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                                              MATERNIDAD DIVINA, 1

   A los cristianos del siglo V les resultaba familiar
   la palabra Theotókos, que significa Madre de Dios.

   El patriarca de Constantinopla, Nestorio (428),
   afirmaba que Cristo era un sujeto humano, unido
   pero distinto al Verbo: un hombre extraordinario,
   pero no verdadero Dios. La Virgen sería entonces
   Madre de Cristo, pero no Madre de Dios.

     El concilio de Éfeso (431) declaró que la Segunda Persona de la
     Santísima Trinidad, consubstancial al Padre, ha asumido una
     naturaleza humana, de modo que la única persona en Cristo es
     esta Persona divina. Así la Virgen es Madre de esta Persona
     divina, y por eso verdadera Madre de Dios.




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                                              MATERNIDAD DIVINA, 2

    La pregunta “¿qué es?” se refiere a una naturaleza (es un pino, un
    hombre, etc.), mientras que la pregunta “¿quién es?” se refiere a
    una persona (es Pedro). Yo no soy ante todo un “qué”, soy un
    “quien”; no soy “algo”, soy “alguien”. Tengo una naturaleza y
    soy una persona.

                    Dios puede crear una naturaleza humana de tal
                    modo que el sujeto de esa naturaleza sea un “Yo”
                    divino, una Persona de la Trinidad. Jesús, engen-
                    drado por obra del Espíritu Santo, es verdadero
                    hombre porque tiene una naturaleza real y perfec-
                    tamente humana. Y es verdadero Dios, porque la
                    persona que sustenta esa naturaleza no es otra que
                    la del Verbo divino.




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                                              MATERNIDAD DIVINA, 3



                       Justa y verdaderamente se llama María Madre
                       de Dios, por haber engendrado una persona
                       divina. María da a Jesús, es decir, a Dios Hijo,
                       todo lo que una madre da a su hijo. Ella es, en
                       sentido propio, Madre de Dios Hijo.


    El Concilio de Éfeso (431) define, frente a los errores de Nestorio:
    “La Santa Virgen es Madre de Dios, pues dio a luz carnalmente al
    Verbo de Dios hecho carne”. El Concilio de Calcedonia (451)
    añade que no puede llamarse a “la Virgen María Madre de Dios
    en sentido figurado”: hay que afirmarlo en sentido propio.




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  En el AT hay alusiones al misterio de la Maternidad divina de María:
  preanuncios de María son Eva (madre de los vivientes), Sara, Judit,
  Débora, Rut, Ester... Aparece también la figura de la reina madre
  (Betsabé, madre de Salomón). Varios profetas hablan de una “Hija
  de Sión” que representa a Israel en los tres aspectos de Esposa, Ma-
  dre y Virgen, que se realizarán plenamente en el misterio de María.

  En el NT la maternidad divina de María se afirma
  implícitamente siempre que se habla de Ella como
  “Madre de Jesús”, el cual declaró sin lugar a dudas
  que es Dios (así lo entendieron su enemigos, que en
  ello vieron blasfemia). Marcos llama a Jesús “hijo
  de María” e “Hijo de Dios”. En Mateo y Lucas la
  palabra Madre se emplea en el relato de la Concep-
  ción y en el del Nacimiento.




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                                               MATERNIDAD DIVINA, 5

              El NT enseña también explícitamente el misterio

    El ángel dice a María: “El Espíritu Santo vendrá
    sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con
    su sombra, y por eso el hijo engendrado será
    santo, será llamado hijo de Dios”. Se llamará
    Emmanuel, Dios con nosotros.

         En Mt 1, 21, el ángel anuncia a José que Jesús “salvará a su
         pueblo”, expresión que en el AT se reserva a Dios; y que lo
         salvará “de sus pecados”, poder que se atribuye sólo a Dios.

      En Lc 1, 43, Isabel llama a María “la madre de mi Señor”. Los
      judíos llamaban a Dios “su Señor”.




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                                               MATERNIDAD DIVINA, 6


      Los Padres más cercanos a los Apóstoles, como San Ignacio de
      Antioquía (+107), hablan de la maternidad de María. Cabe des-
      tacar a San Justino (+165), San Ireneo (+202), Tertuliano (+220/
      230), San Hipólito (+235).

                        Orígenes (+ 253) es el primero que nos da no-
                        ticia de la fórmula “Theotókos” (Madre de
                        Dios). Se encuentra luego en autores tan im-
                        portantes como San Atanasio, San Dídimo,
                        San Gregorio de Nisa, San Cirilo de Jerusalén,
                        San Epifanio de Salamina, San Juan Damasce-
                        no. El término latino equivalente se encuentra
                        en San Ambrosio, San Jerónimo, etc.




                                                                                 2
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                                                MATERNIDAD DIVINA, 7


                       Santo Tomás: “Por el hecho de ser Madre de Dios,
                       tiene una dignidad en cierto modo infinita, a causa
                       del bien infinito que es Dios. (,,,) No puede imagi-
                       narse una dignidad mayor, como no puede imagi-
                       narse cosa mayor que Dios” (ST I, q. 25). “Ella
                       es la única que junto con Dios Padre puede decir
                       al Hijo de Dios: Tú eres mi Hijo” (ST III, q. 103).

  No se puede considerar a la Virgen revestida de una dignidad divina.
  Pero “más que Ella sólo Dios” (cfr. San Josemaría, Camino 496).

             Juan Pablo II ha insistido en la fórmula: “Hija de Dios
             Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu
             Santo” (Redemptoris Mater 8).




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                                         INMACULADA CONCEPCIÓN, 1

   Entre los privilegios de la Virgen María en atención a su dignidad de
   Madre de Dios y en virtud de los méritos de su Hijo, es de destacar
   el de su Inmaculada Concepción, reconocido por la Iglesia desde sus
   inicios y definido como dogma de fe el 8 de diciembre de 1854 por
   el Papa Pío IX en la Bula Ineffabilis Deus.

                        “Declaramos, pronunciamos y definimos que la
                        doctrina que sostiene que la Santísima Virgen
                        María, en el primer instante de su Concepción fue,
                        por singular gracia y privilegio del Dios omnipo-
                        tente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús,
                        Salvador del género humano, preservada inmune
                        de toda mancha de culpa original, ha sido revelada
                        por Dios y, por tanto, debe ser firme y constante-
                        mente creída por todos los fieles”.




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                                         INMACULADA CONCEPCIÓN, 2


    “Inmune de toda mancha de culpa original”: la
    Iglesia confiesa que María en ningún momento y
    en modo alguno fue alcanzada por la culpa original
    que se transmite por generación a la humanidad
    desde nuestros primeros padres.

   Pío XII añade que cuando se habla de María, ni siquiera “cabe plan-
   tearse la cuestión” de si tuvo o no algún pecado, por nimio que pu-
   diera pensarse, “puesto que lleva consigo la dignidad y santidad más
   grandes después de las de Cristo. (...) Es tan pura y tan santa que no
   puede concebirse pureza mayor después de la de Dios” (Fulgens
   corona, 08.09.1953).

    Sentencia cierta: libre de la concupiscencia desde su concepción.




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                     La inmunidad de María es una gracia del Dios
                     todopoderoso que constituye un “privilegio sin-
                     gular”. Dios se interpone entre María y el pecado
                     para que éste ni siquiera le roce por un instante.
                     Es un privilegio extraordinario concedido a la
                     que había de ser Madre de Dios.


    Esta verdad no se ha obtenido como una conclusión a partir de la
    Revelación, o por su conexión con alguna otra verdad revelada. Se
    trata de una verdad formalmente revelada por Dios. Ha habido
    progreso en el conocimiento y explicación, pero la verdad era cono-
    cida desde los comienzos de la Iglesia como divinamente revelada.




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                                      INMACULADA CONCEPCIÓN, 4

   Anunciación (Lc 1, 28): “La expresión ‘llena de gracia’ traduce la
   palabra griega ‘kexaritomene’, la cual es un participio pasivo. Así
   pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego,
   no se debería decir simplemente ‘llena de gracia’, sino ‘hecha llena
   de gracia’ o ‘colmada de gracia’, lo cual indicaría claramente que se
   trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término (...) expresa
   la imagen de una gracia perfecta y duradera que implica plenitud”
   (Juan Pablo II, Audiencia general, 08.05.1996).

 Los Padres advierten que las palabras de Isabel a Ma-
 ría, en la Visitación (“bendita tú entre las mujeres y
 bendito el fruto de tu vientre”), dan a entender que Ma-
 ría fue la sede de todas las gracias divinas y que fue
 adornada con todos los carismas del Espíritu Santo, al
 extremo de no haber estado nunca bajo el poder del mal.




Ma 12 de 51

                                      INMACULADA CONCEPCIÓN, 5

    Protoevangelio: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer,
    entre su descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza,
    mientras tu le muerdes el talón” (Gn 3, 15). En el texto hebraico,
    quien pisa la cabeza de la serpiente es la descendencia de la mujer.

                   Pío XII, Fulgens corona: “Si en un momento deter-
                   minado la santísima Virgen María hubiera quedado
                   privada de la gracia divina, por haber sido contami-
                   nada en su concepción por la mancha hereditaria
                   del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya
                   -al menos durante ese período de tiempo, por más
                   breve que fuera- la enemistad eterna, de la que se
                   habla desde la tradición primitiva hasta la solemne
                   definición de la Inmaculada Concepción, sino más
                   bien cierta servidumbre”.




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    La doctrina de la Inmaculada encontró cierta resis-
    tencia en Occidente. Hubo santos, como Agustín,
    Bernardo, Alberto Magno, Buenaventura y Tomás
    de Aquino, que al tiempo de afirmar la eximia
    santidad de María, se resistían a proclamar el pri-
    vilegio de la Inmaculada. No percibían cómo con-
    ciliarlo con la universalidad de la Redención ope-
    rada por Cristo.

  Solución: María no es una criatura exenta de redención. Es la prime-
  ra redimida por Cristo y lo ha sido de un modo eminente en atención
  a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano. Duns Escoto
  distingue la “redención liberativa” de todos nosotros, de la “redención
  preventiva” de María.




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                Hitos del Magisterio sobre la Inmaculada
                  Sixto IV, en 1476 y 1483, aprueba la Fiesta y el oficio
                  de la Concepción Inmaculada, prohibiendo calificar co-
                  mo herética la sentencia inmaculista. Inocencio VIII,
                  en 1489, aprueba la invocación de la Concepción In-
                  maculada. Trento, en 1546, declara que “no es inten-
                  ción suya incluir en este decreto, en que se trata del
                  pecado original, a la bienaventurada e inmaculada Vir-
                  gen María, Madre de Dios”. San Pío V incluye en el
                  Breviario el oficio de la Inmaculada. Paulo V, en 1616,
                  prohíbe enseñar públicamente la sentencia antiinmacu-
                  lista. Gregorio XV, en 1612, lo prohíbe privadamente.
                  Alejandro VII, en 1661, publica una constitución so-
                  bre la Inmaculada. Clemente XI, en 1708, extiende la
                  Fiesta como de precepto a toda la Iglesia Universal.




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                                       INMACULADA CONCEPCIÓN, 8

              Privilegios incluidos en la plenitud de gracia, 1
    Los Padres descartan no sólo cualquier especie de pecado en la
    Madre de Dios, también la juzgan ajena a toda imperfección vo-
    luntaria, hasta el punto de negar en Ella cualquier acto imperfecto
    o remiso de caridad. Entienden que, en modo alguno, ha estado
    inclinada al mal.

    La posibilidad de hacer el mal es un signo, pero
    también una imperfección de la libertad. El ver-
    dadero ejercicio de la libertad consiste en elegir
    el bien porque nos da la gana. La gracia sana la
    voluntad libre. Donde hay plenitud de gracia,
    hay plenitud de voluntad sana y, por tanto, ple-
    nitud de libertad. Por eso la Santísima Virgen
    fue libérrima en todo momento.




                                                                                    5
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                                      INMACULADA CONCEPCIÓN, 9

              Privilegios incluidos en la plenitud de gracia, 2
  La Virgen María estuvo sujeta al dolor. Santísima, sin sombra de
  pecado, pero pasible y mortal, partícipe de la kénosis de su Hijo,
  padeció al corredimir con Cristo. Una espada atravesó su alma
  (anuncio de Simeón). El privilegio de la Inmaculada, lejos de sus-
  traer el dolor de María, aumentó en Ella su capacidad de sufrimiento.

                   Desde su concepción la Virgen es superior en gracia
                   a todas las criaturas, incluidos los ángeles. Pero no
                   era una gracia infinita: creció a lo largo de su vida,
                   especialmente en la Encarnación, al pie de la Cruz y
                   en Pentecostés. Además, el amor recíproco entre
                   el Hijo y la Madre sería una causa ininterrumpida
                   de incremento de gracia para Ella.




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                                            VIRGINIDAD DE MARÍA, 1

                      Maternidad y virginidad son alternativas de la
                      mujer, excluyentes por naturaleza entre sí, que
                      Dios ha querido reunir por milagro en su Madre.
                      Los textos más antiguos llaman a María “La
                      Virgen”, y desde los primeros siglos, “La siempre
                      Virgen”. Tres aspectos del dogma: virgen antes
                      del parto, en el parto y después del parto.

    Antes del parto: El dogma afirma que Nuestra Señora concibió a
    Jesús, no por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Se
    cumplió así la profecía de Isaías: “una virgen concebirá y dará a
    luz un hijo, y será su nombre Emmanuel (Dios con nosotros)”
    (Is 7, 14). En el Credo rezamos así: “Creo en un solo Señor Jesu-
    cristo (...). Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen
    María” (en latín: “ex Maria Virgine”).




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                                            VIRGINIDAD DE MARÍA, 2


    En el parto: Lejos de menoscabar la integridad del cuerpo de su
    Madre, Jesús la dejó intacta al nacer. Este prodigio es un milagro
    de la divina omnipotencia. Ilustración clásica: nació como la luz
    del sol que pasa a través de un cristal, sin romperlo ni mancharlo.


   Después del parto: “Esta puerta ha de estar cerrada
   para siempre, no se abrirá ni entrará por ella hombre
   alguno, porque ha entrado por ella Yahvé” (Ez 44, 1-
   2). Los Padres aplican estas palabras a la virginidad
   perpetua de María.

   San Agustín, Sermón 186: María “fue Virgen al concebir a su Hijo,
   Virgen al parir, (...) Virgen después del parto, Virgen siempre”.




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                                            VIRGINIDAD DE MARÍA, 3

              Los “hermanos” de Jesús en los Evangelios
  Hebreo y arameo carecen de términos distintos para designar grados
  diversos de parentesco. Lot llamado “hermano” de Abraham en
  Gn 13, 8 y 14, 14.16, y “sobrino” en Gn 12, 5 y 14, 12. Labán llama-
  do “hermano” de Jacob en Gn 29, 15, cuando era hermano de su
  madre (Gn 29, 10).

     Mc 6, 3 da una lista de hermanos de Jesús, entre ellos Santiago y
     José, quienes por Mc 15, 40 y Jn 19, 25 sabemos que eran hijos
     de María de Cleofás.


                 Si Jesús hubiera tenido otros hermanos, no se entende-
                 rían bien sus palabras en la Cruz confiando su Madre
                 a su discípulo Juan.




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                                            VIRGINIDAD DE MARÍA, 4


     Se ha pensado también negar la
     virginidad de María porque Jesu-
     cristo es llamado “primogénito”,
     en Lc 2, 7. Pero esta palabra si-
     gnifica “hijo no precedido por
     otro”, y prescinde de la existen-
     cia de otros hijos. El primogéni-
     to estaba también vinculado con
     prescripciones de la ley judaica,
     y a cada hijo único se aplicaban
     estas prescripciones para el
     “primogénito”.




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                                            VIRGINIDAD DE MARÍA, 5

                       Mt 1, 18-25 hace la interpretación de Is 7, 14
                       (“la virgen ha concebido y ha dado a luz un
                       hijo, que será llamado Emmanuel, esto es,
                       ‘Dios-con-nosotros’”). Y en la genealogía de
                       Jesús, Mt 1, 16, en lugar de decir “José engen-
                       dró a Jesús”, dice “José, esposo de María, de
                       la cual nació Jesús, que es llamado Cristo”

    Mt 1, 20 afirma que el Ángel del Señor reveló a José que “lo con-
    cebido en Ella (María) es del Espíritu Santo”.

       En la Anunciación (Lc 1, 26-38), la pregunta de María “¿cómo
       se hará esto, pues no conozco varón?” es interpretada por los
       autores católicos como la voluntad de María de permanecer
       virgen ya antes del anuncio del ángel.




                                                                                  7
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                                              VIRGINIDAD DE MARÍA, 6

        San Marcos nunca menciona a José, el esposo de María, pero
        llama a Jesús “el hijo de María”.

   En el prólogo del evangelio de San Juan, algunas voces autorizadas,
   como San Ireneo y Tertuliano, presentan Jn 1, 13 en singular, es
   decir, “Él que no nació de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo
   de hombre, sino que nació de Dios”, lo que sería testimonio de la
   generación virginal de Jesús.


   Las fórmulas de fe de los Padres postulan la
   afirmación del nacimiento virginal de Jesús; y
   a partir del siglo IV utilizan el título de “siempre
   Virgen” al hablar de María.




Ma 23 de 51

                                              VIRGINIDAD DE MARÍA, 7

       La virginidad de María está presente en una larga serie de tes-
       timonios del Magisterio de la Iglesia, desde el Símbolo apos-
       tólico hasta la Lumen gentium de Vaticano II, y Juan Pablo II.

                       Concilio de Letrán (649), c. 3: “Si alguno, se-
                       gún los Santos Padres, no confiesa que propia y
                       verdaderamente es Madre de Dios la santa y
                       siempre virgen e inmaculada María, ya que con-
                       cibió en los últimos tiempos sin semen, del Es-
                       píritu Santo, al mismo Dios-Verbo (...) y que dio
                       a luz sin corrupción, permaneciendo indisoluble
                       su virginidad aún después del parto, sea conde-
                       nado”. Ver también Pablo IV, Const. Cum quo-
                       rundam (1555).




Ma 24 de 51

                                              VIRGINIDAD DE MARÍA, 8


    “La mirada de la fe, unida al conjunto de la Re-
    velación, puede descubrir las razones misteriosas
    por las que Dios, en su designio salvífico, quiso
    que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones
    se refieren tanto a la persona y a la misión reden-
    tora de Cristo como a la aceptación por María de
    esta misión para con los hombres” (CCE 502).

    CCE 503: “La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta
    de Dios en la Encarnación”. CCE 504: “Jesús fue concebido por
    obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque Él es
    el Nuevo Adán que inaugura la nueva creación”. CCE 505: “Jesús,
    el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo na-
    cimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe”.




                                                                                   8
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                                             VIRGINIDAD DE MARÍA, 9

                     “María es virgen porque su virginidad es el signo
                     de su fe no adulterada por duda alguna y de su
                     entrega total a la voluntad de Dios. Su fe es la
                     que le hace llegar a ser la madre del Salvador:
                     ‘Más bienaventurada es María al recibir a Cristo
                     por la fe que al concebir en su seno la carne de
                     Cristo’ (San Agustín, De sancta virginitate 3, 3)”
                     (CCE 506).

    CCE 507: “María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura
    y la más perfecta realización de la Iglesia”. La iglesia es madre ya
    que engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos
    por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También es virgen que
    guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo.




Ma 26 de 51

                                                           ASUNCIÓN, 1

     Pío XII, Munificentissimus Deus, 01.11.1950: “Pronunciamos,
     declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: que
     la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumpli-
     do el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a
     la gloria celeste”.


    La asunción se produce por virtud de Dios. El
    dogma significa que para la Virgen María no
    se aplaza hasta el fin de los tiempos la glorifi-
    cación de su cuerpo, como sucederá en los
    demás fieles, y que su cuerpo no sufrió la
    descomposición cadavérica.




Ma 27 de 51

                                                           ASUNCIÓN, 2

                         Pío XII quiso prescindir de la cuestión sobre
                         la muerte de María en la fórmula definitoria:
                         no quiso definirla.

                         Muchos Padres presentan la muerte de María
                         como un acto de amor que la llevó hasta su
                         divino Hijo para compartir con Él la vida
                         inmortal.

   Gn 3, 15: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer...”. Cristo,
   Nuevo Adán, obtiene el triunfo definitivo sobre la serpiente antigua,
   asociado íntimamente a la Nueva Eva, María. El triunfo es triple:
   sobre el pecado, sobre la concupiscencia y sobre la muerte. La pri-
   mera redimida fue liberada de la muerte a semejanza de Cristo.




                                                                                   9
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                                                            ASUNCIÓN, 3

   Lc 1, 28: “Llena de gracia”. La gracia redunda en toda la persona,
   unidad de alma y cuerpo. A la plenitud de gracia debe corresponder
   plenitud de gloria, en la persona entera.

                       Ap 12, 1: La Mujer vestida de sol. “Una mujer
                       revestida por el Sol, o sea, inmersa en la luz de
                       Dios, que la inhabita porque Ella habita en Él.
                       (...) Los Cielos y la Tierra se han fundido. Por
                       debajo de los pies, la Luna, como signo de que
                       lo efímero y mortal ha sido superado, y que la
                       transitoriedad de las cosas ha sido convertida
                       en existencia perdurable. Y la constelación que
                       la corona significa salvación” (Benedicto XVI,
                       Angelus, 16.08.2006).




Ma 29 de 51

                                                            ASUNCIÓN, 4

    “Como Cristo resucitó de entre los muertos con
    su cuerpo glorioso y subió al cielo, así también
    la Virgen santísima, a Él asociada plenamente,
    fue elevada a la gloria celestial con toda su per-
    sona. También en esto la Madre siguió más de
    cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros”
    (Benedicto XVI, Angelus, 15.08.2005).

    La participación de la Virgen en la victoria de Cristo no podría
    considerarse plena sin la glorificación corporal anticipada de María.

    “La maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la morada
    inmaculada del Señor, funda su destino glorioso” (Juan Pablo II,
    Audiencia general, 09.07.1997).




Ma 30 de 51

                                                            ASUNCIÓN, 5


       Si Adán y Eva introdujeron en el mundo la muerte del alma
       (pecado) y la del cuerpo, Cristo y María fueron causa de vida
       para el alma (gracia) y para el cuerpo (resurrección).


    Armonía de la Asunción con el dogma de la Inmaculada: si la re-
    surrección es el triunfo y el trofeo de la redención, a una redención
    preventiva y anticipada corresponderá una anticipada resurrección.


    Armonía con la Maternidad virginal: La
    verdad del parto virginal proclama el decre-
    to divino de preservar en absoluto la integri-
    dad corporal de la Madre de Dios.




                                                                                   10
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                                                            ASUNCIÓN, 6

              Armonía con el amor de Cristo por su Madre

                       “¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiése-
                       mos podido escoger la madre nuestra? Pienso
                       que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenán-
                       dola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo
                       Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor, su
                       poder realizó todo su querer (...). Los teólogos
                       han formulado con frecuencia un argumento
                       semejante, destinado a comprender de algún mo-
                       do el sentido de ese cúmulo de gracias de que se
                       encuentra revestida María y que culmina con la
                       Asunción a los cielos. Dicen: ‘convenía, Dios
                       podía hacerlo, luego lo hizo’” (San Josemaría,
                       Es Cristo que pasa, 171).




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                                                            ASUNCIÓN, 7


   La Asunción de María es el argumento o prue-
   ba de que todos los fieles de los cuales la Virgen
   Santísima es Madre, estarán un día con sus
   cuerpos glorificados junto a Cristo glorioso.
   Nuestro futuro no es utópico. Es una realidad
   existente en Cristo y María.



      Contemplando a María Asunta, el cristiano aprende a
      descubrir el valor de su propio cuerpo y a custodiarlo
      como templo de Dios, en espera de la resurrección y
      glorificación de la vida eterna bienaventurada.




Ma 33 de 51
                                                 REALEZA DE MARÍA, 1

    Lumen gentium 59: “La Virgen Inmaculada,
    preservada inmune de toda mancha de culpa
    original, terminado el curso de la vida terrena,
    en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celes-
    tial y enaltecida por el Señor como Reina del
    Universo, para que se asemejara más plena-
    mente a su Hijo, Señor de los que dominan,
    vencedor del pecado y de la muerte”.

    Lc 1, 43: Isabel, al oír el saludo de la Virgen, exclama: “¿De dónde
    a mí que la madre de mi Señor venga a mi?”. Es tanto como decir
    “la Señora”, “la Reina”.

 Los Padres vieron a María en la mujer “vestida de sol, con la luna ba-
 jo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12, 1).




                                                                                   11
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                                               REALEZA DE MARÍA, 2

    Innumerables Padres, como, por ejemplo, San Efrén, San Gregorio
    Nacianceno, Orígenes, San Juan Damasceno, San Jerónimo, San
    Andrés Cretense, San Epifanio, etc., proclaman a María “Reina”,
    “Dueña”, “Señora”.

                           Liturgia: La Iglesia latina entona la “Salve
                           Regina”, las antífonas “Ave Regina caelo-
                           rum” y “Regina caeli laetare”. Destacan
                           las Letanías lauretanas con muchas invo-
                           caciones a María como Reina, y el quinto
                           misterio glorioso del Rosario. Iconografía.

     Muchos Papas llaman a María Reina. Pío XII dedicó la encíclica
     Ad Coeli Reginam (1954) entera a este misterio. Juan Pablo II
     insiste en que María es Reina universal (Redemptoris Mater).




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                                               REALEZA DE MARÍA, 3

   Cristo es Rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque
   es Redentor. María es Reina no sólo porque es Madre de Dios, sino
   también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó
   en la obra de la redención del género humano.

    María reina con el poder de la oración.
    Con el amor de Hija de Dios Padre, con
    el amor de Madre de Dios Hijo y con el
    amor de Esposa de Dios Espíritu Santo,
    reunidos en un solo corazón.

     María es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxi-
     liadora, Socorro, Mediadora. Y se la llama la Omnipotencia
     Suplicante.




Ma 36 de 51

                         COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 1

     Se puede hablar de la corredención de la Virgen María. La iden-
     tificación con su Hijo abarca desde el principio todo el plan de
     salvación. Fue junto a la Cruz de Jesús, donde con particular
     intensidad ejerció su misión corredentora.

    Arnaldo de Chartres (s. XII): “Una fue la voluntad de Cristo y de
    María; ambos ofrecían a Dios un mismo holocausto: María, con
    sangre en el corazón; Cristo, con sangre en la carne”.

                   “Movida por un inmenso amor a nosotros, ofreció
                   Ella misma a su Hijo a la divina justicia para re-
                   cibirnos como hijos” (León XIII, Iucunda semper).
                   Por nosotros muere Jesús y por nosotros sufre
                   María. Colaboró con su Hijo en hacernos hijos de
                   Dios y también (por designio divino) hijos suyos.




                                                                                 12
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                          COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 2

     Cuando Dios dijo a la serpiente: “Yo pondré
     enemistad entre ti y la mujer, entre tu descen-
     dencia y la suya, que te aplastará la cabeza”
     (Gn 3, 15), está situando junto al futuro Ven-
     cedor de Satanás a la Mujer, y esta Mujer es
     María. Dios pensó en la eternidad a María
     como “unum” con Cristo Cabeza de la Huma-
     nidad redimida.

      Satanás se sirvió de la mujer para arrastrar a Adán y a sus hijos
      al abismo del pecado y de la perdición. Dios se servirá de una
      mujer para realizar las maravillas de la Encarnación y de la
      Redención por medio de Cristo, Verbo encarnado en el seno
      de María.




Ma 38 de 51

                          COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 3


                     La maternidad divina justifica de raíz el principio
                     de una participación de María en la entera vida
                     y misión del Verbo encarnado. Esta asociación
                     inserta a María en toda la historia de la redención
                     y santificación.


     Cristo es la Cabeza indiscutible y única de la Iglesia por derecho
     propio, y lo es inseparablemente de María como Madre.

    Cristo es el único Mediador, pero ha querido tener junto a sí, estre-
    chamente unida, asociada en su quehacer redentor y santificador,
    a la Mujer. Y la Mujer ha sido María, su Madre.




Ma 39 de 51

                                             MADRE Y MEDIADORA, 1


                                María es Madre nuestra no en un sen-
                                tido natural, pero sí en un sentido real,
                                sobrenatural y místico, porque es Ma-
                                dre de Cristo, no sólo de la Persona de
                                Cristo, sino del Cristo total (Cabeza y
                                miembros).

    María, cuando llevaba en su seno al Salvador, gestaba también a
    todos aquellos cuya vida estaba contenida en la vida del Señor.
    Todos cuantos estamos unidos con Cristo, hemos salido del seno
    de María a semejanza de un cuerpo unido con su cabeza. Así, en
    un sentido espiritual, somos hijos de María y Ella es Madre de
    todos nosotros.




                                                                                   13
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                                             MADRE Y MEDIADORA, 2

    María es Madre de los bienaventurados del Cielo de modo exce-
    lente. Es Madre de las personas en gracia de modo perfecto. Es
    Madre de los cristianos en pecado mortal de modo imperfecto,
    porque estos no tienen vida sobrenatural completa, sino sólo la
    fe. Es Madre de los no bautizados de modo potencial o de dere-
    cho, ya que está destinada a engendrarlos en la vida sobrenatural.


      No es Madre de los condenados del infierno,
      pues ya no les cabe en absoluto la unión con
      Cristo.

      Por ser Madre de la Iglesia, es miembro so-
      breeminente y del todo singular de la Iglesia.




Ma 41 de 51

                                             MADRE Y MEDIADORA, 3


  La Madre de Dios, por querer y don de Dios, pro-
  crea en la vida de la Gracia a los hijos de Dios.
  María no es autora de la Gracia, pero hay un com-
  promiso divino asumido libremente por Dios con
  vista a la intervención de María en la obra de la
  santificación, que la erige en verdadera Madre,
  dadora de la vida sobrenatural, crística, creada por
  la Trinidad, desde el Padre en el Hijo por el
  Espíritu Santo.

   Los hombres pueden ser mediadores entre Dios y los demás. Es una
   mediación subordinada, participada. En la Virgen se da esencial-
   mente más esa mediación participada, pues es de una naturaleza
   específicamente superior, por ser de una naturaleza materna.




Ma 42 de 51

                                             MADRE Y MEDIADORA, 4

    El Magisterio afirma que María es Medianera y Dispensadora de
    todas las gracias: “Es lícito afirmar que de aquel grandioso tesoro
    que trajo el Señor (...), nada se nos distribuye sino por medio de
    María, por quererlo Dios así” (León XIII, Octobri mense,
    22.09.1891).

                             A la Madre de Dios se le ha entregado to-
                             da la gracia de la que es Autor su Hijo,
                             para que sea Administradora de Cristo,
                             en favor de todos sus hijos. Todas las gra-
                             cias se comunican por Cristo a María, y
                             por María a nosotros. Es una manifesta-
                             ción de la inmensidad del amor de Dios
                             hacia María y hacia nosotros.




                                                                                  14
03/09/2010




Ma 43 de 51

                                                 CULTO Y DEVODIÓN, 1

        El culto es un honor que se tributa a una persona superior a
        nosotros. El culto rendido a los servidores de Dios honra a
        Dios mismo, que se manifiesta por ellos y por ellos nos atrae
        hacia Él.

    Al constituir Dios a su Madre en la cima
    de la santidad, llenándola de gracias, nos
    expresa su voluntad de que la honremos
    en cuanto nos sea posible. Alabar a María
    es alabar al Hijo y, por Él, a la Trinidad
    Santísima: ¿qué hijo no se goza en que
    honren a su madre? ¡Cuánto más Cristo
    que, siendo Dios, ama a su Madre más
    que todos los hijos del mundo!




Ma 44 de 51

                                                 CULTO Y DEVOCIÓN, 2


                          Se tributa a la Santísima Virgen un culto de
                          veneración supremo (hiperdulía), debido a
                          su eminente dignidad de Madre de Dios,
                          distinto del culto de adoración (latría) reser-
                          vado a Dios, y del simple culto de veneración
                          (dulía) propio de los demás santos.


     La verdadera devoción no consiste, ni en un estéril y pasajero
     sentimentalismo, ni en una cierta vana credulidad; sino que pro-
     cede de la fe, por la que reconocemos la excelencia de la Madre
     de Dios, por la que somos llevados a un amor filial hacia nuestra
     Madre, y a la imitación de sus virtudes.




Ma 45 de 51

                                                 CULTO Y DEVOCIÓN, 3

   “Ante todo, es sumamente conveniente que los ejercicios de piedad
   a la Virgen María expresen claramente la nota trinitaria y cristoló-
   gica que les es intrínseca y esencial. (...) En la Virgen María todo
   es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre
   la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó
   con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún
   otro” (Pablo VI, Marialis cultus 24).

                      “Es necesario además que los ejercicios de piedad
                      (...) ponga más claramente de manifiesto el
                      puesto que ella ocupa en la Iglesia: el más alto y
                      más próximo a nosotros después de Cristo. (...)
                      El amor a la Iglesia se traducirá en amor a María
                      y viceversa; porque la una no puede subsistir sin
                      la otra” (Ídem 28).




                                                                                   15
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Ma 46 de 51

                                                 CULTO Y DEVOCIÓN, 4


   La Iglesia, para honrar a la Virgen María, celebra
   a lo largo del año litúrgico diversas fiestas maria-
   nas. Vaticano II exhorta a que se promueva el
   culto, especialmente el litúrgico.

   El Magisterio ha subrayado de modo particular
   dos devociones marianas: el Ángelus y el Rosario.

  Otras prácticas de piedad mariana: Cofradías marianas, Escapulario
  del Carmen, Mes de María, Medallas, sábados dedicados a María,
  peregrinaciones a Santuarios, consagración a su Corazón Inmaculado,
  etc.

              Los frutos de esta devoción mariana son incontables.




Ma 47 de 51

                                                              SAN JOSÉ, 1


    El Magisterio sostiene que la Virgen y San José
    contrajeron un verdadero matrimonio. Los
    Padres, al referirse a este matrimonio, ponen de
    relieve la providencia y sabiduría divinas al
    disponer que Jesucristo naciera virginalmente
    de una Madre desposada.


    San José recibió una plenitud de gracia proporcionada a la preemi-
    nencia de su misión para la cual fue elegido eternamente por la
    Trinidad. En efecto, la misión de San José supera el orden mismo
    de la gracia y linda con el orden hipostático, constituido por el
    misterio mismo de la Encarnación.




Ma 48 de 51

                                                              SAN JOSÉ, 2



    Juan XXIII, en 1962, lo proclamó “ilustre descendiente de David,
    luz de los Patriarcas, esposo de la Madre de Dios, guardián de su
    virginidad, padre nutricio del Hijo de Dios, vigilante defensor de
    Cristo, Jefe de la Sagrada Familia; fue justísimo, castísimo, pru-
    dentísimo, fortísimo, muy obediente, fidelísimo, espejo de pa-
    ciencia, amante de la pobreza, modelo de
    trabajadores, honor de la vida doméstica,
    guardián de las vírgenes, sostén de las
    familias, consolación de los desafortuna-
    dos, esperanza de los enfermos, patrono
    de los moribundos, terror de los demonios,
    protector de la Iglesia Santa. Nadie es tan
    grande después de la Virgen María”.




                                                                                   16
03/09/2010




Ma 49 de 51

                                                            SAN JOSÉ, 3


                      Parece que, después de la Anunciación, la Virgen
                      guardó para sí el gran misterio que había aconte-
                      cido en Ella, la Encarnación del Verbo.

                      La duda de José no era sobre la inocencia de
                      María, sino sobre su propio papel en el futuro
                      de aquel misterio.


    El ángel no sólo le confirma que lo sucedido en su Esposa es obra
    divina; además le comunica que él tiene también una misión en el
    misterio de la Encarnación: poner el nombre a Jesús, lo cual signi-
    fica, en el modo de hablar bíblico, que iba a ser el padre de Jesús
    según la ley.




Ma 50 de 51

                                                            SAN JOSÉ, 4


   “¿Cómo era padre José? Tanto más profundamente padre, cuanto
   más casta fue su paternidad. A José no sólo se le debe el nombre
   de padre, sino que se le debe más que a otro alguno” (San Agustín,
   Sermón 51, 20).

                      Fiesta litúrgica de San José: Sixto IV (1476). La
                      eleva a mayor categoría Inocencio VIII (1486).
                      La declara obligatoria para todo el orbe Gregorio
                      XV (1621). Proclama a San José como “patrono
                      de la Iglesia universal” Pío IX (1871),

                         Juan Pablo II le ha dedicado una Exhortación
                         Apostólica, Redemptoris custos (1989).




Ma 51 de 51

                                                            SAN JOSÉ, 5


    “Trato de llegar a la Trinidad del Cielo por esa
    otra trinidad de la tierra: Jesús, María y José.
    Están como más asequibles. Jesús, que es per-
    fectus Deus y perfectus Homo. María, que es
    una mujer, la más pura criatura, la más grande:
    más que Ella, sólo Dios. Y José, que está in-
    mediato a María: limpio, varonil, prudente,
    entero” (San Josemaría).

    “San José, que no te puedo separar de Jesús y de María. San José,
    por el que he tenido siempre devoción pero comprendo que debo
    amarte cada día más y proclamarlo a los cuatro vientos (...). San
    José, nuestro Padre y Señor, intercede por nosotros” (Ídem).




                                                                                 17

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Mariologia

  • 1. 03/09/2010 Ma 1 de 51 MATERNIDAD DIVINA, 1 A los cristianos del siglo V les resultaba familiar la palabra Theotókos, que significa Madre de Dios. El patriarca de Constantinopla, Nestorio (428), afirmaba que Cristo era un sujeto humano, unido pero distinto al Verbo: un hombre extraordinario, pero no verdadero Dios. La Virgen sería entonces Madre de Cristo, pero no Madre de Dios. El concilio de Éfeso (431) declaró que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, consubstancial al Padre, ha asumido una naturaleza humana, de modo que la única persona en Cristo es esta Persona divina. Así la Virgen es Madre de esta Persona divina, y por eso verdadera Madre de Dios. Ma 2 de 51 MATERNIDAD DIVINA, 2 La pregunta “¿qué es?” se refiere a una naturaleza (es un pino, un hombre, etc.), mientras que la pregunta “¿quién es?” se refiere a una persona (es Pedro). Yo no soy ante todo un “qué”, soy un “quien”; no soy “algo”, soy “alguien”. Tengo una naturaleza y soy una persona. Dios puede crear una naturaleza humana de tal modo que el sujeto de esa naturaleza sea un “Yo” divino, una Persona de la Trinidad. Jesús, engen- drado por obra del Espíritu Santo, es verdadero hombre porque tiene una naturaleza real y perfec- tamente humana. Y es verdadero Dios, porque la persona que sustenta esa naturaleza no es otra que la del Verbo divino. Ma 3 de 51 MATERNIDAD DIVINA, 3 Justa y verdaderamente se llama María Madre de Dios, por haber engendrado una persona divina. María da a Jesús, es decir, a Dios Hijo, todo lo que una madre da a su hijo. Ella es, en sentido propio, Madre de Dios Hijo. El Concilio de Éfeso (431) define, frente a los errores de Nestorio: “La Santa Virgen es Madre de Dios, pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne”. El Concilio de Calcedonia (451) añade que no puede llamarse a “la Virgen María Madre de Dios en sentido figurado”: hay que afirmarlo en sentido propio. 1
  • 2. 03/09/2010 Ma 4 de 51 MATERNIDAD DIVINA, 4 En el AT hay alusiones al misterio de la Maternidad divina de María: preanuncios de María son Eva (madre de los vivientes), Sara, Judit, Débora, Rut, Ester... Aparece también la figura de la reina madre (Betsabé, madre de Salomón). Varios profetas hablan de una “Hija de Sión” que representa a Israel en los tres aspectos de Esposa, Ma- dre y Virgen, que se realizarán plenamente en el misterio de María. En el NT la maternidad divina de María se afirma implícitamente siempre que se habla de Ella como “Madre de Jesús”, el cual declaró sin lugar a dudas que es Dios (así lo entendieron su enemigos, que en ello vieron blasfemia). Marcos llama a Jesús “hijo de María” e “Hijo de Dios”. En Mateo y Lucas la palabra Madre se emplea en el relato de la Concep- ción y en el del Nacimiento. Ma 5 de 51 MATERNIDAD DIVINA, 5 El NT enseña también explícitamente el misterio El ángel dice a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será llamado hijo de Dios”. Se llamará Emmanuel, Dios con nosotros. En Mt 1, 21, el ángel anuncia a José que Jesús “salvará a su pueblo”, expresión que en el AT se reserva a Dios; y que lo salvará “de sus pecados”, poder que se atribuye sólo a Dios. En Lc 1, 43, Isabel llama a María “la madre de mi Señor”. Los judíos llamaban a Dios “su Señor”. Ma 6 de 51 MATERNIDAD DIVINA, 6 Los Padres más cercanos a los Apóstoles, como San Ignacio de Antioquía (+107), hablan de la maternidad de María. Cabe des- tacar a San Justino (+165), San Ireneo (+202), Tertuliano (+220/ 230), San Hipólito (+235). Orígenes (+ 253) es el primero que nos da no- ticia de la fórmula “Theotókos” (Madre de Dios). Se encuentra luego en autores tan im- portantes como San Atanasio, San Dídimo, San Gregorio de Nisa, San Cirilo de Jerusalén, San Epifanio de Salamina, San Juan Damasce- no. El término latino equivalente se encuentra en San Ambrosio, San Jerónimo, etc. 2
  • 3. 03/09/2010 Ma 7 de 51 MATERNIDAD DIVINA, 7 Santo Tomás: “Por el hecho de ser Madre de Dios, tiene una dignidad en cierto modo infinita, a causa del bien infinito que es Dios. (,,,) No puede imagi- narse una dignidad mayor, como no puede imagi- narse cosa mayor que Dios” (ST I, q. 25). “Ella es la única que junto con Dios Padre puede decir al Hijo de Dios: Tú eres mi Hijo” (ST III, q. 103). No se puede considerar a la Virgen revestida de una dignidad divina. Pero “más que Ella sólo Dios” (cfr. San Josemaría, Camino 496). Juan Pablo II ha insistido en la fórmula: “Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo” (Redemptoris Mater 8). Ma 8 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 1 Entre los privilegios de la Virgen María en atención a su dignidad de Madre de Dios y en virtud de los méritos de su Hijo, es de destacar el de su Inmaculada Concepción, reconocido por la Iglesia desde sus inicios y definido como dogma de fe el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX en la Bula Ineffabilis Deus. “Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su Concepción fue, por singular gracia y privilegio del Dios omnipo- tente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios y, por tanto, debe ser firme y constante- mente creída por todos los fieles”. Ma 9 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 2 “Inmune de toda mancha de culpa original”: la Iglesia confiesa que María en ningún momento y en modo alguno fue alcanzada por la culpa original que se transmite por generación a la humanidad desde nuestros primeros padres. Pío XII añade que cuando se habla de María, ni siquiera “cabe plan- tearse la cuestión” de si tuvo o no algún pecado, por nimio que pu- diera pensarse, “puesto que lleva consigo la dignidad y santidad más grandes después de las de Cristo. (...) Es tan pura y tan santa que no puede concebirse pureza mayor después de la de Dios” (Fulgens corona, 08.09.1953). Sentencia cierta: libre de la concupiscencia desde su concepción. 3
  • 4. 03/09/2010 Ma 10 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 3 La inmunidad de María es una gracia del Dios todopoderoso que constituye un “privilegio sin- gular”. Dios se interpone entre María y el pecado para que éste ni siquiera le roce por un instante. Es un privilegio extraordinario concedido a la que había de ser Madre de Dios. Esta verdad no se ha obtenido como una conclusión a partir de la Revelación, o por su conexión con alguna otra verdad revelada. Se trata de una verdad formalmente revelada por Dios. Ha habido progreso en el conocimiento y explicación, pero la verdad era cono- cida desde los comienzos de la Iglesia como divinamente revelada. Ma 11 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 4 Anunciación (Lc 1, 28): “La expresión ‘llena de gracia’ traduce la palabra griega ‘kexaritomene’, la cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego, no se debería decir simplemente ‘llena de gracia’, sino ‘hecha llena de gracia’ o ‘colmada de gracia’, lo cual indicaría claramente que se trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término (...) expresa la imagen de una gracia perfecta y duradera que implica plenitud” (Juan Pablo II, Audiencia general, 08.05.1996). Los Padres advierten que las palabras de Isabel a Ma- ría, en la Visitación (“bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”), dan a entender que Ma- ría fue la sede de todas las gracias divinas y que fue adornada con todos los carismas del Espíritu Santo, al extremo de no haber estado nunca bajo el poder del mal. Ma 12 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 5 Protoevangelio: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, entre su descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza, mientras tu le muerdes el talón” (Gn 3, 15). En el texto hebraico, quien pisa la cabeza de la serpiente es la descendencia de la mujer. Pío XII, Fulgens corona: “Si en un momento deter- minado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contami- nada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese período de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna, de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre”. 4
  • 5. 03/09/2010 Ma 13 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 6 La doctrina de la Inmaculada encontró cierta resis- tencia en Occidente. Hubo santos, como Agustín, Bernardo, Alberto Magno, Buenaventura y Tomás de Aquino, que al tiempo de afirmar la eximia santidad de María, se resistían a proclamar el pri- vilegio de la Inmaculada. No percibían cómo con- ciliarlo con la universalidad de la Redención ope- rada por Cristo. Solución: María no es una criatura exenta de redención. Es la prime- ra redimida por Cristo y lo ha sido de un modo eminente en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano. Duns Escoto distingue la “redención liberativa” de todos nosotros, de la “redención preventiva” de María. Ma 14 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 7 Hitos del Magisterio sobre la Inmaculada Sixto IV, en 1476 y 1483, aprueba la Fiesta y el oficio de la Concepción Inmaculada, prohibiendo calificar co- mo herética la sentencia inmaculista. Inocencio VIII, en 1489, aprueba la invocación de la Concepción In- maculada. Trento, en 1546, declara que “no es inten- ción suya incluir en este decreto, en que se trata del pecado original, a la bienaventurada e inmaculada Vir- gen María, Madre de Dios”. San Pío V incluye en el Breviario el oficio de la Inmaculada. Paulo V, en 1616, prohíbe enseñar públicamente la sentencia antiinmacu- lista. Gregorio XV, en 1612, lo prohíbe privadamente. Alejandro VII, en 1661, publica una constitución so- bre la Inmaculada. Clemente XI, en 1708, extiende la Fiesta como de precepto a toda la Iglesia Universal. Ma 15 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 8 Privilegios incluidos en la plenitud de gracia, 1 Los Padres descartan no sólo cualquier especie de pecado en la Madre de Dios, también la juzgan ajena a toda imperfección vo- luntaria, hasta el punto de negar en Ella cualquier acto imperfecto o remiso de caridad. Entienden que, en modo alguno, ha estado inclinada al mal. La posibilidad de hacer el mal es un signo, pero también una imperfección de la libertad. El ver- dadero ejercicio de la libertad consiste en elegir el bien porque nos da la gana. La gracia sana la voluntad libre. Donde hay plenitud de gracia, hay plenitud de voluntad sana y, por tanto, ple- nitud de libertad. Por eso la Santísima Virgen fue libérrima en todo momento. 5
  • 6. 03/09/2010 Ma 16 de 51 INMACULADA CONCEPCIÓN, 9 Privilegios incluidos en la plenitud de gracia, 2 La Virgen María estuvo sujeta al dolor. Santísima, sin sombra de pecado, pero pasible y mortal, partícipe de la kénosis de su Hijo, padeció al corredimir con Cristo. Una espada atravesó su alma (anuncio de Simeón). El privilegio de la Inmaculada, lejos de sus- traer el dolor de María, aumentó en Ella su capacidad de sufrimiento. Desde su concepción la Virgen es superior en gracia a todas las criaturas, incluidos los ángeles. Pero no era una gracia infinita: creció a lo largo de su vida, especialmente en la Encarnación, al pie de la Cruz y en Pentecostés. Además, el amor recíproco entre el Hijo y la Madre sería una causa ininterrumpida de incremento de gracia para Ella. Ma 17 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 1 Maternidad y virginidad son alternativas de la mujer, excluyentes por naturaleza entre sí, que Dios ha querido reunir por milagro en su Madre. Los textos más antiguos llaman a María “La Virgen”, y desde los primeros siglos, “La siempre Virgen”. Tres aspectos del dogma: virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Antes del parto: El dogma afirma que Nuestra Señora concibió a Jesús, no por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Se cumplió así la profecía de Isaías: “una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y será su nombre Emmanuel (Dios con nosotros)” (Is 7, 14). En el Credo rezamos así: “Creo en un solo Señor Jesu- cristo (...). Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María” (en latín: “ex Maria Virgine”). Ma 18 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 2 En el parto: Lejos de menoscabar la integridad del cuerpo de su Madre, Jesús la dejó intacta al nacer. Este prodigio es un milagro de la divina omnipotencia. Ilustración clásica: nació como la luz del sol que pasa a través de un cristal, sin romperlo ni mancharlo. Después del parto: “Esta puerta ha de estar cerrada para siempre, no se abrirá ni entrará por ella hombre alguno, porque ha entrado por ella Yahvé” (Ez 44, 1- 2). Los Padres aplican estas palabras a la virginidad perpetua de María. San Agustín, Sermón 186: María “fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen al parir, (...) Virgen después del parto, Virgen siempre”. 6
  • 7. 03/09/2010 Ma 19 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 3 Los “hermanos” de Jesús en los Evangelios Hebreo y arameo carecen de términos distintos para designar grados diversos de parentesco. Lot llamado “hermano” de Abraham en Gn 13, 8 y 14, 14.16, y “sobrino” en Gn 12, 5 y 14, 12. Labán llama- do “hermano” de Jacob en Gn 29, 15, cuando era hermano de su madre (Gn 29, 10). Mc 6, 3 da una lista de hermanos de Jesús, entre ellos Santiago y José, quienes por Mc 15, 40 y Jn 19, 25 sabemos que eran hijos de María de Cleofás. Si Jesús hubiera tenido otros hermanos, no se entende- rían bien sus palabras en la Cruz confiando su Madre a su discípulo Juan. Ma 20 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 4 Se ha pensado también negar la virginidad de María porque Jesu- cristo es llamado “primogénito”, en Lc 2, 7. Pero esta palabra si- gnifica “hijo no precedido por otro”, y prescinde de la existen- cia de otros hijos. El primogéni- to estaba también vinculado con prescripciones de la ley judaica, y a cada hijo único se aplicaban estas prescripciones para el “primogénito”. Ma 21 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 5 Mt 1, 18-25 hace la interpretación de Is 7, 14 (“la virgen ha concebido y ha dado a luz un hijo, que será llamado Emmanuel, esto es, ‘Dios-con-nosotros’”). Y en la genealogía de Jesús, Mt 1, 16, en lugar de decir “José engen- dró a Jesús”, dice “José, esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo” Mt 1, 20 afirma que el Ángel del Señor reveló a José que “lo con- cebido en Ella (María) es del Espíritu Santo”. En la Anunciación (Lc 1, 26-38), la pregunta de María “¿cómo se hará esto, pues no conozco varón?” es interpretada por los autores católicos como la voluntad de María de permanecer virgen ya antes del anuncio del ángel. 7
  • 8. 03/09/2010 Ma 22 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 6 San Marcos nunca menciona a José, el esposo de María, pero llama a Jesús “el hijo de María”. En el prólogo del evangelio de San Juan, algunas voces autorizadas, como San Ireneo y Tertuliano, presentan Jn 1, 13 en singular, es decir, “Él que no nació de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios”, lo que sería testimonio de la generación virginal de Jesús. Las fórmulas de fe de los Padres postulan la afirmación del nacimiento virginal de Jesús; y a partir del siglo IV utilizan el título de “siempre Virgen” al hablar de María. Ma 23 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 7 La virginidad de María está presente en una larga serie de tes- timonios del Magisterio de la Iglesia, desde el Símbolo apos- tólico hasta la Lumen gentium de Vaticano II, y Juan Pablo II. Concilio de Letrán (649), c. 3: “Si alguno, se- gún los Santos Padres, no confiesa que propia y verdaderamente es Madre de Dios la santa y siempre virgen e inmaculada María, ya que con- cibió en los últimos tiempos sin semen, del Es- píritu Santo, al mismo Dios-Verbo (...) y que dio a luz sin corrupción, permaneciendo indisoluble su virginidad aún después del parto, sea conde- nado”. Ver también Pablo IV, Const. Cum quo- rundam (1555). Ma 24 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 8 “La mirada de la fe, unida al conjunto de la Re- velación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión reden- tora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres” (CCE 502). CCE 503: “La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación”. CCE 504: “Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque Él es el Nuevo Adán que inaugura la nueva creación”. CCE 505: “Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo na- cimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe”. 8
  • 9. 03/09/2010 Ma 25 de 51 VIRGINIDAD DE MARÍA, 9 “María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe no adulterada por duda alguna y de su entrega total a la voluntad de Dios. Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador: ‘Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo’ (San Agustín, De sancta virginitate 3, 3)” (CCE 506). CCE 507: “María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia”. La iglesia es madre ya que engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo. Ma 26 de 51 ASUNCIÓN, 1 Pío XII, Munificentissimus Deus, 01.11.1950: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumpli- do el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”. La asunción se produce por virtud de Dios. El dogma significa que para la Virgen María no se aplaza hasta el fin de los tiempos la glorifi- cación de su cuerpo, como sucederá en los demás fieles, y que su cuerpo no sufrió la descomposición cadavérica. Ma 27 de 51 ASUNCIÓN, 2 Pío XII quiso prescindir de la cuestión sobre la muerte de María en la fórmula definitoria: no quiso definirla. Muchos Padres presentan la muerte de María como un acto de amor que la llevó hasta su divino Hijo para compartir con Él la vida inmortal. Gn 3, 15: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer...”. Cristo, Nuevo Adán, obtiene el triunfo definitivo sobre la serpiente antigua, asociado íntimamente a la Nueva Eva, María. El triunfo es triple: sobre el pecado, sobre la concupiscencia y sobre la muerte. La pri- mera redimida fue liberada de la muerte a semejanza de Cristo. 9
  • 10. 03/09/2010 Ma 28 de 51 ASUNCIÓN, 3 Lc 1, 28: “Llena de gracia”. La gracia redunda en toda la persona, unidad de alma y cuerpo. A la plenitud de gracia debe corresponder plenitud de gloria, en la persona entera. Ap 12, 1: La Mujer vestida de sol. “Una mujer revestida por el Sol, o sea, inmersa en la luz de Dios, que la inhabita porque Ella habita en Él. (...) Los Cielos y la Tierra se han fundido. Por debajo de los pies, la Luna, como signo de que lo efímero y mortal ha sido superado, y que la transitoriedad de las cosas ha sido convertida en existencia perdurable. Y la constelación que la corona significa salvación” (Benedicto XVI, Angelus, 16.08.2006). Ma 29 de 51 ASUNCIÓN, 4 “Como Cristo resucitó de entre los muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así también la Virgen santísima, a Él asociada plenamente, fue elevada a la gloria celestial con toda su per- sona. También en esto la Madre siguió más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros” (Benedicto XVI, Angelus, 15.08.2005). La participación de la Virgen en la victoria de Cristo no podría considerarse plena sin la glorificación corporal anticipada de María. “La maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la morada inmaculada del Señor, funda su destino glorioso” (Juan Pablo II, Audiencia general, 09.07.1997). Ma 30 de 51 ASUNCIÓN, 5 Si Adán y Eva introdujeron en el mundo la muerte del alma (pecado) y la del cuerpo, Cristo y María fueron causa de vida para el alma (gracia) y para el cuerpo (resurrección). Armonía de la Asunción con el dogma de la Inmaculada: si la re- surrección es el triunfo y el trofeo de la redención, a una redención preventiva y anticipada corresponderá una anticipada resurrección. Armonía con la Maternidad virginal: La verdad del parto virginal proclama el decre- to divino de preservar en absoluto la integri- dad corporal de la Madre de Dios. 10
  • 11. 03/09/2010 Ma 31 de 51 ASUNCIÓN, 6 Armonía con el amor de Cristo por su Madre “¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiése- mos podido escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenán- dola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor, su poder realizó todo su querer (...). Los teólogos han formulado con frecuencia un argumento semejante, destinado a comprender de algún mo- do el sentido de ese cúmulo de gracias de que se encuentra revestida María y que culmina con la Asunción a los cielos. Dicen: ‘convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo’” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, 171). Ma 32 de 51 ASUNCIÓN, 7 La Asunción de María es el argumento o prue- ba de que todos los fieles de los cuales la Virgen Santísima es Madre, estarán un día con sus cuerpos glorificados junto a Cristo glorioso. Nuestro futuro no es utópico. Es una realidad existente en Cristo y María. Contemplando a María Asunta, el cristiano aprende a descubrir el valor de su propio cuerpo y a custodiarlo como templo de Dios, en espera de la resurrección y glorificación de la vida eterna bienaventurada. Ma 33 de 51 REALEZA DE MARÍA, 1 Lumen gentium 59: “La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celes- tial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plena- mente a su Hijo, Señor de los que dominan, vencedor del pecado y de la muerte”. Lc 1, 43: Isabel, al oír el saludo de la Virgen, exclama: “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mi?”. Es tanto como decir “la Señora”, “la Reina”. Los Padres vieron a María en la mujer “vestida de sol, con la luna ba- jo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12, 1). 11
  • 12. 03/09/2010 Ma 34 de 51 REALEZA DE MARÍA, 2 Innumerables Padres, como, por ejemplo, San Efrén, San Gregorio Nacianceno, Orígenes, San Juan Damasceno, San Jerónimo, San Andrés Cretense, San Epifanio, etc., proclaman a María “Reina”, “Dueña”, “Señora”. Liturgia: La Iglesia latina entona la “Salve Regina”, las antífonas “Ave Regina caelo- rum” y “Regina caeli laetare”. Destacan las Letanías lauretanas con muchas invo- caciones a María como Reina, y el quinto misterio glorioso del Rosario. Iconografía. Muchos Papas llaman a María Reina. Pío XII dedicó la encíclica Ad Coeli Reginam (1954) entera a este misterio. Juan Pablo II insiste en que María es Reina universal (Redemptoris Mater). Ma 35 de 51 REALEZA DE MARÍA, 3 Cristo es Rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es Reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano. María reina con el poder de la oración. Con el amor de Hija de Dios Padre, con el amor de Madre de Dios Hijo y con el amor de Esposa de Dios Espíritu Santo, reunidos en un solo corazón. María es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxi- liadora, Socorro, Mediadora. Y se la llama la Omnipotencia Suplicante. Ma 36 de 51 COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 1 Se puede hablar de la corredención de la Virgen María. La iden- tificación con su Hijo abarca desde el principio todo el plan de salvación. Fue junto a la Cruz de Jesús, donde con particular intensidad ejerció su misión corredentora. Arnaldo de Chartres (s. XII): “Una fue la voluntad de Cristo y de María; ambos ofrecían a Dios un mismo holocausto: María, con sangre en el corazón; Cristo, con sangre en la carne”. “Movida por un inmenso amor a nosotros, ofreció Ella misma a su Hijo a la divina justicia para re- cibirnos como hijos” (León XIII, Iucunda semper). Por nosotros muere Jesús y por nosotros sufre María. Colaboró con su Hijo en hacernos hijos de Dios y también (por designio divino) hijos suyos. 12
  • 13. 03/09/2010 Ma 37 de 51 COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 2 Cuando Dios dijo a la serpiente: “Yo pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descen- dencia y la suya, que te aplastará la cabeza” (Gn 3, 15), está situando junto al futuro Ven- cedor de Satanás a la Mujer, y esta Mujer es María. Dios pensó en la eternidad a María como “unum” con Cristo Cabeza de la Huma- nidad redimida. Satanás se sirvió de la mujer para arrastrar a Adán y a sus hijos al abismo del pecado y de la perdición. Dios se servirá de una mujer para realizar las maravillas de la Encarnación y de la Redención por medio de Cristo, Verbo encarnado en el seno de María. Ma 38 de 51 COOPERACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN, 3 La maternidad divina justifica de raíz el principio de una participación de María en la entera vida y misión del Verbo encarnado. Esta asociación inserta a María en toda la historia de la redención y santificación. Cristo es la Cabeza indiscutible y única de la Iglesia por derecho propio, y lo es inseparablemente de María como Madre. Cristo es el único Mediador, pero ha querido tener junto a sí, estre- chamente unida, asociada en su quehacer redentor y santificador, a la Mujer. Y la Mujer ha sido María, su Madre. Ma 39 de 51 MADRE Y MEDIADORA, 1 María es Madre nuestra no en un sen- tido natural, pero sí en un sentido real, sobrenatural y místico, porque es Ma- dre de Cristo, no sólo de la Persona de Cristo, sino del Cristo total (Cabeza y miembros). María, cuando llevaba en su seno al Salvador, gestaba también a todos aquellos cuya vida estaba contenida en la vida del Señor. Todos cuantos estamos unidos con Cristo, hemos salido del seno de María a semejanza de un cuerpo unido con su cabeza. Así, en un sentido espiritual, somos hijos de María y Ella es Madre de todos nosotros. 13
  • 14. 03/09/2010 Ma 40 de 51 MADRE Y MEDIADORA, 2 María es Madre de los bienaventurados del Cielo de modo exce- lente. Es Madre de las personas en gracia de modo perfecto. Es Madre de los cristianos en pecado mortal de modo imperfecto, porque estos no tienen vida sobrenatural completa, sino sólo la fe. Es Madre de los no bautizados de modo potencial o de dere- cho, ya que está destinada a engendrarlos en la vida sobrenatural. No es Madre de los condenados del infierno, pues ya no les cabe en absoluto la unión con Cristo. Por ser Madre de la Iglesia, es miembro so- breeminente y del todo singular de la Iglesia. Ma 41 de 51 MADRE Y MEDIADORA, 3 La Madre de Dios, por querer y don de Dios, pro- crea en la vida de la Gracia a los hijos de Dios. María no es autora de la Gracia, pero hay un com- promiso divino asumido libremente por Dios con vista a la intervención de María en la obra de la santificación, que la erige en verdadera Madre, dadora de la vida sobrenatural, crística, creada por la Trinidad, desde el Padre en el Hijo por el Espíritu Santo. Los hombres pueden ser mediadores entre Dios y los demás. Es una mediación subordinada, participada. En la Virgen se da esencial- mente más esa mediación participada, pues es de una naturaleza específicamente superior, por ser de una naturaleza materna. Ma 42 de 51 MADRE Y MEDIADORA, 4 El Magisterio afirma que María es Medianera y Dispensadora de todas las gracias: “Es lícito afirmar que de aquel grandioso tesoro que trajo el Señor (...), nada se nos distribuye sino por medio de María, por quererlo Dios así” (León XIII, Octobri mense, 22.09.1891). A la Madre de Dios se le ha entregado to- da la gracia de la que es Autor su Hijo, para que sea Administradora de Cristo, en favor de todos sus hijos. Todas las gra- cias se comunican por Cristo a María, y por María a nosotros. Es una manifesta- ción de la inmensidad del amor de Dios hacia María y hacia nosotros. 14
  • 15. 03/09/2010 Ma 43 de 51 CULTO Y DEVODIÓN, 1 El culto es un honor que se tributa a una persona superior a nosotros. El culto rendido a los servidores de Dios honra a Dios mismo, que se manifiesta por ellos y por ellos nos atrae hacia Él. Al constituir Dios a su Madre en la cima de la santidad, llenándola de gracias, nos expresa su voluntad de que la honremos en cuanto nos sea posible. Alabar a María es alabar al Hijo y, por Él, a la Trinidad Santísima: ¿qué hijo no se goza en que honren a su madre? ¡Cuánto más Cristo que, siendo Dios, ama a su Madre más que todos los hijos del mundo! Ma 44 de 51 CULTO Y DEVOCIÓN, 2 Se tributa a la Santísima Virgen un culto de veneración supremo (hiperdulía), debido a su eminente dignidad de Madre de Dios, distinto del culto de adoración (latría) reser- vado a Dios, y del simple culto de veneración (dulía) propio de los demás santos. La verdadera devoción no consiste, ni en un estéril y pasajero sentimentalismo, ni en una cierta vana credulidad; sino que pro- cede de la fe, por la que reconocemos la excelencia de la Madre de Dios, por la que somos llevados a un amor filial hacia nuestra Madre, y a la imitación de sus virtudes. Ma 45 de 51 CULTO Y DEVOCIÓN, 3 “Ante todo, es sumamente conveniente que los ejercicios de piedad a la Virgen María expresen claramente la nota trinitaria y cristoló- gica que les es intrínseca y esencial. (...) En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro” (Pablo VI, Marialis cultus 24). “Es necesario además que los ejercicios de piedad (...) ponga más claramente de manifiesto el puesto que ella ocupa en la Iglesia: el más alto y más próximo a nosotros después de Cristo. (...) El amor a la Iglesia se traducirá en amor a María y viceversa; porque la una no puede subsistir sin la otra” (Ídem 28). 15
  • 16. 03/09/2010 Ma 46 de 51 CULTO Y DEVOCIÓN, 4 La Iglesia, para honrar a la Virgen María, celebra a lo largo del año litúrgico diversas fiestas maria- nas. Vaticano II exhorta a que se promueva el culto, especialmente el litúrgico. El Magisterio ha subrayado de modo particular dos devociones marianas: el Ángelus y el Rosario. Otras prácticas de piedad mariana: Cofradías marianas, Escapulario del Carmen, Mes de María, Medallas, sábados dedicados a María, peregrinaciones a Santuarios, consagración a su Corazón Inmaculado, etc. Los frutos de esta devoción mariana son incontables. Ma 47 de 51 SAN JOSÉ, 1 El Magisterio sostiene que la Virgen y San José contrajeron un verdadero matrimonio. Los Padres, al referirse a este matrimonio, ponen de relieve la providencia y sabiduría divinas al disponer que Jesucristo naciera virginalmente de una Madre desposada. San José recibió una plenitud de gracia proporcionada a la preemi- nencia de su misión para la cual fue elegido eternamente por la Trinidad. En efecto, la misión de San José supera el orden mismo de la gracia y linda con el orden hipostático, constituido por el misterio mismo de la Encarnación. Ma 48 de 51 SAN JOSÉ, 2 Juan XXIII, en 1962, lo proclamó “ilustre descendiente de David, luz de los Patriarcas, esposo de la Madre de Dios, guardián de su virginidad, padre nutricio del Hijo de Dios, vigilante defensor de Cristo, Jefe de la Sagrada Familia; fue justísimo, castísimo, pru- dentísimo, fortísimo, muy obediente, fidelísimo, espejo de pa- ciencia, amante de la pobreza, modelo de trabajadores, honor de la vida doméstica, guardián de las vírgenes, sostén de las familias, consolación de los desafortuna- dos, esperanza de los enfermos, patrono de los moribundos, terror de los demonios, protector de la Iglesia Santa. Nadie es tan grande después de la Virgen María”. 16
  • 17. 03/09/2010 Ma 49 de 51 SAN JOSÉ, 3 Parece que, después de la Anunciación, la Virgen guardó para sí el gran misterio que había aconte- cido en Ella, la Encarnación del Verbo. La duda de José no era sobre la inocencia de María, sino sobre su propio papel en el futuro de aquel misterio. El ángel no sólo le confirma que lo sucedido en su Esposa es obra divina; además le comunica que él tiene también una misión en el misterio de la Encarnación: poner el nombre a Jesús, lo cual signi- fica, en el modo de hablar bíblico, que iba a ser el padre de Jesús según la ley. Ma 50 de 51 SAN JOSÉ, 4 “¿Cómo era padre José? Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su paternidad. A José no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno” (San Agustín, Sermón 51, 20). Fiesta litúrgica de San José: Sixto IV (1476). La eleva a mayor categoría Inocencio VIII (1486). La declara obligatoria para todo el orbe Gregorio XV (1621). Proclama a San José como “patrono de la Iglesia universal” Pío IX (1871), Juan Pablo II le ha dedicado una Exhortación Apostólica, Redemptoris custos (1989). Ma 51 de 51 SAN JOSÉ, 5 “Trato de llegar a la Trinidad del Cielo por esa otra trinidad de la tierra: Jesús, María y José. Están como más asequibles. Jesús, que es per- fectus Deus y perfectus Homo. María, que es una mujer, la más pura criatura, la más grande: más que Ella, sólo Dios. Y José, que está in- mediato a María: limpio, varonil, prudente, entero” (San Josemaría). “San José, que no te puedo separar de Jesús y de María. San José, por el que he tenido siempre devoción pero comprendo que debo amarte cada día más y proclamarlo a los cuatro vientos (...). San José, nuestro Padre y Señor, intercede por nosotros” (Ídem). 17