Marco Porcio Catón, conocido como Catón el Viejo, fue un político romano del siglo II a.C. conocido por su estricta moralidad y tradicionalismo. Sirvió como cónsul y censor, donde promovió medidas para restaurar la moral romana y criticó la influencia griega. Más tarde instó a destruir Cartago como amenaza para Roma, aunque murió antes de ver realizada su visión.
ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
Catón el Censor: político romano con estricta moral
1. ¡Retomamos nuestra duodécima clase de Cultura Clásica!
*Se meten todos juntitos en la máquina del tiempo
y aparecen en el senado romano*
En esta clase iremos un poquito más atrás en la línea del tiempo para recordar al político
romano con la moral más estricta e intachable: Catón el Viejo.
Este singular político romano nos ha legado una palabra a nuestro bagaje léxico. Si buscáis
en el diccionario la palabra “catón” os aparecerá como significado el de ‘censor severo’. Esto es,
alguien que critica o censura los comportamientos de otras personas que considera inmorales.
El DRAE señala que la palabra proviene de Marco Porcio Catón, llamado el Viejo o el Censor para
diferenciarlo de otros Catones famosos de la historia de Roma.
Catón y su tradicionalismo se ven
reflejados en un partido que
podríamos llamar Pro Populo (PP).
Este partido estaría integrado por
optimates de pies a cabeza. Estos
defenderían el Mos maiorum con
firmeza y se opondrían a los intentos
progresistas de los populares.
Según el historiador griego
Plutarco, los que eran reprendidos
por alguna causa respondían que
ellos no eran Catones, es decir,
que no eran perfectos.
Esto nos da ya una idea sobre la
imagen que debía de transmitir
Catón: rectitud y honradez.
2. Marco Porcio Prisco nació en el año 234 a.C. en Túsculo, una ciudad del Lacio que dos siglos
antes se había convertido en aliada de Roma.
Porcio era un labriego fornido, trabajador y con grandes dotes para la oratoria. Debido
precisamente a su don de palabra y a los pleitos en que empezó a defender a sus vecinos, estos
ignoraron cognomen y comenzaron a llamarle Cato o Catón, que significa ‘sabio’.
Uno de sus vecinos le propuso trasladarse a Roma con él para iniciarse en la vida pública. Fue
así como Catón emprendió el cursus honorum. Tras actuar como abogado en el foro fue elegido
primero tribuno militar y poco después cuestor.
En el ejercicio de estos dos cargos intervino en la guerra contra Cartago. Fue durante la
campaña de África cuando comenzó su enemistad con Escipión el Africano. Catón le reprochaba
la inmensa cantidad de dinero que gastaba, a lo que el Africano le respondía airadamente que contara las
victorias, y no el dinero.
Tras su cuestura, Catón ingresó en el Senado.
En el año 199 a. C. fue elegido edil plebeyo y
dos años después fue gobernador en Cerdeña. En
estos años se labró una reputación de gobernante
honrado, que jamás tocó una moneda que
perteneciera a la República. También obtuvo una gran fama como orador, que le valió el apodo
de “el Demóstenes romano”.
Catón le reprochaba a Escipión la
inmensa cantidad de dinero que
gastaba, a lo que el Africano le
respondía airadamente que contara
las victorias, y no el dinero.
Vaya, vaya… Menuda sorpresa.
¡Tenemos aquí a un político honrado!
Catón era conocido
en toda la ciudad por
su afición al ahorro.
Vamos, que era
un tacaño.
3. Tras su exitoso gobierno de Cerdeña, en el año 195 a.C. Catón fue elegido para la más alta
magistratura romana: el consulado. Su colega en el cargo fue su amigo y vecino de Túsculo,
Valerio Flaco.
A continuación a Catón le tocó en suerte la provincia de Hispania Citerior. Cerca de
Ampurias derrotó a una coalición de rebeldes y se dice que tomó trescientas localidades
enemigas. Su rival Escipión el Africano consiguió el gobierno de esa misma provincia tras él y se
apresuró a viajar allí para evitar que Catón continuara obteniendo fama con sus victorias.
Una vez en la capital, en vez de dedicarse al ocio que su carrera política y militar le aseguraba,
decidió volver a empezar y se ofreció como simple oficial o legado a otros generales y
gobernadores provinciales.
No será hasta los 44 años cuando regrese a Roma con nuevas ambiciones políticas. Su
aspiración se dirigió a uno de los cargos más prestigiosos de la República: el de censor.
El botín conseguido por Catón fue a
parar íntegramente al erario público,
salvo una cuantiosa recompensa que
otorgó a sus soldados. Él, en cambio,
no tomó nada para sí.
De hecho, a su querido caballo, con el
que había conseguido tantas victorias,
lo dejó en Hispania para ahorrarse un
billete de vuelta a Roma.
Un censor era el encargado de elaborar
el censo de ciudadanos romanos,
decidiendo quién podía ser
considerado como tal y también quién
tenía derecho a ser senador y caballero.
Eran prácticamente una especie
de policía moral, muy respetada
por los romanos.
Tenían potestad de expulsar
a quienes no se ajustaran a
las virtudes exigidas en
dichos órdenes.
Censor
4. El interés de Catón por este cargo se explica por su decidido propósito de restablecer en
Roma lo que él consideraba como la auténtica moral romana. Catón estaba indignado por la
influencia de la cultura y las costumbres griegas, que consideraba depravadas y nocivas.
También lanzó resonantes acusaciones de corrupción contra destacados miembros de la élite
romana. Estas actuaciones acrecentaron su popularidad, hasta que en 184 a.C. fue por fin
nombrado censor.
Durante el ejercicio de su cargo Catón consiguió revisar las listas de senadores y caballeros,
aprobó medidas contra los publicanos, que eran los recaudadores de impuestos, a los que el
pueblo odiaba por su codicia. Decretó duros impuestos sobre la compra de los artículos que
consideraba de lujo, como vestidos, carruajes o vajillas.
Catón consideraba la higiene
personal y la costumbre de
afeitarse como una forma de
afeminamiento.
Él quiso poner de moda
las túnicas de lana raídas
y las barbas descuidadas.
Pues a mí me está
saliendo bigotillo.
Pero en su vida personal Catón
no estuvo siempre a la altura de
lo que exigía a los demás o, al
menos, así se lo reprocharon.
Habiendo enviudado de su mujer y
teniendo ya un hijo crecido, empezó
un romance con una doncella que no
sólo era mucho más joven que él sino
que también era la hija de uno de sus
libertos, algo poco apropiado para un
excónsul y excensor.
Cuando la historia se supo en
Roma, Catón se casó con la
muchacha y tuvo un hijo de ella.
5. Ni siquiera cuando ya era un octogenario dejó Catón de actuar como autoridad moral ante
sus conciudadanos y de advertirles sobre los peligros del contacto con el extranjero.
En el año 155 a.C. hizo que expulsaran de
Roma a los embajadores de Atenas, por la
mala influencia que ejercían en la vida
romana, según decía.
Al mismo tiempo, con la excusa de apoyar
a Masinisa, rey de Numidia que era aliado de
Roma, alertó a sus compatriotas de la
amenaza para su seguridad que suponía
Cartago, a la que instaba a borrar del mapa.
El cauto Catón, el censor severo, no
alcanzó a ver el resultado de sus
discursos. Pocos meses después de su
muerte, a los 85 años, Cartago fue destruida
implacablemente por el ejército romano, y su perímetro urbano quedó sembrado con sal para
que nada volviera a crecer.
Pocas de las medidas
apoyadas por Catón
para disciplinar a los
romanos pervivieron
mucho tiempo.
Un siglo después, en plena
crisis de la República, su
figura de patriota inflexible
se recordaba con nostalgia.