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Tema 8
La hegemonía hispana y el orden europeo: 1492-1598
1. Los Reyes Católicos: unión de coronas, reconquista y expansión.
La diversidad de reinos y territorios que los Reyes Católicos lograron reunir bajo sus personas durante las
últimas décadas del s. XV y comienzos del s. XVI contrasta fuertemente con la frágil estructura
administrativa e institucional que los articulaba, ya que no existieron instituciones comunes a todos ellos que
permitieran crear una entidad nueva. Ello hace pensar en la importancia que tuvieron las relaciones
personales para mantener unidad la Monarquía al mismo tiempo explica el deseo de los monarcas por
integrar las élites de los distintos territorios en el gobierno con el fin de mantener la unidad e integración de
los mismos. La Monarquía de los Reyes Católicos –como se conoce a este conglomerado de reinos— estaba
compuesta por las Coronas de Castilla y Aragón, a las que se unió, poco después, el reino de Navarra.
Partiendo del Consejo Real de la época medieval, establecieron el sistema polisinodial en torno a tres
grandes Consejos: el de Castilla (1480), el de Aragón (1494) y el del Santo Oficio (1483). La estructura de
gobierno de la Monarquía Hispánica durante la Edad Moderna (siglos XVI a XVIII) se define como
polisinodial, es decir, con multiplicidad de Consejos.
El título de Reyes Católicos fue conferido a Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla por el Papa
valenciano Alejandro VI en la bula Si convenit expedida el 19 de diciembre de 1496. Dicha bula formula por
primera vez el nombre de rey y reina de las Españas. El título de Rey Católico lo heredaron y conservaron
sus sucesores (se habla de Felipe II como el Rey «Católico»). La pareja se casó en el Palacio de los Viveros
de Valladolid el 19 de octubre de 1469, ella con 18 años y él con 17, pasando su luna de miel en el Castillo
de Fuensaldaña (Fuensaldaña, Valladolid). El reinado de los Reyes Católicos significó el tránsito del mundo
medieval al mundo moderno en España. Supuso la paz entre las dos coronas (fundida en la de los
Trastámaras), en constante pugna por el territorio y la influencia política. Los Reyes, apoyados por las
ciudades y la pequeña nobleza, establecieron una monarquía fuerte frente a las apetencias de poder de
eclesiásticos y nobles. Con la conquista de Granada, Navarra, Canarias, Melilla y otras plazas africanas
consiguieron la unión territorial bajo una sola corona de la totalidad —exceptuando Ceuta y Olivenza que
entonces pertenecían a Portugal— de los territorios que hoy forman España. Dicha unión territorial era
personal, ya que se mantuvieron las soberanías, normas e instituciones propias de cada reino y corona. De
modo que cuando se emprendía una acción militar o una empresa comercial, se hacía bajo estandarte común.
Aprovechando que el reino de Granada se encontraba en una crisis dinástica entre el sultán, su hermano el
Zagal y su hijo Boabdil, comenzó la guerra por la conquista de Granada. Se distinguen varias fases:
– 1484 - 1487 se produce la conquista de la parte occidental del reino. Boabdil firma un tratado con los
Reyes, según el cual entregaría Granada a cambio de que le dieran un señorío en la zona oriental del
reino. (Boabdil quitó el trono a su padre, Muley Hacén y durante un tiempo estuvo en disputa por
éste tanto con él, como con su tío, el Zagal)
– 1488 - 1490: empieza la conquista del oriente del reino. Se traslada la base de operaciones a Murcia.
Durante esta etapa se rinde el Zagal (penúltimo rey de Granada, tío de Boabdil, hermano de Muley
Hacén).
– 1490 - 1492: se exige a Boabdil la entrega de Granada. Al enterarse el pueblo granadino de lo
pactado, opone resistencia, que es respondida por los ejércitos de los Reyes. Al final Boabdil entrega
Granada tras unas negociaciones secretas.
Conquista de Canarias
La soberanía del archipiélago canario le fue reconocida a Castilla por el Tratado de Alcáçovas (1479), que
definía los territorios españoles y portugueses. En 1492 se conquistaba la isla de La Palma y el proceso de
incorporación de las Islas Canarias se completaría con la finalización de la conquista de Tenerife en 1496, en
la llamada Paz de Los Realejos.
Conquista de Navarra
En 1512 Fernando el Católico pidió permiso a Navarra (aliada natural de Francia, frente a la continua
rivalidad entre Aragón y Francia) para que las tropas españolas pasaran por Navarra para atacar a Francia. La
respuesta negativa por parte del rey navarro fue motivo suficiente para que Fernando el Católico ordenara al
duque de Alba la ocupación de Navarra, y en menos de un año, la parte española del Reino de Navarra (la
Alta Navarra) se incorporó a la Monarquía Católica.
En 1492 se expulsó a los judíos (de gran poder económico) de España, produciéndose una crisis económica.
Salieron de España unos dos tercios, convirtiéndose los demás. También se obligó a los musulmanes a
convertirse al cristianismo (moriscos) o a abandonar España. El resultado de esta acción de limpieza
religiosa fue la creación de un país de religión cristiana y el comienzo de la identificación de patria y
religión. Se instituye la Embajada permanente de España ante la Santa Sede, que es la primera embajada
permanente del mundo y la primera vez que se emplea el nombre de España para un establecimiento oficial.
La política matrimonial de sus hijos se orientó hacia la búsqueda de la alianza con Portugal y en la creación
de una coalición opuesta a Francia que siempre había alegado pretensiones sobre ciertos territorios de la
corona de Aragón, al declararse heredera del Imperio de Carlomagno, aunque no había sido enemiga de
Castilla. Unieron sus fuerzas para enfrentarse a empresas militares y para relacionarse con otros países, pero
no las unieron para tener la misma moneda, las mismas instituciones o leyes.
La expansión por el Mediterráneo: Italia
Una vez finalizada la conquista de Granada, el rey Carlos VIII de Francia firmó con Fernando, en 1493, el
tratado de Barcelona, mediante el cual Aragón recuperó el Rosellón y la Cerdaña a cambio de su postura
neutral ante un inminente ataque francés al reino de Nápoles. El ejército de Carlos VIII se desplazó al sur de
Italia, destronando a Alfonso II, rey de Nápoles y pariente de Fernando el Católico. La situación de Francia
en la península Itálica no gustó al Papa (el valenciano Alejandro VI) puesto que ponía en peligro los Estados
Pontificios, por lo cual pidió ayuda al Rey Católico. Fernando no dudó en intervenir y, en poco tiempo, el
ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, expulsó a los franceses, recuperando su trono el
rey napolitano. En 1500 el nuevo rey de Francia Luis XII firmó con Fernando el Católico el tratado de
Granada para ocupar conjuntamente el reino de Nápoles. Fernando accedió y el rey de Nápoles, a la sazón
Federico I, fue destronado. Ambos ejércitos ocuparon la zona, pero las discrepancias empezaron a surgir y
comienza una lucha de guerrillas. Pese a la inferioridad numérica de su ejército, el Gran Capitán derrota a los
franceses y los expulsa de Italia. Nápoles es conquistada de nuevo y vuelve a ser incluida en la Corona de
Aragón. Durante los últimos años del reinado de Fernando el Católico se reanuda la intervención de Aragón
en asuntos italianos. Fernando participa en la Liga de Cambrai de 1508, convocada por el Papa Julio II
contra Venecia. Después de esta liga comienzan a producirse roces entre el Pontífice y Francia. Por el auxilio
que pide el Papa, Fernando rodea Roma con sus tropas ante un posible ataque francés para destituir al Papa.
Expansión por el Norte de África
Tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos deciden iniciar la conquista del norte de África con una
doble intención:
– Continuar la Reconquista para la cristiandad de la Nova Hispania (el Magreb).
– Conjurar la posibilidad de que los reinos del norte de África emprendieran una reconquista de
Granada y eliminar los focos de la piratería berberisca de la zona.
La conquista comenzó con la toma de Melilla en 1497 y siguió en 1505 con la toma de Mazalquivir. Se
ocuparon el Peñón de Vélez, Orán, Bugía, Argel, Túnez, La Goleta y Trípoli. Cabe destacar la participación
militar del propio cardenal Cisneros, confesor de Isabel la Católica y Arzobispo de Toledo, que en ese
momento era la tercera persona más poderosa en España. La conquista del Norte de África se interrumpió en
1510 debido a la reanudación de las guerras en Italia y a que empezaba a revelarse más rentable dirigir los
esfuerzos a la colonización de las Indias.
Expansión por América
Los Reyes Católicos aceptaron el proyecto de Cristóbal Colón ya que el comercio de especias era un casi
monopolio: de antiguo, los genoveses eran los únicos que habían conseguido tratar con el Imperio otomano,
dueño de los viejos caminos del comercio de especias. Los vecinos portugueses estaban empezando a
encontrar un camino propio, por mar, rodeando África. Un reino rico, como el de Castilla, se veía obligado a
tener una ruta propia para obtenerlas, evitando depender de Génova o de Portugal, lo que sería muy rentable
para su comercio. Poco más de un año después de la vuelta de Colón, se firmó entre España y Portugal el
Tratado de Tordesillas en 1494, mediante el cual se redistribuyó la influencia territorial de cada país fijada en
el Tratado de Alcáçovas. En las Indias, anexionadas al reino de Castilla, se instauraron los sistemas
administrativos tradicionales del reino castellano. Se instituyó en Sevilla en 1503 la Casa de Contratación,
para controlar el comercio con América, impidiendo que cualquier otro puerto de España pudiese hacerlo. Se
creó la Audiencia en Santo Domingo en 1510 y, para la administración de los nuevos territorios, se creó un
antecedente del Consejo de Indias que más tarde instituiría formalmente Carlos I (1523) organizándolo a
semejanza del Consejo de Castilla. Los reyes consiguieron el Patronato de Indias (concedido por el Papa)
que les dejó controlar la Iglesia americana. Se instauraron además las encomiendas para evangelizar a los
indígenas.
Los Reyes establecieron una política exterior común marcada por el carácter diplomático de Fernando el
Católico, que supondría la hegemonía hispánica en Europa durante los siglos XVI y XVII. El descubrimiento
de América en 1492 supuso un hito en la historia mundial. Esta circunstancia abrió enormes posibilidades a
la economía, a la ciencia y acentuó la expansión atlántica que continuaría en los siguientes siglos.
2. El imperio de Carlos V. Dinastía y territorios
Los hijos de los Reyes Católicos, Juan y Juana, se casaron con los hijos del Emperador Maximiliano de
Austria y María de Borgoña, Felipe y Margarita, vinculando estos matrimonios al Imperio y a los Países
Bajos con España. Efectivamente los Países Bajos y la monarquía española tuvieron un único heredero, que
no fue el príncipe Juan, que murió en 1497, sino Carlos, hijo de Felipe y Juana, nacido en Gante en 1500.
Muerto en enero de 1519 el emperador Maximiliano, su nieto Carlos V era elegido para asumir el título
imperial, en competencia con la candidatura del soberano francés. Carlos había reunido una fabulosa
herencia territorial, fruto de la intensa política matrimonial de sus antecesores.
– De su abuelo paterno Maximiliano, las tierras patrimoniales de la Casa de Habsburgo y la
posibilidad de recibir la corona del Sacro Imperio Romano Germánico.
– De su padre, Felipe el Hermoso, muerto en 1506, la herencia borgoñona de Carlos el Temerario: los
Países Bajos y el Franco Condado, mientras el ducado de Borgoña, bajo soberanía francesa, pasaría
a constituir una reivindicación permanente.
– De su abuelo Fernando de Aragón, recibió en 1516 la corona aragonesa (incluido el reino de las
Dos Sicilias),
– De su abuela Isabel, Castilla (incluidos el reino de Navarra y los territorios americanos recién
descubiertos), aunque nominalmente compartiría durante años el gobierno de ésta con su madre,
Juana, encerrada en Tordesillas a causa de sus trastornos mentales.
Sin duda alguna, la elección imperial abrió una nueva fase en la historia de las relaciones internacionales y se
hablará durante décadas de la posibilidad de construir una Monarquía Universal bajo la dirección de los
Habsburgo. La inmensidad del poder reunido en manos de César Carlos (casi sin precedentes en la historia
europea), su profundo sentido de la responsabilidad que entrañaba la dignidad imperial, la necesidad de
detener el avance turco, y la aparición del luteranismo, que amenazaba con romper de una vez por todas la
unidad espiritual de la Cristiandad medieval, fueron factores decisivos que contribuyeron a convencer al
Emperador del papel fundamental que estaba llamado a desempeñar en la historia europea. Para financiar tan
costosa política, Carlos contará con el recurso fundamental de la hacienda castellana y de los tesoros
americanos que, a pesar de todo, no siempre fueron suficientes para sostener sus empresas. Aunque los
retratos nos lo presentan a menudo como el último Emperador que intentó hacer valer los derechos
universalistas de su título, en el día a día de su política internacional, los conflictos a los que tuvo que hacer
frente comparecen con un carácter más realista y conservador, menos utópico. Mantenía los antiguos
conflictos con:
– los príncipes alemanes dentro del Imperio, aunque la Reforma les dio un nuevo cariz;
– el Islam que, en todo caso, pierde valor de referencia y capacidad de movilización en Europa; y,
– los Valois, amplificación de los conflictos que décadas antes habían enfrentado a Francia con España
y con los Habsburgo.
A la luz de esta política real, el César Carlos parece, sobre todo, un afortunado heredero de territorios con
tradiciones e intereses a menudo divergentes, de cuya contraposición y heterogeneidad derivarán las
complicaciones y los fracasos de su política en Europa. El Imperio fue, más que nada, la expresión de una
voluntad dinástica y el sueño de algunos círculos intelectuales.
3. Enemigos y guerras de Carlos V: Francia, turcos y protestantes
Carlos V aspiró a una monarquía universal en la que su dinastía estaría destinada a una hegemonía europea,
basada en unas relaciones pacíficas entre las distintas monarquías cristianas, que le permitirían unir sus
esfuerzos, liderados por él, como Emperador, contra los infieles, contra los turcos (ideal de Universitas
christiana). Jamás pudo liderar una Europa cristiana unida contra los turcos, porque en todo momento se lo
impidieron por un lado los franceses y por otro los protestantes alemanes. La pax christiana, verdadero lugar
común de la publicística imperial, requisito sine qua non para poder desarrollar una campaña eficiente contra
los infieles no pasó de ser una utopía política. Los particularismos de la época –político y religioso— no
permitieron el despliegue del universalismo. La consolidación de las monarquías nacionales del
Renacimiento se oponía a las aspiraciones de un poder universal por parte del titular del Imperio, y la unidad
de la Iglesia cristiana, que había perdurado durante un milenio, era cuestionada por los luteranos, se
resquebrajaba y se estaba perdiendo irreversiblemente.
Las guerras contra Francia
Sostuvo cuatro guerras con Francisco I de Francia, que también aspiraba a la corona imperial, y al que
Carlos exigía la devolución de Borgoña.
1. En la primera guerra (1521–1526), Francia, se apoderó del Milanesado y ayudó a Enrique II a
recuperar el Reino de Navarra, tras su conquista en 1512. Sin embargo el monarca francés fue
derrotado y hecho prisionero, junto al monarca navarro, en la batalla de Pavía (1525). Francisco fue
llevado a Madrid en donde firmó el Tratado de Madrid (1526), por el cual no volvería a ocupar ni el
Milanesado ni apoyaría al rey de Navarra (pacto que renunció meses después por firmarlo bajo
coacción) y entregaría Borgoña a Carlos, además de renunciar a Flandes e Italia.
2. En la segunda guerra (1526–1529) las tropas imperiales asaltaron y saquearon Roma (Saco de
Roma), obligando al papa Clemente VII, aliado de Francisco I, a refugiarse en el castillo de Sant
´Angelo. Mediante la Paz de Cambrai, España renunció a Borgoña a cambio de que Francisco I
renunciara a Italia, Flandes y el Artois, y la ciudad de Tournay. Coronado por el papa como
emperador del Sacro Imperio Romano (1530), Carlos I continuó sus luchas contra Francia.
3. La tercera (1535–1538) se produjo por la invasión francesa del ducado de Saboya, aliado de España,
con la intención de continuar hacia Milán. Acabó con la firma de la tregua de Niza debido al
agotamiento de ambos contendientes.
4. La cuarta (1542–1544) concluyó debido a la reanudación del conflicto con los protestantes en
Alemania. Agotados, los dos monarcas firmaron la Paz de Crépy, mediante la cual España perdió
territorios del norte de Francia (como Verdún) y próximos a Flandes; una vez más Francia
renunciaba a Italia y Países Bajos, entrando Milán en la política matrimonial mediante un previsible
enlace hispano-francés.
Guerra contra los turcos
Los aliados berberiscos de los turcos desarrollaban una fuerte campaña de hostigamiento contra los dominio
hispánicos en el Mediterráneo. En 1516, el príncipe Selim de Argel pidió ayuda al corsario Baba Aruj
(Barbarroja), para deshacerse del sometimiento de Castilla. Aruj acudió en calidad de amigo, pero tras
atacar Argel y expulsar a los españoles de la ciudad, mató a Selim y se autonombró rey. El cardenal
Cisneros, regente de Castilla hasta la llegada de Carlos al reino, envió a una tropa de 8.000 hombres al
mando de Diego de Vera para reconquistar la ciudad, pero fueron derrotados. En 1517 Aruj se apoderó de
Tremecén, pero al año siguiente, fue derrotado y muerto, y su hermano Jeireddín se proclamó rey de Argel.
Tras enterarse de la noticia, Carlos decidió reconquistar inmediatamente la ciudad. Mientras tanto, los turcos,
en 1529 habían protagonizado un primer asedio a Viena, que repitieron de nuevo en 1532. Con la ayuda de
los príncipes alemanes protestantes y de buena parte de la nobleza castellana, Carlos acudió en 1532 en
ayuda de su hermano Fernando de Habsburgo para defender Viena del ataque de Solimán I el Magnífico,
pero Francisco I de Francia, quien temía que el emperador derrotara a los turcos y así se centrara en la
guerra contra él, aconsejó al sultán que no atacara al ejército imperial y éste acabó retirando sin ofrecer
apenas batalla. Mientras, Jeireddín Barbarroja logró expulsar a los españoles del Peñón de Argel y en 1533 se
alió con Solimán, quien le nombró almirante de flota. Al año siguiente el corsario tomó Túnez y, ante esta
situación, Carlos organizó dos operaciones de diferente fortuna. La primera fue la conocida como la Jornada
de Túnez, en 1535, por la que se le arrebató Túnez a Barbarroja y la segunda, la Jornada de Argel, en 1541,
que fracasó debido al mal tiempo.
Aparición del protestantismo
Muchos príncipes germánicos abrazaron la causa de la Reforma para usarla como móvil de oposición política
contra el Emperador y beneficiarse de la secularización de los bienes de la Iglesia. Como Soberano, después
de la imposición de la Corona Imperial por mano del pontífice (1530), Carlos se sentía obligado a dedicarse
completamente a la solución de los problemas que el luteranismo había creado en Europa y en Alemania en
particular, con el fin de salvaguardar la unidad de la fe cristiana contra el embate de los turcos. Antes, en
1523 había cedido las islas de Malta y Gozo, así como Trípoli a la Orden de Malta. En el mismo año 1530
convocó la Dieta de Augsburgo, en la cual se enfrentaron luteranos y católicos sobre las llamadas
Confesiones de Augsburgo. Carlos confirmó el Edicto de Worms de 1521, es decir la excomunión para los
luteranos, amenazando la reconstitución de la propiedad eclesiástica. Como respuesta (y protesta, de ahí
protestantismo), los luteranos, representados por las llamadas «órdenes reformadas», actuaron dando vida a
la Liga de Esmalcalda (1531). Tal coalición, dotada de un ejército y de una caja común, fue llamada también
la «liga de los protestantes». Reconociendo que era necesaria una reforma y para intentar resolver el
problema, el pontífice Pablo III convocó un Concilio ecuménico en Trento (1545). Ni el ni el emperador ni el
papa que lo había convocado vieron la conclusión. Tras la negativa de los protestantes a reconocer el
Concilio de Trento, el emperador comenzó la guerra en 1546, con un ejército armado por el pontífice, al
mando del austríaco Octavio Farnesio. Carlos V consiguió una contundente victoria en la batalla de
Mühlberg en el 1547, poco después los príncipes alemanes se retiraron y se subordinaron al Emperador. De
la dieta de Augsurgo de 1548, resultó un secreto imperial conocido como el ínterim de Augsburgo, para
gobernar la Iglesia en espera de las resoluciones del Concilio. En el ínterim se respetaba la doctrina católica,
pero se permitía la comunión por las dos especies y el matrimonio del clero. Tras la victoria imperial muchos
príncipes protestantes estaban descontentos con los términos religiosos del Interim de Augsburgo, impuesto
tras la derrota. Liderados por Mauricio de Sajonia, muchos príncipes formaron una alianza con Enrique II de
Francia (1552). A cambio de apoyo financiero francés y asistencia, le prometieron a Enrique la posesión de
los Tres Obispados (Metz, Verdún y Tolón) como vicario del Imperio. En la consecuente guerra de príncipes,
Carlos tuvo que huir a Carintia ante el avance de Mauricio de Sajonia, mientras que Enrique capturó las
fortalezas de Metz, Verdun y Tolón. Ante la guerra con Francia, su hermano Fernando I, como rey de
Romanos, negoció la paz con los protestantes en el tratado de Passau (1552), en el que el emperador
garantizaba la libertad de culto a los protestantes. A pesar de su victoria no logró el anhelado deseo de
unificar política y socialmente el luteranismo con el catolicismo, por lo que tan sólo ocho años después, en
1555, se vio obligado a suscribir la «Paz de Augsburgo» por medio del cual se reconocía el inalienable
derecho de los alemanes de adherirse a la confesión católica o al luteranismo. Dando fin, aunque sea de
manera temporal (50 años), al largo conflicto surgido por la Reforma.
4. La Monarquía de España bajo Felipe II (1556-1598): identidad y proyección católica.
Asumió el trono español tras la abdicación de Carlos I en 1556 y hasta 1598 gobernó el vastísimo imperio
integrado por Castilla, Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco-Condado, los Países
Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, Portugal y su imperio afroasiático, toda la América
descubierta y Filipinas. Nunca la política exterior española se ha parecido tanto al conjunto de las relaciones
internacionales como en ese casi medio siglo que transcurre entre 1556 y 1598. La unidad religiosa estuvo
muy presente en todos los aspectos de la vida de Felipe II, unidad de una fe que se veía amenazada por las
incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas. Para hacer frente al Imperio Otomano se
constituyó la llamada Liga Santa integrada por una serie de Estados como Venecia, Génova y el Papado. Es
cierto que Felipe II no heredó el conjunto de los territorios de su padre Carlos V, pero pese a esta ostensible
disminución territorial (que subsanaría Felipe II con la incorporación de Portugal) el Rey Prudente ostentó en
la Europa de su tiempo un auténtico liderazgo, apoyado por la otra rama de los Habsburgo, con la que
constituyó el eje Madrid – Viena. Por su parte, Polonia, la avanzada de la catolicidad en Oriente, llegó a
situarse como primera potencia militar del Báltico. Dada la ubicación de estas tres formaciones políticas en
el mapa de Europa y su confesionalidad mayoritaria, han sido calificadas en su conjunto como diagonal de la
contrarreforma. Mientras la hegemonía de Felipe II trascendió el área geográfica de la Europa occidental
para convertirse en planetaria, la de los Habsburgo austríacos apenas rebasó el ámbito del Reich alemán y la
de los reyes de Polonia el espacio báltico. Bajo Felipe II se acentúa la centralización. La capital se establece
en Madrid en 1561. La Corte y los órganos de gobierno se instalan en ella casi definitivamente. La elección
de Madrid, que destrona a Toledo y a Valladolid, se explica por las ventajas de una ciudad nueva en la que no
existen los privilegios ni intereses locales amenazados, y por razones de geopolítica. Con el aumento de las
llegadas de metales preciosos procedentes de las Indias, Sevilla se convierte en el centro vital del Imperio
español. La política exterior de Felipe II (exclusivamente hispana), respecto a la de su padre, se simplificó
desde el principio al no ostentar la dignidad imperial ni la soberanía sobre las diversas tierras incluidas en lo
que genéricamente denominamos archiducado de Austria, lo que liberó al monarca español de muchas de las
contradicciones con las que había chocado su padre en materia internacional. Pero, aparte de ello, fue mucho
lo que Felipe II heredó del reinado anterior, y, en primer término, las rivalidades básicas. Franceses,
protestantes y turcos continuaron siendo los mayores enemigos de su hijo. Con dos de ellos –turcos y
protestantes—, la rivalidad política se reforzaba con incompatibilidades confesionales; con el otro –Francia
—, la oposición careció del componente religioso. Tanto para Carlos V como para Felipe II la relación con la
católica Francia captó su máxima atención. El hecho es que en el reinado de Felipe II se mantuvieron activas
las fronteras con turcos, protestantes y franceses, aunque experimentaran cambios con el paso del tiempo.
Así, la larga pugna hispano – otomana, en plena efervescencia al principio, desapareció a partir de 1578 con
el consenso de ambos rivales, lanzados hacia frentes divergentes (Atlántico y Persia). Las posteriores
ofensivas islámicas quedaron reducidas a los ataques de los norteafricanos, cuyas operaciones respondían
más a las características de la guerrilla que a las de la guerra convencional. La oposición con el mundo
protestante, en su versión luterano – germana, perdió interés para la España de Felipe II, ya no implicada
directamente en el problema religioso alemán. Sin embargo, le afectará muy de cerca la rápida expansión de
la ideología protestante por tierras situadas bajo la soberanía del Rey Prudente, como los Países Bajos.
Simultáneamente a la difusión del protestantismo, las posturas, tanto en el sector católico como en el
protestante, se radicalizaron . Aunque se evitó que en Francia se instalara una dinastía protestante, no se pudo
evitar que el protestantismo arraigara en Inglaterra bajo el reinado de Isabel I. El relevo de Francia, como
fundamental enemiga de España (debido al inicio de sus guerras de religión), lo tomó Inglaterra, país con el
que la monarquía hispánica había mantenido habitualmente buenas relaciones.
5. La rebelión de los Países Bajos (1566)
En 1566 se desencadena la revuelta de los Países Bajos contra la administración española y contra su
soberano “natural”, Felipe II. Pero desde hacía 15 años, la situación no había dejado de deteriorarse.
Poco después del comienzo de las guerras de religión en Francia, en los Países Bajos se desataba una
compleja rebelión contra la autoridad de Felipe II, en la que confluía la protesta religiosa, política y
socioeconómica. El conflicto trascendió pronto al ámbito internacional. Las motivaciones que llevaron a la
ruptura entre una parte de la población y su rey fueron diversas. La ideología calvinista había penetrado en
los Países Bajos y había experimentado un gran auge con la llegada de hugonotes tras la paz de Cateau-
Cambrésis; la renovación de los placards o edictos contra la herejía contribuyó a enrarecer las relaciones
entre el monarca y sus súbditos. En esta situación Felipe II abandonaba los Países Bajos para volver a España
(1559) dejando como gobernadora a su hermanastra Margarita de Parma, asesorada por un Consejo en el
que ocupaba un lugar destacado el cardenal Granvela, contra el que estaban varios príncipes flamencos. El
descontento creció en 1561 con la publicación de una bula pontificia que trataba de implantar en los Países
Bajos una reforma eclesiástica consistente en la creación de nuevas diócesis. Felipe II acabó destituyendo a
Granvela, como pedía la oposición, pero la situación continuó agravándose con la implantación de los
decretos tridentinos, los placards y el mayor rigor inquisitorial. Varios nobles, tanto católicos como
protestantes, reunidos en torno a Luis de Nassau, formaron una Liga (1565) para solicitar a Felipe II el cese
de las actividades de la Inquisición y una moderación en su política religiosa. Para complicar más las cosas,
la situación económica por la que pasaba el país lanzó al pueblo a la revuelta y facilitó la labor de los
predicadores calvinistas. En agosto de 1566, con una subida del precio del pan, se desató la furia por todo el
país. Felipe II adoptó una política rigurosa, enviando al Duque de Alba para reprimir los excesos, y una de
sus primeras medidas fue el arresto de los consejeros católicos, los condes de Egmont y de Horn, acusados
de conspirar junto con el Príncipe de Orange (que logró huir a Alemania), y la creación del Tribunal de
Tumultos para combatir tanto la herejía como la oposición política. La dimisión de Margarita de Parma fue
seguida por el nombramiento del de Alba como gobernador general. El ajusticiamiento de los condes de
Egmont y de Horn (1568) hizo regresar al Príncipe de Orange, dispuesto a enfrentarse a las tropas españolas,
iniciándose la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), que presenta durante el reinado de Felipe II dos
fases. A la primera, muy confusa y en la que se mezclaban diferentes reivindicaciones, sucedió una segunda a
partir de enero de 1579, con la creación de la Unión de Arrás, caracterizada por la clarificación de
posiciones. A comienzos de la primera fase, los nuevos impuestos introducidos en 1569 aumentaron el
descontento. La toma de Breille por los “mendigos del mar” en 1572 y la conquista de la ciudad de Flesinga
supusieron el paso de la mayor parte de Holanda y de Zelanda a la causa de los sublevados. La destitución
del duque de Alba en 1573 y el nombramiento de Luis de Requesens como su sucesor en los Países Bajos
supuso el triunfo de la línea conciliatoria, que suspendió el Tribunal de Tumultos y los nuevos impuestos.
Fracasó en sus negociaciones para alcanzar la paz con el Príncipe de Orange, jefe de los sublevados. La
muerte de Requesens (1576) fue seguida por el vandálico saqueo de Amberes por las tropas de Felipe II. El
Príncipe de Orange sacó provecho de la indignación que provocó este suceso y por la Pacificación de Gante
ponía en pie de guerra a todas las provincias. Entre sus reivindicaciones estaban: la salida de las tropas
españolas y la convocatoria de los Estados Generales. El nuevo gobernador, Juan de Austria, aceptó por el
Edicto Perpetuo (1577) la Pacificación de Gante, obligándose a retirar los tercios y a aceptar las libertades de
los Países Bajos. Pero ese mismo año Juan de Austria rompía el acuerdo con la toma de Namur, a lo que
respondieron los Estados Generales negándole la obediencia y proclamando gobernador al archiduque
Matías, hijo del emperador Maximiliano II. El regreso de los tercios al mando de Alejandro Farnesio (hijo de
Margarita de Parma) logró restablecer la situación, al tiempo que la nobleza valona llamaba al duque de
Anjou, que se trasladó a los Países Bajos; como reacción los calvinistas del norte llamaron al príncipe del
Palatinado, lo que demostraba la falta de unión de los sublevados. Muerto Juan de Austria (1578), Alejandro
Farnesio le sucedió al frente del gobierno de los Países Bajos. Sus dotes diplomáticas, el apoyo de su rey y la
mayor disponibilidad de numerario fueron utilizados por Farnesio para atraer a la causa de Felipe II a la
nobleza valona y al clero del sur, descontentos con el espíritu democratizador de los calvinistas del norte.
Alejandro Farnesio había logrado que las provincias del sur aceptasen sus propuestas. Los estados valones
constituyeron en 1579 la Unión de Arrás, con la que Farnesio firmó el Tratado de Arrás por el que, a cambio
de la garantía de sus libertades y la retirada de tropas españolas, los unionistas reconocían a Felipe II como
soberano y se comprometían a mantener la religión católica. La toma de Maastricht por las tropas españolas
contribuyó a debilitar la posición del príncipe de Orange en Flandes y Brabante. La respuesta calvinista a la
Unión de Arrás fue la Unión de Utrecht (1580), formada por las siete provincias septentrionales. Estas dos
formaciones contribuyeron a clarificar la situación en los Países Bajos. La Unión de Utrecht, de mayoría
protestante, se enfrentaba a la de Arrás, de mayoría católica. La confrontación política adquiría mayor tinte
religioso que anteriormente, cuando católicos y protestantes luchaban juntos contra Felipe II. Escindido
ahora el territorio en dos bloques, las acciones bélicas se centraban en la zona intermedia de Flandes y
Brabante. Las dos últimas décadas del reinado de Felipe II contemplaron una creciente internacionalización
del conflicto. Guillermo de Orange declaró depuesto a Felipe II y convocó los Estados Generales, que
proclamaron al duque de Anjou (hermano y sucesor de Enrique III de Francia) soberano hereditario. Pero el
gobierno del duque de Anjou fue muy decepcionante, y algunos de sus planes muy mal recibidos incluso por
los que le habían proclamado; su muerte en 1584, ya en Francia, fue seguida por el asesinato del príncipe de
Orange. Entonces los Estados Generales ofrecieron el trono a Enrique III, que no se atrevió a aceptar ante el
temor a la reacción española. El desconcierto fue aprovechado por Alejandro Farnesio para conquistar
diversas plazas flamencas; el envío del Conde de Leicester por Isabel I para ayudar a los sublevados poco
ayudó dada la inhabilidad del conde. Alejandro Farnesio preparó toda su habilidad ofensiva contra el de
Leicester y el nuevo príncipe de Orange, pero la simultaneidad de otras cuestiones internacionales le distrajo,
obligándole a posponer el enfrentamiento. El episodio de la Gran Armada contra Inglaterra (1588) y el
asesinato de Enrique III de Francia (1589) con la siguiente ascensión al trono francés del hugonote Enrique
IV, reclamaron toda la atención de Felipe II. Muerto Alejandro Farnesio en 1592, ninguno de sus sucesores
dio prueba de cualidades comparables a las suyas. En 1598 el rey de España se resignaba, al menos
provisionalmente, a la pérdida del Norte y, para mejor asegurar la posición del Sur, cedió los Países Bajos a
su hija Isabel Clara Eugenia y a su esposo, el archiduque Alberto de Austria, lo que podía aparecer como
una posibilidad de concesión de la autonomía (con la cláusula de que si no hubiera descendencia, como así
ocurrió, estos territorios retornarían a España). Los españoles conservaban sus guarniciones en las plazas
fuertes de las fronteras. La tregua de los Doce años (1609) y los tratados de 1648 (tratado de Münster)
sancionarían la situación de hecho de 1598. Así pues, la rebelión contra el monarca hispánico que comenzó
en 1568, finalizó en 1648 con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas, hoy
conocidas como Países Bajos. Los actuales Bélgica y Luxemburgo formaban parte de las Diecisiete
Provincias, pero permanecieron leales a la corona española. La República de las Provincias Unidas fue
reconocida como estado independiente y conservó muchos de los territorios que había conquistado durante
los últimos compases de la guerra.
6. Las grandes paces. De Cateau Cambresis a Vervins
Paz de Cateau-Cambrésis (1559)
La Paz de Cateau-Cambrésis fue el tratado de mayor importancia de la Europa del siglo XVI, por la duración
de sus acuerdos, que estarán vigentes durante un siglo, y porque dará lugar a una nueva situación
internacional. Supuso el inicio de la preponderancia española, y por tanto un desplazamiento de los
problemas hacia Occidente, gravitación aún acentuada por la unión de Portugal a la Monarquía hispánica en
1580. El tratado de paz fue firmado entre España (Felipe II), Francia (Enrique II de Francia) e Inglaterra
(Isabel I de Inglaterra). Las conversaciones se iniciaron en la abadía de Cercamp, pero después se
trasladarían al castillo de Cateau-Cambrésis (comuna francesa unos 20 km al sureste de Cambrai). Francia e
Inglaterra acordaron la entrega de Calais a los franceses por un periodo de 8 años. Transcurrido dicho
período debería ser devuelto y, en caso contrario, deberían pagar 500.000 escudos de oro. Felipe II de España
y Enrique II de Francia acordaron:
• San Quintín, Ham y Châtelet se devolvían a Francia, así como los obispados de Metz, Tolón y
Verdún.
• Las distintas plazas ocupadas por los franceses en Flandes pasaban de nuevo a España.
• España retiene el Franco Condado.
• Francia renuncia para siempre a sus ambiciones italianas y devuelve Saboya y Piamonte a la Casa de
Saboya, Córcega a Génova y el Monferrato a Mantua.
• Francia y España deciden trabajar acordes y activamente contra la herejía protestante, lo que va a
propiciar en un futuro próximo las guerras de religión francesas.
La paz se consolidó con dos matrimonios:
• Manuel Filiberto, duque de Saboya, con Margarita, duquesa de Berry, hermana de Enrique II.
• Felipe II con Isabel de Valois, hija de Enrique II. La paz consolidó la hegemonía española.
Los tratados de Cateau-Cambrésis significarán un largo período de tranquilidad en la península italiana, tras
el asentamiento del poder español y los problemas civiles franceses. Cuando en la segunda mitad del siglo
XVII las tornas se vuelvan y la decadencia española sea evidente, Francia estará más interesada por otras
áreas geográficas. Por tanto, hasta el siglo XVIII, los Estados italianos podrán vivir en paz, aunque
marginados de los principales asuntos europeos. Durante los festejos de celebración por la paz, una lanza
atravesó el ojo de Enrique II, que murió poco después.
La paz de Vervins (1598)
Se firmó en 1598 en Vervins entre los reyes Felipe II de España y Enrique IV de Francia. El tratado sirvió
especialmente para confirmar las cláusulas previamente firmadas en el tratado de Cateau-Cambrésis (1559)
entre el propio Felipe II y Enrique II de Francia, añadiendo diversas cláusulas nuevas. De acuerdo con los
términos de este tratado:
• España devolvió a Francia el Vermandois, una parte de Picardía, la ciudad de Calais y Le Blavet
(Port-Louis, Bretaña),
• Francia restituyó a España el Charolais y diversas plazas fuertes de las que Francia se había
apoderado desde el tratado anterior y renunciaba expresamente a la soberanía sobre Flandes y Artois
(secuelas lejanas de la lucha entre el rey de Francia Luis XI y el duque de Borgoña Carlos el
Temerario). Sin embargo, Enrique IV se negó a legitimar la anexión de la parte española de Navarra,
llevada a cabo en 1512 por Fernando II de Aragón, bisabuelo de Felipe II.
El tratado de Vervins de 1598 había sido aparentemente una restauración de la paz de Cateau-Cambrésis de
1559 a la que copia en estilo, en intenciones políticas e incluso en frases concretas. Se trataba de restaurar el
equilibrio roto entre las monarquías de Francia y España, con la vuelta a las fronteras de mediados del siglo
XVI. Se iniciaba un nuevo periodo histórico y, sobre el que los contemporáneos situaban sus esperanzas en
un cambio generacional que llegó ese mismo año con la muerte del monarca. En Francia, el Tratado de
Vervins también representa una revolución política ya que, junto con el edicto de Nantes proclamado días
antes, significa el fin de las guerras civiles religiosas entre católicos y protestantes, el comienzo de una nueva
dinastía (la casa de Borbón a la que legitimaba el tratado), la restauración de las fronteras del reino tanto
internas como externas y, finalmente, el comienzo implícito de una dinámica expansiva que se comprobará
terriblemente durante el siglo XVII. El tratado de Vervins es asimismo un replanteamiento de objetivos: se
abandona relativamente el objetivo Italiano y se lanzan nuevas ambiciones territoriales que van desde los
Países Bajos al Mediterráneo, como se verá en el posterior tratado de Lyon (1601) firmado con el ducado de
Saboya al que se irá atrayendo a la órbita francesa, apartándolo de la tradicional esfera española en que se
encontraba a finales del siglo XVI. Asimismo, Francia abre la puerta a la intervención en el imperio (Alsacia,
Lorena y el Franco Condado) y en el Atlántico (comercio con América e implantación de colonias). El
Tratado de Vervins, sin embargo, no es ratificado con unos matrimonios reales – como lo fue el de Cateau-
Cambrésis y como era habitual en todos los tratados reales -, y las conversaciones para completarlo
comienzan desde 1601 con el nacimiento de los dos primogénitos (niña y niño, Ana de Austria y Luis XIII)
en las cortes de París y Madrid con pocos días de diferencia (22 y 27 de septiembre de 1601).

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Plan de trabajo haem (8)

  • 1. Tema 8 La hegemonía hispana y el orden europeo: 1492-1598 1. Los Reyes Católicos: unión de coronas, reconquista y expansión. La diversidad de reinos y territorios que los Reyes Católicos lograron reunir bajo sus personas durante las últimas décadas del s. XV y comienzos del s. XVI contrasta fuertemente con la frágil estructura administrativa e institucional que los articulaba, ya que no existieron instituciones comunes a todos ellos que permitieran crear una entidad nueva. Ello hace pensar en la importancia que tuvieron las relaciones personales para mantener unidad la Monarquía al mismo tiempo explica el deseo de los monarcas por integrar las élites de los distintos territorios en el gobierno con el fin de mantener la unidad e integración de los mismos. La Monarquía de los Reyes Católicos –como se conoce a este conglomerado de reinos— estaba compuesta por las Coronas de Castilla y Aragón, a las que se unió, poco después, el reino de Navarra. Partiendo del Consejo Real de la época medieval, establecieron el sistema polisinodial en torno a tres grandes Consejos: el de Castilla (1480), el de Aragón (1494) y el del Santo Oficio (1483). La estructura de gobierno de la Monarquía Hispánica durante la Edad Moderna (siglos XVI a XVIII) se define como polisinodial, es decir, con multiplicidad de Consejos. El título de Reyes Católicos fue conferido a Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla por el Papa valenciano Alejandro VI en la bula Si convenit expedida el 19 de diciembre de 1496. Dicha bula formula por primera vez el nombre de rey y reina de las Españas. El título de Rey Católico lo heredaron y conservaron sus sucesores (se habla de Felipe II como el Rey «Católico»). La pareja se casó en el Palacio de los Viveros de Valladolid el 19 de octubre de 1469, ella con 18 años y él con 17, pasando su luna de miel en el Castillo de Fuensaldaña (Fuensaldaña, Valladolid). El reinado de los Reyes Católicos significó el tránsito del mundo medieval al mundo moderno en España. Supuso la paz entre las dos coronas (fundida en la de los Trastámaras), en constante pugna por el territorio y la influencia política. Los Reyes, apoyados por las ciudades y la pequeña nobleza, establecieron una monarquía fuerte frente a las apetencias de poder de eclesiásticos y nobles. Con la conquista de Granada, Navarra, Canarias, Melilla y otras plazas africanas consiguieron la unión territorial bajo una sola corona de la totalidad —exceptuando Ceuta y Olivenza que entonces pertenecían a Portugal— de los territorios que hoy forman España. Dicha unión territorial era personal, ya que se mantuvieron las soberanías, normas e instituciones propias de cada reino y corona. De modo que cuando se emprendía una acción militar o una empresa comercial, se hacía bajo estandarte común. Aprovechando que el reino de Granada se encontraba en una crisis dinástica entre el sultán, su hermano el Zagal y su hijo Boabdil, comenzó la guerra por la conquista de Granada. Se distinguen varias fases: – 1484 - 1487 se produce la conquista de la parte occidental del reino. Boabdil firma un tratado con los Reyes, según el cual entregaría Granada a cambio de que le dieran un señorío en la zona oriental del reino. (Boabdil quitó el trono a su padre, Muley Hacén y durante un tiempo estuvo en disputa por éste tanto con él, como con su tío, el Zagal) – 1488 - 1490: empieza la conquista del oriente del reino. Se traslada la base de operaciones a Murcia. Durante esta etapa se rinde el Zagal (penúltimo rey de Granada, tío de Boabdil, hermano de Muley Hacén). – 1490 - 1492: se exige a Boabdil la entrega de Granada. Al enterarse el pueblo granadino de lo pactado, opone resistencia, que es respondida por los ejércitos de los Reyes. Al final Boabdil entrega Granada tras unas negociaciones secretas. Conquista de Canarias La soberanía del archipiélago canario le fue reconocida a Castilla por el Tratado de Alcáçovas (1479), que definía los territorios españoles y portugueses. En 1492 se conquistaba la isla de La Palma y el proceso de incorporación de las Islas Canarias se completaría con la finalización de la conquista de Tenerife en 1496, en la llamada Paz de Los Realejos. Conquista de Navarra En 1512 Fernando el Católico pidió permiso a Navarra (aliada natural de Francia, frente a la continua rivalidad entre Aragón y Francia) para que las tropas españolas pasaran por Navarra para atacar a Francia. La respuesta negativa por parte del rey navarro fue motivo suficiente para que Fernando el Católico ordenara al duque de Alba la ocupación de Navarra, y en menos de un año, la parte española del Reino de Navarra (la Alta Navarra) se incorporó a la Monarquía Católica. En 1492 se expulsó a los judíos (de gran poder económico) de España, produciéndose una crisis económica. Salieron de España unos dos tercios, convirtiéndose los demás. También se obligó a los musulmanes a convertirse al cristianismo (moriscos) o a abandonar España. El resultado de esta acción de limpieza religiosa fue la creación de un país de religión cristiana y el comienzo de la identificación de patria y
  • 2. religión. Se instituye la Embajada permanente de España ante la Santa Sede, que es la primera embajada permanente del mundo y la primera vez que se emplea el nombre de España para un establecimiento oficial. La política matrimonial de sus hijos se orientó hacia la búsqueda de la alianza con Portugal y en la creación de una coalición opuesta a Francia que siempre había alegado pretensiones sobre ciertos territorios de la corona de Aragón, al declararse heredera del Imperio de Carlomagno, aunque no había sido enemiga de Castilla. Unieron sus fuerzas para enfrentarse a empresas militares y para relacionarse con otros países, pero no las unieron para tener la misma moneda, las mismas instituciones o leyes. La expansión por el Mediterráneo: Italia Una vez finalizada la conquista de Granada, el rey Carlos VIII de Francia firmó con Fernando, en 1493, el tratado de Barcelona, mediante el cual Aragón recuperó el Rosellón y la Cerdaña a cambio de su postura neutral ante un inminente ataque francés al reino de Nápoles. El ejército de Carlos VIII se desplazó al sur de Italia, destronando a Alfonso II, rey de Nápoles y pariente de Fernando el Católico. La situación de Francia en la península Itálica no gustó al Papa (el valenciano Alejandro VI) puesto que ponía en peligro los Estados Pontificios, por lo cual pidió ayuda al Rey Católico. Fernando no dudó en intervenir y, en poco tiempo, el ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, expulsó a los franceses, recuperando su trono el rey napolitano. En 1500 el nuevo rey de Francia Luis XII firmó con Fernando el Católico el tratado de Granada para ocupar conjuntamente el reino de Nápoles. Fernando accedió y el rey de Nápoles, a la sazón Federico I, fue destronado. Ambos ejércitos ocuparon la zona, pero las discrepancias empezaron a surgir y comienza una lucha de guerrillas. Pese a la inferioridad numérica de su ejército, el Gran Capitán derrota a los franceses y los expulsa de Italia. Nápoles es conquistada de nuevo y vuelve a ser incluida en la Corona de Aragón. Durante los últimos años del reinado de Fernando el Católico se reanuda la intervención de Aragón en asuntos italianos. Fernando participa en la Liga de Cambrai de 1508, convocada por el Papa Julio II contra Venecia. Después de esta liga comienzan a producirse roces entre el Pontífice y Francia. Por el auxilio que pide el Papa, Fernando rodea Roma con sus tropas ante un posible ataque francés para destituir al Papa. Expansión por el Norte de África Tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos deciden iniciar la conquista del norte de África con una doble intención: – Continuar la Reconquista para la cristiandad de la Nova Hispania (el Magreb). – Conjurar la posibilidad de que los reinos del norte de África emprendieran una reconquista de Granada y eliminar los focos de la piratería berberisca de la zona. La conquista comenzó con la toma de Melilla en 1497 y siguió en 1505 con la toma de Mazalquivir. Se ocuparon el Peñón de Vélez, Orán, Bugía, Argel, Túnez, La Goleta y Trípoli. Cabe destacar la participación militar del propio cardenal Cisneros, confesor de Isabel la Católica y Arzobispo de Toledo, que en ese momento era la tercera persona más poderosa en España. La conquista del Norte de África se interrumpió en 1510 debido a la reanudación de las guerras en Italia y a que empezaba a revelarse más rentable dirigir los esfuerzos a la colonización de las Indias. Expansión por América Los Reyes Católicos aceptaron el proyecto de Cristóbal Colón ya que el comercio de especias era un casi monopolio: de antiguo, los genoveses eran los únicos que habían conseguido tratar con el Imperio otomano, dueño de los viejos caminos del comercio de especias. Los vecinos portugueses estaban empezando a encontrar un camino propio, por mar, rodeando África. Un reino rico, como el de Castilla, se veía obligado a tener una ruta propia para obtenerlas, evitando depender de Génova o de Portugal, lo que sería muy rentable para su comercio. Poco más de un año después de la vuelta de Colón, se firmó entre España y Portugal el Tratado de Tordesillas en 1494, mediante el cual se redistribuyó la influencia territorial de cada país fijada en el Tratado de Alcáçovas. En las Indias, anexionadas al reino de Castilla, se instauraron los sistemas administrativos tradicionales del reino castellano. Se instituyó en Sevilla en 1503 la Casa de Contratación, para controlar el comercio con América, impidiendo que cualquier otro puerto de España pudiese hacerlo. Se creó la Audiencia en Santo Domingo en 1510 y, para la administración de los nuevos territorios, se creó un antecedente del Consejo de Indias que más tarde instituiría formalmente Carlos I (1523) organizándolo a semejanza del Consejo de Castilla. Los reyes consiguieron el Patronato de Indias (concedido por el Papa) que les dejó controlar la Iglesia americana. Se instauraron además las encomiendas para evangelizar a los indígenas. Los Reyes establecieron una política exterior común marcada por el carácter diplomático de Fernando el Católico, que supondría la hegemonía hispánica en Europa durante los siglos XVI y XVII. El descubrimiento de América en 1492 supuso un hito en la historia mundial. Esta circunstancia abrió enormes posibilidades a la economía, a la ciencia y acentuó la expansión atlántica que continuaría en los siguientes siglos.
  • 3. 2. El imperio de Carlos V. Dinastía y territorios Los hijos de los Reyes Católicos, Juan y Juana, se casaron con los hijos del Emperador Maximiliano de Austria y María de Borgoña, Felipe y Margarita, vinculando estos matrimonios al Imperio y a los Países Bajos con España. Efectivamente los Países Bajos y la monarquía española tuvieron un único heredero, que no fue el príncipe Juan, que murió en 1497, sino Carlos, hijo de Felipe y Juana, nacido en Gante en 1500. Muerto en enero de 1519 el emperador Maximiliano, su nieto Carlos V era elegido para asumir el título imperial, en competencia con la candidatura del soberano francés. Carlos había reunido una fabulosa herencia territorial, fruto de la intensa política matrimonial de sus antecesores. – De su abuelo paterno Maximiliano, las tierras patrimoniales de la Casa de Habsburgo y la posibilidad de recibir la corona del Sacro Imperio Romano Germánico. – De su padre, Felipe el Hermoso, muerto en 1506, la herencia borgoñona de Carlos el Temerario: los Países Bajos y el Franco Condado, mientras el ducado de Borgoña, bajo soberanía francesa, pasaría a constituir una reivindicación permanente. – De su abuelo Fernando de Aragón, recibió en 1516 la corona aragonesa (incluido el reino de las Dos Sicilias), – De su abuela Isabel, Castilla (incluidos el reino de Navarra y los territorios americanos recién descubiertos), aunque nominalmente compartiría durante años el gobierno de ésta con su madre, Juana, encerrada en Tordesillas a causa de sus trastornos mentales. Sin duda alguna, la elección imperial abrió una nueva fase en la historia de las relaciones internacionales y se hablará durante décadas de la posibilidad de construir una Monarquía Universal bajo la dirección de los Habsburgo. La inmensidad del poder reunido en manos de César Carlos (casi sin precedentes en la historia europea), su profundo sentido de la responsabilidad que entrañaba la dignidad imperial, la necesidad de detener el avance turco, y la aparición del luteranismo, que amenazaba con romper de una vez por todas la unidad espiritual de la Cristiandad medieval, fueron factores decisivos que contribuyeron a convencer al Emperador del papel fundamental que estaba llamado a desempeñar en la historia europea. Para financiar tan costosa política, Carlos contará con el recurso fundamental de la hacienda castellana y de los tesoros americanos que, a pesar de todo, no siempre fueron suficientes para sostener sus empresas. Aunque los retratos nos lo presentan a menudo como el último Emperador que intentó hacer valer los derechos universalistas de su título, en el día a día de su política internacional, los conflictos a los que tuvo que hacer frente comparecen con un carácter más realista y conservador, menos utópico. Mantenía los antiguos conflictos con: – los príncipes alemanes dentro del Imperio, aunque la Reforma les dio un nuevo cariz; – el Islam que, en todo caso, pierde valor de referencia y capacidad de movilización en Europa; y, – los Valois, amplificación de los conflictos que décadas antes habían enfrentado a Francia con España y con los Habsburgo. A la luz de esta política real, el César Carlos parece, sobre todo, un afortunado heredero de territorios con tradiciones e intereses a menudo divergentes, de cuya contraposición y heterogeneidad derivarán las complicaciones y los fracasos de su política en Europa. El Imperio fue, más que nada, la expresión de una voluntad dinástica y el sueño de algunos círculos intelectuales. 3. Enemigos y guerras de Carlos V: Francia, turcos y protestantes Carlos V aspiró a una monarquía universal en la que su dinastía estaría destinada a una hegemonía europea, basada en unas relaciones pacíficas entre las distintas monarquías cristianas, que le permitirían unir sus esfuerzos, liderados por él, como Emperador, contra los infieles, contra los turcos (ideal de Universitas christiana). Jamás pudo liderar una Europa cristiana unida contra los turcos, porque en todo momento se lo impidieron por un lado los franceses y por otro los protestantes alemanes. La pax christiana, verdadero lugar común de la publicística imperial, requisito sine qua non para poder desarrollar una campaña eficiente contra los infieles no pasó de ser una utopía política. Los particularismos de la época –político y religioso— no permitieron el despliegue del universalismo. La consolidación de las monarquías nacionales del Renacimiento se oponía a las aspiraciones de un poder universal por parte del titular del Imperio, y la unidad de la Iglesia cristiana, que había perdurado durante un milenio, era cuestionada por los luteranos, se resquebrajaba y se estaba perdiendo irreversiblemente. Las guerras contra Francia Sostuvo cuatro guerras con Francisco I de Francia, que también aspiraba a la corona imperial, y al que Carlos exigía la devolución de Borgoña. 1. En la primera guerra (1521–1526), Francia, se apoderó del Milanesado y ayudó a Enrique II a
  • 4. recuperar el Reino de Navarra, tras su conquista en 1512. Sin embargo el monarca francés fue derrotado y hecho prisionero, junto al monarca navarro, en la batalla de Pavía (1525). Francisco fue llevado a Madrid en donde firmó el Tratado de Madrid (1526), por el cual no volvería a ocupar ni el Milanesado ni apoyaría al rey de Navarra (pacto que renunció meses después por firmarlo bajo coacción) y entregaría Borgoña a Carlos, además de renunciar a Flandes e Italia. 2. En la segunda guerra (1526–1529) las tropas imperiales asaltaron y saquearon Roma (Saco de Roma), obligando al papa Clemente VII, aliado de Francisco I, a refugiarse en el castillo de Sant ´Angelo. Mediante la Paz de Cambrai, España renunció a Borgoña a cambio de que Francisco I renunciara a Italia, Flandes y el Artois, y la ciudad de Tournay. Coronado por el papa como emperador del Sacro Imperio Romano (1530), Carlos I continuó sus luchas contra Francia. 3. La tercera (1535–1538) se produjo por la invasión francesa del ducado de Saboya, aliado de España, con la intención de continuar hacia Milán. Acabó con la firma de la tregua de Niza debido al agotamiento de ambos contendientes. 4. La cuarta (1542–1544) concluyó debido a la reanudación del conflicto con los protestantes en Alemania. Agotados, los dos monarcas firmaron la Paz de Crépy, mediante la cual España perdió territorios del norte de Francia (como Verdún) y próximos a Flandes; una vez más Francia renunciaba a Italia y Países Bajos, entrando Milán en la política matrimonial mediante un previsible enlace hispano-francés. Guerra contra los turcos Los aliados berberiscos de los turcos desarrollaban una fuerte campaña de hostigamiento contra los dominio hispánicos en el Mediterráneo. En 1516, el príncipe Selim de Argel pidió ayuda al corsario Baba Aruj (Barbarroja), para deshacerse del sometimiento de Castilla. Aruj acudió en calidad de amigo, pero tras atacar Argel y expulsar a los españoles de la ciudad, mató a Selim y se autonombró rey. El cardenal Cisneros, regente de Castilla hasta la llegada de Carlos al reino, envió a una tropa de 8.000 hombres al mando de Diego de Vera para reconquistar la ciudad, pero fueron derrotados. En 1517 Aruj se apoderó de Tremecén, pero al año siguiente, fue derrotado y muerto, y su hermano Jeireddín se proclamó rey de Argel. Tras enterarse de la noticia, Carlos decidió reconquistar inmediatamente la ciudad. Mientras tanto, los turcos, en 1529 habían protagonizado un primer asedio a Viena, que repitieron de nuevo en 1532. Con la ayuda de los príncipes alemanes protestantes y de buena parte de la nobleza castellana, Carlos acudió en 1532 en ayuda de su hermano Fernando de Habsburgo para defender Viena del ataque de Solimán I el Magnífico, pero Francisco I de Francia, quien temía que el emperador derrotara a los turcos y así se centrara en la guerra contra él, aconsejó al sultán que no atacara al ejército imperial y éste acabó retirando sin ofrecer apenas batalla. Mientras, Jeireddín Barbarroja logró expulsar a los españoles del Peñón de Argel y en 1533 se alió con Solimán, quien le nombró almirante de flota. Al año siguiente el corsario tomó Túnez y, ante esta situación, Carlos organizó dos operaciones de diferente fortuna. La primera fue la conocida como la Jornada de Túnez, en 1535, por la que se le arrebató Túnez a Barbarroja y la segunda, la Jornada de Argel, en 1541, que fracasó debido al mal tiempo. Aparición del protestantismo Muchos príncipes germánicos abrazaron la causa de la Reforma para usarla como móvil de oposición política contra el Emperador y beneficiarse de la secularización de los bienes de la Iglesia. Como Soberano, después de la imposición de la Corona Imperial por mano del pontífice (1530), Carlos se sentía obligado a dedicarse completamente a la solución de los problemas que el luteranismo había creado en Europa y en Alemania en particular, con el fin de salvaguardar la unidad de la fe cristiana contra el embate de los turcos. Antes, en 1523 había cedido las islas de Malta y Gozo, así como Trípoli a la Orden de Malta. En el mismo año 1530 convocó la Dieta de Augsburgo, en la cual se enfrentaron luteranos y católicos sobre las llamadas Confesiones de Augsburgo. Carlos confirmó el Edicto de Worms de 1521, es decir la excomunión para los luteranos, amenazando la reconstitución de la propiedad eclesiástica. Como respuesta (y protesta, de ahí protestantismo), los luteranos, representados por las llamadas «órdenes reformadas», actuaron dando vida a la Liga de Esmalcalda (1531). Tal coalición, dotada de un ejército y de una caja común, fue llamada también la «liga de los protestantes». Reconociendo que era necesaria una reforma y para intentar resolver el problema, el pontífice Pablo III convocó un Concilio ecuménico en Trento (1545). Ni el ni el emperador ni el papa que lo había convocado vieron la conclusión. Tras la negativa de los protestantes a reconocer el Concilio de Trento, el emperador comenzó la guerra en 1546, con un ejército armado por el pontífice, al mando del austríaco Octavio Farnesio. Carlos V consiguió una contundente victoria en la batalla de Mühlberg en el 1547, poco después los príncipes alemanes se retiraron y se subordinaron al Emperador. De
  • 5. la dieta de Augsurgo de 1548, resultó un secreto imperial conocido como el ínterim de Augsburgo, para gobernar la Iglesia en espera de las resoluciones del Concilio. En el ínterim se respetaba la doctrina católica, pero se permitía la comunión por las dos especies y el matrimonio del clero. Tras la victoria imperial muchos príncipes protestantes estaban descontentos con los términos religiosos del Interim de Augsburgo, impuesto tras la derrota. Liderados por Mauricio de Sajonia, muchos príncipes formaron una alianza con Enrique II de Francia (1552). A cambio de apoyo financiero francés y asistencia, le prometieron a Enrique la posesión de los Tres Obispados (Metz, Verdún y Tolón) como vicario del Imperio. En la consecuente guerra de príncipes, Carlos tuvo que huir a Carintia ante el avance de Mauricio de Sajonia, mientras que Enrique capturó las fortalezas de Metz, Verdun y Tolón. Ante la guerra con Francia, su hermano Fernando I, como rey de Romanos, negoció la paz con los protestantes en el tratado de Passau (1552), en el que el emperador garantizaba la libertad de culto a los protestantes. A pesar de su victoria no logró el anhelado deseo de unificar política y socialmente el luteranismo con el catolicismo, por lo que tan sólo ocho años después, en 1555, se vio obligado a suscribir la «Paz de Augsburgo» por medio del cual se reconocía el inalienable derecho de los alemanes de adherirse a la confesión católica o al luteranismo. Dando fin, aunque sea de manera temporal (50 años), al largo conflicto surgido por la Reforma. 4. La Monarquía de España bajo Felipe II (1556-1598): identidad y proyección católica. Asumió el trono español tras la abdicación de Carlos I en 1556 y hasta 1598 gobernó el vastísimo imperio integrado por Castilla, Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco-Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, Portugal y su imperio afroasiático, toda la América descubierta y Filipinas. Nunca la política exterior española se ha parecido tanto al conjunto de las relaciones internacionales como en ese casi medio siglo que transcurre entre 1556 y 1598. La unidad religiosa estuvo muy presente en todos los aspectos de la vida de Felipe II, unidad de una fe que se veía amenazada por las incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas. Para hacer frente al Imperio Otomano se constituyó la llamada Liga Santa integrada por una serie de Estados como Venecia, Génova y el Papado. Es cierto que Felipe II no heredó el conjunto de los territorios de su padre Carlos V, pero pese a esta ostensible disminución territorial (que subsanaría Felipe II con la incorporación de Portugal) el Rey Prudente ostentó en la Europa de su tiempo un auténtico liderazgo, apoyado por la otra rama de los Habsburgo, con la que constituyó el eje Madrid – Viena. Por su parte, Polonia, la avanzada de la catolicidad en Oriente, llegó a situarse como primera potencia militar del Báltico. Dada la ubicación de estas tres formaciones políticas en el mapa de Europa y su confesionalidad mayoritaria, han sido calificadas en su conjunto como diagonal de la contrarreforma. Mientras la hegemonía de Felipe II trascendió el área geográfica de la Europa occidental para convertirse en planetaria, la de los Habsburgo austríacos apenas rebasó el ámbito del Reich alemán y la de los reyes de Polonia el espacio báltico. Bajo Felipe II se acentúa la centralización. La capital se establece en Madrid en 1561. La Corte y los órganos de gobierno se instalan en ella casi definitivamente. La elección de Madrid, que destrona a Toledo y a Valladolid, se explica por las ventajas de una ciudad nueva en la que no existen los privilegios ni intereses locales amenazados, y por razones de geopolítica. Con el aumento de las llegadas de metales preciosos procedentes de las Indias, Sevilla se convierte en el centro vital del Imperio español. La política exterior de Felipe II (exclusivamente hispana), respecto a la de su padre, se simplificó desde el principio al no ostentar la dignidad imperial ni la soberanía sobre las diversas tierras incluidas en lo que genéricamente denominamos archiducado de Austria, lo que liberó al monarca español de muchas de las contradicciones con las que había chocado su padre en materia internacional. Pero, aparte de ello, fue mucho lo que Felipe II heredó del reinado anterior, y, en primer término, las rivalidades básicas. Franceses, protestantes y turcos continuaron siendo los mayores enemigos de su hijo. Con dos de ellos –turcos y protestantes—, la rivalidad política se reforzaba con incompatibilidades confesionales; con el otro –Francia —, la oposición careció del componente religioso. Tanto para Carlos V como para Felipe II la relación con la católica Francia captó su máxima atención. El hecho es que en el reinado de Felipe II se mantuvieron activas las fronteras con turcos, protestantes y franceses, aunque experimentaran cambios con el paso del tiempo. Así, la larga pugna hispano – otomana, en plena efervescencia al principio, desapareció a partir de 1578 con el consenso de ambos rivales, lanzados hacia frentes divergentes (Atlántico y Persia). Las posteriores ofensivas islámicas quedaron reducidas a los ataques de los norteafricanos, cuyas operaciones respondían más a las características de la guerrilla que a las de la guerra convencional. La oposición con el mundo protestante, en su versión luterano – germana, perdió interés para la España de Felipe II, ya no implicada directamente en el problema religioso alemán. Sin embargo, le afectará muy de cerca la rápida expansión de la ideología protestante por tierras situadas bajo la soberanía del Rey Prudente, como los Países Bajos. Simultáneamente a la difusión del protestantismo, las posturas, tanto en el sector católico como en el protestante, se radicalizaron . Aunque se evitó que en Francia se instalara una dinastía protestante, no se pudo
  • 6. evitar que el protestantismo arraigara en Inglaterra bajo el reinado de Isabel I. El relevo de Francia, como fundamental enemiga de España (debido al inicio de sus guerras de religión), lo tomó Inglaterra, país con el que la monarquía hispánica había mantenido habitualmente buenas relaciones. 5. La rebelión de los Países Bajos (1566) En 1566 se desencadena la revuelta de los Países Bajos contra la administración española y contra su soberano “natural”, Felipe II. Pero desde hacía 15 años, la situación no había dejado de deteriorarse. Poco después del comienzo de las guerras de religión en Francia, en los Países Bajos se desataba una compleja rebelión contra la autoridad de Felipe II, en la que confluía la protesta religiosa, política y socioeconómica. El conflicto trascendió pronto al ámbito internacional. Las motivaciones que llevaron a la ruptura entre una parte de la población y su rey fueron diversas. La ideología calvinista había penetrado en los Países Bajos y había experimentado un gran auge con la llegada de hugonotes tras la paz de Cateau- Cambrésis; la renovación de los placards o edictos contra la herejía contribuyó a enrarecer las relaciones entre el monarca y sus súbditos. En esta situación Felipe II abandonaba los Países Bajos para volver a España (1559) dejando como gobernadora a su hermanastra Margarita de Parma, asesorada por un Consejo en el que ocupaba un lugar destacado el cardenal Granvela, contra el que estaban varios príncipes flamencos. El descontento creció en 1561 con la publicación de una bula pontificia que trataba de implantar en los Países Bajos una reforma eclesiástica consistente en la creación de nuevas diócesis. Felipe II acabó destituyendo a Granvela, como pedía la oposición, pero la situación continuó agravándose con la implantación de los decretos tridentinos, los placards y el mayor rigor inquisitorial. Varios nobles, tanto católicos como protestantes, reunidos en torno a Luis de Nassau, formaron una Liga (1565) para solicitar a Felipe II el cese de las actividades de la Inquisición y una moderación en su política religiosa. Para complicar más las cosas, la situación económica por la que pasaba el país lanzó al pueblo a la revuelta y facilitó la labor de los predicadores calvinistas. En agosto de 1566, con una subida del precio del pan, se desató la furia por todo el país. Felipe II adoptó una política rigurosa, enviando al Duque de Alba para reprimir los excesos, y una de sus primeras medidas fue el arresto de los consejeros católicos, los condes de Egmont y de Horn, acusados de conspirar junto con el Príncipe de Orange (que logró huir a Alemania), y la creación del Tribunal de Tumultos para combatir tanto la herejía como la oposición política. La dimisión de Margarita de Parma fue seguida por el nombramiento del de Alba como gobernador general. El ajusticiamiento de los condes de Egmont y de Horn (1568) hizo regresar al Príncipe de Orange, dispuesto a enfrentarse a las tropas españolas, iniciándose la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648), que presenta durante el reinado de Felipe II dos fases. A la primera, muy confusa y en la que se mezclaban diferentes reivindicaciones, sucedió una segunda a partir de enero de 1579, con la creación de la Unión de Arrás, caracterizada por la clarificación de posiciones. A comienzos de la primera fase, los nuevos impuestos introducidos en 1569 aumentaron el descontento. La toma de Breille por los “mendigos del mar” en 1572 y la conquista de la ciudad de Flesinga supusieron el paso de la mayor parte de Holanda y de Zelanda a la causa de los sublevados. La destitución del duque de Alba en 1573 y el nombramiento de Luis de Requesens como su sucesor en los Países Bajos supuso el triunfo de la línea conciliatoria, que suspendió el Tribunal de Tumultos y los nuevos impuestos. Fracasó en sus negociaciones para alcanzar la paz con el Príncipe de Orange, jefe de los sublevados. La muerte de Requesens (1576) fue seguida por el vandálico saqueo de Amberes por las tropas de Felipe II. El Príncipe de Orange sacó provecho de la indignación que provocó este suceso y por la Pacificación de Gante ponía en pie de guerra a todas las provincias. Entre sus reivindicaciones estaban: la salida de las tropas españolas y la convocatoria de los Estados Generales. El nuevo gobernador, Juan de Austria, aceptó por el Edicto Perpetuo (1577) la Pacificación de Gante, obligándose a retirar los tercios y a aceptar las libertades de los Países Bajos. Pero ese mismo año Juan de Austria rompía el acuerdo con la toma de Namur, a lo que respondieron los Estados Generales negándole la obediencia y proclamando gobernador al archiduque Matías, hijo del emperador Maximiliano II. El regreso de los tercios al mando de Alejandro Farnesio (hijo de Margarita de Parma) logró restablecer la situación, al tiempo que la nobleza valona llamaba al duque de Anjou, que se trasladó a los Países Bajos; como reacción los calvinistas del norte llamaron al príncipe del Palatinado, lo que demostraba la falta de unión de los sublevados. Muerto Juan de Austria (1578), Alejandro Farnesio le sucedió al frente del gobierno de los Países Bajos. Sus dotes diplomáticas, el apoyo de su rey y la mayor disponibilidad de numerario fueron utilizados por Farnesio para atraer a la causa de Felipe II a la nobleza valona y al clero del sur, descontentos con el espíritu democratizador de los calvinistas del norte. Alejandro Farnesio había logrado que las provincias del sur aceptasen sus propuestas. Los estados valones constituyeron en 1579 la Unión de Arrás, con la que Farnesio firmó el Tratado de Arrás por el que, a cambio de la garantía de sus libertades y la retirada de tropas españolas, los unionistas reconocían a Felipe II como soberano y se comprometían a mantener la religión católica. La toma de Maastricht por las tropas españolas
  • 7. contribuyó a debilitar la posición del príncipe de Orange en Flandes y Brabante. La respuesta calvinista a la Unión de Arrás fue la Unión de Utrecht (1580), formada por las siete provincias septentrionales. Estas dos formaciones contribuyeron a clarificar la situación en los Países Bajos. La Unión de Utrecht, de mayoría protestante, se enfrentaba a la de Arrás, de mayoría católica. La confrontación política adquiría mayor tinte religioso que anteriormente, cuando católicos y protestantes luchaban juntos contra Felipe II. Escindido ahora el territorio en dos bloques, las acciones bélicas se centraban en la zona intermedia de Flandes y Brabante. Las dos últimas décadas del reinado de Felipe II contemplaron una creciente internacionalización del conflicto. Guillermo de Orange declaró depuesto a Felipe II y convocó los Estados Generales, que proclamaron al duque de Anjou (hermano y sucesor de Enrique III de Francia) soberano hereditario. Pero el gobierno del duque de Anjou fue muy decepcionante, y algunos de sus planes muy mal recibidos incluso por los que le habían proclamado; su muerte en 1584, ya en Francia, fue seguida por el asesinato del príncipe de Orange. Entonces los Estados Generales ofrecieron el trono a Enrique III, que no se atrevió a aceptar ante el temor a la reacción española. El desconcierto fue aprovechado por Alejandro Farnesio para conquistar diversas plazas flamencas; el envío del Conde de Leicester por Isabel I para ayudar a los sublevados poco ayudó dada la inhabilidad del conde. Alejandro Farnesio preparó toda su habilidad ofensiva contra el de Leicester y el nuevo príncipe de Orange, pero la simultaneidad de otras cuestiones internacionales le distrajo, obligándole a posponer el enfrentamiento. El episodio de la Gran Armada contra Inglaterra (1588) y el asesinato de Enrique III de Francia (1589) con la siguiente ascensión al trono francés del hugonote Enrique IV, reclamaron toda la atención de Felipe II. Muerto Alejandro Farnesio en 1592, ninguno de sus sucesores dio prueba de cualidades comparables a las suyas. En 1598 el rey de España se resignaba, al menos provisionalmente, a la pérdida del Norte y, para mejor asegurar la posición del Sur, cedió los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y a su esposo, el archiduque Alberto de Austria, lo que podía aparecer como una posibilidad de concesión de la autonomía (con la cláusula de que si no hubiera descendencia, como así ocurrió, estos territorios retornarían a España). Los españoles conservaban sus guarniciones en las plazas fuertes de las fronteras. La tregua de los Doce años (1609) y los tratados de 1648 (tratado de Münster) sancionarían la situación de hecho de 1598. Así pues, la rebelión contra el monarca hispánico que comenzó en 1568, finalizó en 1648 con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas, hoy conocidas como Países Bajos. Los actuales Bélgica y Luxemburgo formaban parte de las Diecisiete Provincias, pero permanecieron leales a la corona española. La República de las Provincias Unidas fue reconocida como estado independiente y conservó muchos de los territorios que había conquistado durante los últimos compases de la guerra. 6. Las grandes paces. De Cateau Cambresis a Vervins Paz de Cateau-Cambrésis (1559) La Paz de Cateau-Cambrésis fue el tratado de mayor importancia de la Europa del siglo XVI, por la duración de sus acuerdos, que estarán vigentes durante un siglo, y porque dará lugar a una nueva situación internacional. Supuso el inicio de la preponderancia española, y por tanto un desplazamiento de los problemas hacia Occidente, gravitación aún acentuada por la unión de Portugal a la Monarquía hispánica en 1580. El tratado de paz fue firmado entre España (Felipe II), Francia (Enrique II de Francia) e Inglaterra (Isabel I de Inglaterra). Las conversaciones se iniciaron en la abadía de Cercamp, pero después se trasladarían al castillo de Cateau-Cambrésis (comuna francesa unos 20 km al sureste de Cambrai). Francia e Inglaterra acordaron la entrega de Calais a los franceses por un periodo de 8 años. Transcurrido dicho período debería ser devuelto y, en caso contrario, deberían pagar 500.000 escudos de oro. Felipe II de España y Enrique II de Francia acordaron: • San Quintín, Ham y Châtelet se devolvían a Francia, así como los obispados de Metz, Tolón y Verdún. • Las distintas plazas ocupadas por los franceses en Flandes pasaban de nuevo a España. • España retiene el Franco Condado. • Francia renuncia para siempre a sus ambiciones italianas y devuelve Saboya y Piamonte a la Casa de Saboya, Córcega a Génova y el Monferrato a Mantua. • Francia y España deciden trabajar acordes y activamente contra la herejía protestante, lo que va a propiciar en un futuro próximo las guerras de religión francesas. La paz se consolidó con dos matrimonios: • Manuel Filiberto, duque de Saboya, con Margarita, duquesa de Berry, hermana de Enrique II. • Felipe II con Isabel de Valois, hija de Enrique II. La paz consolidó la hegemonía española.
  • 8. Los tratados de Cateau-Cambrésis significarán un largo período de tranquilidad en la península italiana, tras el asentamiento del poder español y los problemas civiles franceses. Cuando en la segunda mitad del siglo XVII las tornas se vuelvan y la decadencia española sea evidente, Francia estará más interesada por otras áreas geográficas. Por tanto, hasta el siglo XVIII, los Estados italianos podrán vivir en paz, aunque marginados de los principales asuntos europeos. Durante los festejos de celebración por la paz, una lanza atravesó el ojo de Enrique II, que murió poco después. La paz de Vervins (1598) Se firmó en 1598 en Vervins entre los reyes Felipe II de España y Enrique IV de Francia. El tratado sirvió especialmente para confirmar las cláusulas previamente firmadas en el tratado de Cateau-Cambrésis (1559) entre el propio Felipe II y Enrique II de Francia, añadiendo diversas cláusulas nuevas. De acuerdo con los términos de este tratado: • España devolvió a Francia el Vermandois, una parte de Picardía, la ciudad de Calais y Le Blavet (Port-Louis, Bretaña), • Francia restituyó a España el Charolais y diversas plazas fuertes de las que Francia se había apoderado desde el tratado anterior y renunciaba expresamente a la soberanía sobre Flandes y Artois (secuelas lejanas de la lucha entre el rey de Francia Luis XI y el duque de Borgoña Carlos el Temerario). Sin embargo, Enrique IV se negó a legitimar la anexión de la parte española de Navarra, llevada a cabo en 1512 por Fernando II de Aragón, bisabuelo de Felipe II. El tratado de Vervins de 1598 había sido aparentemente una restauración de la paz de Cateau-Cambrésis de 1559 a la que copia en estilo, en intenciones políticas e incluso en frases concretas. Se trataba de restaurar el equilibrio roto entre las monarquías de Francia y España, con la vuelta a las fronteras de mediados del siglo XVI. Se iniciaba un nuevo periodo histórico y, sobre el que los contemporáneos situaban sus esperanzas en un cambio generacional que llegó ese mismo año con la muerte del monarca. En Francia, el Tratado de Vervins también representa una revolución política ya que, junto con el edicto de Nantes proclamado días antes, significa el fin de las guerras civiles religiosas entre católicos y protestantes, el comienzo de una nueva dinastía (la casa de Borbón a la que legitimaba el tratado), la restauración de las fronteras del reino tanto internas como externas y, finalmente, el comienzo implícito de una dinámica expansiva que se comprobará terriblemente durante el siglo XVII. El tratado de Vervins es asimismo un replanteamiento de objetivos: se abandona relativamente el objetivo Italiano y se lanzan nuevas ambiciones territoriales que van desde los Países Bajos al Mediterráneo, como se verá en el posterior tratado de Lyon (1601) firmado con el ducado de Saboya al que se irá atrayendo a la órbita francesa, apartándolo de la tradicional esfera española en que se encontraba a finales del siglo XVI. Asimismo, Francia abre la puerta a la intervención en el imperio (Alsacia, Lorena y el Franco Condado) y en el Atlántico (comercio con América e implantación de colonias). El Tratado de Vervins, sin embargo, no es ratificado con unos matrimonios reales – como lo fue el de Cateau- Cambrésis y como era habitual en todos los tratados reales -, y las conversaciones para completarlo comienzan desde 1601 con el nacimiento de los dos primogénitos (niña y niño, Ana de Austria y Luis XIII) en las cortes de París y Madrid con pocos días de diferencia (22 y 27 de septiembre de 1601).