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Tema 9.
La monarquía francesa y las guerras de religión
1. La Francia de mediados del siglo XV y las primeras reformas: Luis XI, Carlos VIII y Luis XII
A mediados del siglo XV, Francia era significativamente menor que en la Edad Contemporánea, y numerosas
provincias fronterizas (como Rosellón, Cerdaña, Calais, Béarn, Baja Navarra, Condado de Foix, Condado de
Flandes, Artois, Lorena, Alsacia, Trois-Évêchés, Franco Condado, Saboya, Bresse, Bugey, Gex, Niza,
Provenza, el Delfinado, y Bretaña) eran autónomos o estaban bajo otras entidades políticas, como el Sacro
Imperio o la Corona de Aragón. Había también enclaves extranjeros, como el Comtat Venaissin. Además,
ciertas provincias dentro de Francia eran ostensiblemente estados nobiliarios de familias importantes, como
el Bourbonnais, Marche, Forez y Auvergne, en manos de la Casa de Borbón, hasta que fueron integradas a la
fuerza al dominio real en 1527 tras la caída de Carlos III de Borbón. Desde finales del XV hasta el siglo
XVII, Francia se embarcó en una expansión territorial masiva, y en el intento de integrar sus provincias en
un conjunto administrativo unido.
LUIS XI (1423-1483) el Prudente
Luis XI de Francia fue rey entre 1461 y 1483. Toda su acción política se encaminó a la afirmación de la
autoridad del monarca frente a los derechos de la nobleza y el clero derivados de privilegios feudales; al
tomar parte activa en la construcción de una monarquía autoritaria, centralista y absoluta, se granjeó la
enemistad de parte de la nobleza tradicional. La política llevada a cabo por Luis XI permitió a la monarquía
francesa recuperarse del desgaste producido por la Guerra de los Cien Años y anexionar una serie de
territorios que ensancharon la monarquía (Anjou, la Provenza, Picardía y el ducado de Borgoña). Luis XI
murió en 1483, sucediéndole en el trono su hijo Carlos VIII.
CARLOS VIII (1470-1498) el Afable (hijo de Luis XI)
El principal problema que heredó Carlos VIII fue el ducado de Bretaña. En 1488 murió el duque Francisco,
dejando el ducado a su hija Ana. Carlos VIII invadió el territorio y sólo consintió retirar su ejército una vez
que la heredera aceptara casarse con él. A cambio el monarca se comprometía a respetar la autonomía de
Bretaña. Fue entonces cuando Carlos VIII inició su campaña de Nápoles, resucitando los derechos de los
duques de Anjou al reino de las Dos Sicilias. Desde el comienzo, la expedición de Nápoles le supuso grandes
sacrificios: para mantener en paz a Inglaterra pagó gruesas indemnizaciones, entregó el Rosellón y la
Cerdaña a Fernando el Católico (Tratado de Barcelona) y el Franco Condado, Artois y Charolais al
emperador Maximiliano, cediendo de esta manera buena parte de la herencia borgoñona. Tras quince años de
reinado, murió sin descendencia en 1498.
LUIS XII (1462-1515) “el padre del pueblo” (tío de Carlos VIII)
Esta vez, la Corona recayó en su tío Luis, de la Casa Valois – Orléans. Nada más ser proclamado rey, Luis
XII hizo anular su primer matrimonio con Juana, hija de Luis XI, e, inmediatamente después, se casó con
Ana de Bretaña, viuda de Carlos VIII; de esta manera conservaba el ducado bretón y conseguía mantener
unida Bretaña a la Monarquía francesa. Luis XII no cambió la política de su antecesor, y a las ambiciones
por conquistar Nápoles unió también la de anexionarse el ducado de Milán; en Nápoles era vencido por los
españoles en las batallas de Ceriñola y Garellano, por lo que en 1504 firmaba la paz de Blois, con la que
pretendía contentar a todo el mundo: daba el reino de Nápoles a los españoles, el Milanesado se lo quedaban
los franceses y prometía a su hija Claudia con el nieto de Maximiliano, Carlos de Gante. Los españoles no
fueron los únicos enemigos de Luis XII en Italia. La obsesión del papa Julio II era la de imponer su dominio
en Italia y expulsar de la península a los franceses. Para ello, propuso al emperador Maximiliano la
formación de una liga contra Venecia, a la que quería arrebatar varias plazas. Se formó así la Liga de
Cambrais de 1508, cuyo pretexto oficial fue el de la lucha contra los turcos. Florencia se adhirió, mientras
que Francia puso tal celo que fue la que realizó todo el trabajo, derrotando a los venecianos en 1509. Poco
después se formó otra vez la Liga (con Venecia, Aragón, los cantones suizos e Inglaterra), esta vez para
expulsar a los franceses de Italia. A partir de entonces Luis XII entró en una dinámica de fracasos: finalmente
fue vencido por los suizos en Novara (1513) perdiendo el Milanesado, los aragoneses conquistaron la alta
Navarra mientras los ingleses vencían en Guinegatte.
Carlos VIII y Luis XII dejaron fama entre sus súbditos de haber sido “reyes buenos”; es más, este último fue
aclamado en la Asamblea de notables como “padre del pueblo”. Se pueden alegar numerosas razones para
explicar el surgimiento de esta opinión, como el no exigir mayores tributos, dar posibilidad de triunfo a los
ambiciosos, etc, aunque la más importante fue la integración que ambos llevaron a cabo de las élites
dirigentes en los organismos de gobierno de la Monarquía.
Los principales organismos e instituciones de gobierno de la monarquía francesa habían nacido durante el
siglo XV y en su mayor parte eran organismos colegiados que respondían a la necesidad por parte del
monarca de contar con las élites dirigentes del reino para poder gobernar. Los principales fueron:
1. El Consejo Real, organismo con competencias universales. Sus componentes formaban una
oligarquía política entre los que había príncipes de sangre, grandes nobles, intelectuales y miembros
del clero. A veces, para discutir asuntos específicos, el rey se reunía con un pequeño número de
consejeros, sin que esto derivara en un organismo autónomo excepto en el caso de la justicia, donde
una parte del Consejo se especializó desde los tiempos de Carlos VIII dando lugar al Grand Conseil.
2. Los tribunales, constituidos por un conjunto de oficiales del rey especializados en justicia o en
finanzas:
a) Los Parlamentos: tribunales que juzgaban, en grado de apelación, los asuntos enviados por las
jurisdicciones inferiores y en primera instancia ciertas causas particulares. Tenían también algunas
competencias administrativas, registraban las Ordenanzas y las leyes reales y realizaban las críticas y quejas
al rey bajo la forma de remontrances.
b) Los Tribunales de finanzas: las Cámaras de Cuentas verificaban las cuentas de los oficiales
contables y juzgaba los litigios concernientes a ellos, registraban los edictos concernientes a impuestos, los
que modificaban la situación fiscal, etc.
3. Las Asambleas representativas: Estados generales y provinciales, asambleas de notables; constituían
los lugares por excelencia de diálogo entre el rey y los súbditos. La representación en ellas era
cualitativa, por eso sus miembros pertenecían a las elites del reino. Los Estados generales estaban
constituidos por los delegados de los tres órdenes o estamentos. Carlos VIII y Luis XII no quisieron
reunirlos, sino que prefirieron consultar a sus súbditos a través de asambleas más reducidas y
manejables, como la asamblea de notables. Los Estados provinciales estaban compuestos también
por representantes de los tres estamentos y eran convocados por el rey, su principal función era la de
votar impuestos.
Claudio Seyssel, que trabajó para los reyes de Francia en tareas administrativas, diplomáticas y episcopales,
consideraba que la monarquía es la mejor forma de gobierno, si bien el poder real debe estar sujeto por tres
frenos: las obligaciones de la conciencia del rey (carácter cristiano de la monarquía), los Parlamentos y las
buenas leyes y costumbres.
2. Naturaleza sagrada y fortalecimiento del poder real: Francisco I y Enrique II
Luis XII contrajo matrimonio por segunda vez en octubre de 1514 con María Tudor, hermana de Enrique
VIII, para intentar tener sucesión masculina, pero moría en enero de 1515, con lo que la rama Valois-Orleans
era sustituida en el trono por la de Valois-Angulema en la persona de Francisco I.
FRANCISCO I (1494-1547) “Padre y Restaurador de las Letras, el Rey Caballero, el Rey Guerrero”
Tenía 20 años cuando llegó al poder, iniciado con gloria tras la victoria en Mariñano. En el interior del reino
hizo comprender de manera clara que sólo él quería gobernar, mostrando en la sesión del Parlamento de 1515
su intención de hacerlo sin tener en cuenta los órganos colegiados del reino. El primer enfrentamiento entre
el monarca y dichos organismos surgió con motivo de registrar el Concordato de Bolonia, el cual suprimió la
elección de obispos, de abades y priores conventuales y los atribuyó a la nominación del rey, dejando para el
papa la investidura canónica. El Parlamento de París, que se consideraba con independencia dentro de la
Iglesia de Francia, rehusó registrar el concordato, aunque finalmente lo registró en 1518. El enfrentamiento
estalló de nuevo cuando en 1527 Francisco I reafirmó su autoridad tras el humillante cautiverio de Madrid
(tras la batalla de Pavía); fue entonces cuando el presidente Carlos Guillart pronunció un célebre discurso en
el que reconocía el poder absoluto del monarca, no ligado a las leyes, pero si a la razón.
Cambio en la imagen del rey
Esta práctica autoritaria del poder fue acompañada de una serie de cambios en la imagen de rey que
traducían una concepción nueva de la autoridad monárquica reflejada en pinturas y esculturas; la imagen real
fue interpretada según dos registros, profano y cristiano: la representación cristiana se tradujo en la figura del
Buen Pastor, imagen reforzada con el tema del sacrificio y el sufrimiento, que se desarrolló paralelamente al
de la cruzada; desde el punto de vista profano las imágenes del rey se insertaban en una tradición iniciada
con Carlomagno que mostraba a los reyes como herederos de los césares. Esta evolución de la imagen
monárquica reforzó la reflexión teórica de los juristas, que habían comenzado a diseñar los derechos que
pertenecían al rey, llamados regalías o privilegios del rey. Las prerrogativas concernían a la independencia
del rey de Francia y a su jurisdicción. Surgieron diversos tratados y enumeraciones de privilegios que
contribuyeron a la construcción de la monarquía francesa en la medida en que los derechos enumerados
comenzaron a ser llamados de “soberanía”.
Transformación de las instituciones de la Monarquía
El Consejo Real conservó su competencia universal, aunque la sección restringida del consejo se impuso
lentamente. Francisco I y Enrique II recurrieron a esta forma de gobierno, aunque el Consejo Real siguió
ocupándose eminentemente de funciones políticas. Funcionó también como tribunal para las demandas y
asuntos judiciales presentados al rey por los particulares. Además existían sesiones especiales en las que se
trataban las finanzas.
ENRIQUE II (1519-1559) hijo de Francisco I
Tras la muerte de su padre heredó el trono de Francia (1547). Fue errático en la política de alianzas y, en un
principio, un ferviente defensor de la fe católica frente a la Reforma protestante. Combatió con encono a los
hugonotes pero luego los toleró y se alió con los calvinistas. Condenó los libros no cátolicos en 1551
prohibiendo su circulación y venta y mantuvo el enfrentamiento contra Carlos V con una singular alianza con
el Imperio otomano. Tomó Metz a pesar del asedio del Rey español y defendió París frente al emperador,
pero todos los esfuerzos bélicos llevaron a la quiebra a la corona. De 1526 a 1530, como garantía del
cumplimiento del Tratado de Madrid, quedó como rehén en España en compañía de su hermano mayor
Francisco, Delfín y duque de Bretaña. Tras la muerte de éste en 1536, Enrique le sucedió en ambos títulos sin
llegar a gobernar en Bretaña, dado que su padre era el usufructuario. Enrique II, sin proponérselo, fue el
generador de las Guerras de religión de Francia a causa de su defensa inquebrantable de la fe católica contra
la Reforma protestante.
3. Calvinismo político y crisis del régimen Valois.
De 1526 a 1540 el luteranismo se extendió rápidamente por Francia. El movimiento se propagó
principalmente entre las clases populares, aunque muy raramente fue unido a movimientos sociales. Con
todo, después de 1525 la acción luterana se camufló, no manifestándose más que en la difusión de libros
prohibidos, destrucción de estatuas e imágenes sagradas y ataques aislados contra el ayuno. El movimiento
se enardeció a partir de 1533. Hacia finales del reinado de Enrique II, la Reforma se organizó y se constituyó
en partido político. Las clases superiores se sintieron atraídas por el prestigio de Calvino, y buena parte de la
burguesía, por causas de orden económico y social. Esta ascensión del calvinismo en la escala social quedó
confirmada hacia 1558 por la adhesión de varios grandes del reino (Antonio de Borbón …). En las
provincias, los nobles que se pasaron al calvinismo se consideraron protectores de su iglesia y de sus fieles.
Aprovechando el debilitamiento de la autoridad real en esta época, toda esta jerarquía de gentileshombres se
constituyó no sólo en los cuadros de una iglesia, sino también de una facción política. El conflicto (guerra de
las religiones) acabó con la extinción de la dinastía Valois-Angulema y el ascenso al poder de Enrique IV de
Borbón, que tras su conversión al catolicismo promulgó el Edicto de Nantes en 1598, garantizando una cierta
tolerancia religiosa hacia los protestantes
4. Las primeras guerras de religión. Causas, fases y desarrollo
CAUSAS
El detonante de las Guerras de Religión fueron las disputas religiosas entre católicos y protestantes
calvinistas, conocidos como hugonotes, exacerbadas por las disputas entre las casas nobiliarias que
abanderaron estas facciones religiosas, en especial los Borbón y los Guisa. Lo característico de este periodo
de la historia es que la religión se convierte en un factor de fractura social y de inquietud política en el seno
de cada Estado. Las contiendas religiosas no se limitan a los integrantes de los grupos sociales, sino que
enfrentan al monarca con sus súbditos. Las políticas posibles eran, o la represión o la tolerancia; lo que por
entonces empieza a llamarse libertad de conciencia tropezaba no sólo con la oposición de las iglesias
dominantes, sino con el sentimiento popular y, sobre todo, con la voluntad de los monarcas, que opinaban
que la unidad religiosa era una condición básica para la obediencia política. Tanto Isabel I de Inglaterra
como Felipe II lo consideraron así y se inclinaron por la represión. Por ello, el avance de la tolerancia fue
lento y limitado, aunque comenzó a producirse en este periodo, principalmente en Francia. Las
circunstancias políticas de cada monarquía influyeron sobre la forma de manifestarse estas tensiones
religiosas y sobre sus efectos, que serán muy distintos en cada una de ellas. Aunque el poder real se había
fortalecido en la época anterior, en las tres monarquías más importantes (Inglaterra, España y Francia) se
consideraba que el monarca debía contar con la participación de las instituciones representativas de la
sociedad estamental. Su colaboración era imprescindible para obtener los crecientes ingresos que las
monarquías necesitaban. En esta dualidad monarca-parlamento, el primero irá reforzando su autoridad. En
este aspecto los últimos reyes franceses de la casa de Valois presentaron notables diferencias frente a Isabel I
y Felipe II debido a las minorías de edad, la corta vida y los problemas de carácter de los hijos de Enrique II
(Francisco II, Carlos IX y Enrique III). Francia pasó en este periodo por un cambio de dinastía, los Borbones
sustituyeron a los Valois, pero el cambio se produjo de forma traumática y por medio de una guerra. Un
rasgo común a las tres monarquías era que el gobierno en primera instancia de las masas campesinas estaba
en manos de los nobles a través del régimen señorial, de ahí la importancia de saber controlar y equilibrar las
diferentes facciones cortesanas. Mientras que Felipe II e Isabel de Inglaterra lo lograron casi siempre, los
monarcas franceses estuvieron a merced de las grandes familias (los Guisa, los Borbón y los Montmorency),
separadas por intereses políticos y por sus confesiones religiosas, y de las intrigas de los propios miembros
de la familia real, la reina madre Catalina de Médicis y los hermanos del rey. Para ejercer el gobierno diario
los instrumentos eran muy semejantes en las tres monarquías eran muy semejantes: las monarquías trataron
de contrapesar el poder de los grandes nobles, que alegaban derechos feudales para participar en el gobierno,
con el recurso a burócratas formados en las universidades, provenientes de la pequeña nobleza o de las clases
medias. La monarquía francesa contaba con una amplia red administrativa que cubría el territorio; el
problema con el que se enfrentaba era con el de la venalidad, la venta de cargos públicos como medio de
obtener recursos fiscales, lo que provocaba que los cargos pasaran a considerarse patrimonio del comprador
y que su obediencia a las órdenes reales disminuyera. En definitiva, en los años sesenta del siglo XVI la
autoridad de los príncipes estaba siendo desafiada por una explosiva combinación de disidencia religiosa,
malestar y conspiraciones nobiliarias y resistencias parlamentarias a sus constantes exigencias fiscales. En
Francia el poder monárquico y la propia unidad territorial pasaron por momentos de colapso y disolución,
aunque finalmente el fundador de la nueva dinastía, Enrique IV de Borbón, consiguiera restablecer ambos.
FASES Y DESARROLLO
1. Orígenes de las guerras de religión (1559-1562)
En 1559 Francia se enfrentaba a una crisis que combinaba aspectos financieros, políticos y religiosos. La
larga lucha con los Habsburgo había forzado un incremento de la presión fiscal, de la venta de oficios
públicos y del endeudamiento. En 1558 Enrique II se vio obligado a suspender pagos y a recurrir a los
Estados Generales. A la oposición parlamentaria se sumó el enfrentamiento entre facciones aristocráticas,
que trataban de incrementar su influencia sobre la monarquía y colocar a sus miembros en los principales
cargos. En este momento eran los Guisa los que parecían triunfar, pero Enrique II mantenía las disputas
controladas. Sin embargo, el problema mayor y que junto con el financiero condujo a la paz de Cateau-
Cambrésis, fue el religioso. En la segunda mitad de los años cincuenta habían surgido multitud de iglesias
protestantes, de confesión calvinista. Recibieron especial fuerza gracias a la conversión de los líderes de dos
familias principales: de los Borbón y de los Montmorency. A ellos se sumaron multitud de pequeños nobles y
miembros de la alta magistratura y de la burguesía comercial. Enrique II sólo tuvo tiempo para reiniciar la
represión, murió dejando como heredero a Francisco II, de 15 años y mala salud. El gobierno quedó bajo el
control de sus tíos, los Guisa (Francisco, duque de Guisa, y Carlos, cardenal de Lorena), fervientes
defensores del catolicismo, que continuaron la represión contra los protestantes. Como reacción, algunos
hugonotes (calvinistas franceses) proyectaron un golpe para hacerse con la persona del rey y arrebatar el
poder a los Guisa. El fracaso de la conspiración de Amboise tuvo como consecuencia el abandono de la
causa de Antonio de Borbón y la captura del príncipe de Condé, que se salvó de la condena a muerte gracias
al fallecimiento de Francisco II. Dado que el nuevo rey, Carlos IX, era menor de edad, la regencia
correspondió a su madre Catalina de Médicis, que tendrá un papel clave en la primera etapa de las guerras de
religión. Dispuesta a situar los intereses de la Corte por encima de las confesiones religiosas, pretendió
solucionar el conflicto religioso por medios pacíficos para evitar el debilitamiento de la monarquía. Los
Guisa perdieron el control del poder y vieron con malos ojos que Antonio de Borbón asumiera la
lugartenencia del reino y se coaligaron en su contra. Catalina de Médicis intentó un acercamiento de las
posturas entre católicos y protestantes, y para ello convocó en 1561 un coloquio religioso que acabó en
fracaso ante la intransigencia mutua. Sólo quedaban como alternativas la represión o la tolerancia. Catalina
se inclinó por la segunda, y por el edicto de Saint-Germain (1562) otorgaba a los hugonotes libertad de culto
privado en las ciudades y público en los arrabales. La matanza por el duque de Guisa y sus seguidores de un
grupo de hugonotes en una celebración religiosa ilegal (1562) condujo a la movilización calvinista y al
nombramiento de Condé por los hugonotes como protector de la corona francesa. Los Guisa replicaron
solicitando a Carlos IX la revocación del edicto de tolerancia. Las luchas entre las facciones iban a conducir
a la guerra civil.
2. El apogeo del poder hugonote (1562-1572)
El poder de los hugonotes alcanzó su apogeo en el decenio de 1562-1572 gracias al apoyo de las iglesias
locales. El sistema de organización eclesiástica calvinista proporcionó unas tropas disciplinadas, entusiastas
y encuadradas bajo la dirección de los nobles locales. Esto significó a la larga el control de los ministros por
los nobles y la pérdida de independencia de las iglesias. Junto al respaldo interno, los hugonotes recibieron
algunos apoyos externos, entre los que destaca el de Isabel I de Inglaterra. Sin embargo, la condición de
ceder El Havre (tratado de Hampton Court) a los ingleses a cambio de ayuda militar y económica,
desprestigió la causa calvinista entre los patriotas. Por último, se vieron favorecidos por el deseo de Catalina
de Médicis de contrarrestar el influjo de los Guisa y de superponer el poder de la corona al de las facciones,
lo que permitió a los hugonotes mantener un margen de tolerancia legal gracias a nuevos edictos reales, e
incluso tener acceso a la Corte. A estos factores positivos se unieron algunas limitaciones: su falta de apoyo
en las principales ciudades del reino, en particular en París y en las sedes de los parlamentos provinciales, y
la falta de apoyo del campesinado, que permaneció siendo mayoritariamente católico. La causa hugonota
pudo sobrevivir al resultado negativo de las tres primeras guerras gracias a la capacidad de movilización del
almirante Coligny, que se hizo cargo de la dirección hugonote a la muerte de Condé, y que consiguió (Paz de
Saint-Germain, 1570) no sólo recuperar la libertad de culto, sino cuatro plazas de seguridad en las que se
autorizaba el establecimiento de guarniciones protestantes. Aprovechando la salida de los Guisa, consiguió
entrar en la Corte en un momento en el que Catalina de Médicis preparaba ambiciosos planes matrimoniales:
la clave era el matrimonio de su hija Margarita de Navarra con el protestante Enrique de Borbón. La
ambición de Coligny le llevó demasiado lejos: logró ganarse la confianza del rey Carlos IX, desplazando a su
madre, y le animó a intervenir en los Países Bajos en contra de Felipe II, en contra de la opinión de Catalina,
contraria a un desafío tan directo al monarca español. El éxito de Coligny se iba a convertir en un agudo
fracaso para la causa calvinista.
3. La matanza de San Bartolomé y sus consecuencias: el estado hugonote
La matanza de la noche de San Bartolomé (agosto de 1572), donde fueron asesinados Coligny y otros líderes
hugonotes, y la extensión posterior de la matanza a muchas partes de Francia provocó una transformación en
el movimiento calvinista francés. La rivalidad política entre los católicos y los hugonotes provocó esta
matanza. El rey Carlos IX de Francia y su madre, Catalina de Medici, temían que los hugonotes alcanzaran el
poder. Por este motivo, promovieron el asesinato de miles de ellos a finales de agosto. La matanza comenzó
en París el 24 de agosto y se extendió a las restantes provincias del país. Tuvo como efecto inmediato la
deserción de muchos nobles, que volvieron al catolicismo o huyeron, de manera que el movimiento hugonote
volvió a sus raíces populares y religiosas. Se produjo una radicalización tanto en la ideología como en la
acción política. El complot de Catalina de Médicis contra Coligny y la aceptación de Carlos IX de la matanza
llevó el resentimiento y la desesperanza a las filas hugonotes, e hizo surgir una serie de panfletos relatando la
masacre e incitando a la revuelta. Más importantes fueron los escritos radicales defendiendo el derecho de
resistencia contra el soberano. Si hasta entonces los hugonotes habían mantenido la ficción de que luchaban
para proteger los intereses del rey frente a la influencia de los Guisa, ahora el enfrentamiento con la
monarquía era innegable. En la práctica, el resultado inmediato de San Bartolomé fue la organización de un
estado hugonote en el sur de Francia y su alianza con los políticos. Al fracasar en su intento de controlar la
monarquía, los calvinistas optaron por afirmarse como grupo disidente, organizando su propio estado, que se
caracterizó por la autonomía local y la descentralización, por la constitución de asambleas territoriales y una
asamblea general federal formada por representantes provinciales y dotada de poderes hasta entonces
atribuidos al rey. Tenían además un consejo permanente para controlar la actuación de la suprema autoridad,
el protector general, cargo que se otorgó a Enrique de Navarra. Había surgido, pues, un estado que
controlaba una parte de Francia arrebatada al poder real. A la debilidad de éste contribuyeron además las
intrigas del hijo menor de Catalina, Francisco, duque de Alençon, contra los Guisa. De esta forma se
constituyó el partido de los descontentos, cuyo representante más destacado fue un miembro de los
Montmorency, que estableció una alianza entre el Languedoc, del que era gobernador, con el estado
hugonote contribuyendo al hundimiento del poder real en el sur de Francia.
5. Enrique III, Felipe II y la Liga Católica.
ENRIQUE III (1574-1589)
Enrique III fue el último de los hijos de Enrique II y Catalina de Médicis en acceder al trono. Antes de
heredar la corona francesa había sido elegido rey de Polonia (1573), poniéndose muchas esperanzas en que el
ejemplo polaco de tolerancia religiosa se extendiera a Francia, pero la experiencia polaca de Enrique de
Anjou fue un fracaso del que escapó para hacerse cargo de una Francia dividida. Aunque despertaba los
recelos de sus coetáneos al ser homosexual y sumamente afeminado, Enrique era un político experimentado
que comenzó a gobernar con vigor, adoptando una política de represión contra los hugonotes, que, a ejemplo
de La Rochelle, habían constituido un Estado independiente en el Languedoc. Con el reino al borde de la
desintegración, no le quedó más remedio que aceptar las condiciones impuestas por los rebeldes en la paz de
Monsieur (1576), en que se concedía amplia libertad de culto a los hugonotes, admisión a todos los cargos
incluyendo los parlamentos y se les otorgaba ocho plazas de seguridad. La matanza de San Bartolomé fue
condenada, y Coligny y los hugonotes muertos, indemnizados. También salieron favorecidos los
descontentos, en especial Francisco de Alençon, que recibía varias regiones francesas con el título de duque
de Anjou. Este notable éxito hugonote provocó la inmediata reacción católica. Como la monarquía se había
mostrado incapaz de asegurar la unidad religiosa, se organizó un partido católico que acabaría convirtiéndose
en un movimiento revolucionario y antirrealista: la Liga católica. La Liga católica tuvo una dimensión
nacional bajo la dirección de Enrique, duque de Guisa. Pretendía limitar los poderes de la monarquía
reforzando el papel de los Estados Generales. Enrique III intentó varias maniobras para contrarrestar el poder
de la Liga: aceptó reunir los estados Generales (1576) pero sus concesiones a los católicos no impidieron que
se atacara el centralismo monárquico y se defendiera una monarquía electiva. Tras los estados Generales, el
rey Enrique III pasó a encabezar la Liga (en su condición de "Rey Cristianísimo) y a llevar a cabo una nueva
guerra contra los hugonotes, que acabó con el edicto de Poitiers (1577), que restringía las concesiones a los
protestantes. La prohibición de todas las ligas parecía abrir el camino hacia la tolerancia, pero las resistencias
eran demasiado fuertes. Finalmente, intentó contrarrestar a los Guisa otorgando diferentes gobiernos
provinciales a sus favoritos y configurar así su propio partido. La existencia de tres regímenes (protestante,
católico y real) sumió a Francia en la anarquía, al tiempo que se agudizaba la crisis económica. En esta
situación, la muerte en 1584 del menor de los Valois, Francisco de Alençon y de Anjou, planteaba
abiertamente el problema de la sucesión, dado que la exclusión de las mujeres por la ley sálica convertía en
heredero al hugonote Enrique de Navarra. Los Guisa reaccionaron inmediatamente, y con el apoyo
financiero de Felipe II reconstruyeron la Liga católica sobre bases más amplias, ya que a los dos pilares
anteriores (nobleza católica y clientela de los Guisa) se sumaron ahora las organizaciones urbanas que
canalizaban el malestar popular. Bajo la presión de los Guisa, Enrique III revocó las concesiones hechas a los
protestantes y anuló los derechos al trono de Enrique de Navarra. La posición de éste era difícil: no podía
renunciar al apoyo hugonote, pero al mismo tiempo necesitaba atraerse a los católicos; jugó la carta
patriótica: atacó a los Guisa por su alianza con España y, aprovechando su excomunión por Sixto V,
denunció la intromisión papal en los asuntos franceses. Finalmente, tomó las armas con un limitado apoyo
extranjero.
La guerra de los tres Enriques (Enrique III, Enrique de Navarra y Enrique de Guisa, 1585-1588) tuvo su
momento culminante en el Día de las Barricadas. Enrique III intentó hacerse con París y con los Guisa por
medio de un golpe de fuerza, ocupando la capital, pero ante la sublevación de los parisinos el Rey se vio
obligado a huir de la ciudad. En el verano siguiente tuvo que someterse a las exigencias de la Liga y de los
Guisa, pero aprovechando la reunión de los Estados Generales en Blois mandó asesinar a sus rivales,
Enrique, duque de Guisa y su hermano Luis. La reacción de París fue un levantamiento popular. La doctrina
de la resistencia, elaborada inicialmente por los hugonotes, fue utilizada ahora por los católicos para
oponerse al rey. Se produjo entonces un acercamiento entre el Rey y Enrique de Navarra. En París, un
exaltado asesinó al monarca en agosto de 1589, pero antes de morir había reconocido como sucesor al de
Navarra, con la condición de que se convirtiera al catolicismo. El jefe de los hugonotes, Enrique de Navarra,
se convirtió así en rey de Francia con el nombre de Enrique IV. La Liga, por su parte, proclamaba rey al
cardenal de Borbón, tío de Enrique de Navarra, con el título de Carlos X.
6. Enrique IV (Enrique de Navarra,, 1589-1610) y el edicto de tolerancia de Nantes (1598)
Enrique de Borbón (Enrique el Grande o el Buen Rey), el primero de la Casa de Borbón en Francia, estaba
dotado de una gran habilidad política, pero sus reiterados cambios de religión (había abjurado dos veces del
catolicismo) creaban mucha desconfianza. Carecía además de dinero y se enfrentaba al poder de la Liga,
dirigida por el superviviente de los Guisa Carlos, duque de Mayenne. Actuó con suma prudencia y en su
declaración inicial, sin renunciar a su fe calvinista, prometió defender la fe católica y la independencia de la
Iglesia francesa frente a la injerencia de Roma. La Liga, por su parte, padecía múltiples debilidades internas
que acabarían por desintegrarla. Destacan su dependencia del apoyo español y su falta de respeto a la
legitimidad monárquica, especialmente a la muerte del cardenal de Borbón. La defensa por Felipe II de la
candidatura al trono de su hija Isabel Clara Eugenia, sobrina de Enrique III, despertó el orgullo nacional y
chocó con la oposición de los Estados Generales y del Parlamento. Pero la principal debilidad de la Liga era
su creciente división interna, al aumentar el radicalismo del sector urbano, que alejó a las clases medias de la
Liga y las aproximó al rey. Enrique aprovechó para abjurar del calvinismo y la iglesia francesa permitió su
coronación en Chartes. La guerra abierta contra Felipe II (1595-1598) contribuyó a reforzar el apoyo
nacional al nuevo monarca, pero fue aprovechada por los hugonotes para presionar a favor de sus exigencias.
El fin de la guerra y el Edicto de Nantes (1598). En 1598 Enrique IV buscó la paz tanto con España como
con los hugonotes. Lo primero lo logró en Vervins; lo segundo con el edicto de Nantes, que suponía el
triunfo del ideario de los políticos y el establecimiento de un marco de tolerancia para los calvinistas, aun
reconociendo el catolicismo como la religión principal. Por su parte los calvinistas veían reconocida su
libertad de conciencia y autorizado el culto público en una serie de localidades, y se les concedía el
mantenimiento de dos plazas de seguridad con guarniciones propias, se les garantizaba la admisión a los
cargos públicos y protección legal. Sin embargo, era el reconocimiento de una posición de inferioridad frente
al auge del catolicismo, y no satisfizo a los más radicales de ambas confesiones. Además de restaurar la paz,
Enrique IV restauró la autoridad monárquica y la economía francesa. Reorganizó el gobierno central,
sustituyendo a los grandes nobles por hombres de su confianza; los gobernadores provinciales vieron
limitados sus poderes por la presencia de comisarios. Los Estados Generales no volvieron a ser convocados,
y los estados provinciales y los parlamentos fueron sometidos al poder central. No obstante, el poder de estas
instituciones y de los nobles se mantuvo e incluso se reforzó por política de venta y transmisión hereditaria
de los oficios. La vuelta a la paz favoreció la recuperación de la agricultura, la política mercantilista del
gobierno estimuló las manufacturas y el comercio, al tiempo que se saneaba la hacienda estatal. Sin embargo
las tensiones subsistían y la política belicosa de Enrique IV en contra de los Habsburgo y a favor de los
protestantes alemanes provocó el malestar de los católicos más radicales. Uno de ellos asesinaba al rey el 14
de mayo de 1610, dejando como heredero a un niño, Luis XIII, bajo la tutela de María de Médicis, su
segunda esposa.
Tema 10
Inglaterra. Centralización política y Reforma
La Guerra de las dos rosas fue sobre todo una lucha entre bandos nobiliarios, desapareciendo varias familias
alto aristocráticas. No afecto al resto de grupos sociales y no hubo grandes destrucciones materiales ni
afectaciones económicas para Inglaterra. Enrique VI Lancaster consigue mantener el poder, a pesar de
continuos intentos de golpe de estado de los York. Pero finalmente es destronado, ocupando el trono
Eduardo IV York (1461-1483). Continuan las rebeliones de los Lancaster, llegando a destronarlo por breve
tiempo. Ricardo III York, su hermano (1483-1484) sucederá a Eduardo IV York estableciendo un régimen
de terror para mantenerse, pero debe enfrentarse a otro candidato al trono: Enrique Tudor (pariente de los
York y los Lancaster). A los pocos años, la rebelión de Enrique Tudor tiene éxito y destrona a Ricardo III.
Enrique VII Tudor (1485-1509) sube al trono y no tendrá graves dificultades para restaurar el orden interno.
A partir de fin XV con los Tudor, Inglaterra vuelve a ser una potencia europea.
1. La guerra de las dos Rosas (1455-1485) y la cuestión dinástica
La Guerra de las dos Rosas fue una guerra civil que enfrentó intermitentemente a los miembros y partidarios
de la Casa de Lancaster (roja) contra los de la Casa de York (blanca) entre 1455 y 1485 (30 años). Provocó
la extinción de los Plantagenet y debilitó enormemente las filas de la nobleza, además de generar gran
descontento social. Este período marcó el declive de la influencia inglesa en el continente europeo, el
debilitamiento de los poderes feudales de los nobles y, en contrapartida, el aumento de influencia por parte
de los comerciantes, y el crecimiento y fortalecimiento de una monarquía centralizada bajo los Tudor. Esta
guerra señala el fin de la Edad Media inglesa y el comienzo del renacimiento. Cuando muere Enrique V, la
regencia corresponde a su hermano Juan de Lancaster (o Plantagenet), duque de Bedford, hasta la mayoría
de edad de su sobrino, el rey Enrique VI de Lancaster. Sin embargo, una lucha implacable enfrenta a las dos
ramas de la familia Lancaster: los Beaufort (abanderados por Enrique, obispo de Winchester), y Humphrey,
(duque de Gloucester, tío de Enrique VI). Al ocupar el trono en su mayoría de edad, Enrique VI se mostró
inteligente y piadoso, pero débil y desequilibrado. Ello supuso la ruptura del precario equilibrio existente
entre las dos facciones. Durante el gobierno de Enrique VI se perdieron virtualmente todas las posesiones
inglesas en el continente, incluidas las tierras ganadas por Enrique V. Muchos consideraban a Enrique
incapaz de gobernar. La legalidad de la corta línea de reyes Lancaster pasó a estar plagada de dudas, y la
Casa de York fortaleció su pretensión sobre la corona. El creciente descontento civil, sumado a la
multiplicación de nobles con ejércitos privados, y a la incapacidad y corrupción de la corte de Enrique VI,
formaron el clima político ideal para la guerra civil, produciéndose levantamientos (Kent). Ricardo
Plantagenet, duque de York, se consideraba heredero del trono por ser descendiente de Eduardo III. El
nacimiento de un príncipe heredero (Eduardo) de Enrique VI y Margarita de Anjou, sobrina del rey de
Francia, coincidió con la primera gran crisis de locura de Enrique VI. Ante la posibilidad de que el poder
pasara a manos de la reina Margarita de Anjou, Ricardo de York decidió tomar el poder por la fuerza.
Ricardo de York se hizo nombrar protector del reino y presidente del Consejo Real, y encerró a sus enemigos
en la Torre de Londres. La recuperación de Enrique, en 1455, frustró las ambiciones de Ricardo, quien fue
despedido rápidamente de la corte por la esposa del rey, Margarita de Anjou, quien se convirtió en la máxima
figura de la Casa de Lancaster. Comienza la guerra civil y los lancasterianos sufrieron una primera derrota,
que devolvió el poder a Ricardo. La reina Margarita de Anjou hizo aprobar por el Parlamento la proscripción
de los principales partidarios de los York. La victoria de éstos en Northampton permitió a Ricardo de York
reclamar no ya la regencia, sino el trono. Mediante el Acta de Acuerdo, 1460, se reconoció el derecho de los
York, pero lo declaraba sucesor de Enrique, desheredando al príncipe Eduardo. Pero Ricardo murió en
batalla, lo cual no impidió a su hijo Eduardo obtener una completa victoria en Towton sobre el ejército real y
se hizo coronar con el nombre de Eduardo IV, 1461. La reina Margarita y su hijo Eduardo tuvieron que huir
a Francia, tomando el control de su causa el duque de Warwick, mientras Enrique VI permanecía encerrado
en la Torre de Londres. Enrique fue liberado y reinstaurado en el trono. Ante el despertar de los
lancasterianos, Eduardo IV de York buscó refugio en los dominios de su cuñado, Carlos el Temerario de
Borgoña, hasta que, con la ayuda de la Hansa y de Borgoña, volvió a Inglaterra y derrotó al duque de
Warwick y a Eduardo, príncipe de Gales, que murió. La derrota de los partidarios de la rosa roja (Láncaster)
fue total y abrió una época de terribles represalias. Casi con toda seguridad, una de sus primeras víctimas fue
el cautivo Enrique VI, muerto en 1471. Quedó finalmente como regente Eduardo IV de York. La nueva
dinastía no arraigó sólidamente, ya que a su muerte Eduardo IV dejó como herederos a dos niños de 12 y 10
años de edad, planteando un grave problema de la regencia. El nuevo regente, Ricardo, duque de Gloucester,
hermano del difunto Eduardo IV, fue un siniestro personaje que conspiró para usurpar el trono. Acusó
falsamente de bastardos a los hijos de su hermano y los encerró en la Torre de Londres, donde fueron
asesinados. Posteriormente fue coronado rey con el nombre de Ricardo III en 1483. Su reinado fue breve, ya
que los familiares de las víctimas, entre ellos el propio duque de Buckingham y los antiguos yorkistas,
pusieron sus esperanzas en Enrique Tudor, heredero de los Lancaster, y cuyo futuro matrimonio con Isabel
de York, hija de Eduardo IV, podía poner fin a la disputa familiar. Enrique Tudor, sostenido por Francia y por
legitimistas de ambos bandos, desembarcó en Gales y derrotó a Ricardo III (fin de los Plantagenet) en 1485,
iniciándose de pleno derecho la construcción de un Estado moderno. Enrique Tudor sucedió a Ricardo,
convirtiéndose en Enrique VII, intentando cimentar la sucesión casándose con la heredera yorkista, Isabel de
York, hija de Eduardo IV y sobrina de Ricardo III y matando a todos los demás.
2. Las reformas políticas de Enrique VII (1485-1509)
Cambios institucionales
A finales del siglo XV, la monarquía inglesa se estructuraba en torno a dos focos de poder:
– el Consejo: las cabezas de estos cuatro departamentos: Tesorero (Exchequer), Canciller, Lord del
Sello Privado y Secretario, solían ser los miembros más importantes. No era una institución como
tal, y su composición, tamaño y funciones variaron de un rey a otro. Este sistema tenía dos grandes
defectos: poca especialización de los funcionarios en los departamentos, salvo en el caso del
Exchequer, y no había maquinaria que coordinase la actuación del gobierno; sólo el rey. El
Exchequer, controla las finanzas, y una compleja secretaría dividida en tres despachos según los tres
sellos: Gran Sello, Sello Privado y el Sello. Las instrucciones del rey pasaban por cada uno de los
sellos, que las repartían a los respectivos departamentos. A finales del XV, este sistema había sido
desplazado por otro de autentificación de documentos más moderno y menos formalizado: la firma
manual del rey. El Exchequer y el Canciller, que negociaban con el Gran Sello, tuvieron despachos
propios permanentes. El Exchequer tenía residencia propia en Westminster. El Sello Privado y el
Sello viajaban con el rey.
– la Casa Real: tenía su sede en Westminster, pero el rey no permanecía inmóvil sino que recorría todo
el reino, por lo que durante varios meses se hallaba separado geográficamente de su Consejo, en
cambio la Casa le acompañaba siempre. Los palacios reales se componían de dos grandes áreas
separadas, que se unían en un gran vestíbulo. El vestíbulo y los servicios domésticos adyacentes,
situados en la planta baja, formaban un área del palacio, mientras el estrado y el primer piso
constituían el área privada del monarca. De la misma manera, la Casa Real constaba de dos
departamentos: el Household, que agrupaba a los servidores de la planta baja, bajo las órdenes de un
Mayordomo Mayor, y la Chamber, con los servidores del primer piso a cargo del Gran Chambelán.
La importancia de Consejo y Corte dependen en cada reinado de cada rey. Al llegar Enrique VII por la
fuerza, nunca permitió delegarlo. El Consejo fue grande, de papel consultivo y sus diferentes comisiones
fueron los principales instrumentos ejecutivos de sugobierno. La Casa no varió demasiado. El inicio de sus
reformas comenzó con la estructura del propio palacio, que resumiendo, se cambia el servicio personal de
tipo feudal a uno de príncipe italiano.
3. Enrique VIII (1491-1547). Reforma y Empire
Las cosas fueron muy diferentes durante el reinado de Enrique VIII. Famoso por haberse casado seis veces y
por ejercer el poder más absoluto entre todos los monarcas ingleses, pronto estuvo claro que el Consejo y la
Casa Real recobrarían su independencia y su protagonismo. A diferencia de su padre, Enrique VII, que
favorecía las políticas pacíficas, durante todo su reinado destacó su inclinación bélica.
Lo primero que cristalizó fue el papel del Consejo que consiguió mayor libertad e iniciativa debido al
descuido del monarca para los negocios; además, su fracaso para actuar como coordinador del gobierno hizo
emerger al cardenal Thomas Wolsey como ministro principal. Los asuntos de la Casa Real también fueron
más fluidos y sus cambios no resultaron significativos hasta 1518, con la llegada de los “favoritos”. El
armazón de la estructura política del reino quedó así establecido:
– el poder de la Casa Real fue concentrado en manos de la Cámara Privada (Cámara Real),
– el poder del Consejo estaba en manos del cardenal Wolsey;
Hubo dos centros de poder concentrados en torno al monarca, que se vio sometido a su influencia y
manipulación: los dos organismos quisieron dirigir la política e influir en la voluntad del monarca, por lo que
sus luchas fueron continuas. Desde el principio de su gobierno, Enrique VIII estableció una separación entre
los servidores de su padre y los suyos, ya que su idea de la monarquía no era compartida por los consejeros
que heredó de su padre. En estas circunstancias surgió la figura de Thomas Wolsey, sobresaliendo por encima
del resto de los consejeros reales. A partir de entonces, el control de la Corte por parte de Wolsey fue
completo, aunque aun tuvo que vencer la voluntad de los jóvenes cortesanos en la voluntad real. Estos
jóvenes, a los que les llamó los “favoritos”, fueron entrando paulatinamente en la Cámara Privada y
cambiaron la imagen de la corte. El efecto no fue hacer una corte virtuosa, sino hacer de contrapeso al poder
que ejercía Wolsey: mientras los favoritos estaban junto al rey y controlaban su Casa e influían en su
voluntad, Wolsey dominaba el Consejo y la administración, y su mayor debilidad era la distancia que le
separaba del monarca. En mayo de 1519, Wolsey maniobró para que los favoritos fueran despedidos de la
corte, lo que dejó cuatro vacantes en la Cámara Privada que fueron ocupadas por personajes fieles a Wolsey.
El modelo de gobierno impuesto por Wolsey se rompió en 1527 con la aparición de Ana Bolena (2ª) y el
deseo del rey de divorciarse de Catalina de Aragón (1ª). Ana había recibido una educación enteramente
francesa, en cuya corte residió buena parte de su juventud. En 1522 volvió a Inglaterra y, si bien la expulsión
de los favoritos de la Corte fue un duro revés para sus aspiraciones al medro social, el deseo de Enrique VIII
de tener un hijo, lo que era imposible con Catalina de Aragón, la iba a convertir en la nueva reina. En 1527,
Enrique VIII manifestaba su intención de divorciarse. Este anuncio supuso la destrucción del sistema de
Wolsey, ya que la Cámara y el Consejo se dividieron en facciones. Ana Bolena no sólo creó una facción, sino
que introdujo una ideología, dado que ella era una convencida evangélica y una decidida protectora de la
“nueva religión”. El efecto fue polarizar la corte, unos quisieron la reforma mientras que otros preferían
mantenerse en la vieja fe. A partir de entonces, la política y la religión formaron parte de la facción. Con la
aparición de las facciones, el estilo político de Enrique VIII maduró, el férreo control que Wolsey mantuvo
sobre la Cámara Privada y sobre el Consejo se desmoronó. La división en la Cámara Privada fue
aprovechada por Ana Bolena, que introdujo a su hermano y a su primo en dicha institución. La división llegó
también al Consejo, donde Wolsey luchaba por su preeminencia, mientras el hermano de Ana y su padre eran
partidarios de ella. La división del Consejo no era sólo por las personas, sino que cada uno de estos grupos
llevaba una política: los dos grandes temas eran el divorcio y la continuidad de Wolsey como ministro. Dadas
las complejidades diplomáticas que planteaba el caso del divorcio, Wolsey, temiendo el riesgo físico que
correría si él mismo acordaba la nulidad, actuó lentamente frente a la petición real. Esta demora enojó al rey
e hizo que Ana Bolena y sus amigos cortesanos lo consideraran un enemigo. No consiguió que Roma
aceptase el divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. La crisis fue provocada por acontecimientos que
Inglaterra no podía controlar. En 1529 los imperiales vencieron a los franceses en Italia y firmaban la paz de
Cambrai (el emperador Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón, había hecho prisionero al papa Clemente
VII). Esto acababa con cualquier esperanza de que el papa acordase el divorcio entre Enrique VIII y Catalina
de Aragón, lo que hizo caer a Wolsey, ya que era lo que siempre había aspirado conseguir para mantenerse en
el poder. Partidarios de Ana Bolena y de Catalina de Aragón se unieron contra él. Tras la caída de Wolsey,
Enrique VIII determinó asumir el control directo del gobierno ayudado por una mezcla de adversarios y
favoritos, lo que condujo a la confusión y la ineficacia. En estas circunstancias apareció Thomas Cromwell,
de ideas evangélicas, que fue secretario de Estado y Primer Ministro. En 1529, desde el Parlamento, se había
lanzado un ataque contra los abusos clericales que tocaban el bolsillo de las clases superiores, pero los
intentos de reforma no tuvieron mucho éxito. El ataque fue retomado más tarde y la presión del Parlamento
forzó el Acta de Sumisión del Clero y el Acta de Restricción de Annatas, que quitaban al clero la capacidad
de resistirse al rey y cortaba al papa los ingresos que producían las rentas eclesiásticas, al mismo tiempo que
rompía toda relación en el nombramiento de obispos y recursos a Roma. Thomas Cranmer, protegido de Ana
Bolena, fue nombrado Arzobispo de Canterbury. El Parlamento gobernó a través del Acta de Restricción de
Apelaciones, que permitió que el divorcio fuera sentenciado en Inglaterra sin posibilidad de recurrir a Roma.
Entonces Cromwell se decidió a llevar a la práctica sus ideas: la creación de un reino autónomo que se
bastara a sí mismo, un estado soberano que, aplicando el concepto de imperium, no reconociera autoridad
superior. Este “imperio” podía ser representado por la legislación del rey en su parlamento, es decir, por las
actas; liberaba así a las actas del parlamento de la limitación por la cual debían ser supeditadas a una ley
reconocida universalmente (ley natural) y aseguraba que tenían jurisdicción sobre todas las causas y debían
ser obedecidas. El Parlamento aprobó tres actas que produjeran la definitiva separación:
a) Acta de Supremacía, mediante la cual el rey era nombrado “Jefe Supremo de la Iglesia inglesa”
b) Acta que exigía a los adultos juramento de fidelidad al monarca.
c) Acta que consideraba traidor a todo el que dijera que el rey era hereje o cismático.
Aunque estas actas fueron juradas por la mayor parte de los dirigentes leales al monarca, hubo personajes
que se negaron, siendo el caso más famoso el de Tomas Moro, que fue acusado de alta traición por no prestar
el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana, oponerse al divorcio con la reina
Catalina de Aragón, ni aceptar el Acta de Supremacía. Moro, un pensador y humanista que había sido Lord
Canciller e importante detractor de la Reforma Protestante, fue sentenciado a muerte. La cuestión del
divorcio quedaba pues resuelta: Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, disolvía el matrimonio de
Enrique VIII y Catalina de Aragón al mismo tiempo que lo casaba con Ana Bolena. El vencedor aparente fue
Cromwell, pero tenía que compartir el poder con una hábil e inteligente reina, y ambos tenían que hacer
frente a la oposición conservadora. Todas estas trabas fueron rotas en 1536 a causa del nuevo matrimonio del
rey, momento aprovechado por los conservadores. El instrumento fue Juana Seymour (3ª), totalmente
distinta de Ana Bolena, aconsejada por los conservadores en la Cámara Privada sobre la conducta que debía
seguir. El complot contra Ana Bolena parecía que iba a tener éxito, y enfrentó a Cromwell a su mayor desafío
político; aunque Cromwell estaba muy ligado a la reina, había dos puntos principales de tensión entre ambos:
el control del patronazgo y la dirección de la política exterior (Ana era pro-francesa y Cromwell favorable al
emperador). Así, Cromwell estaba feliz del hundimiento de Ana, pero no permitió triunfar a los
conservadores: Ana no sería destronada por el derecho canónico, sino acusada de adulterio, considerado una
de las clases de traición al rey. Y por lo tanto, eran también condenados por traición los que la habían
aconsejado. Así Cromwell no sólo se libraba de la reina, sino también de sus partidarios. Habiendo usado a
los conservadores para destruir a Ana y a sus amigos, Cromwell volvió con sus antiguos aliados y acusó a los
conservadores de querer restaurar en el trono a María Tudor (única hija superviviente de Enrique VIII y
Catalina de Aragón), a quien se le dijo que, a menos que reconociera la disolución del matrimonio de su
madre y su propia bastardía, sus amigos estarían perdidos. Ella capituló, con lo que la vida de la sección
conservadora estaba salvada, pero su influencia quedó rota. Dos años después Cromwell imputó por traición
a los más altos cargos del grupo conservador. En conclusión, Cromwell erradicó completamente la facción
cortesana de Ana Bolena y diezmó la de los conservadores, asegurándose un dominio casi completo sobre la
Casa Real y sobre el Gobierno. La revolución de Cromwell también produjo un dramático cambio social:
mientras los hombres a los que Cromwell había anulado políticamente eran cortesanos de nacimiento, los
que puso en su lugar habían hecho carrera como mercaderes, letrados o preceptores. En 1539 Cromwell
asumió la presidencia de la Cámara Privada y en 1540 tomó el cargo de Lord Gran Chambelán,
convirtiéndose en jefe del cuerpo de servidores del rey, lo que explica que, a la muerte de Juana Seymour, se
metiera en el lío de buscar nueva esposa al monarca. Después de que varias princesas de familias importantes
quedaron descartadas, el camino quedó abierto para la Casa de Cleves, una dinastía de segunda fila. Pero el
proyecto salió mal ya que el rey no pudo disimular su desagrado al conocer a Ana de Cleves (4ª) e intentó
echar marcha atrás, pero Cromwell le empujó, viendo las ventajas que le podría reportar la boda en su
proyección exterior. La boda se celebró en 1540, pero el monarca no podía soportar a su nueva esposa, así
que como responsable del matrimonio, Cromwell debía deshacerlo. Le hubiese resultado sencillo si no fuera
porque Cromwell no controlaba completamente el otro centro de poder de los Tudor, el Consejo, en el que
Cromwell tenía poderosos enemigos, que se unieron para defenderse del ministro, denunciando el
matrimonio del rey con la Cleves de fiasco y acusando a Cromwell de herejía sacramentaria. Cromwell no
pudo evitar el golpe y el rey lo mandó ejecutar. A partir de entonces, Enrique gobernó solo. A los 50 años se
casó por quinta vez con Catalina Howard (5ª), que llevó una vida licenciosa en la corte, por lo que fue
denunciada por Thomas Cranmer (arzobispo de Canterbury), siendo ejecutada en 1542.
Desde el punto de vista institucional, el Consejo fue puesto sobre unas bases más formales. Se fusionaron
todos los Grandes Oficios dentro de una única categoría de rangos, y se hizo de todos ellos miembros del
Consejo Privado. Así, el Consejo se ennobleció y politizó. Por lo demás, la Cámara Privada permaneció
como Cromwell la dejó, como terreno propio de sus seguidores más radicales. El principal de ellos fue
Anthony Denny. Como resultado de todo esto, durante los últimos años del reinado había dos fuerzas
contrapuestas: un revitalizado y conservador Consejo Privado y una radical Cámara Privada. Los conflictos
entre la Casa y el Consejo habían sido endémicos, por lo que surgieron las conspiraciones, que se iniciaron
en 1540. Cromwell había encarcelado por traición a una pareja de conservadores que, a la muerte de
Cromwell, presionaron ante el rey para que revisara su caso. Todos los servidores de Cromwell se
encontraron bajo investigación, y en 1541 algunos fueron arrestados y ejecutados por ser partidarios de
Cromwell y luteranos. En 1543 el mismo Cranmer era acusado de herejía, pero el rey no hizo caso de la
acusación; frustrado su plan, los conservadores golpearon muy cerca del rey, anunciando el hallazgo de un
“nido de herejes” entre los miembros de menor importancia de la Casa Real, pero cuyo rastro conducía a la
Cámara Privada. Pero en el momento en que este asunto salía a la luz, el rey sorprendió anunciando su nuevo
matrimonio con Catalina Parr (6ª). Después de la celebración del matrimonio los miembros sospechosos de
la Cámara Privada fueron perdonados, lo que hizo fracasar la reacción conservadora. En esta época la
situación cortesana era favorable para quienes fueran jóvenes, pues la mayor parte estaban pensando en hacer
carrera en el reinado siguiente. Hubo una excepción, Henry Howard, que pasó rápidamente del servicio en la
casa del hijo bastardo del rey a la del propio Enrique VIII, donde discutía abiertamente con los jóvenes
radicales defendiendo que, en caso de muerte del rey, el gobierno de la regencia debería estar compuesto por
una élite de acuerdo con la antigüedad del linaje, mientras que los jóvenes radicales apoyaban un gobierno
corporativo minoritario elegido por el rey. La fuerza con la que contaba cada facción era diferente. Los
conservadores carecían de un patrón eficaz en la lucha política cortesana, mientras que la facción de los
jóvenes radicales aparecía mucho mejor organizada: contaba con Edward Seymour (hermano de de Juana
Seymour), conde de Hertford, y John Dudley, que se unieron a varios miembros de la Cámara Privada para
alzarse con el poder; pero para ello debían superar el mayor obstáculo, la mayoría conservadora en el
Consejo Privado. Aunque los jóvenes eran fuertes en la Cámara Privada, no la controlaban completamente.
En 1546, sir William Herbert, hermanastro de Catalina Parr, pasó a ocupar un cargo relevante dentro de la
Cámara, y sobre éste establecerían su poder los jóvenes, que decidieron pasar al ataque haciendo caer en
desgracia al obispo Gardiner y arrestando a Howard. El príncipe Eduardo pasó a ser custodiado por Hertford
y Dudley. Enrique VIII murió en enero de 1547. En el transcurso de la década posterior a su muerte sus tres
hijos se sentaron sucesivamente en el trono de Inglaterra. En virtud de la Ley de Sucesión de 1544, la corona
fue heredada por el único hijo varón, Eduardo, que se convirtió en Eduardo VI como primer monarca
protestante de Inglaterra. Con sólo nueve años de edad, no podía ejercer por sí el poder, que recayó en un
consejo de regencia formado por dieciséis miembros elegidos según el testamento de Enrique VIII. El
consejo eligió a Edward Seymour, como lord protector del reino. En la eventualidad de que Eduardo no
tuviera hijos, sería sucedido por la hija de Catalina de Aragón y Enrique VIII, María Tudor. Si ésta a su vez
no tenía descendencia, la corona real la heredaría la hija de Ana Bolena, Isabel. Finalmente, si Isabel moría
sin descendencia sería sucedida por los descendientes de María Estuardo, prima del rey Enrique VIII.
4. Eduardo VI y María Tudor: la ambivalencia confesional
EDUARDO VI (se impuso el protestantismo)
A la muerte de Enrique VIII le sucedió en el trono su hijo Eduardo, de 9 años; por eso tuvo que gobernar su
tío Edward Seymour, duque de Somerset, y John Dudley, duque de Warwick, como regentes. En este periodo
se intentó superar la fase cismática por programas de reforma netamente protestantes, tendiendo la iglesia
anglicana a identificarse con las corrientes calvinistas. Es preciso distinguir dos etapas en este reinado:
1. 1547-1549: periodo de Edward Seymour, duque de Somerset como regente: siguió la política
religiosa de Enrique VIII. Su política fue moderada, pero se vio obligado a dimitir ante determinados
levantamientos sociales católicos.
2. (1549-1553): periodo de de John Dudley, duque de Warwick. La Reforma tomó nuevos rumbos, más
radicales. Coincidió con el declive del catolicismo romano en Inglaterra. Se impuso una nueva
liturgia sobre la comunión, el Parlamento votó la quema de imágenes y libros litúrgicos antiguos, así
como la condena de los disidentes religiosos (católicos romanos, anabaptistas y heterodoxos).
Consiguió desprestigiar al duque de Somerset hasta que logró que lo ejecutaran. Esta radical reforma
se vio cortada por la muerte del rey a los 15 años de edad el 6 de julio de 1553.
MARIA I TUDOR (se restauró el catolicismo)
La sucesión recayó en su hermana María, hija de Catalina de Aragón. Aunque nada más entrar en Londres
afirmó no tener intención de oprimir o forzar las conciencias de sus súbditos, resultaba clara la intención de
la reina de implantar el catolicismo. Se derogaron las leyes dictadas en los reinados de Enrique VIII y
Eduardo VI, si bien no se llevó a cabo ninguna persecución. Pero tras el matrimonio de María con Felipe II
(1554) la imposición del catolicismo se realizó de manera intransigente: los altos cargos fueron ocupados por
católicos y se persiguió con saña a los protestantes. Aunque Inglaterra era tan católica como antes de Enrique
VIII, el régimen impuesto había destruido toda posibilidad de que Roma volviera a regir algún día la Iglesia
de Inglaterra. El odio al catolicismo y el ascendiente de la Monarquía Hispánica se combinaron con la
reacción contra la persecución para empujar a la sociedad inglesa a romper con su pasado inmediato. Murio
en 1558.
5. El reinado de Isabel I (1558-1603): Anglicanismo y orden parlamentario.
Isabel, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, subió al trono inglés a la muerte de su hermanastra María Tudor
con 25 años. La situación estaba marcada por una crisis múltiple: religiosa, dinástica y bélica. Después del
cisma religioso protagonizado por Enrique VIII, los reinados de sus hijos supusieron cambios radicales: en el
reinado de Eduardo VI se impuso el protestantismo, mientras que en el de María se restauró el catolicismo,
por lo que se dudaba de la política religiosa que seguiría la nueva reina. La situación dinástica tampoco era
sencilla, Isabel era soltera y se planteaba como problema inmediato su matrimonio y sucesión. Además
María, reina de Escocia, reclamaba el trono como descendiente de Enrique VII. La cuestión se complicaba
con el enfrentamiento con Francia, dadas las estrechas relaciones entre Escocia y la corte francesa. Era difícil
predecir que se iniciaba un largo y estable reinado. Esta estabilidad fue el resultado de la habilidad de la
reina y del deseo de paz de la mayoría de la clase dirigente. Sólo una minoría de exaltados religiosos, tanto
católicos como protestantes, se opondrían abiertamente a la política isabelina, caracterizada por el
conservadurismo y el autoritarismo. La cuestión más urgente al inicio de su reinado era fijar la orientación
religiosa del reino. Como no se consideraba conveniente el pluralismo religioso, debería proponerse un
modelo de fe y de Iglesia que fuera aceptable para la mayoría de los ingleses.
– Sentimiento mayoritario del pueblo inglés: estaba en la línea dogmática y eclesial fijada por Enrique
VIII (mantenimiento del dogma católico pero separación de la Iglesia anglicana de la obediencia a
Roma).
– Postura de la reina: claramente protestante, por lo que el problema era cómo establecer el
protestantismo sin provocar conflictos civiles graves.
Anglicanismo
En 1559 logró que el Parlamento, no sin la resistencia de los lores, aceptara las Actas de Supremacía y
Uniformidad: Isabel era nombrada “gobernadora suprema” de la Iglesia de Inglaterra y debía ser
expresamente reconocida como tal por todos los clérigos, oficiales reales y estudiantes universitarios. Era
obligatorio asistir a misa los festivos, aunque fue más problemático fijar el marco litúrgico: Isabel era
protestante moderada, pero se vio obligada a aceptar la postura litúrgica más radical de sus consejeros. No
introdujo modificaciones en el modelo eclesial, que siguió siendo jerárquico y con obispos. Otro problema
era el de la sucesión. El matrimonio de Isabel se convirtió en asunto de Estado y provocó grandes tensiones.
Isabel consideraba que la decisión era prerrogativa regia y no debía estar sometida a la discusión
parlamentaria. Temía perder poder, ya que si se casaba con un noble inglés las facciones rivales se sentirían
agraviadas y si lo hacía con un príncipe extranjero vincularía la política inglesa a otra potencia. Su
resistencia a designar sucesor se debía a la misma causa, ya que podría convertirse en un foco de tensiones
cortesanas. Isabel gobernó de forma autoritaria ayudada por un consejo privado seleccionado por ella. El
consejo proponía las líneas de acción política, pero era la Reina quien tenía la decisión final. La corte
isabelina se caracterizó por un alto grado de consenso y bajo nivel de conflicto entre las facciones, tanto por
la homogeneidad protestante de los cortesanos como por el deseo de evitar las tensiones del reinado de
Enrique VIII. La estabilidad provino también de la continuidad en el control de los altos cargos por las
mismas familias, a lo que contribuyó la separación entre la casa real y la Corte.
El Parlamento, con sus dos cámaras (la de los Comunes y la de los Lores), era una pieza clave de la política
inglesa. En época de Isabel I se consideraba que la soberanía residía en la unión del rey y el Parlamento. Los
momentos de tensión de esta época se debieron al deseo del Parlamento de ser consultado sobre los temas
importantes y por el celo con el que la reina defendía sus prerrogativas. Isabel distinguía entre materias de la
commonwealth, que podían ser discutidas a propuesta de los parlamentarios, y materias de estado, que sólo
podían tratarse con su aprobación (cuestiones religiosas, su matrimonio, su sucesión y la política exterior).
Otra de las razones de intranquilidad se debió a la evolución de la política exterior. La principal amenaza a
comienzos de su reinado se debió a los vínculos familiares entre Francia y Escocia, pero el mutuo temor a la
hegemonía francesa aproximó inicialmente los intereses de Isabel y Felipe II. Su repugnancia ante la
desobediencia contra la autoridad la hizo ser especialmente cauta en su apoyo a los rebeldes de los Países
Bajos, a pesar de las simpatías confesionales de los ingleses. Pero finalmente su papel de defensora del
protestantismo le sirvió de paraguas ante las críticas internas, siendo presentada como una heroica y virtuosa
defensora de la verdadera fe frente al papismo. Esta exaltación final de Isabel contrasta con las críticas que
recibió al modelo eclesial establecido a comienzos de su reinado. Los críticos fueron denominados
“puritanos”, por querer purificar la iglesia de los residuos papistas.
Puritanismo
El puritanismo no debe ser considerado como una doctrina contraria al anglicanismo, sino un movimiento
dentro de la iglesia anglicana que quería una piedad y una organización eclesiástica más acordes con las
directrices calvinistas. Las pretensiones básicas eran depurar la liturgia para adaptarla al modelo reformado e
incrementar la instrucción doctrinal y la disciplina moral en las parroquias. Los más radicales, los
presbiterianos, querían además abolir el episcopado y el sistema jerárquico e instaurar una organización con
participación de los laicos que partiera de las parroquias (presbiteros). El desafío puritano se manifestó en
diversos episodios. El primero (1565) fue la querella sobre las vestimentas eclesiásticas, al negarse algunos
clérigos a llevar vestiduras distintivas, pero la reina mantuvo la obligación de llevar al menos el sobrepelliz y
persiguió a los disidentes. La ofensiva presbiteriana en el parlamento arreció entre los años setenta y ochenta.
Los presbiterianos reclamaban mejores ministros para instruir al pueblo, una reforma de la liturgia
sacramental y una reorganización de la Iglesia. La Reina no estaba dispuesta a aceptar modificaciones sobre
lo establecido y se opuso a las reformas, llegando incluso a obligar a retirarse al arzobispo de Canterbury; su
sucesor, el arzobispo Whitgift, llevó a cabo una campaña obligando a los clérigos a manifestar su
conformidad con el sistema religioso establecido. Las duras críticas a los obispos hicieron decaer las
simpatías puritanas de las élites, al tiempo que se incrementaba la propaganda a favor de la iglesia oficial.
Católicos
El paso de un estado católico a uno protestante llevado a cabo por Isabel atravesó por algunos momentos
difíciles. En los primeros años de su reinado la mayoría era católica, y muchos clérigos de esta confesión
siguieron ejerciendo su ministerio bajo el amparo de los nobles conservadores. Fueron pocos los recusantes
que se negaron a aceptar el Cata de Supremacía y a acudir a la iglesia anglicana, y en cualquier caso la reina
no tuvo intención de perseguirlos, confiando en que el tiempo acabaría disolviendo los residuos del
catolicismo. Un paso importante en el proceso fue la sustitución de los obispos católicos por los protestantes,
lo que acabaría con el clero católico en Inglaterra. Para paliar esta carencia católica, se creó el seminario de
Douai en los Países Bajos españoles, destinado a mantener la fe entre los ingleses. Otro desafío peligroso fue
la presencia en Inglaterra de la reina de Escocia, María Estuardo, que había sido obligada a abandonar el
trono. En torno a ella se van a centrar una serie de conspiraciones que aúnan las esperanzas de restauración
del catolicismo con un cambio dinástico. En 1569 se produjo la rebelión de los señores del norte, encabezada
por el duque de Norfolk, en la que participaron diversas facciones cortesanas descontentas; pero el plan fue
descubierto y los conspiradores arrestados, pero los señores católicos se sublevaron en sus dominios del
norte en defensa del catolicismo. La rebelión fue sofocada y sus cabecillas se refugiaron en Escocia. La
tensión religiosa aumentó a raíz de la excomunión de la reina Isabel por Pío V en 1570; el papa la deponía
del trono por hereje y ordenaba a los católicos a negarle obediencia. La Cámara de los Comunes quiso
endurecer las penas contra los recusantes, pero la reina se negó, aceptando solo que se condenara como
traidores a los que la tacharan de hereje, negaran su derecho al trono o tuvieran en su poder la bula papal o
cualquier objeto de devoción católico, como el rosario. Es decir, la bula de excomunión empeoró la situación
de los católicos ingleses, sin lograr el objetivo de promover una revolución contra la Reina. Sí se produjo un
nuevo intento de restauración del catolicismo en el que estaban implicados Norfolk y María Estuardo, que
fueron ejecutado y encarcelada, respectivamente. El efecto de los predicadores de Douai se dejó sentir, con
un aumento de los recusantes. La actuación de los misioneros se vio dificultada por la presión política y
militar de los líderes católicos, Felipe II y el Papa, en contra de Isabel. El Parlamento quiso acabar con los
recusantes, pero una vez más Isabel orientó las medidas al ámbito político: se condenaría por traición a quien
convirtiera a alguien al catolicismo, si éste negaba la obediencia a la Reina, y se endurecieron las penas
contra los que no acudieran a las iglesias anglicanas. En la práctica sólo se podía ser católico de forma oculta
y practicando exteriormente el anglicanismo. Las conspiraciones católicas continuaron tejiéndose en torno a
María Estuardo y contando con el apoyo español, hasta que en 1587 Isabel tuvo que aceptar la ejecución de
la reina de Escocia. Su desaparición, junto con el fracaso de la Armada Invencible (armada de Felipe II),
hizo disminuir la presión católica, perdurando sólo lo que se conoce como “catolicismo señorial”.
Los últimos años del reinado de Isabel I se caracterizaron por la lucha de las facciones de la corte, la
oposición del parlamento y el malestar económico del reino (crecimiento demográfico + malas cosechas,
desempleo, pobres y vagabundos). Se creó la Ley de Pobres, que sacaría sus fondos de una tasa obligatoria
establecida con carácter general. El Parlamento desarrolló una política contraria a los monopolios
comerciales con que la Reina favorecía a sus servidores, lo que la obligó a cancelar la mayoría de las
concesiones. El problema mayor fue la lucha entre facciones, que culminaría con la rebelión de Essex en
1601. El conde de Essex se convirtió en el favorito de la reina en un momento de vacío político por la muerte
de los dirigentes más ancianos. Essex quiso convertirse en cabeza indiscutible de la Corte, era partidario de
una activa política en contra de España y participó en expediciones militares en Francia y en el asalto de
Cádiz. Fue nombrado lugarteniente de Irlanda, pero el miedo a que su alejamiento de la corte favoreciera a
sus rivales se presentó de improviso ante la reina, lo que le hizo caer en desgracia y perder sus concesiones
comerciales. Agobiado por las deudas y ávido de poder, preparó un levantamiento para hacerse con la Corte,
pero su complot fue descubierto; Essex fue ejecutado; su principal rival, Rober Cecil, logró entonces el
control casi absoluto de la Corte. Isabel murió el 24 de marzo de 1603; le sucedió Jacobo, hijo de María de
Escocia.
6. Economía y sociedad en la Inglaterra de la temprana Edad Moderna
Progresos económicos
Gracias a la paz, Inglaterra realizó notables progresos económicos. El reino seguía estando poco poblado
(4.000.000 de hab.), pero el desarrollo de la industria y el comercio desempeñó un papel estimulante. El auge
de la pañería y de la demanda de lana fue responsable de la aparición de un fenómeno que iba a tener gran
importancia en la historia inglesa: el de las enclosures (cercados). Los propietarios rodeaban sus tierras de
cercas para dedicarlas al pasto para criar ovejas. El período isabelino se caracterizó por un notable auge
económico del país. El enorme botín conseguido entonces gracias a la actividad pirática enriqueció a un
pequeño número de empresarios y capitalistas, así como a los capitanes corsarios, pero estimuló la economía
de todo el país, contribuyendo a una amplia difusión de la prosperidad. En cambio, después de 1593, la
reacción de España, que disminuyó mucho las ganancias del corso, las tasas de guerra, las malas cosechas en
cadena y la peste, se conjugaron para provocar una coyuntura adversa que se prolongó hasta la muerte de la
reina. Pero el balance del reinado siguió siendo, en materia económica, ampliamente positivo. La Inglaterra
isabelina seguía siendo, en lo esencial, un país rural, lo que no es sorprendente, pero las ciudades se
desarrollaban y el crecimiento de Londres aparece como un fenómeno extraordinario. Esta época contempla
una notable expansión de industrias, que, dispersas a través de los campos, no van más allá de las
necesidades locales.
Una nueva sociedad
Desde el fin de la guerra de las Dos Rosas, la monarquía inglesa se había convertido en la mayor propietaria
del reino gracias a las confiscaciones y a las tierras sin herederos a causa de la extinción de numerosas
familias. Sus dominios crecieron desmesuradamente a causa de la confiscación de los bienes de los
monasterios. Enrique VIII vendió o regaló aproximadamente los dos tercios de las tierras así recuperadas.
Creó, pues, una nueva aristocracia, de alguna forma deudora suya y que le debía su elevación, pues,
abstracción hecha de los simples regalos, las condiciones de venta fueron excepcionalmente ventajosas. Así
se engrandecen las nuevas familias que van a componer la aristocracia Tudor, prolongada en muchos casos
bajo los Estuardo. Los grandes señores del Norte, que habían seguido siendo católicos, desataron a su vez
numerosas sublevaciones. La nueva aristocracia, mucho menos enraizada en la historia, y cuyas relaciones
afectivas con el campesinado son débiles, depende mucho más del favor real y de los cargos públicos. No
rechaza tampoco las empresas especulativas. Sin embargo, esta época favorece el ascenso de la gentry
(caballeros, y, sobre todo, escuderos o squires y gentilhombres), nobleza rural que aprovecha la adquisición a
buen precio de las tierras monásticas, las transformaciones de la economía agraria y que, a veces, tiene
intereses en la industria textil o en el comercio de largo alcance. La orientación de la agricultura hacia la cría
de ganado lanar para satisfacer la creciente demanda de lana, el auge de la industria textil rural, que escapa
de los reglamentos de las corporaciones; la destrucción de los monasterios y de algunas de sus fundaciones
de asistencia crean ciertas tensiones sociales después de 1530. Los artesanos de las ciudades, muy
organizados en guildas o corporaciones, ven limitados sus beneficios por la competencia de las industrias
rurales o de las compañías de monopolio. Un cierto número de campesinos es despojado de sus tierras a
pesar del esfuerzo del gobierno para garantizar la seguridad, y los jornaleros de algunos condados de los
Midlands pierden su trabajo a causa del movimiento, aún limitado, de las enclosures, precisamente en el
momento en que los pobres pierden la ayuda de los conventos. No es, pues, extraño que estallen algunas
revueltas, en las que a veces se mezclan motivos religiosos o políticos. El Estado intentó resolver estos
problemas promulgando las primeras leyes de los pobres. A finales del s. XVI, Inglaterra conoce un
verdadero auge urbano, cuyo principal protagonista fue Londres. Pero también se desarrollaron notablemente
otras ciudades, como Bristol, York o Norwich. Además, determinado número de pueblos comenzaban a
convertirse en pequeños centros industriales cuya población aumentaba y que se debatían entre los
problemas de una primera revolución industria En las ciudades que tenían estatuto de villa el creciente poder
de los comerciantes les permitió adueñarse de los consejos municipales, cuyas atribuciones eran
considerables, ya que se situaban por encima de todos los funcionarios reales. Los aldermen o mayors se
reclutaban casi únicamente entre estos comerciantes, entre los hombres de leyes y los terratenientes,
excluyendo a los artesanos y trabajadores. Se produce por tanto en algunos sectores de la sociedad un gran
enriqueciemto: donde se afirma el gusto por el lujo y los deseos de disfrutar, y que abarca también las
diversiones. Esto conoce, sin embargo, la oposición de la pasión puritana de las clases trabajadoras de la
nación: yeomen, artesanos, pequeños comerciantes, que predican el temor de Dios y la ascesis. Ahí se
encuentra, sin duda, un poderoso germen de división para el futuro. Pero los progresos del país y su
enriquecimiento desarrollaron también en Inglaterra una orgullosa conciencia del poder nacional. Después
del desastre de la Armada Invencible se empezó a soñar con el hundimiento de España y el advenimiento de
su país al “leadership” mundial. En este sentido, el puritanismo fue un incentivo más: concibió la
predestinación en un plan nacional.
Tema 11
Otros estados europeos.
1. El imperio comercial y la crisis dinástica de Portugal.
Portugal pasó a ser, hasta al menos 1530, el primer imperio de dimensiones planetarias, basado en una
importante fuerza naval, que le proporcionó una potencia económica incluso superior a la de España y hasta
1550 a la de Inglaterra. Desde la segunda mitad del siglo XVI decayó, en gran parte por la aparición de
competidores y la limitación que para el desarrollo de sus actividades militares, comerciales e industriales
supuso disponer de escasos efectivos poblacionales. Portugal había escapado al régimen feudal, lo que
permitió que el Estado se hiciera con todo el poder y el rey ejerciera la justicia suprema. Como gran
propietario, pagaba los servicios militares de sus propietarios nobles, los fidalgos. De este modo, la autoridad
real fue más precoz que en otros lugares de Europa. Asimismo se desarrolló una marcada conciencia nacional
a raíz de las luchas contra los moros, la conciencia de su propia lengua y la victoria en Aljubarrota sobre
Castilla en 1385. Desde este momento arrancó la dinastía Avís, que se mantendría hasta 1580 pero que
alcanzó ya en su inicio un gran desarrollo y poder, especialmente con Juan I (1385-1433) y Juan II (1481-
1495). Este poder se apoyó, además, en un fisco productivo en forma de sises, impuestos indirectos sobre
todas las ventas y las compras. El Portugal del siglo XV era un pueblo de campesinos, marinos y soldados
donde el déficit de cereales obligó a dirigir la mirada hacia el mar. Las empresas africanas portuguesas eran
necesarias debido a la carencia de oro que sufría el reino; además, la insuficiencia monetaria y el aumento
demográfico obligaban a la puesta en cultivo de nuevas tierras con las que satisfacer la demanda cerealista en
el inmediato continente africano, de donde se podía obtener, además, la mano de obra esclava necesaria. El
incremento de recursos pesqueros y la obtención de productos más o menos exóticos se sumaban a las
razones anteriores para explicar estas empresas. El verdadero organizador e inspirador de los grandes
descubrimientos lusitanos del s.XV fue el infante Enrique el Navegante (1394-1460). Fases:
– Inicio de la expansión lusitana, puede fijarse en la conquista de Ceuta (1415), lo que aseguraba la
presencia portuguesa en el Magreb, incrementaba las tierras para uso agrícola y permitía el acceso a
los mercados áureos del norte de África.
– Desde aquí, las expediciones lusitanas, investidas con el espíritu de la Cruzada, continuaron no sólo
bordeando la costa africana hasta el Cabo Bojador (1434), sino estableciéndose en las islas atlánticas
de la Madera (1420) y de los Azores (1437). El descubrimiento de “la Volta”, que permitía regresar
a Portugal aprovechando el régimen de los alisios, permitió continuar más allá del Cabo Bojador y
llegar hasta el Golfo de Guinea y Cabo Verde (1444), donde terminaría la segunda etapa de la
expansión lusitana, cuyo logro más notable fue el establecimiento de la factoría de Arguín, enclave
estratégico que permitiría a los portugueses entrar en contacto con los circuitos caravaneros que los
relacionarían con Tombuctú, importante núcleo mercantil islámico.
– La tercera etapa llevaría la expansión africana desde Cabo Verde hasta el cabo de Santa Catalina
(1475) en una serie de avances irregulares con frecuentes periodos de detención. En 1470 llegaron a
la Costa de Oro (Ghana) donde levantaron la fortaleza de La Mina, emporio mercantil del oro que
afluía de todo su entorno. En esta etapa se descubrieron también las islas de Santo Tomé, Anno Bom,
San Antonio o del Príncipe y Fernando Poo.
La culminación del horizonte africano habría de esperar a la finalización del enfrentamiento bélico entre
Castilla y Portugal debido a la guerra de sucesión a la corona de Castilla. Sólo tras la conclusión del Tratado
de las Alcaçobas (1479) se reanudarían las expediciones que llevarían a los portugueses al océano Índico
(1499). El primer hito de esta etapa se debe a Diogo Cao, que en viajes sucesivos entraría en contacto con el
Imperio congolés y alcanzaría lo que actualmente es Ciudad del Cabo. El descubrimiento del paso hacia
Oriente se debe a la expedición de Bartolomé Dias, que cruzó en 1487 el Cabo Tormentario; el camino hacia
las Indias estaba expedito, pero pasarían aun ocho años hasta que la expedición de Vasco de Gama utilizara
esa ruta. En 1498 Vasco de Gama alcanzó Calcuta. La rapidez con la que se llevó a cabo el descubrimiento
del Océano Índico se debió a que aprovecharon las aportaciones de otras culturas, como pilotos árabes,
guyeratos y malayos. El segundo viaje de Vasco de Gama tuvo como fin la conquista y organización de los
territorios alcanzados, la construcción de factorías en la costa oriental de África (Sofola y Mozambique) y el
control sobre las poblaciones rebeldes. En 1511, Alburquerque tomó Malaca, primera plaza del comercio del
Índico y llegó a las Malucas, una zona con gran producción de especias. Al tiempo de alcanzarse la India,
Cabral descubrió Brasil en 1500. En este caso, los portugueses necesitarán medio siglo para la exploración
del continente americano y sus límites y convertir Brasil en la única colonia verdadera de población
portuguesa.
El imperio portugués fue eminentemente comercial. Al apropiarse de la ruta de las Indias dominaron las
importaciones hacia Europa de productos como la seda, las piedras preciosas y sobre todo de las especias
asiáticas. A cambio llevaron los productos manufacturados europeos, como armas y objetos de oro y plata.
Además, reemplazaron a los árabes como intermediarios en la India. El hecho de que el rey de Portugal se
convirtiera en el mayor capitalista de su imperio supuso la creación de factorías del Estado, las más
importantes en Cochín, Kulam, Cannanore, Calicut, Calita y Mondadore. La construcción de importantes
factorías especieras respondía a los inconvenientes derivados de la navegación desde Portugal, se trataba de
desarrollar un mercado intermedio que acercase las especias al comprador occidental. En la segunda mitad
del s. XVI los portugueses incrementarían notablemente las rutas comerciales en la zona, dando prioridad a
la del golfo Pérsico sobre la del Mar Rojo. Estos beneficios explican bastante satisfactoriamente el apogeo
portugués, que corresponde a los reinados de Manuel I el Afortunado (1495 – 1521) y de Juan III (1521 –
1557). Es la gran época del Estado portugués moderno, “imperial, mercantilista y emprendedor”. El soberano
puede dedicarse al mecenazgo, actividad de la que procede la expresión “estilo manuelino”, aplicada a
numerosos monumentos de Lisboa de esta época. El enfrentamiento entre las coronas española y portuguesa
por la presencia de ambas en el Maluco alcanzó su punto álgido cuando una expedición lusa se estableció en
la isla de Ternate, desalojando a los españoles. Compromisarios de ambos reinos se reunieron en Vitoria y en
1524 una comisión de expertos dictaminó acerca de la delimitación de territorios de España y Portugal en la
Especiería. Esto no evitó diversos enfrentamientos entre las flotas de ambos países hasta que en 1529 Carlos
I concertara una paz pública de una guerra secreta, cediendo los derechos españoles a Portugal a cambio de
una compensación monetaria. En la segunda mitad del siglo XVI Portugal detentaría con relativa
tranquilidad su posesión de la Especiería, pero tras su inclusión en la Monarquía Hispánica de Felipe II los
holandeses decidieron desmantelar el monopolio especiero de Portugal, objetivo que lograrían en los
primeros años del s. XVII. La crisis dinástica fue provocada por la muerte de Juan III, sin dejar ningún hijo
vivo. Los matrimonios de diversas princesas con castellanos, aragoneses y, viceversa, fueron consecuencia
de la anexión de Portugal por parte de Felipe II de España tras la prematura muerte del heredero de Juan, su
nieto Sebastián, seguida de la muerte de su tío-abuelo el cardenal Enrique I, heredero de Sebastián. Sebastián
era sobrino de Felipe II, su madre Juana de Austria era hermana de Felipe e hija de Carlos I.
2. El Acta de Abjuración y la génesis de la república holandesa
El Acta de abjuración del 26 de julio de 1581 es la declaración de independencia formal de las provincias del
norte de los Países Bajos de su obediencia al rey Felipe II. Tras el estallido de la rebelión de los Países Bajos
en 1564 y el inicio de la guerra de los Ochenta Años, el Acta de abjuración representa el punto de no retorno
en la rebelión, tras el cual ya no hay acuerdo posible entre los rebeldes holandeses y la corona española. La
Guerra de los Ochenta años o Guerra de Flandes fue una guerra que enfrentó a las 17 Provincias de los
Países Bajos contra su soberano, el rey de España, con el fin de conseguir la independencia. La rebelión
contra el monarca hispánico comenzó en 1568 y finalizó en 1648 con el reconocimiento de la independencia
de las siete Provincias Unidas, hoy conocidas como Países Bajos. Las provincias de Brabante, Güeldres,
Zutphen, Holanda, Zelanda, Frisia, Malinas y Utrech, anularon en los Estados Generales de los Países Bajos,
su vinculación con el Rey de España Felipe II, mediante esta Acta, y eligieron como soberano a Francisco
de Anjou. La asamblea determinó que el rey debía servir a sus súbditos y respetar sus leyes y tradiciones, y
en caso contrario, el pueblo tenía derecho a elegir a otro gobernante. Pero Felipe II no renunció a esos
territorios, y el gobernador de los Países Bajos Alejandro Farnesio, inició la contraofensiva y recuperó a la
obediencia del rey de España Felipe II de gran parte del territorio, especialmente tras el asedio de Amberes,
pero parte de ellos se volvieron a perder tras la campaña de Mauricio de Nassau. Antes de la muerte del Rey
de España, el territorio de los Países Bajos, en teoría las diecisiete provincias, no pasó a su hijo Felipe III,
sino conjuntamente a su hija Isabel Clara Eugenia y su yerno el archiduque Alberto de Austria por el Acta
de Cesión de 6 de mayo de 1598. Los tratados de paz con Francia (1598) y con Inglaterra (1604) y el
agotamiento por la guerra llevaron al establecimiento de la tregua de los doce años (1609-1621), que se
firmó en Amberes entre la Monarquía de Felipe III, los archiduques y la República holandesa, que supuso un
significativo paréntesis en la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), proceso de separación de las
Diecisiete Provincias de los Países Bajos entre las que se mantuvieron leales a la Casa de Austria y las que
acabaron articulando su independencia en un régimen confederal y republicano. En 1621, murió el
archiduque Alberto sin haber tenido descendencia, y por el Acta de Cesión de 1598, la pretendida soberanía
sobre las 17 provincias (de hecho la parte sur solamente), pasó al rey de España y sobrino de Isabel Clara
Eugenia, Felipe IV, lo que coincidió con el final de la tregua, y el comienzo de la Guerra de los Treinta Años.
Finalmente, tras una guerra infructuosa, el 30 de enero de 1648, en el tratado de Münster, España reconoció
la total independencia de la República de las Provincias Unidas y el Rey eliminó de su intitulación Conde de
Holanda, Zelanda y Zutphen, Señor de Frisia y de las ciudades, pueblos y tierras de Utrech, Overijssel y
Groninga. Con este acto España reconocía definitivamente la extinción de las Diecisiete Provincias.
3. Las monarquías nórdicas: El fin de la Unión de Kalmar y la reforma.
Hasta comienzos del s. XVI, las coronas de Dinamarca, Noruega y Suecia formaban la Unión de Kalmar,
aunque cada país tenía plena autonomía. Esta unión terminó violentamente en 1521. El reino nórdico no
llegó a consolidarse, debido al recelo de la aristocracia sueca hacia Dinamarca, que ejercía de potencia
dominante dentro de la Unión. Tras varias revueltas de los suecos (en 1444-1446, en 1464 y la definitiva
revuelta de 1521), la Unión se disolvió en 1523, con la elección de Gustavo Vasa como rey de Suecia.
Dinamarca y Noruega, por su parte, permanecieron unidas hasta 1814.
El rey Cristián II pretendió romper las condiciones de Kalmar, lo que provocó una sublevación general y el
fin de la unión. A partir de este momento se sucede una etapa de inestabilidad. Es elegido rey de Dinamarca
Federico I en 1523. Al año siguiente fue reconocido por Noruega, pero, a su muerte, el rey destronado
Cristián II y el hijo de Federico, Cristián III, se disputarán el trono danés. En 1537 fue coronado Cristián III
que murió en 1559. Le sucedió Federico II. Durante este tiempo, Dinamarca conoció un notable desarrollo.
Como en Polonia, la monarquía y la nobleza constituían las grandes fuerzas del país, especialmente tras la
Reforma. El triunfo del luteranismo a partir de 1536 permitió el reparto de las tierras de la Iglesia, en torno al
tercio del total, entre el rey y los nobles. Pero a diferencia de Polonia, la corona danesa disponía de muchos
más recursos económicos lo que le daba un mayor poder. La nobleza formaba una sociedad cerrada.
Monopolizaba los cargos administrativos y utilizaba su hegemónica posición para someter al campesino, que
vio gravemente deteriorada su condición jurídica y su situación económica con nuevas y pesadas cargas,
aunque no llegó al extremo de su homónimo polaco. La pequeña nobleza vivía al amparo de este sistema,
que no dudaba en apoyar y defender, mientras que los burgueses permanecerán al margen del mismo hasta
mediados del s. XVII. Dinamarca y especialmente su monarquía contarán con otro recurso económico
excepcional: el peaje del Sund, que proporcionará ingresos cuantiosos. Todo ello permite a la monarquía
disponer de un potencial excepcional que utilizará en crear una administración central y su funcionariado, en
organizar la navegación creando un código marítimo y en engrandecer sus ciudades. Federico II pudo con
sus barones controlar Noruega, cuya autonomía fue respetada. Noruega, diezmada por la peste negra y
desprovista de nobleza, era un pueblo de marinos, pescadores y habitantes de los bosques sin pretensiones
marítimas. En 1593, cuando Cristián IV empieza su reinado, Dinamarca se ha convertido en la primera
potencia del norte. El auge del comercio por el Báltico permitió que el peaje del Sund proporcionara los dos
tercios de los ingresos del Estado, y dio al monarca un extraordinario potencial. Suecia había protagonizado
varias revueltas con el propósito de romper la Unión de Kalmar. De los tres socios, los suecos nunca se
habían sentido identificados con la unión. La torpe política de Cristián II favoreció sus propósitos de romper
con un statu quo con el que nunca habían estado de acuerdo.
Independencia de Suecia
En 1523, la Dieta de Sneugnäss reconoció rey de Suecia a Gustavo I Vasa, uno de los responsables de la
sublevación de Dalecarlia, aunque no pudo consolidarse en el poder hasta 1527. Durante unos años debió
hacer frente a los partidarios de Cristián II y a otra serie de rebeliones protagonizadas por la aristocracia, el
campesinado y el clero. Sólo después de 1532 pudo desarrollar su plan de gobierno. Creó una administración
central mientras hacía sentir la presencia real en las provincias a través de representantes, con frecuencia
burgueses, enviados desde la corte. Impulsó la Reforma protestante, que le permitió quedarse con las tierras
de la Iglesia aproximadamente el 20 % del total, y con ellas gozar de unos recursos que le garantizaban un
poder real fuerte. Durante el s. XVI Suecia experimentó un notable crecimiento económico y una presencia
cada vez mayor en el comercio exterior con la exportación de hierro, cobre, mantequilla y pieles. Sin
embargo, su desmedida presencia exterior y sus debilidades internas le impidieron desempeñar un papel
importante en la región hasta el s. XVII. Los descendientes de Gustavo Vasa practicaron una política exterior
ambiciosa que hipotecaron durante años el futuro de la monarquía y de la propia Suecia. Erik XIV se
enfrentó a Dinamarca y Polonia en la llamada guerra de los Siete Años (1563 – 1570). Fue destronado por la
nobleza, que nombró en su lugar a su hermano Juan, duque de Finlandia, que reinó como Juan III. El nuevo
rey tuvo que recompensar a la nobleza confirmándole sus privilegios y liquidar la política de su hermano. En
el interior, los avances de la Contrarreforma apoyada por Juan III provocaron la división del país a favor del
monarca o de su hermano Carlos, quien acabó venciendo. Primero se enfrentó a su rey y más tarde a su
sobrino Segismundo, que por entonces era rey de Polonia. Se proclamó regente en 1595 y rey en 1600.
4. La dinastía de los Jagellón (1444-1572): orden estamental e identidad religiosa en Polonia y el Gran
Ducado de Lituania.
Desde fines del s. XIV, tras la extinción de la dinastía nativa, la familia de los Jagellones, que eran duques de
Lituania, ocuparán el trono polaco hasta 1572. Se puede fijar el inicio de la Edad Moderna en Polonia en
1492, con la muerte de Casimiro IV (1444-1492), que había conseguido reducir el poder de la Orden
Teutónica y encontrar una salida al Báltico. Previa elección, le sucedieron sus hijos Alberto y Alejandro,
Segismundo, hijo de Alejandro, y Segismundo II Augusto (1548-1572), hijo de Segismundo, con el que se
extinguió la dinastía de los Jagellones. Los polacos buscaron un sucesor, que, después de numerosas intrigas,
encontraron en Enrique de Anjou. Pero éste apenas había aceptado y tomado posesión del trono cuando lo
abandonó por el de París. De nuevo se abría paso un interregno, pero ahora fue elegido Esteban Bathory
(1576 – 1586). Polonia, Lituania y las tierras de la Orden Teutónica, que se extendían entre Polonia y el
Báltico, apenas tenía otro lazo en común que la monarquía. Por el contrario, sus diferencias eran notables y
se extendían al mundo de la cultura e, incluso, de algo tan importante para la época como la religión.
– Polonia era cristiano – romana, tenía universidades y el latín era manejado por las gentes cultas.
– Lituania era ortodoxa, sin apenas influencia occidental y con una presencia urbana mínima.
– Los caballeros teutónicos eran germanos. En 1525, Alberto de Hohenzollern – Anspach, su gran
maestre desde 1510, abrazó el luteranismo pero mantuvo su fidelidad al rey polaco, que era católico.
Con la conversión al protestantismo del gran maestre, desapareció la vieja orden militar teutónica y
emergió Prusia, que iba a tener un enorme protagonismo en la historia de Europa.
Con la fidelidad como único nexo, los dominios de la monarquía polaca eran impresionantes. Semejante
territorio carecía de las condiciones necesarias para jugar en la Europa del s. XVI el papel que cabría
atribuirle por su extensión. Con una débil presencia urbana y una insignificante burguesía, la sociedad polaca
estaba dominada por una abrumadora presencia de la nobleza. El carácter electivo de la monarquía y el peso
de la aristocracia, que utilizó los interregnos para incrementar sus prerrogativas políticas a costa de las del
príncipe, debilitaron el poder real hasta convertir al monarca en una mera figura decorativa. Por eso, algunos
historiadores han definido a Polonia como república aristocrática. Otros, más prudentes, hablan de equilibrio
entre la monarquía y la nobleza durante el reinado de los Jagellones, para después hablar ya sin reparos de
anarquía nobiliar. Limitada política y económicamente, el poder y la autoridad de la monarquía dependía del
prestigio de sus titulares, como ocurrió con los Jagellones, quienes pudieron hacer frente con relativo éxito a
los desafíos exteriores representados por los rusos y turcos, y fijar el rumbo de los destinos de la Europa
oriental. Pero todo fue un espejismo. Sustentada sobre el caprichoso argumento de la personalidad, una vez
que desaparecieron los Jagellones emergió en toda su intensidad la debilidad constitutiva de la monarquía.
Los nuevos monarcas fueron incapaces de frenar el progresivo desmembramiento de sus dominios a manos
de sus poderosos vecinos. La dinastía de los Jagellones conoció su máximo esplendor a la muerte de
Casimiro [IV], cuando dos de sus hijos ocuparon los tronos magiar y polaco. En 1501, por la Unión
Perpetua, cada territorio mantendrá su peculiaridad político – administrativa independiente. Los acuerdos
hacían muy difícil sumar las fuerzas de los dos territorios en un objetivo común. Pero éste no era el único
aspecto, ni el más importante, que limitaba el potencial de la monarquía. Todo el aparato institucional estaba
monopolizado por la nobleza. El monarca contaba en un principio con un consejo formado por los
principales cargos –canciller, tesorero, mariscal— y por los más importantes de los grandes señores. Este
consejo dio paso al Senado, constituido por los grandes señores. Paralelamente, la pequeña nobleza fue
incrementando su presencia en la vida política polaca hasta convertirse en una pieza fundamental en el futuro
de Polonia y de su monarquía. Su voto era imprescindible para todo aquello que atentara contra sus
privilegios, incluidos los fiscales. Sus delegados formaban la Cámara de los Nuncios. Senado y Cámara
constituían la Dieta, que se ocupaba de discutir y aprobar, si así lo consideraba oportuno, los proyectos que el
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  • 1. Tema 9. La monarquía francesa y las guerras de religión 1. La Francia de mediados del siglo XV y las primeras reformas: Luis XI, Carlos VIII y Luis XII A mediados del siglo XV, Francia era significativamente menor que en la Edad Contemporánea, y numerosas provincias fronterizas (como Rosellón, Cerdaña, Calais, Béarn, Baja Navarra, Condado de Foix, Condado de Flandes, Artois, Lorena, Alsacia, Trois-Évêchés, Franco Condado, Saboya, Bresse, Bugey, Gex, Niza, Provenza, el Delfinado, y Bretaña) eran autónomos o estaban bajo otras entidades políticas, como el Sacro Imperio o la Corona de Aragón. Había también enclaves extranjeros, como el Comtat Venaissin. Además, ciertas provincias dentro de Francia eran ostensiblemente estados nobiliarios de familias importantes, como el Bourbonnais, Marche, Forez y Auvergne, en manos de la Casa de Borbón, hasta que fueron integradas a la fuerza al dominio real en 1527 tras la caída de Carlos III de Borbón. Desde finales del XV hasta el siglo XVII, Francia se embarcó en una expansión territorial masiva, y en el intento de integrar sus provincias en un conjunto administrativo unido. LUIS XI (1423-1483) el Prudente Luis XI de Francia fue rey entre 1461 y 1483. Toda su acción política se encaminó a la afirmación de la autoridad del monarca frente a los derechos de la nobleza y el clero derivados de privilegios feudales; al tomar parte activa en la construcción de una monarquía autoritaria, centralista y absoluta, se granjeó la enemistad de parte de la nobleza tradicional. La política llevada a cabo por Luis XI permitió a la monarquía francesa recuperarse del desgaste producido por la Guerra de los Cien Años y anexionar una serie de territorios que ensancharon la monarquía (Anjou, la Provenza, Picardía y el ducado de Borgoña). Luis XI murió en 1483, sucediéndole en el trono su hijo Carlos VIII. CARLOS VIII (1470-1498) el Afable (hijo de Luis XI) El principal problema que heredó Carlos VIII fue el ducado de Bretaña. En 1488 murió el duque Francisco, dejando el ducado a su hija Ana. Carlos VIII invadió el territorio y sólo consintió retirar su ejército una vez que la heredera aceptara casarse con él. A cambio el monarca se comprometía a respetar la autonomía de Bretaña. Fue entonces cuando Carlos VIII inició su campaña de Nápoles, resucitando los derechos de los duques de Anjou al reino de las Dos Sicilias. Desde el comienzo, la expedición de Nápoles le supuso grandes sacrificios: para mantener en paz a Inglaterra pagó gruesas indemnizaciones, entregó el Rosellón y la Cerdaña a Fernando el Católico (Tratado de Barcelona) y el Franco Condado, Artois y Charolais al emperador Maximiliano, cediendo de esta manera buena parte de la herencia borgoñona. Tras quince años de reinado, murió sin descendencia en 1498. LUIS XII (1462-1515) “el padre del pueblo” (tío de Carlos VIII) Esta vez, la Corona recayó en su tío Luis, de la Casa Valois – Orléans. Nada más ser proclamado rey, Luis XII hizo anular su primer matrimonio con Juana, hija de Luis XI, e, inmediatamente después, se casó con Ana de Bretaña, viuda de Carlos VIII; de esta manera conservaba el ducado bretón y conseguía mantener unida Bretaña a la Monarquía francesa. Luis XII no cambió la política de su antecesor, y a las ambiciones por conquistar Nápoles unió también la de anexionarse el ducado de Milán; en Nápoles era vencido por los españoles en las batallas de Ceriñola y Garellano, por lo que en 1504 firmaba la paz de Blois, con la que pretendía contentar a todo el mundo: daba el reino de Nápoles a los españoles, el Milanesado se lo quedaban los franceses y prometía a su hija Claudia con el nieto de Maximiliano, Carlos de Gante. Los españoles no fueron los únicos enemigos de Luis XII en Italia. La obsesión del papa Julio II era la de imponer su dominio en Italia y expulsar de la península a los franceses. Para ello, propuso al emperador Maximiliano la formación de una liga contra Venecia, a la que quería arrebatar varias plazas. Se formó así la Liga de Cambrais de 1508, cuyo pretexto oficial fue el de la lucha contra los turcos. Florencia se adhirió, mientras que Francia puso tal celo que fue la que realizó todo el trabajo, derrotando a los venecianos en 1509. Poco después se formó otra vez la Liga (con Venecia, Aragón, los cantones suizos e Inglaterra), esta vez para expulsar a los franceses de Italia. A partir de entonces Luis XII entró en una dinámica de fracasos: finalmente fue vencido por los suizos en Novara (1513) perdiendo el Milanesado, los aragoneses conquistaron la alta Navarra mientras los ingleses vencían en Guinegatte. Carlos VIII y Luis XII dejaron fama entre sus súbditos de haber sido “reyes buenos”; es más, este último fue aclamado en la Asamblea de notables como “padre del pueblo”. Se pueden alegar numerosas razones para explicar el surgimiento de esta opinión, como el no exigir mayores tributos, dar posibilidad de triunfo a los ambiciosos, etc, aunque la más importante fue la integración que ambos llevaron a cabo de las élites dirigentes en los organismos de gobierno de la Monarquía. Los principales organismos e instituciones de gobierno de la monarquía francesa habían nacido durante el siglo XV y en su mayor parte eran organismos colegiados que respondían a la necesidad por parte del
  • 2. monarca de contar con las élites dirigentes del reino para poder gobernar. Los principales fueron: 1. El Consejo Real, organismo con competencias universales. Sus componentes formaban una oligarquía política entre los que había príncipes de sangre, grandes nobles, intelectuales y miembros del clero. A veces, para discutir asuntos específicos, el rey se reunía con un pequeño número de consejeros, sin que esto derivara en un organismo autónomo excepto en el caso de la justicia, donde una parte del Consejo se especializó desde los tiempos de Carlos VIII dando lugar al Grand Conseil. 2. Los tribunales, constituidos por un conjunto de oficiales del rey especializados en justicia o en finanzas: a) Los Parlamentos: tribunales que juzgaban, en grado de apelación, los asuntos enviados por las jurisdicciones inferiores y en primera instancia ciertas causas particulares. Tenían también algunas competencias administrativas, registraban las Ordenanzas y las leyes reales y realizaban las críticas y quejas al rey bajo la forma de remontrances. b) Los Tribunales de finanzas: las Cámaras de Cuentas verificaban las cuentas de los oficiales contables y juzgaba los litigios concernientes a ellos, registraban los edictos concernientes a impuestos, los que modificaban la situación fiscal, etc. 3. Las Asambleas representativas: Estados generales y provinciales, asambleas de notables; constituían los lugares por excelencia de diálogo entre el rey y los súbditos. La representación en ellas era cualitativa, por eso sus miembros pertenecían a las elites del reino. Los Estados generales estaban constituidos por los delegados de los tres órdenes o estamentos. Carlos VIII y Luis XII no quisieron reunirlos, sino que prefirieron consultar a sus súbditos a través de asambleas más reducidas y manejables, como la asamblea de notables. Los Estados provinciales estaban compuestos también por representantes de los tres estamentos y eran convocados por el rey, su principal función era la de votar impuestos. Claudio Seyssel, que trabajó para los reyes de Francia en tareas administrativas, diplomáticas y episcopales, consideraba que la monarquía es la mejor forma de gobierno, si bien el poder real debe estar sujeto por tres frenos: las obligaciones de la conciencia del rey (carácter cristiano de la monarquía), los Parlamentos y las buenas leyes y costumbres. 2. Naturaleza sagrada y fortalecimiento del poder real: Francisco I y Enrique II Luis XII contrajo matrimonio por segunda vez en octubre de 1514 con María Tudor, hermana de Enrique VIII, para intentar tener sucesión masculina, pero moría en enero de 1515, con lo que la rama Valois-Orleans era sustituida en el trono por la de Valois-Angulema en la persona de Francisco I. FRANCISCO I (1494-1547) “Padre y Restaurador de las Letras, el Rey Caballero, el Rey Guerrero” Tenía 20 años cuando llegó al poder, iniciado con gloria tras la victoria en Mariñano. En el interior del reino hizo comprender de manera clara que sólo él quería gobernar, mostrando en la sesión del Parlamento de 1515 su intención de hacerlo sin tener en cuenta los órganos colegiados del reino. El primer enfrentamiento entre el monarca y dichos organismos surgió con motivo de registrar el Concordato de Bolonia, el cual suprimió la elección de obispos, de abades y priores conventuales y los atribuyó a la nominación del rey, dejando para el papa la investidura canónica. El Parlamento de París, que se consideraba con independencia dentro de la Iglesia de Francia, rehusó registrar el concordato, aunque finalmente lo registró en 1518. El enfrentamiento estalló de nuevo cuando en 1527 Francisco I reafirmó su autoridad tras el humillante cautiverio de Madrid (tras la batalla de Pavía); fue entonces cuando el presidente Carlos Guillart pronunció un célebre discurso en el que reconocía el poder absoluto del monarca, no ligado a las leyes, pero si a la razón. Cambio en la imagen del rey Esta práctica autoritaria del poder fue acompañada de una serie de cambios en la imagen de rey que traducían una concepción nueva de la autoridad monárquica reflejada en pinturas y esculturas; la imagen real fue interpretada según dos registros, profano y cristiano: la representación cristiana se tradujo en la figura del Buen Pastor, imagen reforzada con el tema del sacrificio y el sufrimiento, que se desarrolló paralelamente al de la cruzada; desde el punto de vista profano las imágenes del rey se insertaban en una tradición iniciada con Carlomagno que mostraba a los reyes como herederos de los césares. Esta evolución de la imagen monárquica reforzó la reflexión teórica de los juristas, que habían comenzado a diseñar los derechos que pertenecían al rey, llamados regalías o privilegios del rey. Las prerrogativas concernían a la independencia del rey de Francia y a su jurisdicción. Surgieron diversos tratados y enumeraciones de privilegios que contribuyeron a la construcción de la monarquía francesa en la medida en que los derechos enumerados comenzaron a ser llamados de “soberanía”. Transformación de las instituciones de la Monarquía El Consejo Real conservó su competencia universal, aunque la sección restringida del consejo se impuso
  • 3. lentamente. Francisco I y Enrique II recurrieron a esta forma de gobierno, aunque el Consejo Real siguió ocupándose eminentemente de funciones políticas. Funcionó también como tribunal para las demandas y asuntos judiciales presentados al rey por los particulares. Además existían sesiones especiales en las que se trataban las finanzas. ENRIQUE II (1519-1559) hijo de Francisco I Tras la muerte de su padre heredó el trono de Francia (1547). Fue errático en la política de alianzas y, en un principio, un ferviente defensor de la fe católica frente a la Reforma protestante. Combatió con encono a los hugonotes pero luego los toleró y se alió con los calvinistas. Condenó los libros no cátolicos en 1551 prohibiendo su circulación y venta y mantuvo el enfrentamiento contra Carlos V con una singular alianza con el Imperio otomano. Tomó Metz a pesar del asedio del Rey español y defendió París frente al emperador, pero todos los esfuerzos bélicos llevaron a la quiebra a la corona. De 1526 a 1530, como garantía del cumplimiento del Tratado de Madrid, quedó como rehén en España en compañía de su hermano mayor Francisco, Delfín y duque de Bretaña. Tras la muerte de éste en 1536, Enrique le sucedió en ambos títulos sin llegar a gobernar en Bretaña, dado que su padre era el usufructuario. Enrique II, sin proponérselo, fue el generador de las Guerras de religión de Francia a causa de su defensa inquebrantable de la fe católica contra la Reforma protestante. 3. Calvinismo político y crisis del régimen Valois. De 1526 a 1540 el luteranismo se extendió rápidamente por Francia. El movimiento se propagó principalmente entre las clases populares, aunque muy raramente fue unido a movimientos sociales. Con todo, después de 1525 la acción luterana se camufló, no manifestándose más que en la difusión de libros prohibidos, destrucción de estatuas e imágenes sagradas y ataques aislados contra el ayuno. El movimiento se enardeció a partir de 1533. Hacia finales del reinado de Enrique II, la Reforma se organizó y se constituyó en partido político. Las clases superiores se sintieron atraídas por el prestigio de Calvino, y buena parte de la burguesía, por causas de orden económico y social. Esta ascensión del calvinismo en la escala social quedó confirmada hacia 1558 por la adhesión de varios grandes del reino (Antonio de Borbón …). En las provincias, los nobles que se pasaron al calvinismo se consideraron protectores de su iglesia y de sus fieles. Aprovechando el debilitamiento de la autoridad real en esta época, toda esta jerarquía de gentileshombres se constituyó no sólo en los cuadros de una iglesia, sino también de una facción política. El conflicto (guerra de las religiones) acabó con la extinción de la dinastía Valois-Angulema y el ascenso al poder de Enrique IV de Borbón, que tras su conversión al catolicismo promulgó el Edicto de Nantes en 1598, garantizando una cierta tolerancia religiosa hacia los protestantes 4. Las primeras guerras de religión. Causas, fases y desarrollo CAUSAS El detonante de las Guerras de Religión fueron las disputas religiosas entre católicos y protestantes calvinistas, conocidos como hugonotes, exacerbadas por las disputas entre las casas nobiliarias que abanderaron estas facciones religiosas, en especial los Borbón y los Guisa. Lo característico de este periodo de la historia es que la religión se convierte en un factor de fractura social y de inquietud política en el seno de cada Estado. Las contiendas religiosas no se limitan a los integrantes de los grupos sociales, sino que enfrentan al monarca con sus súbditos. Las políticas posibles eran, o la represión o la tolerancia; lo que por entonces empieza a llamarse libertad de conciencia tropezaba no sólo con la oposición de las iglesias dominantes, sino con el sentimiento popular y, sobre todo, con la voluntad de los monarcas, que opinaban que la unidad religiosa era una condición básica para la obediencia política. Tanto Isabel I de Inglaterra como Felipe II lo consideraron así y se inclinaron por la represión. Por ello, el avance de la tolerancia fue lento y limitado, aunque comenzó a producirse en este periodo, principalmente en Francia. Las circunstancias políticas de cada monarquía influyeron sobre la forma de manifestarse estas tensiones religiosas y sobre sus efectos, que serán muy distintos en cada una de ellas. Aunque el poder real se había fortalecido en la época anterior, en las tres monarquías más importantes (Inglaterra, España y Francia) se consideraba que el monarca debía contar con la participación de las instituciones representativas de la sociedad estamental. Su colaboración era imprescindible para obtener los crecientes ingresos que las monarquías necesitaban. En esta dualidad monarca-parlamento, el primero irá reforzando su autoridad. En este aspecto los últimos reyes franceses de la casa de Valois presentaron notables diferencias frente a Isabel I y Felipe II debido a las minorías de edad, la corta vida y los problemas de carácter de los hijos de Enrique II (Francisco II, Carlos IX y Enrique III). Francia pasó en este periodo por un cambio de dinastía, los Borbones sustituyeron a los Valois, pero el cambio se produjo de forma traumática y por medio de una guerra. Un rasgo común a las tres monarquías era que el gobierno en primera instancia de las masas campesinas estaba
  • 4. en manos de los nobles a través del régimen señorial, de ahí la importancia de saber controlar y equilibrar las diferentes facciones cortesanas. Mientras que Felipe II e Isabel de Inglaterra lo lograron casi siempre, los monarcas franceses estuvieron a merced de las grandes familias (los Guisa, los Borbón y los Montmorency), separadas por intereses políticos y por sus confesiones religiosas, y de las intrigas de los propios miembros de la familia real, la reina madre Catalina de Médicis y los hermanos del rey. Para ejercer el gobierno diario los instrumentos eran muy semejantes en las tres monarquías eran muy semejantes: las monarquías trataron de contrapesar el poder de los grandes nobles, que alegaban derechos feudales para participar en el gobierno, con el recurso a burócratas formados en las universidades, provenientes de la pequeña nobleza o de las clases medias. La monarquía francesa contaba con una amplia red administrativa que cubría el territorio; el problema con el que se enfrentaba era con el de la venalidad, la venta de cargos públicos como medio de obtener recursos fiscales, lo que provocaba que los cargos pasaran a considerarse patrimonio del comprador y que su obediencia a las órdenes reales disminuyera. En definitiva, en los años sesenta del siglo XVI la autoridad de los príncipes estaba siendo desafiada por una explosiva combinación de disidencia religiosa, malestar y conspiraciones nobiliarias y resistencias parlamentarias a sus constantes exigencias fiscales. En Francia el poder monárquico y la propia unidad territorial pasaron por momentos de colapso y disolución, aunque finalmente el fundador de la nueva dinastía, Enrique IV de Borbón, consiguiera restablecer ambos. FASES Y DESARROLLO 1. Orígenes de las guerras de religión (1559-1562) En 1559 Francia se enfrentaba a una crisis que combinaba aspectos financieros, políticos y religiosos. La larga lucha con los Habsburgo había forzado un incremento de la presión fiscal, de la venta de oficios públicos y del endeudamiento. En 1558 Enrique II se vio obligado a suspender pagos y a recurrir a los Estados Generales. A la oposición parlamentaria se sumó el enfrentamiento entre facciones aristocráticas, que trataban de incrementar su influencia sobre la monarquía y colocar a sus miembros en los principales cargos. En este momento eran los Guisa los que parecían triunfar, pero Enrique II mantenía las disputas controladas. Sin embargo, el problema mayor y que junto con el financiero condujo a la paz de Cateau- Cambrésis, fue el religioso. En la segunda mitad de los años cincuenta habían surgido multitud de iglesias protestantes, de confesión calvinista. Recibieron especial fuerza gracias a la conversión de los líderes de dos familias principales: de los Borbón y de los Montmorency. A ellos se sumaron multitud de pequeños nobles y miembros de la alta magistratura y de la burguesía comercial. Enrique II sólo tuvo tiempo para reiniciar la represión, murió dejando como heredero a Francisco II, de 15 años y mala salud. El gobierno quedó bajo el control de sus tíos, los Guisa (Francisco, duque de Guisa, y Carlos, cardenal de Lorena), fervientes defensores del catolicismo, que continuaron la represión contra los protestantes. Como reacción, algunos hugonotes (calvinistas franceses) proyectaron un golpe para hacerse con la persona del rey y arrebatar el poder a los Guisa. El fracaso de la conspiración de Amboise tuvo como consecuencia el abandono de la causa de Antonio de Borbón y la captura del príncipe de Condé, que se salvó de la condena a muerte gracias al fallecimiento de Francisco II. Dado que el nuevo rey, Carlos IX, era menor de edad, la regencia correspondió a su madre Catalina de Médicis, que tendrá un papel clave en la primera etapa de las guerras de religión. Dispuesta a situar los intereses de la Corte por encima de las confesiones religiosas, pretendió solucionar el conflicto religioso por medios pacíficos para evitar el debilitamiento de la monarquía. Los Guisa perdieron el control del poder y vieron con malos ojos que Antonio de Borbón asumiera la lugartenencia del reino y se coaligaron en su contra. Catalina de Médicis intentó un acercamiento de las posturas entre católicos y protestantes, y para ello convocó en 1561 un coloquio religioso que acabó en fracaso ante la intransigencia mutua. Sólo quedaban como alternativas la represión o la tolerancia. Catalina se inclinó por la segunda, y por el edicto de Saint-Germain (1562) otorgaba a los hugonotes libertad de culto privado en las ciudades y público en los arrabales. La matanza por el duque de Guisa y sus seguidores de un grupo de hugonotes en una celebración religiosa ilegal (1562) condujo a la movilización calvinista y al nombramiento de Condé por los hugonotes como protector de la corona francesa. Los Guisa replicaron solicitando a Carlos IX la revocación del edicto de tolerancia. Las luchas entre las facciones iban a conducir a la guerra civil. 2. El apogeo del poder hugonote (1562-1572) El poder de los hugonotes alcanzó su apogeo en el decenio de 1562-1572 gracias al apoyo de las iglesias locales. El sistema de organización eclesiástica calvinista proporcionó unas tropas disciplinadas, entusiastas y encuadradas bajo la dirección de los nobles locales. Esto significó a la larga el control de los ministros por los nobles y la pérdida de independencia de las iglesias. Junto al respaldo interno, los hugonotes recibieron algunos apoyos externos, entre los que destaca el de Isabel I de Inglaterra. Sin embargo, la condición de ceder El Havre (tratado de Hampton Court) a los ingleses a cambio de ayuda militar y económica,
  • 5. desprestigió la causa calvinista entre los patriotas. Por último, se vieron favorecidos por el deseo de Catalina de Médicis de contrarrestar el influjo de los Guisa y de superponer el poder de la corona al de las facciones, lo que permitió a los hugonotes mantener un margen de tolerancia legal gracias a nuevos edictos reales, e incluso tener acceso a la Corte. A estos factores positivos se unieron algunas limitaciones: su falta de apoyo en las principales ciudades del reino, en particular en París y en las sedes de los parlamentos provinciales, y la falta de apoyo del campesinado, que permaneció siendo mayoritariamente católico. La causa hugonota pudo sobrevivir al resultado negativo de las tres primeras guerras gracias a la capacidad de movilización del almirante Coligny, que se hizo cargo de la dirección hugonote a la muerte de Condé, y que consiguió (Paz de Saint-Germain, 1570) no sólo recuperar la libertad de culto, sino cuatro plazas de seguridad en las que se autorizaba el establecimiento de guarniciones protestantes. Aprovechando la salida de los Guisa, consiguió entrar en la Corte en un momento en el que Catalina de Médicis preparaba ambiciosos planes matrimoniales: la clave era el matrimonio de su hija Margarita de Navarra con el protestante Enrique de Borbón. La ambición de Coligny le llevó demasiado lejos: logró ganarse la confianza del rey Carlos IX, desplazando a su madre, y le animó a intervenir en los Países Bajos en contra de Felipe II, en contra de la opinión de Catalina, contraria a un desafío tan directo al monarca español. El éxito de Coligny se iba a convertir en un agudo fracaso para la causa calvinista. 3. La matanza de San Bartolomé y sus consecuencias: el estado hugonote La matanza de la noche de San Bartolomé (agosto de 1572), donde fueron asesinados Coligny y otros líderes hugonotes, y la extensión posterior de la matanza a muchas partes de Francia provocó una transformación en el movimiento calvinista francés. La rivalidad política entre los católicos y los hugonotes provocó esta matanza. El rey Carlos IX de Francia y su madre, Catalina de Medici, temían que los hugonotes alcanzaran el poder. Por este motivo, promovieron el asesinato de miles de ellos a finales de agosto. La matanza comenzó en París el 24 de agosto y se extendió a las restantes provincias del país. Tuvo como efecto inmediato la deserción de muchos nobles, que volvieron al catolicismo o huyeron, de manera que el movimiento hugonote volvió a sus raíces populares y religiosas. Se produjo una radicalización tanto en la ideología como en la acción política. El complot de Catalina de Médicis contra Coligny y la aceptación de Carlos IX de la matanza llevó el resentimiento y la desesperanza a las filas hugonotes, e hizo surgir una serie de panfletos relatando la masacre e incitando a la revuelta. Más importantes fueron los escritos radicales defendiendo el derecho de resistencia contra el soberano. Si hasta entonces los hugonotes habían mantenido la ficción de que luchaban para proteger los intereses del rey frente a la influencia de los Guisa, ahora el enfrentamiento con la monarquía era innegable. En la práctica, el resultado inmediato de San Bartolomé fue la organización de un estado hugonote en el sur de Francia y su alianza con los políticos. Al fracasar en su intento de controlar la monarquía, los calvinistas optaron por afirmarse como grupo disidente, organizando su propio estado, que se caracterizó por la autonomía local y la descentralización, por la constitución de asambleas territoriales y una asamblea general federal formada por representantes provinciales y dotada de poderes hasta entonces atribuidos al rey. Tenían además un consejo permanente para controlar la actuación de la suprema autoridad, el protector general, cargo que se otorgó a Enrique de Navarra. Había surgido, pues, un estado que controlaba una parte de Francia arrebatada al poder real. A la debilidad de éste contribuyeron además las intrigas del hijo menor de Catalina, Francisco, duque de Alençon, contra los Guisa. De esta forma se constituyó el partido de los descontentos, cuyo representante más destacado fue un miembro de los Montmorency, que estableció una alianza entre el Languedoc, del que era gobernador, con el estado hugonote contribuyendo al hundimiento del poder real en el sur de Francia. 5. Enrique III, Felipe II y la Liga Católica. ENRIQUE III (1574-1589) Enrique III fue el último de los hijos de Enrique II y Catalina de Médicis en acceder al trono. Antes de heredar la corona francesa había sido elegido rey de Polonia (1573), poniéndose muchas esperanzas en que el ejemplo polaco de tolerancia religiosa se extendiera a Francia, pero la experiencia polaca de Enrique de Anjou fue un fracaso del que escapó para hacerse cargo de una Francia dividida. Aunque despertaba los recelos de sus coetáneos al ser homosexual y sumamente afeminado, Enrique era un político experimentado que comenzó a gobernar con vigor, adoptando una política de represión contra los hugonotes, que, a ejemplo de La Rochelle, habían constituido un Estado independiente en el Languedoc. Con el reino al borde de la desintegración, no le quedó más remedio que aceptar las condiciones impuestas por los rebeldes en la paz de Monsieur (1576), en que se concedía amplia libertad de culto a los hugonotes, admisión a todos los cargos incluyendo los parlamentos y se les otorgaba ocho plazas de seguridad. La matanza de San Bartolomé fue condenada, y Coligny y los hugonotes muertos, indemnizados. También salieron favorecidos los
  • 6. descontentos, en especial Francisco de Alençon, que recibía varias regiones francesas con el título de duque de Anjou. Este notable éxito hugonote provocó la inmediata reacción católica. Como la monarquía se había mostrado incapaz de asegurar la unidad religiosa, se organizó un partido católico que acabaría convirtiéndose en un movimiento revolucionario y antirrealista: la Liga católica. La Liga católica tuvo una dimensión nacional bajo la dirección de Enrique, duque de Guisa. Pretendía limitar los poderes de la monarquía reforzando el papel de los Estados Generales. Enrique III intentó varias maniobras para contrarrestar el poder de la Liga: aceptó reunir los estados Generales (1576) pero sus concesiones a los católicos no impidieron que se atacara el centralismo monárquico y se defendiera una monarquía electiva. Tras los estados Generales, el rey Enrique III pasó a encabezar la Liga (en su condición de "Rey Cristianísimo) y a llevar a cabo una nueva guerra contra los hugonotes, que acabó con el edicto de Poitiers (1577), que restringía las concesiones a los protestantes. La prohibición de todas las ligas parecía abrir el camino hacia la tolerancia, pero las resistencias eran demasiado fuertes. Finalmente, intentó contrarrestar a los Guisa otorgando diferentes gobiernos provinciales a sus favoritos y configurar así su propio partido. La existencia de tres regímenes (protestante, católico y real) sumió a Francia en la anarquía, al tiempo que se agudizaba la crisis económica. En esta situación, la muerte en 1584 del menor de los Valois, Francisco de Alençon y de Anjou, planteaba abiertamente el problema de la sucesión, dado que la exclusión de las mujeres por la ley sálica convertía en heredero al hugonote Enrique de Navarra. Los Guisa reaccionaron inmediatamente, y con el apoyo financiero de Felipe II reconstruyeron la Liga católica sobre bases más amplias, ya que a los dos pilares anteriores (nobleza católica y clientela de los Guisa) se sumaron ahora las organizaciones urbanas que canalizaban el malestar popular. Bajo la presión de los Guisa, Enrique III revocó las concesiones hechas a los protestantes y anuló los derechos al trono de Enrique de Navarra. La posición de éste era difícil: no podía renunciar al apoyo hugonote, pero al mismo tiempo necesitaba atraerse a los católicos; jugó la carta patriótica: atacó a los Guisa por su alianza con España y, aprovechando su excomunión por Sixto V, denunció la intromisión papal en los asuntos franceses. Finalmente, tomó las armas con un limitado apoyo extranjero. La guerra de los tres Enriques (Enrique III, Enrique de Navarra y Enrique de Guisa, 1585-1588) tuvo su momento culminante en el Día de las Barricadas. Enrique III intentó hacerse con París y con los Guisa por medio de un golpe de fuerza, ocupando la capital, pero ante la sublevación de los parisinos el Rey se vio obligado a huir de la ciudad. En el verano siguiente tuvo que someterse a las exigencias de la Liga y de los Guisa, pero aprovechando la reunión de los Estados Generales en Blois mandó asesinar a sus rivales, Enrique, duque de Guisa y su hermano Luis. La reacción de París fue un levantamiento popular. La doctrina de la resistencia, elaborada inicialmente por los hugonotes, fue utilizada ahora por los católicos para oponerse al rey. Se produjo entonces un acercamiento entre el Rey y Enrique de Navarra. En París, un exaltado asesinó al monarca en agosto de 1589, pero antes de morir había reconocido como sucesor al de Navarra, con la condición de que se convirtiera al catolicismo. El jefe de los hugonotes, Enrique de Navarra, se convirtió así en rey de Francia con el nombre de Enrique IV. La Liga, por su parte, proclamaba rey al cardenal de Borbón, tío de Enrique de Navarra, con el título de Carlos X. 6. Enrique IV (Enrique de Navarra,, 1589-1610) y el edicto de tolerancia de Nantes (1598) Enrique de Borbón (Enrique el Grande o el Buen Rey), el primero de la Casa de Borbón en Francia, estaba dotado de una gran habilidad política, pero sus reiterados cambios de religión (había abjurado dos veces del catolicismo) creaban mucha desconfianza. Carecía además de dinero y se enfrentaba al poder de la Liga, dirigida por el superviviente de los Guisa Carlos, duque de Mayenne. Actuó con suma prudencia y en su declaración inicial, sin renunciar a su fe calvinista, prometió defender la fe católica y la independencia de la Iglesia francesa frente a la injerencia de Roma. La Liga, por su parte, padecía múltiples debilidades internas que acabarían por desintegrarla. Destacan su dependencia del apoyo español y su falta de respeto a la legitimidad monárquica, especialmente a la muerte del cardenal de Borbón. La defensa por Felipe II de la candidatura al trono de su hija Isabel Clara Eugenia, sobrina de Enrique III, despertó el orgullo nacional y chocó con la oposición de los Estados Generales y del Parlamento. Pero la principal debilidad de la Liga era su creciente división interna, al aumentar el radicalismo del sector urbano, que alejó a las clases medias de la Liga y las aproximó al rey. Enrique aprovechó para abjurar del calvinismo y la iglesia francesa permitió su coronación en Chartes. La guerra abierta contra Felipe II (1595-1598) contribuyó a reforzar el apoyo nacional al nuevo monarca, pero fue aprovechada por los hugonotes para presionar a favor de sus exigencias. El fin de la guerra y el Edicto de Nantes (1598). En 1598 Enrique IV buscó la paz tanto con España como con los hugonotes. Lo primero lo logró en Vervins; lo segundo con el edicto de Nantes, que suponía el triunfo del ideario de los políticos y el establecimiento de un marco de tolerancia para los calvinistas, aun reconociendo el catolicismo como la religión principal. Por su parte los calvinistas veían reconocida su
  • 7. libertad de conciencia y autorizado el culto público en una serie de localidades, y se les concedía el mantenimiento de dos plazas de seguridad con guarniciones propias, se les garantizaba la admisión a los cargos públicos y protección legal. Sin embargo, era el reconocimiento de una posición de inferioridad frente al auge del catolicismo, y no satisfizo a los más radicales de ambas confesiones. Además de restaurar la paz, Enrique IV restauró la autoridad monárquica y la economía francesa. Reorganizó el gobierno central, sustituyendo a los grandes nobles por hombres de su confianza; los gobernadores provinciales vieron limitados sus poderes por la presencia de comisarios. Los Estados Generales no volvieron a ser convocados, y los estados provinciales y los parlamentos fueron sometidos al poder central. No obstante, el poder de estas instituciones y de los nobles se mantuvo e incluso se reforzó por política de venta y transmisión hereditaria de los oficios. La vuelta a la paz favoreció la recuperación de la agricultura, la política mercantilista del gobierno estimuló las manufacturas y el comercio, al tiempo que se saneaba la hacienda estatal. Sin embargo las tensiones subsistían y la política belicosa de Enrique IV en contra de los Habsburgo y a favor de los protestantes alemanes provocó el malestar de los católicos más radicales. Uno de ellos asesinaba al rey el 14 de mayo de 1610, dejando como heredero a un niño, Luis XIII, bajo la tutela de María de Médicis, su segunda esposa. Tema 10 Inglaterra. Centralización política y Reforma La Guerra de las dos rosas fue sobre todo una lucha entre bandos nobiliarios, desapareciendo varias familias alto aristocráticas. No afecto al resto de grupos sociales y no hubo grandes destrucciones materiales ni afectaciones económicas para Inglaterra. Enrique VI Lancaster consigue mantener el poder, a pesar de continuos intentos de golpe de estado de los York. Pero finalmente es destronado, ocupando el trono Eduardo IV York (1461-1483). Continuan las rebeliones de los Lancaster, llegando a destronarlo por breve tiempo. Ricardo III York, su hermano (1483-1484) sucederá a Eduardo IV York estableciendo un régimen de terror para mantenerse, pero debe enfrentarse a otro candidato al trono: Enrique Tudor (pariente de los York y los Lancaster). A los pocos años, la rebelión de Enrique Tudor tiene éxito y destrona a Ricardo III. Enrique VII Tudor (1485-1509) sube al trono y no tendrá graves dificultades para restaurar el orden interno. A partir de fin XV con los Tudor, Inglaterra vuelve a ser una potencia europea. 1. La guerra de las dos Rosas (1455-1485) y la cuestión dinástica La Guerra de las dos Rosas fue una guerra civil que enfrentó intermitentemente a los miembros y partidarios de la Casa de Lancaster (roja) contra los de la Casa de York (blanca) entre 1455 y 1485 (30 años). Provocó la extinción de los Plantagenet y debilitó enormemente las filas de la nobleza, además de generar gran descontento social. Este período marcó el declive de la influencia inglesa en el continente europeo, el debilitamiento de los poderes feudales de los nobles y, en contrapartida, el aumento de influencia por parte de los comerciantes, y el crecimiento y fortalecimiento de una monarquía centralizada bajo los Tudor. Esta guerra señala el fin de la Edad Media inglesa y el comienzo del renacimiento. Cuando muere Enrique V, la regencia corresponde a su hermano Juan de Lancaster (o Plantagenet), duque de Bedford, hasta la mayoría de edad de su sobrino, el rey Enrique VI de Lancaster. Sin embargo, una lucha implacable enfrenta a las dos ramas de la familia Lancaster: los Beaufort (abanderados por Enrique, obispo de Winchester), y Humphrey, (duque de Gloucester, tío de Enrique VI). Al ocupar el trono en su mayoría de edad, Enrique VI se mostró inteligente y piadoso, pero débil y desequilibrado. Ello supuso la ruptura del precario equilibrio existente entre las dos facciones. Durante el gobierno de Enrique VI se perdieron virtualmente todas las posesiones inglesas en el continente, incluidas las tierras ganadas por Enrique V. Muchos consideraban a Enrique incapaz de gobernar. La legalidad de la corta línea de reyes Lancaster pasó a estar plagada de dudas, y la Casa de York fortaleció su pretensión sobre la corona. El creciente descontento civil, sumado a la multiplicación de nobles con ejércitos privados, y a la incapacidad y corrupción de la corte de Enrique VI, formaron el clima político ideal para la guerra civil, produciéndose levantamientos (Kent). Ricardo Plantagenet, duque de York, se consideraba heredero del trono por ser descendiente de Eduardo III. El nacimiento de un príncipe heredero (Eduardo) de Enrique VI y Margarita de Anjou, sobrina del rey de Francia, coincidió con la primera gran crisis de locura de Enrique VI. Ante la posibilidad de que el poder pasara a manos de la reina Margarita de Anjou, Ricardo de York decidió tomar el poder por la fuerza. Ricardo de York se hizo nombrar protector del reino y presidente del Consejo Real, y encerró a sus enemigos en la Torre de Londres. La recuperación de Enrique, en 1455, frustró las ambiciones de Ricardo, quien fue
  • 8. despedido rápidamente de la corte por la esposa del rey, Margarita de Anjou, quien se convirtió en la máxima figura de la Casa de Lancaster. Comienza la guerra civil y los lancasterianos sufrieron una primera derrota, que devolvió el poder a Ricardo. La reina Margarita de Anjou hizo aprobar por el Parlamento la proscripción de los principales partidarios de los York. La victoria de éstos en Northampton permitió a Ricardo de York reclamar no ya la regencia, sino el trono. Mediante el Acta de Acuerdo, 1460, se reconoció el derecho de los York, pero lo declaraba sucesor de Enrique, desheredando al príncipe Eduardo. Pero Ricardo murió en batalla, lo cual no impidió a su hijo Eduardo obtener una completa victoria en Towton sobre el ejército real y se hizo coronar con el nombre de Eduardo IV, 1461. La reina Margarita y su hijo Eduardo tuvieron que huir a Francia, tomando el control de su causa el duque de Warwick, mientras Enrique VI permanecía encerrado en la Torre de Londres. Enrique fue liberado y reinstaurado en el trono. Ante el despertar de los lancasterianos, Eduardo IV de York buscó refugio en los dominios de su cuñado, Carlos el Temerario de Borgoña, hasta que, con la ayuda de la Hansa y de Borgoña, volvió a Inglaterra y derrotó al duque de Warwick y a Eduardo, príncipe de Gales, que murió. La derrota de los partidarios de la rosa roja (Láncaster) fue total y abrió una época de terribles represalias. Casi con toda seguridad, una de sus primeras víctimas fue el cautivo Enrique VI, muerto en 1471. Quedó finalmente como regente Eduardo IV de York. La nueva dinastía no arraigó sólidamente, ya que a su muerte Eduardo IV dejó como herederos a dos niños de 12 y 10 años de edad, planteando un grave problema de la regencia. El nuevo regente, Ricardo, duque de Gloucester, hermano del difunto Eduardo IV, fue un siniestro personaje que conspiró para usurpar el trono. Acusó falsamente de bastardos a los hijos de su hermano y los encerró en la Torre de Londres, donde fueron asesinados. Posteriormente fue coronado rey con el nombre de Ricardo III en 1483. Su reinado fue breve, ya que los familiares de las víctimas, entre ellos el propio duque de Buckingham y los antiguos yorkistas, pusieron sus esperanzas en Enrique Tudor, heredero de los Lancaster, y cuyo futuro matrimonio con Isabel de York, hija de Eduardo IV, podía poner fin a la disputa familiar. Enrique Tudor, sostenido por Francia y por legitimistas de ambos bandos, desembarcó en Gales y derrotó a Ricardo III (fin de los Plantagenet) en 1485, iniciándose de pleno derecho la construcción de un Estado moderno. Enrique Tudor sucedió a Ricardo, convirtiéndose en Enrique VII, intentando cimentar la sucesión casándose con la heredera yorkista, Isabel de York, hija de Eduardo IV y sobrina de Ricardo III y matando a todos los demás. 2. Las reformas políticas de Enrique VII (1485-1509) Cambios institucionales A finales del siglo XV, la monarquía inglesa se estructuraba en torno a dos focos de poder: – el Consejo: las cabezas de estos cuatro departamentos: Tesorero (Exchequer), Canciller, Lord del Sello Privado y Secretario, solían ser los miembros más importantes. No era una institución como tal, y su composición, tamaño y funciones variaron de un rey a otro. Este sistema tenía dos grandes defectos: poca especialización de los funcionarios en los departamentos, salvo en el caso del Exchequer, y no había maquinaria que coordinase la actuación del gobierno; sólo el rey. El Exchequer, controla las finanzas, y una compleja secretaría dividida en tres despachos según los tres sellos: Gran Sello, Sello Privado y el Sello. Las instrucciones del rey pasaban por cada uno de los sellos, que las repartían a los respectivos departamentos. A finales del XV, este sistema había sido desplazado por otro de autentificación de documentos más moderno y menos formalizado: la firma manual del rey. El Exchequer y el Canciller, que negociaban con el Gran Sello, tuvieron despachos propios permanentes. El Exchequer tenía residencia propia en Westminster. El Sello Privado y el Sello viajaban con el rey. – la Casa Real: tenía su sede en Westminster, pero el rey no permanecía inmóvil sino que recorría todo el reino, por lo que durante varios meses se hallaba separado geográficamente de su Consejo, en cambio la Casa le acompañaba siempre. Los palacios reales se componían de dos grandes áreas separadas, que se unían en un gran vestíbulo. El vestíbulo y los servicios domésticos adyacentes, situados en la planta baja, formaban un área del palacio, mientras el estrado y el primer piso constituían el área privada del monarca. De la misma manera, la Casa Real constaba de dos departamentos: el Household, que agrupaba a los servidores de la planta baja, bajo las órdenes de un Mayordomo Mayor, y la Chamber, con los servidores del primer piso a cargo del Gran Chambelán. La importancia de Consejo y Corte dependen en cada reinado de cada rey. Al llegar Enrique VII por la fuerza, nunca permitió delegarlo. El Consejo fue grande, de papel consultivo y sus diferentes comisiones fueron los principales instrumentos ejecutivos de sugobierno. La Casa no varió demasiado. El inicio de sus reformas comenzó con la estructura del propio palacio, que resumiendo, se cambia el servicio personal de
  • 9. tipo feudal a uno de príncipe italiano. 3. Enrique VIII (1491-1547). Reforma y Empire Las cosas fueron muy diferentes durante el reinado de Enrique VIII. Famoso por haberse casado seis veces y por ejercer el poder más absoluto entre todos los monarcas ingleses, pronto estuvo claro que el Consejo y la Casa Real recobrarían su independencia y su protagonismo. A diferencia de su padre, Enrique VII, que favorecía las políticas pacíficas, durante todo su reinado destacó su inclinación bélica. Lo primero que cristalizó fue el papel del Consejo que consiguió mayor libertad e iniciativa debido al descuido del monarca para los negocios; además, su fracaso para actuar como coordinador del gobierno hizo emerger al cardenal Thomas Wolsey como ministro principal. Los asuntos de la Casa Real también fueron más fluidos y sus cambios no resultaron significativos hasta 1518, con la llegada de los “favoritos”. El armazón de la estructura política del reino quedó así establecido: – el poder de la Casa Real fue concentrado en manos de la Cámara Privada (Cámara Real), – el poder del Consejo estaba en manos del cardenal Wolsey; Hubo dos centros de poder concentrados en torno al monarca, que se vio sometido a su influencia y manipulación: los dos organismos quisieron dirigir la política e influir en la voluntad del monarca, por lo que sus luchas fueron continuas. Desde el principio de su gobierno, Enrique VIII estableció una separación entre los servidores de su padre y los suyos, ya que su idea de la monarquía no era compartida por los consejeros que heredó de su padre. En estas circunstancias surgió la figura de Thomas Wolsey, sobresaliendo por encima del resto de los consejeros reales. A partir de entonces, el control de la Corte por parte de Wolsey fue completo, aunque aun tuvo que vencer la voluntad de los jóvenes cortesanos en la voluntad real. Estos jóvenes, a los que les llamó los “favoritos”, fueron entrando paulatinamente en la Cámara Privada y cambiaron la imagen de la corte. El efecto no fue hacer una corte virtuosa, sino hacer de contrapeso al poder que ejercía Wolsey: mientras los favoritos estaban junto al rey y controlaban su Casa e influían en su voluntad, Wolsey dominaba el Consejo y la administración, y su mayor debilidad era la distancia que le separaba del monarca. En mayo de 1519, Wolsey maniobró para que los favoritos fueran despedidos de la corte, lo que dejó cuatro vacantes en la Cámara Privada que fueron ocupadas por personajes fieles a Wolsey. El modelo de gobierno impuesto por Wolsey se rompió en 1527 con la aparición de Ana Bolena (2ª) y el deseo del rey de divorciarse de Catalina de Aragón (1ª). Ana había recibido una educación enteramente francesa, en cuya corte residió buena parte de su juventud. En 1522 volvió a Inglaterra y, si bien la expulsión de los favoritos de la Corte fue un duro revés para sus aspiraciones al medro social, el deseo de Enrique VIII de tener un hijo, lo que era imposible con Catalina de Aragón, la iba a convertir en la nueva reina. En 1527, Enrique VIII manifestaba su intención de divorciarse. Este anuncio supuso la destrucción del sistema de Wolsey, ya que la Cámara y el Consejo se dividieron en facciones. Ana Bolena no sólo creó una facción, sino que introdujo una ideología, dado que ella era una convencida evangélica y una decidida protectora de la “nueva religión”. El efecto fue polarizar la corte, unos quisieron la reforma mientras que otros preferían mantenerse en la vieja fe. A partir de entonces, la política y la religión formaron parte de la facción. Con la aparición de las facciones, el estilo político de Enrique VIII maduró, el férreo control que Wolsey mantuvo sobre la Cámara Privada y sobre el Consejo se desmoronó. La división en la Cámara Privada fue aprovechada por Ana Bolena, que introdujo a su hermano y a su primo en dicha institución. La división llegó también al Consejo, donde Wolsey luchaba por su preeminencia, mientras el hermano de Ana y su padre eran partidarios de ella. La división del Consejo no era sólo por las personas, sino que cada uno de estos grupos llevaba una política: los dos grandes temas eran el divorcio y la continuidad de Wolsey como ministro. Dadas las complejidades diplomáticas que planteaba el caso del divorcio, Wolsey, temiendo el riesgo físico que correría si él mismo acordaba la nulidad, actuó lentamente frente a la petición real. Esta demora enojó al rey e hizo que Ana Bolena y sus amigos cortesanos lo consideraran un enemigo. No consiguió que Roma aceptase el divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. La crisis fue provocada por acontecimientos que Inglaterra no podía controlar. En 1529 los imperiales vencieron a los franceses en Italia y firmaban la paz de Cambrai (el emperador Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón, había hecho prisionero al papa Clemente VII). Esto acababa con cualquier esperanza de que el papa acordase el divorcio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, lo que hizo caer a Wolsey, ya que era lo que siempre había aspirado conseguir para mantenerse en el poder. Partidarios de Ana Bolena y de Catalina de Aragón se unieron contra él. Tras la caída de Wolsey, Enrique VIII determinó asumir el control directo del gobierno ayudado por una mezcla de adversarios y favoritos, lo que condujo a la confusión y la ineficacia. En estas circunstancias apareció Thomas Cromwell, de ideas evangélicas, que fue secretario de Estado y Primer Ministro. En 1529, desde el Parlamento, se había lanzado un ataque contra los abusos clericales que tocaban el bolsillo de las clases superiores, pero los intentos de reforma no tuvieron mucho éxito. El ataque fue retomado más tarde y la presión del Parlamento forzó el Acta de Sumisión del Clero y el Acta de Restricción de Annatas, que quitaban al clero la capacidad
  • 10. de resistirse al rey y cortaba al papa los ingresos que producían las rentas eclesiásticas, al mismo tiempo que rompía toda relación en el nombramiento de obispos y recursos a Roma. Thomas Cranmer, protegido de Ana Bolena, fue nombrado Arzobispo de Canterbury. El Parlamento gobernó a través del Acta de Restricción de Apelaciones, que permitió que el divorcio fuera sentenciado en Inglaterra sin posibilidad de recurrir a Roma. Entonces Cromwell se decidió a llevar a la práctica sus ideas: la creación de un reino autónomo que se bastara a sí mismo, un estado soberano que, aplicando el concepto de imperium, no reconociera autoridad superior. Este “imperio” podía ser representado por la legislación del rey en su parlamento, es decir, por las actas; liberaba así a las actas del parlamento de la limitación por la cual debían ser supeditadas a una ley reconocida universalmente (ley natural) y aseguraba que tenían jurisdicción sobre todas las causas y debían ser obedecidas. El Parlamento aprobó tres actas que produjeran la definitiva separación: a) Acta de Supremacía, mediante la cual el rey era nombrado “Jefe Supremo de la Iglesia inglesa” b) Acta que exigía a los adultos juramento de fidelidad al monarca. c) Acta que consideraba traidor a todo el que dijera que el rey era hereje o cismático. Aunque estas actas fueron juradas por la mayor parte de los dirigentes leales al monarca, hubo personajes que se negaron, siendo el caso más famoso el de Tomas Moro, que fue acusado de alta traición por no prestar el juramento antipapista frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana, oponerse al divorcio con la reina Catalina de Aragón, ni aceptar el Acta de Supremacía. Moro, un pensador y humanista que había sido Lord Canciller e importante detractor de la Reforma Protestante, fue sentenciado a muerte. La cuestión del divorcio quedaba pues resuelta: Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, disolvía el matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón al mismo tiempo que lo casaba con Ana Bolena. El vencedor aparente fue Cromwell, pero tenía que compartir el poder con una hábil e inteligente reina, y ambos tenían que hacer frente a la oposición conservadora. Todas estas trabas fueron rotas en 1536 a causa del nuevo matrimonio del rey, momento aprovechado por los conservadores. El instrumento fue Juana Seymour (3ª), totalmente distinta de Ana Bolena, aconsejada por los conservadores en la Cámara Privada sobre la conducta que debía seguir. El complot contra Ana Bolena parecía que iba a tener éxito, y enfrentó a Cromwell a su mayor desafío político; aunque Cromwell estaba muy ligado a la reina, había dos puntos principales de tensión entre ambos: el control del patronazgo y la dirección de la política exterior (Ana era pro-francesa y Cromwell favorable al emperador). Así, Cromwell estaba feliz del hundimiento de Ana, pero no permitió triunfar a los conservadores: Ana no sería destronada por el derecho canónico, sino acusada de adulterio, considerado una de las clases de traición al rey. Y por lo tanto, eran también condenados por traición los que la habían aconsejado. Así Cromwell no sólo se libraba de la reina, sino también de sus partidarios. Habiendo usado a los conservadores para destruir a Ana y a sus amigos, Cromwell volvió con sus antiguos aliados y acusó a los conservadores de querer restaurar en el trono a María Tudor (única hija superviviente de Enrique VIII y Catalina de Aragón), a quien se le dijo que, a menos que reconociera la disolución del matrimonio de su madre y su propia bastardía, sus amigos estarían perdidos. Ella capituló, con lo que la vida de la sección conservadora estaba salvada, pero su influencia quedó rota. Dos años después Cromwell imputó por traición a los más altos cargos del grupo conservador. En conclusión, Cromwell erradicó completamente la facción cortesana de Ana Bolena y diezmó la de los conservadores, asegurándose un dominio casi completo sobre la Casa Real y sobre el Gobierno. La revolución de Cromwell también produjo un dramático cambio social: mientras los hombres a los que Cromwell había anulado políticamente eran cortesanos de nacimiento, los que puso en su lugar habían hecho carrera como mercaderes, letrados o preceptores. En 1539 Cromwell asumió la presidencia de la Cámara Privada y en 1540 tomó el cargo de Lord Gran Chambelán, convirtiéndose en jefe del cuerpo de servidores del rey, lo que explica que, a la muerte de Juana Seymour, se metiera en el lío de buscar nueva esposa al monarca. Después de que varias princesas de familias importantes quedaron descartadas, el camino quedó abierto para la Casa de Cleves, una dinastía de segunda fila. Pero el proyecto salió mal ya que el rey no pudo disimular su desagrado al conocer a Ana de Cleves (4ª) e intentó echar marcha atrás, pero Cromwell le empujó, viendo las ventajas que le podría reportar la boda en su proyección exterior. La boda se celebró en 1540, pero el monarca no podía soportar a su nueva esposa, así que como responsable del matrimonio, Cromwell debía deshacerlo. Le hubiese resultado sencillo si no fuera porque Cromwell no controlaba completamente el otro centro de poder de los Tudor, el Consejo, en el que Cromwell tenía poderosos enemigos, que se unieron para defenderse del ministro, denunciando el matrimonio del rey con la Cleves de fiasco y acusando a Cromwell de herejía sacramentaria. Cromwell no pudo evitar el golpe y el rey lo mandó ejecutar. A partir de entonces, Enrique gobernó solo. A los 50 años se casó por quinta vez con Catalina Howard (5ª), que llevó una vida licenciosa en la corte, por lo que fue denunciada por Thomas Cranmer (arzobispo de Canterbury), siendo ejecutada en 1542. Desde el punto de vista institucional, el Consejo fue puesto sobre unas bases más formales. Se fusionaron todos los Grandes Oficios dentro de una única categoría de rangos, y se hizo de todos ellos miembros del
  • 11. Consejo Privado. Así, el Consejo se ennobleció y politizó. Por lo demás, la Cámara Privada permaneció como Cromwell la dejó, como terreno propio de sus seguidores más radicales. El principal de ellos fue Anthony Denny. Como resultado de todo esto, durante los últimos años del reinado había dos fuerzas contrapuestas: un revitalizado y conservador Consejo Privado y una radical Cámara Privada. Los conflictos entre la Casa y el Consejo habían sido endémicos, por lo que surgieron las conspiraciones, que se iniciaron en 1540. Cromwell había encarcelado por traición a una pareja de conservadores que, a la muerte de Cromwell, presionaron ante el rey para que revisara su caso. Todos los servidores de Cromwell se encontraron bajo investigación, y en 1541 algunos fueron arrestados y ejecutados por ser partidarios de Cromwell y luteranos. En 1543 el mismo Cranmer era acusado de herejía, pero el rey no hizo caso de la acusación; frustrado su plan, los conservadores golpearon muy cerca del rey, anunciando el hallazgo de un “nido de herejes” entre los miembros de menor importancia de la Casa Real, pero cuyo rastro conducía a la Cámara Privada. Pero en el momento en que este asunto salía a la luz, el rey sorprendió anunciando su nuevo matrimonio con Catalina Parr (6ª). Después de la celebración del matrimonio los miembros sospechosos de la Cámara Privada fueron perdonados, lo que hizo fracasar la reacción conservadora. En esta época la situación cortesana era favorable para quienes fueran jóvenes, pues la mayor parte estaban pensando en hacer carrera en el reinado siguiente. Hubo una excepción, Henry Howard, que pasó rápidamente del servicio en la casa del hijo bastardo del rey a la del propio Enrique VIII, donde discutía abiertamente con los jóvenes radicales defendiendo que, en caso de muerte del rey, el gobierno de la regencia debería estar compuesto por una élite de acuerdo con la antigüedad del linaje, mientras que los jóvenes radicales apoyaban un gobierno corporativo minoritario elegido por el rey. La fuerza con la que contaba cada facción era diferente. Los conservadores carecían de un patrón eficaz en la lucha política cortesana, mientras que la facción de los jóvenes radicales aparecía mucho mejor organizada: contaba con Edward Seymour (hermano de de Juana Seymour), conde de Hertford, y John Dudley, que se unieron a varios miembros de la Cámara Privada para alzarse con el poder; pero para ello debían superar el mayor obstáculo, la mayoría conservadora en el Consejo Privado. Aunque los jóvenes eran fuertes en la Cámara Privada, no la controlaban completamente. En 1546, sir William Herbert, hermanastro de Catalina Parr, pasó a ocupar un cargo relevante dentro de la Cámara, y sobre éste establecerían su poder los jóvenes, que decidieron pasar al ataque haciendo caer en desgracia al obispo Gardiner y arrestando a Howard. El príncipe Eduardo pasó a ser custodiado por Hertford y Dudley. Enrique VIII murió en enero de 1547. En el transcurso de la década posterior a su muerte sus tres hijos se sentaron sucesivamente en el trono de Inglaterra. En virtud de la Ley de Sucesión de 1544, la corona fue heredada por el único hijo varón, Eduardo, que se convirtió en Eduardo VI como primer monarca protestante de Inglaterra. Con sólo nueve años de edad, no podía ejercer por sí el poder, que recayó en un consejo de regencia formado por dieciséis miembros elegidos según el testamento de Enrique VIII. El consejo eligió a Edward Seymour, como lord protector del reino. En la eventualidad de que Eduardo no tuviera hijos, sería sucedido por la hija de Catalina de Aragón y Enrique VIII, María Tudor. Si ésta a su vez no tenía descendencia, la corona real la heredaría la hija de Ana Bolena, Isabel. Finalmente, si Isabel moría sin descendencia sería sucedida por los descendientes de María Estuardo, prima del rey Enrique VIII. 4. Eduardo VI y María Tudor: la ambivalencia confesional EDUARDO VI (se impuso el protestantismo) A la muerte de Enrique VIII le sucedió en el trono su hijo Eduardo, de 9 años; por eso tuvo que gobernar su tío Edward Seymour, duque de Somerset, y John Dudley, duque de Warwick, como regentes. En este periodo se intentó superar la fase cismática por programas de reforma netamente protestantes, tendiendo la iglesia anglicana a identificarse con las corrientes calvinistas. Es preciso distinguir dos etapas en este reinado: 1. 1547-1549: periodo de Edward Seymour, duque de Somerset como regente: siguió la política religiosa de Enrique VIII. Su política fue moderada, pero se vio obligado a dimitir ante determinados levantamientos sociales católicos. 2. (1549-1553): periodo de de John Dudley, duque de Warwick. La Reforma tomó nuevos rumbos, más radicales. Coincidió con el declive del catolicismo romano en Inglaterra. Se impuso una nueva liturgia sobre la comunión, el Parlamento votó la quema de imágenes y libros litúrgicos antiguos, así como la condena de los disidentes religiosos (católicos romanos, anabaptistas y heterodoxos). Consiguió desprestigiar al duque de Somerset hasta que logró que lo ejecutaran. Esta radical reforma se vio cortada por la muerte del rey a los 15 años de edad el 6 de julio de 1553. MARIA I TUDOR (se restauró el catolicismo) La sucesión recayó en su hermana María, hija de Catalina de Aragón. Aunque nada más entrar en Londres afirmó no tener intención de oprimir o forzar las conciencias de sus súbditos, resultaba clara la intención de
  • 12. la reina de implantar el catolicismo. Se derogaron las leyes dictadas en los reinados de Enrique VIII y Eduardo VI, si bien no se llevó a cabo ninguna persecución. Pero tras el matrimonio de María con Felipe II (1554) la imposición del catolicismo se realizó de manera intransigente: los altos cargos fueron ocupados por católicos y se persiguió con saña a los protestantes. Aunque Inglaterra era tan católica como antes de Enrique VIII, el régimen impuesto había destruido toda posibilidad de que Roma volviera a regir algún día la Iglesia de Inglaterra. El odio al catolicismo y el ascendiente de la Monarquía Hispánica se combinaron con la reacción contra la persecución para empujar a la sociedad inglesa a romper con su pasado inmediato. Murio en 1558. 5. El reinado de Isabel I (1558-1603): Anglicanismo y orden parlamentario. Isabel, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, subió al trono inglés a la muerte de su hermanastra María Tudor con 25 años. La situación estaba marcada por una crisis múltiple: religiosa, dinástica y bélica. Después del cisma religioso protagonizado por Enrique VIII, los reinados de sus hijos supusieron cambios radicales: en el reinado de Eduardo VI se impuso el protestantismo, mientras que en el de María se restauró el catolicismo, por lo que se dudaba de la política religiosa que seguiría la nueva reina. La situación dinástica tampoco era sencilla, Isabel era soltera y se planteaba como problema inmediato su matrimonio y sucesión. Además María, reina de Escocia, reclamaba el trono como descendiente de Enrique VII. La cuestión se complicaba con el enfrentamiento con Francia, dadas las estrechas relaciones entre Escocia y la corte francesa. Era difícil predecir que se iniciaba un largo y estable reinado. Esta estabilidad fue el resultado de la habilidad de la reina y del deseo de paz de la mayoría de la clase dirigente. Sólo una minoría de exaltados religiosos, tanto católicos como protestantes, se opondrían abiertamente a la política isabelina, caracterizada por el conservadurismo y el autoritarismo. La cuestión más urgente al inicio de su reinado era fijar la orientación religiosa del reino. Como no se consideraba conveniente el pluralismo religioso, debería proponerse un modelo de fe y de Iglesia que fuera aceptable para la mayoría de los ingleses. – Sentimiento mayoritario del pueblo inglés: estaba en la línea dogmática y eclesial fijada por Enrique VIII (mantenimiento del dogma católico pero separación de la Iglesia anglicana de la obediencia a Roma). – Postura de la reina: claramente protestante, por lo que el problema era cómo establecer el protestantismo sin provocar conflictos civiles graves. Anglicanismo En 1559 logró que el Parlamento, no sin la resistencia de los lores, aceptara las Actas de Supremacía y Uniformidad: Isabel era nombrada “gobernadora suprema” de la Iglesia de Inglaterra y debía ser expresamente reconocida como tal por todos los clérigos, oficiales reales y estudiantes universitarios. Era obligatorio asistir a misa los festivos, aunque fue más problemático fijar el marco litúrgico: Isabel era protestante moderada, pero se vio obligada a aceptar la postura litúrgica más radical de sus consejeros. No introdujo modificaciones en el modelo eclesial, que siguió siendo jerárquico y con obispos. Otro problema era el de la sucesión. El matrimonio de Isabel se convirtió en asunto de Estado y provocó grandes tensiones. Isabel consideraba que la decisión era prerrogativa regia y no debía estar sometida a la discusión parlamentaria. Temía perder poder, ya que si se casaba con un noble inglés las facciones rivales se sentirían agraviadas y si lo hacía con un príncipe extranjero vincularía la política inglesa a otra potencia. Su resistencia a designar sucesor se debía a la misma causa, ya que podría convertirse en un foco de tensiones cortesanas. Isabel gobernó de forma autoritaria ayudada por un consejo privado seleccionado por ella. El consejo proponía las líneas de acción política, pero era la Reina quien tenía la decisión final. La corte isabelina se caracterizó por un alto grado de consenso y bajo nivel de conflicto entre las facciones, tanto por la homogeneidad protestante de los cortesanos como por el deseo de evitar las tensiones del reinado de Enrique VIII. La estabilidad provino también de la continuidad en el control de los altos cargos por las mismas familias, a lo que contribuyó la separación entre la casa real y la Corte. El Parlamento, con sus dos cámaras (la de los Comunes y la de los Lores), era una pieza clave de la política inglesa. En época de Isabel I se consideraba que la soberanía residía en la unión del rey y el Parlamento. Los momentos de tensión de esta época se debieron al deseo del Parlamento de ser consultado sobre los temas importantes y por el celo con el que la reina defendía sus prerrogativas. Isabel distinguía entre materias de la commonwealth, que podían ser discutidas a propuesta de los parlamentarios, y materias de estado, que sólo podían tratarse con su aprobación (cuestiones religiosas, su matrimonio, su sucesión y la política exterior). Otra de las razones de intranquilidad se debió a la evolución de la política exterior. La principal amenaza a comienzos de su reinado se debió a los vínculos familiares entre Francia y Escocia, pero el mutuo temor a la hegemonía francesa aproximó inicialmente los intereses de Isabel y Felipe II. Su repugnancia ante la desobediencia contra la autoridad la hizo ser especialmente cauta en su apoyo a los rebeldes de los Países
  • 13. Bajos, a pesar de las simpatías confesionales de los ingleses. Pero finalmente su papel de defensora del protestantismo le sirvió de paraguas ante las críticas internas, siendo presentada como una heroica y virtuosa defensora de la verdadera fe frente al papismo. Esta exaltación final de Isabel contrasta con las críticas que recibió al modelo eclesial establecido a comienzos de su reinado. Los críticos fueron denominados “puritanos”, por querer purificar la iglesia de los residuos papistas. Puritanismo El puritanismo no debe ser considerado como una doctrina contraria al anglicanismo, sino un movimiento dentro de la iglesia anglicana que quería una piedad y una organización eclesiástica más acordes con las directrices calvinistas. Las pretensiones básicas eran depurar la liturgia para adaptarla al modelo reformado e incrementar la instrucción doctrinal y la disciplina moral en las parroquias. Los más radicales, los presbiterianos, querían además abolir el episcopado y el sistema jerárquico e instaurar una organización con participación de los laicos que partiera de las parroquias (presbiteros). El desafío puritano se manifestó en diversos episodios. El primero (1565) fue la querella sobre las vestimentas eclesiásticas, al negarse algunos clérigos a llevar vestiduras distintivas, pero la reina mantuvo la obligación de llevar al menos el sobrepelliz y persiguió a los disidentes. La ofensiva presbiteriana en el parlamento arreció entre los años setenta y ochenta. Los presbiterianos reclamaban mejores ministros para instruir al pueblo, una reforma de la liturgia sacramental y una reorganización de la Iglesia. La Reina no estaba dispuesta a aceptar modificaciones sobre lo establecido y se opuso a las reformas, llegando incluso a obligar a retirarse al arzobispo de Canterbury; su sucesor, el arzobispo Whitgift, llevó a cabo una campaña obligando a los clérigos a manifestar su conformidad con el sistema religioso establecido. Las duras críticas a los obispos hicieron decaer las simpatías puritanas de las élites, al tiempo que se incrementaba la propaganda a favor de la iglesia oficial. Católicos El paso de un estado católico a uno protestante llevado a cabo por Isabel atravesó por algunos momentos difíciles. En los primeros años de su reinado la mayoría era católica, y muchos clérigos de esta confesión siguieron ejerciendo su ministerio bajo el amparo de los nobles conservadores. Fueron pocos los recusantes que se negaron a aceptar el Cata de Supremacía y a acudir a la iglesia anglicana, y en cualquier caso la reina no tuvo intención de perseguirlos, confiando en que el tiempo acabaría disolviendo los residuos del catolicismo. Un paso importante en el proceso fue la sustitución de los obispos católicos por los protestantes, lo que acabaría con el clero católico en Inglaterra. Para paliar esta carencia católica, se creó el seminario de Douai en los Países Bajos españoles, destinado a mantener la fe entre los ingleses. Otro desafío peligroso fue la presencia en Inglaterra de la reina de Escocia, María Estuardo, que había sido obligada a abandonar el trono. En torno a ella se van a centrar una serie de conspiraciones que aúnan las esperanzas de restauración del catolicismo con un cambio dinástico. En 1569 se produjo la rebelión de los señores del norte, encabezada por el duque de Norfolk, en la que participaron diversas facciones cortesanas descontentas; pero el plan fue descubierto y los conspiradores arrestados, pero los señores católicos se sublevaron en sus dominios del norte en defensa del catolicismo. La rebelión fue sofocada y sus cabecillas se refugiaron en Escocia. La tensión religiosa aumentó a raíz de la excomunión de la reina Isabel por Pío V en 1570; el papa la deponía del trono por hereje y ordenaba a los católicos a negarle obediencia. La Cámara de los Comunes quiso endurecer las penas contra los recusantes, pero la reina se negó, aceptando solo que se condenara como traidores a los que la tacharan de hereje, negaran su derecho al trono o tuvieran en su poder la bula papal o cualquier objeto de devoción católico, como el rosario. Es decir, la bula de excomunión empeoró la situación de los católicos ingleses, sin lograr el objetivo de promover una revolución contra la Reina. Sí se produjo un nuevo intento de restauración del catolicismo en el que estaban implicados Norfolk y María Estuardo, que fueron ejecutado y encarcelada, respectivamente. El efecto de los predicadores de Douai se dejó sentir, con un aumento de los recusantes. La actuación de los misioneros se vio dificultada por la presión política y militar de los líderes católicos, Felipe II y el Papa, en contra de Isabel. El Parlamento quiso acabar con los recusantes, pero una vez más Isabel orientó las medidas al ámbito político: se condenaría por traición a quien convirtiera a alguien al catolicismo, si éste negaba la obediencia a la Reina, y se endurecieron las penas contra los que no acudieran a las iglesias anglicanas. En la práctica sólo se podía ser católico de forma oculta y practicando exteriormente el anglicanismo. Las conspiraciones católicas continuaron tejiéndose en torno a María Estuardo y contando con el apoyo español, hasta que en 1587 Isabel tuvo que aceptar la ejecución de la reina de Escocia. Su desaparición, junto con el fracaso de la Armada Invencible (armada de Felipe II), hizo disminuir la presión católica, perdurando sólo lo que se conoce como “catolicismo señorial”. Los últimos años del reinado de Isabel I se caracterizaron por la lucha de las facciones de la corte, la oposición del parlamento y el malestar económico del reino (crecimiento demográfico + malas cosechas, desempleo, pobres y vagabundos). Se creó la Ley de Pobres, que sacaría sus fondos de una tasa obligatoria establecida con carácter general. El Parlamento desarrolló una política contraria a los monopolios
  • 14. comerciales con que la Reina favorecía a sus servidores, lo que la obligó a cancelar la mayoría de las concesiones. El problema mayor fue la lucha entre facciones, que culminaría con la rebelión de Essex en 1601. El conde de Essex se convirtió en el favorito de la reina en un momento de vacío político por la muerte de los dirigentes más ancianos. Essex quiso convertirse en cabeza indiscutible de la Corte, era partidario de una activa política en contra de España y participó en expediciones militares en Francia y en el asalto de Cádiz. Fue nombrado lugarteniente de Irlanda, pero el miedo a que su alejamiento de la corte favoreciera a sus rivales se presentó de improviso ante la reina, lo que le hizo caer en desgracia y perder sus concesiones comerciales. Agobiado por las deudas y ávido de poder, preparó un levantamiento para hacerse con la Corte, pero su complot fue descubierto; Essex fue ejecutado; su principal rival, Rober Cecil, logró entonces el control casi absoluto de la Corte. Isabel murió el 24 de marzo de 1603; le sucedió Jacobo, hijo de María de Escocia. 6. Economía y sociedad en la Inglaterra de la temprana Edad Moderna Progresos económicos Gracias a la paz, Inglaterra realizó notables progresos económicos. El reino seguía estando poco poblado (4.000.000 de hab.), pero el desarrollo de la industria y el comercio desempeñó un papel estimulante. El auge de la pañería y de la demanda de lana fue responsable de la aparición de un fenómeno que iba a tener gran importancia en la historia inglesa: el de las enclosures (cercados). Los propietarios rodeaban sus tierras de cercas para dedicarlas al pasto para criar ovejas. El período isabelino se caracterizó por un notable auge económico del país. El enorme botín conseguido entonces gracias a la actividad pirática enriqueció a un pequeño número de empresarios y capitalistas, así como a los capitanes corsarios, pero estimuló la economía de todo el país, contribuyendo a una amplia difusión de la prosperidad. En cambio, después de 1593, la reacción de España, que disminuyó mucho las ganancias del corso, las tasas de guerra, las malas cosechas en cadena y la peste, se conjugaron para provocar una coyuntura adversa que se prolongó hasta la muerte de la reina. Pero el balance del reinado siguió siendo, en materia económica, ampliamente positivo. La Inglaterra isabelina seguía siendo, en lo esencial, un país rural, lo que no es sorprendente, pero las ciudades se desarrollaban y el crecimiento de Londres aparece como un fenómeno extraordinario. Esta época contempla una notable expansión de industrias, que, dispersas a través de los campos, no van más allá de las necesidades locales. Una nueva sociedad Desde el fin de la guerra de las Dos Rosas, la monarquía inglesa se había convertido en la mayor propietaria del reino gracias a las confiscaciones y a las tierras sin herederos a causa de la extinción de numerosas familias. Sus dominios crecieron desmesuradamente a causa de la confiscación de los bienes de los monasterios. Enrique VIII vendió o regaló aproximadamente los dos tercios de las tierras así recuperadas. Creó, pues, una nueva aristocracia, de alguna forma deudora suya y que le debía su elevación, pues, abstracción hecha de los simples regalos, las condiciones de venta fueron excepcionalmente ventajosas. Así se engrandecen las nuevas familias que van a componer la aristocracia Tudor, prolongada en muchos casos bajo los Estuardo. Los grandes señores del Norte, que habían seguido siendo católicos, desataron a su vez numerosas sublevaciones. La nueva aristocracia, mucho menos enraizada en la historia, y cuyas relaciones afectivas con el campesinado son débiles, depende mucho más del favor real y de los cargos públicos. No rechaza tampoco las empresas especulativas. Sin embargo, esta época favorece el ascenso de la gentry (caballeros, y, sobre todo, escuderos o squires y gentilhombres), nobleza rural que aprovecha la adquisición a buen precio de las tierras monásticas, las transformaciones de la economía agraria y que, a veces, tiene intereses en la industria textil o en el comercio de largo alcance. La orientación de la agricultura hacia la cría de ganado lanar para satisfacer la creciente demanda de lana, el auge de la industria textil rural, que escapa de los reglamentos de las corporaciones; la destrucción de los monasterios y de algunas de sus fundaciones de asistencia crean ciertas tensiones sociales después de 1530. Los artesanos de las ciudades, muy organizados en guildas o corporaciones, ven limitados sus beneficios por la competencia de las industrias rurales o de las compañías de monopolio. Un cierto número de campesinos es despojado de sus tierras a pesar del esfuerzo del gobierno para garantizar la seguridad, y los jornaleros de algunos condados de los Midlands pierden su trabajo a causa del movimiento, aún limitado, de las enclosures, precisamente en el momento en que los pobres pierden la ayuda de los conventos. No es, pues, extraño que estallen algunas revueltas, en las que a veces se mezclan motivos religiosos o políticos. El Estado intentó resolver estos problemas promulgando las primeras leyes de los pobres. A finales del s. XVI, Inglaterra conoce un verdadero auge urbano, cuyo principal protagonista fue Londres. Pero también se desarrollaron notablemente otras ciudades, como Bristol, York o Norwich. Además, determinado número de pueblos comenzaban a convertirse en pequeños centros industriales cuya población aumentaba y que se debatían entre los
  • 15. problemas de una primera revolución industria En las ciudades que tenían estatuto de villa el creciente poder de los comerciantes les permitió adueñarse de los consejos municipales, cuyas atribuciones eran considerables, ya que se situaban por encima de todos los funcionarios reales. Los aldermen o mayors se reclutaban casi únicamente entre estos comerciantes, entre los hombres de leyes y los terratenientes, excluyendo a los artesanos y trabajadores. Se produce por tanto en algunos sectores de la sociedad un gran enriqueciemto: donde se afirma el gusto por el lujo y los deseos de disfrutar, y que abarca también las diversiones. Esto conoce, sin embargo, la oposición de la pasión puritana de las clases trabajadoras de la nación: yeomen, artesanos, pequeños comerciantes, que predican el temor de Dios y la ascesis. Ahí se encuentra, sin duda, un poderoso germen de división para el futuro. Pero los progresos del país y su enriquecimiento desarrollaron también en Inglaterra una orgullosa conciencia del poder nacional. Después del desastre de la Armada Invencible se empezó a soñar con el hundimiento de España y el advenimiento de su país al “leadership” mundial. En este sentido, el puritanismo fue un incentivo más: concibió la predestinación en un plan nacional. Tema 11 Otros estados europeos. 1. El imperio comercial y la crisis dinástica de Portugal. Portugal pasó a ser, hasta al menos 1530, el primer imperio de dimensiones planetarias, basado en una importante fuerza naval, que le proporcionó una potencia económica incluso superior a la de España y hasta 1550 a la de Inglaterra. Desde la segunda mitad del siglo XVI decayó, en gran parte por la aparición de competidores y la limitación que para el desarrollo de sus actividades militares, comerciales e industriales supuso disponer de escasos efectivos poblacionales. Portugal había escapado al régimen feudal, lo que permitió que el Estado se hiciera con todo el poder y el rey ejerciera la justicia suprema. Como gran propietario, pagaba los servicios militares de sus propietarios nobles, los fidalgos. De este modo, la autoridad real fue más precoz que en otros lugares de Europa. Asimismo se desarrolló una marcada conciencia nacional a raíz de las luchas contra los moros, la conciencia de su propia lengua y la victoria en Aljubarrota sobre Castilla en 1385. Desde este momento arrancó la dinastía Avís, que se mantendría hasta 1580 pero que alcanzó ya en su inicio un gran desarrollo y poder, especialmente con Juan I (1385-1433) y Juan II (1481- 1495). Este poder se apoyó, además, en un fisco productivo en forma de sises, impuestos indirectos sobre todas las ventas y las compras. El Portugal del siglo XV era un pueblo de campesinos, marinos y soldados donde el déficit de cereales obligó a dirigir la mirada hacia el mar. Las empresas africanas portuguesas eran necesarias debido a la carencia de oro que sufría el reino; además, la insuficiencia monetaria y el aumento demográfico obligaban a la puesta en cultivo de nuevas tierras con las que satisfacer la demanda cerealista en el inmediato continente africano, de donde se podía obtener, además, la mano de obra esclava necesaria. El incremento de recursos pesqueros y la obtención de productos más o menos exóticos se sumaban a las razones anteriores para explicar estas empresas. El verdadero organizador e inspirador de los grandes descubrimientos lusitanos del s.XV fue el infante Enrique el Navegante (1394-1460). Fases: – Inicio de la expansión lusitana, puede fijarse en la conquista de Ceuta (1415), lo que aseguraba la presencia portuguesa en el Magreb, incrementaba las tierras para uso agrícola y permitía el acceso a los mercados áureos del norte de África. – Desde aquí, las expediciones lusitanas, investidas con el espíritu de la Cruzada, continuaron no sólo bordeando la costa africana hasta el Cabo Bojador (1434), sino estableciéndose en las islas atlánticas de la Madera (1420) y de los Azores (1437). El descubrimiento de “la Volta”, que permitía regresar a Portugal aprovechando el régimen de los alisios, permitió continuar más allá del Cabo Bojador y llegar hasta el Golfo de Guinea y Cabo Verde (1444), donde terminaría la segunda etapa de la expansión lusitana, cuyo logro más notable fue el establecimiento de la factoría de Arguín, enclave estratégico que permitiría a los portugueses entrar en contacto con los circuitos caravaneros que los relacionarían con Tombuctú, importante núcleo mercantil islámico. – La tercera etapa llevaría la expansión africana desde Cabo Verde hasta el cabo de Santa Catalina (1475) en una serie de avances irregulares con frecuentes periodos de detención. En 1470 llegaron a la Costa de Oro (Ghana) donde levantaron la fortaleza de La Mina, emporio mercantil del oro que afluía de todo su entorno. En esta etapa se descubrieron también las islas de Santo Tomé, Anno Bom, San Antonio o del Príncipe y Fernando Poo. La culminación del horizonte africano habría de esperar a la finalización del enfrentamiento bélico entre Castilla y Portugal debido a la guerra de sucesión a la corona de Castilla. Sólo tras la conclusión del Tratado
  • 16. de las Alcaçobas (1479) se reanudarían las expediciones que llevarían a los portugueses al océano Índico (1499). El primer hito de esta etapa se debe a Diogo Cao, que en viajes sucesivos entraría en contacto con el Imperio congolés y alcanzaría lo que actualmente es Ciudad del Cabo. El descubrimiento del paso hacia Oriente se debe a la expedición de Bartolomé Dias, que cruzó en 1487 el Cabo Tormentario; el camino hacia las Indias estaba expedito, pero pasarían aun ocho años hasta que la expedición de Vasco de Gama utilizara esa ruta. En 1498 Vasco de Gama alcanzó Calcuta. La rapidez con la que se llevó a cabo el descubrimiento del Océano Índico se debió a que aprovecharon las aportaciones de otras culturas, como pilotos árabes, guyeratos y malayos. El segundo viaje de Vasco de Gama tuvo como fin la conquista y organización de los territorios alcanzados, la construcción de factorías en la costa oriental de África (Sofola y Mozambique) y el control sobre las poblaciones rebeldes. En 1511, Alburquerque tomó Malaca, primera plaza del comercio del Índico y llegó a las Malucas, una zona con gran producción de especias. Al tiempo de alcanzarse la India, Cabral descubrió Brasil en 1500. En este caso, los portugueses necesitarán medio siglo para la exploración del continente americano y sus límites y convertir Brasil en la única colonia verdadera de población portuguesa. El imperio portugués fue eminentemente comercial. Al apropiarse de la ruta de las Indias dominaron las importaciones hacia Europa de productos como la seda, las piedras preciosas y sobre todo de las especias asiáticas. A cambio llevaron los productos manufacturados europeos, como armas y objetos de oro y plata. Además, reemplazaron a los árabes como intermediarios en la India. El hecho de que el rey de Portugal se convirtiera en el mayor capitalista de su imperio supuso la creación de factorías del Estado, las más importantes en Cochín, Kulam, Cannanore, Calicut, Calita y Mondadore. La construcción de importantes factorías especieras respondía a los inconvenientes derivados de la navegación desde Portugal, se trataba de desarrollar un mercado intermedio que acercase las especias al comprador occidental. En la segunda mitad del s. XVI los portugueses incrementarían notablemente las rutas comerciales en la zona, dando prioridad a la del golfo Pérsico sobre la del Mar Rojo. Estos beneficios explican bastante satisfactoriamente el apogeo portugués, que corresponde a los reinados de Manuel I el Afortunado (1495 – 1521) y de Juan III (1521 – 1557). Es la gran época del Estado portugués moderno, “imperial, mercantilista y emprendedor”. El soberano puede dedicarse al mecenazgo, actividad de la que procede la expresión “estilo manuelino”, aplicada a numerosos monumentos de Lisboa de esta época. El enfrentamiento entre las coronas española y portuguesa por la presencia de ambas en el Maluco alcanzó su punto álgido cuando una expedición lusa se estableció en la isla de Ternate, desalojando a los españoles. Compromisarios de ambos reinos se reunieron en Vitoria y en 1524 una comisión de expertos dictaminó acerca de la delimitación de territorios de España y Portugal en la Especiería. Esto no evitó diversos enfrentamientos entre las flotas de ambos países hasta que en 1529 Carlos I concertara una paz pública de una guerra secreta, cediendo los derechos españoles a Portugal a cambio de una compensación monetaria. En la segunda mitad del siglo XVI Portugal detentaría con relativa tranquilidad su posesión de la Especiería, pero tras su inclusión en la Monarquía Hispánica de Felipe II los holandeses decidieron desmantelar el monopolio especiero de Portugal, objetivo que lograrían en los primeros años del s. XVII. La crisis dinástica fue provocada por la muerte de Juan III, sin dejar ningún hijo vivo. Los matrimonios de diversas princesas con castellanos, aragoneses y, viceversa, fueron consecuencia de la anexión de Portugal por parte de Felipe II de España tras la prematura muerte del heredero de Juan, su nieto Sebastián, seguida de la muerte de su tío-abuelo el cardenal Enrique I, heredero de Sebastián. Sebastián era sobrino de Felipe II, su madre Juana de Austria era hermana de Felipe e hija de Carlos I. 2. El Acta de Abjuración y la génesis de la república holandesa El Acta de abjuración del 26 de julio de 1581 es la declaración de independencia formal de las provincias del norte de los Países Bajos de su obediencia al rey Felipe II. Tras el estallido de la rebelión de los Países Bajos en 1564 y el inicio de la guerra de los Ochenta Años, el Acta de abjuración representa el punto de no retorno en la rebelión, tras el cual ya no hay acuerdo posible entre los rebeldes holandeses y la corona española. La Guerra de los Ochenta años o Guerra de Flandes fue una guerra que enfrentó a las 17 Provincias de los Países Bajos contra su soberano, el rey de España, con el fin de conseguir la independencia. La rebelión contra el monarca hispánico comenzó en 1568 y finalizó en 1648 con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas, hoy conocidas como Países Bajos. Las provincias de Brabante, Güeldres, Zutphen, Holanda, Zelanda, Frisia, Malinas y Utrech, anularon en los Estados Generales de los Países Bajos, su vinculación con el Rey de España Felipe II, mediante esta Acta, y eligieron como soberano a Francisco de Anjou. La asamblea determinó que el rey debía servir a sus súbditos y respetar sus leyes y tradiciones, y en caso contrario, el pueblo tenía derecho a elegir a otro gobernante. Pero Felipe II no renunció a esos territorios, y el gobernador de los Países Bajos Alejandro Farnesio, inició la contraofensiva y recuperó a la obediencia del rey de España Felipe II de gran parte del territorio, especialmente tras el asedio de Amberes,
  • 17. pero parte de ellos se volvieron a perder tras la campaña de Mauricio de Nassau. Antes de la muerte del Rey de España, el territorio de los Países Bajos, en teoría las diecisiete provincias, no pasó a su hijo Felipe III, sino conjuntamente a su hija Isabel Clara Eugenia y su yerno el archiduque Alberto de Austria por el Acta de Cesión de 6 de mayo de 1598. Los tratados de paz con Francia (1598) y con Inglaterra (1604) y el agotamiento por la guerra llevaron al establecimiento de la tregua de los doce años (1609-1621), que se firmó en Amberes entre la Monarquía de Felipe III, los archiduques y la República holandesa, que supuso un significativo paréntesis en la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), proceso de separación de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos entre las que se mantuvieron leales a la Casa de Austria y las que acabaron articulando su independencia en un régimen confederal y republicano. En 1621, murió el archiduque Alberto sin haber tenido descendencia, y por el Acta de Cesión de 1598, la pretendida soberanía sobre las 17 provincias (de hecho la parte sur solamente), pasó al rey de España y sobrino de Isabel Clara Eugenia, Felipe IV, lo que coincidió con el final de la tregua, y el comienzo de la Guerra de los Treinta Años. Finalmente, tras una guerra infructuosa, el 30 de enero de 1648, en el tratado de Münster, España reconoció la total independencia de la República de las Provincias Unidas y el Rey eliminó de su intitulación Conde de Holanda, Zelanda y Zutphen, Señor de Frisia y de las ciudades, pueblos y tierras de Utrech, Overijssel y Groninga. Con este acto España reconocía definitivamente la extinción de las Diecisiete Provincias. 3. Las monarquías nórdicas: El fin de la Unión de Kalmar y la reforma. Hasta comienzos del s. XVI, las coronas de Dinamarca, Noruega y Suecia formaban la Unión de Kalmar, aunque cada país tenía plena autonomía. Esta unión terminó violentamente en 1521. El reino nórdico no llegó a consolidarse, debido al recelo de la aristocracia sueca hacia Dinamarca, que ejercía de potencia dominante dentro de la Unión. Tras varias revueltas de los suecos (en 1444-1446, en 1464 y la definitiva revuelta de 1521), la Unión se disolvió en 1523, con la elección de Gustavo Vasa como rey de Suecia. Dinamarca y Noruega, por su parte, permanecieron unidas hasta 1814. El rey Cristián II pretendió romper las condiciones de Kalmar, lo que provocó una sublevación general y el fin de la unión. A partir de este momento se sucede una etapa de inestabilidad. Es elegido rey de Dinamarca Federico I en 1523. Al año siguiente fue reconocido por Noruega, pero, a su muerte, el rey destronado Cristián II y el hijo de Federico, Cristián III, se disputarán el trono danés. En 1537 fue coronado Cristián III que murió en 1559. Le sucedió Federico II. Durante este tiempo, Dinamarca conoció un notable desarrollo. Como en Polonia, la monarquía y la nobleza constituían las grandes fuerzas del país, especialmente tras la Reforma. El triunfo del luteranismo a partir de 1536 permitió el reparto de las tierras de la Iglesia, en torno al tercio del total, entre el rey y los nobles. Pero a diferencia de Polonia, la corona danesa disponía de muchos más recursos económicos lo que le daba un mayor poder. La nobleza formaba una sociedad cerrada. Monopolizaba los cargos administrativos y utilizaba su hegemónica posición para someter al campesino, que vio gravemente deteriorada su condición jurídica y su situación económica con nuevas y pesadas cargas, aunque no llegó al extremo de su homónimo polaco. La pequeña nobleza vivía al amparo de este sistema, que no dudaba en apoyar y defender, mientras que los burgueses permanecerán al margen del mismo hasta mediados del s. XVII. Dinamarca y especialmente su monarquía contarán con otro recurso económico excepcional: el peaje del Sund, que proporcionará ingresos cuantiosos. Todo ello permite a la monarquía disponer de un potencial excepcional que utilizará en crear una administración central y su funcionariado, en organizar la navegación creando un código marítimo y en engrandecer sus ciudades. Federico II pudo con sus barones controlar Noruega, cuya autonomía fue respetada. Noruega, diezmada por la peste negra y desprovista de nobleza, era un pueblo de marinos, pescadores y habitantes de los bosques sin pretensiones marítimas. En 1593, cuando Cristián IV empieza su reinado, Dinamarca se ha convertido en la primera potencia del norte. El auge del comercio por el Báltico permitió que el peaje del Sund proporcionara los dos tercios de los ingresos del Estado, y dio al monarca un extraordinario potencial. Suecia había protagonizado varias revueltas con el propósito de romper la Unión de Kalmar. De los tres socios, los suecos nunca se habían sentido identificados con la unión. La torpe política de Cristián II favoreció sus propósitos de romper con un statu quo con el que nunca habían estado de acuerdo. Independencia de Suecia En 1523, la Dieta de Sneugnäss reconoció rey de Suecia a Gustavo I Vasa, uno de los responsables de la sublevación de Dalecarlia, aunque no pudo consolidarse en el poder hasta 1527. Durante unos años debió hacer frente a los partidarios de Cristián II y a otra serie de rebeliones protagonizadas por la aristocracia, el campesinado y el clero. Sólo después de 1532 pudo desarrollar su plan de gobierno. Creó una administración central mientras hacía sentir la presencia real en las provincias a través de representantes, con frecuencia burgueses, enviados desde la corte. Impulsó la Reforma protestante, que le permitió quedarse con las tierras de la Iglesia aproximadamente el 20 % del total, y con ellas gozar de unos recursos que le garantizaban un
  • 18. poder real fuerte. Durante el s. XVI Suecia experimentó un notable crecimiento económico y una presencia cada vez mayor en el comercio exterior con la exportación de hierro, cobre, mantequilla y pieles. Sin embargo, su desmedida presencia exterior y sus debilidades internas le impidieron desempeñar un papel importante en la región hasta el s. XVII. Los descendientes de Gustavo Vasa practicaron una política exterior ambiciosa que hipotecaron durante años el futuro de la monarquía y de la propia Suecia. Erik XIV se enfrentó a Dinamarca y Polonia en la llamada guerra de los Siete Años (1563 – 1570). Fue destronado por la nobleza, que nombró en su lugar a su hermano Juan, duque de Finlandia, que reinó como Juan III. El nuevo rey tuvo que recompensar a la nobleza confirmándole sus privilegios y liquidar la política de su hermano. En el interior, los avances de la Contrarreforma apoyada por Juan III provocaron la división del país a favor del monarca o de su hermano Carlos, quien acabó venciendo. Primero se enfrentó a su rey y más tarde a su sobrino Segismundo, que por entonces era rey de Polonia. Se proclamó regente en 1595 y rey en 1600. 4. La dinastía de los Jagellón (1444-1572): orden estamental e identidad religiosa en Polonia y el Gran Ducado de Lituania. Desde fines del s. XIV, tras la extinción de la dinastía nativa, la familia de los Jagellones, que eran duques de Lituania, ocuparán el trono polaco hasta 1572. Se puede fijar el inicio de la Edad Moderna en Polonia en 1492, con la muerte de Casimiro IV (1444-1492), que había conseguido reducir el poder de la Orden Teutónica y encontrar una salida al Báltico. Previa elección, le sucedieron sus hijos Alberto y Alejandro, Segismundo, hijo de Alejandro, y Segismundo II Augusto (1548-1572), hijo de Segismundo, con el que se extinguió la dinastía de los Jagellones. Los polacos buscaron un sucesor, que, después de numerosas intrigas, encontraron en Enrique de Anjou. Pero éste apenas había aceptado y tomado posesión del trono cuando lo abandonó por el de París. De nuevo se abría paso un interregno, pero ahora fue elegido Esteban Bathory (1576 – 1586). Polonia, Lituania y las tierras de la Orden Teutónica, que se extendían entre Polonia y el Báltico, apenas tenía otro lazo en común que la monarquía. Por el contrario, sus diferencias eran notables y se extendían al mundo de la cultura e, incluso, de algo tan importante para la época como la religión. – Polonia era cristiano – romana, tenía universidades y el latín era manejado por las gentes cultas. – Lituania era ortodoxa, sin apenas influencia occidental y con una presencia urbana mínima. – Los caballeros teutónicos eran germanos. En 1525, Alberto de Hohenzollern – Anspach, su gran maestre desde 1510, abrazó el luteranismo pero mantuvo su fidelidad al rey polaco, que era católico. Con la conversión al protestantismo del gran maestre, desapareció la vieja orden militar teutónica y emergió Prusia, que iba a tener un enorme protagonismo en la historia de Europa. Con la fidelidad como único nexo, los dominios de la monarquía polaca eran impresionantes. Semejante territorio carecía de las condiciones necesarias para jugar en la Europa del s. XVI el papel que cabría atribuirle por su extensión. Con una débil presencia urbana y una insignificante burguesía, la sociedad polaca estaba dominada por una abrumadora presencia de la nobleza. El carácter electivo de la monarquía y el peso de la aristocracia, que utilizó los interregnos para incrementar sus prerrogativas políticas a costa de las del príncipe, debilitaron el poder real hasta convertir al monarca en una mera figura decorativa. Por eso, algunos historiadores han definido a Polonia como república aristocrática. Otros, más prudentes, hablan de equilibrio entre la monarquía y la nobleza durante el reinado de los Jagellones, para después hablar ya sin reparos de anarquía nobiliar. Limitada política y económicamente, el poder y la autoridad de la monarquía dependía del prestigio de sus titulares, como ocurrió con los Jagellones, quienes pudieron hacer frente con relativo éxito a los desafíos exteriores representados por los rusos y turcos, y fijar el rumbo de los destinos de la Europa oriental. Pero todo fue un espejismo. Sustentada sobre el caprichoso argumento de la personalidad, una vez que desaparecieron los Jagellones emergió en toda su intensidad la debilidad constitutiva de la monarquía. Los nuevos monarcas fueron incapaces de frenar el progresivo desmembramiento de sus dominios a manos de sus poderosos vecinos. La dinastía de los Jagellones conoció su máximo esplendor a la muerte de Casimiro [IV], cuando dos de sus hijos ocuparon los tronos magiar y polaco. En 1501, por la Unión Perpetua, cada territorio mantendrá su peculiaridad político – administrativa independiente. Los acuerdos hacían muy difícil sumar las fuerzas de los dos territorios en un objetivo común. Pero éste no era el único aspecto, ni el más importante, que limitaba el potencial de la monarquía. Todo el aparato institucional estaba monopolizado por la nobleza. El monarca contaba en un principio con un consejo formado por los principales cargos –canciller, tesorero, mariscal— y por los más importantes de los grandes señores. Este consejo dio paso al Senado, constituido por los grandes señores. Paralelamente, la pequeña nobleza fue incrementando su presencia en la vida política polaca hasta convertirse en una pieza fundamental en el futuro de Polonia y de su monarquía. Su voto era imprescindible para todo aquello que atentara contra sus privilegios, incluidos los fiscales. Sus delegados formaban la Cámara de los Nuncios. Senado y Cámara constituían la Dieta, que se ocupaba de discutir y aprobar, si así lo consideraba oportuno, los proyectos que el