Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcción
Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcciónEstrategia de prompts, primeras ideas para su construcción
Estrategia de prompts, primeras ideas para su construcción
 
Unidad 3 | Metodología de la Investigación
Unidad 3 | Metodología de la InvestigaciónUnidad 3 | Metodología de la Investigación
Unidad 3 | Metodología de la Investigación
 
la unidad de s sesion edussssssssssssssscacio fisca
la unidad de s sesion edussssssssssssssscacio fiscala unidad de s sesion edussssssssssssssscacio fisca
la unidad de s sesion edussssssssssssssscacio fisca
 
TIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptx
TIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptxTIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptx
TIPOLOGÍA TEXTUAL- EXPOSICIÓN Y ARGUMENTACIÓN.pptx
 
proyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niño
proyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niñoproyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niño
proyecto de mayo inicial 5 añitos aprender es bueno para tu niño
 
Sesión de aprendizaje Planifica Textos argumentativo.docx
Sesión de aprendizaje Planifica Textos argumentativo.docxSesión de aprendizaje Planifica Textos argumentativo.docx
Sesión de aprendizaje Planifica Textos argumentativo.docx
 
TEMA 13 ESPAÑA EN DEMOCRACIA:DISTINTOS GOBIERNOS
TEMA 13 ESPAÑA EN DEMOCRACIA:DISTINTOS GOBIERNOSTEMA 13 ESPAÑA EN DEMOCRACIA:DISTINTOS GOBIERNOS
TEMA 13 ESPAÑA EN DEMOCRACIA:DISTINTOS GOBIERNOS
 
ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
 
Neurociencias para Educadores NE24 Ccesa007.pdf
Neurociencias para Educadores  NE24  Ccesa007.pdfNeurociencias para Educadores  NE24  Ccesa007.pdf
Neurociencias para Educadores NE24 Ccesa007.pdf
 
el CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyz
el CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyzel CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyz
el CTE 6 DOCENTES 2 2023-2024abcdefghijoklmnñopqrstuvwxyz
 
RETO MES DE ABRIL .............................docx
RETO MES DE ABRIL .............................docxRETO MES DE ABRIL .............................docx
RETO MES DE ABRIL .............................docx
 
Presentacion Metodología de Enseñanza Multigrado
Presentacion Metodología de Enseñanza MultigradoPresentacion Metodología de Enseñanza Multigrado
Presentacion Metodología de Enseñanza Multigrado
 
Caja de herramientas de inteligencia artificial para la academia y la investi...
Caja de herramientas de inteligencia artificial para la academia y la investi...Caja de herramientas de inteligencia artificial para la academia y la investi...
Caja de herramientas de inteligencia artificial para la academia y la investi...
 
Tema 8.- PROTECCION DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN.pdf
Tema 8.- PROTECCION DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN.pdfTema 8.- PROTECCION DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN.pdf
Tema 8.- PROTECCION DE LOS SISTEMAS DE INFORMACIÓN.pdf
 
Sesión de clase: Fe contra todo pronóstico
Sesión de clase: Fe contra todo pronósticoSesión de clase: Fe contra todo pronóstico
Sesión de clase: Fe contra todo pronóstico
 

Un incendio desastroso

  • 1.
  • 2.
  • 3. Fuego en la madrugada A las cinco de la mañana los despertó el teléfono. La mamá de Nicolás saltó de la cama y pudo alcanzarlo al segundo timbrazo. —¿Qué barbaridad! Ya salgo, gracias — escuchó Nicolás desde su cama y saltó también. —¿Qué pasa? —preguntó el papá de Nico entre bostezos. —Era Doña Matilde, dice que el auto viejo, el que estaba en la puerta, se está incendiando. Bien conocía Nicolás ese auto. Con Agustín, su amigo de la cuadra, lo habían usado muchas veces. También sabía por qué estaba allí. La casa de Nicolás es una casa de pasillo. Una sola puerta que asoma a la vereda y un larguísimo pasillo lleno de otras puertas. Allí viven otras personas que comparten con Nicolás una extraña vecindad. En el fondo, la última puerta, es del taller de Juan. Juan es un personaje un poco raro, que trabaja, dos o tres días a la semana, arreglando unas máquinas tan extrañas como él. Juan iba y venía en su auto transportando sus chirimbolos, sus herramientas y su cara de nada. Y aquí llegamos al asunto importante: el auto. Era viejo, fulero y destartalado, pero andaba, hasta que a Juan le vino la mala suerte, Chocó en una esquina con alguien tan despistado como él y al auto se le rompió el radiador. Pelusa 79
  • 4. Lo trajo con una grúa hasta la puerta del pa- sillo y con su valija de herramientas trató, en vano, de arreglarlo durante algunos días. Una mañana le faltó una rueda, otro día le sacaron los faros y así, se fueron robando las pocas cosas útiles que el auto tenía. Juan, que como les dije, estaba en la mala y los problemas le brotaban como los árboles en la primavera, fue perdiendo interés en el vehículo y lo dejó allí como recuerdo de mejores épocas. Claro que a los vecinos no les gustaba aquella ruinosa decoración. Era un barrio sencillo pero prolijo, y ese fantasma de auto quedaba espantoso. Nicolás y Agustín eran los únicos que disfrutaban de aquel desastre, ya que cuando sus madres ponían los ojos en la telenovela de la tarde, ellos se sentaban en el auto viejo y viajaban a lugares lejanos. Tenía volante, algunos botones inservibles y los asientos. Un auto de verdad para juegos de mentira. —Más despacio que vamos a chocar— decía Agustín cuando Nico apretaba mucho el acelerador. —Cuidado con la curva —le avisaba Nicolás cuando el otro manejaba. Un día se cansaron de andar en auto y lo inventaron avión, Cuando volar también les resultó aburrido, fue una nave espacial en la que viajaron hasta Marte.
  • 5. Mientras Nicolás y Agustín jugaban, los grandes seguían haciéndose problema. —Qué estorbo es ese auto —decían. —La cuadra parece un basural. —¿Por qué no lo llevamos a la puerta de la casa de Juan? — proponía alguno. Pero después cerraban las puertas de sus casas y se olvidaban del problema de todos, para ocuparse de los problemas de cada uno. —¿Qué te parece Nico? ¿Nos llevarán el auto? —preguntaba Agustín preocupado. —Palabras, palabras —decía Nicolás, que era más grande y ya sabía que del dicho al hecho hay mucho trecho. Pasaron los días, y mientras los chicos perfeccionaban sus juegos, el auto se deterioraba más y más. Una tarde, cuando empezó la novela y subieron al auto, descubrieron un diario viejo en el asiento de atrás. —Qué raro —dijo Nico, pero no se atrevió a sacarlo. Desde ese día, en el asiento trasero empezó a crecer un basural de diarios y algunas revistas. —Se va a llenar de ratas —dijo una vecina de esas que siempre anuncian calamidades. Los chicos se entusiasmaron preparando trampas con queso y todo para salvar el auto de los roedores. Pero antes que los ratones, llegó el fuego; aquella madrugada alguien incendió el auto de Nico y Agustín.
  • 6. La sirena de los bomberos se escuchaba desde lejos y el barrio se desperezó como si todos los relojes hubieran sonado al mismo tiempo. Nicolás se vistió, y aunque su mamá le dijo que no saliera, asomó al pasillo primero y a la vereda después, para encontrarse con la tristeza en los ojos de su amigo. —Nos lo quemaron, Nico —le dijo Agustín—. ¿Quién habrá sido? Nicolás miraba hipnotizado el auto que se había transformado en una enorme llamarada. La mamá de Agustín los empujó hasta la esquina. —Es peligroso chicos —les dijo cuando llegaba la autobomba. En cinco minutos, los bomberos con sus enormes mangueras apagaron el fuego. Después se quedaron hablando con los vecinos de la cuadra. — ¿Quién lo habrá quemado? —preguntaba un bombero. Todos los vecinos que alguna vez se habían quejado del auto, inventaban una frase que los dejara libres de sospecha. —Yo estaba durmiendo porque ayer trabajé hasta muy tarde —decía uno. —Qué locura, tampoco molestaba tanto — comentaban otros. Nicolás y Agustín se alejaron de las excusas para ver el humo que salía de los asientos chamuscados. Pelusa 79
  • 7. —Y ahora... ¿Qué hacemos? ¿A qué vamos a jugar a la tarde? -dijo Agustín apenado. —No vamos a jugar. Vamos a investigar — afirmó Nicolás, que estaba tan triste como enojado. No tuvieron otro remedio que despedirse y volver a sus camas, pero fue imposible recuperar el sueño. Al día siguiente, en la escuela, cuando Agustín salió al primer recreo, estaba Nicolás esperándolo. —¿Y? ¿Se te ocurrió alguna idea? —le pre- guntó. —Yo no sé nada de investigar —dijo Agustín disculpándose. —¿Para qué ves las series de televisión? — le dijo Nico que seguía de mal humor—, necesitamos saber todo sobre los vecinos y descubrir al culpable... —Bueno, está bien —dijo Agustín resig- nado. A él le gustaba jugar en el auto. ¿Para qué investigar si el juego ya estaba quemado? —¿Y cuando descubramos al culpable..., qué vamos a hacer? —se animó a decir. Nicolás se quedó callado y comenzó a sonar el timbre que anunciaba el fin del recreo. —Volvamos a clase —dijo aliviado—, esta tarde te espero como siempre, a las cuatro.
  • 8. Primera pista Cuando volvieron a verse, a las cuatro en punto, Nicolás traía bajo el brazo un cuaderno verde un poco arrugado. —Es viejo —dijo—, pero nos sirve igual. —¿Nos sirve para qué? —preguntó Agustín, pensando que su amigo había enloquecido e iba a proponerle jugar a la maestra. —¿No te dije que tenemos que anotar todos los datos para no perdernos ningún detalle? —Está bien —aceptó Agustín—, pero anotas tú. —Empecemos por la esquina —dijo Ni- colás—. En la casa de dos pisos vive esa señora que nunca saluda. ¿Te parece sospechosa? —Y... —alcanzó a decir Agustín. —A mí no. Ella está siempre ocupada. Los hijos son grandes, además son los que viven más lejos del auto. ¿Por qué iba a molestarles? Nicolás hablaba muy rápido exponiendo sus ideas. Agustín solo asentía o negaba con la cabeza. Por ejemplo, cuando Nico decía: —Me parece que las del almacén pueden ser sospechosas porque son muy limpitas y ordenadas. Ese cascajo viejo en la calle no debía gustarles nada —Agustín movía la cabeza afirmativamente, de arriba hacia abajo. En cambio, cuando Nico decía: —Doña María no puede haber sido porque es muy miedosa. No se anima a sacar la basura
  • 9. por las noches, menos se va a animar a ponerle un fósforo al auto en la madrugada —entonces Agustín movía la cabeza de un lado al otro, dándole la razón. Cuando Nico terminó sus conjeturas con todos los vecinos de la cuadra, Agustín estaba casi dormido a su lado. —¡Agustín! —lo despertó Nico de un codazo—. ¿Me estas escuchando? —Sí, por supuesto. —¿Qué opinas? —Qué tienes razón —dijo Agustín con- vencido. —¿En qué parte? —En todas partes —dijo Agus y así lo creía. Nicolás era más grande y casi nunca se equivocaba. —Vamos a investigar —dijo Nico y dejó de anotar. Agustín, contento, pensó que al fin empezaba la acción. Entraron al club social y deportivo “La cuadra”: Allí estaban reunidos los jubilados del barrio jugando un partido de truco. —Que tal chicos…¿se quedaron sin juguete? —les preguntó Don Mario. ¡Y pensar que ellos creían que era un secreto el juego en el auto! —Si —contestó Nico tímidamente. —Ahora queremos saber quién fue — alcanzó a murmurar Agustín antes de que su amigo le diera un terrible codazo acompañado de un “SSSHHH”.
  • 10. —Con todos los diarios que había en ese auto una sola chispa puede haber sido el origen del fuego —dijo Don Mario como si hablara solo. —¡Los diarios! —dijo Nico, se fue a la ve- reda y se puso a anotar en el cuaderno. —¿Qué pasa con los diarios? —le preguntó Agustín. —Los diarios nos pueden llevar al pirómano. —¿Al piro qué? -Pirómano. PI-RO-MA-NO —repitió Nico, ya que le costaba decir esa palabra tan larga que había escuchado en boca de su papá después del incendio—, son personas a las que les gusta prender fuego. —jAh! —dijo Agustín y se quedó tratando de recordar esa palabra con la que después jugaría al ahorcado con sus compañeros de la escuela. Pelusa 79
  • 11. Los diarios ¿Me explicas lo de los diarios? —se animó a preguntar Agustín al rato. —¿Te acuerdas de que el auto estaba lleno de diarios? —dijo Nico y continuó explicando sin esperar respuesta—. "Alguien" fue poniendo esos diarios todos los días con la intención de quemar el auto. Después puso un fosforito y... ¡Fuego! —¿Y eso a nosotros para qué nos sirve? — dijo Agustín, ya que le costaba entender. —Nos sirve. Todo nos sirve. ¿Sabes qué diario era? —y siguió otra vez sin dejarlo hablar—. Era el diario Clarín. Mi papá no lee Clarín, así que puedo estar tranquilo, mi papá no fue. Tenemos una pista: el pirómano lee Clarín. Agustín se quedó pensando un rato sin decir palabra, mientras Nicolás escribía su descubrimiento en el cuaderno. —Ven, vamos hasta el kiosco de diarios — dijo Nicolás y empezó a caminar. A los diez pasos se dio cuenta de que su amigo no lo seguía. —Dale Agus, apúrate. —No, no quiero, me llama mi mamá a tomar la leche, ya terminó la novela, además tengo ganas de ir al baño. ¡Chau! —dijo Agustín y salió corriendo hacia su casa. Nicolás decidió dejar la investigación para cuando volviera su amigo.
  • 12. Agustín entró en su casa corriendo y fue directo al baño. Era el único lugar donde podía pensar tranquilo. ¿Qué pasaría cuando Nico descubriera que su papá leía Clarín7 . Seguramente iba a acusarlo de piro no sé cuanto y terminaría en la cárcel. Se imaginó visitándolo los domingos y dejando la escuela para mantener a su familia. ¿Qué hacer? Intentó recordar la noche de la quemazón. Cuando él se despertó sus papás conversaban en voz alta. —¿Qué pasa papi? —preguntó al verlos levantados a esa hora. —No te asustes Agustín, se quema el auto que estaba en la cuadra, el auto viejo. —¿Cómo que se quema? —preguntó mientras se vestía. —Sí, alguien se cansó de verlo ahí tirado y le puso un fósforo. Esas palabras lo delataban. ¿Como sabía su papá que lo habían prendido con un fósforo? ¿No podría haber sido un encendedor? Resulta que ahora el primer sospechoso era su padre: dos evidencias lo acusaban: el Clarín y el fósforo. En ese momento, su hermana golpeó la puerta del baño. —¡Ya va! —dijo Agustín, ni en el baño lo dejaban en paz. Salió a la vereda y allí estaba Nico insistente con su cuadernito.
  • 13. —¿Listo? —le preguntó. —No —le contestó Agustín enojado—, a mí me parece que no sirve para nada saber quién le prendió fuego, el auto ya está quemado. —Bueno, pero yo quiero saber quién fue el culpable, seguro que a la policía le va a interesar. Estuve pensando que quizás no sea el primer incendio del pirómano. Posiblemente ya provocó otros y, tal vez, alguna muerte. —¡Para! ¡Por favor para! —le gritó Agus- tín— Déjame pensar un poco —y más preo- cupado que antes se volvió a su casa. Esa noche, durante la cena, Agustín empezó a hablar de los pirómanos. Su papá escuchaba con una oreja en la tele y la otra en él. —¿Te parece bien que quemaran el auto? — se animó a preguntarle. —No, nadie tiene derecho a destruir algo de otra persona —le dijo su padre y lo tranquilizó. Pero un minuto después agregó: —En realidad, Juan estuvo mal en dejar ese auto en nuestra calle. También creo que un poco lo merecía. A Agustín se le atragantó la comida. ¿Habría sido su papá capaz de prender fuego al auto? ¿Terminaría en la cárcel? Tenía que hacer cualquier cosa para evitar que Nico siguiera investigando. Esa noche Agustín casi no pudo dormir. Por la mañana se le notaba tanto la cara de preocupación que su mamá le preguntó: —¿Qué te pasa, Agus?
  • 14. —Tengo un problema, pero no te lo puedo contar —dijo él anticipando la pregunta siguiente. —Pídele ayuda a un amigo —le dijo su mamá, y no le pareció mala idea. Agustín juntó coraje y en el primer recreo se apareció por cuarto grado, el de Nico. —¿Qué tal? —le dijo Nicolás de mejor humor. —Tengo que decirte algo —le contestó Agustín y lo llevó al rincón secreto del patio—. Estoy preocupado porque mi papá lee Clarín — en cuanto lo dijo se sintió aliviado. Nico se quedó callado un minuto. —Tengo miedo de que él haya sido el que quemó nuestro auto. —No te preocupes, algo se me va a ocurrir para averiguarlo —dijo Nicolás cuando terminaba el recreo. A las cuatro se encontraron en la vereda y Nico dijo: —Vamos a tu casa. —¿Por qué? —preguntó Agustín. —Quiero hacer algo. Cuando entraron a la casa de Agustín, la mamá los recibió con un: —SSSHHHH, estoy mirando la novela. Esperaron en silencio que llegaran las propagandas y de paso observaron con atención el beso boca a boca entre los protagonistas. Cuando llegaron los avisos, Nico preguntó: —Marta... ¿usted tiene diarios viejos?
  • 15. —¿Por qué? —preguntó sin curiosidad la mamá de Agustín. —Porque me pidieron en la escuela y mi mamá no los guarda. —En el garaje hay un montón —alcanzó a decir Marta antes de que los chicos salieran corriendo. En el garaje los miedos de Agustín de- saparecieron. Allí, apilados en un rincón, estaban los diarios de una semana, de un mes, de un año. —No fue mi papá —dijo aliviado Agustín, y Nico, también contento, le palmeó el hombro. —¿Seguimos investigando? —le preguntó. —Sí, ahora sí seguimos. En ese momento escucharon la voz de Marta que, favor por favor, los mandaba al almacén. —Qué bueno —dijo Nico—, justo el lugar donde quería ir —y apretó su cuaderno bajo el brazo. Pelusa 79
  • 16. El almacén de las hermanas El almacén de las brujas no era un almacén cualquiera. Rosa y Mabel eran hermanas, solteras, solteronas para decir verdad. Los chicos las habían bautizado las brujas y ya van a descubrir por qué. Sus vidas empiezan en las latas de tomates y terminan en las galletitas sueltas. Sólo importan, interesan, tienen valor las cosas que se venden en un almacén. Abren todos los días de todas las semanas de todos los meses del año. Nunca se tomaron vacaciones, los feriados no existen y las sonrisas tampoco. Muchas veces Nico y Agustín se han di- vertido haciéndolas enojar, riéndose a carcajadas en su negocio o toqueteando la mercadería, a pesar de que está lleno de carteles que dicen con letras muy grandes "NO TOCAR". —Chiquito —le dijeron a Agus un día, con lo poco que le gustaba que le llamaran así—, no se puede tocar. —¿Por qué no se puede? —Porque se ensucia la mercadería. —Pero yo recién me lavé las manos —dijo Agus enojado. —Sí, sí se las lavó —afirmó Nico tentado de risa. —Igual no se puede tocar —dijo la bruja con cara de perro rabioso. —¿Por qué? —insistió Agustín. —Porque no y listo —ladró la hermana.
  • 17. —¿Porque no se le da la gana? —Está bien, porque no se me da la gana — contestó ella. —Bueno —dijo Nico valiente— y a nosotros no se nos da la gana comprar en este almacén. Después salieron los dos muertos de risa. Un buen reto les había costado esa "falta de respeto" y hasta tuvieron que pedir disculpas, pero se reían tanto cuando recordaban las caras indignadas de las brujas. Así son ellas, siempre quieren todo ordenado, limpio, cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. —¿Tu piensas que fueron ellas? —preguntó Agustín cuando salieron de su casa. —Puede ser, todo puede ser —contestó Nico, que con esto de investigar se ponía cada vez más misterioso. Entraron en el almacén y Nico, exagera- damente educado, dijo: —Buenas tardes. Como nadie le contestó el saludo, porque no estaba entre las costumbres de las hermanas saludar, Agustín le dijo riendo. —Buenas tardes, Nicolás. Los dos se tentaron con este chiste pavo, que repetían cada vez que entraban al negocio. Doña Matilde, la vecina de adelante, estaba comprando fiambre y esto implicaba un buen rato de espera. —¿Te enteraste Agustín de lo que pasó an- teanoche? —preguntó Nico con un codazo. — ¿Antecuándo? —Anteanoche, el fuego ¿Supiste lo que pasó?
  • 18. —Sí, Nico. ¿De qué estuvimos hablando todo el día? —dijo Agustín y recibió un codazo mas fuerte acompañado de una guiñada de ojo. —Ah! Claro, sí... ¿Qué fue lo que pasó Nicolás? —El auto. SE QUEMÓ EL AUTO —dijo Nicolás en voz alta mirando atentamente las caras de todos los presentes para ver si alguien se ponía nervioso. —Qué barbaridad —dijo Doña Matilde cayendo en la trampa—, y no sé a quién se le ocurrió semejante cosa. El auto de mi marido estaba estacionado muy cerca. Una chispa que saltaba y se quemaba el nuestro también. ¡Qué inconsciente el que puso el fósforo! Desde atrás del mostrador no se hicieron esperar los comentarios: —La verdad, que ese auto ahí es una molestia. Seguramente, el que prendió el fuego pensó que los bomberos después de apagarlo se lo iban a llevar, pero le salió el tiro por la culata. —¿Lo prendieron con un tiro? —preguntó Agustín al oído de Nico. —No, no, después te explico, déjame es- cuchar. —Ahora está peor que antes —dijo Doña Matilde, pagó su fiambre y se fue. —¿Con qué lo prendieron? —insistía Agustín. —Con fósforos —le contestó Nico en el mismo momento en que una de las brujas le preguntaba:
  • 19. —¿Qué van a llevar? Como se imaginarán, la bruja trajo una caja de fósforos y la puso sobre el mostrador. Nico no sabía qué hacer, si llevarse los fósforos aunque la mamá de Agus no se los había encargado o explicarle a las brujas la confusión. —Mi mamá no nos pidió fósforos —dijo Agustín con su enorme bocaza, complicando aún más las cosas, ya que la bruja dijo inmediatamente, con su voz brujosa: —¿Cómo? ¿Por qué vas a llevar algo que no te encargaron? ¿Quién va a pagar los fósforos? ¿Y para qué los quieres? ¿No serás tu el que está prendiendo cosas en el vecindario? Nicolás estaba mudo de espanto. No sólo no había avanzado en su investigación, sino que ahora era el principal sospechoso. —Disculpen —alcanzó a decir y salió del almacén con Agustín atrás. —Que lío —dijo Agustín—, ni siquiera hicimos las compras, seguro que me van a retar. —Deja de pensar en pavada —dijo Nico furioso—, ahora capaz que me denuncien por pirómano. —Déjate tu de palabras raras y misterios — dijo Agus, le sacó la plata de la mano y se fue corriendo al almacén de la vuelta. Definitivamente, su amigo estaba enloquecido y eso a él ya no le parecía divertido. ¿Y si había sido Nico y averiguaba solo para despistar?
  • 20. Qué feo resultaba sospechar de todos. Primero de su papá, ahora de Nico. Pensó un rato y se dio cuenta de que no iba a descansar tranquilo hasta no saber quién había provocado ese incendio. Pelusa 79
  • 21. La lista Más tarde y más calmado, Agustín volvió a la vereda y encontró a su amigo haciendo anotaciones en su cuadernito verde. —¿Qué descubriste, Nico? —Me acordé de algo que dijo Doña Matilde. Dijo que su auto estaba estacionado muy cerca del que se quemó. Eso los quita de la lista. —¿De qué lista? —preguntó Agustín, Entonces Nico abrió su cuaderno y le mostró una hoja donde prolijamente había anotado a todos los sospechosos. Agustín agradeció profundamente que el nombre de su papá estuviera tachado, pero no entendió por qué Nico había anotado al dueño del auto. —¿Sabes lo que pasa, Agus? Yo creo que Juan estaba cansado de que todos los vecinos le pidieran que sacara el auto. Como no podía pagar una grúa, tal vez, creyó que si lo quemaba se lo llevarían los bomberos, pero la idea le salió mal.
  • 22. —¿Y el ladrón quién es? —preguntó Agus- tín intrigado. —El ladrón, el que se fue llevando cada parte del auto. Quizás, como ya no tenía nada para robar, de pura bronca lo quemó. —Puede ser... puede ser... —dijo Agustín pensando todo lo contrario—. Pero... ¿cómo vamos a saber quién fue de todos éstos? —Paciencia, Agustín, mañana seguimos — dijo Nico. Y cada cual marchó a su casa, ya que las novelas habían terminado hacía rato.
  • 23. Un nuevo sospechoso Averiguar quienes leían Clarín en la cuadra. Fueron hasta el kiosco de diarios de la otra esquina y a Nico se le ocurrió una buena idea. —¿Puedo hacerle una encuesta para la escuela? —le dijo al diariero sacando su cuaderno y su lápiz. —Sí, por supuesto. —Necesito saber qué diarios se venden en la cuadra de mi casa. El diariero se quedó pensando un momento y después dijo: —Tres clarines, dos naciones y tres crónicas. Nicolás estaba anotando los datos cuando llegó un señor con cara rara y le dijo al diariero: —Clarín, por favor —le pagó unas monedas y se fue caminando despacio. —¿Y éste quién es? —preguntó Agustín sin disimulos. —Es nuevo en el barrio —contestó el diariero. Este hombre tenía una cara muy sospechosa. Los chicos, al verlo, no pudieron dejar de pensar que exactamente así se imaginaban al pirómano. Su cara era alargada, tenía manchada la piel y las cejas eran como enormes cepillos que le oculta- ban la mirada. Agustín y Nico decidieron dejar los diarios para más tarde. A este sospechoso había que seguirlo, averiguar quién era, dónde vivía y si
  • 24. tenía fósforos. El hombre iba hacia la cuadra de los chicos, mientras hojeaba el diario. Nico le dio las gracias al diariero y despacio, empezaron a seguir al desconocido. Los chicos iban callados y observando atentamente al hombre. Este pasó delante del auto quemado y, aunque lo miró sospechosamente, no se detuvo. Después pasó frente a la casa de Agustín y siguió camino. Al llegar a la esquina, cruzó la calle y entró en la primera casa. —¿Esa casa no estaba abandonada? —pre- guntó Agustín. —Estaba. Pero ya no lo está y me parece que nuestra lista estaba incompleta, faltaba el principal sospechoso —dijo Nicolás, mientras se sentaba en el cordón de la vereda y anotaba en la lista del cuaderno, con letras muy grandes: SOSPECHOSO DE LA ESQUINA Al día siguiente se encontraron a las cuatro en la vereda. Nicolás insistía en investigar al nuevo vecino, pero Agustín lo consideraba una tarea peligrosa. Estaban discutiendo, cuando el sospechoso salió de la casa y se fue caminando hacia la avenida. Lo vieron alejarse, y cuando no fue ni siquiera una manchita pequeña, Nico decidió que era el momento de espiar. Se acercaron hasta la puerta destartalada que, entreabierta, los invitaba a entrar. Al minuto siguiente, Nico estaba en el pequeño patio, y
  • 25. como Agustín no lo seguía, lo agarró de la remera y lo entró de un tirón. —A mí me da mié... —comenzó a decir Agustín, pero Nico lo chistó. El patio estaba lleno de escombros y al fondo estaba la casa vieja que parecía a punto de derrumbarse. Todo estaba en silencio. Nicolás le pidió a Agus que le hiciera de campana mientras él investigaba. —¿De campana? ¿Cómo hago de campana? ¿Qué tengo que tocar? Nico pensó, furioso, que tenía el peor ayudante que pudiera existir en la historia de los detectives. —Tienes que vigilar —le explicó con paciencia—. Siéntate en la vereda y si ves venir al hombre, da dos golpes fuertes en la puerta y yo salgo corriendo. —Bueno —dijo Agustín —¿Cualquier hombre? —No salame, al hombre que vive acá —le contestó Nico. Después se acercó a la casa que, aunque estaba cerrada, tenía las ventanas sin cortinas. Nicolás se asomo a una y pudo ver una cocina muy desordenada, llena de cosas raras, cajas y unos pocos muebles. La otra ventana daba a un cuarto más ordenado, con una cama. El lugar estaba en pe- numbras y al mirar las paredes, Nicolás descubrió espantado un montón de cabezas que lo miraban con ojos desorbitados.
  • 26. Contuvo un grito, se volvió y salió de la casa en menos de un segundo. Agustín lo vio pasar a toda velocidad. —Nico, ¿qué pasó? —preguntó al alcan- zarlo. —Nada. Me acordé de que tengo un montón de deberes. Mañana nos vemos —y sin más explicaciones entró en su casa. Nicolás no podía calmarse. Se acostó en la cama, pero esas caras extrañas con los ojos saltones, no lo dejaban en paz. El sólo quería investigar un incendio, pero éstos parecían asesinatos. ¿Serían muertos los que estaban colgados en la pared? Pelusa 79
  • 27. ¿Tachando inocentes? A la mañana siguiente Nico pudo pensar mejor. Era muy difícil colgar a los muertos como cuadros. Pero entonces...¿Qué era lo que había visto en la casa de la esquina? Por la tarde, Agustín preguntó: —¿Seguimos investigando? -No sé, estoy muy cansado —dijo Nicolás—, además... ¿de qué va a servir saber quién lo quemó? Agustín había sido el primero en tener ese pensamiento... Se quedaron callados mirando los autos que pasaban, cuando salió el sastre con su prolijo traje. Nico se acordó de lo raro que le había parecido el trabajo de ese hombre cuando llegó al barrio. —¿Un qué? —le preguntó a su mamá cuando le dijo que era un sastre. —Un sastre es un señor que hace trajes, pantalones y ropa a medida —le explicó su mamá. —Pero... ¿para qué? Si puedes ir a un ne- gocio y comprarlo hecho. —Pero no es lo mismo, él lo hace exac- tamente para tu tamaño —le dijo ella y a Nico no lo conformó su explicación. Ese día, Don José les preguntó: —¿Están aburridos hoy?
  • 28. —Un poco —dijo Nicolás. —Un poco mucho —agregó Agustín. —¿Vio que nos quemaron el auto? —pre- guntó Nico reiniciando la investigación. —Sí, ya me contaron —dijo el sastre acla- rando, sin que nadie le preguntara, que no estaba por la madrugada en su negocio. Eso significaba absoluta inocencia. —¿Quién habrá sido, Don? —preguntó Agustín abriendo nuevamente su enorme bocaza. —No sé, son cosas... desastres que ocurren —dijo Don José, y ya se alejaba cuando Nico le preguntó: —¡Don José! ¿Usted compra Clarín! —¡No! —gritó el sastre cuando doblaba la esquina. Nicolás abrió el cuaderno y Agustín leyó despacio: —¿Cómo sabes que el marido de Doña Matilde compra Clarín? —preguntó Agustín. —Esta mañana, cuando salí para la escuela, lo vi que venía del kiosco con el Clarín bajo el brazo. —Ah... —dijo Agus y se quedaron pensando otro rato. —¿Tachamos al sastre? —preguntó Agustín. —Hoy nos toca investigar a Doña María, después vemos —dijo Nicolás y fue a buscar la
  • 29. pelota para jugar en el pasillo. Era una buena manera de hacer salir a Doña María para decirles cuidado con las plantas. Al tercer pelotazo, consiguieron que se asomara: —Chicos, cuidado con las plantas —dijo amablemente. —¿Vio lo que pasó con el auto? —dijo apurado Agustín. —Sí, una barbaridad —le contestó la mu- jer—. El que lo quemó no pensó que los bomberos iban a dejarlo allí, en el mismo lugar. Ahora está peor que antes. —¿Quién habrá sido? —insistió Agustín, ligándose esta vez un pisotón. —No tengo la menor idea. Lo único que sé es que yo no fui —dijo Doña María y cerró la puerta. —Ella no fue. Táchala de la lista —le dijo Agustín a Nico. —Pero tu no puedes ser más gil. ¿Crees que todos te van a decir la verdad? ¿Qué sólo tenemos que preguntar? Entonces sería muy fácil. La gente miente, Agustín. Tienes que hacer preguntas inteligentes para averiguar algo. Déjame a mí. Y aprende. Nicolás fue muy decidido y golpeó la puerta de Doña María, que enseguida abrió. —Doña, ¿me puede hacer un favor? — Bueno, si después me dejas ver la tele tranquila...
  • 30. —Necesito un diario. —Lo siento Nico, pero con lo poco que cobro de jubilación, hace rato que no compro el diario —Doña María cerró la puerta y Nico se volvió con cara satisfecha. —¿Aprendiste? —le dijo a Agus. Después buscó el cuaderno y tachó de la lista el nombre de Doña María. Con las brujas era más difícil asegurar su inocencia. Después del último incidente, no querían ni entrar al almacén y no había manera de averiguar qué pensaban del incendio. Por cansancio, decidieron tacharlas de la lista, pero no como a Doña María. Sólo con una línea por encima de las letras para que quedara claro que aún eran sospechosas. —¿Y ahora a quién investigamos? —pre- guntó Agustín. —Nos toca Juan, el dueño del auto —dijo Nico preocupado. Aquí se les presentaba un verdadero problema. Juan no vivía en la cuadra y después del incendio no había aparecido más por el taller. Pelusa 79
  • 31. Ultimas sospechas A la mañana siguiente, la mamá de Nico encontró bajo la puerta del pasillo una carta para Juan. Durante el almuerzo comentó: —Le llegó una carta a Juan. Parece im- portante, como un aviso de un banco. ¿Te animas a llevársela esta tarde, Nicolás? —Está bien, ma —dijo Nico entusiasmado. —De paso le preguntas cuándo se va a llevar el auto, porque allí en la vereda ya no lo puedo ni ver. A las cuatro consiguieron que la mamá de Agustín lo dejara acompañarlo y emprendieron el camino. En la puerta de la casa de Juan estaba su hija, que tenía la misma edad que Agus. Se animaron a preguntarle: —¿Sabes que quemaron el auto de tu papá? —Sí. Mi papá está muy enojado por eso. Justo había conseguido alguien que se lo comprara. Hoy venían a buscarlo y tuvo que avisarles que el auto estaba quemado —en ese momento se asomó Juan. —¿Qué quieren? —preguntó a modo de saludo. —Me mandó mi mamá a traerle esta carta — se apuró a decir Nicolás. —Gracias, espero que no sean malas noticias —dijo Juan—, ya con lo del auto tengo bastante.
  • 32. —¿Ya sabe quién se lo quemó, Don? —dijo Agustín, y si Nico no le pegó un codazo, fue porque lo tenía lejos. —Si lo supiera ya le hubiera dado una buena trompada —dijo Juan y se fue para adentro rumiando venganzas. Nico no se animó a preguntarle cuándo iba a sacar el auto de la puerta. Cuando regresaron, Nicolás trajo el cuaderno verde y entre los dos tacharon a Juan de la lista, que entonces quedó así: Sobre el ladrón era imposible averiguar, ya que no sabían ni quién era. Agustín propuso sacarlo de la lista, y aunque a Nicolás se le ocurría que lo había quemado para borrar sus huellas, sin pista era imposible resolver la sospecha. Tachado el ladrón, los únicos que quedaban eran el vecino nuevo y el sastre, pero este último ya les había dicho que no compraba Clarín. Discutían sobre la posibilidad de tachar a Don José, cuando lo vieron venir por la vereda. —¿Y chicos? ¿Cómo anda la cosa?
  • 33. —Seguimos investigando —dijo Agustín, otra vez abriendo su terrible bocaza. El sastre no dijo palabra y se metió en su negocio. —Parece que no le gusta que preguntemos... —alcanzó a decir Nicolás cuando Agus le dio un codazo. —Ahí viene —le dijo en secreto. Era el vecino sospechoso. —Vamos a seguirlo —dijo Nicolás levan- tándose, y empezaron a caminar atrás de ese señor que ahora estaba mejor peinado y ya no parecía tan sospechoso. El hombre se detuvo en el kiosco y compró cigarrillos. Al retomar su camino se encontró de frente con Agustín y Nicolás. —¿Qué tal? ¿Somos vecinos, no? —Sssííí —tartamudearon los dos. —Hace poco que me mudé, por eso no conozco mucho —dijo el desconocido—, este es un barrio tranquilo, según parece. —Sí, lo único raro fue lo del incendio —se apuró a decir Nicolás antes de que Agustín metiera la pata otra vez. —¿Qué incendio? —preguntó el hombre. —El del auto. ¿No estaba usted ese día? —No sé —dijo el sospechoso número uno— , yo me mudé el miércoles a la tarde. —Claro, el auto se quemó el miércoles a la madrugada —dijo Nico. Con tanta charla, ya estaban en la puerta de la casa misteriosa.
  • 34. —¿Quieren pasar? —dijo el vecino. —Sí —dijo Agustín. —No —gritó Nicolás al mismo tiempo, recordando lo que había visto y a los reducidores de cabeza—, nos tenemos que ir. —Bueno, vengan cuando quieran, tengo algo que les va a gustar —dijo el hombre entrando en la casa. —¿Por qué no me dejaste entrar? —preguntó Agustín enojado. —Porque puede ser peligroso —le aclaró Nicolás. —Más peligroso fue cuando entraste tu— dijo Agustín y entró corriendo en la casa misteriosa. Nicolás se quedó sentado en la vereda sin saber qué hacer. Pensó en contar hasta cien, y si Agustín no salía sano y salvo, llamar a la policía. —Uno... dos... tres... cuatro, cinco —siguió cada vez más rápido. Cuando iba por el noventa y nueve ya pensaba empezar de nuevo, pero en ese momento salió Agustín con una sonrisa de oreja a oreja. —Nico, ven, entra conmigo. Este hombre hace y maneja títeres, tiene unos enormes que cuelgan de las paredes, son hermosos, ven, dale —y sin dejarlo reaccionar, Agustín lo entró de un brazo. Con la luz prendida, Nico reconoció a las cabezas colgadas como enormes títeres que Héctor, así se llamaba el titiritero manejaba a las
  • 35. mil maravillas haciéndolos reír hasta las lágrimas. Cuando terminó la novela, antes de volver cada uno a su casa, tacharon del cuaderno verde al sospechoso de la esquina. Solo faltaba tachar al sastre, pero los chicos ni se dieron cuenta. Pelusa 79
  • 36. ¡Qué desastre! Al día siguiente se encontraron en la vereda, pero no para seguir investigando. Héctor los había invitado para jugar con los títeres y para ayudarlo en su taller. El cuaderno quedó en la casa de Nico con su información secreta bien guardada. Pero terminada la novela, cuando volvían a sus casas, un detalle les recordó el tema del auto. Doña Matilde, con el Clarín en la mano, entró en el negocio del sastre. —Don José, aquí le traigo el diario —le escucharon decir desde la vereda. —¿Usted le presta el diario? —se animó a preguntar Nicolás cuando salió la vecina. —No se lo presto, se lo regalo —dijo Doña Matilde—, cuando mi marido termina de leerlo y de hacer el crucigrama, se lo doy a Don José. Entre vecinos es bueno ayudarse. Además, un diario viejo no sirve para nada. "Sí sirve —pensó Nico—, para quemar un auto abandonado". —¿Al sastre lo tachamos? —preguntó Agustín. Nicolás, que ya no podía esperar más para resolver la investigación, entró decidido en el negocio del sastre. —Buenas —dijo, y Agustín entró atrás de él—. ¿Cómo le va Don José? —Bien, aquí me ven, leyendo qué pasa en el mundo —dijo el sastre hojeando el diario.
  • 37. —¿Sabe que ya sabemos quién fue? —dijo Nico y le hizo señas a Agustín para que cerrara bien la boca. —¿En serio? —contestó el sastre sin le- vantar los ojos del diario. —Sí, fue el marido de Doña Matilde, lo descubrimos porque en los diarios que ponían en el auto, Agus y yo vimos que los crucigramas de la última hoja estaban resueltos. Y ya averiguamos que él es el único en la cuadra al que le gusta hacerlos. El sastre se quedó en silencio. Nicolás sólo dijo: —Y mañana vamos a decírselo a Juan. Hasta luego. Los dos salieron del negocio y Agustín estaba aún más sorprendido que antes. —¿En serio? ¿Fue el marido de Doña Matilde? Pero... ¿No lo habíamos tachado de la lista? —No entiendes nada... —dijo Nicolás, y después, con mucha paciencia, le explicó a Agustín que en realidad le había tendido una trampa al sastre. Creía que así, confesaría todo. Al día siguiente, cuando Nico salió para la escuela, el sastre lo llamó. —Niño, acá tengo algo para ti... —y le dio un papelito. Nico lo leyó camino a la escuela y decía: "No hables con Juan. Son cosas, desastres que ocurren. Hablamos a la tarde."
  • 38. La frase del medio dio vueltas y vueltas en la cabeza de Nicolás. En el recreo se la mostró a Agustín que, increíblemente, encontró la pista mejor que el detective. —Mira bien... —dijo— "Son cosas, de- sastres que ocurren". De sastre. —Nos está diciendo que fue él. —Sí —agregó Nico—. Además en el cua- derno es el único que nos faltaba tachar. Discutieron el resto del recreo. Agustín quería llamar a la policía, pero Nicolás estaba convencido de que no iban a venir. —No tenemos pruebas —le explicó una y otra vez. Al final, coincidieron en hablar con el sastre para saber por qué había hecho semejante cosa. Cuando empezó la novela, muy serios entraron al negocio. El pirómano estaba armado con una tijera y cortaba una tela oscura. —¿Por qué nos lo quemó, Don? —preguntó, muy valiente Nicolás. —Yo les voy a explicar… —dijo el hombre tartamudeando sus nervios—. Sé que parece muy raro, pero tiene una explicación. Desde la silla donde trabajo todo el día, por las tardes, yo podía ver a la hermana de doña Matilde, que se sienta en la vereda de enfrente. Me alegraba el trabajo verla correrse el pelo que le cae sobre la cara y reirse conversando con alguna vecina. Nunca me animé a cruzar la calle y decirle de mi simpatía. Desde que Juan dejó ese auto en la puerta, ya no pude ver el lugar en donde ella se
  • 39. sienta. Sé que está allí, pero cuando estoy trabajando, cada vez que levanto la cabeza, sólo veo ese horrible coche viejo. Los chicos se asomaron y vieron que lo que decía el sastre era cierto. La hermana de Doña Matilde estaba en la vereda de enfrente, pero desde el negocio no se la podía ver. —Sé que estuve mal y ese auto quemado me lo recuerda todo el tiempo. ¿Podrían ustedes guardar mi secreto? No puedo explicar esto a todo el vecindario —dijo el sastre apenado, y los chicos le dijeron que sí. Pocos días después, la mamá de Nico tuvo la buena idea de juntar plata entre los vecinos para pagarle a una grúa que se llevara definitivamente el auto. —Un poco cada uno, no le hace mal a ninguno —dijo Doña María. Las hermanas colaboraron con el valor de cinco litros de leche. —Al final, el que más puso fue el sastre — comentó la mamá de Nicolás asombrada, durante la cena. —Qué raro —dijo el papá, pero Nicolás, buen guardador de secretos, no dijo ni una palabra. Un amigo del marido de doña Matilde, que manejaba una grúa, sería el encargado del milagro. Llegó el día tan esperado y todo el barrio se reunió en la vereda para despedir el cachivache.
  • 40. Con una cadena ataron el parachoques y despacio, empezaron a subirlo. Todo lo que se escuchaba era ruido de lata, mientras caían pedazos del auto, que parecía desarmarse como un rompecabezas. Finalmente, el dueño de la grúa dijo que estaba listo, saludó al marido de Doña Matilde con un abrazo y todos los vecinos lo despidieron como a un gran héroe. Subió a la grúa y la puso en marcha. Una nube negra salió del caño de escape. Aceleró... y cuando los vecinos comenzaban a aplaudir... "Chuf chuf..." La grúa se paró y no quiso andar más. La revisaron, trataron de empujarla, le pusieron nafta e hicieron todas las cosas imaginables con una grúa que no funciona. Cuando anocheció, el amigo del marido de Doña Matilde se disculpó y se fue en colectivo prometiendo volver al día siguiente. Fue la primera y la última vez que lo vieron por el barrio. A la mañana siguiente, a la grúa le faltaba una rueda, al otro día el espejito y así, diariamente, le fueron desapareciendo partes. Los vecinos siguen quejándose. Los chicos, cuando empieza la novela, juegan en la grúa, y el sastre, en lugar de usar los fósforos, se decidió a cruzar la calle. Pelusa 79