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PSICOSIS
1.- MANÍA - MELANCOLÍA
Analizar este tema mediante el retorno a los textos freudianos interpretados a la luz de la enseñanza de Jacques Lacan
(pese a que el trabajo de ambos autores no es muy extenso al respecto) es fundamental porque sus conceptos son
extremadamente claros y rigurosos, además no muestran ambigüedad alguna respecto de la estructura a la que
pertenece este tipo clínico. Sigmund Freud parte de la clínica psiquiátrica y de sus conceptos, pero la clínica y la
reflexión teórica le llevan a crear, en éste como en otros cuadros clínicos, su propia teoría, en el campo del
psicoanálisis. Aunque partiremos del concepto de psicosis maníaco-depresiva, para su estudio exhaustivo es necesario
abordar en primer lugar la crisis maníaca y profundizar sobre el concepto y los mecanismos de acción de la melancolía
en segundo lugar.
Concepto de psicosis maníaco-depresiva (PMD)
La psicosis maníaco-depresiva se manifiesta ya sea por accesos de manía, por accesos de melancolía, o por los dos
tipos de accesos. En los períodos denominados de intercrisis, el sujeto presenta una normalidad que hace difícil su
diagnóstico. La compensación, es decir su estabilización en el período de intercrisis, es pues una de sus características
principales. El psicoanálisis ve en la PMD la disociación entre la economía del deseo y la decisión de goce del sujeto.
Manía y melancolía corresponden a dos figuras de lo mismo. Manía y melancolía pertenecen al sujeto y no al
organismo, diferenciándose de su concepción psiquiátrica. Lacan estudiará la melancolía del lado del "acto" y la manía
del lado del "rechazo del inconsciente" del sujeto. En la manía, el sujeto se halla completamente confundido con su
ideal y aparece como puro deseo. En la melancolía, el sujeto queda totalmente reducido al objeto, y es puro goce. El
paso al acto suicida del melancólico se une a la dispersión mortífera maníaca del sujeto en la fuga de ideas en el
lenguaje.
LA MANÍA
Lacan ha tomado de la psiquiatría los términos de manía y de melancolía modificando a veces su sentido; sin embargo,
estos términos han guardado todo su valor desde el punto de vista clínico.
El síntoma patognomónico de la manía es la fuga de ideas, que consiste en una especie de verborrea, en la aceleración
metonímica de la cadena significante. Dicha aceleración, verbal o escrita, puede a veces ser brillante pero su
característica principal es que el discurso pierde toda su orientación. El pensamiento aparece como si no estuviera
organizado, funcionando por conexiones fonéticas, o asonantes, o por asociaciones de ideas sucesivas que pierden el
lazo para terminar por formar una frase que pierde su sentido. El maníaco está distraído y en hiperactividad
constante; sus actos inadecuados y audaces atestiguan que el sujeto ha perdido el sentimiento de lo imposible y vive
en la omnipotencia. Infatigable, insomne y agitado, el sujeto maníaco da cuenta por su excitación de la dimensión
mortífera existente en su estado, el llamado "furor maníaco" de Krafft-Ebing. El desbordamiento pulsional maníaco
producido por el estado de desinhibición ocasiona a menudo incidentes, como escándalos públicos contra el pudor,
excesos de todo tipo que imponen a veces la indicación de una hospitalización. Paradójicamente, el espíritu festivo y
la exaltación del humor, es decir la euforia, no son las características patognomónicas de la manía, ya que todo estado
maníaco es potencialmente un estado mixto. La labilidad emocional y la transformación de la euforia en tristeza son
también características de la crisis maníaca.
La manía en los clásicos de la psiquiatría
Pinel, pionero de la clínica psiquiátrica, utiliza el término de manía como sinónimo de locura. De aquí vendrá la
denominación de "manicomio" para el hospital psiquiátrico. Krafft-Ebing es la primera fuente de inspiración de Freud,
al tratar la manía como una entidad aparte. Magnan delimita en 1880 la locura propiamente dicha o "psicosis", y
dentro de esta entidad circunscribe lo que denomina "psicosis intermitente", en la que incluye a la manía y la
melancolía. Magnan describe los estados de excitación maníaca, así como la depresión melancólica.
La concepción lacaniana de la psicosis maníaco-depresiva a principios del siglo XX está claramente influida por el
pensamiento de Clérambault, quien encuentra en el origen de las psicosis un "núcleo psicótico" de automatismo
mental que va a articular toda su clínica.
La manía en Freud y Lacan
El psicoanálisis ha abordado la manía en segundo término y siempre en relación a la melancolía. Freud describe al
maníaco como alegre en la esfera del humor y desinhibido desde el punto de vista de la acción. Considera que la
manía siempre tiene carácter de "liberación". No existe la autocrítica y aparece un estado de triunfo que compara con
el de una intoxicación por alcohol.
En su artículo de 1915, "Duelo y melancolía", Freud describe la manía de la siguiente forma: "El alegre estado de
ánimo, los signos de descarga de esta alegría y la intensa disposición a la actividad, son los caracteres de la manía,
pero constituyen la antítesis de la depresión e inhibición, propias de la melancolía. Podemos atrevernos a decir que la
manía no es sino tal triunfo, salvo que el yo ignora nuevamente qué y sobre qué ha conseguido ese triunfo”.
Para Freud: "La peculiaridad más singular de la melancolía es su tendencia a transformarse en manía, o sea en un
estado sintomáticamente opuesto. Sin embargo, no toda melancolía sufre esta transformación."
Entonces no hay manía sin melancolía, sin embargo, la inversa no es imposible, es decir, que puede existir una
melancolía sin traza alguna de manía. Freud construye la hipótesis de un predominio del tipo narcisista de la elección
de objeto en este tipo de afecciones y de la importancia de la identificación narcisista con el objeto.
En 1915, la manía es el dominio del Yo sobre el objeto, el Yo se ve emancipado del objeto que le hizo sufrir. En 1921,
Freud continúa su estudio de la manía en "Psicología de las masas y análisis del Yo" a través de una nueva instancia, el
Superyó. Su hipótesis en la manía es la siguiente: "El Ideal del yo se confunde periódicamente con su Yo, después de
haber ejercido sobre él un riguroso dominio, (...) es indudable que en el maníaco el Yo y el Ideal del yo se hayan
confundidos, de manera que el sujeto, dominado por un sentimiento de triunfo y de satisfacción, no perturbado por
crítica alguna, se siente libre de toda inhibición y al abrigo de todo reproche o remordimiento."
La manía está por tanto inscrita del lado del orden paterno, en relación al Superyó y al Ideal del yo, como la
melancolía. En lugar de una identificación mortífera al Ideal del Yo hay una fiesta, una sensación de triunfo. Freud
sitúa la melancolía del lado del duelo y la manía del lado de la fiesta. La fiesta como momento de libertad libidinal
donde lo reprimido se da libre curso. La afirmación narcisista da prioridad a todas las exigencias pulsionales.
La desaparición temporal del Superyó libera al Yo, que conoce un incremento de excitación dando cuenta del goce
maníaco, de la desinhibición y del excedente de energía. Para E. Laurent, en la manía se trata así mismo del triunfo del
sujeto sobre el objeto.
En 1923, Freud remodeló su teoría sobre la manía en El Yo y el Ello. En este texto considera a la manía como una
defensa contra la melancolía y aparece la noción de "defensa maníaca". La manía aparece como una reacción del Yo al
"complejo melancólico": el Yo ha tenido que sobrepasar la pérdida de objeto. El carácter cíclico de la psicosis maníaco-
depresiva podría explicarse por la necesidad de una suspensión temporal de la rigidez del Ideal del Yo melancólico que
es tan severo. Lo importante es que la manía no es considerada como una estructura específica, aparte de la
melancolía, sino como una defensa contra ella.
Conflicto con el Superyó
En 1924, en Neurosis y psicosis, Freud introduce la manía, así como la melancolía, dentro del cuadro particular de las
neurosis narcisistas. En ellas, el conflicto patógeno surge entre el Yo y el Superyó, a diferencia de las neurosis, que
encuentran su conflicto entre el Yo y el Ello, y de las psicosis, cuyo conflicto existe entre el Yo y el mundo exterior.
En 1938, en Los complejos familiares, Jacques Lacan incluye a la psicosis maníaco-depresiva en el campo de las
psicosis, y la aborda, siguiendo a Freud, a partir del narcisismo y del deseo, entendido éste como el interés del sujeto
hacia la realidad exterior. En 1953, en Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, introduce el
inconsciente estructurado como un lenguaje, y sitúa las alteraciones del humor fuera del campo del narcisismo.
Para Lacan, en 1963, todos los afectos, excepto la angustia, engañan: "El senti-miento", el sentimiento-miente. Los
afectos se pueden asimilar a estados de ánimo, que pueden resultar engañosos. Tanto la alegría como la tristeza
pueden engañarnos. Entonces buscará lo esencial de la entidad clínica en la estructura y no en su fenomenología.
Establece claramente la diferencia estructural entre neurosis y psicosis proponiendo las diferentes posiciones
subjetivas del sujeto en relación al objeto a. Dichas posiciones vienen determinadas por la función de la metáfora
paterna y la presencia del Nombre del Padre, o bien su forclusión en la psicosis. En consecuencia, introduce la manía y
la melancolía dentro de la clínica diferencial de las psicosis de la misma manera que la paranoia y la esquizofrenia.
Clínica diferencial a partir del objeto a
Para Lacan, a partir del objeto a, hay una clínica radicalmente diferente entre neurosis y psicosis. El objeto a está
habitualmente oculto tras la envoltura idealizada de la imagen del sujeto, i(a). En el ciclo de la manía-melancolía
distingue todo lo que corresponde al ciclo del "Ideal", y propone la alternativa "duelo o deseo". En el duelo, la pérdida
del objeto produce la caída de los significantes que visten i(a) desligándose de los significantes ideales. En la
melancolía, no se trata de un abandono de la imagen idealizada sino de una disolución imaginaria de i(a), en su
relación narcisista, ideal. En su lugar aparece únicamente el objeto a en toda su consistencia y con todo su carácter de
real insoportable.
Para el psicótico, la operación de alienación está presente pero no así la de separación. El objeto a surge como lo que
le falta al Otro en el proceso de separación entre el sujeto y el Otro. Al no haber operación de separación, el sujeto
queda como suspendido del Otro, sin posibilidad de poner una barrera al goce del Otro. La función de condensación
de goce que tiene el objeto a, no funciona en la psicosis y el sujeto se convierte pura y simplemente en el objeto del
goce del Otro. En la manía, la no función del objeto a produce una aceleración metonímica de la cadena significante, lo
que denominamos "fuga de ideas". Aparece una sucesión de S1, que mortifica al sujeto.
Rechazo del inconsciente
En 1973, en Televisión, Lacan da a conocer su última teoría de la manía y de la melancolía, en la cual aparece la manía
como rechazo del inconsciente: En la manía, es el lenguaje el rechazado y no un significante, como en el caso de la
paranoia. La especificidad de la manía reside en el retorno mortífero del lenguaje, en la fuga de ideas, en la verborrea
incoercible de la agitación maníaca. La aceleración metonímica de la cadena significante se inscribe en el cuerpo bajo
la forma de un goce mortífero. El punto de capitoné de la cadena significante falla en la manía. El punto de capitoné
"es por lo que el significante hace parar la producción indefinida de significación" cerrando el sentido de la frase.
En la fuga de ideas, en lugar de la articulación significante S1-S2, existe una sucesión interminable de S1, de manera
metonímica, de manera que no llegan a cerrar el mensaje, y no llegan a producir ni sentido ni significación. Cuando el
sujeto neurótico habla, apunta al objeto causa de su deseo. En la manía, la no función del objeto a, hace que cuando el
sujeto habla no pueda encerrar en la frase la significación de ese objeto, debido principalmente al defecto del punto
de capitoné. La especificidad de la manía frente a otras psicosis es que este defecto es temporal, lo que le da su
carácter cíclico, así como su particular aspecto de estabilidad y normalidad en el período de intercrisis.
La diferencia entre la concepción freudiana de la manía como una fiesta y la concepción lacaniana de la manía como
rechazo del inconsciente, como no función del objeto a, y como defecto del punto de capitoné, reside en que la
primera es más bien de orden imaginario y la segunda es una concepción de orden simbólico. Para Freud, la fiesta
maníaca está producida por el sentimiento de liberación que es más bien imaginario. Para Lacan, la fiesta maníaca es
el efecto producido por el lenguaje sobre el cuerpo; la fuga de ideas, el efecto de lo simbólico sobre lo imaginario, del
pensamiento sobre el cuerpo imaginario, del pensamiento sobre el afecto.
La manía se sitúa entre las psicosis, cuya estructura está determinada por la forclusión del Nombre del Padre. La
psicosis se desencadena cuando dicho significante es solicitado en una situación concreta de la vida. Al no poder dar
respuesta mediante este significante, el psicótico se descompensa y se desencadena su psicosis. En la manía, la
estabilización y compensación después de la crisis es tan eficaz y sólida que existe una verdadera dificultad para
establecer el diagnóstico en el período de intercrisis. Hay que buscar la estructura del sujeto en los momentos de
vacilación.
LA MELANCOLÍA
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, el psicoanálisis se encuentra totalmente en su campo en relación a la
depresión o al afecto depresivo. La depresión es un afecto perfectamente aislado y analizado por Freud, así como por
Lacan. Por otra parte, muchas de las demandas de análisis vienen acompañadas de una queja que corresponde al peso
que la presencia de este afecto provoca en el sujeto, y son solidarias de la demanda de liberarse de él.
Las diferentes modalidades de presentación del afecto depresivo en los sujetos hace necesario establecer de entrada
un diagnóstico diferencial entre el afecto depresivo en la neurosis, la presencia de un afecto depresivo en un sujeto de
estructura psicótica, ya sea esquizofrénico o paranoico, y finalmente el afecto depresivo en un cuadro melancólico,
que Freud y Lacan introducen sin ambigüedad alguna en el campo de las psicosis.
Pierre Skriabine, hace referencia a esta riqueza clínica que es necesario diferenciar: "Tantos hechos clínicos, tantos
modos de funcionamiento diferentes; de ahí la necesidad de un estudio diferencial de la depresión, desde el
psicoanálisis; de ahí proviene también la difracción del significante "depresión" en la clínica freudiana y lacaniana:
duelo, angustia, inhibición, paso al acto, rechazo del inconsciente, melancolía, tristeza, cobardía moral, asco de sí
mismo, dolor de existir, por no citar más que algunos pocos términos que reflejan los diferentes aspectos que revisten
las depresiones. La clínica psicoanalítica tiene pues que dar cuenta en términos de estructura de cada una de las muy
diversas formas de depresión que encuentra, es decir, que debe elaborar cómo se inscribe cada sujeto, con su
sufrimiento, en los modos de funcionamiento articulables. Esto corresponde, por ejemplo, a las maneras en que el
sujeto se sostiene en la función de la castración, en que sitúa su relación con el objeto, así como su posición en relación
al Otro, y esto tanto en lo que concierne a la queja que en ocasiones es lo que le lleva al psicoanálisis, como a los
efectos depresivos que pueden producirse en el curso de la experiencia analítica misma."
CLÍNICA
Aunque la tristeza es un afecto que aparece regularmente en la melancolía, no es el síntoma patognomónico, puesto
que la encontramos en otros cuadros depresivos neuróticos o psicóticos, y también en el curso de un análisis, así
como en el período normal de un duelo. La melancolía no puede reducirse al humor triste, es una enfermedad del
deseo. Es una depresión profunda y estructural, marcada por una extinción del deseo y un desinvestimiento narcisista
tan global que puede llevar al suicidio. Así describe Freud la clínica de la melancolía en "Duelo y melancolía" en 1915:
"La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del
interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución
del amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y
puede llegar incluso a una delirante espera de castigo. Este cuadro se nos hace más inteligible cuando reflexionamos
que el duelo tiene también estos caracteres."
La culpabilidad del melancólico
El rasgo clínico que distingue al melancólico del resto de los estados depresivos es la culpabilidad, que consiste en un
estado de autorreproche constante, de autoacusación, en un sentimiento profundo de indignidad, de no ser digno. No
se trata de una queja que divida al sujeto como ocurre en las depresiones neuróticas, en las cuales el sujeto se
interroga sobre el valor de su vida o de sus actos, y los pone en duda. El melancólico, como psicótico que es, no está
dividido, no se interroga. El melancólico está en la certeza, no tiene ninguna duda en relación a la acusación que dirige
contra sí mismo. Es una certeza delirante. Esta queja no la dirige a su imagen precisamente, sino que va en dirección a
lo más profundo de su ser. La melancolía es un odio que apunta al propio ser, que se encuentra desprovisto de
posesión alguna, de consistencia, incluso de la materialidad de su cuerpo, como ejemplifica el síndrome melancólico
más extremo y paradigmático, que es el síndrome de Cotard. En este síndrome, el sujeto está tan seguro de lo vacío
de su existencia que incluso tiene la certeza delirante de estar vacío por dentro, de no tener estómago por ejemplo, o
de haber perdido un trozo de intestino.
Mientras que en la depresión neurótica el sujeto manifiesta siempre una pérdida. Esta pérdida puede expresarse
como pérdida de interés o pérdida de la capacidad. El sujeto dice "no poder más", "haber perdido las fuerzas", "haber
perdido las ganas", "no poder hacer nada contra eso". En cambio, el estado de inhibición en la melancolía es total, el
sujeto está como inmóvil, inanimado, inerte. El melancólico puede salir de este estado de inhibición y precipitarse
hacia el suicidio cuando la severidad del cuadro es importante.
Estudios sobre la melancolía en ''La Salpetrière''
Para Séglas, contrariamente a Clérambault, las ideas delirantes son secundarias a estos fenómenos fundamentales de
la melancolía. El delirio puede presentarse en forma de ideas de ruina, de humildad, de incapacidad, de
autoacusación, o ideas de culpabilidad ante la sociedad y ante Dios. Pueden venir también en forma de ideas de
castigo, de persecución, de demanda de suplicio y de infierno, así como de negación. En 1882, J. Cotard describe en
algunas melancolías cierto tipo de delirio que acentúa los rasgos hipocondríacos. En estos casos, la hipocondría es tan
importante que llega a construir ideas de culpabilidad, de ruina y de negación. Los melancólicos, dice Cotard, no
tienen nombre, ni edad, no han nacido, no tienen padre ni madre, no tienen cabeza, ni estómago, nada existe, no son
nada.
La melancolía en Freud y Lacan
Desde 1895 Freud tiene la intuición de que la melancolía consiste en una especie de duelo y pretende volver a centrar
lo esencial del cuadro melancólico en el sujeto y no en el objeto, poniendo en primer plano el mecanismo de la
identificación narcisista. Compara el trabajo del duelo con la melancolía. Si al principio parecen corresponderse
estrechamente, enseguida aparece que su diferencia no es sólo de orden cuantitativo, es decir, que la melancolía no
solamente implica un duelo patológico por excesivo, sino que la diferencia es también cualitativa. La diferencia reside
en la naturaleza del objeto perdido, que en la melancolía, en 1915, Freud ubica en el sujeto mismo, en el Yo del sujeto.
"Mas, ¿en qué consiste la labor que el duelo lleva a cabo? A mi juicio podemos describirla de la manera siguiente: el
examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado no existe ya y demanda que la libido abandone todas sus
ligaduras con el mismo. (...) Al final de la labor del duelo, vuelve a quedar el Yo libre y exento de toda inhibición."
Entonces en el duelo, la sustracción de la libido que estaba dirigida al objeto se realiza de una manera lenta y
paulatina para poder dirigirla hacia otro objeto. En la melancolía actúa un mecanismo parecido, en el que el sujeto se
comporta como si hubiera perdido algo esencial para él, pero que no llega a identificar y que permanece
perfectamente inconsciente.
La pérdida del objeto amoroso o erótico hace surgir la ambivalencia, presente siempre en las relaciones amorosas. El
conflicto por ambivalencia es primordial en la melancolía, de manera que es el odio, son las tendencias sádicas y
agresivas que antes aparecían ligadas al amor, y orientadas ambas hacia el objeto, las que ahora son retrotraídas al Yo
del propio sujeto, haciendo sufrir, pero encontrando con ello una satisfacción sádica. De este modo queda introducido
un mecanismo propio de la melancolía que es la identificación narcisista con el objeto, definida como la proyección y
la introyección del objeto en el Yo, provocando su aplastamiento por el objeto. En 1915 Freud describe este
mecanismo del siguiente modo: "La libido libre no fue desplazada sobre otro objeto, sino retraída al Yo, y encontró en
éste una aplicación determinada, sirviendo para establecer una identificación del Yo con el objeto abandonado. La
sombra del objeto cayó así sobre el Yo; este último a partir de este momento, pudo ser juzgado por una instancia
especial, como un objeto, y en realidad como el objeto abandonado. De este modo se transformó la pérdida de objeto
en una pérdida del Yo, y el conflicto entre el Yo y la persona amada, en una disociación entre la actividad crítica del Yo
y el Yo modificado por la identificación."
La conclusión freudiana en "Duelo y melancolía" es que la predisposición a la melancolía depende del predominio del
tipo narcisista de la elección de objeto, en la que el sujeto elige su objeto amoroso como él es, o como le hubiera
gustado ser. En tanto se trata de un predominio narcisista, la melancolía es introducida en el campo de las psicosis, al
lado de la esquizofrenia y de la paranoia, y en diferenciación de las neurosis.
Como interpretará posteriormente Lacan de este artículo, en la melancolía el objeto abandonado por el sujeto viene
en el lugar de Das-Ding, la Cosa, la Cosa perdida para siempre. El objeto está elevado a la dignidad de la Cosa. La
identificación narcisista a la Cosa es característica en esta afección.
Identificación y humillación
En 1921 Freud articula la diferencia esencial entre la melancolía y el duelo basándola en la ambivalencia que separa al
Yo del Ideal del Yo: "La miseria del melancólico constituye la expresión de una oposición muy aguda entre ambas
instancias del Yo (Yo y Superyó o Ideal del Yo); oposición en la que el Ideal, sensible en exceso, manifiesta
implacablemente su condena del Yo con la desvalorización y la autohumillación. (...) El objeto queda luego
reconstituido en el Yo por identificación y es severamente juzgado por el Ideal del Yo. Los reproches y ataques dirigidos
contra el objeto se manifiestan entonces bajo la forma de reproches melancólicos contra la propia persona."
Dos años más tarde, en El Yo y el Ello, Freud propone al Superyó como el heredero del complejo de Edipo que produce
la identificación con el padre muerto. Esta instancia se manifestará como "imperativo categórico", imponiendo su
carácter coercitivo: "Volviendo a la melancolía, encontramos que el Superyó, extremadamente enérgico, y que ha
atraído a sí la conciencia, se encarnece implacablemente contra el Yo, como si se hubiera apoderado de todo el
sadismo disponible del individuo. (...) En el Superyó reina entonces la pulsión de muerte, que consigue con frecuencia,
llevar a la muerte al Yo, cuando éste no se libra de su tirano refugiándole en la manía."
En esta herencia, el Superyó tiene un rol primordial que concentra la pulsión de muerte. El padre muerto cae sobre el
sujeto y lo aplasta.
Lacan tiene una producción bastante discreta sobre la melancolía, situándola siempre en el terreno de las psicosis,
hace de la melancolía una pasión del ser, la del "dolor en estado puro", la del "dolor de existir". Expone el dominio de
lo simbólico sobre lo imaginario en la melancolía y distingue el concepto de pérdida, del de falta. Si la falta es
fundadora del deseo, ya que no deseamos sino lo que nos falta, la pérdida, sin embargo, hace vacilar al deseo. La
pérdida provoca siempre la ilusión de que el objeto perdido es aquello que se desea verdaderamente. Es decir, que
esta pérdida presentifica por excelencia al objeto que falta, al objeto a, al objeto causa del deseo, y en consecuencia
dicho objeto está totalmente obturado por la pérdida. En esta operación el deseo del melancólico queda totalmente
aplastado. Hemos visto en la manía cómo el objeto a está habitualmente oculto detrás de la envoltura de la imagen
idealizada del sujeto, i(a), y cómo en la melancolía se produce la disolución imaginaria de i(a) para dejar aparecer en
todo su horror al objeto a, a diferencia del duelo en el que se mantiene todavía un lazo de deseo suspendido de i(a).
Diez años más tarde, en 1973, Lacan retoma el problema de la melancolía en Televisión, texto esencial en su teoría de
los afectos. Lacan no aborda la melancolía a través de la tristeza como afecto sino en relación con el acto suicida, de la
misma manera que la manía es abordada por la no función del objeto a. En este sentido, la manía y la melancolía son
dos figuras de lo mismo: en la fuga de ideas maníaca aparece el rechazo del inconsciente o dispersión maníaca en el
lenguaje, da paso al acto suicida en la melancolía. En el acto no hay ya palabra posible dirigida al Otro. El sujeto,
fundido en lo más profundo de su "des-ser" (désêtre), cae y encuentra en su caída a la muerte misma.
Aparece la idea de un afecto que vendría a perturbar al sujeto. Si para Lacan lo simbólico domina lo imaginario es por
el dominio del lenguaje sobre lo imaginario del cuerpo. En Kant con Sade, Lacan hace de la melancolía el "dolor en
estado puro", la melancolía como "dolor de existir". Este afecto se distingue del sentimiento más o menos depresivo,
en sus diversas tonalidades, que conlleva el ser, es decir, como afecto normal de la existencia. Lacan hace de la
tristeza un afecto normal ante el bien decir de la relación del sujeto con el goce. Para un diagnóstico precoz de la
melancolía, se tratará por tanto, no sólo de ubicar los momentos depresivos mayores, sino también de diferenciar los
fenómenos depresivos aislados que no pueden ser inscritos en la historia del sujeto ni tampoco en relación con sus
síntomas. Es una manera de interrogar al sujeto no del lado del inconsciente como discurso del Otro, sino por el lado
del silencio de la pulsión de muerte.
2.- PARANOIA. PARANOIDE
Retomemos considerando que la psicosis no es un caos… sino un orden del sujeto, que supone una inclusión particular
en la "estructura". La particularidad de esta inclusión viene dada por la acción de un mecanismo aislado por Jacques
Lacan que se denomina "forclusión" entendido como elisión que recae sobre el significante del "Nombre del Padre",
que establece el orden en la estructura. Por tanto, la condición esencial de la psicosis es la forclusión del Nombre del
Padre en lo simbólico y no la organicidad.
ESPECIFICIDAD PSIQUIÁTRICA DE LA PARANOIA
En la sexta edición de su Tratado de Psiquiatría (1899), Kraepelin introduce una delimitación precisa de la paranoia en
relación a otros cuadros clínicos, utilizada usualmente en el medio psiquiátrico, incluso en la actualidad. Se caracteriza
por su rechazo de las formas agudas; por su evolución lenta y progresiva hacia la demencia; por su incurabilidad; por
la modalidad persecutoria con ideas de grandeza o amorosas, constituidas a partir de la interpretación delirante, que
guardan una fuerte convicción y no pueden quebrarse.
Distinciones
La distinción entre la melancolía y la manía del cuadro de paranoia fue una cuestión de gran importancia en la
psiquiatría de comienzos del siglo XX. Diferenciar los melancólicos perseguidos de los verdaderos melancólicos no
resultaba una tarea fácil desde un punto puramente descriptivo, puesto que tanto los melancólicos pueden sentirse
perseguidos a posteriori como melancolizarse los paranoicos.
El término "paranoia" corresponde a lo que la psiquiatría francesa desarrolló como "delirios sistematizados", y esta
sistematización del delirio puede ser secundaria a trastornos primarios del humor, con lo que se dificulta la precisión
diagnóstica. Frente a la diversidad de concepciones psiquiátricas de los años 30, en su tesis, Lacan tiende a retomar la
delimitación de la paranoia legítima puesta de relieve por Claude. Pero eso no resulta suficiente. La contribución más
importante de Graupp relativa a la curación de la paranoia es la serie de artículos sobre el homicidio y la enfermedad
del pastor Wagner. Este caso ocupa un lugar importante en la discusión psiquiátrica alemana de la época puesto que
se produce una remisión del delirio que lo había llevado a matar a catorce personas de su pueblo, entre las que se
incluían su mujer y sus hijos. No había podido hacer las cosas de otra manera: se vio forzado a ello. No se reprochaba
por haber matado a su familia, ya que consideraba que les había hecho un bien: había llevado a cabo un acto noble
aprobado por su entorno, incluso lamentaba no haber ejecutado mejor su masacre. Cuando lo juzgaron, lo internaron
en un asilo psiquiátrico. Comienza entonces un proceso: rechazaba ser tratado como enfermo. Se consideraba un
criminal y quería ser colgado. Al mismo tiempo, afirmaba que era mejor que su familia hubiera muerto para no sufrir
como él por su internación. Terminó por reconocer que no era normal y que sus actos eran el efecto de su
enfermedad, lamentándose por haber matado a personas inocentes.
Graupp describe en una serie de publicaciones las etapas sucesivas de la enfermedad del pastor Wagner y lleva a cabo
un análisis que difería de la concepción kraepeliana de la paranoia. Primero señala que no hay un déficit intelectual o
afectivo: su enfermedad no es progresiva sino que se produce una corrección de las ideas delirantes. Wagner es
considerado como un hombre pesimista, con una gran ambición, vanidoso, y obsesionado por sí mismo; su locura
encuentra su fuente en la tensión ético-sexual. Pero Krestchmer, en el examen del caso, señala que, aunque el
enfermo conservaba su predisposición al delirio, el cambio de las condiciones exteriores de vida, como consecuencia
de la internación, produce también un cambio en sus ideas delirantes, lo que permite una remisión del delirio. De esta
manera, la curación se produce por un cambio favorable de los factores psíquicos en relación al medio y a las
experiencias vividas y se acentúa la "reacción" del enfermo al medio social.
Una cuestión pendiente
En otro caso, la modificación delirante en Aimée después de su arresto (la paciente intenta matar a una conocida
actriz pero fracasa, es llevada a prisión, y tras diez días su delirio cede, por lo que es internada en el Hospital de
Sainte-Anne, de alguna manera va en el mismo sentido que el caso Wagner. En Wagner también se produce una
modificación de su delirio durante su internación. En los dos casos se puede señalar el "valor de reacción" que
producen las variaciones del delirio. Pero Lacan analiza el caso Aimée en otros términos. Si bien se ocupa de indicar la
importancia de la historia de la enferma y su relación con el medio social, considera que la remisión de su delirio no es
el producto de la modificación de su entorno sino de la confrontación puntual con el acto que acaba de realizar. Lacan
indica que "pese a la crítica kraepeliniana, la cuestión sigue pendiente”.
Lacan en su tesis (1932) apunta a establecer una estructura en la que puedan alojarse diferentes tipos clínicos (como
la "paranoia de autopunición" o el "delirio de relación sensitivo" de Krestchmer). Se esfuerza por mostrar cómo el
desvío hacia una forma residual, la atenuación, la adaptación, el desarme o la curación, se incluye en el cuadro de la
paranoia, por lo que considera que la paranoia crónica tipo Kraepelin es sumamente rara y que es legítimo asimilar al
grupo kraepeliniano los casos llamados curables.
Para Lacan esta modalidad forma parte de las posibilidades de atenuación que presentan los delirios paranoicos que
se caracterizan por su débil extensión. En los años 50 Lacan critica punto por punto la definición de Kraepelin de la
paranoia. En el Seminario 3 Lacan señala que el desarrollo de la enfermedad no es insidioso, sino que se produce una
discontinuidad, un momento fecundo de la enfermedad, que es el desencadenamiento de la psicosis. El delirio varía
en relación a los elementos de la situación actual del paciente. A continuación Lacan se desprende de esta discusión
psiquiátrica y se ocupa de aislar el mecanismo distintivo de la causalidad de la psicosis, que constituye la forclusión del
significante del Nombre del Padre.
La estructura de la psicosis
El estructuralismo francés de los años 50 le permitirá dar una nueva perspectiva a este concepto y transformarlo en
una estructura significante. Lacan modifica su definición de la locura en "Función y campo de la palabra y del
lenguaje". Dice entonces: "En la locura, cualquiera que sea su naturaleza, nos es forzoso reconocer, por una parte, la
libertad negativa de una palabra que ha renunciado a hacerse reconocer, o sea lo que llamamos obstáculo a la
transferencia, y, por otra parte, la formación singular de un delirio que -fabulatorio, fantástico o cosmológico,
interpretativo, reivindicador o idealista- objetiva al sujeto en un lenguaje sin dialéctica."
Lacan introduce la fórmula definitiva de la metáfora paterna en "De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de la psicosis" que produce la sustitución del Deseo de la Madre por el significante del Nombre del Padre. Lo
escribe de la siguiente manera:
La escritura DM/x indica que no hay una relación directa entre el niño y el padre, sino que está metaforizada por el
DM. El DM en realidad no es un deseo sino que nombra un goce sin ley. El niño responde al enigma del significado del
sujeto a través de la incidencia del padre.
La madre no es una función: introduce al niño en lo simbólico a través de la inscripción de su alternancia presencia-
ausencia, del Fort-Da. El Nombre del Padre es un significante. El padre actúa por su nombre produciendo en el lugar
del Otro un efecto de significación fálica. La consecuencia que se desprende de la distinción entre el padre real y su
función simbólica es que "padre" es un significante que se distingue de la paternidad biológica. En definitiva, todo
padre es adoptado. El padre adopta a su hijo al reconocerlo como propio; el niño adopta a su padre al consentir a la
acción de su ley.
La metáfora paterna indica que si bien lo que pide el niño está del lado de la necesidad o del amor, el deseo se
sostiene por el Nombre del Padre en la medida en que introduce un límite, un borde entre la madre y el niño,
cercenando la acción fuera de ley del Deseo Materno. Pero esta operación tiene un resto: toda metáfora paterna es
fallida -los síntomas dan prueba de ello-, de donde emerge el enigma del deseo del Otro. Los términos involucrados en
esta metáfora no son exclusivamente los de la triangulación edípica -padre, madre, niño-. Hay un cuarto elemento, el
falo, que se inscribe en el Otro.
Forclusión del Nombre del Padre
En la psicosis no opera la metáfora paterna puesto que el significante del Nombre del Padre está forcluido. Lacan
aborda este punto en "De una cuestión preliminar..." de la siguiente manera: "Trataremos de concebir ahora una
circunstancia de la posición subjetiva en que al llamado del Nombre del Padre responda, no la ausencia del padre real,
pues esta ausencia es más que compatible con la presencia del significante, sino la carencia del significante mismo" .
No se trata por tanto de la ausencia real del padre, sino de la falta de inscripción de un significante, de una falla
simbólica. Y luego sigue: "En el punto donde es llamado el Nombre del Padre puede pues responder en el Otro un puro
y simple agujero, el cual provocará un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica (...) Está claro que
se trata aquí de un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto"
En el Otro, lugar del código, del conjunto significante, se aloja también el significante del Nombre del Padre en la
neurosis. En la psicosis falta y en el lugar que tendría que encontrarse el significante del Nombre del Padre se
encuentra un agujero. Esto produce como consecuencia que no se produzca la significación fálica que resulta de la
metáfora paterna. Así, la causalidad significante, la falla en lo simbólico, produce el desorden en el nivel de lo
imaginario y el sentimiento de mortificación que resulta en el sujeto por la falta de identificación imaginaria con el
significante fálico.
Esquema del mensaje invertido
Para entender la significación fálica, tomaremos el esquema del llamado "mensaje invertido". En la neurosis se pone
en funcionamiento la estructura del mensaje invertido. Ante la intencionalidad de significación, el sentido de lo que
efectivamente dice el sujeto se decide retroactivamente. Al hablar se pone en marcha la cadena significante en una
cadena diacrónica que involucra la sucesión de significantes. Al mismo tiempo, esta intencionalidad tropieza con un
punto de capitoné que decide el sentido de la frase según la selección de los múltiples significantes que coexisten
sincrónicamente. El lugar del código es donde se aloja el conjunto de los significantes. La selección de uno produce el
efecto de sentido. Por ejemplo, decir "quiero que vengas" no es igual a decir "quiero que te vayas". El efecto de
sentido es opuesto. No es lo mismo ser "un gran hombre" que "un hombre grande"; "un esposo fiel" o "un esposo
ingrato".
Por ejemplo:
1)
Intención de significación, sucesión diacrónica de la cadena significante.
2)
Confrontación con el Otro, sincronía de la cadena significante en donde se produce la selección significante
(ej. fiel, ingrato, etc.).
3)
Producción retroactiva del efecto de sentido: s(A) equivale a decir significado en el Otro. Ésta es la estructura
del mensaje invertido. Sólo al terminar la frase uno sabe qué dijo efectivamente más allá de su intención de
significación.
Jacques-Alain Miller señala que en el Otro se encuentra el Nombre del Padre. La confrontación con el punto
de capitoné que constituye este significante produce en forma retroactiva la significación fálica:
Significación fálica no inscrita
Cuando el Nombre del Padre está forcluido no se inscribe retroactivamente la significación fálica y produce un
desarreglo en lo imaginario y en el sentido de la vida. Si bien se produce un desplazamiento metonímico de los
significantes, no hay efectos metafóricos por la falta de sustitución significante (esto no impide que el psicótico tenga
incluido en su discurso metáforas pertenecientes al idioma que habla y haga uso de ellas puesto que funcionan como
un bloque). De ahí que Lacan indique que el psicótico recibe su mensaje en forma directa. Sus mensajes vienen del
código. Es hablado por el Otro. La forclusión del Nombre del Padre distingue la psicosis de la neurosis: "Es en el
accidente de este registro y de lo que en él se cumple, la forclusión del Nombre del Padre en el lugar del Otro, y en el
fracaso de la metáfora paterna, donde designamos el efecto que da a la psicosis su condición esencial con la estructura
que la separa de la neurosis"
El desencadenamiento de la psicosis
El desencadenamiento de la psicosis está vinculado a la falla simbólica, que es la forclusión del Nombre del Padre.
Lacan indica que: "Para que la psicosis se desencadene, es necesario que el Nombre del Padre, sin haber llegado nunca
al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto" Y se pregunta luego cómo puede ser llamado ese
significante si nunca estuvo. La emergencia de lo que figura como "Un padre", que no necesariamente es su propio
padre, produce la confrontación con este significante del que el sujeto no dispone. En la medida en que aparece "Un
padre" en oposición simbólica, en posición tercera frente a una relación imaginaria que el sujeto dispone, se
desencadena la psicosis. Lacan lo ejemplifica en los siguientes términos: "Búsquese en el comienzo de la psicosis esta
coyuntura dramática. Ya sea que se presente para la mujer que acaba de dar a luz en la figura del esposo, para la
penitente que confiesa su falta en la persona de su confesor, para la muchacha enamorada en el encuentro del "padre
del muchacho", se la encontrará siempre, y la encontrará más fácilmente si se guía uno por las "situaciones" en el
sentido novelesco de este término"
Examinemos los casos propuestos como ejemplos: La mujer que acaba de dar a luz se encuentra en una relación dual,
imaginaria, con el bebé. La presencia del esposo o incluso la del médico en oposición a esta relación dual puede
funcionar a modo de una confrontación con "Un padre". La penitente puede mantener una relación dual con Dios en
su intimidad. La confrontación con "Un padre" en la figura del sacerdote puede desencadenar la psicosis. Y por último,
la joven enamorada mantiene la relación dual con su novio. La presencia del padre del joven puede precipitar la
emergencia de la psicosis. De ahí que en cada caso hay que buscar la "coyuntura dramática", es decir, reconstruir los
acontecimientos para poder situar qué opera como "Un padre", qué situación convoca el significante del Nombre del
Padre para ese sujeto, para situar así el punto de desencadenamiento que puede volver a producirse para esa
persona. El desencadenamiento de la psicosis constituye un momento de ruptura que produce una discontinuidad en
la vida del enfermo. En su tesis Lacan utiliza el término de "puntos fecundos" para nombrar este momento de corte.
Luego lo llamará "momento fecundo", en el que se produce el desencadenamiento. La importancia clínica de puntuar
este momento de desencadenamiento es que la metáfora delirante, que permite una restitución simbólica y una
pacificación consecutiva, se produce en el mismo lugar de falla de la estructura. El psicótico desencadena su psicosis
en el mismo punto en el que puede lograr estabilizarse.
El concepto de Forclusión
El concepto reproduce que lo forcluido de lo simbólico, reaparezca en lo real.
En "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915), Freud establece una génesis del yo, estudiada por Lacan en el Seminario
11: yo realidad inicial, yo placer purificado, yo realidad definitivo. La base de esta secuencia es la distinción yo-no yo
por la acción del principio de placer.
En un primer tiempo el yo coincide con lo que le es placentero y el mundo exterior con lo indiferente. Distingue así
entre el adentro y el afuera. Luego el yo placer identifica el mundo exterior con lo displacentero. "Lo exterior, el
objeto, lo odiado, habrían sido idénticos al principio" dice Freud. El yo realidad definitivo elige los objetos que son
buenos para el yo. El principio de placer, paradójicamente, orienta la búsqueda del principio de realidad.
El juicio de atribución en su afirmación simbólica primordial, es correlativa de la expulsión primaria del objeto que
constituye lo real como exterior al sujeto. El objeto está perdido estructuralmente, y esta pérdida inaugural deja una
marca que impulsa a su búsqueda y a la acción de repetir, la repetición. El juicio de existencia se refiere a este
esfuerzo por reencontrar la percepción del objeto perdido. Freud introduce en este punto la acción del principio de
realidad, que funciona bajo las premisas del placer anhelado. Ejemplo: el mutismo aterrado del Hombre de los lobos
frente a su alucinación del dedo cortado. "Tenía cinco años; jugaba en el jardín junto a mi niñera y tajaba con mi
navaja la corteza de uno de aquellos nogales que también desempeñan un papel en mi sueño. De pronto noté con
indecible horror que me había seccionado el dedo meñique de la mano (¿derecha o izquierda?), de tal suerte que sólo
colgaba de la piel. No sentí ningún dolor, pero sí una gran angustia. No me atreví a decir nada al aya, distante unos
pocos pasos; me desmoroné sobre el banco inmediato y permanecí ahí sentado, incapaz de arrojar otra mirada al
dedo. Al fin me tranquilicé, miré al dedo, y entonces vi que estaba completamente intacto" (S. Freud, "De la historia de
un neurosis infantil" (1918). Lacan utiliza este ejemplo de alucinación para mostrar el retorno de la castración
"cercenada" en lo real alucinatorio. Se trata del cercenamiento de la simbolización primordial que produce la falta de
un significante en la estructura.
Ausencia en el registro simbólico
La ausencia en el registro simbólico, determina el retorno en lo real. En la psicosis, la forclusión recae sobre el
significante del Nombre del Padre. El trabajo de Freud sobre el caso Schreber constituye uno de los cinco grandes
historiales freudianos. En este caso, a diferencia de los otros, Freud no trabaja sobre el propio paciente sino a partir de
un libro escrito por Schreber titulado Memorias de un enfermo nervioso. En su examen del caso, Freud utiliza un único
dato que no figura en el libro de Schreber: a qué edad enferma. El artículo de Freud consta de tres partes: la
presentación del material clínico, la interpretación psicoanalítica y las consideraciones teóricas que pueden
desprenderse del análisis del caso. Resumiendo podemos establecer una cronología biográfica que nos permitirá
indicar los momentos de desencadenamiento de la psicosis y la articulación particular del delirio:
1842 – Nacimiento de Daniel Paul Schreber.
1861 – Muerte del padre a los 53 años.
1877 – Muerte del hermano 3 años mayor que él a los 38 años.
1878 – Schreber se casa.
1ª enfermedad.
1884 – Candidato al Reichstag (Parlamento).
Internación durante 6 meses (Schreber tiene 42 años) y es tratado por el Dr. Flechsig.
1885 – Externación.
1886 – Trabaja en el Tribunal Regional de Leipzig.
2ª enfermedad.
1893 – (junio) Anuncio de su próxima designación para el Tribunal Superior.
(octubre) Comienza su trabajo como Senatspräsident.
(noviembre) Internación (tiene 51 años).
1900-1902 – Schreber escribe sus Memorias y comienza una acción judicial para salir del Asilo.
1902 – Externación.
1903 – Publicación de sus Memorias.
3ª enfermedad.
1907 – Muere la madre. Enfermedad de la esposa.
Internación.
1911 – Muere Schreber. Publicación del artículo de Freud.
1912 – Muere la esposa.
La psicosis de Schreber
En la secuencia cronológica se visualizan tres desencadenamientos de la psicosis: los dos primeros pueden ponerse en
correspondencia con sus nominaciones como Presidente del Tribunal Superior. Lacan, al retomar el análisis del caso,
establece que el hecho de ser llevado a ocupar un lugar que tiene una correspondencia simbólica con la función
paterna produce el llamado al Nombre del Padre, que, por estar forcluido, produce el desencadenamiento de la
psicosis. Durante el primer período de incubación de la enfermedad, Schreber presenta sobre todo trastornos
hipocondríacos. En cambio, durante el período que antecede al segundo desencadenamiento se presenta una fantasía
central para la construcción de su delirio: "ser una mujer durante el acoplamiento". Esta fantasía se desarrolla hasta
llegar al delirio de transformación en la mujer de Dios, quien gozará de su cuerpo y lo fecundará para producir una
nueva raza de hombres schreberianos. Se puede establecer una doble temporalidad en su delirio. El primer tiempo, de
transformación en mujer; y un segundo tiempo, de redención de la humanidad. Si partimos de la afirmación freudiana
de que lo que es abolido en el interior retorna en el exterior, podemos afirmar, siguiendo a Lacan, que en este caso el
Nombre del Padre abolido en lo simbólico retorna en lo real de la construcción delirante de una procreación divina.
Se pueden diferenciar dos posiciones del sujeto en relación a la fantasía central de "ser una mujer". Primero se
produce la indignación del sujeto en tanto que esta fantasía se articula "para otro hombre": ser una mujer para
padecer los abusos sexuales de un hombre. Pero en un segundo tiempo se produce la aceptación del sujeto puesto
que se trata de ser la mujer de Dios en vistas a una procreación divina. Entre estas dos posiciones subjetivas Schreber
pasa por un período en el que está en un estado catatónico y en el que incluso lleva a cabo tentativas de suicidio.
El primer período del delirio
En el primer período del delirio, que Schreber describe como "un tiempo sagrado", era un muerto en vida. Sentía que
moría varias veces por día. Incluso ve anunciada su muerte en un periódico. Creía que el fin del mundo había llegado y
que los hombres con quienes se cruzaba estaban "construidos a la ligera". Utiliza como imagen de este período la de
"un cadáver leproso conduciendo a otro cadáver leproso". Descripción que muestra lo que Lacan llama la regresión
tópica al estadio del espejo, que reduce la relación con el otro a su filo mortal. En este período aparecen también
imágenes de cuerpo despedazado, por lo que los órganos de su cuerpo eran destruidos (el estómago, los intestinos,
etc.). Estos trastornos imaginarios ponen en evidencia que el trastorno simbólico produce una vacilación de lo
imaginario con la aparición de imágenes de cuerpo despedazado; y cómo, por otra parte, el trastorno simbólico se
refleja en la caída del orden del mundo -retomado por Lacan en términos de "la muerte del sujeto"-.
Junto a estos trastornos hipocondríacos aparecen las ideas de persecución. El Dr. Flechsig, el psiquiatra que lo trataba,
se vuelve su principal perseguidor. Era el responsable de las metamorfosis de su cuerpo. Schreber creía que en el
mundo se producía un "almicidio", un asesinato de almas, y que Flechsig era el responsable. Por otra parte, Flechsig
era el único ser vivo de la tierra que tenía cierta consistencia y que lograba hacer milagros a través de su relación con
los nervios divinos. Él abusaba de su cuerpo transformado en mujer.
El segundo período del delirio
En el segundo período de su delirio Dios toma el relevo de Flechsig, luego de cierta revolución en el Cielo, y exige la
transformación de Schreber en mujer para poder gozar de su cuerpo y procrear así una nueva generación de criaturas
schreberianas. Se vuelve así la mujer de Dios. El delirio en relación a Dios tiene distintas vertientes. El alma humana,
dice Schreber, está en los nervios del cuerpo. Existen nervios que reciben impresiones sensibles y otros que actúan en
el campo psíquico. Los hombres tienen cuerpo y nervios limitados; en cambio, Dios es puro nervio infinito. Los nervios
de Dios tienen una capacidad creativa y se llaman rayos. Por otra parte, existe una relación importante entre Dios y el
sol. Cuando Dios concluyó su trabajo de creación se alejó del universo y guardó sólo una relación con las almas de los
muertos. Cuando un hombre muere su alma es purificada e integrada a los "vestíbulos del cielo". Las almas purificadas
se encuentran en el goce de la "beatitud". Las almas de los muertos aprenden a hablar el "lenguaje fundamental", que
es el lenguaje de Dios, una especie de alemán antiguo. A veces Dios interviene en el destino del Universo con sus
milagros o se pone en contacto con algunos hombres muy dotados.
El Dios de Schreber
El Dios de Schreber no es simple. Se divide en dos partes: el reino de adelante, en donde se sitúan los vestíbulos del
cielo, y el reino de atrás, que a su vez se divide en dos: el Dios inferior (Arimán), que se ocupa de las razas semitas, y el
Dios superior (Ormuz), que se ocupa de las razas arias. Freud subraya que Schreber era ateo antes de la creación de su
delirio y muestra cómo su incredulidad inicial se manifiesta en su propia producción delirante. El orden del mundo
tiene un defecto por el cual la existencia de Dios está amenazada. Los nervios de los hombres vivos, en particular si
tienen un alto grado de excitabilidad, producen la atracción de los nervios divinos. Los nervios se unen entre sí y Dios
no llega a escapar, por lo que su propia existencia está amenazada. Ése es el caso de Schreber: queda unido a Dios a
través de sus nervios.
La metáfora delirante
La metáfora delirante de ser la mujer de Dios produce la recomposición del mundo simbólico. A partir de esta
metáfora delirante su delirio se estabiliza. Esto permite que también se estabilice el registro imaginario y la relación
con los semejantes se vuelva posible nuevamente. Sale así de su estado catatónico y entabla un proceso para salir del
asilo en el que estaba internado. Logra incluso externarse y, al constatar que estaba nuevamente rodeado de seres
humanos, deja de contar su delirio y se comporta normalmente frente a su entorno. Esta idea de ser la mujer de Dios
se acompañaba de la certeza de transformaciones producidas en su cuerpo: tenía senos y órganos femeninos. Por otra
parte, Dios le exigía un estado de goce constante para mantener el orden del universo.
La interpretación de Freud
En la interpretación freudiana del delirio se pone en primer plano la defensa contra el empuje de la libido homosexual.
Freud considera que el amor hacia Flechsig es una sustitución del amor hacia el hermano mayor, y el amor hacia Dios
está en el lugar del amor al padre. Pone así en primer plano el complejo paterno. La proliferación de perseguidores
(diversos Dioses, división de Flechsig, etc.) resulta de la multiplicación de un único objeto de amor, el padre. La
división entre dioses superiores e inferiores, dice Freud, puede explicarse por la muerte prematura de su padre y
cómo su hermano ocupó su lugar. Para validar esta hipótesis, Freud indica que durante la ausencia de su esposa
Schreber tuvo una gran cantidad de poluciones nocturnas, que enlaza a la aparición de fantasías homosexuales.
El padre de Schreber no era un padre cualquiera. El Dr. Daniel Gottilieb Maitz Schreber era muy conocido en
Alemania. Fue el fundador de un instituto de ortopedia en la Universidad de Leipzig, y fundó luego las "Asociaciones
Schreber". Incluso publicó un libro llamado Gimnasia médica casera, que tuvo cuarenta ediciones. Era un padre que
más que llevar a cabo una transmisión simbólica que hubiera vehiculizado la inscripción del Nombre del Padre, fracasó
en su función por tomarse por la autoridad, por la ley, y no como su portavoz.
La alucinación y el fenómeno elemental
A partir de la semiología psiquiátrica que establece en sus entrevistas con los pacientes, Séglas describe las
alucinaciones clínicamente, los alucinados auditivos se tapan las orejas; en cambio, los alucinados motores aprietan
sus dientes, retienen la respiración, se llenan la boca de piedras. Los auditivos tienen el aspecto de personas que
escuchan; los motores, por el contrario, mueven los labios o parecen murmurar palabras ininteligibles.
Lacan encara el estudio de la alucinación a partir de establecer la incidencia del significante y pondrá en evidencia la
importancia de concebir la alucinación auditiva como no proveniente del exterior. Dirá: "percatarse de que la
alucinación auditiva no tenía su fuente en el exterior, fue una pequeña revolución" relaciona esta alucinación con el
hecho de que cuando el sujeto habla siempre se escucha a sí mismo. Se separará así de la teoría de la comunicación
que plantea la existencia de un emisor, un receptor, y el mensaje que se desplaza entre ambos. A partir del momento
en que el emisor habla, siempre escucha su propia voz al hablar, por lo que también es el receptor; esas alucinaciones
en términos de "voces interiores" es donde el enfermo escucha su pensamiento.
En su desarrollo Séglas establece una progresión. Antes que nada está el lenguaje interior: nuestro pensamiento se
traduce en palabras, y estas palabras dan una impresión de pertenencia. El enfermo que se queja de voces interiores
tiene el mismo tipo de lenguaje que los otros, pero lo siente como extraño. El reconocimiento de que las palabras
percibidas por el sujeto son interiores, como pertenecientes al propio pensamiento, es un dato inmediato de la
conciencia. Para el enfermo, las palabras ya no constituyen la expresión de su propio pensamiento. "Las encuentra
insignificantes, absurdas, extravagantes, enigmáticas (...) extrañas a su yo". Esto indica que el sujeto percibe el
automatismo de su pensamiento. De hecho, en el "eco del pensamiento", el enfermo que escucha su pensamiento
formulado por voces exteriores, lo reconoce como suyo, y dice: "repiten mis pensamientos". A partir de la aparición
de estas alucinaciones surgen las ideas de influencia, posesión, dominación. La construcción delirante resta
secundaria. Lo que queda de inmediato es el automatismo; los juicios interpretativos intervienen luego como
justificaciones o explicaciones.
El fenómeno elemental
El automatismo es el fenómeno primordial sobre el que se edifican los más variados delirios secundarios. No implica
en sí ningún tipo de hostilidad. Las ideas de persecución son un trabajo añadido; el enfermo se siente perseguido en
forma secundaria. Además, las voces acompañan al enfermo. Se siente molesto por las experiencias que lo invaden,
pero las voces no lo perturban. Este automatismo mental está constituido por fenómenos iniciales, de carácter
irruptivo, anideicos, no temáticos y no sensoriales; el eco del pensamiento y el sinsentido son los fenómenos iniciales
del automatismo mental.
Lacan utiliza la concepción del fenómeno elemental, pero la concepción del automatismo mental patológico es puesta
en cuestión: el automatismo del lenguaje constituye uno de los caracteres de la cadena significante, por lo que no
tiene nada de patológico sino que corresponde al funcionamiento de la estructura.
Lacan concluye: "Lo que Clérambault delimitó con el nombre de fenómenos elementales (...) es mucho más fecundo
concebirlo en términos de estructura interna del lenguaje. El mérito de Clérambault es haber mostrado su carácter
ideicamente neutro, lo que en su lenguaje quiere decir que está en plena discordancia con los afectos del sujeto, que
ningún mecanismo afectivo basta para explicarlo, y en el nuestro, que es estructural".
La estructura en cuestión va más allá de la afectividad: se trata de la relación del sujeto con el significante. En
definitiva, dice Lacan, la única organicidad que postula el psicoanálisis es la del significante en tanto que motiva la
estructura de la significación. La aparición en el discurso de un paciente, de un fenómeno elemental permite
establecer un diagnóstico diferencial entre psicosis y neurosis puesto que da cuenta de la emergencia de un
significante aislado, fuera de la cadena significante. Esta aparición da muestras de la estructura de toda la cadena, se
le puede considerar como la "firma clínica" de la psicosis.
La alucinación en Lacan
La posición de Lacan en relación a la alucinación se opone a la concepción clásica que la define como una percepción
sin objeto. Para el estudio de esta cuestión retoma tres términos extraídos de la escolástica: percipiens (la
percepción), perceptum (el objeto en tanto que es percibido) y el sensorium (el sentido). La teoría clásica plantea que
el perceptum constituye una unidad puesto que se mantiene idéntico a sí mismo. En cambio, el percipiens
experimenta alternancias a través del tiempo de acuerdo a la síntesis que lleva a cabo de sus percepciones de la
realidad. El prejuicio que subyace en esta teoría es que el perceptum pertenece a la realidad, por lo que el psiquiatra
que conoce la realidad intenta adaptar al enfermo a ese perceptum que existe por sí mismo y que no se modifica. De
esta manera, la alucinación traduce una falla del percipiens puesto que percibe un perceptum allí en donde no está.
En la medida en que Lacan identifica el perceptum con el significante y no con el objeto, puede plantear, a diferencia
de la concepción clásica, la primordialidad del perceptum, es decir, del significante. El lenguaje como estructura
antecede al nacimiento del niño. En su inclusión en lo simbólico, el sujeto se constituye como lo que representa a un
significante para otro significante; es decir, se ubica en la hiancia de la cadena significante.
La inversión que lleva a cabo Lacan hace que el perceptum quede situado primero en relación al percipiens; es decir, la
causalidad significante precede a los efectos significantes de constitución del sujeto. El percipiens se vuelve así el
efecto subjetivo de la estructura del perceptum.
Las alucinaciones de Schreber según Lacan
Las alucinaciones de Schreber son divididas por Lacan en fenómenos de código (que corresponde a la batería
significante) y fenómenos de mensaje (que corresponde a lo que efectivamente se dice). Los fenómenos de código
consisten en mensajes que recibe el enfermo sobre el código. Las voces le dicen al sujeto el nuevo código. Esto se
encuentra en:
 los neologismos: es un neocódigo de las voces, las voces le enseñan la lengua fundamental.
 las intuiciones delirantes: el vacío de significación es reemplazado por la certeza.
 los estribillos y monsergas: son significantes monótonos, sin sentido, que se producen por una falta de un
punto de capitoné, las alucinaciones se reducen así a ser simples estribillos.
En el Seminario 3 Lacan habla de "intuición delirante", pero en "De una cuestión preliminar..." critica esta
denominación y lo llama "experiencia enigmática”. La certeza delirante debe diferenciarse de la creencia neurótica.
La certeza, a diferencia de la creencia, no es dialectizable. Coexiste con la perplejidad inicial producida por el vacío de
significación.
En los fenómenos de mensaje las voces le hablan al enfermo únicamente del mensaje. Aquí se sitúa lo que Lacan
denomina "las frases interrumpidas". La frase se interrumpe en el lugar de la aparición del "shifter" o "embrague", o
"conmutador" Es el resultado de la "cadena rota": no hay retroacción significante sino un corte que impide la
producción de sentido. Los "shifters" en lingüística son las expresiones que no pueden determinarse sino con relación
a los interlocutores. Por ejemplo, los pronombres personales de la primera y la segunda persona designan
respectivamente a la persona que habla y a aquella a la cual se habla. Otros "shifters" conciernen al lugar (aquí, allí), o
al momento en que se pronuncia la frase (ayer, hoy, mañana, ahora). Sin el contexto no se puede determinar de qué
momento se trata, de qué lugar, o quién lo dice. Por ejemplo, si alguien deja un mensaje en un contestador telefónico
durante una larga ausencia del propietario y lo cita "para mañana", si la persona no tiene algún referente no podrá
saber cuándo era la cita. La frase interrumpida es considerada por Lacan como una "provocación alucinatoria".
La estructura de la alucinación
Lacan toma un ejemplo de su clínica, de una presentación de enfermos, para ilustrar la estructura de la alucinación y
de la frase interrumpida. Se trata de la aparición de la alucinación "marrana" en una paciente paranoica que sufría un
delirio interpretativo con rasgos erotómanos. La enferma acababa de separarse del marido. Mantenía una estrecha
relación con la madre y permanecía "prisionera de la relación dual". Ambas vivían en un estado de profundo
aislamiento y se quejaban de la presencia invasora de una vecina que se presentaba como una intrusión frente a la
pareja constituida entre la madre y la hija. Durante el sutil interrogatorio de Lacan, la paciente le confía que en cierta
ocasión se cruzó en el pasillo con el amante de la vecina, que dijo una palabra grosera que no estaba dispuesta a
repetir y que luego se devela ser "marrana". Pero, al seguir con el interrogatorio, la paciente confiesa que no era
totalmente inocente porque también ella había dicho algo al pasar: "Vengo de la charcutería"
En el Seminario 3 examina la alucinación a nivel de la comunicación, utilizando la analogía con las alucinaciones
verbales psicomotoras. Si escucha "marrana" es porque articuló anteriormente la palabra "cerdo". En la psicosis se
produce una exclusión del Otro como lugar de la verdad, de allí que el mensaje no está invertido, no se produce una
retroacción significante desde el lugar del Otro. La exclusión del Otro produce que el mensaje permanezca en el
circuito cerrado de lo imaginario. El sujeto habla entonces por alusión en el registro imaginario. Se produce una
confusión entre su pensamiento y la palabra que escucha en el pasillo, entre el sujeto y el otro.
En 1958, Lacan precisa que no se trata exactamente de la exclusión del Otro sino de la forclusión del significante del
Nombre del Padre en el lugar del Otro. De allí que el significante "marrana" es expulsado del Otro y producido del lado
del sujeto como una alucinación. Se produce una transferencia de lo simbólico a lo real.
La frase "Vengo de la charcutería" resulta alusiva puesto que deja en suspenso y en estado de indeterminación a quién
se dirige y quién es el yo. La paciente experimenta perplejidad frente a esta indeterminación. El mensaje es
interrumpido subjetivamente aunque no lo esté a nivel gramatical. Ella debe hacer una distribución de la frase, quién
es quién, pero no logra hacer una "atribución subjetiva". La oscilación atributiva produce la emergencia de una voz en
lo real que detiene la incertidumbre: "marrana". En el lugar de un "querer decir" aparece una "intención de rechazo"
hacia la alucinación que produce la aparición en lo real de una injuria. Por lo que "en el lugar donde el objeto indecible
es rechazado, en lo real se deja oír una palabra (...)
La interpretación delirante
Lacan encara el estudio de la interpretación delirante a partir de un fenómeno conocido en la psiquiatría con el
nombre de "significación personal". Desde comienzos del siglo XX este fenómeno cautivó la atención de los
psiquiatras. Westphal menciona al oficial que sale por primera vez en uniforme y tiene la impresión de que todo el
mundo le mira; Wernicke se refiere a la suposición de una intencionalidad oculta al recibir el saludo de un conocido;
Bleuler señala la posición del estudiante frente al tribunal examinador. En todas estas situaciones el sujeto reenvía las
actitudes y las miradas sobre sí mismo, y favorece la interpretación que les adjudica una significación personal.
Cramer y Neisser estudian la "significación personal patológica", que definen como un estado particular en el que el
sujeto se siente fácilmente el objeto de atención. En la tradición psiquiátrica el delirio de significación personal se
incluye en el marco de las interpretaciones paranoicas.
En su tesis, Lacan sitúa la significación personal entre las interpretaciones delirantes y entre los fenómenos primarios
de los síntomas psicóticos. El tema de la intuición delirante indica la aparición de una significación que el sujeto
inicialmente desconoce, aunque invente después un nuevo orden del mundo con la creación del delirio. Lo ejemplifica
de la siguiente manera: "Tenemos pues un sujeto para el cual el mundo comenzó a cobrar significado. ¿Qué quiere
decir con esto? Desde hace un tiempo es presa de fenómenos que consisten en que se percata de que suceden cosas en
la calle, pero ¿cuáles? Si lo interrogan verán que hay puntos que permanecen misteriosos para él mismo, y otros, sobre
los que se expresa. En otros términos, simboliza lo que sucede en términos de significación".
Diagnóstico diferencial paranoia-esquizofrenia
Guiraud finaliza con una enumeración metódica de las diferentes formas de interpretación que distingue en el
lenguaje de pacientes psicóticos, volviéndose uno de los precursores de la diferenciación diagnóstica de paranoia y
esquizofrenia a partir del lenguaje. A la paranoia pertenecen diferentes mecanismos, en los que se basa la
interpretación delirante, que permiten la sistematización del delirio. En cambio, los "neoplasmas psicológicos", ajenos
a toda sistematización, son propios del lenguaje de la esquizofrenia. Las dos entidades nosográficas son para él
polaridades extremas.
Esta orientación lo lleva a oponerse a la aparente incoherencia atribuida al paciente puesto que se puede encontrar
un sentido general a su discurso, incluso ciertos neologismos constituyen verdaderas creaciones. Guiraud afirma que
sólo es legítimo hablar de pérdida del valor simbólico de las palabras en este último caso. En los delirios
sistematizados, por el contrario, la expresión verbal permanece asociada al pensamiento y el trastorno del lenguaje es
secundario. La aparición de neologismos no impide la sistematización del delirio.
Las interpretaciones ''mancas'' de Meyerson y Quercy
Meyerson y Quercy retoman este problema en 1920 con el examen de las interpretaciones mancas, es decir, las
interpretaciones sin un razonamiento consecutivo. Las llaman "mancas" puesto que "faltan ciertos elementos de la
interpretación completamente desarrollada". Por ejemplo, una de sus pacientes compone las frases siguientes:
1) "La vecina estaba por arrancar un emparrado; cortaba las ramas; entonces dijo «Todo esto está salvaje»".
2) "Usé un alfiler y durante tres o cuatro días escuché hablar de alfileres todo el tiempo".
La paciente relata estas dos historias puesto que las palabras "salvaje" y "alfiler" le resultan dolorosas. "Salvaje" le
parece chistosa, "alfiler" la inquieta. Pero dentro del malestar que siente no sabe de qué se trata ni puede dar un
sentido a estas palabras. Simultáneamente, padece de un delirio de interpretación que cobra la forma de sentirse
observada, la gente se burla de ella, la persiguen. Algunas palabras tienen para ella un valor neológico y se incorporan
rápidamente a su delirio de persecución. Por ejemplo, el complot con que sus perseguidores intentan dañarla. De allí
la sorpresa de Meyerson y Quercy al encontrar que otras palabras padecen una interpretación incompleta, en las que
el elemento que falta -al modo de las frases interrumpidas schreberianas- las arroja en la dimensión de lo inefable.
En su tesis, Lacan define estas interpretaciones "como una actitud mental (...) en la cual la elaboración intelectual se
reduce a la percepción de un significado personal imposible de precisar" Se trata de un fenómeno en el que la
significación personal no llega a constituirse como una verdadera interpretación, y en el que ciertas palabras restan
como puramente alusivas.
"Salvaje" y "alfiler" revelan el carácter neutro y anideico del fenómeno elemental. En la medida en que no se
constituyen como fenómenos de significación personal producen en la paciente lo que Lacan llama una "confusión
ansiosa", es decir, una conmoción innombrable. Esta descripción corresponde a las "formas débiles" de la paranoia
descritas por Sérieux y Capgras, en las que el estado de "incertidumbre perpleja" responde a la falta de
sistematización delirante.
Significación de significación
La "significación personal" se vuelve para Lacan uno de los caracteres propios de la interpretación delirante y la
define como "experiencia sobrecogedora, iluminación específica", que no es, añade, puramente fortuita.
Un ejemplo es el día en que Aimée encontró en el periódico que sus perseguidores le anunciaban la muerte de su hijo.
En este episodio, corregido por la propia paciente, se puede observar que lo que lee está determinado por su propio
delirio, y esto nutre su interpretación. Ya no es sólo una experiencia inefable sino que se produce una atribución de
sentido que responde a su trama delirante, que queda bajo la acción de la interpretación. Lacan retoma la
problemática de la significación personal en "De una cuestión preliminar..." en términos de la "significación de
significación”.
El análisis de Lacan del caso Schreber
La formación imaginaria no es específica de ninguna estructura por lo que, tal como lo indica Freud, no se debe perder
de vista en la psicosis la referencia al Edipo. La formalización de la metáfora paterna y de su fracaso en la psicosis le
permite a Lacan mantener la importancia fundamental otorgada al padre.
Lacan no niega los fenómenos imaginarios de la psicosis -durante el desencadenamiento se produce una "disolución
imaginaria", y en el momento de estabilización se produce una "restauración imaginaria"- pero los sitúa como efectos
de la función significante. Se puede establecer una secuencia:
 Perturbaciones significantes acompañadas de efectos en lo imaginario.
 Y luego compensaciones significantes relacionadas con una restitución en lo imaginario.
El desencadenamiento de la psicosis puede abordarse desde los tres registros. En el caso Schreber, en lo simbólico se
inscribe la nominación como Presidente del Tribunal de la Corte Suprema; en lo imaginario, el fantasma de ser una
mujer durante el acoplamiento; y en lo real, las poluciones nocturnas que dan cuenta de una invasión de goce. El
desacoplamiento de los tres registros se coordina nuevamente a través del delirio. Así, el goce llamado
"transexualista" por Lacan concierne a lo real, pero está en relación a una imagen del cuerpo (imaginario) y a la
convicción de ser la mujer de Dios, nominación que pertenece a lo simbólico.
En el nuevo orden del sujeto, lo imaginario debe encontrar un reordenamiento que responda a la desanexación del
eje simbólico e imaginario. En el lugar de la simbolización primordial se encuentra el liegen lassen, el "dejar caer" del
Creador: la forclusión del Nombre del Padre, que conlleva por parte de Schreber el esfuerzo por sostener lo creado
por medio de sus palabras. Schreber se sitúa en el lugar del Ideal, Ideal que no está ordenado por la ley. Al ubicarse en
la posición del "garante del orden del mundo" el psicótico logra poner un límite al goce invasor. Elucubra entonces un
saber que le permite crear su propia ley como suplencia a la falta de la ley paterna.
Restauración en lo imaginario
En tanto el significante fálico no aparece como significante de la castración en la psicosis, se producen una serie de
suplencias de identificaciones que permiten la restauración de lo imaginario. Lacan indica tres identificaciones:
1. Antes del desencadenamiento: con el significante del deseo de la madre.
2. Luego de la eclosión de la psicosis: identificación narcisista en el estadio del espejo, en el que aparece el
retrato de él mismo como "un cadáver leproso que conduce otro cadáver leproso". La confrontación con su
doble psíquico conlleva el efecto de mortificación de su imagen especular.
3. En la resolución del delirio aparece la identidad otorgada por "ser la mujer de Dios". Lacan explica esta
transformación: "A falta de ser el falo que le falta a la madre, le queda la solución de ser la mujer que falta a
los hombres". Esta identificación enlaza el goce transexualista a la contemplación de la imagen.
De esta manera, lo imaginario no funciona en Schreber de la misma manera a lo largo de su episodio psicótico.
Podemos dividir claramente dos tiempos:
 En el primer tiempo, en el desencadenamiento, aparecen los fenómenos que expresan la disolución
imaginaria: el almicidio, la emergencia del Dr. Flechsig como perseguidor, y los distintos personajes del
delirio. Junto a su fantasma de ser una mujer aparece la indignación.
 El segundo tiempo surge después de la transición por la "muerte del sujeto", breve episodio catatónico. En la
reconstrucción delirante se estructuran los imperios divinos, la reconciliación con la idea de ser la mujer de
Dios, y, sobre todo, el goce asociado a su imagen en el espejo.
En la psicosis, el objeto (a) -objeto causa del deseo: oral, anal, mirada y voz- no está extraído, aparece en más,
positivado (+). En la experiencia alucinatoria, los dos objetos que se hacen presentes son la mirada y la voz. En la
psicosis hay alienación significante, lo cual permite que el psicótico hable, esté incluido en el lenguaje, pero no se
produce la operación de separación, de extracción del objeto. Eso hace que el objeto aparezca positivizado. Esta
teorización de Lacan explica de qué se trata el goce incluido en la imagen, el (a) incluido en el i(a).
En la medida en que la identificación narcisista es retomada como identificación fálica se abren dos orientaciones: el
neurótico quiere ser el falo y su falta en ser es el resultado de la desidentificación por la imposibilidad de serlo. En
cambio, el psicótico siente el deber de ser el falo, lo que explica la identificación de Schreber al falo imaginario (que
retoma la vertiente de la identidad mujer-falo) correlativa a la elisión del falo simbólico.
El caso Aimée y el pasaje al acto en la psicosis.
Estudiaremos a continuación el caso Aimée presentado por Lacan en su tesis comparándolo con el caso Schreber de
Freud. El concepto de forclusión sitúa una causalidad significante en la producción de la estructura: si la significación
fálica es efecto de la inscripción del significante del Nombre del Padre, su falta produce un agujero que altera el orden
de la estructura.
En este caso, es posible retomar los tres registros en el análisis:
 El eje imaginario, en la aparición de los dobles;
 Lo simbólico, en el hecho de que la metáfora delirante se sitúa en el lugar de la falta de la metáfora paterna;
 Lo real, en el goce invasor, que termina por impulsarla a su pasaje al acto homicida.
Lacan sitúa como "causa ocasional" de su psicosis el estado puerperal. Durante su primer embarazo, Aimée comienza
a temer por la vida de su futuro hijo. Extraños perseguidores lo amenazan. Al nacer, el bebé está muerto, lo que
refuerza sus ideas delirantes. En ese momento recibe la llamada telefónica de la que fue su amiga íntima durante
años, C. de la N., lo que la lleva a concluir que ella es la responsable de la muerte de su niña y a cristalizar la certeza
psicótica que la transforma en su perseguidora.
La temática de la muerte de un niño constituye un evento real padecido por la madre de Aimée durante su gestación.
Su hija mayor muere como consecuencia de un grave accidente: cae en un horno encendido y muere rápidamente a
causa de sus quemaduras. Este evento es retomado por Aimée de una manera delirante. Dos años más tarde, cuando
ella tiene 30 años, nace su hijo, y recrudece su delirio. Se vuelve más hostil, interpretativa, querellante. Es internada
por primera vez con un diagnóstico de "delirio de interpretación" durante seis meses. Su salida se lleva a cabo a
pedido de su familia. Decide vivir en París, y durante ese período construye su delirio erotomaníaco y perseguidor.
Sus sucesivas perseguidoras -C. de la N., Sara Bernhardt, Huguette ex-Duflos- son consideradas por Lacan como
subrogadas de su hermana mayor. El complejo fraterno es situado en primer lugar. Su hermana constituye el ideal de
Aimée, "la imagen del ser que ella es impotente de realizar". El odio que siente hacia ella, por un mecanismo de
"desconocimiento sistemático", por negación, es orientado hacia objetos alejados de su objeto real.
Se establece una serie metonímica entre todas estas mujeres en la medida que todas ellas representan su ideal. El
concepto de ideal utilizado por Lacan en su tesis constituye un punto de aspiración simbólico e imaginario
determinado por la acción del "medio social". Lacan se pregunta en su tesis: "¿Cuál es en efecto el valor representativo
de sus perseguidoras para Aimée? Mujeres de letras, actrices, mujeres de mundo, ellas representan la imagen que
Aimée se hace de la mujer que, en cualquier grado, goza de la libertad y del poder social (...) la misma imagen que
representa su ideal también es el objeto de su odio."
Estas consideraciones le permiten a Lacan explicar el mecanismo de la autopunición: Aimée agrede a su ideal
exteriorizado y, al hacerlo, se agrede a sí misma. En la medida en que el objeto agredido tiene el valor de un símbolo,
logra tranquilizarse -a diferencia del delirio pasional- después de su pasaje al acto. Cuando se da cuenta de que por su
acto es culpable frente a la ley, es decir, que logró agredirse, obtiene su pacificación.
Existe una diferencia esencial entre Schreber y Aimée en cuanto a la evolución de la enfermedad. Las Memorias de
Schreber, que constituyen la base del análisis de Freud y de Lacan, fueron escritas durante el período de estabilización
delirante. Esta metáfora delirante produce en él una cierta pacificación. Su derrumbe conduce a Schreber a un estado
irreversible: muere internado en un asilo psiquiátrico, completamente alienado.
El desencadenamiento de la psicosis de Aimée conlleva una progresión delirante que la conduce a su pasaje al acto.
Luego, el delirio cede de golpe y se produce su remisión delirante. La estabilización ulterior le permite mantenerse
alejada de la necesidad de una reinternación. El período analizado por Lacan incluye sobre todo el que precede y
prepara el pasaje al acto. La escritura ocupa un lugar importante en su vida. De hecho, sus estudios y sus escritos le
permiten llevar una vida estable durante los siete años que preceden al pasaje al acto, y después de su salida del asilo
la ayudan a prescindir de una reinternación.
En Aimée encontramos, a nivel de lo imaginario, cierto debilitamiento de sus relaciones afectivas. Deja a su marido, se
aleja de su familia y permanece muy preocupada por su trabajo intelectual y por las persecuciones que amenazan la
vida de su hijo. Lacan subraya la discordancia manifiesta entre el lugar central de ese niño en sus preocupaciones
delirantes y el interés real que ella manifiesta hacia él. En realidad ella no se ocupa de su hijo, lo deja al cuidado de su
hermana, y cuando el niño se enferma no se encarga de él. Esto indica la distancia que existe entre el niño real y el
niño de su delirio. La relación con su propia madre es diferente. Aimée lamenta haberla dejado, y considera que
hubiera debido quedarse junto a ella. El lazo delirante que existe entre estas dos mujeres, un poco impreciso, parece
ser la única relación que mantiene, en lo que Lacan denomina "folie à deux" (locura a dúo).
La mujer que hace falta a los hombres
En Aimée, el lugar de "garante del orden del mundo", al estilo del delirio schreberiano, se bosqueja en la misión que
debe cumplir. Durante el período llamado por ella "acceso de disipación", cree que "tiene que ir hacia los hombres" a
causa de una misión indeterminada: "aborda a los transeúntes al azar, les habla de su vago entusiasmo, y numerosas
veces es llevada a hoteles, en los que, quiéralo o no, debe ejecutarse." Confiesa que siente una gran curiosidad acerca
de los pensamientos de los hombres. En este período Aimée se sitúa como "la mujer que falta a los hombres" (que en
Schreber toma la forma de ser la mujer de Dios). Al dirigirse hacia los hombres, uno por uno, busca ubicarse en el
lugar de la excepción que le permite construir el universal de los hombres. Este rasgo también es llamado por Lacan
"donjuanismo", esfuerzo por contabilizar al goce invasor.
Lacan incluye este procedimiento extraño en el "idealismo altruista". Creía estar destinada a una especie de
apostolado que protegería a los hombres de la guerra. Ella sabe que debe ocupar un lugar especial en el gobierno,
ejercer una influencia, guiar las reformas. Aimée se vuelve en este punto una ilustración de los fenómenos de
duplicación y desdoblamiento de la imagen que sostienen la aparición del doble. Aimée, a diferencia de Schreber, no
padece una catástrofe de su mundo imaginario y la vertiente persecutoria queda acentuada junto al delirio
erotomaníaco que construye respecto del Príncipe de Gales.
El pasaje al acto homicida
En cuanto al pasaje al acto homicida de Aimée, Lacan participa en su tesis en el debate de la época en relación al
peligro social y a la responsabilidad de los que son acusados de un crimen. Diferencia la paranoia de autopunición del
delirio reivindicatorio, y la aproxima al delirio de interpretación donde las "energías autopunitivas del superyó se
dirigen contra las pulsiones agresivas surgidas del inconsciente del sujeto, y retardan, atenúan o desvían su ejecución"
Para Lacan, el querulante es mucho más peligroso que las psicosis autopunitivas puesto que recibe el peso energético
del Ideal del yo que avala y justifica la impulsión homicida. Pero también subraya la importancia de la evaluación del
peligro en cada caso particular. Distingue los delirios de interpretación, donde la instancia autopunitiva está ausente, y
aumentan la brutalidad y la impulsividad. Su ejemplo es un paciente que tras diez años de persecución delirante se
aproxima a un banquero de su propia nacionalidad y lo mata de improviso.
Los homicidios inmotivados
Se desplazan entonces los límites de la paranoia hacia los estados paranoides, en los que la inmotivación va en
aumento. En este punto son de gran importancia los trabajos de Guiraud sobre los homicidios inmotivados.
En el caso Paul, el episodio criminal se desarrolla de la siguiente manera: Paul toma un taxi y le pide al conductor que
lo lleve a un lugar determinado. Durante el trayecto se presenta como un estudiante de medicina, hijo de un conde. El
taxista, por su parte, dice ser un antiguo oficial de la marina imperial rusa. Cuando llegan al punto de destino, bajan
del auto, y luego de una caminata de unos 40 minutos, Paul saca un revólver y le dispara, hiriéndolo. Intenta huir con
el auto, que no sabe conducir. Las incoherencias de su argumentación sobre el episodio criminal lo conducen a un
hospital psiquiátrico. Entre los antecedentes del enfermo figuran el etilismo y una religiosidad intempestiva que le
hace pasar muchas horas en la iglesia, aunque sea absolutamente ignorante en materia de religión. A partir de la
comparación de este caso -diagnosticado como hebefrenia por el estado posterior al pasaje al acto, donde dominan
una apatía y una indiferencia totales- con dos ejemplos de pacientes suministrados por otros autores, aíslan un tipo
característico de conducta: violencia inmotivada contra un desconocido, fabulación novelesca después del crimen (sin
ser sostenida por mucho tiempo), y estado de indiferencia total.
El análisis del kakon
La incoherencia aparente de estos crímenes, en la medida en que se distinguen de la premeditación del perseguido o
de la impulsión del demente, despierta el interés de Guiraud y Cailleux. Esto constituye el punto de partida del análisis
del kakon (palabra griega que significa "mal"). Monakow y Mourgue comparan los trastornos cardíacos (palpitaciones)
y respiratorios que se producen durante la crisis, a los que generalmente acompañan al orgasmo sexual y plantean, a
través de su terminología médica, que algo del goce se relaciona con el kakon.
Guiraud presenta la invasión de una sensación -que llama cenestesia- de la que el sujeto intenta liberarse a través de
su pasaje al acto: experimenta un kakon insoportable. De esta manera, el fenómeno aislado por Guiraud puede ser
calificado como la invasión de goce que se produce en la psicosis.
Crímenes motivados por una idea delirante
Paralelamente a los homicidios que no parecen estar motivados por una idea delirante, encontramos aquellos que
tienen como origen un delirio. En la segunda parte de su artículo "Los homicidios inmotivados", Guiraud se ocupa de
otros dos casos en los que el acto violento no parece estar destinado a "matar a la enfermedad" Son crímenes que
poseen un motivo que responde al delirio (caso Aimée) son claramente distinguidos de los que no lo tienen (caso Paul)
Crímenes del yo, del ello y del superyó
Lacan se interesa particularmente por la distinción de Guiraud entre crímenes del yo, en los que el individuo se
comporta según su voluntad, con la ilusión de plena libertad, y crímenes del ello, típicos de la demencia precoz en los
que el organismo le obedece directamente, mientras que el yo permanece como espectador pasivo y sorprendido.
Subraya también el modo con que Guiraud pone en evidencia la agresión simbólica en los homicidios inmotivados o
crímenes del ello: "lo que el sujeto quiere matar aquí no es su yo o su superyó sino su enfermedad, o, de manera más
general, 'el mal', el kakon". Entre estos dos tipos de crímenes Lacan incluye los crímenes del superyó, propios de los
delirios de querulancia y de los delirios de autopunición. El pasaje al acto de Aimée se aproxima al mecanismo
liberador: "lleva a cabo el acto fatal de violencia contra una persona inocente, en el cual hay que ver el símbolo del
‘enemigo interior’, de la enfermedad misma de la personalidad"
Lo exterior como lo más íntimo
En algunos pasajes de los Escritos Lacan retoma la cuestión del kakon. Por ejemplo, en "La agresividad en
psicoanálisis", al referirse a las reacciones agresivas en las psicosis habla del "kakon oscuro al que el paranoide refiere
su discordancia de todo contacto vital."
Jacques-Alain Miller indica que el kakon es el objeto "éxtimo": el ser que golpea en el exterior es su ser más íntimo. No
se trata entonces de una proyección. La inclusión de los desarrollos topológicos permite romper con el viejo mito
adentro-afuera al situar el exterior como lo más íntimo. El símbolo del "enemigo exterior" que Aimée golpea la
representa a ella misma, a "la misma enfermedad" dice Lacan. El kakon es su propio ser identificado al objeto (a)
como plus-de-goce. De esta manera, el kakon como objeto éxtimo logra desvelar esta misteriosa liberación homicida.
El pasaje al acto homicida en Aimée
Lacan indica que el enemigo interior en Aimée es puramente especular y permanece en el registro imaginario, al
mismo tiempo que intervienen tendencias autopunitivas. En el período que precede a la agresión, Aimée se comporta
como una verdadera pasional, la víctima es elegida entre los objetos que forman parte de su delirio, lo que integra su
pasaje al acto en la trama particular de sus ideas delirantes. Lacan llama la atención sobre el hecho de que ninguno de
sus episodios de ansiedad aguda la impulsan a un acto delictivo durante más de cinco años. ¿Qué la lleva entonces a
intentar matar a Huguette ex-Duflos? Durante los últimos años anteriores al atentado comienza a sentir la "necesidad
de hacer algo". Esta necesidad se manifiesta como "el sentimiento de faltar a sus deberes desconocidos" que
relaciona a los mandamientos de su misión delirante. La publicación de sus escritos apunta a hacer retroceder a sus
perseguidores. Los últimos ocho meses que anteceden su pasaje al acto siente la necesidad de "una acción directa"
que se incrementa frente al rechazo de publicación de su novela por la editorial Flammarion. En el momento en el que
ya no se puede situar más como "el garante del orden del mundo" -sus escritos son rechazados, vive con el miedo
continuo e inminente del atentado contra su hijo- surge la "acción directa" con la que intenta liberarse de su kakon
incontrolable.
Aunque la imagen que ataca es una representación de ella misma -y por ello es posible conceptualizarla como
autopunición- no se trata de una exclusiva agresión narcisista. Está en juego el esfuerzo por establecer una diferencia
simbólica en lo real. Con su acto atraviesa el espejo. La subjetivación de ese acto trae como consecuencia la reducción
inmediata del delirio y su tranquilidad ulterior.
Su pasaje al acto comporta entonces los tres registros: imaginario, se golpea a sí misma a través del atentado que
comete (vertiente mortífera del narcisismo); real, que se traduce en esa necesidad indeterminada de la que intenta
liberarse; y simbólico, en su esfuerzo por producir una simbolización en lo real.
3.- ESQUIZOFRENIA
El diagnóstico, el encuadre nosográfico, tiene un trayecto general: por un lado los signos, la descripción semiológica
de los casos, y por otro el ordenamiento en una clase. En cuanto a la esquizofrenia, es un ejemplo de cómo cualquier
clasificación tiene algo de relativo, de artificial. Para el psicoanálisis, en lo que respecta a Freud y Jacques Lacan, habrá
un intento de fundamentar las clases desde una articulación entre la verdad de los signos -que nunca es absoluta sino
que tiene variedades-, y lo real, como agujero en lo universal de las clases y del que responde lo particular de cada
sujeto. En una intervención muy precisa, al comienzo de su Seminario sobre Las Psicosis, Jacques Lacan subrayaba el
punto de partida para abordar este tema: "En lo que se hizo, en lo que se hace, en lo que se está haciendo en lo
tocante al tratamiento de las psicosis, se aborda mucho más fácilmente las esquizofrenias que las paranoias (...) ¿Por
qué en cambio para la doctrina freudiana la paranoia es la que tiene una situación algo privilegiada, la de un nudo,
aunque también la de un núcleo resistente?"
8.  psicosis
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8. psicosis

  • 1. PSICOSIS 1.- MANÍA - MELANCOLÍA Analizar este tema mediante el retorno a los textos freudianos interpretados a la luz de la enseñanza de Jacques Lacan (pese a que el trabajo de ambos autores no es muy extenso al respecto) es fundamental porque sus conceptos son extremadamente claros y rigurosos, además no muestran ambigüedad alguna respecto de la estructura a la que pertenece este tipo clínico. Sigmund Freud parte de la clínica psiquiátrica y de sus conceptos, pero la clínica y la reflexión teórica le llevan a crear, en éste como en otros cuadros clínicos, su propia teoría, en el campo del psicoanálisis. Aunque partiremos del concepto de psicosis maníaco-depresiva, para su estudio exhaustivo es necesario abordar en primer lugar la crisis maníaca y profundizar sobre el concepto y los mecanismos de acción de la melancolía en segundo lugar. Concepto de psicosis maníaco-depresiva (PMD) La psicosis maníaco-depresiva se manifiesta ya sea por accesos de manía, por accesos de melancolía, o por los dos tipos de accesos. En los períodos denominados de intercrisis, el sujeto presenta una normalidad que hace difícil su diagnóstico. La compensación, es decir su estabilización en el período de intercrisis, es pues una de sus características principales. El psicoanálisis ve en la PMD la disociación entre la economía del deseo y la decisión de goce del sujeto. Manía y melancolía corresponden a dos figuras de lo mismo. Manía y melancolía pertenecen al sujeto y no al organismo, diferenciándose de su concepción psiquiátrica. Lacan estudiará la melancolía del lado del "acto" y la manía del lado del "rechazo del inconsciente" del sujeto. En la manía, el sujeto se halla completamente confundido con su ideal y aparece como puro deseo. En la melancolía, el sujeto queda totalmente reducido al objeto, y es puro goce. El paso al acto suicida del melancólico se une a la dispersión mortífera maníaca del sujeto en la fuga de ideas en el lenguaje. LA MANÍA Lacan ha tomado de la psiquiatría los términos de manía y de melancolía modificando a veces su sentido; sin embargo, estos términos han guardado todo su valor desde el punto de vista clínico. El síntoma patognomónico de la manía es la fuga de ideas, que consiste en una especie de verborrea, en la aceleración metonímica de la cadena significante. Dicha aceleración, verbal o escrita, puede a veces ser brillante pero su característica principal es que el discurso pierde toda su orientación. El pensamiento aparece como si no estuviera organizado, funcionando por conexiones fonéticas, o asonantes, o por asociaciones de ideas sucesivas que pierden el lazo para terminar por formar una frase que pierde su sentido. El maníaco está distraído y en hiperactividad constante; sus actos inadecuados y audaces atestiguan que el sujeto ha perdido el sentimiento de lo imposible y vive en la omnipotencia. Infatigable, insomne y agitado, el sujeto maníaco da cuenta por su excitación de la dimensión mortífera existente en su estado, el llamado "furor maníaco" de Krafft-Ebing. El desbordamiento pulsional maníaco producido por el estado de desinhibición ocasiona a menudo incidentes, como escándalos públicos contra el pudor, excesos de todo tipo que imponen a veces la indicación de una hospitalización. Paradójicamente, el espíritu festivo y la exaltación del humor, es decir la euforia, no son las características patognomónicas de la manía, ya que todo estado maníaco es potencialmente un estado mixto. La labilidad emocional y la transformación de la euforia en tristeza son también características de la crisis maníaca. La manía en los clásicos de la psiquiatría Pinel, pionero de la clínica psiquiátrica, utiliza el término de manía como sinónimo de locura. De aquí vendrá la denominación de "manicomio" para el hospital psiquiátrico. Krafft-Ebing es la primera fuente de inspiración de Freud, al tratar la manía como una entidad aparte. Magnan delimita en 1880 la locura propiamente dicha o "psicosis", y dentro de esta entidad circunscribe lo que denomina "psicosis intermitente", en la que incluye a la manía y la melancolía. Magnan describe los estados de excitación maníaca, así como la depresión melancólica. La concepción lacaniana de la psicosis maníaco-depresiva a principios del siglo XX está claramente influida por el pensamiento de Clérambault, quien encuentra en el origen de las psicosis un "núcleo psicótico" de automatismo mental que va a articular toda su clínica. La manía en Freud y Lacan El psicoanálisis ha abordado la manía en segundo término y siempre en relación a la melancolía. Freud describe al maníaco como alegre en la esfera del humor y desinhibido desde el punto de vista de la acción. Considera que la manía siempre tiene carácter de "liberación". No existe la autocrítica y aparece un estado de triunfo que compara con el de una intoxicación por alcohol. En su artículo de 1915, "Duelo y melancolía", Freud describe la manía de la siguiente forma: "El alegre estado de ánimo, los signos de descarga de esta alegría y la intensa disposición a la actividad, son los caracteres de la manía,
  • 2. pero constituyen la antítesis de la depresión e inhibición, propias de la melancolía. Podemos atrevernos a decir que la manía no es sino tal triunfo, salvo que el yo ignora nuevamente qué y sobre qué ha conseguido ese triunfo”. Para Freud: "La peculiaridad más singular de la melancolía es su tendencia a transformarse en manía, o sea en un estado sintomáticamente opuesto. Sin embargo, no toda melancolía sufre esta transformación." Entonces no hay manía sin melancolía, sin embargo, la inversa no es imposible, es decir, que puede existir una melancolía sin traza alguna de manía. Freud construye la hipótesis de un predominio del tipo narcisista de la elección de objeto en este tipo de afecciones y de la importancia de la identificación narcisista con el objeto. En 1915, la manía es el dominio del Yo sobre el objeto, el Yo se ve emancipado del objeto que le hizo sufrir. En 1921, Freud continúa su estudio de la manía en "Psicología de las masas y análisis del Yo" a través de una nueva instancia, el Superyó. Su hipótesis en la manía es la siguiente: "El Ideal del yo se confunde periódicamente con su Yo, después de haber ejercido sobre él un riguroso dominio, (...) es indudable que en el maníaco el Yo y el Ideal del yo se hayan confundidos, de manera que el sujeto, dominado por un sentimiento de triunfo y de satisfacción, no perturbado por crítica alguna, se siente libre de toda inhibición y al abrigo de todo reproche o remordimiento." La manía está por tanto inscrita del lado del orden paterno, en relación al Superyó y al Ideal del yo, como la melancolía. En lugar de una identificación mortífera al Ideal del Yo hay una fiesta, una sensación de triunfo. Freud sitúa la melancolía del lado del duelo y la manía del lado de la fiesta. La fiesta como momento de libertad libidinal donde lo reprimido se da libre curso. La afirmación narcisista da prioridad a todas las exigencias pulsionales. La desaparición temporal del Superyó libera al Yo, que conoce un incremento de excitación dando cuenta del goce maníaco, de la desinhibición y del excedente de energía. Para E. Laurent, en la manía se trata así mismo del triunfo del sujeto sobre el objeto. En 1923, Freud remodeló su teoría sobre la manía en El Yo y el Ello. En este texto considera a la manía como una defensa contra la melancolía y aparece la noción de "defensa maníaca". La manía aparece como una reacción del Yo al "complejo melancólico": el Yo ha tenido que sobrepasar la pérdida de objeto. El carácter cíclico de la psicosis maníaco- depresiva podría explicarse por la necesidad de una suspensión temporal de la rigidez del Ideal del Yo melancólico que es tan severo. Lo importante es que la manía no es considerada como una estructura específica, aparte de la melancolía, sino como una defensa contra ella. Conflicto con el Superyó En 1924, en Neurosis y psicosis, Freud introduce la manía, así como la melancolía, dentro del cuadro particular de las neurosis narcisistas. En ellas, el conflicto patógeno surge entre el Yo y el Superyó, a diferencia de las neurosis, que encuentran su conflicto entre el Yo y el Ello, y de las psicosis, cuyo conflicto existe entre el Yo y el mundo exterior. En 1938, en Los complejos familiares, Jacques Lacan incluye a la psicosis maníaco-depresiva en el campo de las psicosis, y la aborda, siguiendo a Freud, a partir del narcisismo y del deseo, entendido éste como el interés del sujeto hacia la realidad exterior. En 1953, en Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, introduce el inconsciente estructurado como un lenguaje, y sitúa las alteraciones del humor fuera del campo del narcisismo. Para Lacan, en 1963, todos los afectos, excepto la angustia, engañan: "El senti-miento", el sentimiento-miente. Los afectos se pueden asimilar a estados de ánimo, que pueden resultar engañosos. Tanto la alegría como la tristeza pueden engañarnos. Entonces buscará lo esencial de la entidad clínica en la estructura y no en su fenomenología. Establece claramente la diferencia estructural entre neurosis y psicosis proponiendo las diferentes posiciones subjetivas del sujeto en relación al objeto a. Dichas posiciones vienen determinadas por la función de la metáfora paterna y la presencia del Nombre del Padre, o bien su forclusión en la psicosis. En consecuencia, introduce la manía y la melancolía dentro de la clínica diferencial de las psicosis de la misma manera que la paranoia y la esquizofrenia. Clínica diferencial a partir del objeto a Para Lacan, a partir del objeto a, hay una clínica radicalmente diferente entre neurosis y psicosis. El objeto a está habitualmente oculto tras la envoltura idealizada de la imagen del sujeto, i(a). En el ciclo de la manía-melancolía distingue todo lo que corresponde al ciclo del "Ideal", y propone la alternativa "duelo o deseo". En el duelo, la pérdida del objeto produce la caída de los significantes que visten i(a) desligándose de los significantes ideales. En la melancolía, no se trata de un abandono de la imagen idealizada sino de una disolución imaginaria de i(a), en su relación narcisista, ideal. En su lugar aparece únicamente el objeto a en toda su consistencia y con todo su carácter de real insoportable. Para el psicótico, la operación de alienación está presente pero no así la de separación. El objeto a surge como lo que le falta al Otro en el proceso de separación entre el sujeto y el Otro. Al no haber operación de separación, el sujeto queda como suspendido del Otro, sin posibilidad de poner una barrera al goce del Otro. La función de condensación de goce que tiene el objeto a, no funciona en la psicosis y el sujeto se convierte pura y simplemente en el objeto del goce del Otro. En la manía, la no función del objeto a produce una aceleración metonímica de la cadena significante, lo que denominamos "fuga de ideas". Aparece una sucesión de S1, que mortifica al sujeto.
  • 3. Rechazo del inconsciente En 1973, en Televisión, Lacan da a conocer su última teoría de la manía y de la melancolía, en la cual aparece la manía como rechazo del inconsciente: En la manía, es el lenguaje el rechazado y no un significante, como en el caso de la paranoia. La especificidad de la manía reside en el retorno mortífero del lenguaje, en la fuga de ideas, en la verborrea incoercible de la agitación maníaca. La aceleración metonímica de la cadena significante se inscribe en el cuerpo bajo la forma de un goce mortífero. El punto de capitoné de la cadena significante falla en la manía. El punto de capitoné "es por lo que el significante hace parar la producción indefinida de significación" cerrando el sentido de la frase. En la fuga de ideas, en lugar de la articulación significante S1-S2, existe una sucesión interminable de S1, de manera metonímica, de manera que no llegan a cerrar el mensaje, y no llegan a producir ni sentido ni significación. Cuando el sujeto neurótico habla, apunta al objeto causa de su deseo. En la manía, la no función del objeto a, hace que cuando el sujeto habla no pueda encerrar en la frase la significación de ese objeto, debido principalmente al defecto del punto de capitoné. La especificidad de la manía frente a otras psicosis es que este defecto es temporal, lo que le da su carácter cíclico, así como su particular aspecto de estabilidad y normalidad en el período de intercrisis. La diferencia entre la concepción freudiana de la manía como una fiesta y la concepción lacaniana de la manía como rechazo del inconsciente, como no función del objeto a, y como defecto del punto de capitoné, reside en que la primera es más bien de orden imaginario y la segunda es una concepción de orden simbólico. Para Freud, la fiesta maníaca está producida por el sentimiento de liberación que es más bien imaginario. Para Lacan, la fiesta maníaca es el efecto producido por el lenguaje sobre el cuerpo; la fuga de ideas, el efecto de lo simbólico sobre lo imaginario, del pensamiento sobre el cuerpo imaginario, del pensamiento sobre el afecto. La manía se sitúa entre las psicosis, cuya estructura está determinada por la forclusión del Nombre del Padre. La psicosis se desencadena cuando dicho significante es solicitado en una situación concreta de la vida. Al no poder dar respuesta mediante este significante, el psicótico se descompensa y se desencadena su psicosis. En la manía, la estabilización y compensación después de la crisis es tan eficaz y sólida que existe una verdadera dificultad para establecer el diagnóstico en el período de intercrisis. Hay que buscar la estructura del sujeto en los momentos de vacilación. LA MELANCOLÍA Contrariamente a lo que pudiera pensarse, el psicoanálisis se encuentra totalmente en su campo en relación a la depresión o al afecto depresivo. La depresión es un afecto perfectamente aislado y analizado por Freud, así como por Lacan. Por otra parte, muchas de las demandas de análisis vienen acompañadas de una queja que corresponde al peso que la presencia de este afecto provoca en el sujeto, y son solidarias de la demanda de liberarse de él. Las diferentes modalidades de presentación del afecto depresivo en los sujetos hace necesario establecer de entrada un diagnóstico diferencial entre el afecto depresivo en la neurosis, la presencia de un afecto depresivo en un sujeto de estructura psicótica, ya sea esquizofrénico o paranoico, y finalmente el afecto depresivo en un cuadro melancólico, que Freud y Lacan introducen sin ambigüedad alguna en el campo de las psicosis. Pierre Skriabine, hace referencia a esta riqueza clínica que es necesario diferenciar: "Tantos hechos clínicos, tantos modos de funcionamiento diferentes; de ahí la necesidad de un estudio diferencial de la depresión, desde el psicoanálisis; de ahí proviene también la difracción del significante "depresión" en la clínica freudiana y lacaniana: duelo, angustia, inhibición, paso al acto, rechazo del inconsciente, melancolía, tristeza, cobardía moral, asco de sí mismo, dolor de existir, por no citar más que algunos pocos términos que reflejan los diferentes aspectos que revisten las depresiones. La clínica psicoanalítica tiene pues que dar cuenta en términos de estructura de cada una de las muy diversas formas de depresión que encuentra, es decir, que debe elaborar cómo se inscribe cada sujeto, con su sufrimiento, en los modos de funcionamiento articulables. Esto corresponde, por ejemplo, a las maneras en que el sujeto se sostiene en la función de la castración, en que sitúa su relación con el objeto, así como su posición en relación al Otro, y esto tanto en lo que concierne a la queja que en ocasiones es lo que le lleva al psicoanálisis, como a los efectos depresivos que pueden producirse en el curso de la experiencia analítica misma." CLÍNICA Aunque la tristeza es un afecto que aparece regularmente en la melancolía, no es el síntoma patognomónico, puesto que la encontramos en otros cuadros depresivos neuróticos o psicóticos, y también en el curso de un análisis, así como en el período normal de un duelo. La melancolía no puede reducirse al humor triste, es una enfermedad del deseo. Es una depresión profunda y estructural, marcada por una extinción del deseo y un desinvestimiento narcisista tan global que puede llevar al suicidio. Así describe Freud la clínica de la melancolía en "Duelo y melancolía" en 1915: "La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo. Este cuadro se nos hace más inteligible cuando reflexionamos que el duelo tiene también estos caracteres."
  • 4. La culpabilidad del melancólico El rasgo clínico que distingue al melancólico del resto de los estados depresivos es la culpabilidad, que consiste en un estado de autorreproche constante, de autoacusación, en un sentimiento profundo de indignidad, de no ser digno. No se trata de una queja que divida al sujeto como ocurre en las depresiones neuróticas, en las cuales el sujeto se interroga sobre el valor de su vida o de sus actos, y los pone en duda. El melancólico, como psicótico que es, no está dividido, no se interroga. El melancólico está en la certeza, no tiene ninguna duda en relación a la acusación que dirige contra sí mismo. Es una certeza delirante. Esta queja no la dirige a su imagen precisamente, sino que va en dirección a lo más profundo de su ser. La melancolía es un odio que apunta al propio ser, que se encuentra desprovisto de posesión alguna, de consistencia, incluso de la materialidad de su cuerpo, como ejemplifica el síndrome melancólico más extremo y paradigmático, que es el síndrome de Cotard. En este síndrome, el sujeto está tan seguro de lo vacío de su existencia que incluso tiene la certeza delirante de estar vacío por dentro, de no tener estómago por ejemplo, o de haber perdido un trozo de intestino. Mientras que en la depresión neurótica el sujeto manifiesta siempre una pérdida. Esta pérdida puede expresarse como pérdida de interés o pérdida de la capacidad. El sujeto dice "no poder más", "haber perdido las fuerzas", "haber perdido las ganas", "no poder hacer nada contra eso". En cambio, el estado de inhibición en la melancolía es total, el sujeto está como inmóvil, inanimado, inerte. El melancólico puede salir de este estado de inhibición y precipitarse hacia el suicidio cuando la severidad del cuadro es importante. Estudios sobre la melancolía en ''La Salpetrière'' Para Séglas, contrariamente a Clérambault, las ideas delirantes son secundarias a estos fenómenos fundamentales de la melancolía. El delirio puede presentarse en forma de ideas de ruina, de humildad, de incapacidad, de autoacusación, o ideas de culpabilidad ante la sociedad y ante Dios. Pueden venir también en forma de ideas de castigo, de persecución, de demanda de suplicio y de infierno, así como de negación. En 1882, J. Cotard describe en algunas melancolías cierto tipo de delirio que acentúa los rasgos hipocondríacos. En estos casos, la hipocondría es tan importante que llega a construir ideas de culpabilidad, de ruina y de negación. Los melancólicos, dice Cotard, no tienen nombre, ni edad, no han nacido, no tienen padre ni madre, no tienen cabeza, ni estómago, nada existe, no son nada. La melancolía en Freud y Lacan Desde 1895 Freud tiene la intuición de que la melancolía consiste en una especie de duelo y pretende volver a centrar lo esencial del cuadro melancólico en el sujeto y no en el objeto, poniendo en primer plano el mecanismo de la identificación narcisista. Compara el trabajo del duelo con la melancolía. Si al principio parecen corresponderse estrechamente, enseguida aparece que su diferencia no es sólo de orden cuantitativo, es decir, que la melancolía no solamente implica un duelo patológico por excesivo, sino que la diferencia es también cualitativa. La diferencia reside en la naturaleza del objeto perdido, que en la melancolía, en 1915, Freud ubica en el sujeto mismo, en el Yo del sujeto. "Mas, ¿en qué consiste la labor que el duelo lleva a cabo? A mi juicio podemos describirla de la manera siguiente: el examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado no existe ya y demanda que la libido abandone todas sus ligaduras con el mismo. (...) Al final de la labor del duelo, vuelve a quedar el Yo libre y exento de toda inhibición." Entonces en el duelo, la sustracción de la libido que estaba dirigida al objeto se realiza de una manera lenta y paulatina para poder dirigirla hacia otro objeto. En la melancolía actúa un mecanismo parecido, en el que el sujeto se comporta como si hubiera perdido algo esencial para él, pero que no llega a identificar y que permanece perfectamente inconsciente. La pérdida del objeto amoroso o erótico hace surgir la ambivalencia, presente siempre en las relaciones amorosas. El conflicto por ambivalencia es primordial en la melancolía, de manera que es el odio, son las tendencias sádicas y agresivas que antes aparecían ligadas al amor, y orientadas ambas hacia el objeto, las que ahora son retrotraídas al Yo del propio sujeto, haciendo sufrir, pero encontrando con ello una satisfacción sádica. De este modo queda introducido un mecanismo propio de la melancolía que es la identificación narcisista con el objeto, definida como la proyección y la introyección del objeto en el Yo, provocando su aplastamiento por el objeto. En 1915 Freud describe este mecanismo del siguiente modo: "La libido libre no fue desplazada sobre otro objeto, sino retraída al Yo, y encontró en éste una aplicación determinada, sirviendo para establecer una identificación del Yo con el objeto abandonado. La sombra del objeto cayó así sobre el Yo; este último a partir de este momento, pudo ser juzgado por una instancia especial, como un objeto, y en realidad como el objeto abandonado. De este modo se transformó la pérdida de objeto en una pérdida del Yo, y el conflicto entre el Yo y la persona amada, en una disociación entre la actividad crítica del Yo y el Yo modificado por la identificación." La conclusión freudiana en "Duelo y melancolía" es que la predisposición a la melancolía depende del predominio del tipo narcisista de la elección de objeto, en la que el sujeto elige su objeto amoroso como él es, o como le hubiera gustado ser. En tanto se trata de un predominio narcisista, la melancolía es introducida en el campo de las psicosis, al lado de la esquizofrenia y de la paranoia, y en diferenciación de las neurosis.
  • 5. Como interpretará posteriormente Lacan de este artículo, en la melancolía el objeto abandonado por el sujeto viene en el lugar de Das-Ding, la Cosa, la Cosa perdida para siempre. El objeto está elevado a la dignidad de la Cosa. La identificación narcisista a la Cosa es característica en esta afección. Identificación y humillación En 1921 Freud articula la diferencia esencial entre la melancolía y el duelo basándola en la ambivalencia que separa al Yo del Ideal del Yo: "La miseria del melancólico constituye la expresión de una oposición muy aguda entre ambas instancias del Yo (Yo y Superyó o Ideal del Yo); oposición en la que el Ideal, sensible en exceso, manifiesta implacablemente su condena del Yo con la desvalorización y la autohumillación. (...) El objeto queda luego reconstituido en el Yo por identificación y es severamente juzgado por el Ideal del Yo. Los reproches y ataques dirigidos contra el objeto se manifiestan entonces bajo la forma de reproches melancólicos contra la propia persona." Dos años más tarde, en El Yo y el Ello, Freud propone al Superyó como el heredero del complejo de Edipo que produce la identificación con el padre muerto. Esta instancia se manifestará como "imperativo categórico", imponiendo su carácter coercitivo: "Volviendo a la melancolía, encontramos que el Superyó, extremadamente enérgico, y que ha atraído a sí la conciencia, se encarnece implacablemente contra el Yo, como si se hubiera apoderado de todo el sadismo disponible del individuo. (...) En el Superyó reina entonces la pulsión de muerte, que consigue con frecuencia, llevar a la muerte al Yo, cuando éste no se libra de su tirano refugiándole en la manía." En esta herencia, el Superyó tiene un rol primordial que concentra la pulsión de muerte. El padre muerto cae sobre el sujeto y lo aplasta. Lacan tiene una producción bastante discreta sobre la melancolía, situándola siempre en el terreno de las psicosis, hace de la melancolía una pasión del ser, la del "dolor en estado puro", la del "dolor de existir". Expone el dominio de lo simbólico sobre lo imaginario en la melancolía y distingue el concepto de pérdida, del de falta. Si la falta es fundadora del deseo, ya que no deseamos sino lo que nos falta, la pérdida, sin embargo, hace vacilar al deseo. La pérdida provoca siempre la ilusión de que el objeto perdido es aquello que se desea verdaderamente. Es decir, que esta pérdida presentifica por excelencia al objeto que falta, al objeto a, al objeto causa del deseo, y en consecuencia dicho objeto está totalmente obturado por la pérdida. En esta operación el deseo del melancólico queda totalmente aplastado. Hemos visto en la manía cómo el objeto a está habitualmente oculto detrás de la envoltura de la imagen idealizada del sujeto, i(a), y cómo en la melancolía se produce la disolución imaginaria de i(a) para dejar aparecer en todo su horror al objeto a, a diferencia del duelo en el que se mantiene todavía un lazo de deseo suspendido de i(a). Diez años más tarde, en 1973, Lacan retoma el problema de la melancolía en Televisión, texto esencial en su teoría de los afectos. Lacan no aborda la melancolía a través de la tristeza como afecto sino en relación con el acto suicida, de la misma manera que la manía es abordada por la no función del objeto a. En este sentido, la manía y la melancolía son dos figuras de lo mismo: en la fuga de ideas maníaca aparece el rechazo del inconsciente o dispersión maníaca en el lenguaje, da paso al acto suicida en la melancolía. En el acto no hay ya palabra posible dirigida al Otro. El sujeto, fundido en lo más profundo de su "des-ser" (désêtre), cae y encuentra en su caída a la muerte misma. Aparece la idea de un afecto que vendría a perturbar al sujeto. Si para Lacan lo simbólico domina lo imaginario es por el dominio del lenguaje sobre lo imaginario del cuerpo. En Kant con Sade, Lacan hace de la melancolía el "dolor en estado puro", la melancolía como "dolor de existir". Este afecto se distingue del sentimiento más o menos depresivo, en sus diversas tonalidades, que conlleva el ser, es decir, como afecto normal de la existencia. Lacan hace de la tristeza un afecto normal ante el bien decir de la relación del sujeto con el goce. Para un diagnóstico precoz de la melancolía, se tratará por tanto, no sólo de ubicar los momentos depresivos mayores, sino también de diferenciar los fenómenos depresivos aislados que no pueden ser inscritos en la historia del sujeto ni tampoco en relación con sus síntomas. Es una manera de interrogar al sujeto no del lado del inconsciente como discurso del Otro, sino por el lado del silencio de la pulsión de muerte. 2.- PARANOIA. PARANOIDE Retomemos considerando que la psicosis no es un caos… sino un orden del sujeto, que supone una inclusión particular en la "estructura". La particularidad de esta inclusión viene dada por la acción de un mecanismo aislado por Jacques Lacan que se denomina "forclusión" entendido como elisión que recae sobre el significante del "Nombre del Padre", que establece el orden en la estructura. Por tanto, la condición esencial de la psicosis es la forclusión del Nombre del Padre en lo simbólico y no la organicidad. ESPECIFICIDAD PSIQUIÁTRICA DE LA PARANOIA En la sexta edición de su Tratado de Psiquiatría (1899), Kraepelin introduce una delimitación precisa de la paranoia en relación a otros cuadros clínicos, utilizada usualmente en el medio psiquiátrico, incluso en la actualidad. Se caracteriza por su rechazo de las formas agudas; por su evolución lenta y progresiva hacia la demencia; por su incurabilidad; por
  • 6. la modalidad persecutoria con ideas de grandeza o amorosas, constituidas a partir de la interpretación delirante, que guardan una fuerte convicción y no pueden quebrarse. Distinciones La distinción entre la melancolía y la manía del cuadro de paranoia fue una cuestión de gran importancia en la psiquiatría de comienzos del siglo XX. Diferenciar los melancólicos perseguidos de los verdaderos melancólicos no resultaba una tarea fácil desde un punto puramente descriptivo, puesto que tanto los melancólicos pueden sentirse perseguidos a posteriori como melancolizarse los paranoicos. El término "paranoia" corresponde a lo que la psiquiatría francesa desarrolló como "delirios sistematizados", y esta sistematización del delirio puede ser secundaria a trastornos primarios del humor, con lo que se dificulta la precisión diagnóstica. Frente a la diversidad de concepciones psiquiátricas de los años 30, en su tesis, Lacan tiende a retomar la delimitación de la paranoia legítima puesta de relieve por Claude. Pero eso no resulta suficiente. La contribución más importante de Graupp relativa a la curación de la paranoia es la serie de artículos sobre el homicidio y la enfermedad del pastor Wagner. Este caso ocupa un lugar importante en la discusión psiquiátrica alemana de la época puesto que se produce una remisión del delirio que lo había llevado a matar a catorce personas de su pueblo, entre las que se incluían su mujer y sus hijos. No había podido hacer las cosas de otra manera: se vio forzado a ello. No se reprochaba por haber matado a su familia, ya que consideraba que les había hecho un bien: había llevado a cabo un acto noble aprobado por su entorno, incluso lamentaba no haber ejecutado mejor su masacre. Cuando lo juzgaron, lo internaron en un asilo psiquiátrico. Comienza entonces un proceso: rechazaba ser tratado como enfermo. Se consideraba un criminal y quería ser colgado. Al mismo tiempo, afirmaba que era mejor que su familia hubiera muerto para no sufrir como él por su internación. Terminó por reconocer que no era normal y que sus actos eran el efecto de su enfermedad, lamentándose por haber matado a personas inocentes. Graupp describe en una serie de publicaciones las etapas sucesivas de la enfermedad del pastor Wagner y lleva a cabo un análisis que difería de la concepción kraepeliana de la paranoia. Primero señala que no hay un déficit intelectual o afectivo: su enfermedad no es progresiva sino que se produce una corrección de las ideas delirantes. Wagner es considerado como un hombre pesimista, con una gran ambición, vanidoso, y obsesionado por sí mismo; su locura encuentra su fuente en la tensión ético-sexual. Pero Krestchmer, en el examen del caso, señala que, aunque el enfermo conservaba su predisposición al delirio, el cambio de las condiciones exteriores de vida, como consecuencia de la internación, produce también un cambio en sus ideas delirantes, lo que permite una remisión del delirio. De esta manera, la curación se produce por un cambio favorable de los factores psíquicos en relación al medio y a las experiencias vividas y se acentúa la "reacción" del enfermo al medio social. Una cuestión pendiente En otro caso, la modificación delirante en Aimée después de su arresto (la paciente intenta matar a una conocida actriz pero fracasa, es llevada a prisión, y tras diez días su delirio cede, por lo que es internada en el Hospital de Sainte-Anne, de alguna manera va en el mismo sentido que el caso Wagner. En Wagner también se produce una modificación de su delirio durante su internación. En los dos casos se puede señalar el "valor de reacción" que producen las variaciones del delirio. Pero Lacan analiza el caso Aimée en otros términos. Si bien se ocupa de indicar la importancia de la historia de la enferma y su relación con el medio social, considera que la remisión de su delirio no es el producto de la modificación de su entorno sino de la confrontación puntual con el acto que acaba de realizar. Lacan indica que "pese a la crítica kraepeliniana, la cuestión sigue pendiente”. Lacan en su tesis (1932) apunta a establecer una estructura en la que puedan alojarse diferentes tipos clínicos (como la "paranoia de autopunición" o el "delirio de relación sensitivo" de Krestchmer). Se esfuerza por mostrar cómo el desvío hacia una forma residual, la atenuación, la adaptación, el desarme o la curación, se incluye en el cuadro de la paranoia, por lo que considera que la paranoia crónica tipo Kraepelin es sumamente rara y que es legítimo asimilar al grupo kraepeliniano los casos llamados curables. Para Lacan esta modalidad forma parte de las posibilidades de atenuación que presentan los delirios paranoicos que se caracterizan por su débil extensión. En los años 50 Lacan critica punto por punto la definición de Kraepelin de la paranoia. En el Seminario 3 Lacan señala que el desarrollo de la enfermedad no es insidioso, sino que se produce una discontinuidad, un momento fecundo de la enfermedad, que es el desencadenamiento de la psicosis. El delirio varía en relación a los elementos de la situación actual del paciente. A continuación Lacan se desprende de esta discusión psiquiátrica y se ocupa de aislar el mecanismo distintivo de la causalidad de la psicosis, que constituye la forclusión del significante del Nombre del Padre. La estructura de la psicosis El estructuralismo francés de los años 50 le permitirá dar una nueva perspectiva a este concepto y transformarlo en una estructura significante. Lacan modifica su definición de la locura en "Función y campo de la palabra y del lenguaje". Dice entonces: "En la locura, cualquiera que sea su naturaleza, nos es forzoso reconocer, por una parte, la libertad negativa de una palabra que ha renunciado a hacerse reconocer, o sea lo que llamamos obstáculo a la
  • 7. transferencia, y, por otra parte, la formación singular de un delirio que -fabulatorio, fantástico o cosmológico, interpretativo, reivindicador o idealista- objetiva al sujeto en un lenguaje sin dialéctica." Lacan introduce la fórmula definitiva de la metáfora paterna en "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis" que produce la sustitución del Deseo de la Madre por el significante del Nombre del Padre. Lo escribe de la siguiente manera: La escritura DM/x indica que no hay una relación directa entre el niño y el padre, sino que está metaforizada por el DM. El DM en realidad no es un deseo sino que nombra un goce sin ley. El niño responde al enigma del significado del sujeto a través de la incidencia del padre. La madre no es una función: introduce al niño en lo simbólico a través de la inscripción de su alternancia presencia- ausencia, del Fort-Da. El Nombre del Padre es un significante. El padre actúa por su nombre produciendo en el lugar del Otro un efecto de significación fálica. La consecuencia que se desprende de la distinción entre el padre real y su función simbólica es que "padre" es un significante que se distingue de la paternidad biológica. En definitiva, todo padre es adoptado. El padre adopta a su hijo al reconocerlo como propio; el niño adopta a su padre al consentir a la acción de su ley. La metáfora paterna indica que si bien lo que pide el niño está del lado de la necesidad o del amor, el deseo se sostiene por el Nombre del Padre en la medida en que introduce un límite, un borde entre la madre y el niño, cercenando la acción fuera de ley del Deseo Materno. Pero esta operación tiene un resto: toda metáfora paterna es fallida -los síntomas dan prueba de ello-, de donde emerge el enigma del deseo del Otro. Los términos involucrados en esta metáfora no son exclusivamente los de la triangulación edípica -padre, madre, niño-. Hay un cuarto elemento, el falo, que se inscribe en el Otro. Forclusión del Nombre del Padre En la psicosis no opera la metáfora paterna puesto que el significante del Nombre del Padre está forcluido. Lacan aborda este punto en "De una cuestión preliminar..." de la siguiente manera: "Trataremos de concebir ahora una circunstancia de la posición subjetiva en que al llamado del Nombre del Padre responda, no la ausencia del padre real, pues esta ausencia es más que compatible con la presencia del significante, sino la carencia del significante mismo" . No se trata por tanto de la ausencia real del padre, sino de la falta de inscripción de un significante, de una falla simbólica. Y luego sigue: "En el punto donde es llamado el Nombre del Padre puede pues responder en el Otro un puro y simple agujero, el cual provocará un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica (...) Está claro que se trata aquí de un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto" En el Otro, lugar del código, del conjunto significante, se aloja también el significante del Nombre del Padre en la neurosis. En la psicosis falta y en el lugar que tendría que encontrarse el significante del Nombre del Padre se encuentra un agujero. Esto produce como consecuencia que no se produzca la significación fálica que resulta de la metáfora paterna. Así, la causalidad significante, la falla en lo simbólico, produce el desorden en el nivel de lo imaginario y el sentimiento de mortificación que resulta en el sujeto por la falta de identificación imaginaria con el significante fálico. Esquema del mensaje invertido Para entender la significación fálica, tomaremos el esquema del llamado "mensaje invertido". En la neurosis se pone en funcionamiento la estructura del mensaje invertido. Ante la intencionalidad de significación, el sentido de lo que efectivamente dice el sujeto se decide retroactivamente. Al hablar se pone en marcha la cadena significante en una cadena diacrónica que involucra la sucesión de significantes. Al mismo tiempo, esta intencionalidad tropieza con un punto de capitoné que decide el sentido de la frase según la selección de los múltiples significantes que coexisten sincrónicamente. El lugar del código es donde se aloja el conjunto de los significantes. La selección de uno produce el efecto de sentido. Por ejemplo, decir "quiero que vengas" no es igual a decir "quiero que te vayas". El efecto de sentido es opuesto. No es lo mismo ser "un gran hombre" que "un hombre grande"; "un esposo fiel" o "un esposo ingrato". Por ejemplo: 1) Intención de significación, sucesión diacrónica de la cadena significante. 2) Confrontación con el Otro, sincronía de la cadena significante en donde se produce la selección significante (ej. fiel, ingrato, etc.).
  • 8. 3) Producción retroactiva del efecto de sentido: s(A) equivale a decir significado en el Otro. Ésta es la estructura del mensaje invertido. Sólo al terminar la frase uno sabe qué dijo efectivamente más allá de su intención de significación. Jacques-Alain Miller señala que en el Otro se encuentra el Nombre del Padre. La confrontación con el punto de capitoné que constituye este significante produce en forma retroactiva la significación fálica: Significación fálica no inscrita Cuando el Nombre del Padre está forcluido no se inscribe retroactivamente la significación fálica y produce un desarreglo en lo imaginario y en el sentido de la vida. Si bien se produce un desplazamiento metonímico de los significantes, no hay efectos metafóricos por la falta de sustitución significante (esto no impide que el psicótico tenga incluido en su discurso metáforas pertenecientes al idioma que habla y haga uso de ellas puesto que funcionan como un bloque). De ahí que Lacan indique que el psicótico recibe su mensaje en forma directa. Sus mensajes vienen del código. Es hablado por el Otro. La forclusión del Nombre del Padre distingue la psicosis de la neurosis: "Es en el accidente de este registro y de lo que en él se cumple, la forclusión del Nombre del Padre en el lugar del Otro, y en el fracaso de la metáfora paterna, donde designamos el efecto que da a la psicosis su condición esencial con la estructura que la separa de la neurosis" El desencadenamiento de la psicosis El desencadenamiento de la psicosis está vinculado a la falla simbólica, que es la forclusión del Nombre del Padre. Lacan indica que: "Para que la psicosis se desencadene, es necesario que el Nombre del Padre, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto" Y se pregunta luego cómo puede ser llamado ese significante si nunca estuvo. La emergencia de lo que figura como "Un padre", que no necesariamente es su propio padre, produce la confrontación con este significante del que el sujeto no dispone. En la medida en que aparece "Un padre" en oposición simbólica, en posición tercera frente a una relación imaginaria que el sujeto dispone, se desencadena la psicosis. Lacan lo ejemplifica en los siguientes términos: "Búsquese en el comienzo de la psicosis esta coyuntura dramática. Ya sea que se presente para la mujer que acaba de dar a luz en la figura del esposo, para la penitente que confiesa su falta en la persona de su confesor, para la muchacha enamorada en el encuentro del "padre del muchacho", se la encontrará siempre, y la encontrará más fácilmente si se guía uno por las "situaciones" en el sentido novelesco de este término" Examinemos los casos propuestos como ejemplos: La mujer que acaba de dar a luz se encuentra en una relación dual, imaginaria, con el bebé. La presencia del esposo o incluso la del médico en oposición a esta relación dual puede funcionar a modo de una confrontación con "Un padre". La penitente puede mantener una relación dual con Dios en su intimidad. La confrontación con "Un padre" en la figura del sacerdote puede desencadenar la psicosis. Y por último, la joven enamorada mantiene la relación dual con su novio. La presencia del padre del joven puede precipitar la emergencia de la psicosis. De ahí que en cada caso hay que buscar la "coyuntura dramática", es decir, reconstruir los acontecimientos para poder situar qué opera como "Un padre", qué situación convoca el significante del Nombre del Padre para ese sujeto, para situar así el punto de desencadenamiento que puede volver a producirse para esa persona. El desencadenamiento de la psicosis constituye un momento de ruptura que produce una discontinuidad en la vida del enfermo. En su tesis Lacan utiliza el término de "puntos fecundos" para nombrar este momento de corte. Luego lo llamará "momento fecundo", en el que se produce el desencadenamiento. La importancia clínica de puntuar este momento de desencadenamiento es que la metáfora delirante, que permite una restitución simbólica y una pacificación consecutiva, se produce en el mismo lugar de falla de la estructura. El psicótico desencadena su psicosis en el mismo punto en el que puede lograr estabilizarse. El concepto de Forclusión El concepto reproduce que lo forcluido de lo simbólico, reaparezca en lo real. En "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915), Freud establece una génesis del yo, estudiada por Lacan en el Seminario 11: yo realidad inicial, yo placer purificado, yo realidad definitivo. La base de esta secuencia es la distinción yo-no yo por la acción del principio de placer.
  • 9. En un primer tiempo el yo coincide con lo que le es placentero y el mundo exterior con lo indiferente. Distingue así entre el adentro y el afuera. Luego el yo placer identifica el mundo exterior con lo displacentero. "Lo exterior, el objeto, lo odiado, habrían sido idénticos al principio" dice Freud. El yo realidad definitivo elige los objetos que son buenos para el yo. El principio de placer, paradójicamente, orienta la búsqueda del principio de realidad. El juicio de atribución en su afirmación simbólica primordial, es correlativa de la expulsión primaria del objeto que constituye lo real como exterior al sujeto. El objeto está perdido estructuralmente, y esta pérdida inaugural deja una marca que impulsa a su búsqueda y a la acción de repetir, la repetición. El juicio de existencia se refiere a este esfuerzo por reencontrar la percepción del objeto perdido. Freud introduce en este punto la acción del principio de realidad, que funciona bajo las premisas del placer anhelado. Ejemplo: el mutismo aterrado del Hombre de los lobos frente a su alucinación del dedo cortado. "Tenía cinco años; jugaba en el jardín junto a mi niñera y tajaba con mi navaja la corteza de uno de aquellos nogales que también desempeñan un papel en mi sueño. De pronto noté con indecible horror que me había seccionado el dedo meñique de la mano (¿derecha o izquierda?), de tal suerte que sólo colgaba de la piel. No sentí ningún dolor, pero sí una gran angustia. No me atreví a decir nada al aya, distante unos pocos pasos; me desmoroné sobre el banco inmediato y permanecí ahí sentado, incapaz de arrojar otra mirada al dedo. Al fin me tranquilicé, miré al dedo, y entonces vi que estaba completamente intacto" (S. Freud, "De la historia de un neurosis infantil" (1918). Lacan utiliza este ejemplo de alucinación para mostrar el retorno de la castración "cercenada" en lo real alucinatorio. Se trata del cercenamiento de la simbolización primordial que produce la falta de un significante en la estructura. Ausencia en el registro simbólico La ausencia en el registro simbólico, determina el retorno en lo real. En la psicosis, la forclusión recae sobre el significante del Nombre del Padre. El trabajo de Freud sobre el caso Schreber constituye uno de los cinco grandes historiales freudianos. En este caso, a diferencia de los otros, Freud no trabaja sobre el propio paciente sino a partir de un libro escrito por Schreber titulado Memorias de un enfermo nervioso. En su examen del caso, Freud utiliza un único dato que no figura en el libro de Schreber: a qué edad enferma. El artículo de Freud consta de tres partes: la presentación del material clínico, la interpretación psicoanalítica y las consideraciones teóricas que pueden desprenderse del análisis del caso. Resumiendo podemos establecer una cronología biográfica que nos permitirá indicar los momentos de desencadenamiento de la psicosis y la articulación particular del delirio: 1842 – Nacimiento de Daniel Paul Schreber. 1861 – Muerte del padre a los 53 años. 1877 – Muerte del hermano 3 años mayor que él a los 38 años. 1878 – Schreber se casa. 1ª enfermedad. 1884 – Candidato al Reichstag (Parlamento). Internación durante 6 meses (Schreber tiene 42 años) y es tratado por el Dr. Flechsig. 1885 – Externación. 1886 – Trabaja en el Tribunal Regional de Leipzig. 2ª enfermedad. 1893 – (junio) Anuncio de su próxima designación para el Tribunal Superior. (octubre) Comienza su trabajo como Senatspräsident. (noviembre) Internación (tiene 51 años). 1900-1902 – Schreber escribe sus Memorias y comienza una acción judicial para salir del Asilo. 1902 – Externación. 1903 – Publicación de sus Memorias. 3ª enfermedad. 1907 – Muere la madre. Enfermedad de la esposa. Internación. 1911 – Muere Schreber. Publicación del artículo de Freud. 1912 – Muere la esposa. La psicosis de Schreber En la secuencia cronológica se visualizan tres desencadenamientos de la psicosis: los dos primeros pueden ponerse en correspondencia con sus nominaciones como Presidente del Tribunal Superior. Lacan, al retomar el análisis del caso, establece que el hecho de ser llevado a ocupar un lugar que tiene una correspondencia simbólica con la función paterna produce el llamado al Nombre del Padre, que, por estar forcluido, produce el desencadenamiento de la psicosis. Durante el primer período de incubación de la enfermedad, Schreber presenta sobre todo trastornos hipocondríacos. En cambio, durante el período que antecede al segundo desencadenamiento se presenta una fantasía central para la construcción de su delirio: "ser una mujer durante el acoplamiento". Esta fantasía se desarrolla hasta
  • 10. llegar al delirio de transformación en la mujer de Dios, quien gozará de su cuerpo y lo fecundará para producir una nueva raza de hombres schreberianos. Se puede establecer una doble temporalidad en su delirio. El primer tiempo, de transformación en mujer; y un segundo tiempo, de redención de la humanidad. Si partimos de la afirmación freudiana de que lo que es abolido en el interior retorna en el exterior, podemos afirmar, siguiendo a Lacan, que en este caso el Nombre del Padre abolido en lo simbólico retorna en lo real de la construcción delirante de una procreación divina. Se pueden diferenciar dos posiciones del sujeto en relación a la fantasía central de "ser una mujer". Primero se produce la indignación del sujeto en tanto que esta fantasía se articula "para otro hombre": ser una mujer para padecer los abusos sexuales de un hombre. Pero en un segundo tiempo se produce la aceptación del sujeto puesto que se trata de ser la mujer de Dios en vistas a una procreación divina. Entre estas dos posiciones subjetivas Schreber pasa por un período en el que está en un estado catatónico y en el que incluso lleva a cabo tentativas de suicidio. El primer período del delirio En el primer período del delirio, que Schreber describe como "un tiempo sagrado", era un muerto en vida. Sentía que moría varias veces por día. Incluso ve anunciada su muerte en un periódico. Creía que el fin del mundo había llegado y que los hombres con quienes se cruzaba estaban "construidos a la ligera". Utiliza como imagen de este período la de "un cadáver leproso conduciendo a otro cadáver leproso". Descripción que muestra lo que Lacan llama la regresión tópica al estadio del espejo, que reduce la relación con el otro a su filo mortal. En este período aparecen también imágenes de cuerpo despedazado, por lo que los órganos de su cuerpo eran destruidos (el estómago, los intestinos, etc.). Estos trastornos imaginarios ponen en evidencia que el trastorno simbólico produce una vacilación de lo imaginario con la aparición de imágenes de cuerpo despedazado; y cómo, por otra parte, el trastorno simbólico se refleja en la caída del orden del mundo -retomado por Lacan en términos de "la muerte del sujeto"-. Junto a estos trastornos hipocondríacos aparecen las ideas de persecución. El Dr. Flechsig, el psiquiatra que lo trataba, se vuelve su principal perseguidor. Era el responsable de las metamorfosis de su cuerpo. Schreber creía que en el mundo se producía un "almicidio", un asesinato de almas, y que Flechsig era el responsable. Por otra parte, Flechsig era el único ser vivo de la tierra que tenía cierta consistencia y que lograba hacer milagros a través de su relación con los nervios divinos. Él abusaba de su cuerpo transformado en mujer. El segundo período del delirio En el segundo período de su delirio Dios toma el relevo de Flechsig, luego de cierta revolución en el Cielo, y exige la transformación de Schreber en mujer para poder gozar de su cuerpo y procrear así una nueva generación de criaturas schreberianas. Se vuelve así la mujer de Dios. El delirio en relación a Dios tiene distintas vertientes. El alma humana, dice Schreber, está en los nervios del cuerpo. Existen nervios que reciben impresiones sensibles y otros que actúan en el campo psíquico. Los hombres tienen cuerpo y nervios limitados; en cambio, Dios es puro nervio infinito. Los nervios de Dios tienen una capacidad creativa y se llaman rayos. Por otra parte, existe una relación importante entre Dios y el sol. Cuando Dios concluyó su trabajo de creación se alejó del universo y guardó sólo una relación con las almas de los muertos. Cuando un hombre muere su alma es purificada e integrada a los "vestíbulos del cielo". Las almas purificadas se encuentran en el goce de la "beatitud". Las almas de los muertos aprenden a hablar el "lenguaje fundamental", que es el lenguaje de Dios, una especie de alemán antiguo. A veces Dios interviene en el destino del Universo con sus milagros o se pone en contacto con algunos hombres muy dotados. El Dios de Schreber El Dios de Schreber no es simple. Se divide en dos partes: el reino de adelante, en donde se sitúan los vestíbulos del cielo, y el reino de atrás, que a su vez se divide en dos: el Dios inferior (Arimán), que se ocupa de las razas semitas, y el Dios superior (Ormuz), que se ocupa de las razas arias. Freud subraya que Schreber era ateo antes de la creación de su delirio y muestra cómo su incredulidad inicial se manifiesta en su propia producción delirante. El orden del mundo tiene un defecto por el cual la existencia de Dios está amenazada. Los nervios de los hombres vivos, en particular si tienen un alto grado de excitabilidad, producen la atracción de los nervios divinos. Los nervios se unen entre sí y Dios no llega a escapar, por lo que su propia existencia está amenazada. Ése es el caso de Schreber: queda unido a Dios a través de sus nervios. La metáfora delirante La metáfora delirante de ser la mujer de Dios produce la recomposición del mundo simbólico. A partir de esta metáfora delirante su delirio se estabiliza. Esto permite que también se estabilice el registro imaginario y la relación con los semejantes se vuelva posible nuevamente. Sale así de su estado catatónico y entabla un proceso para salir del asilo en el que estaba internado. Logra incluso externarse y, al constatar que estaba nuevamente rodeado de seres humanos, deja de contar su delirio y se comporta normalmente frente a su entorno. Esta idea de ser la mujer de Dios se acompañaba de la certeza de transformaciones producidas en su cuerpo: tenía senos y órganos femeninos. Por otra parte, Dios le exigía un estado de goce constante para mantener el orden del universo.
  • 11. La interpretación de Freud En la interpretación freudiana del delirio se pone en primer plano la defensa contra el empuje de la libido homosexual. Freud considera que el amor hacia Flechsig es una sustitución del amor hacia el hermano mayor, y el amor hacia Dios está en el lugar del amor al padre. Pone así en primer plano el complejo paterno. La proliferación de perseguidores (diversos Dioses, división de Flechsig, etc.) resulta de la multiplicación de un único objeto de amor, el padre. La división entre dioses superiores e inferiores, dice Freud, puede explicarse por la muerte prematura de su padre y cómo su hermano ocupó su lugar. Para validar esta hipótesis, Freud indica que durante la ausencia de su esposa Schreber tuvo una gran cantidad de poluciones nocturnas, que enlaza a la aparición de fantasías homosexuales. El padre de Schreber no era un padre cualquiera. El Dr. Daniel Gottilieb Maitz Schreber era muy conocido en Alemania. Fue el fundador de un instituto de ortopedia en la Universidad de Leipzig, y fundó luego las "Asociaciones Schreber". Incluso publicó un libro llamado Gimnasia médica casera, que tuvo cuarenta ediciones. Era un padre que más que llevar a cabo una transmisión simbólica que hubiera vehiculizado la inscripción del Nombre del Padre, fracasó en su función por tomarse por la autoridad, por la ley, y no como su portavoz. La alucinación y el fenómeno elemental A partir de la semiología psiquiátrica que establece en sus entrevistas con los pacientes, Séglas describe las alucinaciones clínicamente, los alucinados auditivos se tapan las orejas; en cambio, los alucinados motores aprietan sus dientes, retienen la respiración, se llenan la boca de piedras. Los auditivos tienen el aspecto de personas que escuchan; los motores, por el contrario, mueven los labios o parecen murmurar palabras ininteligibles. Lacan encara el estudio de la alucinación a partir de establecer la incidencia del significante y pondrá en evidencia la importancia de concebir la alucinación auditiva como no proveniente del exterior. Dirá: "percatarse de que la alucinación auditiva no tenía su fuente en el exterior, fue una pequeña revolución" relaciona esta alucinación con el hecho de que cuando el sujeto habla siempre se escucha a sí mismo. Se separará así de la teoría de la comunicación que plantea la existencia de un emisor, un receptor, y el mensaje que se desplaza entre ambos. A partir del momento en que el emisor habla, siempre escucha su propia voz al hablar, por lo que también es el receptor; esas alucinaciones en términos de "voces interiores" es donde el enfermo escucha su pensamiento. En su desarrollo Séglas establece una progresión. Antes que nada está el lenguaje interior: nuestro pensamiento se traduce en palabras, y estas palabras dan una impresión de pertenencia. El enfermo que se queja de voces interiores tiene el mismo tipo de lenguaje que los otros, pero lo siente como extraño. El reconocimiento de que las palabras percibidas por el sujeto son interiores, como pertenecientes al propio pensamiento, es un dato inmediato de la conciencia. Para el enfermo, las palabras ya no constituyen la expresión de su propio pensamiento. "Las encuentra insignificantes, absurdas, extravagantes, enigmáticas (...) extrañas a su yo". Esto indica que el sujeto percibe el automatismo de su pensamiento. De hecho, en el "eco del pensamiento", el enfermo que escucha su pensamiento formulado por voces exteriores, lo reconoce como suyo, y dice: "repiten mis pensamientos". A partir de la aparición de estas alucinaciones surgen las ideas de influencia, posesión, dominación. La construcción delirante resta secundaria. Lo que queda de inmediato es el automatismo; los juicios interpretativos intervienen luego como justificaciones o explicaciones. El fenómeno elemental El automatismo es el fenómeno primordial sobre el que se edifican los más variados delirios secundarios. No implica en sí ningún tipo de hostilidad. Las ideas de persecución son un trabajo añadido; el enfermo se siente perseguido en forma secundaria. Además, las voces acompañan al enfermo. Se siente molesto por las experiencias que lo invaden, pero las voces no lo perturban. Este automatismo mental está constituido por fenómenos iniciales, de carácter irruptivo, anideicos, no temáticos y no sensoriales; el eco del pensamiento y el sinsentido son los fenómenos iniciales del automatismo mental. Lacan utiliza la concepción del fenómeno elemental, pero la concepción del automatismo mental patológico es puesta en cuestión: el automatismo del lenguaje constituye uno de los caracteres de la cadena significante, por lo que no tiene nada de patológico sino que corresponde al funcionamiento de la estructura. Lacan concluye: "Lo que Clérambault delimitó con el nombre de fenómenos elementales (...) es mucho más fecundo concebirlo en términos de estructura interna del lenguaje. El mérito de Clérambault es haber mostrado su carácter ideicamente neutro, lo que en su lenguaje quiere decir que está en plena discordancia con los afectos del sujeto, que ningún mecanismo afectivo basta para explicarlo, y en el nuestro, que es estructural". La estructura en cuestión va más allá de la afectividad: se trata de la relación del sujeto con el significante. En definitiva, dice Lacan, la única organicidad que postula el psicoanálisis es la del significante en tanto que motiva la estructura de la significación. La aparición en el discurso de un paciente, de un fenómeno elemental permite establecer un diagnóstico diferencial entre psicosis y neurosis puesto que da cuenta de la emergencia de un significante aislado, fuera de la cadena significante. Esta aparición da muestras de la estructura de toda la cadena, se le puede considerar como la "firma clínica" de la psicosis.
  • 12. La alucinación en Lacan La posición de Lacan en relación a la alucinación se opone a la concepción clásica que la define como una percepción sin objeto. Para el estudio de esta cuestión retoma tres términos extraídos de la escolástica: percipiens (la percepción), perceptum (el objeto en tanto que es percibido) y el sensorium (el sentido). La teoría clásica plantea que el perceptum constituye una unidad puesto que se mantiene idéntico a sí mismo. En cambio, el percipiens experimenta alternancias a través del tiempo de acuerdo a la síntesis que lleva a cabo de sus percepciones de la realidad. El prejuicio que subyace en esta teoría es que el perceptum pertenece a la realidad, por lo que el psiquiatra que conoce la realidad intenta adaptar al enfermo a ese perceptum que existe por sí mismo y que no se modifica. De esta manera, la alucinación traduce una falla del percipiens puesto que percibe un perceptum allí en donde no está. En la medida en que Lacan identifica el perceptum con el significante y no con el objeto, puede plantear, a diferencia de la concepción clásica, la primordialidad del perceptum, es decir, del significante. El lenguaje como estructura antecede al nacimiento del niño. En su inclusión en lo simbólico, el sujeto se constituye como lo que representa a un significante para otro significante; es decir, se ubica en la hiancia de la cadena significante. La inversión que lleva a cabo Lacan hace que el perceptum quede situado primero en relación al percipiens; es decir, la causalidad significante precede a los efectos significantes de constitución del sujeto. El percipiens se vuelve así el efecto subjetivo de la estructura del perceptum. Las alucinaciones de Schreber según Lacan Las alucinaciones de Schreber son divididas por Lacan en fenómenos de código (que corresponde a la batería significante) y fenómenos de mensaje (que corresponde a lo que efectivamente se dice). Los fenómenos de código consisten en mensajes que recibe el enfermo sobre el código. Las voces le dicen al sujeto el nuevo código. Esto se encuentra en:  los neologismos: es un neocódigo de las voces, las voces le enseñan la lengua fundamental.  las intuiciones delirantes: el vacío de significación es reemplazado por la certeza.  los estribillos y monsergas: son significantes monótonos, sin sentido, que se producen por una falta de un punto de capitoné, las alucinaciones se reducen así a ser simples estribillos. En el Seminario 3 Lacan habla de "intuición delirante", pero en "De una cuestión preliminar..." critica esta denominación y lo llama "experiencia enigmática”. La certeza delirante debe diferenciarse de la creencia neurótica. La certeza, a diferencia de la creencia, no es dialectizable. Coexiste con la perplejidad inicial producida por el vacío de significación. En los fenómenos de mensaje las voces le hablan al enfermo únicamente del mensaje. Aquí se sitúa lo que Lacan denomina "las frases interrumpidas". La frase se interrumpe en el lugar de la aparición del "shifter" o "embrague", o "conmutador" Es el resultado de la "cadena rota": no hay retroacción significante sino un corte que impide la producción de sentido. Los "shifters" en lingüística son las expresiones que no pueden determinarse sino con relación a los interlocutores. Por ejemplo, los pronombres personales de la primera y la segunda persona designan respectivamente a la persona que habla y a aquella a la cual se habla. Otros "shifters" conciernen al lugar (aquí, allí), o al momento en que se pronuncia la frase (ayer, hoy, mañana, ahora). Sin el contexto no se puede determinar de qué momento se trata, de qué lugar, o quién lo dice. Por ejemplo, si alguien deja un mensaje en un contestador telefónico durante una larga ausencia del propietario y lo cita "para mañana", si la persona no tiene algún referente no podrá saber cuándo era la cita. La frase interrumpida es considerada por Lacan como una "provocación alucinatoria". La estructura de la alucinación Lacan toma un ejemplo de su clínica, de una presentación de enfermos, para ilustrar la estructura de la alucinación y de la frase interrumpida. Se trata de la aparición de la alucinación "marrana" en una paciente paranoica que sufría un delirio interpretativo con rasgos erotómanos. La enferma acababa de separarse del marido. Mantenía una estrecha relación con la madre y permanecía "prisionera de la relación dual". Ambas vivían en un estado de profundo aislamiento y se quejaban de la presencia invasora de una vecina que se presentaba como una intrusión frente a la pareja constituida entre la madre y la hija. Durante el sutil interrogatorio de Lacan, la paciente le confía que en cierta ocasión se cruzó en el pasillo con el amante de la vecina, que dijo una palabra grosera que no estaba dispuesta a repetir y que luego se devela ser "marrana". Pero, al seguir con el interrogatorio, la paciente confiesa que no era totalmente inocente porque también ella había dicho algo al pasar: "Vengo de la charcutería" En el Seminario 3 examina la alucinación a nivel de la comunicación, utilizando la analogía con las alucinaciones verbales psicomotoras. Si escucha "marrana" es porque articuló anteriormente la palabra "cerdo". En la psicosis se produce una exclusión del Otro como lugar de la verdad, de allí que el mensaje no está invertido, no se produce una retroacción significante desde el lugar del Otro. La exclusión del Otro produce que el mensaje permanezca en el circuito cerrado de lo imaginario. El sujeto habla entonces por alusión en el registro imaginario. Se produce una confusión entre su pensamiento y la palabra que escucha en el pasillo, entre el sujeto y el otro.
  • 13. En 1958, Lacan precisa que no se trata exactamente de la exclusión del Otro sino de la forclusión del significante del Nombre del Padre en el lugar del Otro. De allí que el significante "marrana" es expulsado del Otro y producido del lado del sujeto como una alucinación. Se produce una transferencia de lo simbólico a lo real. La frase "Vengo de la charcutería" resulta alusiva puesto que deja en suspenso y en estado de indeterminación a quién se dirige y quién es el yo. La paciente experimenta perplejidad frente a esta indeterminación. El mensaje es interrumpido subjetivamente aunque no lo esté a nivel gramatical. Ella debe hacer una distribución de la frase, quién es quién, pero no logra hacer una "atribución subjetiva". La oscilación atributiva produce la emergencia de una voz en lo real que detiene la incertidumbre: "marrana". En el lugar de un "querer decir" aparece una "intención de rechazo" hacia la alucinación que produce la aparición en lo real de una injuria. Por lo que "en el lugar donde el objeto indecible es rechazado, en lo real se deja oír una palabra (...) La interpretación delirante Lacan encara el estudio de la interpretación delirante a partir de un fenómeno conocido en la psiquiatría con el nombre de "significación personal". Desde comienzos del siglo XX este fenómeno cautivó la atención de los psiquiatras. Westphal menciona al oficial que sale por primera vez en uniforme y tiene la impresión de que todo el mundo le mira; Wernicke se refiere a la suposición de una intencionalidad oculta al recibir el saludo de un conocido; Bleuler señala la posición del estudiante frente al tribunal examinador. En todas estas situaciones el sujeto reenvía las actitudes y las miradas sobre sí mismo, y favorece la interpretación que les adjudica una significación personal. Cramer y Neisser estudian la "significación personal patológica", que definen como un estado particular en el que el sujeto se siente fácilmente el objeto de atención. En la tradición psiquiátrica el delirio de significación personal se incluye en el marco de las interpretaciones paranoicas. En su tesis, Lacan sitúa la significación personal entre las interpretaciones delirantes y entre los fenómenos primarios de los síntomas psicóticos. El tema de la intuición delirante indica la aparición de una significación que el sujeto inicialmente desconoce, aunque invente después un nuevo orden del mundo con la creación del delirio. Lo ejemplifica de la siguiente manera: "Tenemos pues un sujeto para el cual el mundo comenzó a cobrar significado. ¿Qué quiere decir con esto? Desde hace un tiempo es presa de fenómenos que consisten en que se percata de que suceden cosas en la calle, pero ¿cuáles? Si lo interrogan verán que hay puntos que permanecen misteriosos para él mismo, y otros, sobre los que se expresa. En otros términos, simboliza lo que sucede en términos de significación". Diagnóstico diferencial paranoia-esquizofrenia Guiraud finaliza con una enumeración metódica de las diferentes formas de interpretación que distingue en el lenguaje de pacientes psicóticos, volviéndose uno de los precursores de la diferenciación diagnóstica de paranoia y esquizofrenia a partir del lenguaje. A la paranoia pertenecen diferentes mecanismos, en los que se basa la interpretación delirante, que permiten la sistematización del delirio. En cambio, los "neoplasmas psicológicos", ajenos a toda sistematización, son propios del lenguaje de la esquizofrenia. Las dos entidades nosográficas son para él polaridades extremas. Esta orientación lo lleva a oponerse a la aparente incoherencia atribuida al paciente puesto que se puede encontrar un sentido general a su discurso, incluso ciertos neologismos constituyen verdaderas creaciones. Guiraud afirma que sólo es legítimo hablar de pérdida del valor simbólico de las palabras en este último caso. En los delirios sistematizados, por el contrario, la expresión verbal permanece asociada al pensamiento y el trastorno del lenguaje es secundario. La aparición de neologismos no impide la sistematización del delirio. Las interpretaciones ''mancas'' de Meyerson y Quercy Meyerson y Quercy retoman este problema en 1920 con el examen de las interpretaciones mancas, es decir, las interpretaciones sin un razonamiento consecutivo. Las llaman "mancas" puesto que "faltan ciertos elementos de la interpretación completamente desarrollada". Por ejemplo, una de sus pacientes compone las frases siguientes: 1) "La vecina estaba por arrancar un emparrado; cortaba las ramas; entonces dijo «Todo esto está salvaje»". 2) "Usé un alfiler y durante tres o cuatro días escuché hablar de alfileres todo el tiempo". La paciente relata estas dos historias puesto que las palabras "salvaje" y "alfiler" le resultan dolorosas. "Salvaje" le parece chistosa, "alfiler" la inquieta. Pero dentro del malestar que siente no sabe de qué se trata ni puede dar un sentido a estas palabras. Simultáneamente, padece de un delirio de interpretación que cobra la forma de sentirse observada, la gente se burla de ella, la persiguen. Algunas palabras tienen para ella un valor neológico y se incorporan rápidamente a su delirio de persecución. Por ejemplo, el complot con que sus perseguidores intentan dañarla. De allí la sorpresa de Meyerson y Quercy al encontrar que otras palabras padecen una interpretación incompleta, en las que el elemento que falta -al modo de las frases interrumpidas schreberianas- las arroja en la dimensión de lo inefable. En su tesis, Lacan define estas interpretaciones "como una actitud mental (...) en la cual la elaboración intelectual se reduce a la percepción de un significado personal imposible de precisar" Se trata de un fenómeno en el que la significación personal no llega a constituirse como una verdadera interpretación, y en el que ciertas palabras restan como puramente alusivas.
  • 14. "Salvaje" y "alfiler" revelan el carácter neutro y anideico del fenómeno elemental. En la medida en que no se constituyen como fenómenos de significación personal producen en la paciente lo que Lacan llama una "confusión ansiosa", es decir, una conmoción innombrable. Esta descripción corresponde a las "formas débiles" de la paranoia descritas por Sérieux y Capgras, en las que el estado de "incertidumbre perpleja" responde a la falta de sistematización delirante. Significación de significación La "significación personal" se vuelve para Lacan uno de los caracteres propios de la interpretación delirante y la define como "experiencia sobrecogedora, iluminación específica", que no es, añade, puramente fortuita. Un ejemplo es el día en que Aimée encontró en el periódico que sus perseguidores le anunciaban la muerte de su hijo. En este episodio, corregido por la propia paciente, se puede observar que lo que lee está determinado por su propio delirio, y esto nutre su interpretación. Ya no es sólo una experiencia inefable sino que se produce una atribución de sentido que responde a su trama delirante, que queda bajo la acción de la interpretación. Lacan retoma la problemática de la significación personal en "De una cuestión preliminar..." en términos de la "significación de significación”. El análisis de Lacan del caso Schreber La formación imaginaria no es específica de ninguna estructura por lo que, tal como lo indica Freud, no se debe perder de vista en la psicosis la referencia al Edipo. La formalización de la metáfora paterna y de su fracaso en la psicosis le permite a Lacan mantener la importancia fundamental otorgada al padre. Lacan no niega los fenómenos imaginarios de la psicosis -durante el desencadenamiento se produce una "disolución imaginaria", y en el momento de estabilización se produce una "restauración imaginaria"- pero los sitúa como efectos de la función significante. Se puede establecer una secuencia:  Perturbaciones significantes acompañadas de efectos en lo imaginario.  Y luego compensaciones significantes relacionadas con una restitución en lo imaginario. El desencadenamiento de la psicosis puede abordarse desde los tres registros. En el caso Schreber, en lo simbólico se inscribe la nominación como Presidente del Tribunal de la Corte Suprema; en lo imaginario, el fantasma de ser una mujer durante el acoplamiento; y en lo real, las poluciones nocturnas que dan cuenta de una invasión de goce. El desacoplamiento de los tres registros se coordina nuevamente a través del delirio. Así, el goce llamado "transexualista" por Lacan concierne a lo real, pero está en relación a una imagen del cuerpo (imaginario) y a la convicción de ser la mujer de Dios, nominación que pertenece a lo simbólico. En el nuevo orden del sujeto, lo imaginario debe encontrar un reordenamiento que responda a la desanexación del eje simbólico e imaginario. En el lugar de la simbolización primordial se encuentra el liegen lassen, el "dejar caer" del Creador: la forclusión del Nombre del Padre, que conlleva por parte de Schreber el esfuerzo por sostener lo creado por medio de sus palabras. Schreber se sitúa en el lugar del Ideal, Ideal que no está ordenado por la ley. Al ubicarse en la posición del "garante del orden del mundo" el psicótico logra poner un límite al goce invasor. Elucubra entonces un saber que le permite crear su propia ley como suplencia a la falta de la ley paterna. Restauración en lo imaginario En tanto el significante fálico no aparece como significante de la castración en la psicosis, se producen una serie de suplencias de identificaciones que permiten la restauración de lo imaginario. Lacan indica tres identificaciones: 1. Antes del desencadenamiento: con el significante del deseo de la madre. 2. Luego de la eclosión de la psicosis: identificación narcisista en el estadio del espejo, en el que aparece el retrato de él mismo como "un cadáver leproso que conduce otro cadáver leproso". La confrontación con su doble psíquico conlleva el efecto de mortificación de su imagen especular. 3. En la resolución del delirio aparece la identidad otorgada por "ser la mujer de Dios". Lacan explica esta transformación: "A falta de ser el falo que le falta a la madre, le queda la solución de ser la mujer que falta a los hombres". Esta identificación enlaza el goce transexualista a la contemplación de la imagen. De esta manera, lo imaginario no funciona en Schreber de la misma manera a lo largo de su episodio psicótico. Podemos dividir claramente dos tiempos:  En el primer tiempo, en el desencadenamiento, aparecen los fenómenos que expresan la disolución imaginaria: el almicidio, la emergencia del Dr. Flechsig como perseguidor, y los distintos personajes del delirio. Junto a su fantasma de ser una mujer aparece la indignación.  El segundo tiempo surge después de la transición por la "muerte del sujeto", breve episodio catatónico. En la reconstrucción delirante se estructuran los imperios divinos, la reconciliación con la idea de ser la mujer de Dios, y, sobre todo, el goce asociado a su imagen en el espejo. En la psicosis, el objeto (a) -objeto causa del deseo: oral, anal, mirada y voz- no está extraído, aparece en más, positivado (+). En la experiencia alucinatoria, los dos objetos que se hacen presentes son la mirada y la voz. En la
  • 15. psicosis hay alienación significante, lo cual permite que el psicótico hable, esté incluido en el lenguaje, pero no se produce la operación de separación, de extracción del objeto. Eso hace que el objeto aparezca positivizado. Esta teorización de Lacan explica de qué se trata el goce incluido en la imagen, el (a) incluido en el i(a). En la medida en que la identificación narcisista es retomada como identificación fálica se abren dos orientaciones: el neurótico quiere ser el falo y su falta en ser es el resultado de la desidentificación por la imposibilidad de serlo. En cambio, el psicótico siente el deber de ser el falo, lo que explica la identificación de Schreber al falo imaginario (que retoma la vertiente de la identidad mujer-falo) correlativa a la elisión del falo simbólico. El caso Aimée y el pasaje al acto en la psicosis. Estudiaremos a continuación el caso Aimée presentado por Lacan en su tesis comparándolo con el caso Schreber de Freud. El concepto de forclusión sitúa una causalidad significante en la producción de la estructura: si la significación fálica es efecto de la inscripción del significante del Nombre del Padre, su falta produce un agujero que altera el orden de la estructura. En este caso, es posible retomar los tres registros en el análisis:  El eje imaginario, en la aparición de los dobles;  Lo simbólico, en el hecho de que la metáfora delirante se sitúa en el lugar de la falta de la metáfora paterna;  Lo real, en el goce invasor, que termina por impulsarla a su pasaje al acto homicida. Lacan sitúa como "causa ocasional" de su psicosis el estado puerperal. Durante su primer embarazo, Aimée comienza a temer por la vida de su futuro hijo. Extraños perseguidores lo amenazan. Al nacer, el bebé está muerto, lo que refuerza sus ideas delirantes. En ese momento recibe la llamada telefónica de la que fue su amiga íntima durante años, C. de la N., lo que la lleva a concluir que ella es la responsable de la muerte de su niña y a cristalizar la certeza psicótica que la transforma en su perseguidora. La temática de la muerte de un niño constituye un evento real padecido por la madre de Aimée durante su gestación. Su hija mayor muere como consecuencia de un grave accidente: cae en un horno encendido y muere rápidamente a causa de sus quemaduras. Este evento es retomado por Aimée de una manera delirante. Dos años más tarde, cuando ella tiene 30 años, nace su hijo, y recrudece su delirio. Se vuelve más hostil, interpretativa, querellante. Es internada por primera vez con un diagnóstico de "delirio de interpretación" durante seis meses. Su salida se lleva a cabo a pedido de su familia. Decide vivir en París, y durante ese período construye su delirio erotomaníaco y perseguidor. Sus sucesivas perseguidoras -C. de la N., Sara Bernhardt, Huguette ex-Duflos- son consideradas por Lacan como subrogadas de su hermana mayor. El complejo fraterno es situado en primer lugar. Su hermana constituye el ideal de Aimée, "la imagen del ser que ella es impotente de realizar". El odio que siente hacia ella, por un mecanismo de "desconocimiento sistemático", por negación, es orientado hacia objetos alejados de su objeto real. Se establece una serie metonímica entre todas estas mujeres en la medida que todas ellas representan su ideal. El concepto de ideal utilizado por Lacan en su tesis constituye un punto de aspiración simbólico e imaginario determinado por la acción del "medio social". Lacan se pregunta en su tesis: "¿Cuál es en efecto el valor representativo de sus perseguidoras para Aimée? Mujeres de letras, actrices, mujeres de mundo, ellas representan la imagen que Aimée se hace de la mujer que, en cualquier grado, goza de la libertad y del poder social (...) la misma imagen que representa su ideal también es el objeto de su odio." Estas consideraciones le permiten a Lacan explicar el mecanismo de la autopunición: Aimée agrede a su ideal exteriorizado y, al hacerlo, se agrede a sí misma. En la medida en que el objeto agredido tiene el valor de un símbolo, logra tranquilizarse -a diferencia del delirio pasional- después de su pasaje al acto. Cuando se da cuenta de que por su acto es culpable frente a la ley, es decir, que logró agredirse, obtiene su pacificación. Existe una diferencia esencial entre Schreber y Aimée en cuanto a la evolución de la enfermedad. Las Memorias de Schreber, que constituyen la base del análisis de Freud y de Lacan, fueron escritas durante el período de estabilización delirante. Esta metáfora delirante produce en él una cierta pacificación. Su derrumbe conduce a Schreber a un estado irreversible: muere internado en un asilo psiquiátrico, completamente alienado. El desencadenamiento de la psicosis de Aimée conlleva una progresión delirante que la conduce a su pasaje al acto. Luego, el delirio cede de golpe y se produce su remisión delirante. La estabilización ulterior le permite mantenerse alejada de la necesidad de una reinternación. El período analizado por Lacan incluye sobre todo el que precede y prepara el pasaje al acto. La escritura ocupa un lugar importante en su vida. De hecho, sus estudios y sus escritos le permiten llevar una vida estable durante los siete años que preceden al pasaje al acto, y después de su salida del asilo la ayudan a prescindir de una reinternación. En Aimée encontramos, a nivel de lo imaginario, cierto debilitamiento de sus relaciones afectivas. Deja a su marido, se aleja de su familia y permanece muy preocupada por su trabajo intelectual y por las persecuciones que amenazan la vida de su hijo. Lacan subraya la discordancia manifiesta entre el lugar central de ese niño en sus preocupaciones delirantes y el interés real que ella manifiesta hacia él. En realidad ella no se ocupa de su hijo, lo deja al cuidado de su hermana, y cuando el niño se enferma no se encarga de él. Esto indica la distancia que existe entre el niño real y el
  • 16. niño de su delirio. La relación con su propia madre es diferente. Aimée lamenta haberla dejado, y considera que hubiera debido quedarse junto a ella. El lazo delirante que existe entre estas dos mujeres, un poco impreciso, parece ser la única relación que mantiene, en lo que Lacan denomina "folie à deux" (locura a dúo). La mujer que hace falta a los hombres En Aimée, el lugar de "garante del orden del mundo", al estilo del delirio schreberiano, se bosqueja en la misión que debe cumplir. Durante el período llamado por ella "acceso de disipación", cree que "tiene que ir hacia los hombres" a causa de una misión indeterminada: "aborda a los transeúntes al azar, les habla de su vago entusiasmo, y numerosas veces es llevada a hoteles, en los que, quiéralo o no, debe ejecutarse." Confiesa que siente una gran curiosidad acerca de los pensamientos de los hombres. En este período Aimée se sitúa como "la mujer que falta a los hombres" (que en Schreber toma la forma de ser la mujer de Dios). Al dirigirse hacia los hombres, uno por uno, busca ubicarse en el lugar de la excepción que le permite construir el universal de los hombres. Este rasgo también es llamado por Lacan "donjuanismo", esfuerzo por contabilizar al goce invasor. Lacan incluye este procedimiento extraño en el "idealismo altruista". Creía estar destinada a una especie de apostolado que protegería a los hombres de la guerra. Ella sabe que debe ocupar un lugar especial en el gobierno, ejercer una influencia, guiar las reformas. Aimée se vuelve en este punto una ilustración de los fenómenos de duplicación y desdoblamiento de la imagen que sostienen la aparición del doble. Aimée, a diferencia de Schreber, no padece una catástrofe de su mundo imaginario y la vertiente persecutoria queda acentuada junto al delirio erotomaníaco que construye respecto del Príncipe de Gales. El pasaje al acto homicida En cuanto al pasaje al acto homicida de Aimée, Lacan participa en su tesis en el debate de la época en relación al peligro social y a la responsabilidad de los que son acusados de un crimen. Diferencia la paranoia de autopunición del delirio reivindicatorio, y la aproxima al delirio de interpretación donde las "energías autopunitivas del superyó se dirigen contra las pulsiones agresivas surgidas del inconsciente del sujeto, y retardan, atenúan o desvían su ejecución" Para Lacan, el querulante es mucho más peligroso que las psicosis autopunitivas puesto que recibe el peso energético del Ideal del yo que avala y justifica la impulsión homicida. Pero también subraya la importancia de la evaluación del peligro en cada caso particular. Distingue los delirios de interpretación, donde la instancia autopunitiva está ausente, y aumentan la brutalidad y la impulsividad. Su ejemplo es un paciente que tras diez años de persecución delirante se aproxima a un banquero de su propia nacionalidad y lo mata de improviso. Los homicidios inmotivados Se desplazan entonces los límites de la paranoia hacia los estados paranoides, en los que la inmotivación va en aumento. En este punto son de gran importancia los trabajos de Guiraud sobre los homicidios inmotivados. En el caso Paul, el episodio criminal se desarrolla de la siguiente manera: Paul toma un taxi y le pide al conductor que lo lleve a un lugar determinado. Durante el trayecto se presenta como un estudiante de medicina, hijo de un conde. El taxista, por su parte, dice ser un antiguo oficial de la marina imperial rusa. Cuando llegan al punto de destino, bajan del auto, y luego de una caminata de unos 40 minutos, Paul saca un revólver y le dispara, hiriéndolo. Intenta huir con el auto, que no sabe conducir. Las incoherencias de su argumentación sobre el episodio criminal lo conducen a un hospital psiquiátrico. Entre los antecedentes del enfermo figuran el etilismo y una religiosidad intempestiva que le hace pasar muchas horas en la iglesia, aunque sea absolutamente ignorante en materia de religión. A partir de la comparación de este caso -diagnosticado como hebefrenia por el estado posterior al pasaje al acto, donde dominan una apatía y una indiferencia totales- con dos ejemplos de pacientes suministrados por otros autores, aíslan un tipo característico de conducta: violencia inmotivada contra un desconocido, fabulación novelesca después del crimen (sin ser sostenida por mucho tiempo), y estado de indiferencia total. El análisis del kakon La incoherencia aparente de estos crímenes, en la medida en que se distinguen de la premeditación del perseguido o de la impulsión del demente, despierta el interés de Guiraud y Cailleux. Esto constituye el punto de partida del análisis del kakon (palabra griega que significa "mal"). Monakow y Mourgue comparan los trastornos cardíacos (palpitaciones) y respiratorios que se producen durante la crisis, a los que generalmente acompañan al orgasmo sexual y plantean, a través de su terminología médica, que algo del goce se relaciona con el kakon. Guiraud presenta la invasión de una sensación -que llama cenestesia- de la que el sujeto intenta liberarse a través de su pasaje al acto: experimenta un kakon insoportable. De esta manera, el fenómeno aislado por Guiraud puede ser calificado como la invasión de goce que se produce en la psicosis. Crímenes motivados por una idea delirante Paralelamente a los homicidios que no parecen estar motivados por una idea delirante, encontramos aquellos que tienen como origen un delirio. En la segunda parte de su artículo "Los homicidios inmotivados", Guiraud se ocupa de
  • 17. otros dos casos en los que el acto violento no parece estar destinado a "matar a la enfermedad" Son crímenes que poseen un motivo que responde al delirio (caso Aimée) son claramente distinguidos de los que no lo tienen (caso Paul) Crímenes del yo, del ello y del superyó Lacan se interesa particularmente por la distinción de Guiraud entre crímenes del yo, en los que el individuo se comporta según su voluntad, con la ilusión de plena libertad, y crímenes del ello, típicos de la demencia precoz en los que el organismo le obedece directamente, mientras que el yo permanece como espectador pasivo y sorprendido. Subraya también el modo con que Guiraud pone en evidencia la agresión simbólica en los homicidios inmotivados o crímenes del ello: "lo que el sujeto quiere matar aquí no es su yo o su superyó sino su enfermedad, o, de manera más general, 'el mal', el kakon". Entre estos dos tipos de crímenes Lacan incluye los crímenes del superyó, propios de los delirios de querulancia y de los delirios de autopunición. El pasaje al acto de Aimée se aproxima al mecanismo liberador: "lleva a cabo el acto fatal de violencia contra una persona inocente, en el cual hay que ver el símbolo del ‘enemigo interior’, de la enfermedad misma de la personalidad" Lo exterior como lo más íntimo En algunos pasajes de los Escritos Lacan retoma la cuestión del kakon. Por ejemplo, en "La agresividad en psicoanálisis", al referirse a las reacciones agresivas en las psicosis habla del "kakon oscuro al que el paranoide refiere su discordancia de todo contacto vital." Jacques-Alain Miller indica que el kakon es el objeto "éxtimo": el ser que golpea en el exterior es su ser más íntimo. No se trata entonces de una proyección. La inclusión de los desarrollos topológicos permite romper con el viejo mito adentro-afuera al situar el exterior como lo más íntimo. El símbolo del "enemigo exterior" que Aimée golpea la representa a ella misma, a "la misma enfermedad" dice Lacan. El kakon es su propio ser identificado al objeto (a) como plus-de-goce. De esta manera, el kakon como objeto éxtimo logra desvelar esta misteriosa liberación homicida. El pasaje al acto homicida en Aimée Lacan indica que el enemigo interior en Aimée es puramente especular y permanece en el registro imaginario, al mismo tiempo que intervienen tendencias autopunitivas. En el período que precede a la agresión, Aimée se comporta como una verdadera pasional, la víctima es elegida entre los objetos que forman parte de su delirio, lo que integra su pasaje al acto en la trama particular de sus ideas delirantes. Lacan llama la atención sobre el hecho de que ninguno de sus episodios de ansiedad aguda la impulsan a un acto delictivo durante más de cinco años. ¿Qué la lleva entonces a intentar matar a Huguette ex-Duflos? Durante los últimos años anteriores al atentado comienza a sentir la "necesidad de hacer algo". Esta necesidad se manifiesta como "el sentimiento de faltar a sus deberes desconocidos" que relaciona a los mandamientos de su misión delirante. La publicación de sus escritos apunta a hacer retroceder a sus perseguidores. Los últimos ocho meses que anteceden su pasaje al acto siente la necesidad de "una acción directa" que se incrementa frente al rechazo de publicación de su novela por la editorial Flammarion. En el momento en el que ya no se puede situar más como "el garante del orden del mundo" -sus escritos son rechazados, vive con el miedo continuo e inminente del atentado contra su hijo- surge la "acción directa" con la que intenta liberarse de su kakon incontrolable. Aunque la imagen que ataca es una representación de ella misma -y por ello es posible conceptualizarla como autopunición- no se trata de una exclusiva agresión narcisista. Está en juego el esfuerzo por establecer una diferencia simbólica en lo real. Con su acto atraviesa el espejo. La subjetivación de ese acto trae como consecuencia la reducción inmediata del delirio y su tranquilidad ulterior. Su pasaje al acto comporta entonces los tres registros: imaginario, se golpea a sí misma a través del atentado que comete (vertiente mortífera del narcisismo); real, que se traduce en esa necesidad indeterminada de la que intenta liberarse; y simbólico, en su esfuerzo por producir una simbolización en lo real. 3.- ESQUIZOFRENIA El diagnóstico, el encuadre nosográfico, tiene un trayecto general: por un lado los signos, la descripción semiológica de los casos, y por otro el ordenamiento en una clase. En cuanto a la esquizofrenia, es un ejemplo de cómo cualquier clasificación tiene algo de relativo, de artificial. Para el psicoanálisis, en lo que respecta a Freud y Jacques Lacan, habrá un intento de fundamentar las clases desde una articulación entre la verdad de los signos -que nunca es absoluta sino que tiene variedades-, y lo real, como agujero en lo universal de las clases y del que responde lo particular de cada sujeto. En una intervención muy precisa, al comienzo de su Seminario sobre Las Psicosis, Jacques Lacan subrayaba el punto de partida para abordar este tema: "En lo que se hizo, en lo que se hace, en lo que se está haciendo en lo tocante al tratamiento de las psicosis, se aborda mucho más fácilmente las esquizofrenias que las paranoias (...) ¿Por qué en cambio para la doctrina freudiana la paranoia es la que tiene una situación algo privilegiada, la de un nudo, aunque también la de un núcleo resistente?"