El documento describe el megalitismo en la península ibérica durante el Neolítico. Surge como una nueva arquitectura funeraria monumental a finales del V milenio a.C., con sepulcros megalíticos que aparecen tanto de forma aislada como en grandes necrópolis. El megalitismo se extendió por la península y tuvo una larga duración, reflejando importantes cambios sociales y religiosos en las comunidades prehistóricas, como la separación del espacio de los vivos del de los mu
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1.- UNA ARQUITECTURA NEOLÍTICA
En la etapa de madurez de nuestro Neolítico se advierten distintas manifestaciones en el ritual funerario,
diferenciándose el espacio de los muertos del de los vivos. Surge así el concepto de necrópolis, rompiéndose la
relación de los vivos con sus difuntos, que en el neolítico antiguo normalmente se enterraban debajo de las
viviendas. (Pág. 71).
Quizá, al generalizarse los poblados al aire libre, que agrupaban una población mayor con intereses
comunes, pero no necesariamente del mismo linaje, perdió fuerza la vinculación a la casa familiar. Un ejemplo
sería el grupo de los sepulcros de fosa, que parecen formar verdaderas necrópolis de sepulturas, en general de
carácter individual, cuyos ajuares revelan una diferenciación social. A la vez, surge un nuevo ritual funerario de
inhumación múltiple, practicado en cuevas naturales, artificiales o en sepulcros megalíticos.
1.1 CRONOLOGÍA DE LOS PRIMEROS MEGALITOS
El megalitismo tiene sus inicios en el Neolítico avanzado de finales del V milenio, desarrollándose sobre
todo en el IV milenio a.C. Es anterior al uso de la metalurgia, aunque su utilización se prolongue y evolucione de
forma notable durante el Calcolítico. Representa la primera arquitectura monumental en el occidente de Europa,
desde finales del V milenio a.C. Su gran número, variada tipología, su aparición ex novo, su prolongada utilización
y sobre todo, el gran cambio social y religioso-funerario que refleja, desarrollan una atractiva trama, en donde la
Península Ibérica tiene un papel destacado. Se admite el carácter occidental de esta innovación, refrendado por
los datos proporcionados por la cronología absoluta. (Pág. 73 y 74).
1.2 DISTRIBUCIÓN ESPACIAL
Existe una relación de las primeras tumbas megalíticas en la fachada atlántica (Bretaña y Portugal) a
mediados del V milenio, con el incremento de población experimentado en Europa durante los inicios del
Neolítico. Los megalitos serían indicadores, que reafirmaban los derechos sobre la explotación de un
determinado territorio por parte de pequeños grupos de población unidos por parentesco (sociedades
segmentarias), lo que ayudaría a cohesionar el grupo y advertía a posibles competidores por el territorio. Los
sepulcros megalíticos aparecen tanto aislados como formando extensas necrópolis y es habitual su situación en
lugares destacando sobre el conjunto de un paisaje determinado.
1.3 EL CONTEXTO CULTURAL
El porqué era tan necesario en este momento reafirmar el dominio de un territorio y vincularlo al ritual
funerario, es un tema de gran interés. La interpretación histórica parece fácilmente deducible: los “derechos
históricos” sobre un territorio, transmitido desde unos antepasados a sus sucesores, adscritos a la propia tierra
más allá de la muerte.
El megalitismo en la península se inició unos quinientos años antes de que apareciera el uso del cobre,
aunque se prolongue hasta la época del vaso campaniforme, no siempre se relaciona con la metalurgia. Es de
gran importancia conocer el contexto originario en que se produjo la aparición del megalitismo y tratar de buscar
el motivo, la causa por la que las comunidades prehistóricas europeas indígenas, consideraron importante aunar
esfuerzos capaces de mover y colocar aquellos enormes bloques de piedra.
Lo primero que destaca es que hay un fuerte contraste entre las zonas en las que el Neolítico antiguo de
cerámicas decoradas se implantó pronto (VI-V milenio: mediterráneas de cerámica impresa y cardial o las
centroeuropeas de cerámica de bandas, donde no hay megalitos antiguos), y las que recibieron más tarde las
formas de vida neolítica (las áreas más periféricas occidentales de Europa) (Pág. 76).
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En conjunto, el contexto parece revelar una continuidad en el sustrato de población, tanto en Bretaña
cómo en Portugal, que queda reflejado en la tecnología lítica de tradición mesolítica. El sustrato en el que
aparece el megalitismo muestra poblaciones con continuidad de las formas de vida cazadora-recolectora en el IV
milenio a.C.
Las formas de vida neolítica en los primeros tiempos del megalitismo, es posible que fueran de carácter
mixto, agrícola y ganadera. Los indicios de antropización del paisaje, con descenso del bosque, lo mismo podría
deberse al uso del suelo para cultivos que para pastos o para ambos. La localización de los megalitos en algunos
casos, teniendo en cuenta las condiciones ambientales, parecen revelar una actividad con preponderancia
pastoril, lo que en muchos casos explicaría la falta de restos de asentamientos estables. (AUTONOTA: También
pudiera ser, que la llegada de las nuevas gentes con sus nuevas costumbres, arrinconaran a los indígenas en la
fachada atlántica del continente europeo, y éstos, en un intento colectivo por sobrevivir a las nuevas costumbres,
aunaran esfuerzos para construir los megalitos, que servirían para avisar a las nuevas gentes de su dominio sobre
el territorio, a modo de mojones; una vez aculturados, su tradición megalítica se extendería a más regiones).
2.- EL RITUAL FUNERARIO
La actividad agrícola desde el V milenio a.C., parece relacionarse con el tipo de enterramiento individual en
fosa. Este tipo de necrópolis con fosas del Neolítico pleno, en ocasiones llegan a excavar estructuras sepulcrales,
llegando a formar verdaderos hipogeos, que se utilizaron para enterramientos múltiples, presentando un
desarrollo extraordinario en Cerdeña. En Cataluña, a la par de los sepulcros de fosa, en el IV milenio, empiezan a
aparecer las construcciones megalíticas en el Ampurdán oriental. (Pág. 78).
2.1 CUEVAS SEPULCRALES
El abandono del hábitat en cueva y el desarrollo de los poblados al aire libre, donde se agrupaban un mayor
número de familias cerca del lugar de trabajo, de los campos o de algún manantial, relegó las cuevas a una
ocupación estacional como corral. En muchos casos tuvieron una continuidad de uso para inhumaciones
sucesivas, tal vez para los miembros de una misma familia. Así, las antiguas inhumaciones individuales en el lugar
de habitación, se convirtieron en inhumaciones múltiples en cuevas, que se convierten en necrópolis. Esto
coincide en zonas donde no se desarrollo el megalitismo, aunque el uso de cuevas naturales como necrópolis se
generalizó en todo el espacio peninsular. Las cuevas sepulcrales no supondrían un cambio de ritual sino de uso.
(Pág. 79).
2.2 HIPOGEOS
Hay hipogeos (“cuevas artificiales”) en la costa atlántica próxima al estuario del Tajo, zonas de gran riqueza
agrícola, que parecen iniciarse en el IV milenio, contemporáneo al neolítico de Pavía (de tradición mesolítica) y a
los megalitos alentejanos, caracterizados por las plaquetas grabadas de pizarra. La cámara suele tener una
abertura en su parte superior, que tapada con una losa, permitía su utilización sin necesidad de acceder por el
corredor, difícil de transitar si había desprendimientos en estructuras muy frágiles.
Se trata de un Neolítico avanzado que se ha documentado en varios poblados portugueses de altura, antes
del nivel fortificado. (Pág. 80).
Se constata la contemporaneidad de dos formas de enterramiento: la tradicional neolítica, inicialmente de
sepulturas en fosa, en necrópolis o en cuevas naturales, que parecen asimilar el ritual de enterramientos
múltiples en cuevas artificiales (hipogeos) y en megalitos, que desde el principio parecen tener el carácter
acumulativo de sucesivos enterramientos.
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2.3 SEPULCROS MEGALÍTICOS
En el III milenio continúa el uso de hipogeos y se extienden los megalitos por amplias áreas, a veces en
necrópolis de grandes centros de población situados en lugares aptos para una rentable actividad agrícola, que
alimentaría a una población estable y numerosa (Millares, Concepción y La Pijotilla).
Aparece un nuevo tipo de sepulcro, construido en mampostería de piedra, a veces combinada con grandes
losas. Son los sepulcros de corredor en parte excavado en tierra, con cámara circular cubierta con una falsa
cúpula, corredor forrado con ortostatos y protegido por un túmulo artificial. Estos sepulcros de corredor con
cámara de falsa cúpula suponían un ahorro enorme de esfuerzo constructivo y permitían acceder a la cámara por
el agujero del techo, una especie de claraboya tapada con una losa plana, para usos posteriores. Quedan atrás los
grandes sepulcros de corredor de los primeros tiempos, con los enormes bloques de granito o caliza, y se utilizan
materiales más livianos como la pizarra.
En general están en conexión con grandes zonas agrícolas y en ocasiones sustituyen a antiguos hipogeos o
se inspiran en ellos; pero los hipogeos siguen activos en la campiña cordobesa y sevillana, donde con sus ricos
ajuares compiten con los más ricos de las sepulturas construidas en mampostería. (Pág. 82).
2.4 ORGANIZACIÓN SOCIAL E IDEOLOGÍA
Es posible que el megalitismo surgiera como una necesidad de proteger las tierras de caza, pesca y
recolección, bien sea para preservar la antigua actividad frente a los colonizadores o para reafirmar sus derechos
anteriores al comenzar las nuevas estrategias de explotación agrícola y pastoril. Los límites de pastizales siempre
han creado problemas (documentados desde la Edad Media).
La necesidad de vincular el territorio a un grupo de tradición cazadora y organización de tipo clánico, es
posible que llevara a reafirmar la identidad del grupo sobre el individuo, con un lugar de enterramiento común,
monumento o necrópolis. Las poblaciones neolíticas habrían perdido este concepto gentilicio a favor de la unidad
familiar vinculada a la casa más que a la tierra. La división del trabajo diversificó las actividades iniciando nuevas
clases sociales y su estratificación.
La vinculación a la tierra ya no era fundamental y la ciudad de los vivos, con sus múltiples actividades, se
separó de la de los muertos. El concepto de comunidad más amplia que la familia natural, se extendió durante el
III milenio a.C., debido a la gran movilidad del pastoreo extensivo, al crecimiento demográfico y el intercambio de
materiales y productos.
Esta actividad explica el hallazgo de cuentas de collar de variscita de Gavá en dólmenes de la provincia de
Burgos, lo que indicaría las tempranas relaciones en el Neolítico de la segunda mitad del IV milenio, entre las
gentes de los sepulcros en fosa y la Meseta.
Este esquema de organización social, favoreció la preeminencia de determinadas familias y la
estratificación social, que acabó por resultar insuficiente para dirigir grandes explotaciones. Al mismo tiempo,
esto pudo derivar a una vuelta de los sistemas de tradición agrícola y al individualismo diferenciado, en que las
familias ostentaban distintas categorías. Así, la organización social en la Europa del II milenio, revela un sistema
de tipo aristocrático, en vez del poder centralizado y teocrático al que llegaron los grandes núcleos agrícolas del
Próximo Oriente, que desembocaron en un sistema urbano.
La estructura socioeconómica que representa el megalitismo, con su tradición cazadora-recolectora, se
adaptaba a grupos pastoriles, pero no a explotaciones agrícolas más complejas, con actividades diversificadas,
retrocediendo a un sistemas que correspondía a formas de vida más simples Esta pudo ser la causa de que los
grandes centros campesinos europeos no evolucionaran hacia una verdadera vida urbana hasta el I milenio a.C.
(Pág. 84, 85, 86 y 87).
El megalitismo representa una forma de arquitectura funeraria con fuerte carga social y religiosa. El mundo
religioso-funerario revela caracteres muy peculiares y se manifiesta un mundo de intercambios y relaciones en el
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en el arte mueble, en grabados y pinturas de monumentos megalíticos e incluso rupestres. Por ello es muy
interesante destacar los grabados y pinturas de los megalitos de Bretaña, Irlanda y el occidente de nuestra
Península, con temas abstractos, estrechamente relacionados entre sí, sin duda debido al substrato común
“atlántico” del que derivan, que resultan tan diferentes de la “diosa madre” de las culturas neolíticas europeas
continentales y algunas mediterráneas. (Pág. 89).
Cuando las formas de sepulcros de enterramiento múltiple se asimilaron por otros grupos, se advierten
claras diferenciaciones de riqueza de ajuares, posibles símbolos de poder.
Un tema típicamente peninsular es el de los oculados, representados en la cerámica, en los llamados
idolillos de muy diverso tipo o en las paredes de abrigos y cuevas, pintados, grabados o pirograbados en hueso.
Es difícil saber si son divinidades o son un soporte para el alma del difunto. Lo que sí podemos adivinar es la
creencia de una vida de ultratumba para la que se acompaña al inhumado de sus adornos y objetos de uso, así
como de recipientes para contener alimentos y bebidas. Sería la continuidad de una vida semejante a la anterior,
en lo que lo más frágil era el cuerpo muerto. Para que subsistiera la persona más allá del cuerpo orgánico y por
tanto corruptible, es posible que se buscara un soporte más perdurable, como esas preciosas y estereotipadas
placas grabadas en pizarra o los cilindros de mármol repitiendo el tema, tan peninsular, de los oculados, vistos en
la Dama neolítica de la mina de Can Tintoré de Gavá o en las preciosas cerámicas de Los Millares de Almería, o en
los ídolos de mármol del área occidental peninsular. Esto explicaría una evolución final en que el idolillo se
convierte en un hombre o mujer naturalista, aunque revestidos de los viejos esquemas tradicionales, ojos,
tatuajes y sobre todo, la larga melena ondulada que le cae por la espalda.