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El origen del pensamiento religioso



Mag. Dante Bobadilla
Universidad de San Martín de Porres
Facultad de Medicina Humana
Lima – Perú



Introducción

La religiosidad es un componente fundamental del ser humano. Ha estado presente desde
que el hombre apareció sobre el planeta. Desde aquellos remotos tiempos y hasta nuestros
días la religiosidad estuvo adquiriendo una infinita variedad de formas ligadas siempre a las
necesidades profundas de cada pueblo y expresando una particular cosmovisión de acuerdo
a su época y circunstancia. Jamás hubo pues ningún momento en la historia ni lugar en la
Tierra sin algún tipo de manifestación religiosa. Sin embargo, este hecho tan evidente como
importante permaneció siempre invisible para la psicología y otras ciencias humanas. Tal
vez como un efecto de lo cotidiano, es decir, por aquello de que nadie se percata de lo que
le rodea porque se asume como parte del escenario natural. Casi siempre le prestamos
mayor atención a lo insólito y extraordinario mientras que todo lo demás, lo ordinario, no
motiva nuestro interés. Este ha sido el caso de la religiosidad, y muy pocos se ha ocupado
de ella convenientemente, es decir, científicamente. Se ha hecho ciencia al margen de las
ideas religiosas, y peor aún, la ciencia estuvo supeditada al pensamiento religioso, pues casi
todos los principales filósofos de la ciencia y científicos famosos han sido creyentes. Las
bases del pensamiento científico, es decir, la cosmovisión de la ciencia primigenia, fue
concebida desde las visiones religiosas de la época, que concebía un universo perfecto por
ser la obra de Dios, y que funcionaba en perfecta armonía como un mecanismo de reloj
suizo. Las causas y los efectos de la visión determinista se sucedían inevitablemente a partir
de la voluntad de Dios. En suma, ni la ciencia se escapó del pensamiento religioso. Han
tenido que pasar muchas cosas para iniciar la reconstrucción de la ciencia al margen de las
visiones religiosas. Y en especial, la reconstrucción de la psicología, que fue asociada con el
estudio del alma, en determinada época. A la religiosidad a menudo se la ha atacado,
incluso rabiosamente, como lo prueban diversos sitios web sobre ateísmo, siendo quizá el
más famoso de ellos el de Richard Dawkins. Lo cual me extraña, pues siendo Dawkins un
evolucionista, no ha intentado explicar la religiosidad sino simplemente atacarla. Desde mi
punto de vista, la mejor opción es explicarla. Ese es el papel que le corresponde a la
psicología, más que a ninguna otra ciencia.



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En la categoría de conductas complejas, la religiosa tiene características únicas que la
hacen quizá la más compleja de todas. La psicología tradicional, sin embargo, nunca se
interesó por el estudio de una conducta tan ampliamente extendida en el mundo y en el
tiempo, y tan determinante en la historia y la civilización. El interés en el estudio del origen
de la conducta religiosa surgió más bien en la paleontología y la antropología, y solo
posteriormente la psicología evolutiva acudió a completar el equipo. Hoy es mucho lo que se
ha avanzado luego de perseguir el pensamiento religioso a través del tiempo y descubrir, ya
en el neolítico, la religión de los cazadores, de los agricultores, alfareros, etc. Se han hallado
templos, oráculos; recopilado estatuillas, grabados; recogido mitos y leyendas de diversas
culturas, descubriendo entre ellas las mismas raíces ideales. En añadidura, la historia y la
sociología se han sumado al esfuerzo por esclarecer el rumbo que fueron adoptando estas
ideas, y de qué manera estuvieron mutando, mezclándose y evolucionando hasta establecer
las grandes religiones monoteístas que hoy subsisten después de siglos. Finalmente, la
historia particular de cada religión contemporánea es también una última y necesaria ayuda
para entender este fenómeno universal, ya que muchos pueblos llevaron sus religiones
hasta otros confines de la Tierra. La religión, la lengua y la cultura fueron los principales
productos de exportación durante milenios, y lo sigue siendo hoy. En suma, la psicología
está ya en condiciones de poder explicar con suficiente solvencia el origen y la causa de la
conducta religiosa que domina nuestra cultura y trataremos de resumirlo en este pequeño
artículo.




Los fundamentos de la religiosidad

La religión en nuestros días empieza por una sola y simple pregunta: ¿quién creó al hombre
y al universo? Esta es la pregunta fundamental que se hace todo creyente para empezar su
pensamiento y conducta mística, sea cuales fueran las formas que adquieran. La mayoría
de las religiones, incluyendo la judeocristiana, empieza por resolver esta cuestión antes de
proseguir con el resto de su estructura ideológica. De modo que debemos empezar por
estudiar esta primera actitud. Hay allí, en principio, una motivación que analizar. Por tanto, la
interrogación para nosotros es ¿porqué nos hacemos esta pregunta en particular y porqué
arribamos a una respuesta en particular? Hay muchísimas cuestiones que pueden intrigar al
hombre tales como porqué calienta la luz del sol, porqué la luna no nos cae encima, porqué
cambian las estaciones, etc. Sin embargo nada de esto le ha producido tanta inquietud al
ser humano como el tema de su origen último. El hombre quiere saber esencialmente cuál
es su origen, de dónde proviene y adónde pertenece; para empezar, desea conocer quién
es su padre y su madre, cuál es su pueblo, su dinastía, familia, etc., y esto se debe sin duda


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a una herencia antropológica perfectamente comprensible. La búsqueda de los progenitores
es algo que está programado genéticamente en la biología humana -como en la de otras
especies- lo mismo que la búsqueda e identificación de su grupo. ¿Quién soy? y ¿de dónde
provengo? son preguntas que están grabadas en los genes. No es pues algo casual ni
gratuito. Es supervivencia. A partir de esta comprobación ya podemos establecer el impulso
original de la pregunta que atormenta al ser consciente: ¿de dónde proviene finalmente? No
se trata entonces de una interrogante cualquiera, una pregunta surgida del azar. Ninguna
idea le sobreviene al ser humano por azar, siempre tiene una motivación fundada. De
hecho, una interrogante tan obsesivamente presente en la conciencia humana de cualquier
cultura y época como el de su origen último tiene que estar profundamente justificada, debe
obedecer a un sustrato biológico definido en su configuración animal, y es perfectamente
rastreable en otras especies. Aun tratándose de un ser racional, con todas las maravillosas
facultades que tiene su cerebro, el hombre no está exento de la influencia de sus programas
genéticos; estos se cumplen inexorablemente y lo impulsan en una determinada dirección.
El ser consciente debe responder a estos apremios con su inteligencia y buscar respuestas.
Algo que podemos corroborar a ciencia cierta es que la mayor parte de las veces el ser
humano ha usado su prodigiosa inteligencia para justificar acciones que tienen su origen en
sus impulsos biológicos más profundos. Ideologías profusas han surgido a lo largo de todas
las épocas para justificar acciones predadoras como el racismo o la esclavitud. Por ello no
nos sorprende encontrar que el pensamiento religioso corresponde a una forma racional de
responder a conductas o impulsos que tienen sustratos biológicos y antropológicos. Es allí
donde en última instancia tiene su origen esa inquietud fundamental ¿quién nos creó? Pero
hay otras igual de importantes: ¿a dónde van los muertos? ¿De dónde vienen las crías? Etc.

Cualquier pregunta que el hombre se haga surge en el contexto de su conciencia, y en
ningún otro lugar, en consecuencia es allí realmente donde tenemos que ubicar todas las
respuestas y no afuera: ¿Quién se hace esa pregunta y porqué? ¿Cómo llega a resolver la
cuestión? ¿Qué tipo de respuestas aplacan su inquietud? Eso es lo primero que debemos
considerar a la luz de las evidencias que nos brindan la antropología y la historia, para
finalmente elaborar una cabal explicación psicológica del fenómeno religioso.

La religiosidad es una conducta que ha cambiado mucho a lo largo de los tiempos. Ha
mutado tanto como el idioma, el pensamiento y la cultura. Entender la religiosidad de hoy es
muy distinto a entender lo que fue en sus orígenes más primitivos y en cualquier otra época
de la historia. No es, por tanto, forzosamente necesario para entender la religiosidad actual,
remitirnos a las épocas prehistóricas en que se dan inicio a las primeras ideas mágico
religiosas de los humanos, pero puede ser de mucha ayuda si lo que queremos es



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profundizar en las motivaciones psicológicas que tienen las personas para abrazar ideas
religiosas. Todo tiene un principio. Vayamos pues al principio de estas ideas.




Las primeras interrogantes del nuevo ser consciente

La famosa pregunta “¿quién creó el universo?” apareció cuando este tenía 14,000 millones
de años expandiéndose (al menos este universo que ahora vemos). Nuestro planeta tenía
unos 4,600 millones de años y el hombre apenas 100,000 años transitando. El tema surgió
recién cuando hubo un cerebro capaz de hacerse esta pregunta, y toda clase de preguntas,
ya que el mundo entero resultaba una gran incógnita para el ser primitivo consciente. Los
millones de cerebros de miles de otras especies que poblaron la Tierra antes que el hombre,
y luego junto a él, nunca se hicieron esta curiosa interrogante -ni ninguna otra- y aun siguen
sin hacérsela, lo cual –como ya sabemos- no ha impedido que subsistan. Y no hablemos de
otros confines del universo en el que hay miles de millones de mundos donde
probablemente nadie se está planteando esta peculiar incógnita. Se necesita más que un
cerebro, se requiere un cerebro con conciencia para poder hacerse preguntas. Pero más
que eso aún, se necesita que esta conciencia tenga determinadas características para poder
hacerse cierto tipo de preguntas en particular y conformarse con cierto tipo de respuestas en
especial. Esto quiere decir que si la evolución hubiera tomado otro rumbo, y si los humanos
hubiésemos adquirido otro tipo de cerebro, sencillamente jamás nos hubiésemos interesado
por esta cuestión, y tal vez viviríamos tan tranquilos como las demás especies. Incluso si la
mente humana hubiera elegido otras estrategias para afrontar sus apremios conscientes
iniciales, nuestra historia evolutiva hubiera sido muy distinta. Claro, no se trata únicamente
de decir que si no hubiera llovido anoche, hoy no estaría mojado. Pero realmente es
necesario dejar bien en claro que si está mojado es justamente porque llovió toda la noche.
Esa es la primera cuestión que debemos tener en cuenta. Esto trata de darnos a entender
que si el pensamiento religioso logró establecerse tan firmemente en la mente humana no
fue de manera gratuita, accidental, sino que hubo de ocurrir algo que pueda explicarlo. De
hecho tuvo un origen y un proceso evolutivo. El pensamiento humano tomó el rumbo que ya
conocemos, pero ahora nos interesaría saber algunas cosas básicas como por ejemplo ¿por
qué precisamente esa pregunta y no otra? Aunque para esto ya hemos ensayado una tesis,
quizá deberíamos también considerar aquella respuesta en particular que seduce al ser
humano y aplaca sus inquietudes ¿Y porqué precisamente esa respuesta y no otra? Es
decir, ¿por qué arribamos a la idea de un dios y no a otro tipo de solución a la inquietud
original?




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Toda pregunta nace de una inquietud. No aparece simplemente. Hay una inquietud previa
que la hornea hasta alcanzar la temperatura apropiada para surgir. Finalmente se manifiesta
de una manera racional; pero no se trata de una cuestión verdaderamente racional, lo que el
sujeto busca en realidad no es una respuesta a la interrogante planteada racionalmente sino
eliminar la tensión interna que le produce su inquietud, ese es todo su propósito. Resultaría
inútil buscar una verdad que sin duda no está en condiciones de comprender. Todo lo que
busca y necesita es calmar su inquietud interna. Desde luego, la respuesta debe estar al
alcance de su comprensión racional, de todos modos. Es por ello que cualquier tipo de
respuesta será aceptada si tan solo consigue calmar sus inquietudes. No tiene que ser una
verdad. Nunca lo fue, pues el conocimiento verdadero (científico) es algo que tardó mucho
más en llegar a los seres humanos. Por supuesto, hace unos cuarenta mil años nadie
estaba en condiciones de comprender cómo surgió el universo, tampoco podían esperar
demasiado por una respuesta pues el stress los hubiera aniquilado. La supervivencia exigía
respuestas y estas llegaron para cumplir una urgente misión que no tenía nada que ver ni
con el conocimiento ni con la verdad sino con el stress.

De hecho, los hombres nunca necesitaron una verdad científica para calmar sus inquietudes
internas y seguir viviendo. Tan solo buscaban una buena respuesta, eso era todo. Si ella les
proporcionaba alivio, se le admitía y se le defendía, como se cuidan las plantas que nos
proporcionan alivio al ser consumidas. Así de simple. No se necesita más para continuar con
la evolución, y eso es lo único que importa en términos biológicos. En ese momento nadie
se interesaba mucho por la verdad, tal como la concebimos hoy. La humanidad no empezó
a pensar haciendo filosofía y ciencia sino haciendo supervivencia. Lo que en realidad hacía
falta era una idea que restituya la homeostasis interna. Cuando ella se logra, se la defiende;
luego el ser consciente elabora los esquemas lógicos necesarios para establecerla. Este es
un mecanismo que subsiste hasta nuestros días: cada vez que el ser humano sano se
confronta con una situación adversa, surgen ideas que procuran restituir el equilibrio
psicológico, incluso es capaz de engañarse, luego se elaboran raciocinios que defiendan
estas ideas favorables. Esto explica la gran cantidad de respuestas religiosas que han
surgido en el mundo a lo largo de los tiempos, y aunque muchas se mantienen hasta hoy,
todavía siguen apareciendo otras en el horizonte, demostrando que este mecanismo sigue
vigente en el hombre. Cada expresión religiosa es en realidad una respuesta efectiva a
ciertas necesidades psicológicas concretas de un segmento humano específico. Cada
época plantea además nuevas y distintas inquietudes y exige nuevas y distintas respuestas.
Esta es la causa del incalculable número de manifestaciones religiosas diseminadas por el
mundo. Ellas son en sí mismas, la prueba fehaciente de que el pensamiento religioso es
fundamentalmente una respuesta íntima de algún grupo humano específico que enfrenta



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inquietudes psicológicas concretas. Pero tratemos ahora de indagar cómo surgen estas
primeras inquietudes en el ser humano hace ya varios miles de años atrás, durante la
aparición de la conciencia.




El inicio de la conciencia

En su camino hacia la complejidad, la biología estuvo tratando de generar un cerebro que
fuera capaz de programar la conducta y almacenar ese programa en su propia memoria,
para luego hacerle algunas variaciones destinadas a una rápida adaptación que no tomara
millones de años, como le ocurría a los cambios genéticos. Eso era todo. Luego de una
serie de intentos fallidos en el que muchas especies humanoides perecieron a lo largo de
millones de años, algunas extraviadas en una especie de esquizofrenia, por fin se obtuvo
algo funcional y eficiente. Programar no es una tarea simple. Se requiere una habilidad que
pocos adivinan. Por ejemplo, se necesita recrear escenarios ficticios, hacer modelos, trazar
una secuencia de pasos que conduzcan a una meta que antes debemos imaginar, aprender
las propiedades de muchos elementos que concurren como factores, saber desarrollar el
programa y evaluar los resultados de cada etapa confrontándolo con lo deseado, anticiparse
al resultado final y poder hacer las correcciones pertinentes sobre la marcha, en función a
las nuevas circunstancias generadas, y todo esto a la velocidad de la luz. A medida que las
capacidades del cerebro aumentaban, esta secuencia de pasos podía ser cada vez más
amplia, es decir, se podían construir programas más complejos, recrear escenarios más
enmarañados y poco a poco el humano fue apropiándose del futuro; es decir, ya no vivía
ligado al presente inmediato como las demás especies sino que podía planificar. La
consecuencia indirecta de todo esto fue la conciencia.

Podría decirse que fue un efecto secundario. Tal vez no era realmente necesario tener la
conciencia que tenemos hoy, tan solo se necesitaba un proceso generador de modelos, un
simulador que copiara la realidad para recrear intentos virtuales de acción, un procesador
simbólico, pero al final se obtuvo la conciencia tal cual; fue un regalo adicional del propósito
biológico de producir un cerebro capaz de programar conductas adaptables a circunstancias
inmediatas. Así pues queda claro que mientras el cerebro de las demás especies estaba
programado, tenía un software biológico definido y repetido igual en todos los individuos;
ahora no se trataba de generar un cerebro con un programa más complejo sino de producir
un cerebro capaz de autoprogramarse. Y esto implica necesariamente producir un cerebro
capaz de generar su propia lógica como paso previo e indispensable a cualquier otro intento
mental. El cerebro debía, en primer lugar, estructurar una lógica de pensamiento.



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A diferencia de un cerebro programado, un cerebro programador viene sin software, está en
blanco y debe construir su propio software; pero para hacerlo requiere de ciertos elementos
como una lógica básica que le permita ensamblar sus instrucciones en algún orden. El
cerebro debe estructurar esta lógica básica antes de pensar o programarse. Esto convierte
al cerebro en una especie de gran esponja dispuesta a absorber todo lo que le sirva para
construir su esquema lógico. Mientras tanto, la conducta humana podía seguir regida por
sus fundamentos biológicos y animales sin ningún problema. En la arquitectura humana
todavía estaba intacta la parte del cerebro programada biológicamente, capaz de guiar al
individuo mientras que la capa superior –el neocórtex- aprendía a programarse. De manera
pues que el complejo nuevo cerebro que estrenaba el homo habilis era un cerebro dual:
tenía un fundamento programado biológicamente y una capa superior en blanco, la cual
debía contener y ejecutar su propia lógica y sus propios programas. Entre ambos existía una
recámara conocida como la zona límbica, la cual proporciona los escenarios subjetivos que
provienen de sus percepciones, de modo que el neocórtex no trabaja directamente con las
sensaciones sino con un subproducto más complejo.

Inicialmente, en el proceso de aprender las propiedades del mundo que lo rodea, el cerebro
fue memorizando causas y efectos, hasta que descubrió un principio: todo ocurre por una
causa. Esa fue la primera ley lógica incorporada a la conciencia. El cerebro al fin tenía su
primer principio lógico para iniciar su razonamiento y fue entonces cuando empezó a pensar.
Consideremos que las únicas causas que el primitivo podía explicarse y entender
satisfactoriamente eran las que él mismo generaba con sus actos. Todo lo demás le era
desconocido. Hoy para nosotros es muy fácil entender la vida porque tenemos diez mil años
de cultura almacenados en el cerebro, pero en los primeros días de la conciencia humana el
hombre vivía lleno de interrogantes ¿Quién causa la lluvia? ¿Quién oculta la luz? El mundo
entero estaba repleto de interrogantes que empezaron a actuar como una fuente de stress.
El hombre sabía que él mismo provocaba algunos eventos, pero ¿quién era el responsable
de lo demás? El nuevo cerebro se hacía preguntas porque debía generar una lógica como
requisito previo para generar programas adaptativos, o sea para pensar, pero no era fácil
obtener las respuestas. Fue entonces atormentado por el stress y dominado por el miedo.
Otro efecto secundario.

Todo tiene un efecto secundario, residual, y el efecto secundario de tener conciencia fue
adquirir una nueva fuente de stress: el miedo a lo ideal y desconocido. ¿Quién movía el
mundo que les rodeaba? ¿Qué les pasaba a los muertos? El ser consciente ya no solo le
temía a los elementos de la naturaleza sino ¡a los suyos propios! A sus propias ideas e
interrogantes, a sus sueños y recuerdos. El hecho de no poder hallar una causa era una



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fuente de stress para el ser lógico. La base del cerebro humano, herencia de su antepasado
reptil, programada para experimentar stress ante condiciones ambientales, empezó a
sentirlo también ante los escenarios generados en el neocórtex y ante las interrogantes
irresueltas. Esta puede ser considerada como una de las grandes fallas cometidas por la
maravillosa naturaleza.

Obviamente en el proceso de construcción de algo tan complejo como el ser humano se
presentan inconvenientes como este, pero hay que enfrentarlos y darles una solución que
permita seguir el camino evolutivo o perecer en el intento, así de simple, tal como les
sucedió a varias especies de humanoides durante unos 5 millones de años, hasta que llegó
finalmente una que logró sobrevivir con una solución bastante simple y apropiada. Esta
situación de stress tenía que ser resuelta de algún modo y hubo una especie que la resolvió.
En su conciencia que ya era bastante amplia había generado una realidad diferente a la que
le rodeaba, una realidad psicológica, virtual, y en ese mundo suyo tan propio y particular
inventó seres ideales atribuyéndoles la responsabilidad de cada cosa. Así tan simple y
genial como eso. De este modo el volcán no era sólo el volcán sino que en su mundo interno
cobró vida y se transformó en un ser ideal, en un ser animado, con voluntad propia, con el
que podía “conversar” y “negociar”. Con ello venció el stress y pudo vivir en paz con su
entorno y su conciencia. Ya tenía las respuestas que buscaba. Los genes programaron al
cerebro con su misma estrategia evolutiva: buscar, retener lo útil y seguir buscando en la
misma dirección. En este trabajo se acumulan muchas cosas útiles y luego nunca más se
deshace de ellas sino que le sirven de base para continuar. El cerebro también busca
respuestas y si encuentra alguna que le resulta buena, en el sentido de relajar su stress, la
adopta y la defiende. También se rige por la ley universal del menor esfuerzo, es decir, el
menor consumo de energía, de modo que si hay algo que cuesta menos y da buenos
resultados, eso es lo ideal. Estas leyes aun hoy siguen vigentes en el pensamiento y el
actuar de los humanos. Las cosas fáciles y agradables son siempre las preferidas.

Con seguridad ese fue el momento en que la conciencia empezó a regir plenamente en el
ser humano, es decir, sobreponiéndose y reemplazando a la base del cerebro programada
biológicamente. En un principio debió establecerse una lucha entre la base del cerebro y el
neocórtex, (entre los instintos y la conciencia, por llamarlo de otro modo) por el control del
individuo. De hecho existió una suerte de complementación entre ambas esferas. Ya habían
surgido en los humanoides conductas de sumisión como respuestas automáticas dirigidas a
los elementos más imponentes de la naturaleza. Esta conducta derivó de una estrategia
adaptativa muy antigua, ya que la sumisión es útil cuando no se puede huir ni agredir. Los
primitivos apelaron a esta herencia antropológica y al adoptar sus nuevos conceptos ideales



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iniciaron una nueva conducta de adoración general, indiscriminada, orientada hacia casi
todo lo que les rodeaba. Es así que pasaron de la sumisión a la adoración como
complementación del accionar de ambas esferas del cerebro. Y esta conducta adaptativa
persistió hasta cuando el hombre fue capaz de descubrir otras respuestas más eficientes.

Los primeros humanos conscientes le atribuyeron “animación” y voluntad a los fenómenos.
Era obvio que algo los tenía que mover, y acabaron considerándolos como seres animados.
El origen de la palabra “ánima”, de donde deriva “animal” entre otras, es muy elocuente, y
terminan refiriéndose a lo que hoy se conoce como “alma”, es decir, aquello que nos mueve.
Otra observación interesante fue que los muertos exhalaban el aire antes de morir, pero la
palabra que designaba al aire era “espíritu”, de donde deriva la idea de que los muertos se
quedan sin espíritu, lo cual es verdad. Por consiguiente, alguien tenía que haberles insuflado
ese espíritu para que pudieran vivir. Pero tanto la palabra “alma” como “espíritu” han sufrido
las deformaciones del tiempo y hoy tienen connotaciones totalmente diferentes, y designan
a algo inmaterial que supuestamente es lo que nos “anima” y da vida.

Podríamos afirmar que una de las principales funciones del pensamiento ha sido explicar y
justificar la conducta primitiva del ser humano en todas las épocas. Algo que muchos años
después Freud denominaría “racionalización”. Y una de las primeras conductas que los
humanos buscaron explicar con buenas razones fue la sumisión transformada en adoración.
También era indispensable explicarse la causa de sus propias conductas, no solo los
fenómenos externos llamaban la atención del ser consciente, sino también los suyos
propios. La justificación no solo sirve para evitarnos el sentimiento de culpa, (esta es una
aplicación moderna) su principal utilidad es que le otorga una “causa” a nuestro
comportamiento, pero a la vez crea una idea artificial, falsa, y contraproducente porque a
partir de ella se derivarán una larga serie de ideas que, aunque estén lógicamente
conectadas, emanan de una misma idea común falsa. De manera que el ser humano
estrenó su pensamiento buscando causas que le expliquen de manera satisfactoria los
fenómenos, tanto del mundo externo como los suyos propios. Está claro que sus
explicaciones tenían que ser falsas necesariamente, pues estaban a miles de años de
distancia del pensamiento científico, pero no se podía esperar; había que empezar con unas
cuantas ideas simples pero eficientes. Lo malo es que una vez establecidas estas, tenían
que mantenerse a través de una larga serie de ideas conectadas lógicamente con ellas, lo
cual trajo como consecuencia la mitología y, posteriormente, la teología.

La lógica que ya había ganado el ser humano indicaba que todo debía tener una animación
similar a la que movía al mismo hombre. Al principio eran las cosas mismas las que tenían
animación. La idea de un ente ideal, es decir, la separación del concepto “ánima”, la


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autonomía de alguien encargado de esa animación, vino mucho después. Una vez
establecidos estos “seres” en la mente humana, permanecerían allí mutando durante los
siguientes millones de años; los hombres se “comunicaban” con estos seres ideales para
hacerles sus peticiones y les atribuían sus propios deseos y sentimientos, desarrollando el
proceso que Freud llamaría luego “proyección”. Así pues, el hombre fue construyendo sus
dioses a la medida de sus temores y necesidades, tomaron forma, y el proceso de mutación
de estos seres ideales no se detendría nunca más en la mente humana. La forma que
adquirieron estos seres ideales fue muy variada, y algunos pueblos como el hebreo llegaron
a resumirlo en un solo ser ideal animador de todo: su nombre era YHVH, cuyo significado
parece referirse al SER o “aquel que es”. En la posterior mezcolanza de razas, pueblos,
ideas y lenguas, predominó una palabra derivada del dios griego Zeus y quedó como “Dios”
establecida en el latín y subsiguientes lenguas. Aunque la idea que hoy se maneja de “Dios”
ya no tiene nada que ver ni con Zeus ni con YHVH. No solo es una mezcla curiosa de
palabras sino de conceptos a lo largo de milenios. Actualmente para los cristianos católicos
Dios es parte de una trinidad divina.

Así pues, el hombre no se despojó de su naturaleza animal para transformarse en un ser
“espiritual”, en realidad solo justificó su conducta de origen animal con ideas espirituales. Y
ese fue realmente el inicio de lo que más tarde sería el pensamiento mágico religioso. Todo
lo demás se produjo como resultado evolutivo de la mezcla de ideas, lenguas, razas y
culturas a lo largo de milenios. Así, cada dios o conjunto de seres divinos, responde
exactamente a las características de pensamiento del pueblo que los crea, y llegan a ser tan
distintos como lo son estos pueblos en idioma y costumbres.




Las religiones hoy

En los últimos doscientos años, con la llegada del pensamiento científico, todas las ideas
religiosas han perdido el vigor de antaño al quedar en evidencia sus errores. Aquellas ideas
que solventaron el desarrollo del pensamiento humano en sus inicios, hoy, cumplida su vital
misión, se repliegan para formar una interesante y valiosa colección de pensamientos que
forman parte de la herencia cultural de la humanidad y de los pueblos en particular. Aunque
la religiosidad, como componente inherente de esta especie sobreviviente, se mantiene con
un vigor capaz de retar al pensamiento científico, incluso a despecho de sus evidencias. Por
otro lado, las diversas religiones han estado siempre en confrontación entre sí, pero en los
últimos tiempos, gracias al poder destructivo de las armas, la humanidad se ha puesto en el
mayor peligro de extinción que haya atravesado jamás debido a estas confrontaciones de



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bandos religiosos diferentes. Un hecho relevante es que el pensamiento científico ha llevado
a las naciones a la colaboración, en tanto que el pensamiento religioso ha empujado
siempre a la confrontación más radical.

Desde un punto de vista muy estricto, podríamos afirmar que el ser humano es un verdadero
condensado de fallas evolutivas que han tenido que ser resueltas de algún modo sobre la
marcha. Las encontramos por todos lados, y es justamente por eso que el hombre necesita
tanto de médicos y psicólogos, y está condenado a soportar una interminable variedad de
complicaciones biológicas y psíquicas. Ciertamente no fue muy original de parte del hombre
atribuir las causas de todo a “seres” de naturaleza ideal, invisibles como sus propios miedos
y sueños. Es una respuesta bastante simple y cómoda, y además estaba de acuerdo con su
lógica, pero lo más importante de todo es que relajó su stress. Al final, todo lo que se
necesitaba era una respuesta que relaje el stress, nada más que eso. Desde aquellos días y
hasta hoy, el pensamiento humano persigue exactamente lo mismo: comodidad y bienestar
para el ser. Una idea que aplaque el stress, eso es todo. Veamos un ejemplo simple, actual
y cotidiano: nada puede calmar mejor la pena por un ser querido que acaba de morir, que
pensar que está vivo en el paraíso, que ha pasado a una vida mejor, que ha sido llamado
por Dios, etc. Todas estas ideas son bastante simples, tienen bastante lógica, aunque
carecen totalmente de racionalidad, pero son excelentes relajadoras del stress; en efecto
calman la pena, aplacan el sufrimiento, disminuyen la congoja, etc. Y eso, por supuesto, es
más que suficiente para adoptarlas, es lo que hace falta, lo que necesitamos; estas ideas
nos protegen, cumplen una función vital. Y así funcionó el ser humano durante milenios.
Tuvo que surgir una odiada subespecie, después de una prolongada evolución ulterior, para
que el pensamiento buscara algo diferente llamado verdad. Pero esta subespecie sería
duramente combatida hasta nuestros días, ya que ciertas ideas no cumplen los requisitos
psicológicos para ser adoptados; por el contrario, algunas de ellas llegan a ser no solo
detestables sino verdaderamente nocivas, nos remueven todos los cimientos. Y este artículo
puede ser uno de esos casos. Un sector de la humanidad se enfrenta hoy a estas ideas
“peligrosas” en una curiosa representación social y cultural del fenómeno psíquico llamado
“negación”; en una forma de “mecanismo de defensa” social o cultural aun no reconocido.
Está claro pues que para la humanidad no es necesaria la verdad, nunca lo fue y puede
hasta resultar peligrosa, dañina. Podríamos evitarla tranquilamente. Después de todo, no
hace falta que el hombre viaje al espacio, procure llegar a Marte, escudriñe el universo para
descubrir la verdad del cosmos. Nada de eso es necesario. Podríamos quedarnos aquí a
seguir construyendo templos y ser felices.




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El inicio de las religiones

El mundo del ser humano dejó de ser el mundo real y paulatinamente se convirtió en un
mundo ideal. La conciencia le permitió “escapar” de la realidad física y trasladarse a la
realidad virtual de su conciencia que es en donde habita desde entonces. Si bien esta
realidad virtual ha sido reestructurada varias veces, difícilmente se ha desligado de sus
ideas primitivas, aquellas que le dieron buenos resultados para calmar su stress. Al igual
que los genes, los memes conservan sus buenos resultados y los acumulan, mutan con
otros memes similares ampliando el escenario mental. Por ello resulta tan difícil al hombre
desligarse de sus ideas primitivas, estas permanecen actuando como base para sus nuevas
ideas. Cuando el hombre atribuyó las causas del mundo a seres ideales, y estas ideas
pudieron transmitirse facilitando la propagación de memes, surgió el pensamiento religioso.
Esta fue la primera forma de pensamiento social establecida. Luego la cultura fue
reestructurándolas y así surgieron las primeras religiones. Pero aquí es donde las cosas
cambian rotundamente. La aparición de las religiones supuso otro paso en la evolución de
los humanos, y ya no estuvo únicamente vinculada a sus necesidades íntimas ni a los
requerimientos de su conciencia ni a la lógica de su cerebro. Las religiones respondían a
otro tipo de necesidades distintas: necesidades sociales. El primer tipo de pensamiento
había sido ya definido para los seres humanos y no cambiaría nunca más, estas obedecían
a sus necesidades íntimas y serían tenazmente defendidas. En los siguientes milenios tan
solo acumularían más ideas en el mismo sentido mágico religioso, casi siempre buscando
justificar sus acciones e impulsos animales, como por ejemplo sus apetencias sexuales, sus
odios cainitas hacia pueblos o razas rivales, su deseo de dominación social, etc. y generaría
una gran infinidad de variantes a partir de esas mismas primigenias ideas mágico religiosas.
Exactamente igual al desarrollo de las múltiples especies biológicas partiendo de las mismas
soluciones iniciales. El siguiente peldaño entonces fue la construcción de religiones.

Viéndolo comparativamente, es bastante sugerente la similitud que hay entre el proceso de
la evolución de especies y la evolución del pensamiento religioso, si consideramos cada
secta como una especie. Parecen seguir los mismos patrones. De hecho, el pensamiento
religioso ha sido también un producto evolutivo y se ha regido por las mismas leyes, unas
leyes increíblemente sencillas pero aplicadas y acumuladas durante mucho tiempo. En el
sujeto consciente la incertidumbre significa stress. La búsqueda de certidumbre es el camino
hacia la eliminación del stress. Cualquier idea que elimine el stress será acogida, pero con
mayor facilidad aquella que demande menor energía. Si a partir de la lógica ya fijada en el
cerebro surge una idea que no requiere demasiada energía (o sea fácil) y resuelve el stress,
no hay que seguir buscando. El stress está eliminado. Luego esa idea será protegida como



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un elemento ganado en la evolución. De este modo el hombre ha acumulado gran cantidad
de ideas “protectoras” que -aun cuando las evidencias le demuestren su falsedad- no son
eliminadas sino convenientemente defendidas. Por ejemplo, una de las creencias favoritas
del hombre es el de ser una criatura especial del universo, incluso algunos se autodefinen
como “hijos de Dios”. Pero es muy evidente que para la naturaleza el ser humano no vale
más que una ardilla, un pejerrey o una mariposa; lo que es muy fácil de observar cada vez
que se produce una catástrofe natural. Ni siquiera las ciudades “sagradas” ni los templos de
adoración se salvan de la destrucción, y la muerte no tiene consideraciones especiales con
niños, madres gestantes, ancianos o minusválidos. De modo pues que está muy claro para
cualquiera que esté en disposición de aceptarlo, que para la naturaleza el hombre es una
simple especie más, sin ninguna prerrogativa especial. Precisamente algunas de estas ideas
pregonadas por la religión judeo-cristiana, como las que sugieren que Dios habría creado
este mundo exclusivamente para beneplácito del hombre, invitándolo a dominar sobre él y
utilizar a su antojo todos sus recursos, nos ha llevado a la extinción de numerosas especies
y a la destrucción del planeta. Y si esta actitud persiste, nadie duda de que esta maravillosa
criatura humana también desaparecerá del escenario muy pronto.

Pero ya habíamos llegado al punto en que surgió la religión como una expresión socializada
y organizada del pensamiento religioso. Las primeras sociedades se organizaron en torno al
pensamiento mágico religioso y la primera expresión cultural humana fue la religión. Desde
el principio la religión fue sinónima de poder. Lógicamente, quienes se vinculaban con los
dioses eran los que mantenían el poder, directa o indirectamente. Por ello los sacerdotes
fueron desde siempre una casta privilegiada. Luego de Dios, los sacerdotes ocupaban el
primer lugar de importancia y eran los que dictaban las normas que paulatinamente fueron
configurando las religiones. La infinidad de religiones a que ha dado lugar el pensamiento
religioso desde sus orígenes constituyen la principal producción cultural de la humanidad.
Esto sumado al hecho de que no hay cultura sin una forma de religión -incluso aquellas que
se han mantenido aisladas del resto del mundo tienen una manifestación religiosa- nos
revela que este tipo de pensamiento es consustancial a la naturaleza humana. La idea de un
dios o algo por el estilo, cualquiera que este sea, se presenta en la conciencia del ser
humano y vive en él. No tiene que ser un dios como el de los cristianos o musulmanes, hay
diversas expresiones religiosas a lo largo del mundo que manejan ideas muy diferentes. Sin
embargo, las culturas más antiguas han tenido la ocasión de perfeccionar sus ideas a lo
largo de milenios, y a partir de un mismo núcleo se han desarrollado una gran variedad de
expresiones religiosas, y todas ellas, sin excepción, reflejan la naturaleza mundana de la
sociedad a la que pertenecen. La mayoría de ellas alberga una serie compleja de ritos, ideas
y normas, algunas tan disparatadas como absurdas. Hay autores que se han tomado la



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molestia de recopilar una larga y colorida lista de ritos y creencias de diversas religiones,
que son una cabal muestra de la extravagancia humana. Hoy cuando menos ya no existen
sacrificios humanos, pero aun persisten algunos cultos y ritos aberrantes.

La idea de Dios empleada por los cristianos fue mutando originalmente a través del tiempo
hasta establecerse en el pensamiento hebreo hace unos 5,000 años. Cristo planteó una idea
algo distinta, quizá más humanizada, y hoy esa idea tiene contornos más metafísicos. En
cada individuo la idea de Dios adquiere las formas exactas para encajar en sus necesidades
psicológicas más profundas, se reconfigura y acomoda a su propia experiencia vital. Ese es
el fin que siempre ha cumplido: ser un sustento ideal para nuestra realidad virtual, una
especie de prótesis que le facilita al sujeto consciente vivir sin stress en su mundo subjetivo.
Sin embargo, debemos destacar el hecho de que para muchos la idea de un dios no basta, y
lo complementa con una variada serie de elementos adicionales igualmente ideales. A veces
se trata de santos, vírgenes, espíritus, “fuerzas ocultas”, “energía positiva”, karma, etc. Hay
una gran variedad de elementos ideales que cumplen eficazmente las funciones de soporte
de la realidad virtual, adornan y sustentan nuestro mundo ideal.

Si bien en un principio tuvimos que remontarnos a aquellos instantes precisos de la
aparición del ser consciente para lograr comprender el origen del pensamiento religioso, en
cambio no hace falta ir tan lejos para descubrir el origen de las religiones. Aunque es un
hecho probado que las religiones –como organizaciones e instituciones sociales- son
creaciones humanas, hay algunas que insisten en considerarse creación divina. En estos
casos Dios no solo habría creado al hombre sino que además habría organizado su religión
o intervenido directamente en su formación, dando instrucciones y dictando normas. Lo
curioso es que muchas de estas instrucciones y normas nos revelan intereses extraños y
muy particulares, ajenos a cualquier divinidad y propios más bien de una condición humana
primitiva y pobre, como las que están dirigidas al trato discriminatorio de las mujeres, al odio
de razas y pueblos rivales, o el supuesto interés divino de ser permanentemente venerado y
glorificado sin cesar, lo que en realidad fue una estrategia impuesta por la clase sacerdotal
para mantener la devoción y el control social. Los sacerdotes tuvieron siempre la habilidad
de imponerle al pueblo cualquier exigencia presentándola como “la voluntad de Dios”. Esto
no ha cambiado mucho en nuestros días. El enorme contraste que existe entre las diversas
religiones distribuidas por el mundo, no permite establecer muchas similitudes a nivel de
creencias, pero al menos psicológicamente queda muy claro el objetivo primario de aplacar
el mismo stress del ser consciente. Casi todas coinciden en otra vida después de la muerte,
en un dios que maneja nuestro destino de acuerdo a su voluntad y sabiduría, en tener que
adorar su imagen, o algún tipo de representación ideal, para lo cual deben construirse



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templos dedicados a este fin. En este aspecto, el hombre no ha cambiado nada desde
aquellos lejanos días del paleolítico. Muchos de sus templos de piedra aun se conservan y
siguen siendo un verdadero misterio, aunque el misterio de lo místico está siempre presente
tanto en el complejo de Stonehenge como en la catedral de Notre Dame.

Algunos pueblos muy antiguos como los judío-hebreos, chinos e hindúes conservan aun sus
antiguas religiones e incluso las han extendido a otros pueblos. En nuestro caso, los incas
impusieron su culto a los pueblos sojuzgados hasta que llegaron los españoles y estos les
impusieron su religión cristiana, la cual a su vez les fue impuesta por los romanos, quienes,
luego de perseguir sin misericordia a los cristianos durante los primeros siglos de nuestra
era, se transformaron al cristianismo después de un sospechoso acuerdo político. El hecho
es que nuestra razón de estar adorando hoy a Cristo y la Virgen, se debe tan solo a una
serie de accidentes históricos. Bien podríamos seguir adorando al sol, la luna y la
pachamama, o en su defecto, podríamos haber recibido otro tipo de influencias y estaríamos
adorando a Buda o Mahoma. Y hasta podríamos admitir, en teoría, que en el futuro alguna
cultura nos domine y nos imponga otra religión, como siempre ha ocurrido. En realidad,
desde un punto de vista imparcial, carece de importancia cuál sea la religión específica que
domine nuestra sociedad si es que esta satisface nuestras necesidades vitales. Lo que no
se puede hacer es quitarle toda religión a la sociedad, como pretendieron los soviéticos
durante los largos años de dominio comunista en el que destruyeron casi todos los templos
y prohibieron toda forma de expresión religiosa. Al cabo de casi 80 años de comunismo y 5
generaciones bajo el ateismo oficial, después de la caída de la URSS, la religiosidad popular
rebrotó como la hierba en una primavera.

El ser humano requiere apoyo ideal para recrear su mundo subjetivo. Esto es tan cierto que
por ello les narramos cuentos a los niños, inventamos una gran variedad de seres ideales
que los acompañan en sus fantasías: hadas, gnomos, duendes, etc. Gracias a estos
elementos tan importantes pueden ganar estabilidad en su frágil conciencia. Además
también les disminuye el stress de estar solos o en la oscuridad, y los reconfortan con ideas
positivas que les facilita su accionar adoptando una actitud favorable hacia la vida. Pero no
solo los niños requieren cuentos, fábulas y toda clase de historias hermosas. También los
adultos lo requieren. La diferencia es que con ellos las historias ya no se refieren a hadas y
duendes sino a dioses, santos, vírgenes, etc. Las fantasías se convierten en milagros. Lo
único que hemos hecho es reemplazar unos elementos por otros pero el principio
psicológico es exactamente el mismo. Curiosamente, los adultos piensan que sus historias y
creencias son más válidas que las que tienen los niños, y hasta se ríen si un niño cree en
Papá Noel, pero ¿qué diferencia hay con las creencias de un adulto? Desde el punto de



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vista de la psicología, ninguna. Tanto el niño como el adulto recurren a sus elementos
ideales para sustentarse. Necesitan decorar su mundo ideal. A los niños les agrada la idea
de tener un amigo imaginario, un ángel de la guarda. El adulto prefiere confiar que es Dios o
la Virgen la que está a su lado. Estas ideas sin duda resultan de gran ayuda para lograr un
equilibrio interno, sobre todo cuando nos acercamos a la posibilidad de la muerte, que es
cuando el stress subjetivo se incrementa. ¿De qué otra forma podríamos aplacar nuestras
inquietudes humanas más profundas? Es más fácil y cómodo creer que somos hijos de
Dios, que él nos protege en todo momento como un padre vigilante, y que además nos
promete la vida eterna como recompensa. Los musulmanes incluso están convencidos de
que hay 70 mujeres vírgenes esperándolos en el paraíso, y muchos de ellos no dudan en
meterse un tiro para llegar más rápido. Estas ideas son tan atractivas que hasta los inducen
a cometer acciones de terrorismo suicida para arribar con cierto “prestigio” al paraíso.

Las ideas religiosas son muy fáciles de entender y en general resultan no solo agradables
sino necesarias. Para nadie es difícil comprender y albergar estas ideas, nadie necesita
estudiar mucho, pensar demasiado, reflexionar, etc. Mientras que la ciencia ha acumulado
una desmesurada cantidad de información solo en los últimos 150 años, la religión no ha
cambiado absolutamente nada en miles de años. Sigue brindando las mismas cómodas
ideas y todo el mundo las entiende y admite. La información científica resulta muy difícil de
entender, tediosa de aprender, abrumadora y probablemente desagradable y hasta
deprimente para muchos. De manera que la religión tiene realmente todas las ventajas para
establecerse con éxito en la mente humana.

No obstante, el pensamiento religioso no es el único que proporciona ideas fáciles y
cómodas capaces de relajar el stress del sujeto consciente. Existe otra gran variedad que
compite con la religión, tales como el ocultismo, el chamanismo, la brujería, la astrología, la
quiromancia, la cartomancia, la parapsicología, la numerología, el esoterismo, el espiritismo,
la suerte, el destino, los amuletos, los talismanes, etc. Una lista realmente interminable a las
que incluso podríamos añadir ciertas terapias novedosas con pretensiones psicológicas y
algunas corrientes de pensamiento pseudo filosófico. Uno de los negocios más rentables
hoy en día, además de fundar una religión, es brindar “asesoría espiritual” a través de
diversos artificios. Las ofertas para el “florecimiento” individual y los “amarres” de parejas
son bastante comunes. Ningún diario que se respete deja de publicar el horóscopo todos los
días. Existe pues toda una amplia gama de creencias de tipo místico, mágico y religioso tan
extendido y predominante que el Vaticano se sintió forzado a manifestar su oposición y
condena, prohibiendo a los católicos recurrir a ellas, empezando por el horóscopo. Pero
todas estas ideas, por absurdas que parezcan, ganan adeptos porque tienen exactamente el



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mismo principio que la religión: disminuyen el stress subjetivo que se produce en nuestra
realidad psicológica, como resultado de ser sujetos dotados de conciencia.

La religión en el debate

Debemos pues vivir con la conducta religiosa y convivir con el pensamiento religioso, y con
una larga serie de extravagantes expresiones mágicas y místicas. Eso es algo que como
profesionales de la salud debemos aceptar. Sin embargo, es necesario advertir que las
amenazas contra la religión –en especial contra la Iglesia Católica en nuestro caso- no
provienen de parte de la ciencia sino de un par de resultados evolutivos: la tecnología y la
explosión demográfica, ambos conjugados. La tecnología aplicada a los medios masivos de
comunicación ha cambiado radicalmente las costumbres humanas. Por ejemplo, cada año
hay menos lectores, la gente lee solo por necesidad, la lectura como actividad recreativa ha
desaparecido prácticamente, y uno de los principales afectados es la religión porque la
Biblia disminuye sus lectores paulatinamente. Hasta mediados del siglo pasado una de las
principales actividades sociales era reunirse para leer la Biblia, algo que hoy es más bien
una rareza a cargo de círculos cada vez más pequeños que son considerados fanáticos. En
muchos lugares la Biblia ya dejó de ser el libro más vendido y hoy es muy normal que una
casa no tenga una Biblia, lo que antes era imposible. Por otro lado, los cambios evolutivos
producidos en las grandes sociedades como consecuencia del crecimiento demográfico, han
disminuido la capacidad de acción y control de las entidades; entre ellas, de las entidades
religiosas. Por un lado, esto ha incrementado la libertad de las personas, aunque en parte
también debido a un flujo de nuevas ideas políticas que alientan las libertades. Esta libertad
llevada, a sus últimas consecuencias, se refleja en la acción de los medios masivos de
comunicación cuyo único interés es lucrar sin asumir ninguna responsabilidad social;
también se refleja en el mecanismo del mercado que somete el raciocinio colectivo mediante
la publicidad; en la dificultad de las familias para mantenerse unidas, etc. En verdad son
estos cambios los que han relegado el papel de la religión en la sociedad. Hoy la Iglesia
Católica ha perdido incluso mucho del poder que antes tenía en la vida política. Gran parte
de las tradiciones religiosas han quedado desplazadas por otras que la sociedad prefiere. La
Semana Santa no es hoy lo que era antes. Aun cuando las personas se declaran creyentes
no guardan más los preceptos de la Iglesia. Se ha establecido un cisma definitivo entre el
pensamiento religioso y la conducta religiosa. Ello ha conducido, entre otras cosas, a la
pérdida de la vocación sacerdotal que tanto preocupa hoy al clero católico. La desconexión
entre religiosidad y conducta genera también pérdida de cohesión social, cada día crecen
las divergencias en la sociedad. Una consecuencia de esto es el advenimiento masivo de
nuevas sectas religiosas que se disputan la religiosidad de las personas, creando aun más



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caos en el panorama de la religiosidad popular. Y muchas de estas procuran hoy cambiar su
papel religioso y saltar a la política en una sorprendente confusión de sus propósitos. Estos
son los verdaderos peligros que actualmente enfrenta la religión y la fe. El debate entre el
pensamiento científico y el pensamiento religioso se produce únicamente al interior de
reducidos recintos académicos al que pocos tienen acceso. La gran mayoría de la gente
ignora estos debates, y quien no los ignora, difícilmente los comprende.

La ciencia no tiene ningún interés en combatir a la religión, solo da cuenta de hechos. Pero
la religión sí que tiene muy buenas razones no solo para defenderse sino también para
atacar a la ciencia y tratar de desprestigiar sus teorías, en particular la teoría de la evolución.
Esta no es realmente una actividad nueva de la religión, pues a lo largo de la historia se ha
enfrentado a las ideas científicas, pero hoy se ha producido un hecho insólito: ¡la religión
trata de infiltrarse en la ciencia! Esta es una tendencia nueva y peligrosa a cargo de los
sectores religiosos más recalcitrantes y elitistas de los EEUU. La medicina, la psiquiatría y la
psicología, han sido uno de los principales blancos de sus feroces ataques. Estos sectores
religiosos trataron incluso de colarse en las escuelas de EEUU bajo el disfraz de “teoría
científica” con una tesis conocida como “El Diseño Inteligente”, el cual pretende enfrentar la
teoría de Darwin aduciendo que la evolución sigue el “diseño inteligente de Dios”. En
realidad es el mismo planteamiento creacionista de la religión. El principal promotor de esta
tesis es el Dr. William Dembski, teólogo del Discovery Institute, (la misma institución que
engañó a medio mundo anunciando el hallazgo del arca de Noe) pero, por supuesto, no ha
sido tomado en serio en el ambiente académico debido a que resulta evidente que en todo
el universo, así como en el mismo ser humano, no hay nada ni remotamente parecido a un
diseño y mucho menos que este sea inteligente, sino todo lo contrario, lo que se ve es una
verdadera improvisación de la naturaleza siguiendo leyes simples durante millones de años
y esperando que cada cambio aleatorio funcione o simplemente desaparezca; aplicando la
vieja estrategia del ensayo y el error.

Desde una perspectiva psicológica y antropológica seria, debemos admitir que conviene a
los humanos mantener algún tipo de religión, debido a que esta “soluciona” una falla en la
estructura psíquica del ser humano como producto de su evolución, pero siempre y cuando
esta religión tenga la capacidad de unificar los criterios de la sociedad entera. Por ello,
discrepamos con autores como Richard Dawkins que consideran toda forma de conducta
religiosa como ociosa e improductiva. Sus críticas a la construcción de las gigantescas y
grandiosas catedrales góticas parecen estar bien fundamentadas desde su perspectiva,
pero habría que considerar también las consecuencias positivas que aquellas obras
aportaron como expresiones de creatividad y como factor cohesivo para su sociedad. Estas



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críticas podrían resultar apropiadas desde una perspectiva estrictamente evolutiva; pero no
me parece que esta sea la perspectiva más adecuada para abordar la conducta religiosa.
Como médicos y psicólogos, podemos percatarnos de que muchas características humanas
no son precisamente como uno las diseñaría si pudiera construir un ser, pero ya es un poco
tarde para plantearle nuestras consideraciones a la naturaleza. El ser humano está ya
construido. Sin duda no está terminado porque la evolución no cesa, pero, en lo que a
nosotros respecta, debemos enfrentar la situación y asumir al hombre como es. Y en esta
perspectiva, tanto el pensamiento religioso como la conducta religiosa, han sido –quiérase o
no- el pilar de nuestra civilización, y esta es la única que tenemos. Dinamitarla nos dejaría
en escombros. Los profesionales de la salud debemos asumir la religiosidad como parte
esencial de la naturaleza humana y aprovechar en lo posible los efectos positivos de la fe.

La ciencia es una actividad elitista. Es absurdo suponer que el pensamiento científico puede
reemplazar al pensamiento religioso. Son dos instancias distintas del pensamiento humano.
Para comprender la conducta religiosa debemos abordarla desde la perspectiva interna de
las personas, desde sus profundas necesidades humanas y siguiendo las características
que tiene el pensamiento humano. El hombre vive en un mundo virtual construido por su
conciencia y necesita elementos de seguridad para ese mundo. El miedo natural hacia la
muerte no puede ser enfrentado por ninguna cosa material, el stress que produce la
posibilidad de la muerte solo se enfrenta con la idea de otra vida; el stress que nos genera la
conciencia de nuestra finitud se enfrenta con la certidumbre en una vida eterna; el stress de
la soledad existencial se aplaca con la idea de un Padre benevolente presente en todo
momento. La conciencia de nuestra fragilidad y el stress que nos produce un futuro
totalmente incierto es enfrentado con la idea de un Dios Todopoderoso que se encargará de
guiar nuestro destino, de tal forma que cualquier cosa que ocurra, aun la más desastrosa, es
asumida con mayor resignación cuando es vista como la “voluntad de Dios”. Nada de esto
puede ofrecerle la ciencia a la humanidad.

El aporte de la religión

Recordemos que el ser humano es como una máquina sin software, y su primera tarea es
adquirir, ganar este software, ya sea produciéndolo o copiándolo. Producirlo es muy costoso
y pocos están dispuestos a hacerlo por lo que es más factible copiarlo o “piratearlo”, para
usar términos de moda. Digamos que “copiarlo” es un procedimiento válido porque cuenta
con la anuencia de la Iglesia. Ella nos provee su software básico y ese es justamente su
papel: darnos una pauta de vida. Pero “piratearlo” de los medios de comunicación masivos
es toda una aventura porque estos se encuentran repletos de “virus” capaces de infectar
para siempre una mente inadvertida. Si quitamos la influencia religiosa ¿qué le queda al ser


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humano? La ciencia es inalcanzable para la gran mayoría; en cambio los medios nos
inundan con todo tipo de propuestas inconexas y las personas se incorporan al mundo con
una nueva fuente de stress: el caos ideológico. Ya no estamos en la Edad Media en que
había una misma idea básica en la sociedad. Desde que surgieron los pensadores del
Renacimento, el mundo se fue enredando en medio de ideas. La aparición de la ciencia y su
tremenda difusión a fines del siglo XIX incrementó este caos. El surgimiento durante el siglo
XX de nuevas ciencias, propuestas ideológicas sociales y políticas, y hasta la aparición
incesante de infinidad de sectas religiosas, sumado al uso de la tecnología por los medios
de comunicación masiva complicaron aun más el panorama. Hoy existe una sobreoferta de
propuestas de toda clase para cada necesidad del ser humano, desde sus necesidades
espirituales para las cuales hay variedad de religiones y ofertas esotéricas, hasta las más
simples necesidades básicas como la sed, para la que también tiene docenas de ofertas, y
el hombre debe escoger en medio de ese caos. Ante este panorama, el papel de la Iglesia
cobra singular relevancia como adhesivo social, soporte ideológico y guía conductual.

La pérdida de la religiosidad tan característica en nuestros días, o por lo menos el divorcio
entre pensamiento y conducta religiosa, han conducido a que las personas recojan sus
pautas de vida en los medios de comunicación o en la calle. Algunos con suerte las hallaron
en casa. La consecuencia de esto es que la sociedad se vuelve laxa, cada vez hay menos
ideas comunes, todo es cuestionable, todo está en debate, todos tienen su propia opinión.
Es más difícil ponerse de acuerdo. Por eso mismo los valores se diluyen, se privilegian los
deseos, “si te gusta, hazlo” predican algunos autores. Ya no hay una pauta válida para la
conducta social del ser humano como había antes, hoy todo vale, se privilegia la “libertad de
decisión”, incluso muchos piensan hoy que el sexo de una persona es producto de una
“decisión”. Hasta mediados del siglo XX las personas salían al mundo y encontraban una
sólida autopista construida por la religión, la que podían seguir con total seguridad; hoy
salen al mundo y solo encuentran un panorama caótico de senderos que se bifurcan, cada
uno con carteles sugestivos y tentadores. Hay pues consecuencias muy visibles y graves en
nuestro medio debido a la pérdida de religiosidad y a la pérdida de la capacidad de control
de las entidades religiosas. Aunque la gente mantiene algún tipo de pensamiento religioso,
ya que es muy difícil que lo pierdan, lo que ha perdido definitivamente es su conexión con la
Iglesia. Por otro lado, quizá lo que agrava más esta situación, es que está permanentemente
sometido a la deformación ideológica de los medios masivos de comunicación, cuyo interés
no es precisamente formar a la sociedad sino ampliar sus mercados y sus ganancias de
cualquier manera. Los medios están siempre dispuestos a abrirle sus puertas a cualquiera
que le garantice audiencia, no importa lo que este diga o haga. Y por supuesto, lo popular es
una vez más, lo más fácil y agradable, lo que relaja y evita todo compromiso futuro.



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Religiosidad positiva y negativa

La conducta religiosa resulta positiva cuando fomenta el crecimiento interior de la persona,
su desarrollo individual y su estabilidad psicológica ante los embates de la vida. Quienes
tienen una sólida formación religiosa y profundas convicciones religiosas, están en mejor
situación para soportar las adversidades repentinas de la vida, tienen mejor disposición para
seguir en sus propósitos, y hasta curan más rápido de sus dolencias. La religión como
fuente de normas y valores facilita la organización de la vida, sirve como soporte no solo
para estructurar su existencia en torno de esas ideas básicas sino como pauta para
desenvolverse socialmente. En muchas ocasiones las personas no tienen más que pautas
religiosas para su vida, ya que nadie más se las provee. Y aquellos que adolecen de estas
pautas, salen al mundo como si entraran a un escenario sin tener ningún libreto, y es obvio
que no les queda otra alternativa más que improvisar toda su existencia, carecen incluso de
conceptos elementales como lo bueno y lo malo. No importa discutir qué es “bueno” y qué
es “malo”. En cierto momento lo importante es al menos tener estos conceptos. Quienes los
tenemos podemos luego darnos el lujo de cuestionarlos, pero antes hay que tenerlos. Es
muy común hoy encontrar personas que no manejan concepto alguno de lo malo, en medio
de una sociedad caótica y permisiva.

En el otro extremo, la conducta religiosa se vuelve negativa cuando limita y asfixia al ser.
Una causa muy común son las interpretaciones equivocadas de la Biblia. La obsesión que
llegan a alcanzar algunas personas impide que puedan ver más allá de sus textos sagrados.
La vida gira casi de manera exclusiva en torno de lo religioso, el pensamiento está enfocado
en los pasajes bíblicos y en la Palabra del Señor. Se pierde el deseo y la actitud por resolver
los problemas de la vida abandonándose “en las Manos del Señor”. Es evidente que se trata
de una especie de adicción por las ideas y símbolos religiosos, casi siempre acompañada
de conductas obsesivo compulsivas. La vida de estas personas resulta empobrecida.
Algunos rituales llegan a ser particularmente peligrosos para la salud. Muchas sectas
incorporan rituales de sanación que pueden llegar a comprometer seriamente el estado
clínico de un enfermo. Aun las más inofensivas, como las imposiciones de manos, llevadas
al extremo ocasionan el agravamiento de una enfermedad mientras el paciente experimenta
una sensación subjetiva de mejoría que engaña a todos. Los casos más conocidos son los
de pacientes que se niegan a recibir trasfusiones, e incluso están quienes se niegan a
consumir fármacos.




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Religión y salud

Los profesionales de la salud a menudo tenemos que enfrentar una situación clínica
agudizada por una condición de religiosidad extrema. Vemos pacientes que se han inflingido
lesiones en prácticas de fe como andar de rodillas, cargar cruces o andas pesadas, estados
agravados por ayunos prolongados. Los casos de salud mental vinculados a la religiosidad a
menudo pasan desapercibidos pero son tanto o más graves aun. Algunos pacientes
parecieran estar muy cerca de cierto grado de psicosis, especialmente aquellos que son
capaces de recitar de memoria diversas partes de la Biblia en respuesta a cualquier
pregunta. Estas personas prácticamente han declinado su capacidad de raciocinio a favor
de un mecanismo reflexivo para extraer razones desde la Biblia. Lamentablemente, como
fuente de preceptos conductuales, la Biblia no tiene mejores condiciones que “El quijote”,
resulta una fuente muy amplia y ambigua, y se presta a muchas interpretaciones. A lo largo
de la historia ha sido usada para justificar toda clase de actos, por lo general los más viles y
atroces. Hasta los años 70 del siglo XX, por ejemplo, la Biblia era el sustento ideológico de
los segregacionistas norteamericanos sureños, y declamaban sus versículos para justificar
la discriminación racial de los negros, de la misma forma en que lo hicieron antes sus
antepasados, quienes defendían la esclavitud con la Biblia en la mano. Las personas cuyo
razonamiento gira en torno de la Biblia tienden a ser muy literales y muestran una marcada
incapacidad para analizar la vida real. De hecho, existe una variedad mística de
esquizofrenia. Pero antes de llegar a este nivel de pérdida de la razón, existen etapas
previas que se mantienen en un umbral difícil de definir. Muchas personas de las que nadie
sospecha nada malo de su salud mental, de pronto aparecen un día sumergidos en un ritual
religioso espantoso, como el ocurrido con la secta del reverendo Jim Jones en Guyana,
donde cerca de mil personas se suicidaron en 1978. Tal vez los casos más cotidianos de
masacres humanas por distinta interpretación de textos sagrados son los que se producen
en zonas donde conviven grupos de diferentes religiones o incluso de distintas tendencias
de la misma religión. Las peores masacres de la historia son precisamente religiosas, por lo
general entre cristianos y musulmanes, y entre sunitas y chiitas.

Una forma negligente de vivir la religiosidad es apartándose del mundo para trasladarse a
un ambiente celestial, despreocuparse de su vida presente para vivir con los ojos puestos en
la otra vida, confiar más en la voluntad divina que en sus propias capacidades, dejarlo todo
“en manos del Señor”. Esta es una actitud típica en las personas ancianas y desahuciadas;
pero resulta contraproducente en otro tipo de personas. La mayoría de ellas ponen en
verdadero riesgo su salud por apegarse a creencias que muchas veces no tienen ningún
sustento religioso pero que de algún modo son asumidas como parte de su religión, son



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incorporaciones personales al pensamiento religioso que a veces terminan volviéndose
colectivas por contagio. En la Edad Media aparecieron por todos lados los flagelantes,
personas que caminaban dándose de latigazos para expiar sus pecados y anunciando el fin
del mundo, algo que se ha hecho característico de nuestra civilización. Muchas sectas viven
hoy todavía anunciando la próxima llegada del fin del mundo, en especial los Testigos de
Jehová. Sea por esta causa o alguna otra, hay personas que asumen formas especiales de
expiación. En México y Filipinas abundan las personas que se crucifican clavándose las
extremidades. Los sacerdotes se enfrentan horrorizados a estas aportaciones irracionales
de la religiosidad, pero no pueden evitarlo. Cuando se acercaba el final de siglo XX, millones
de personas se prepararon en todo el mundo para “el final de los tiempos”. Hoy anuncian
este final para el 6 de junio porque la fecha indicara 06/06/06. Estas personas son tan
literales que creen que el calendario juliano es un hecho real, no se percatan de que el
calendario solo existe en la imaginación de las personas, es un genuino producto de nuestra
realidad psicológica. Por otro lado, algunas reacciones psicóticas parecen estar vinculadas a
condiciones de religiosidad muy profundas, sin que esto signifique señalarlas como la causa;
por ejemplo, un cuadro común es la reacción psicótica pos parto, presente en mujeres de
profundas convicciones religiosas que de pronto se sienten pecadoras, impuras e indignas
del Señor. Asimismo, observamos por temporadas ciertas conductas masivas de tipo
místico, muy parecidas a la histeria colectiva, en las que una idea es contagiada
rápidamente entre una gran multitud, en especial cuando alguien cree ver una imagen
sagrada en una mancha, llegando a interpretaciones extravagantes de la realidad que
afectan la salud mental de una colectividad.

El profesional de la salud debería estar entrenado en este tipo de conductas para poder
llegar a distinguir una religiosidad saludable de una perniciosa. El manejo apropiado de la
religiosidad a favor de la salud puede exigir de parte del profesional, un conocimiento del
pensamiento religioso, de manera que sea capaz de comunicarse con el paciente en sus
mismos términos y situarlo en una senda de pensamiento que sea la más apropiada para su
esquema vital. En otras ocasiones puede resultar lo más indicado solicitar la presencia de
un sacerdote o pastor que sea capaz de confrontar al paciente bajo sus mismos raciocinios.
La situación más difícil es sin duda enfrentar principios religiosos establecidos por una
Iglesia y que perturban la acción médica. De manera que la religiosidad es algo que
debemos saber manejar. Ignorar una parte que el paciente estima de la mayor importancia,
puede ser una barrera muy seria entre el médico y su paciente. Hoy resulta tan importante
preguntarle al paciente por sus ideas religiosas como preguntarle por sus alergias, ya que
proporcionarle algo que no admite, incluso en su dieta, es tan contraproducente como
administrarle una sustancia a la cual es alérgico.



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Religión y medicina

A menudo la medicina se encuentra en medio de un debate social vinculado a su actividad,
y en muchos casos es parte de ese debate que lo enfrenta a los sectores religiosos
opuestos a determinadas prácticas médicas tales como la eutanasia, eugenesia, el aborto,
el control de la natalidad, la experimentación científica, etc. Desde muchos siglos atrás,
cuando los médicos eran condenados como profanadores de cadáveres, el ejercicio de la
medicina ha estado en el medio de la controversia. Esto se debe en parte a que las
sociedades tardan mucho tiempo en variar sus conceptos, pero también se debe a
condiciones mentales inapropiadas para abordar asuntos científicos. Por ejemplo, el hecho
de pretender determinar el momento exacto en que comienza la vida es tan ridículo como
tratar de señalar el instante preciso en que la noche se convierte en día. Aquí hay una
interferencia del mundo subjetivo humano en la realidad. En ciertos casos lo que el hombre
ha hecho es un esquema artificial para dividir la realidad y así entenderla a su modo. Por
ejemplo, ha señalado un día para que sea el inicio del año. Pero esto es absolutamente
arbitrario y subjetivo, ya que en la realidad no existe tal división. Tratar de plantear este tipo
de interferencia ideal en todos los aspectos de la realidad, nos conduce en determinado
momento a situaciones absurdas como las que se producen en el debate del inicio de la vida
humana. Este no es un debate científico. Se convierte más bien en un debate histérico. Un
aspecto más de la llamada “mente discontinua”.

Como sea, el médico debe estar preparado para lidiar en este enfrentamiento y su formación
académica debe ir mucho más allá de los conceptos estrictamente médicos, ya que los
terrenos en los que tendrá que moverse son muy amplios y variados. El cuerpo humano es
solo una instancia del ser humano, existe todavía un territorio muy amplio más allá del
organismo que los médicos estudian. Desconocerlo, sin duda limitaría bastante su
capacidad profesional. Este curso tiene la pretensión de poder ampliar esos horizontes.




                                               ***




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El origen del pensamiento religioso: las primeras interrogantes del nuevo ser consciente

  • 1. El origen del pensamiento religioso Mag. Dante Bobadilla Universidad de San Martín de Porres Facultad de Medicina Humana Lima – Perú Introducción La religiosidad es un componente fundamental del ser humano. Ha estado presente desde que el hombre apareció sobre el planeta. Desde aquellos remotos tiempos y hasta nuestros días la religiosidad estuvo adquiriendo una infinita variedad de formas ligadas siempre a las necesidades profundas de cada pueblo y expresando una particular cosmovisión de acuerdo a su época y circunstancia. Jamás hubo pues ningún momento en la historia ni lugar en la Tierra sin algún tipo de manifestación religiosa. Sin embargo, este hecho tan evidente como importante permaneció siempre invisible para la psicología y otras ciencias humanas. Tal vez como un efecto de lo cotidiano, es decir, por aquello de que nadie se percata de lo que le rodea porque se asume como parte del escenario natural. Casi siempre le prestamos mayor atención a lo insólito y extraordinario mientras que todo lo demás, lo ordinario, no motiva nuestro interés. Este ha sido el caso de la religiosidad, y muy pocos se ha ocupado de ella convenientemente, es decir, científicamente. Se ha hecho ciencia al margen de las ideas religiosas, y peor aún, la ciencia estuvo supeditada al pensamiento religioso, pues casi todos los principales filósofos de la ciencia y científicos famosos han sido creyentes. Las bases del pensamiento científico, es decir, la cosmovisión de la ciencia primigenia, fue concebida desde las visiones religiosas de la época, que concebía un universo perfecto por ser la obra de Dios, y que funcionaba en perfecta armonía como un mecanismo de reloj suizo. Las causas y los efectos de la visión determinista se sucedían inevitablemente a partir de la voluntad de Dios. En suma, ni la ciencia se escapó del pensamiento religioso. Han tenido que pasar muchas cosas para iniciar la reconstrucción de la ciencia al margen de las visiones religiosas. Y en especial, la reconstrucción de la psicología, que fue asociada con el estudio del alma, en determinada época. A la religiosidad a menudo se la ha atacado, incluso rabiosamente, como lo prueban diversos sitios web sobre ateísmo, siendo quizá el más famoso de ellos el de Richard Dawkins. Lo cual me extraña, pues siendo Dawkins un evolucionista, no ha intentado explicar la religiosidad sino simplemente atacarla. Desde mi punto de vista, la mejor opción es explicarla. Ese es el papel que le corresponde a la psicología, más que a ninguna otra ciencia. 1
  • 2. En la categoría de conductas complejas, la religiosa tiene características únicas que la hacen quizá la más compleja de todas. La psicología tradicional, sin embargo, nunca se interesó por el estudio de una conducta tan ampliamente extendida en el mundo y en el tiempo, y tan determinante en la historia y la civilización. El interés en el estudio del origen de la conducta religiosa surgió más bien en la paleontología y la antropología, y solo posteriormente la psicología evolutiva acudió a completar el equipo. Hoy es mucho lo que se ha avanzado luego de perseguir el pensamiento religioso a través del tiempo y descubrir, ya en el neolítico, la religión de los cazadores, de los agricultores, alfareros, etc. Se han hallado templos, oráculos; recopilado estatuillas, grabados; recogido mitos y leyendas de diversas culturas, descubriendo entre ellas las mismas raíces ideales. En añadidura, la historia y la sociología se han sumado al esfuerzo por esclarecer el rumbo que fueron adoptando estas ideas, y de qué manera estuvieron mutando, mezclándose y evolucionando hasta establecer las grandes religiones monoteístas que hoy subsisten después de siglos. Finalmente, la historia particular de cada religión contemporánea es también una última y necesaria ayuda para entender este fenómeno universal, ya que muchos pueblos llevaron sus religiones hasta otros confines de la Tierra. La religión, la lengua y la cultura fueron los principales productos de exportación durante milenios, y lo sigue siendo hoy. En suma, la psicología está ya en condiciones de poder explicar con suficiente solvencia el origen y la causa de la conducta religiosa que domina nuestra cultura y trataremos de resumirlo en este pequeño artículo. Los fundamentos de la religiosidad La religión en nuestros días empieza por una sola y simple pregunta: ¿quién creó al hombre y al universo? Esta es la pregunta fundamental que se hace todo creyente para empezar su pensamiento y conducta mística, sea cuales fueran las formas que adquieran. La mayoría de las religiones, incluyendo la judeocristiana, empieza por resolver esta cuestión antes de proseguir con el resto de su estructura ideológica. De modo que debemos empezar por estudiar esta primera actitud. Hay allí, en principio, una motivación que analizar. Por tanto, la interrogación para nosotros es ¿porqué nos hacemos esta pregunta en particular y porqué arribamos a una respuesta en particular? Hay muchísimas cuestiones que pueden intrigar al hombre tales como porqué calienta la luz del sol, porqué la luna no nos cae encima, porqué cambian las estaciones, etc. Sin embargo nada de esto le ha producido tanta inquietud al ser humano como el tema de su origen último. El hombre quiere saber esencialmente cuál es su origen, de dónde proviene y adónde pertenece; para empezar, desea conocer quién es su padre y su madre, cuál es su pueblo, su dinastía, familia, etc., y esto se debe sin duda 2
  • 3. a una herencia antropológica perfectamente comprensible. La búsqueda de los progenitores es algo que está programado genéticamente en la biología humana -como en la de otras especies- lo mismo que la búsqueda e identificación de su grupo. ¿Quién soy? y ¿de dónde provengo? son preguntas que están grabadas en los genes. No es pues algo casual ni gratuito. Es supervivencia. A partir de esta comprobación ya podemos establecer el impulso original de la pregunta que atormenta al ser consciente: ¿de dónde proviene finalmente? No se trata entonces de una interrogante cualquiera, una pregunta surgida del azar. Ninguna idea le sobreviene al ser humano por azar, siempre tiene una motivación fundada. De hecho, una interrogante tan obsesivamente presente en la conciencia humana de cualquier cultura y época como el de su origen último tiene que estar profundamente justificada, debe obedecer a un sustrato biológico definido en su configuración animal, y es perfectamente rastreable en otras especies. Aun tratándose de un ser racional, con todas las maravillosas facultades que tiene su cerebro, el hombre no está exento de la influencia de sus programas genéticos; estos se cumplen inexorablemente y lo impulsan en una determinada dirección. El ser consciente debe responder a estos apremios con su inteligencia y buscar respuestas. Algo que podemos corroborar a ciencia cierta es que la mayor parte de las veces el ser humano ha usado su prodigiosa inteligencia para justificar acciones que tienen su origen en sus impulsos biológicos más profundos. Ideologías profusas han surgido a lo largo de todas las épocas para justificar acciones predadoras como el racismo o la esclavitud. Por ello no nos sorprende encontrar que el pensamiento religioso corresponde a una forma racional de responder a conductas o impulsos que tienen sustratos biológicos y antropológicos. Es allí donde en última instancia tiene su origen esa inquietud fundamental ¿quién nos creó? Pero hay otras igual de importantes: ¿a dónde van los muertos? ¿De dónde vienen las crías? Etc. Cualquier pregunta que el hombre se haga surge en el contexto de su conciencia, y en ningún otro lugar, en consecuencia es allí realmente donde tenemos que ubicar todas las respuestas y no afuera: ¿Quién se hace esa pregunta y porqué? ¿Cómo llega a resolver la cuestión? ¿Qué tipo de respuestas aplacan su inquietud? Eso es lo primero que debemos considerar a la luz de las evidencias que nos brindan la antropología y la historia, para finalmente elaborar una cabal explicación psicológica del fenómeno religioso. La religiosidad es una conducta que ha cambiado mucho a lo largo de los tiempos. Ha mutado tanto como el idioma, el pensamiento y la cultura. Entender la religiosidad de hoy es muy distinto a entender lo que fue en sus orígenes más primitivos y en cualquier otra época de la historia. No es, por tanto, forzosamente necesario para entender la religiosidad actual, remitirnos a las épocas prehistóricas en que se dan inicio a las primeras ideas mágico religiosas de los humanos, pero puede ser de mucha ayuda si lo que queremos es 3
  • 4. profundizar en las motivaciones psicológicas que tienen las personas para abrazar ideas religiosas. Todo tiene un principio. Vayamos pues al principio de estas ideas. Las primeras interrogantes del nuevo ser consciente La famosa pregunta “¿quién creó el universo?” apareció cuando este tenía 14,000 millones de años expandiéndose (al menos este universo que ahora vemos). Nuestro planeta tenía unos 4,600 millones de años y el hombre apenas 100,000 años transitando. El tema surgió recién cuando hubo un cerebro capaz de hacerse esta pregunta, y toda clase de preguntas, ya que el mundo entero resultaba una gran incógnita para el ser primitivo consciente. Los millones de cerebros de miles de otras especies que poblaron la Tierra antes que el hombre, y luego junto a él, nunca se hicieron esta curiosa interrogante -ni ninguna otra- y aun siguen sin hacérsela, lo cual –como ya sabemos- no ha impedido que subsistan. Y no hablemos de otros confines del universo en el que hay miles de millones de mundos donde probablemente nadie se está planteando esta peculiar incógnita. Se necesita más que un cerebro, se requiere un cerebro con conciencia para poder hacerse preguntas. Pero más que eso aún, se necesita que esta conciencia tenga determinadas características para poder hacerse cierto tipo de preguntas en particular y conformarse con cierto tipo de respuestas en especial. Esto quiere decir que si la evolución hubiera tomado otro rumbo, y si los humanos hubiésemos adquirido otro tipo de cerebro, sencillamente jamás nos hubiésemos interesado por esta cuestión, y tal vez viviríamos tan tranquilos como las demás especies. Incluso si la mente humana hubiera elegido otras estrategias para afrontar sus apremios conscientes iniciales, nuestra historia evolutiva hubiera sido muy distinta. Claro, no se trata únicamente de decir que si no hubiera llovido anoche, hoy no estaría mojado. Pero realmente es necesario dejar bien en claro que si está mojado es justamente porque llovió toda la noche. Esa es la primera cuestión que debemos tener en cuenta. Esto trata de darnos a entender que si el pensamiento religioso logró establecerse tan firmemente en la mente humana no fue de manera gratuita, accidental, sino que hubo de ocurrir algo que pueda explicarlo. De hecho tuvo un origen y un proceso evolutivo. El pensamiento humano tomó el rumbo que ya conocemos, pero ahora nos interesaría saber algunas cosas básicas como por ejemplo ¿por qué precisamente esa pregunta y no otra? Aunque para esto ya hemos ensayado una tesis, quizá deberíamos también considerar aquella respuesta en particular que seduce al ser humano y aplaca sus inquietudes ¿Y porqué precisamente esa respuesta y no otra? Es decir, ¿por qué arribamos a la idea de un dios y no a otro tipo de solución a la inquietud original? 4
  • 5. Toda pregunta nace de una inquietud. No aparece simplemente. Hay una inquietud previa que la hornea hasta alcanzar la temperatura apropiada para surgir. Finalmente se manifiesta de una manera racional; pero no se trata de una cuestión verdaderamente racional, lo que el sujeto busca en realidad no es una respuesta a la interrogante planteada racionalmente sino eliminar la tensión interna que le produce su inquietud, ese es todo su propósito. Resultaría inútil buscar una verdad que sin duda no está en condiciones de comprender. Todo lo que busca y necesita es calmar su inquietud interna. Desde luego, la respuesta debe estar al alcance de su comprensión racional, de todos modos. Es por ello que cualquier tipo de respuesta será aceptada si tan solo consigue calmar sus inquietudes. No tiene que ser una verdad. Nunca lo fue, pues el conocimiento verdadero (científico) es algo que tardó mucho más en llegar a los seres humanos. Por supuesto, hace unos cuarenta mil años nadie estaba en condiciones de comprender cómo surgió el universo, tampoco podían esperar demasiado por una respuesta pues el stress los hubiera aniquilado. La supervivencia exigía respuestas y estas llegaron para cumplir una urgente misión que no tenía nada que ver ni con el conocimiento ni con la verdad sino con el stress. De hecho, los hombres nunca necesitaron una verdad científica para calmar sus inquietudes internas y seguir viviendo. Tan solo buscaban una buena respuesta, eso era todo. Si ella les proporcionaba alivio, se le admitía y se le defendía, como se cuidan las plantas que nos proporcionan alivio al ser consumidas. Así de simple. No se necesita más para continuar con la evolución, y eso es lo único que importa en términos biológicos. En ese momento nadie se interesaba mucho por la verdad, tal como la concebimos hoy. La humanidad no empezó a pensar haciendo filosofía y ciencia sino haciendo supervivencia. Lo que en realidad hacía falta era una idea que restituya la homeostasis interna. Cuando ella se logra, se la defiende; luego el ser consciente elabora los esquemas lógicos necesarios para establecerla. Este es un mecanismo que subsiste hasta nuestros días: cada vez que el ser humano sano se confronta con una situación adversa, surgen ideas que procuran restituir el equilibrio psicológico, incluso es capaz de engañarse, luego se elaboran raciocinios que defiendan estas ideas favorables. Esto explica la gran cantidad de respuestas religiosas que han surgido en el mundo a lo largo de los tiempos, y aunque muchas se mantienen hasta hoy, todavía siguen apareciendo otras en el horizonte, demostrando que este mecanismo sigue vigente en el hombre. Cada expresión religiosa es en realidad una respuesta efectiva a ciertas necesidades psicológicas concretas de un segmento humano específico. Cada época plantea además nuevas y distintas inquietudes y exige nuevas y distintas respuestas. Esta es la causa del incalculable número de manifestaciones religiosas diseminadas por el mundo. Ellas son en sí mismas, la prueba fehaciente de que el pensamiento religioso es fundamentalmente una respuesta íntima de algún grupo humano específico que enfrenta 5
  • 6. inquietudes psicológicas concretas. Pero tratemos ahora de indagar cómo surgen estas primeras inquietudes en el ser humano hace ya varios miles de años atrás, durante la aparición de la conciencia. El inicio de la conciencia En su camino hacia la complejidad, la biología estuvo tratando de generar un cerebro que fuera capaz de programar la conducta y almacenar ese programa en su propia memoria, para luego hacerle algunas variaciones destinadas a una rápida adaptación que no tomara millones de años, como le ocurría a los cambios genéticos. Eso era todo. Luego de una serie de intentos fallidos en el que muchas especies humanoides perecieron a lo largo de millones de años, algunas extraviadas en una especie de esquizofrenia, por fin se obtuvo algo funcional y eficiente. Programar no es una tarea simple. Se requiere una habilidad que pocos adivinan. Por ejemplo, se necesita recrear escenarios ficticios, hacer modelos, trazar una secuencia de pasos que conduzcan a una meta que antes debemos imaginar, aprender las propiedades de muchos elementos que concurren como factores, saber desarrollar el programa y evaluar los resultados de cada etapa confrontándolo con lo deseado, anticiparse al resultado final y poder hacer las correcciones pertinentes sobre la marcha, en función a las nuevas circunstancias generadas, y todo esto a la velocidad de la luz. A medida que las capacidades del cerebro aumentaban, esta secuencia de pasos podía ser cada vez más amplia, es decir, se podían construir programas más complejos, recrear escenarios más enmarañados y poco a poco el humano fue apropiándose del futuro; es decir, ya no vivía ligado al presente inmediato como las demás especies sino que podía planificar. La consecuencia indirecta de todo esto fue la conciencia. Podría decirse que fue un efecto secundario. Tal vez no era realmente necesario tener la conciencia que tenemos hoy, tan solo se necesitaba un proceso generador de modelos, un simulador que copiara la realidad para recrear intentos virtuales de acción, un procesador simbólico, pero al final se obtuvo la conciencia tal cual; fue un regalo adicional del propósito biológico de producir un cerebro capaz de programar conductas adaptables a circunstancias inmediatas. Así pues queda claro que mientras el cerebro de las demás especies estaba programado, tenía un software biológico definido y repetido igual en todos los individuos; ahora no se trataba de generar un cerebro con un programa más complejo sino de producir un cerebro capaz de autoprogramarse. Y esto implica necesariamente producir un cerebro capaz de generar su propia lógica como paso previo e indispensable a cualquier otro intento mental. El cerebro debía, en primer lugar, estructurar una lógica de pensamiento. 6
  • 7. A diferencia de un cerebro programado, un cerebro programador viene sin software, está en blanco y debe construir su propio software; pero para hacerlo requiere de ciertos elementos como una lógica básica que le permita ensamblar sus instrucciones en algún orden. El cerebro debe estructurar esta lógica básica antes de pensar o programarse. Esto convierte al cerebro en una especie de gran esponja dispuesta a absorber todo lo que le sirva para construir su esquema lógico. Mientras tanto, la conducta humana podía seguir regida por sus fundamentos biológicos y animales sin ningún problema. En la arquitectura humana todavía estaba intacta la parte del cerebro programada biológicamente, capaz de guiar al individuo mientras que la capa superior –el neocórtex- aprendía a programarse. De manera pues que el complejo nuevo cerebro que estrenaba el homo habilis era un cerebro dual: tenía un fundamento programado biológicamente y una capa superior en blanco, la cual debía contener y ejecutar su propia lógica y sus propios programas. Entre ambos existía una recámara conocida como la zona límbica, la cual proporciona los escenarios subjetivos que provienen de sus percepciones, de modo que el neocórtex no trabaja directamente con las sensaciones sino con un subproducto más complejo. Inicialmente, en el proceso de aprender las propiedades del mundo que lo rodea, el cerebro fue memorizando causas y efectos, hasta que descubrió un principio: todo ocurre por una causa. Esa fue la primera ley lógica incorporada a la conciencia. El cerebro al fin tenía su primer principio lógico para iniciar su razonamiento y fue entonces cuando empezó a pensar. Consideremos que las únicas causas que el primitivo podía explicarse y entender satisfactoriamente eran las que él mismo generaba con sus actos. Todo lo demás le era desconocido. Hoy para nosotros es muy fácil entender la vida porque tenemos diez mil años de cultura almacenados en el cerebro, pero en los primeros días de la conciencia humana el hombre vivía lleno de interrogantes ¿Quién causa la lluvia? ¿Quién oculta la luz? El mundo entero estaba repleto de interrogantes que empezaron a actuar como una fuente de stress. El hombre sabía que él mismo provocaba algunos eventos, pero ¿quién era el responsable de lo demás? El nuevo cerebro se hacía preguntas porque debía generar una lógica como requisito previo para generar programas adaptativos, o sea para pensar, pero no era fácil obtener las respuestas. Fue entonces atormentado por el stress y dominado por el miedo. Otro efecto secundario. Todo tiene un efecto secundario, residual, y el efecto secundario de tener conciencia fue adquirir una nueva fuente de stress: el miedo a lo ideal y desconocido. ¿Quién movía el mundo que les rodeaba? ¿Qué les pasaba a los muertos? El ser consciente ya no solo le temía a los elementos de la naturaleza sino ¡a los suyos propios! A sus propias ideas e interrogantes, a sus sueños y recuerdos. El hecho de no poder hallar una causa era una 7
  • 8. fuente de stress para el ser lógico. La base del cerebro humano, herencia de su antepasado reptil, programada para experimentar stress ante condiciones ambientales, empezó a sentirlo también ante los escenarios generados en el neocórtex y ante las interrogantes irresueltas. Esta puede ser considerada como una de las grandes fallas cometidas por la maravillosa naturaleza. Obviamente en el proceso de construcción de algo tan complejo como el ser humano se presentan inconvenientes como este, pero hay que enfrentarlos y darles una solución que permita seguir el camino evolutivo o perecer en el intento, así de simple, tal como les sucedió a varias especies de humanoides durante unos 5 millones de años, hasta que llegó finalmente una que logró sobrevivir con una solución bastante simple y apropiada. Esta situación de stress tenía que ser resuelta de algún modo y hubo una especie que la resolvió. En su conciencia que ya era bastante amplia había generado una realidad diferente a la que le rodeaba, una realidad psicológica, virtual, y en ese mundo suyo tan propio y particular inventó seres ideales atribuyéndoles la responsabilidad de cada cosa. Así tan simple y genial como eso. De este modo el volcán no era sólo el volcán sino que en su mundo interno cobró vida y se transformó en un ser ideal, en un ser animado, con voluntad propia, con el que podía “conversar” y “negociar”. Con ello venció el stress y pudo vivir en paz con su entorno y su conciencia. Ya tenía las respuestas que buscaba. Los genes programaron al cerebro con su misma estrategia evolutiva: buscar, retener lo útil y seguir buscando en la misma dirección. En este trabajo se acumulan muchas cosas útiles y luego nunca más se deshace de ellas sino que le sirven de base para continuar. El cerebro también busca respuestas y si encuentra alguna que le resulta buena, en el sentido de relajar su stress, la adopta y la defiende. También se rige por la ley universal del menor esfuerzo, es decir, el menor consumo de energía, de modo que si hay algo que cuesta menos y da buenos resultados, eso es lo ideal. Estas leyes aun hoy siguen vigentes en el pensamiento y el actuar de los humanos. Las cosas fáciles y agradables son siempre las preferidas. Con seguridad ese fue el momento en que la conciencia empezó a regir plenamente en el ser humano, es decir, sobreponiéndose y reemplazando a la base del cerebro programada biológicamente. En un principio debió establecerse una lucha entre la base del cerebro y el neocórtex, (entre los instintos y la conciencia, por llamarlo de otro modo) por el control del individuo. De hecho existió una suerte de complementación entre ambas esferas. Ya habían surgido en los humanoides conductas de sumisión como respuestas automáticas dirigidas a los elementos más imponentes de la naturaleza. Esta conducta derivó de una estrategia adaptativa muy antigua, ya que la sumisión es útil cuando no se puede huir ni agredir. Los primitivos apelaron a esta herencia antropológica y al adoptar sus nuevos conceptos ideales 8
  • 9. iniciaron una nueva conducta de adoración general, indiscriminada, orientada hacia casi todo lo que les rodeaba. Es así que pasaron de la sumisión a la adoración como complementación del accionar de ambas esferas del cerebro. Y esta conducta adaptativa persistió hasta cuando el hombre fue capaz de descubrir otras respuestas más eficientes. Los primeros humanos conscientes le atribuyeron “animación” y voluntad a los fenómenos. Era obvio que algo los tenía que mover, y acabaron considerándolos como seres animados. El origen de la palabra “ánima”, de donde deriva “animal” entre otras, es muy elocuente, y terminan refiriéndose a lo que hoy se conoce como “alma”, es decir, aquello que nos mueve. Otra observación interesante fue que los muertos exhalaban el aire antes de morir, pero la palabra que designaba al aire era “espíritu”, de donde deriva la idea de que los muertos se quedan sin espíritu, lo cual es verdad. Por consiguiente, alguien tenía que haberles insuflado ese espíritu para que pudieran vivir. Pero tanto la palabra “alma” como “espíritu” han sufrido las deformaciones del tiempo y hoy tienen connotaciones totalmente diferentes, y designan a algo inmaterial que supuestamente es lo que nos “anima” y da vida. Podríamos afirmar que una de las principales funciones del pensamiento ha sido explicar y justificar la conducta primitiva del ser humano en todas las épocas. Algo que muchos años después Freud denominaría “racionalización”. Y una de las primeras conductas que los humanos buscaron explicar con buenas razones fue la sumisión transformada en adoración. También era indispensable explicarse la causa de sus propias conductas, no solo los fenómenos externos llamaban la atención del ser consciente, sino también los suyos propios. La justificación no solo sirve para evitarnos el sentimiento de culpa, (esta es una aplicación moderna) su principal utilidad es que le otorga una “causa” a nuestro comportamiento, pero a la vez crea una idea artificial, falsa, y contraproducente porque a partir de ella se derivarán una larga serie de ideas que, aunque estén lógicamente conectadas, emanan de una misma idea común falsa. De manera que el ser humano estrenó su pensamiento buscando causas que le expliquen de manera satisfactoria los fenómenos, tanto del mundo externo como los suyos propios. Está claro que sus explicaciones tenían que ser falsas necesariamente, pues estaban a miles de años de distancia del pensamiento científico, pero no se podía esperar; había que empezar con unas cuantas ideas simples pero eficientes. Lo malo es que una vez establecidas estas, tenían que mantenerse a través de una larga serie de ideas conectadas lógicamente con ellas, lo cual trajo como consecuencia la mitología y, posteriormente, la teología. La lógica que ya había ganado el ser humano indicaba que todo debía tener una animación similar a la que movía al mismo hombre. Al principio eran las cosas mismas las que tenían animación. La idea de un ente ideal, es decir, la separación del concepto “ánima”, la 9
  • 10. autonomía de alguien encargado de esa animación, vino mucho después. Una vez establecidos estos “seres” en la mente humana, permanecerían allí mutando durante los siguientes millones de años; los hombres se “comunicaban” con estos seres ideales para hacerles sus peticiones y les atribuían sus propios deseos y sentimientos, desarrollando el proceso que Freud llamaría luego “proyección”. Así pues, el hombre fue construyendo sus dioses a la medida de sus temores y necesidades, tomaron forma, y el proceso de mutación de estos seres ideales no se detendría nunca más en la mente humana. La forma que adquirieron estos seres ideales fue muy variada, y algunos pueblos como el hebreo llegaron a resumirlo en un solo ser ideal animador de todo: su nombre era YHVH, cuyo significado parece referirse al SER o “aquel que es”. En la posterior mezcolanza de razas, pueblos, ideas y lenguas, predominó una palabra derivada del dios griego Zeus y quedó como “Dios” establecida en el latín y subsiguientes lenguas. Aunque la idea que hoy se maneja de “Dios” ya no tiene nada que ver ni con Zeus ni con YHVH. No solo es una mezcla curiosa de palabras sino de conceptos a lo largo de milenios. Actualmente para los cristianos católicos Dios es parte de una trinidad divina. Así pues, el hombre no se despojó de su naturaleza animal para transformarse en un ser “espiritual”, en realidad solo justificó su conducta de origen animal con ideas espirituales. Y ese fue realmente el inicio de lo que más tarde sería el pensamiento mágico religioso. Todo lo demás se produjo como resultado evolutivo de la mezcla de ideas, lenguas, razas y culturas a lo largo de milenios. Así, cada dios o conjunto de seres divinos, responde exactamente a las características de pensamiento del pueblo que los crea, y llegan a ser tan distintos como lo son estos pueblos en idioma y costumbres. Las religiones hoy En los últimos doscientos años, con la llegada del pensamiento científico, todas las ideas religiosas han perdido el vigor de antaño al quedar en evidencia sus errores. Aquellas ideas que solventaron el desarrollo del pensamiento humano en sus inicios, hoy, cumplida su vital misión, se repliegan para formar una interesante y valiosa colección de pensamientos que forman parte de la herencia cultural de la humanidad y de los pueblos en particular. Aunque la religiosidad, como componente inherente de esta especie sobreviviente, se mantiene con un vigor capaz de retar al pensamiento científico, incluso a despecho de sus evidencias. Por otro lado, las diversas religiones han estado siempre en confrontación entre sí, pero en los últimos tiempos, gracias al poder destructivo de las armas, la humanidad se ha puesto en el mayor peligro de extinción que haya atravesado jamás debido a estas confrontaciones de 10
  • 11. bandos religiosos diferentes. Un hecho relevante es que el pensamiento científico ha llevado a las naciones a la colaboración, en tanto que el pensamiento religioso ha empujado siempre a la confrontación más radical. Desde un punto de vista muy estricto, podríamos afirmar que el ser humano es un verdadero condensado de fallas evolutivas que han tenido que ser resueltas de algún modo sobre la marcha. Las encontramos por todos lados, y es justamente por eso que el hombre necesita tanto de médicos y psicólogos, y está condenado a soportar una interminable variedad de complicaciones biológicas y psíquicas. Ciertamente no fue muy original de parte del hombre atribuir las causas de todo a “seres” de naturaleza ideal, invisibles como sus propios miedos y sueños. Es una respuesta bastante simple y cómoda, y además estaba de acuerdo con su lógica, pero lo más importante de todo es que relajó su stress. Al final, todo lo que se necesitaba era una respuesta que relaje el stress, nada más que eso. Desde aquellos días y hasta hoy, el pensamiento humano persigue exactamente lo mismo: comodidad y bienestar para el ser. Una idea que aplaque el stress, eso es todo. Veamos un ejemplo simple, actual y cotidiano: nada puede calmar mejor la pena por un ser querido que acaba de morir, que pensar que está vivo en el paraíso, que ha pasado a una vida mejor, que ha sido llamado por Dios, etc. Todas estas ideas son bastante simples, tienen bastante lógica, aunque carecen totalmente de racionalidad, pero son excelentes relajadoras del stress; en efecto calman la pena, aplacan el sufrimiento, disminuyen la congoja, etc. Y eso, por supuesto, es más que suficiente para adoptarlas, es lo que hace falta, lo que necesitamos; estas ideas nos protegen, cumplen una función vital. Y así funcionó el ser humano durante milenios. Tuvo que surgir una odiada subespecie, después de una prolongada evolución ulterior, para que el pensamiento buscara algo diferente llamado verdad. Pero esta subespecie sería duramente combatida hasta nuestros días, ya que ciertas ideas no cumplen los requisitos psicológicos para ser adoptados; por el contrario, algunas de ellas llegan a ser no solo detestables sino verdaderamente nocivas, nos remueven todos los cimientos. Y este artículo puede ser uno de esos casos. Un sector de la humanidad se enfrenta hoy a estas ideas “peligrosas” en una curiosa representación social y cultural del fenómeno psíquico llamado “negación”; en una forma de “mecanismo de defensa” social o cultural aun no reconocido. Está claro pues que para la humanidad no es necesaria la verdad, nunca lo fue y puede hasta resultar peligrosa, dañina. Podríamos evitarla tranquilamente. Después de todo, no hace falta que el hombre viaje al espacio, procure llegar a Marte, escudriñe el universo para descubrir la verdad del cosmos. Nada de eso es necesario. Podríamos quedarnos aquí a seguir construyendo templos y ser felices. 11
  • 12. El inicio de las religiones El mundo del ser humano dejó de ser el mundo real y paulatinamente se convirtió en un mundo ideal. La conciencia le permitió “escapar” de la realidad física y trasladarse a la realidad virtual de su conciencia que es en donde habita desde entonces. Si bien esta realidad virtual ha sido reestructurada varias veces, difícilmente se ha desligado de sus ideas primitivas, aquellas que le dieron buenos resultados para calmar su stress. Al igual que los genes, los memes conservan sus buenos resultados y los acumulan, mutan con otros memes similares ampliando el escenario mental. Por ello resulta tan difícil al hombre desligarse de sus ideas primitivas, estas permanecen actuando como base para sus nuevas ideas. Cuando el hombre atribuyó las causas del mundo a seres ideales, y estas ideas pudieron transmitirse facilitando la propagación de memes, surgió el pensamiento religioso. Esta fue la primera forma de pensamiento social establecida. Luego la cultura fue reestructurándolas y así surgieron las primeras religiones. Pero aquí es donde las cosas cambian rotundamente. La aparición de las religiones supuso otro paso en la evolución de los humanos, y ya no estuvo únicamente vinculada a sus necesidades íntimas ni a los requerimientos de su conciencia ni a la lógica de su cerebro. Las religiones respondían a otro tipo de necesidades distintas: necesidades sociales. El primer tipo de pensamiento había sido ya definido para los seres humanos y no cambiaría nunca más, estas obedecían a sus necesidades íntimas y serían tenazmente defendidas. En los siguientes milenios tan solo acumularían más ideas en el mismo sentido mágico religioso, casi siempre buscando justificar sus acciones e impulsos animales, como por ejemplo sus apetencias sexuales, sus odios cainitas hacia pueblos o razas rivales, su deseo de dominación social, etc. y generaría una gran infinidad de variantes a partir de esas mismas primigenias ideas mágico religiosas. Exactamente igual al desarrollo de las múltiples especies biológicas partiendo de las mismas soluciones iniciales. El siguiente peldaño entonces fue la construcción de religiones. Viéndolo comparativamente, es bastante sugerente la similitud que hay entre el proceso de la evolución de especies y la evolución del pensamiento religioso, si consideramos cada secta como una especie. Parecen seguir los mismos patrones. De hecho, el pensamiento religioso ha sido también un producto evolutivo y se ha regido por las mismas leyes, unas leyes increíblemente sencillas pero aplicadas y acumuladas durante mucho tiempo. En el sujeto consciente la incertidumbre significa stress. La búsqueda de certidumbre es el camino hacia la eliminación del stress. Cualquier idea que elimine el stress será acogida, pero con mayor facilidad aquella que demande menor energía. Si a partir de la lógica ya fijada en el cerebro surge una idea que no requiere demasiada energía (o sea fácil) y resuelve el stress, no hay que seguir buscando. El stress está eliminado. Luego esa idea será protegida como 12
  • 13. un elemento ganado en la evolución. De este modo el hombre ha acumulado gran cantidad de ideas “protectoras” que -aun cuando las evidencias le demuestren su falsedad- no son eliminadas sino convenientemente defendidas. Por ejemplo, una de las creencias favoritas del hombre es el de ser una criatura especial del universo, incluso algunos se autodefinen como “hijos de Dios”. Pero es muy evidente que para la naturaleza el ser humano no vale más que una ardilla, un pejerrey o una mariposa; lo que es muy fácil de observar cada vez que se produce una catástrofe natural. Ni siquiera las ciudades “sagradas” ni los templos de adoración se salvan de la destrucción, y la muerte no tiene consideraciones especiales con niños, madres gestantes, ancianos o minusválidos. De modo pues que está muy claro para cualquiera que esté en disposición de aceptarlo, que para la naturaleza el hombre es una simple especie más, sin ninguna prerrogativa especial. Precisamente algunas de estas ideas pregonadas por la religión judeo-cristiana, como las que sugieren que Dios habría creado este mundo exclusivamente para beneplácito del hombre, invitándolo a dominar sobre él y utilizar a su antojo todos sus recursos, nos ha llevado a la extinción de numerosas especies y a la destrucción del planeta. Y si esta actitud persiste, nadie duda de que esta maravillosa criatura humana también desaparecerá del escenario muy pronto. Pero ya habíamos llegado al punto en que surgió la religión como una expresión socializada y organizada del pensamiento religioso. Las primeras sociedades se organizaron en torno al pensamiento mágico religioso y la primera expresión cultural humana fue la religión. Desde el principio la religión fue sinónima de poder. Lógicamente, quienes se vinculaban con los dioses eran los que mantenían el poder, directa o indirectamente. Por ello los sacerdotes fueron desde siempre una casta privilegiada. Luego de Dios, los sacerdotes ocupaban el primer lugar de importancia y eran los que dictaban las normas que paulatinamente fueron configurando las religiones. La infinidad de religiones a que ha dado lugar el pensamiento religioso desde sus orígenes constituyen la principal producción cultural de la humanidad. Esto sumado al hecho de que no hay cultura sin una forma de religión -incluso aquellas que se han mantenido aisladas del resto del mundo tienen una manifestación religiosa- nos revela que este tipo de pensamiento es consustancial a la naturaleza humana. La idea de un dios o algo por el estilo, cualquiera que este sea, se presenta en la conciencia del ser humano y vive en él. No tiene que ser un dios como el de los cristianos o musulmanes, hay diversas expresiones religiosas a lo largo del mundo que manejan ideas muy diferentes. Sin embargo, las culturas más antiguas han tenido la ocasión de perfeccionar sus ideas a lo largo de milenios, y a partir de un mismo núcleo se han desarrollado una gran variedad de expresiones religiosas, y todas ellas, sin excepción, reflejan la naturaleza mundana de la sociedad a la que pertenecen. La mayoría de ellas alberga una serie compleja de ritos, ideas y normas, algunas tan disparatadas como absurdas. Hay autores que se han tomado la 13
  • 14. molestia de recopilar una larga y colorida lista de ritos y creencias de diversas religiones, que son una cabal muestra de la extravagancia humana. Hoy cuando menos ya no existen sacrificios humanos, pero aun persisten algunos cultos y ritos aberrantes. La idea de Dios empleada por los cristianos fue mutando originalmente a través del tiempo hasta establecerse en el pensamiento hebreo hace unos 5,000 años. Cristo planteó una idea algo distinta, quizá más humanizada, y hoy esa idea tiene contornos más metafísicos. En cada individuo la idea de Dios adquiere las formas exactas para encajar en sus necesidades psicológicas más profundas, se reconfigura y acomoda a su propia experiencia vital. Ese es el fin que siempre ha cumplido: ser un sustento ideal para nuestra realidad virtual, una especie de prótesis que le facilita al sujeto consciente vivir sin stress en su mundo subjetivo. Sin embargo, debemos destacar el hecho de que para muchos la idea de un dios no basta, y lo complementa con una variada serie de elementos adicionales igualmente ideales. A veces se trata de santos, vírgenes, espíritus, “fuerzas ocultas”, “energía positiva”, karma, etc. Hay una gran variedad de elementos ideales que cumplen eficazmente las funciones de soporte de la realidad virtual, adornan y sustentan nuestro mundo ideal. Si bien en un principio tuvimos que remontarnos a aquellos instantes precisos de la aparición del ser consciente para lograr comprender el origen del pensamiento religioso, en cambio no hace falta ir tan lejos para descubrir el origen de las religiones. Aunque es un hecho probado que las religiones –como organizaciones e instituciones sociales- son creaciones humanas, hay algunas que insisten en considerarse creación divina. En estos casos Dios no solo habría creado al hombre sino que además habría organizado su religión o intervenido directamente en su formación, dando instrucciones y dictando normas. Lo curioso es que muchas de estas instrucciones y normas nos revelan intereses extraños y muy particulares, ajenos a cualquier divinidad y propios más bien de una condición humana primitiva y pobre, como las que están dirigidas al trato discriminatorio de las mujeres, al odio de razas y pueblos rivales, o el supuesto interés divino de ser permanentemente venerado y glorificado sin cesar, lo que en realidad fue una estrategia impuesta por la clase sacerdotal para mantener la devoción y el control social. Los sacerdotes tuvieron siempre la habilidad de imponerle al pueblo cualquier exigencia presentándola como “la voluntad de Dios”. Esto no ha cambiado mucho en nuestros días. El enorme contraste que existe entre las diversas religiones distribuidas por el mundo, no permite establecer muchas similitudes a nivel de creencias, pero al menos psicológicamente queda muy claro el objetivo primario de aplacar el mismo stress del ser consciente. Casi todas coinciden en otra vida después de la muerte, en un dios que maneja nuestro destino de acuerdo a su voluntad y sabiduría, en tener que adorar su imagen, o algún tipo de representación ideal, para lo cual deben construirse 14
  • 15. templos dedicados a este fin. En este aspecto, el hombre no ha cambiado nada desde aquellos lejanos días del paleolítico. Muchos de sus templos de piedra aun se conservan y siguen siendo un verdadero misterio, aunque el misterio de lo místico está siempre presente tanto en el complejo de Stonehenge como en la catedral de Notre Dame. Algunos pueblos muy antiguos como los judío-hebreos, chinos e hindúes conservan aun sus antiguas religiones e incluso las han extendido a otros pueblos. En nuestro caso, los incas impusieron su culto a los pueblos sojuzgados hasta que llegaron los españoles y estos les impusieron su religión cristiana, la cual a su vez les fue impuesta por los romanos, quienes, luego de perseguir sin misericordia a los cristianos durante los primeros siglos de nuestra era, se transformaron al cristianismo después de un sospechoso acuerdo político. El hecho es que nuestra razón de estar adorando hoy a Cristo y la Virgen, se debe tan solo a una serie de accidentes históricos. Bien podríamos seguir adorando al sol, la luna y la pachamama, o en su defecto, podríamos haber recibido otro tipo de influencias y estaríamos adorando a Buda o Mahoma. Y hasta podríamos admitir, en teoría, que en el futuro alguna cultura nos domine y nos imponga otra religión, como siempre ha ocurrido. En realidad, desde un punto de vista imparcial, carece de importancia cuál sea la religión específica que domine nuestra sociedad si es que esta satisface nuestras necesidades vitales. Lo que no se puede hacer es quitarle toda religión a la sociedad, como pretendieron los soviéticos durante los largos años de dominio comunista en el que destruyeron casi todos los templos y prohibieron toda forma de expresión religiosa. Al cabo de casi 80 años de comunismo y 5 generaciones bajo el ateismo oficial, después de la caída de la URSS, la religiosidad popular rebrotó como la hierba en una primavera. El ser humano requiere apoyo ideal para recrear su mundo subjetivo. Esto es tan cierto que por ello les narramos cuentos a los niños, inventamos una gran variedad de seres ideales que los acompañan en sus fantasías: hadas, gnomos, duendes, etc. Gracias a estos elementos tan importantes pueden ganar estabilidad en su frágil conciencia. Además también les disminuye el stress de estar solos o en la oscuridad, y los reconfortan con ideas positivas que les facilita su accionar adoptando una actitud favorable hacia la vida. Pero no solo los niños requieren cuentos, fábulas y toda clase de historias hermosas. También los adultos lo requieren. La diferencia es que con ellos las historias ya no se refieren a hadas y duendes sino a dioses, santos, vírgenes, etc. Las fantasías se convierten en milagros. Lo único que hemos hecho es reemplazar unos elementos por otros pero el principio psicológico es exactamente el mismo. Curiosamente, los adultos piensan que sus historias y creencias son más válidas que las que tienen los niños, y hasta se ríen si un niño cree en Papá Noel, pero ¿qué diferencia hay con las creencias de un adulto? Desde el punto de 15
  • 16. vista de la psicología, ninguna. Tanto el niño como el adulto recurren a sus elementos ideales para sustentarse. Necesitan decorar su mundo ideal. A los niños les agrada la idea de tener un amigo imaginario, un ángel de la guarda. El adulto prefiere confiar que es Dios o la Virgen la que está a su lado. Estas ideas sin duda resultan de gran ayuda para lograr un equilibrio interno, sobre todo cuando nos acercamos a la posibilidad de la muerte, que es cuando el stress subjetivo se incrementa. ¿De qué otra forma podríamos aplacar nuestras inquietudes humanas más profundas? Es más fácil y cómodo creer que somos hijos de Dios, que él nos protege en todo momento como un padre vigilante, y que además nos promete la vida eterna como recompensa. Los musulmanes incluso están convencidos de que hay 70 mujeres vírgenes esperándolos en el paraíso, y muchos de ellos no dudan en meterse un tiro para llegar más rápido. Estas ideas son tan atractivas que hasta los inducen a cometer acciones de terrorismo suicida para arribar con cierto “prestigio” al paraíso. Las ideas religiosas son muy fáciles de entender y en general resultan no solo agradables sino necesarias. Para nadie es difícil comprender y albergar estas ideas, nadie necesita estudiar mucho, pensar demasiado, reflexionar, etc. Mientras que la ciencia ha acumulado una desmesurada cantidad de información solo en los últimos 150 años, la religión no ha cambiado absolutamente nada en miles de años. Sigue brindando las mismas cómodas ideas y todo el mundo las entiende y admite. La información científica resulta muy difícil de entender, tediosa de aprender, abrumadora y probablemente desagradable y hasta deprimente para muchos. De manera que la religión tiene realmente todas las ventajas para establecerse con éxito en la mente humana. No obstante, el pensamiento religioso no es el único que proporciona ideas fáciles y cómodas capaces de relajar el stress del sujeto consciente. Existe otra gran variedad que compite con la religión, tales como el ocultismo, el chamanismo, la brujería, la astrología, la quiromancia, la cartomancia, la parapsicología, la numerología, el esoterismo, el espiritismo, la suerte, el destino, los amuletos, los talismanes, etc. Una lista realmente interminable a las que incluso podríamos añadir ciertas terapias novedosas con pretensiones psicológicas y algunas corrientes de pensamiento pseudo filosófico. Uno de los negocios más rentables hoy en día, además de fundar una religión, es brindar “asesoría espiritual” a través de diversos artificios. Las ofertas para el “florecimiento” individual y los “amarres” de parejas son bastante comunes. Ningún diario que se respete deja de publicar el horóscopo todos los días. Existe pues toda una amplia gama de creencias de tipo místico, mágico y religioso tan extendido y predominante que el Vaticano se sintió forzado a manifestar su oposición y condena, prohibiendo a los católicos recurrir a ellas, empezando por el horóscopo. Pero todas estas ideas, por absurdas que parezcan, ganan adeptos porque tienen exactamente el 16
  • 17. mismo principio que la religión: disminuyen el stress subjetivo que se produce en nuestra realidad psicológica, como resultado de ser sujetos dotados de conciencia. La religión en el debate Debemos pues vivir con la conducta religiosa y convivir con el pensamiento religioso, y con una larga serie de extravagantes expresiones mágicas y místicas. Eso es algo que como profesionales de la salud debemos aceptar. Sin embargo, es necesario advertir que las amenazas contra la religión –en especial contra la Iglesia Católica en nuestro caso- no provienen de parte de la ciencia sino de un par de resultados evolutivos: la tecnología y la explosión demográfica, ambos conjugados. La tecnología aplicada a los medios masivos de comunicación ha cambiado radicalmente las costumbres humanas. Por ejemplo, cada año hay menos lectores, la gente lee solo por necesidad, la lectura como actividad recreativa ha desaparecido prácticamente, y uno de los principales afectados es la religión porque la Biblia disminuye sus lectores paulatinamente. Hasta mediados del siglo pasado una de las principales actividades sociales era reunirse para leer la Biblia, algo que hoy es más bien una rareza a cargo de círculos cada vez más pequeños que son considerados fanáticos. En muchos lugares la Biblia ya dejó de ser el libro más vendido y hoy es muy normal que una casa no tenga una Biblia, lo que antes era imposible. Por otro lado, los cambios evolutivos producidos en las grandes sociedades como consecuencia del crecimiento demográfico, han disminuido la capacidad de acción y control de las entidades; entre ellas, de las entidades religiosas. Por un lado, esto ha incrementado la libertad de las personas, aunque en parte también debido a un flujo de nuevas ideas políticas que alientan las libertades. Esta libertad llevada, a sus últimas consecuencias, se refleja en la acción de los medios masivos de comunicación cuyo único interés es lucrar sin asumir ninguna responsabilidad social; también se refleja en el mecanismo del mercado que somete el raciocinio colectivo mediante la publicidad; en la dificultad de las familias para mantenerse unidas, etc. En verdad son estos cambios los que han relegado el papel de la religión en la sociedad. Hoy la Iglesia Católica ha perdido incluso mucho del poder que antes tenía en la vida política. Gran parte de las tradiciones religiosas han quedado desplazadas por otras que la sociedad prefiere. La Semana Santa no es hoy lo que era antes. Aun cuando las personas se declaran creyentes no guardan más los preceptos de la Iglesia. Se ha establecido un cisma definitivo entre el pensamiento religioso y la conducta religiosa. Ello ha conducido, entre otras cosas, a la pérdida de la vocación sacerdotal que tanto preocupa hoy al clero católico. La desconexión entre religiosidad y conducta genera también pérdida de cohesión social, cada día crecen las divergencias en la sociedad. Una consecuencia de esto es el advenimiento masivo de nuevas sectas religiosas que se disputan la religiosidad de las personas, creando aun más 17
  • 18. caos en el panorama de la religiosidad popular. Y muchas de estas procuran hoy cambiar su papel religioso y saltar a la política en una sorprendente confusión de sus propósitos. Estos son los verdaderos peligros que actualmente enfrenta la religión y la fe. El debate entre el pensamiento científico y el pensamiento religioso se produce únicamente al interior de reducidos recintos académicos al que pocos tienen acceso. La gran mayoría de la gente ignora estos debates, y quien no los ignora, difícilmente los comprende. La ciencia no tiene ningún interés en combatir a la religión, solo da cuenta de hechos. Pero la religión sí que tiene muy buenas razones no solo para defenderse sino también para atacar a la ciencia y tratar de desprestigiar sus teorías, en particular la teoría de la evolución. Esta no es realmente una actividad nueva de la religión, pues a lo largo de la historia se ha enfrentado a las ideas científicas, pero hoy se ha producido un hecho insólito: ¡la religión trata de infiltrarse en la ciencia! Esta es una tendencia nueva y peligrosa a cargo de los sectores religiosos más recalcitrantes y elitistas de los EEUU. La medicina, la psiquiatría y la psicología, han sido uno de los principales blancos de sus feroces ataques. Estos sectores religiosos trataron incluso de colarse en las escuelas de EEUU bajo el disfraz de “teoría científica” con una tesis conocida como “El Diseño Inteligente”, el cual pretende enfrentar la teoría de Darwin aduciendo que la evolución sigue el “diseño inteligente de Dios”. En realidad es el mismo planteamiento creacionista de la religión. El principal promotor de esta tesis es el Dr. William Dembski, teólogo del Discovery Institute, (la misma institución que engañó a medio mundo anunciando el hallazgo del arca de Noe) pero, por supuesto, no ha sido tomado en serio en el ambiente académico debido a que resulta evidente que en todo el universo, así como en el mismo ser humano, no hay nada ni remotamente parecido a un diseño y mucho menos que este sea inteligente, sino todo lo contrario, lo que se ve es una verdadera improvisación de la naturaleza siguiendo leyes simples durante millones de años y esperando que cada cambio aleatorio funcione o simplemente desaparezca; aplicando la vieja estrategia del ensayo y el error. Desde una perspectiva psicológica y antropológica seria, debemos admitir que conviene a los humanos mantener algún tipo de religión, debido a que esta “soluciona” una falla en la estructura psíquica del ser humano como producto de su evolución, pero siempre y cuando esta religión tenga la capacidad de unificar los criterios de la sociedad entera. Por ello, discrepamos con autores como Richard Dawkins que consideran toda forma de conducta religiosa como ociosa e improductiva. Sus críticas a la construcción de las gigantescas y grandiosas catedrales góticas parecen estar bien fundamentadas desde su perspectiva, pero habría que considerar también las consecuencias positivas que aquellas obras aportaron como expresiones de creatividad y como factor cohesivo para su sociedad. Estas 18
  • 19. críticas podrían resultar apropiadas desde una perspectiva estrictamente evolutiva; pero no me parece que esta sea la perspectiva más adecuada para abordar la conducta religiosa. Como médicos y psicólogos, podemos percatarnos de que muchas características humanas no son precisamente como uno las diseñaría si pudiera construir un ser, pero ya es un poco tarde para plantearle nuestras consideraciones a la naturaleza. El ser humano está ya construido. Sin duda no está terminado porque la evolución no cesa, pero, en lo que a nosotros respecta, debemos enfrentar la situación y asumir al hombre como es. Y en esta perspectiva, tanto el pensamiento religioso como la conducta religiosa, han sido –quiérase o no- el pilar de nuestra civilización, y esta es la única que tenemos. Dinamitarla nos dejaría en escombros. Los profesionales de la salud debemos asumir la religiosidad como parte esencial de la naturaleza humana y aprovechar en lo posible los efectos positivos de la fe. La ciencia es una actividad elitista. Es absurdo suponer que el pensamiento científico puede reemplazar al pensamiento religioso. Son dos instancias distintas del pensamiento humano. Para comprender la conducta religiosa debemos abordarla desde la perspectiva interna de las personas, desde sus profundas necesidades humanas y siguiendo las características que tiene el pensamiento humano. El hombre vive en un mundo virtual construido por su conciencia y necesita elementos de seguridad para ese mundo. El miedo natural hacia la muerte no puede ser enfrentado por ninguna cosa material, el stress que produce la posibilidad de la muerte solo se enfrenta con la idea de otra vida; el stress que nos genera la conciencia de nuestra finitud se enfrenta con la certidumbre en una vida eterna; el stress de la soledad existencial se aplaca con la idea de un Padre benevolente presente en todo momento. La conciencia de nuestra fragilidad y el stress que nos produce un futuro totalmente incierto es enfrentado con la idea de un Dios Todopoderoso que se encargará de guiar nuestro destino, de tal forma que cualquier cosa que ocurra, aun la más desastrosa, es asumida con mayor resignación cuando es vista como la “voluntad de Dios”. Nada de esto puede ofrecerle la ciencia a la humanidad. El aporte de la religión Recordemos que el ser humano es como una máquina sin software, y su primera tarea es adquirir, ganar este software, ya sea produciéndolo o copiándolo. Producirlo es muy costoso y pocos están dispuestos a hacerlo por lo que es más factible copiarlo o “piratearlo”, para usar términos de moda. Digamos que “copiarlo” es un procedimiento válido porque cuenta con la anuencia de la Iglesia. Ella nos provee su software básico y ese es justamente su papel: darnos una pauta de vida. Pero “piratearlo” de los medios de comunicación masivos es toda una aventura porque estos se encuentran repletos de “virus” capaces de infectar para siempre una mente inadvertida. Si quitamos la influencia religiosa ¿qué le queda al ser 19
  • 20. humano? La ciencia es inalcanzable para la gran mayoría; en cambio los medios nos inundan con todo tipo de propuestas inconexas y las personas se incorporan al mundo con una nueva fuente de stress: el caos ideológico. Ya no estamos en la Edad Media en que había una misma idea básica en la sociedad. Desde que surgieron los pensadores del Renacimento, el mundo se fue enredando en medio de ideas. La aparición de la ciencia y su tremenda difusión a fines del siglo XIX incrementó este caos. El surgimiento durante el siglo XX de nuevas ciencias, propuestas ideológicas sociales y políticas, y hasta la aparición incesante de infinidad de sectas religiosas, sumado al uso de la tecnología por los medios de comunicación masiva complicaron aun más el panorama. Hoy existe una sobreoferta de propuestas de toda clase para cada necesidad del ser humano, desde sus necesidades espirituales para las cuales hay variedad de religiones y ofertas esotéricas, hasta las más simples necesidades básicas como la sed, para la que también tiene docenas de ofertas, y el hombre debe escoger en medio de ese caos. Ante este panorama, el papel de la Iglesia cobra singular relevancia como adhesivo social, soporte ideológico y guía conductual. La pérdida de la religiosidad tan característica en nuestros días, o por lo menos el divorcio entre pensamiento y conducta religiosa, han conducido a que las personas recojan sus pautas de vida en los medios de comunicación o en la calle. Algunos con suerte las hallaron en casa. La consecuencia de esto es que la sociedad se vuelve laxa, cada vez hay menos ideas comunes, todo es cuestionable, todo está en debate, todos tienen su propia opinión. Es más difícil ponerse de acuerdo. Por eso mismo los valores se diluyen, se privilegian los deseos, “si te gusta, hazlo” predican algunos autores. Ya no hay una pauta válida para la conducta social del ser humano como había antes, hoy todo vale, se privilegia la “libertad de decisión”, incluso muchos piensan hoy que el sexo de una persona es producto de una “decisión”. Hasta mediados del siglo XX las personas salían al mundo y encontraban una sólida autopista construida por la religión, la que podían seguir con total seguridad; hoy salen al mundo y solo encuentran un panorama caótico de senderos que se bifurcan, cada uno con carteles sugestivos y tentadores. Hay pues consecuencias muy visibles y graves en nuestro medio debido a la pérdida de religiosidad y a la pérdida de la capacidad de control de las entidades religiosas. Aunque la gente mantiene algún tipo de pensamiento religioso, ya que es muy difícil que lo pierdan, lo que ha perdido definitivamente es su conexión con la Iglesia. Por otro lado, quizá lo que agrava más esta situación, es que está permanentemente sometido a la deformación ideológica de los medios masivos de comunicación, cuyo interés no es precisamente formar a la sociedad sino ampliar sus mercados y sus ganancias de cualquier manera. Los medios están siempre dispuestos a abrirle sus puertas a cualquiera que le garantice audiencia, no importa lo que este diga o haga. Y por supuesto, lo popular es una vez más, lo más fácil y agradable, lo que relaja y evita todo compromiso futuro. 20
  • 21. Religiosidad positiva y negativa La conducta religiosa resulta positiva cuando fomenta el crecimiento interior de la persona, su desarrollo individual y su estabilidad psicológica ante los embates de la vida. Quienes tienen una sólida formación religiosa y profundas convicciones religiosas, están en mejor situación para soportar las adversidades repentinas de la vida, tienen mejor disposición para seguir en sus propósitos, y hasta curan más rápido de sus dolencias. La religión como fuente de normas y valores facilita la organización de la vida, sirve como soporte no solo para estructurar su existencia en torno de esas ideas básicas sino como pauta para desenvolverse socialmente. En muchas ocasiones las personas no tienen más que pautas religiosas para su vida, ya que nadie más se las provee. Y aquellos que adolecen de estas pautas, salen al mundo como si entraran a un escenario sin tener ningún libreto, y es obvio que no les queda otra alternativa más que improvisar toda su existencia, carecen incluso de conceptos elementales como lo bueno y lo malo. No importa discutir qué es “bueno” y qué es “malo”. En cierto momento lo importante es al menos tener estos conceptos. Quienes los tenemos podemos luego darnos el lujo de cuestionarlos, pero antes hay que tenerlos. Es muy común hoy encontrar personas que no manejan concepto alguno de lo malo, en medio de una sociedad caótica y permisiva. En el otro extremo, la conducta religiosa se vuelve negativa cuando limita y asfixia al ser. Una causa muy común son las interpretaciones equivocadas de la Biblia. La obsesión que llegan a alcanzar algunas personas impide que puedan ver más allá de sus textos sagrados. La vida gira casi de manera exclusiva en torno de lo religioso, el pensamiento está enfocado en los pasajes bíblicos y en la Palabra del Señor. Se pierde el deseo y la actitud por resolver los problemas de la vida abandonándose “en las Manos del Señor”. Es evidente que se trata de una especie de adicción por las ideas y símbolos religiosos, casi siempre acompañada de conductas obsesivo compulsivas. La vida de estas personas resulta empobrecida. Algunos rituales llegan a ser particularmente peligrosos para la salud. Muchas sectas incorporan rituales de sanación que pueden llegar a comprometer seriamente el estado clínico de un enfermo. Aun las más inofensivas, como las imposiciones de manos, llevadas al extremo ocasionan el agravamiento de una enfermedad mientras el paciente experimenta una sensación subjetiva de mejoría que engaña a todos. Los casos más conocidos son los de pacientes que se niegan a recibir trasfusiones, e incluso están quienes se niegan a consumir fármacos. 21
  • 22. Religión y salud Los profesionales de la salud a menudo tenemos que enfrentar una situación clínica agudizada por una condición de religiosidad extrema. Vemos pacientes que se han inflingido lesiones en prácticas de fe como andar de rodillas, cargar cruces o andas pesadas, estados agravados por ayunos prolongados. Los casos de salud mental vinculados a la religiosidad a menudo pasan desapercibidos pero son tanto o más graves aun. Algunos pacientes parecieran estar muy cerca de cierto grado de psicosis, especialmente aquellos que son capaces de recitar de memoria diversas partes de la Biblia en respuesta a cualquier pregunta. Estas personas prácticamente han declinado su capacidad de raciocinio a favor de un mecanismo reflexivo para extraer razones desde la Biblia. Lamentablemente, como fuente de preceptos conductuales, la Biblia no tiene mejores condiciones que “El quijote”, resulta una fuente muy amplia y ambigua, y se presta a muchas interpretaciones. A lo largo de la historia ha sido usada para justificar toda clase de actos, por lo general los más viles y atroces. Hasta los años 70 del siglo XX, por ejemplo, la Biblia era el sustento ideológico de los segregacionistas norteamericanos sureños, y declamaban sus versículos para justificar la discriminación racial de los negros, de la misma forma en que lo hicieron antes sus antepasados, quienes defendían la esclavitud con la Biblia en la mano. Las personas cuyo razonamiento gira en torno de la Biblia tienden a ser muy literales y muestran una marcada incapacidad para analizar la vida real. De hecho, existe una variedad mística de esquizofrenia. Pero antes de llegar a este nivel de pérdida de la razón, existen etapas previas que se mantienen en un umbral difícil de definir. Muchas personas de las que nadie sospecha nada malo de su salud mental, de pronto aparecen un día sumergidos en un ritual religioso espantoso, como el ocurrido con la secta del reverendo Jim Jones en Guyana, donde cerca de mil personas se suicidaron en 1978. Tal vez los casos más cotidianos de masacres humanas por distinta interpretación de textos sagrados son los que se producen en zonas donde conviven grupos de diferentes religiones o incluso de distintas tendencias de la misma religión. Las peores masacres de la historia son precisamente religiosas, por lo general entre cristianos y musulmanes, y entre sunitas y chiitas. Una forma negligente de vivir la religiosidad es apartándose del mundo para trasladarse a un ambiente celestial, despreocuparse de su vida presente para vivir con los ojos puestos en la otra vida, confiar más en la voluntad divina que en sus propias capacidades, dejarlo todo “en manos del Señor”. Esta es una actitud típica en las personas ancianas y desahuciadas; pero resulta contraproducente en otro tipo de personas. La mayoría de ellas ponen en verdadero riesgo su salud por apegarse a creencias que muchas veces no tienen ningún sustento religioso pero que de algún modo son asumidas como parte de su religión, son 22
  • 23. incorporaciones personales al pensamiento religioso que a veces terminan volviéndose colectivas por contagio. En la Edad Media aparecieron por todos lados los flagelantes, personas que caminaban dándose de latigazos para expiar sus pecados y anunciando el fin del mundo, algo que se ha hecho característico de nuestra civilización. Muchas sectas viven hoy todavía anunciando la próxima llegada del fin del mundo, en especial los Testigos de Jehová. Sea por esta causa o alguna otra, hay personas que asumen formas especiales de expiación. En México y Filipinas abundan las personas que se crucifican clavándose las extremidades. Los sacerdotes se enfrentan horrorizados a estas aportaciones irracionales de la religiosidad, pero no pueden evitarlo. Cuando se acercaba el final de siglo XX, millones de personas se prepararon en todo el mundo para “el final de los tiempos”. Hoy anuncian este final para el 6 de junio porque la fecha indicara 06/06/06. Estas personas son tan literales que creen que el calendario juliano es un hecho real, no se percatan de que el calendario solo existe en la imaginación de las personas, es un genuino producto de nuestra realidad psicológica. Por otro lado, algunas reacciones psicóticas parecen estar vinculadas a condiciones de religiosidad muy profundas, sin que esto signifique señalarlas como la causa; por ejemplo, un cuadro común es la reacción psicótica pos parto, presente en mujeres de profundas convicciones religiosas que de pronto se sienten pecadoras, impuras e indignas del Señor. Asimismo, observamos por temporadas ciertas conductas masivas de tipo místico, muy parecidas a la histeria colectiva, en las que una idea es contagiada rápidamente entre una gran multitud, en especial cuando alguien cree ver una imagen sagrada en una mancha, llegando a interpretaciones extravagantes de la realidad que afectan la salud mental de una colectividad. El profesional de la salud debería estar entrenado en este tipo de conductas para poder llegar a distinguir una religiosidad saludable de una perniciosa. El manejo apropiado de la religiosidad a favor de la salud puede exigir de parte del profesional, un conocimiento del pensamiento religioso, de manera que sea capaz de comunicarse con el paciente en sus mismos términos y situarlo en una senda de pensamiento que sea la más apropiada para su esquema vital. En otras ocasiones puede resultar lo más indicado solicitar la presencia de un sacerdote o pastor que sea capaz de confrontar al paciente bajo sus mismos raciocinios. La situación más difícil es sin duda enfrentar principios religiosos establecidos por una Iglesia y que perturban la acción médica. De manera que la religiosidad es algo que debemos saber manejar. Ignorar una parte que el paciente estima de la mayor importancia, puede ser una barrera muy seria entre el médico y su paciente. Hoy resulta tan importante preguntarle al paciente por sus ideas religiosas como preguntarle por sus alergias, ya que proporcionarle algo que no admite, incluso en su dieta, es tan contraproducente como administrarle una sustancia a la cual es alérgico. 23
  • 24. Religión y medicina A menudo la medicina se encuentra en medio de un debate social vinculado a su actividad, y en muchos casos es parte de ese debate que lo enfrenta a los sectores religiosos opuestos a determinadas prácticas médicas tales como la eutanasia, eugenesia, el aborto, el control de la natalidad, la experimentación científica, etc. Desde muchos siglos atrás, cuando los médicos eran condenados como profanadores de cadáveres, el ejercicio de la medicina ha estado en el medio de la controversia. Esto se debe en parte a que las sociedades tardan mucho tiempo en variar sus conceptos, pero también se debe a condiciones mentales inapropiadas para abordar asuntos científicos. Por ejemplo, el hecho de pretender determinar el momento exacto en que comienza la vida es tan ridículo como tratar de señalar el instante preciso en que la noche se convierte en día. Aquí hay una interferencia del mundo subjetivo humano en la realidad. En ciertos casos lo que el hombre ha hecho es un esquema artificial para dividir la realidad y así entenderla a su modo. Por ejemplo, ha señalado un día para que sea el inicio del año. Pero esto es absolutamente arbitrario y subjetivo, ya que en la realidad no existe tal división. Tratar de plantear este tipo de interferencia ideal en todos los aspectos de la realidad, nos conduce en determinado momento a situaciones absurdas como las que se producen en el debate del inicio de la vida humana. Este no es un debate científico. Se convierte más bien en un debate histérico. Un aspecto más de la llamada “mente discontinua”. Como sea, el médico debe estar preparado para lidiar en este enfrentamiento y su formación académica debe ir mucho más allá de los conceptos estrictamente médicos, ya que los terrenos en los que tendrá que moverse son muy amplios y variados. El cuerpo humano es solo una instancia del ser humano, existe todavía un territorio muy amplio más allá del organismo que los médicos estudian. Desconocerlo, sin duda limitaría bastante su capacidad profesional. Este curso tiene la pretensión de poder ampliar esos horizontes. *** 24