1. V erónicaEl silbido de los rieles rivalizaba con ferocidad, al ruido de las gotas contra el
cristal de su compartimento; una de sus manos reposaba sobre el hombro de su
acompañante, la otra, repasaba los surcos de su propia frente sudorosa a pesar
del frió exterior.
Intentaba entender cual era la razón del viaje a su ciudad natal, las dolorosas
lágrimas que había derramado ella al recibir aquella carta… en verdad se
esforzaba por comprenderlo.
Se perdió en la inmensidad del bosque que pasaba rápidamente a su vera, los
árboles sin hojas ofrecían un aspecto fantasmagórico gracias al resplandor de la
luna llena no despertó de su ensoñación hasta que sintió, el frágil cuerpo de ella
moverse, ya había despertado, la miró, era razonable el haberse enamorado de
ella, nadie cuestionaría su conducta ;le acarició la mejilla con el dorso de la mano,
evocando aquella época en la que podían estar juntos, si supiera cuanto anhelaba
revivirla; quiso sonsacarle algo de información pero le pareció injusto, la había
visto sufrir suficiente, sabia cuanto le dolía.
Se incorporó despacio y después de despabilarse le comunicó que era su turno de
descansar, complacido se recostó en el asiento, lo invitó, de la misma forma en
que él lo hizo a reposar su cabeza en las piernas de ella, aceptó gustoso.
Sintió sus manos tibias que le acariciaban el cabello, queria imaginársela vestida
de blanco, se vería como un ángel; aunque con su rostro melancólico la
catalogarían mas bien como un fantasma, un fantasma, si, pero uno muy
hermoso, no le gustaba la ropa de luto que llevaba, a pesar de que era necesaria;
escucho débiles sus palabras, le preguntaba si llegarían a tiempo para el funeral,
el quiso contestarle pero…
Verónica… Verónica… la llamaba a gritos, la había buscado durante más
de media hora y no la encontraba; la desesperación le agobiaba, tenía que
comunicarle algo importante, salio al jardín, la miro debajo del olmo a
cuya sombra solían descansar, estaba de espaldas a él, parecía no oírle.
Se paro en seco al percatarse de otra presencia, caminaba hacia Verónica,
si no estuviese tan oscuro, lo habría reconocido, se detuvo a unos cuantos
pasos de ella, sacó algo de su cinto, muy despacio, temblaba, de repente
vislumbró el arma que empuñaba el desconocido, pero antes de poder
reaccionar el ya había halado del gatillo, el grito que brotó de su garganta
2. quedo sordo en comparación al del asesino; lo ultimo que vio fue a
Verónica desvanecerse.
Se despertó sobresaltado, su frente sintió aborrecer el frió del cristal, fuera
nevaba, palpó el asiento esperando materializarla, lo único que halló fue una carta
muy arrugada y con signos de que se había llorado sobre ella al escribirla, la había
releído muchas veces.
Había llegado por correo esa misma mañana, una hora antes de tomar el tren,
después de repasar con sus dedos la estrecha caligrafía; la dobló y guardó en su
portafolio. Ya iba a llegar a la siguiente estación, deseaba no retrasarse, le
esperaban en el funeral.
Compro un pequeño refrigerio en la cafetería de la estación en la que le
permitieron bajarse se sentó en una mesa de madera muy deteriorada, se dio
cuenta de que había poca luz pues era el crepúsculo vinieron a su memoria todos
aquellos libros en los que aparecía una escena similar un hombre solitario
observando a su alrededor a una estancia casi vacía el lector jamás llegaba a
adivinar los pesares de aquel hombre, nadie sabia las angustias del que ahora era
protagonista dieron la orden de regresar al tren cuando subía los peldaños casi se
lleva por delante a una niña, esta sonrió y alzó la vista clavando su profunda
mirada en él, asombrosamente le recordó la también penetrante mirada de
Verónica, gris igual que la de la pequeña.
Recorrió todo el vagón muy perturbado hasta encontrar su compartimento
sentándose bajo la vista hacia sus manos aun lleva la bolsa del refrigerio sin abrir.
Durmió el resto del viaje, a la madrugada el anuncio de que había llegado a su
destino lo despertó.
Súbitamente se sintió nervioso iba a encontrarse con el cuerpo inerte de ella. Su
respiración se acelero, sentía que estaba a punto de tener un ataque de asma,
intento tranquilizarse observando el derredor, su ciudad al amanecer parecía
bastante desolada, se concentro en dirigir sus pasos hacia la pequeña casa que
se perdía entre los olmos al final de la calle su mente estuvo en blanco todo lo que
duró el trayecto cuando se dio cuenta ya pisaba el porche.
Las luces de la sala estaban encendidas y el olor a parafina impregnaba el
ambiente, voces se alzaban a coro recitando palabras ininteligibles para el en ese
momento.
Cuan profundamente habría mirado el ataúd que reposaba en mitad de la estancia
que la mayoría de los presentes ya lo habían visto, el murmullo de voces fue
menguando hasta desaparecer, varias personas se levantaron de sus asientos y lo
observaron petrificados otras acudieron a la puerta atolondradamente quedaron
absortos al verlo después de tantos años.
Uno a uno fueron abriéndole paso era conciente de cuantas personas le palparon
los hombros nadie hablaba llego al féretro y allí con su rostro tan apacible cual
3. durmiente descansaba la mujer que poseía su corazón, la que lo tendría guardado
bajo tierra hasta que su dueño la acompañe.
No miraba más allá de esa urna, no existía más que su rostro por ello cuando
alguien se le acerco fue difícil sacarlo de su abatimiento. Traía un pequeño bulto
en brazos, lo extendió ofreciéndoselo, inconcientemente lo recibió. Sintió como se
movía oyó sus murmullos, observo su pequeño rostro regordete sabiendo lo que
vería… igual a ella.
Verónica la llamó y la criatura mostró sonriente los ojos grises a su padre.