1. Cabeza de tigre
Argentina, 2001
Dirigida por Claudio Etcheberry, con Damián de Santo, Héctor Alterio, Pablo
Cedrón, Mónica Galán, Roberto Vallejos y Horacio Peña.
Cabeza de tigre, film histórico argentino dirigido por el debutante Claudio
Etcheberry, centra sus hechos en agosto de 1810. A meses de la Revolución
de Mayo, los artífices de la misma deben fusilar a Santiago de Liniers (Alterio),
a quien ya no le reconocen el título de virrey y lo consideran una amenaza para
hacer valer la reciente autoridad de la Junta de Gobierno. Mariano Moreno
digita la maniobra, que nadie parece querer llevar a la práctica, y designa a su
hombre de confianza para el acto heroico. Para Juan José Castelli (De Santo),
sin embargo, la tarea no es fácil: implica un dilema que enfrenta sus nuevas
convicciones políticas (los ideales, el deber) con el honor y el respeto (los
sentimientos) que le debe a su anterior líder, Liniers.
A partir de una estructura clásica, la película de Etcheberry trabaja sobre el
dilema moral del vocal de la Primera Junta. Enviado por Moreno, con un
objetivo claro, secundado por Domingo French (Cedrón) como ayudante, y con
Liniers y su propia conciencia como oponentes, Castelli parte a cumplir su
misión. En el transcurso, deberá enfrentar algunos obstáculos, tomar
decisiones que lo pondrán a prueba e intentar salir airoso en pos de una
Nación libre.
Cabeza de tigre muestra -en varios sentidos- las dos caras de una misma
moneda. Castelli está al mando de los soldados pero no es militar, es sensible,
dubitativo y busca variantes para evitar muertes. French es más práctico,
menos analítico y, a través de los diálogos que mantiene con su superior,
vehiculiza los interrogantes de éste. Por su parte, Liniers funciona como un
fuera de campo permanente al que hay que acceder para que deje de ser una
amenaza. Una vez capturado, esta virtualidad se traslada del personaje
concreto a una idea menos palpable que sobrevuela el film: la “Revolución”.
Uno de los problemas más difíciles de resolver cuando se trata del conflicto
interno de un personaje, es el de trasladarlo a acciones concretas. Y si bien
Castelli intenta que Liniers firme una carta de apoyo a su causa para no tener
que ejecutarlo o mata al soldado inglés para demostrar su independencia, el
dilema no genera demasiada tensión, ni progresión dramática. Tampoco
transmite la pasión que el tema amerita y se diluye en la interpretación de
Damián de Santo (muy pegado a la actualidad televisiva para hacer de prócer),
menos convincente que Cedrón, Alterio y el desconocido Roberto Vallejos, en
su corta pero potente intervención en el papel de Moreno.
Además de la fotografía y la música compuesta por Lito Vitale y Carlos López
Puccio, Cabeza de tigre tiene el mérito de presentar a los próceres patrios
como personas de carne y hueso -sienten temor, tienen contradicciones, se
visten ante los ojos del espectador, están enfermos o putean-. Pero la falta de
datos que permitan identificar mejor el contexto histórico y el por qué de las
2. tribulaciones de Castelli, la simplificación de algunas características de los
personajes, de ciertos diálogos y situaciones, terminan por definir una película
más próxima a lo conocido (esos héroes de manual, de figurita Billiken, que se
estudian en el colegio) que a lo que aspiraba demostrar. Seguramente, tendrá
mejor suerte en la carrera que ya ha emprendido como material didáctico en
proyectos escolares que como obra de interés cinematográfico.
Yvonne Yolis