Instrumentos proteccionistas y lucha contra la pobreza
1. Los instrumentos proteccionistas y la lucha contra la pobreza
Carla Pascual Roig
Área de Estudios
Fundación Intervida
21/10/2010
Mientras en el siglo XXI el neoliberalismo domina el planeta, el discurso de las
principales economías y los organismos internacionales, los instrumentos
proteccionistas siguen siendo una de las principales herramientas del comercio
internacional. El mejor ejemplo de ello son las PACs (Políticas Agrarias Comunes),
que como dice Gustavo Duch, director de la revista Soberanía Alimentaria, “es el
instrumento más importante de la UE. Más del 40% de los fondos recaudados para la
UE se gasta en agricultura”.
Según la teoría económica clásica, la globalización brinda la irrechazable oportunidad
de ser más eficientes. Dado que el libre mercado expande sus reglas a todo el mundo,
el esfuerzo del productor debe ser aún mayor para superar innumerables rivales. No
obstante, la liberalización de los mercados no ha impedido que algunos países hayan
utilizado y utilicen (en un inicio temporal y luego estructuralmente) instrumentos
proteccionistas con el fin de apoyar sus economías y hacerlas más fuertes:
principalmente aranceles, subsidios y cuotas.
Mamadou Cissokho, el presidente de la Red de organizaciones campesinas y de
productores del Oeste de África (ROPPA), organización que destaca las
desigualdades del mercado globalizado como fundamento de su lucha, recuerda: “es
necesario que nos dejen tener mercados y desarrollar la investigación.
Fundamentalmente, esto implica una protección de las fronteras de nuestros cultivos
de subsistencia”. ¿Por qué esta demanda?
Por un lado, los aranceles y las cuotas ponen una barrera a los productos importados.
Cuando la Zona Euro pone un arancel al cereal africano - que muy probablemente
alimentará su ganado-, aumenta el coste para el exportador. Con las cuotas sobre la
cantidad importada se limita la entrada de productos extranjeros, es decir, la entrada
de la competencia, y se protege así la producción nacional. En ambos casos se
desanima al exportador de cereal africano a la vez que se protege al productor
europeo, ergo, se producen desajustes en el mercado internacional.
Sin embargo, si las economías se abandonaran en el utópico laissez-faire, la
especialización productiva de los países cobraría mayor peso a la vez que la
dependencia del comercio exterior. Dicha especialización, motivada por las ayudas
condicionadas de los organismos internacionales y los intereses de las empresas
transnacionales, ha dado lugar a casos como el de Argentina y Paraguay, que dedican
un 51% y un 80%, respectivamente, de su tierra cultivable a la soja, empobreciendo
así la biodiversidad.
En este sentido, la escritora Montserrat Tafalla apunta que los países con fuerte
presencia de monocultivos se convierten en dependientes de la importación para la
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2. obtención de otros alimentos, y en un efecto dominó, dependen más de los
carburantes (“L’alimentació com a dret humà: les seves implicacions”, Generalitat de
Catalunya, 2009). Es el caso de varios países en desarrollo como por ejemplo Haití:
abriendo sus economías sin ningún tipo de protección ha pasado de producir el 80%
de arroz de su demanda nacional en los años 1980, a ser importador del mismo
porcentaje en la actualidad, situándose entre los más necesitados de la ayuda
alimentaria (Oxfam International, “Haití: la oportunidad del siglo para cambiar” Informe
136, 2010).
Por otro lado, las subvenciones a los productores (sean directas al productor o
indirectas a la exportación) distorsionan también el mercado internacional dando lugar
a la llamada competencia desleal. Estas subvenciones provocan que el producto
exportado llegue a tener un precio inferior al de su competidor local, de manera que
dificulta la supervivencia del mercado local (efecto conocido como dumping) y pone en
riesgo los sistemas de abastecimiento locales.
En torno a este fenómeno, Tafalla destaca: “en el mundo de hoy compiten empresas
que usan tecnologías modernas y pequeños campesinos que no tienen control del
agua y de infraestructura rural básica” y sigue con la máxima aristotélica: “no hay
mayor desigualdad que tratar de forma igualitaria a sujetos con capacidades
desiguales”. Sin embargo, la agricultura europea sin la Política Agraria Común no
sobreviviría, y muchos mercados locales sin protección desaparecerían, entrando en el
círculo vicioso de especialización productiva, dependencia del mercado exterior e
inseguridad alimentaria.
En definitiva, los instrumentos proteccionistas sirven a una doble lógica: fortalecer la
competitividad frente a rivales y/o proteger mercados débiles cuya desaparición puede
traer consecuencias indeseadas. Aun así, la finalidad de dichos instrumentos puede
contribuir a aumentar la brecha entre países ricos y países pobres.
Lo que queda claro es que neoliberalismo y proteccionismo no son dos conceptos
antagónicos ni lo han sido nunca. En un mundo altamente globalizado y que en
nombre de la máxima eficiencia pone en riesgo poblaciones, tierras y vidas, se hace
necesaria la regulación de los mercados.
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