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El ideario político de los esclavos insurrectos en los primeros años de la revolución de Haití 
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Ediciones 
Universitarias de 
Valparaíso 
Pontificia Universidad 
Católica de Valparaíso 
Sergio Caba M. • Gonzalo García G. 
EDITORES
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Comentarios Iniciales 
Contenido 
Comentarios Iniciales 
Sergio Caba / Gonzalo García ................................................................................................. 11 
Pensar teórico y pensar epistémico: 
Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
Hugo Zemelman .................................................................................................................... 19 
La idea de origen en el concepto de América 
Hernán Neira .......................................................................................................................... 33 
Acerca del giro decolonial y sus contornos 
María Eugenia Borsani ........................................................................................................... 53 
Desobediencia Epistémica, Pensamiento Independiente y Libertad De-Colonial 
Walter Mignolo ...................................................................................................................... 71 
América Latina en la sociedad mundial 
Aldo Mascareño Lara ............................................................................................................. 97 
El concepto Segunda Independencia en la historia de las ideas en América Latina: 
Una Mirada desde el Bicentenario 
Javier Pinedo ......................................................................................................................... 115 
Novela Histórica y Extrañamiento: tensiones y pleitos entre la metaficción 
y la historiografía 
Jorge Osorio Vargas .............................................................................................................. 137 
El Caribe y su apuesta teórica 
Román de la Campa .............................................................................................................. 149 
Tramas de la subjetividad latinoamericana. Reflexiones fanonianas 
Alejandro De Oto ................................................................................................................... 171 
El ideario político de los esclavos insurrectos en los 
primeros años de la revolución de Haití. 
Juan Francisco Martínez Peria ............................................................................................... 189
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Comentarios Iniciales 
Comentarios Iniciales
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Comentarios Iniciales 
Comentarios Iniciales 
Observaciones latinoamericanas. Perspectivas sobre pensamiento social… este libro reúne 
trabajos que reflexionan sobre Latinoamérica como matriz sociocultural. Para aquello, hemos 
seleccionado una serie de artículos escritos por expositores de diversas áreas, los cuales han 
sido recopilados en torno a un esfuerzo por entregar un panorama plural. Bajo este principio 
dejamos claro que nuestra propuesta no persigue el compromiso de tener que responder a 
una única filiación teórica u orientación paradigmática, forma disciplinaria o lineamiento de con-tenidos 
específicos. Y no es que entendamos que la pluralidad sea un valor en sí mismo para 
producir un libro en el campo de los estudios latinoamericanos –lo que en el orden académico 
debería ser, sino más bien se trata de tender hacia una aproximación congruente con lo que 
América Latina como contexto de estudio demanda a la investigación. 
La constelación de los estudios latinoamericanos no representa para nosotros un intento por ape-lar 
a un latinoamericanismo a ultranza para legitimar una posición reivindicativa en el ejercicio de 
pensar nuestro objeto de estudio. No nos consideramos retribuyentes de consignas como “para 
estudiar Latinoamérica desde Latinoamérica, hay que hacerlo desde una postura militante”, o de 
una renuncia a las elaboraciones discursivas elaboradas en los centros metropolitanos a favor de 
una búsqueda de los resquicios de las formas de una posible autenticidad no eurocéntrica. 
Creemos que el proceso de recepción de los resultados del conocimiento en otros contextos 
no debería resolverse –como si se tratase de una actitud valorativa– en función de validar 
a priori una particularidad geográfica, cultural e histórica, ni por correspondencia a un canon 
consensuado como conocimiento. Sí, como respuesta a la continuidad del desarrollo de un 
pensamiento, de sus respectivas aspiraciones y problemáticas históricas que van surgiendo. Y 
podría ser que esta tensión está a la base de una comprensión habitual que transita en medio 
de nuestras discusiones sobre el problema de un pensamiento social latinoamericano. Lo que 
se tiende a asumir en un extremo como propio de un latinoamericanismo redentor, en tanto 
respuesta inmunitaria a las lecturas extranjeras y su recepción por medio de una tradición de 
pensamiento formada. Y es que tal vez hoy, como nunca antes, la evolución del pensamiento 
social latinoamericano se encuentra en una posición que posibilita un cuestionamiento radical 
que rechazaría cualquier fundamento de pretensión de universalidad de la razón; aspiración que 
se muestra como propia del pensamiento desarrollado en las modernidades centrales. Pero 
esto es algo que debe ser confrontado en el debate.
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
Las evidentes diferencias en la elaboración de conocimiento y en la producción de reflexión 
teórica, también se hacen sentir a la hora de tomar una actitud ante las inexcusables asimetrías. 
Últimamente se viene criticando la recepción de la producción intelectual metropolitana como el 
resultado de un dispositivo de poder avalado por la globalización de los estándares científicos, y 
éstos al predominio de un argumento que entiende el problema como si se tratase de la conti-nuidad 
de una imposición histórica de poder. Así, se puede apelar a la necesidad de “cuestionar” 
lo que se impone, recuperando el argumento de la originalidad de las formas alternativas, de una 
otra-epistéme. En esa lógica, se tiende a apelar a la descolonización del conocimiento. Pero por 
este camino no habríamos de olvidar, por ejemplo, el impacto que resulta a partir de las desigual-dades 
en términos de lo que significa la intermitencia de centros o programas de investigación 
desprendidos de presiones fundamentales, como de un adecuado financiamiento para empren-der 
proyectos de investigación y sostener una comunidad para futuros investigadores. 
Esta intermitencia nos es importante en dos facetas. Primero porque dificultaría el integrar dis-cusiones 
que responden al devenir de una tradición de problemas que han sido planteados des-de 
una perspectiva latinoamericana, tanto en la definición de programas de investigación que 
delinearían la especificidad que ameritan los estudios latinoamericanos, como en la apropiación 
de esa tradición en el proceso de formación. Y segundo, porque las dificultades históricas para 
la formación de una comunidad científica organizada, cuya presencia en el espacio de la opinión 
pública sea relevante, podrían ser entendidas como síntomas de incapacidad para establecer 
espacios de autonomía, donde se unifica el mundo científico y político, dando como resultado 
la formación de una práctica normativa. Nuevamente cabe precisar: si nuestra presunción es 
correcta o no, es algo que debe ser respondido en la discusión. 
Tal como reconoce Hugo Zemelman, se trataría del proceso de desarticulación entre concep-tualización 
y realidad. Tensión traducida en la aplicación-acomodación de dispositivos teóricos 
que no son el resultado del examen empírico de la propia realidad. Desde la disciplina –si nos 
permiten esta acepción– de la Historia de las ideas latinoamericanas, esta demanda emanada 
desde el pensamiento social adquiere una dimensión arquetípica: la búsqueda de una identidad. 
Tal como señala Arturo Roig (1981), no es que la filosofía necesita de un pueblo, es el pueblo 
quien necesita de una filosofía. Su argumento es que a pesar de las discusiones academicistas 
de bases científicas consensuadas, la experiencia social se reproduce independientemente del 
tránsito y desarrollo de comunidades que lo legitiman 
Sobre el libro… 
En este libro se sitúan temáticas que normalmente cuentan con una escasa incidencia y cir-culación 
en el horizonte de la formación de las ciencias sociales y humanidades –con especial 
énfasis en el caso chileno–, en el momento en que nuestras disciplinas enfrentan un proceso 
agudo de estandarización curricular. Y aunque ocurriera débilmente lo contrario, el hecho de 
que la práctica formativa pueda estar orientada a la apropiación de una tradición encontraría 
serias dificultades producto precisamente del fenómeno de estandarización señalado. 
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Comentarios Iniciales 
Responder a la apropiación de una tradición puede sonar una consigna fácil de enunciar crítica-mente 
para los que nos dedicamos a los Estudios Latinoamericanos. Pero es obvio que hay que 
dar cuenta de lo que es evidente cuando se hace evidente. 
Por el momento creemos que la débil presencia del horizonte latinoamericano se puede leer 
como producto de un problema mayor derivado de dificultades concretas para instalar una 
agenda temática que emerja de los intereses propios de la comunidad científica e intelectual. Y 
cuando decimos instalar, nos referiremos a una acepción básica: incidir en planes curriculares 
acordes a un diálogo con la tradición latinoamericana, con la continuidad de lo que ha formado 
parte de sus problemáticas e interrogantes clásicas. 
En ese sentido, este libro no trata de hacerle propaganda a temas específicos que pensamos 
deberían estar presentes en nuestros ejes curriculares o debates. Nuestra propuesta consiste 
en referirnos a una apuesta de enfoque de contexto latinoamericano débilmente presente en 
nuestro escenario académico. 
… 
Cabe mencionar que este libro es el fruto de una red que hemos ido tejiendo en estos últimos 
años, en la cual nos planteamos acordar una serie de encuentros para construirlo. Entre el año 
2010 y 2011 logramos contactar a nuestros autores presentándoles nuestra propuesta inicial, 
de los cuales recibimos una recepción inmediata. La consigna: queda a disposición de cada uno 
la entrega de un capítulo. 
Hacemos nuestro agradecimiento extensible a todos ellos, a quienes dieron sustento directa-mente 
a este libro, y a otras personas que acompañaron el proceso: 
Al profesor Miguel Chávez Albarrán, Escuela de Sociología de la Universidad de la Frontera 
(Temuco), amigo y profesor en el camino hacia la formación que decidimos emprender en los 
Estudios Latinoamericanos. 
A Eduardo Devés Valdés, Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chi-le 
(IDEA), por su aporte estratégico en el establecimiento del contacto con algunos autores. 
A Hernán Neira Barrera, Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago, por sus con-sejos 
y decisiva contribución al diseño del proyecto. 
Un grupo importante de expositores de la literatura, la filosofía y la sociología, han sido reunidos 
para presentar un vasto panorama para discutir Latinoamérica en su contexto sociocultural. El 
libro comienza con una reflexión epistemológica a cargo del profesor Hugo Zemelman titulada 
“Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social”. 
Se encuentran, por ejemplo, aproximaciones en directa confrontación como la apuesta deco-lonial 
en “Desobediencia Epistémica, Pensamiento Independiente y Libertad De-Colonial”, 
de Walter Mignolo, y el examen de Latinoamérica como momento de la sociedad mundial en 
“Universalismo, Particularismo y Sociedad Mundial: Obstáculos y Perspectivas de la Sociología 
en América Latina”, de Aldo Mascareño. De esto se trata el núcleo que tratamos de constituir
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
en torno a la propuesta que les presentamos, invitando al diálogo desde la apertura que nuestra 
diversidad de especialistas nos entrega. 
El primer artículo a cargo de Hugo Zemelman, del Instituto de Pensamiento y Cultura en Amé-rica 
Latina en México, establece un diagnóstico epistemológico situado en la problemática 
universitaria para ofrecer una reflexión de la tensión entre la elaboración teórica y la referencia 
a la realidad que da cuenta. Se plantean las posibles consecuencias en el orden de realidades 
inventadas. Lo cual, acontece en la cosificación de la teoría, ya no como posibilidad de atribuir 
propiedades a una realidad en constante relación a la luz de los resultados del conocimiento, 
sino como un consenso que debe ser confirmado en la investigación. La resignación a plantear 
los problemas del conocimiento tendría como consecuencia inmediata el haber relegado la 
discusión filosófica de la ciencia, habiendo perdido su centralidad en las instituciones universi-tarias. 
El trabajo de Hernán Neira, del Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago de 
Chile, propone los lineamientos de la americología. Se examinan los obstáculos de las con-cepciones 
historiográficas tradicionales sobre América Latina, sustentadas en una metafísica 
esencialista que arraiga una comprensión substancialista de cultura. La idea del origen de Amé-rica 
inmovilizaría la comprensión de la propia problemática histórica, porque en la búsqueda 
de la originalidad radica la trampa de una realidad que no se puede alcanzar; sea mediante el 
privilegio de la opción etnocéntrica que se remonta al arquetipo de la visión de la historia del 
conquistador; sea con el optimismo precolombino que pretende establecer la idea del pueblo. 
El texto vuelve sobre la trampa que encierra la idea de origen: el discurso de la representación 
idílica por encontrar una América europea o indígena. Pero la realidad no se alcanza, vuelve a 
aparecer como perdida en el resultado de su propio espejismo cuando acomete verse como 
original. 
El objetivo del trabajo de María Eugenia Borsani, del Centro de Estudios y Actualización en 
Pensamiento Político: Decolonialidad e Interculturalidad (CEAPEDI) de la Universidad Nacional 
del Comahue, busca esclarecer de qué estamos hablando cuando hablamos de decolonialidad. 
Dando cuentas de las similitudes, pero sobre todo de las diferencias con otras corrientes de 
pensamiento de carácter latinoamericano como lo es la forma de definirse dentro de una tra-dición 
de Filosofía Latinoamericana: la teoría poscolonial, el pensamiento nacional y popular, la 
posmodernidad y el marxismo. De esta forma, la autora busca delinear los márgenes de una 
de las corrientes de pensamiento más significativas en la actualidad de la producción crítica 
latinoamericana. Cuya finalidad conceptual es mantener abierta la posibilidad de una zona fron-teriza 
de enunciación, por lo que su vocación nos acerca más a una opción político-epistémica 
que una teoría consumada. Su propósito no queda reducido a la asignación de un geografía, 
sino que corresponde a un marco epistémico político, un correlato fronterizo de las perspecti-vas 
- 14 - 
derivadas de la modernidad. 
Walter Mignolo, del Center for Global Studies and the Humanities de la Universidad de Duke, 
cuya trayectoria compone una de las producciones filosóficas y de las “ciencias” histórico-
- 15 - 
Comentarios Iniciales 
sociales más sugerentes en la actualidad del pensamiento social latinoamericano, emprende 
el debate desde la exterioridad que inscribe la apertura de la opción decolonial. A través de 
los términos que propone la diferencia colonial, se presenta una crítica a la deslocalización del 
conocimiento como forma de pretensión de universalidad abstracta. Argumento que invisibili-zaría 
su condición de posibilidad como resultado de una geopolítica del conocimiento anclada al 
pensamiento de los centros metropolitanos. La ruptura decolonial apremia por una alternativa 
que se ofrece como posibilidad de encontrar un lugar que enfrente la totalización de la linealidad 
histórica del paradigma eurocéntrico de lo novedoso. La opción se juega por la reivindicación 
de derechos epistémicos que responden a un diálogo que fractura los términos de la conversa-ción, 
apostando a iniciar la discusión desde un locus subalterno. 
Aldo Mascareño, de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, nos entrega una 
lectura de la evolución social de América Latina articulada en el despliegue de las transforma-ciones 
propias de la sociedad mundial. Se propone una lectura que conjuga el vínculo entre 
lo universal y lo particular, entre las operaciones estructuradoras que permiten identificar un 
concepto de Sociedad y sus diversas adecuaciones regionales. La tesis central que se pone 
a prueba nos permite responder a un clásico tópico afirmado en gran parte del pensamiento 
social latinoamericano, en lo que el autor llama semántica de la unidad. Es decir, América Latina 
debe ser observada en relación al carácter de su identidad como negatividad de ausencia o 
incompletud ante la modernidad. 
Javier Pinedo, del Instituto de Estudios Humanísticos Abate Molina de la Universidad de Talca, 
analiza a través de cuatro reflexiones propias de los discursos intelectuales del pensamiento 
social latinoamericano, la historia, aplicación y significado del concepto de Segunda indepen-dencia. 
Desde su inicio en los pensadores románticos del siglo XIX (Esteban Echeverría, José 
Victorino Lastarria, Francisco Bilbao); y que más tarde con José Martí lo consolida definitiva-mente; 
deteniéndose especialmente en el proceso chileno de los años 60, y lo establecido por 
Salvador Allende. Por último, se analiza la situación actual y cuál debería ser su vigencia en el 
futuro, de cara al Bicentenario. 
Jorge Osorio, Universidad de Playa Ancha, nos ofrece distinguir la Nueva Novela Histórica La-tinoamericana 
(NHL) como fenómeno literario de otras novelas históricas, dando a conocer la 
discusión cuyos márgenes aun no se encuentran definidos. Refiriendo a los trabajos de Sey-mur 
Menton, María Cristina Pons, Karl Kohut y Fernando Ainsa, establece líneas que nos acer-can 
a su identidad y al reconocimiento de su carácter frente a sucesos históricos desconocidos 
y estrategias narrativas, además de similitudes y diferencias con corrientes de pensamiento 
actuales, ubicándola en las cercanías de un ejercicio reconstructivo historiográfico. 
La exposición del trasfondo simbólico-discursivo que articuló el ideario antiesclavista de la Re-volución 
Haitiana está a cargo de Juan Francisco Martínez Peria, del Centro de Estudios Lati-noamericanos 
de la Universidad Nacional de San Martín. El autor sostiene que los límites de la 
historiografía clásica a la hora de entender la rebelión de los esclavos, se deben precisamente 
en haberla subsumido a un movimiento promovido por los colonos realistas a fin de obstaculizar
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
el avance de la revolución francesa para reivindicar una ideología realista dirigida a introducir re-formas 
mínimas a la esclavitud. Al contrario, el trabajo muestra el carácter endógeno y hetero-géneo 
de dicha rebelión que apuntaría desde un inicio al fin de la esclavitud y el racismo. Dando 
cuenta que la vertiente ilustrada-universalista sólo deviene hegemónica tardíamente entre los 
esclavos. Este capítulo atiende, junto al trabajo de Román de la Campa, el acento puesto en el 
Caribe. De la Campa, del Department of Romance Languages de la Universidad de Pensylvania, 
nos presenta las aristas para poner a discusion la evolución del discurso literario en el contexto 
de las sociedades poscoloniales. El análisis se concentra en las propuestas de Antonio Benítez 
Rojo y Édouard Glissant, orientadas a representar lo que el autor llama el gran significante cari-beño. 
En efecto, la problemática del sentido del Otro y su percepción estética, de lo autóctono 
y lo foráneo, se tematiza en lecturas entrecruzadas por el desafío de enfrentar la ineludible 
heterogeneidad de la multiplicidad de lo diverso que engloba la referencia al Caribe. 
Por último, Alejando De Oto, investigador independiente INCIHUSA-CONICET, revisa los con-tornos 
del pensamiento de Frantz Fanon y la influencia en el pensamiento caribeño y latino-americano. 
Ante las discusiones que forman parte de los horizontes decoloniales en América 
Latina, se analiza el pensamiento del martinico en la búsqueda de una tradición disruptiva del 
marco epistémico-político moderno. En virtud de esta matriz se enfatiza el proceso que acerca 
la capacidad del colonialismo de subjetivar y de fijar históricamente un relato como un proceso 
ineludible para sus víctimas. Es por ello que la heterogeneidad del sujeto es analizada como 
un camino de liberación; es el descubrimiento de prácticas sociales y modos de apropiación 
simbólicos ante la emergencia epistemológica emancipadora. 
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Abril 2012. 
Los editores 
Valparaíso / Buenos Aires
Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
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Los desafíos de la historicidad 
en el conflicto social 
Pensar teórico 
y pensar epistémico:
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
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Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
Pensar teórico y pensar epistémico: 
Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
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Hugo Zemelman 
Instituto de Pensamiento y 
Cultura en América Latina, México 
Introducción 
La realidad que enfrentamos, la realidad socio–histórica, tiene múltiples significados. No es una 
realidad clara, inequívoca, con una significación cristalina y a la que se le pueda abordar sencilla-mente 
construyendo teorías. No es así por diversas razones, las cuales forman parte del debate 
que hoy día se da en el ámbito académico sobre el problema que afecta a las ciencias sociales, 
y que resumiría en una idea: el desfase entre los córpora teóricos y la realidad. 
La idea del desfase es clave, ya que alude a los conceptos que a veces utilizamos creyendo que 
tienen un significado claro pero que no lo tienen. Esto plantea la necesidad de una constante 
resignificación que, aun siendo un trabajo complejo, es una tarea central de las ciencias sociales 
que tiene que ver con la construcción del conocimiento. Dicho de otra manera, tema central del 
proceso de investigación y, por lo tanto, de la metodología. 
La necesidad de resignificar surge precisamente por el desajuste entre teoría y realidad. Pero, 
¿por qué el desajuste? El ritmo de la realidad no es el de la construcción conceptual, los con-ceptos 
se construyen a un ritmo más lento que los cambios que se dan en la realidad externa 
al sujeto, por eso constantemente se está generando un desajuste. Dicho así parece como un 
problema menor pero, en verdad, tiene consecuencias profundas, porque en la medida en que 
no resolvemos este problema podemos construir discursos y enunciados o manejar ideas que, 
pudiendo tener una significación en términos de la bibliografía o, para decirlo de una manera 
más amplia, en el marco del conocimiento acumulado, no tenga necesariamente un significado 
real para el momento en que construimos. 
En el ámbito de las universidades de América Latina, lo dicho es un tema que debería ser 
discutido pero que desafortunadamente no es abordado. Se constata de manera clara en las 
políticas de formación de los científicos sociales en América Latina: no hay preocupación por 
el tópico, o bien, se cree que es exclusivo de los filósofos de la ciencia, de los lógicos, y no de 
quien quiere construir un conocimiento sin necesidad de incursionar en las problemáticas de la
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
filosofía de la ciencia o de la lógica. Al no tomar en cuenta esta dificultad en la formación de los 
científicos sociales, corremos el riesgo de que ellos estén pensando ficticiamente, es decir, que 
―aun cuando existan excepciones― estén pensando sobre realidades inventadas. 
Esto tiene evidentemente consecuencias de orden práctico, porque si no sabemos construir 
un pensamiento sobre la realidad que tenemos por delante, y esa realidad la definimos en fun-ción 
de exigencias conceptuales que pueden no tener pertinencia para el momento histórico, 
significa que estamos organizando, no sólo el pensamiento, sino el conocimiento dentro de 
marcos que no son los propios de esa realidad que se quiere conocer. Esta situación que, tal 
como la estamos planteando, parece como elemental y obvia, es parte de uno de los vía crucis 
de las ciencias sociales. Afortunadamente, desde hace algunos años a la fecha, hay grupos de 
intelectuales latinoamericanos que han comenzado a reaccionar frente a este hecho y que han 
puesto de manifiesto que muchos de los conceptos que utilizamos para entender el Estado, 
la sociedad, las desigualdades, la democracia, la cultura, incluso para entender las dinámicas 
sociales, la propia educación, no responden a conceptos que estén reflejando la realidad que 
llamamos histórica, sino que son conceptos acuñados en otros contextos y que muchas veces 
la academia los repite sin revisar debidamente si están dando cuenta de realidades concretas. 
Al no tener conciencia de que se está dando un desajuste entre la teoría y la realidad que se 
pretende denotar, resulta que estamos inventando realidades. Situación que podemos recono-cer 
no solamente en el ámbito de la investigación o de la docencia, de la academia en general, 
sino que también en otro orden de discursos, por ejemplo el discurso político. En ocasiones 
nos encontramos con que éste frecuentemente está amarrado a conceptos que no son per-tinentes, 
que no están dando cuenta de la realidad. Todo lo cual supone, entre otras implica-ciones, 
plantearse la cuestión y tratar de resolverla; resolución que en ningún caso podríamos 
considerar que es exclusivamente teórica, en el sentido de que basta construir un cuerpo de 
proposiciones con una función explicativa que resuelva de una vez y para siempre el problema. 
Precisamente es una cuestión que no se resuelve teóricamente, porque si así fuera, sería tanto 
como desconocer la naturaleza misma del problema. Si pienso que un desajuste de esta natu-raleza 
se puede resolver a través de una teoría, no estoy tomando conciencia que el problema 
está en la teoría misma porque, por más brillante y genial que ésta sea, por definición corre el 
riesgo de desfasarse de la realidad. 
La resolución, pues, no es teórica, en la medida que el problema es la teoría misma; por eso 
ésta requiere ser resignificada, revisada a la luz de las exigencias de las realidades históricas, 
muchas veces emergentes, nuevas, inusitadas, imprevistas. Ahora bien, si no es un problema 
que se va a resolver teóricamente, ¿cómo se resuelve? Se plantea la cuestión importante de 
entender, y que se ubica en el plano de lo que de manera abstracta podemos definir como 
pensamiento. Debo aclarar que no estamos identificando pensamiento con teoría, ya que signi-ficaría 
volver al mismo vicio de creer que el desfase del que estamos hablando se corrige con 
el pensamiento teórico. En tanto es en éste donde cristalizan las teorías, correríamos el mismo 
riesgo de desfase o de desajuste del pensamiento teórico respecto de la realidad histórica. 
- 20 -
Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
Siendo así, cuando hablamos de pensamiento, ¿a qué nos referimos? A un pensamiento que 
se entiende como una postura, como una actitud que cada persona es capaz de construirse 
a sí misma frente a las circunstancias que quiere conocer. No se trata de decir que tenemos 
los conceptos y construimos un discurso cerrado, lleno de significaciones; se trata más bien 
de partir de la duda previa, anterior a ese discurso cerrado, formulándose la pregunta. ¿cómo 
podemos colocarnos ante aquello que queremos conocer? 
No es una cuestión teórica sino propia de lo que llamaría una forma epistémica de resolver el 
problema. Surge entonces una discusión interesante que simplemente me limito a apuntar: la 
necesidad de distinguir entre un pensamiento teórico y un pensamiento epistémico, diferencia 
que reside precisamente en el cómo se resuelve la relación del pensamiento con esa realidad 
que se quiere nombrar. En el pensamiento teórico, la relación que se establece con la realidad 
externa –con la externalidad, para decirlo en términos más correctos– es siempre un pensa-miento 
que tiene contenidos, por lo tanto, el discurso de ese pensamiento es siempre un dis-curso 
predicativo; vale decir, un discurso atributivo de propiedad, ya que no es un pensamiento 
que puede dejar de hacer afirmaciones sobre la realidad, pues un pensamiento teórico es aquel 
que hace afirmaciones sobre lo real. 
Quisiera poner un ejemplo para clarificar la idea. Si leemos un libro de un autor “X” y enfren-tamos 
un problema que ese autor ha analizado, lo más inercial y frecuente es repetir las afir-maciones 
que el autor ha dicho sobre la realidad “A”, aunque estemos analizando la realidad 
“B”. Es decir, repetimos el mismo discurso aunque le agreguemos un enunciado con una serie 
de predicados, o para decirlo en términos más precisos, le agreguemos una hipótesis. Cuando 
hablamos de hipótesis estamos hablando de construcción de enunciados con predicados que 
dicen cosas, que no son vacíos; una hipótesis vacía es una contradicción, sería absurdo tener 
hipótesis sin contenido. Por lo tanto, el pensamiento teórico es un pensamiento que ya tiene un 
contenido organizado y que puede ser el mismo contenido que se viene arrastrando (o puede 
ser un contenido diferente, pero lo fundamental es que tenga un contenido) y, por lo tanto, su 
estructura en términos de construir proposiciones es muy precisa. 
En cambio, cuando hablamos de pensamiento epistémico nos referimos a un pensamiento que 
no tiene contenido y eso es lo que a veces cuesta entender. ¿Cómo podemos tener un pensa-miento 
sin contenido? Si lo pusiéramos en términos de la discusión clásica, por ejemplo, con 
Karl Popper en su texto Conjeturas y Refutaciones, la centralidad del pensamiento epistémico 
es la pregunta, no es el predicado, no es la atribución de propiedades. Esto, dicho así, aparece 
como de sentido común, pero el problema está en darle a la pregunta un estatus no simple-mente 
de mera conjetura sino, más bien, de algo más amplio que eso, como es permitir que 
el pensamiento se pueda colocar ante las circunstancias. Se plantea la dificultad de colocarse 
frente a las circunstancias sin anticipar ninguna propiedad sobre ellas. Es un tema fundamental 
porque cuando se dice “colocarse ante las circunstancias”, frente a las realidades políticas, 
económicas, culturales, significa que estamos construyendo una relación de conocimiento sin 
que esta quede encerrada en un conjunto de atributos; porque eso sería ya una afirmación teó- 
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Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
rica. Esta forma de pensamiento epistémico es difícil porque la tendencia es ponerle siempre 
nombre a las cosas. Hay que vencer esta tentación; más bien la tarea sería preguntarse ¿cuán-tos 
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nombres puede tener? 
Lo que decimos se viene discutiendo hace mucho tiempo, pues es un tema casi permanente 
en la historia de las ciencias que no se termina por resolver de manera definitiva. Quisiera 
ejemplificar con dos autores que, desde disciplinas muy diferentes a las que nos ocupan, han 
planteado el tema y lo han resuelto de maneras diversas. Uno es Bachelard (en textos como La 
Racionalidad Científica y La Filosofía del NO), que afirma que la tarea de la ciencia es ponerle 
nombre a las cosas. Según Bachelard, el problema sería cuidarse de dos grandes riesgos: uno, 
de no ponerle nombre viejo a cosas nuevas y, dos, de creer que porque no tienen nombre, en 
el momento en que se plantea, son innombrables. En ese tránsito entre no colocar nombres 
viejos a cosas nuevas y creer que porque no tienen nombre son innombrables, se ubica lo que 
estamos llamando pensamiento epistémico. 
Otro ejemplo es el de Lakatos. Cuando él se pregunta por qué el ser humano ha podido progre-sar 
en la construcción de su conocimiento, contesta más o menos en los siguientes términos: 
“porque la razón humana ha podido pensar en contra de la razón”, porque el hombre ha sido 
capaz de pensar en contra de sus propias verdades, porque ha podido pensar en contra de sus 
certezas. Analicemos estas dos expresiones: significan no atarse, no quedarse atrapado en 
conceptos con contenidos definidos, sino plantearse el distanciamiento respecto de esos con-tenidos 
o de esas significaciones, para buscar qué significaciones o contenidos pueden tener 
las cosas que estamos tratando de pensar. Es la problemática de lo que aquí llamo pensamiento 
epistémico. 
Pero, ¿en qué consiste todo esto?, ¿cómo se puede expresar, si es que no sólo se reduce al 
plano metodológico? Es aquí donde surge una de las cuestiones más interesantes pero muy 
mal entendida: la de las categorías. Quisiéramos detenernos en esto porque el problema de las 
categorías es el eje del pensamiento epistémico. 
Como muchos de los problemas que hemos mencionado, la vieja discusión sobre las cate-gorías 
debe ser objeto de un desarrollo mayor. En primer término, no hay que confundir lo 
que decimos con la vieja discusión que se ha dado en el discurso de la filosofía; es decir, no 
estamos aludiendo con el concepto de categoría, por ejemplo, a lo que las viejas corrientes 
del pensamiento filosófico al estilo de Kant, plantearon donde éstas, en el fondo y en la forma, 
daban cuenta de dos grandes cuestiones: o del fundamento último de la ciencia o de las posi-bilidades 
mismas de pensar. Esa es una discusión que sin duda alguna hay que tener, pero aquí 
sólo hacemos la acotación correspondiente para que no se piense que estamos confundiendo 
distintos planos. 
Una segunda cuestión, sobre la cual habría que detenerse es que las categorías, a diferencia 
de los conceptos que componen un corpus teórico, no tienen un contenido único sino mu-chos 
contenidos. En ese sentido, las categorías son posibilidades de contenido, no conteni-
Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
dos demarcados, identificables con una significación clara, unívoca, semánticamente hablando. 
También esta es una discusión antigua que no se da solamente en las ciencias sociales, sino 
también en las ciencias de la naturaleza. Si revisamos, por ejemplo, la historia de la ciencia, 
nos encontraremos con esta tensión entre las categorías y lo que aquí llamamos conceptos 
teóricos. Hay categorías que se han mantenido a través de los siglos, aunque con distintos 
contenidos; incluso en un mismo momento, una categoría puede ser objeto de referencia de 
construcciones teóricas diferentes. Pongamos algunos ejemplos. 
El concepto de fuerza, de masa y de energía, para poner tres casos de la ciencia de la natura-leza. 
En las ciencias sociales tenemos otros tantos como el concepto de poder, de sujeto, de 
masa social, de dinámica y de conflicto. Esos no son conceptos que tengan una significación 
unívoca, ya que pueden tener muchas significaciones, y es cuestión de revisar la literatura 
actual para ver que muchos de estos conceptos tienen presencia prácticamente en todos los 
textos, aun cuando sean textos discrepantes teóricamente entre sí. El concepto de conflicto, 
por ejemplo, está presente en Marx y en Parsons, por citar simplemente dos autores de refe-rencia 
distantes entre sí teóricamente. En ambos se habla de conflicto, en ambos se habla de 
equilibrio, pero con significaciones muy diferentes porque los discursos teóricos –entendidos 
como la capacidad del ser humano de formular atributos a los fenómenos– son distintos. 
Volvamos, pues, a la distinción entre pensamiento teórico y pensamiento epistémico1. En el 
sentido estricto de la palabra, el pensamiento epistémico es preteórico, funciona sin un corpus 
teórico y, por lo mismo, sin conceptos con contenidos definidos, con funciones claras de carác-ter 
gnoseológico o cognitivo, o para decirlo de otra manera, con funciones de determinación o 
de explicación. Por el contrario, los instrumentos del pensamiento epistémico son categorías 
que me permiten plantear lo que, de manera abstracta, he llamado “colocarse ante la realidad”. 
Pero, en términos más concretos, ¿qué es colocarse ante la realidad? Significa construir una re-lación 
de conocimiento, que es un ángulo desde el que comenzamos a plantear los problemas 
susceptibles de teorizarse. Imaginemos que queremos analizar el conflicto social. Bien, ¿cómo 
puede ser nombrado este? Si nos remitimos al pensamiento epistémico, nos tendríamos que 
abrir a muchas posibilidades que, de hecho, son las posibilidades que se contienen en la his-toria 
de las ciencias sociales. Podríamos pensar el conflicto social ―en el sentido de ponerle un 
nombre― con un contenido, por ejemplo, desde la teoría del rol–set. Pero también podríamos 
pensar el conflicto social a partir de la teoría de los grupos. Si elegimos una u otra óptica, las 
posibilidades de encontrar contenido al problema llamado conflicto social son distintas. Incluso 
podría haber un tercer investigador social que diga ni rol–set ni teoría de los grupos, sino optar 
por la categoría de clase social. 
Lo que decimos es sólo un ejemplo para dar cuenta de las múltiples posibilidades de teoriza- 
1 Idea que, por cierto, me la sugirió un alumno en un seminario en la división de estudios de Posgrado 
de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. 
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Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
ción. No hay ninguna teorización sino sólo las posibilidades, porque si trabajo estos tres ángulos 
como posibles teorías, como posibles categorizaciones del fenómeno del conflicto social, los 
contenidos a los cuales vamos a llegar son absolutamente diferentes. Y no podríamos decir 
que uno solo de estos hipotéticos investigadores está estudiando el conflicto social y los otros 
no, pero si que las posibilidades de teorización y los contenidos de éstas plantean diferentes 
realidades al problema que se pretende conocer. 
El pensar epistémico consiste en el uso de instrumentos conceptuales que no tienen un con-tenido 
preciso, sino que son herramientas que permiten reconocer diversidades posibles con 
contenido. Esto hace parte de lo que podríamos definir como un momento pre–teórico, el cual 
tiene un gran peso en las posibles teorizaciones posteriores. Decir pre–teórico significa decir 
construcción de relación con la realidad. Pero ¿qué significa, a su vez, esto? Significa que si nos 
estamos colocando frente a las circunstancias que queremos estudiar sin precipitar un juicio 
en términos de construir un predicado ya predeterminado con contenido sobre aquello que no 
conozco, entonces estamos distanciándonos de la posibilidad de anticipar nombres teóricos a 
un fenómeno que no conocemos, y ese distanciamiento frente a la realidad para no precipitar 
juicios teóricos que se van a expresar en enunciados predicativos es lo que, en términos más 
amplios, podríamos llamar “problema”. Es decir, si construimos un enunciado teórico –no obs-tante 
lo valioso y coherente que sea, o los amplios antecedentes bibliográficos que tenga–, 
pero lo construimos a través del método hipotético deductivo sin plantear este distanciamiento, 
que aquí estamos llamando “problema”, retroalimentamos aquello que señalamos al inicio: el 
desfase, el desajuste o el divorcio entre pensamiento y realidad. 
Esto es así, porque el encadenamiento entre el pensamiento y la realidad no conocida es la 
capacidad que tiene el sujeto de construir problemas, y la construcción de los problemas no 
puede ser encajonada en términos de determinados contenidos ya conocidos. Volvemos a la 
advertencia de Bachelard: es más fácil llamar a las cosas con los nombres de siempre, en cir-cunstancias 
en que se conoce el nombre pero no se conoce aquello que se quiere nombrar con 
ese nombre. Así, muchas veces las investigaciones quedan reducidas a investigar el nombre, 
pero no aquello que se nombra. Esto pasa en la economía, en la antropología, en todos los dis-cursos 
porque es muy cómodo decir “yo he leído tantos autores y tengo tantos conceptos en la 
cabeza que preciso usarlos”, y obviamente ”usarlos” es transformarlos rápidamente en nom-bres. 
Pero ocurre que, entonces, esa persona no está realmente construyendo conocimiento, 
porque si hay un requisito elemental en este ámbito, es precisamente, el de construir el cono-cimiento 
de aquello que no se conoce, no de aquello que se conoce. Este es el fundamento de 
la principal función del pensamiento epistémico: este funciona con categorías sin contenidos 
precisos y, en el quehacer concreto de la persona, se traduce en la capacidad de plantearse 
problemas. No necesitamos abundar en la dificultad que implica el plantearse un problema. 
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Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
Construcción de Problemas desde el Pensamiento Epistémico 
Aquí hay varias cuestiones: las inercias mentales, la capacidad para plantearse problemas y la 
exigencia de no confundir problema con objeto. Sobre lo primero: los temores, el no atreverse, 
el estar pidiendo siempre reconocimiento de la autoridad, el estar constantemente refugiándo-se 
en la bibliografía, cobijándose en lo cierto o en lo verdadero, es olvidarse de la advertencia de 
Lakatos acerca de que si el ser humano ha podido avanzar en el conocimiento, ha sido porque 
se ha atrevido a pensar en contra de todo lo que estimaba verdadero y cierto. En términos si-cológicos 
esto es algo muy profundo: atreverse a estar en el desasosiego, a perder la calma, a 
perder la paz interior. Quien no se atreva, no va a poder construir conocimiento; quien busque 
mantenerse en su identidad, en su sosiego y en su quietud, construirá discursos ideológicos, 
pero no conocimiento; armara discursos que lo reafirmen en sus prejuicios y estereotipos, en 
lo rutinario, y en lo que cree verdadero, sin cuestionarlo. 
Lo que está en juego –segunda cuestión– es la capacidad de planearse un problema, practicar 
un razonamiento que no quede atrapado en los conocimientos ya codificados; ser crítico de 
aquello que nos sostiene teóricamente, o sea, ser capaces de distanciarnos de los conceptos 
que manejamos, así como también de la realidad observada. Es decir, no solamente tenemos 
la obligación de distanciarnos de aquellas teorías que de alguna manera conocemos para no 
incurrir en una reducción de la realidad, sino también implica cuestionar lo empírico, lo que 
observamos, porque esto puede no ser lo relevante, puede ser solo la punta del iceberg. Y esa 
punta del iceberg que miramos morfológicamente no es el problema; en el mejor de los casos, 
puede ser un tema ―por ejemplo, el de la pobreza, la injusticia, la desigualdad, la opresión― que 
vamos a estudiar. Los temas pueden ser sólo enunciados que creemos claros porque son un 
recorte empírico de lo observable, pero en realidad solamente son un aspecto que asoma a la 
observación y, por lo tanto, ocultan la mayor parte de lo que son como problema. Esto se da 
con mucha frecuencia, por eso que no es de extrañar que las tesis, incluso las de maestría y 
doctorado, no van más allá del tema que es lo mismo que decir no profundizar más allá de lo 
morfológico, de lo observable, no son más que observaciones sin crítica a las estructuras de la 
información, no se constata un esfuerzo de problematización del tema. Problematización que 
significa estar dispuestos a zambullirse en el agua y comenzar a ver qué hay más allá de la su-perficie, 
qué hay debajo de la punta del iceberg. 
La cuestión fundamental no es comenzar a decir lo que hay debajo del agua o de la punta del 
iceberg, porque eso significaría reducir aquello que no está ni siquiera observado, y mucho 
menos conocido, a un conjunto de conceptos que manejamos y que creemos mecánicamente 
aplicables. Aquí es donde se ve casi analógicamente lo que significa “crear un problema”; en 
el fondo es zambullirse más allá de lo observable, y para eso hay que contener la respiración, 
que en el caso de la investigación, equivaldría a recurrir al pensamiento crítico, el cual hace las 
veces de oxígeno. Si queremos zambullirnos para ver lo que hay debajo del iceberg, debemos 
tener capacidad de crítica, y la capacidad de crítica significa no contentarse con lo que se ve, 
con lo observable. 
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Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
En este sentido, los estadistas tienen muy clara esta cuestión (aunque el que la tengan clara 
no significa necesariamente que la resuelvan), que, para decirlo en sus términos, consiste en 
la relación que hay entre un indicador de algo y el indicatum de ese indicador, es decir, aquello 
que subyace a ese indicador. Si creemos que ese indicatum está todo reflejado en el indicador, 
cometeremos grandes errores conceptuales sin llegar a aproximarnos a conocer lo que quere-mos 
conocer. Hay que zambullirse para ver aquello que no se ve, que es el indicatum, que es el 
resto del iceberg. En la construcción de problemas, no hay que dejarse llevar por la observación 
morfológica, ni dejarse llevar acríticamente por la información o, para decirlo en términos más 
sintéticos, no creer que el tema que hemos podido enunciar, es el problema. 
Para poder resolver esto –y aquí entramos a la tercera cuestión con relación a la formulación 
de problemas por el pensamiento epistémico– se requiere quizá resolver otra cuestión que en 
el plano de la investigación es muy usual: no confundir el problema con el objeto. Podemos 
tener un objeto –el cual derivaremos de premisas teóricas– sin darnos cuenta de que este 
supone implícitamente una construcción, de manera que de no estar alertas, correríamos el 
riesgo de construir conocimiento a partir de un objeto ya estructurado. En la medida en que no 
se haga el esfuerzo por construir el objeto desde el problema, también se puede caer, no digo 
en confusiones sino en falsedades. Por ejemplo, si el teórico “A” transformó el problema de la 
explotación económica en un corpus teórico –el cual tiene contenido y, por lo tanto, un objeto 
concreto identificable–, y no hacemos ningún esfuerzo por volver a plantear el problema de la 
explotación económica, sino que se repite la conclusión como objeto teórico construido en otro 
contexto histórico, es evidente que no estamos estudiando necesariamente el fenómeno, sino 
a lo sumo estudiando al autor “A” que dijo algo sobre el tema; mi esfuerzo se reduce a ver si 
lo planteado por ese autor mantiene la vigencia en un recorte de tiempo diferente, lo cual es 
muy distinto a decir que estamos estudiando el problema. Desafortunadamente es lo que se ha 
dado en América Latina de manera casi permanente, llevando a muchos autores a plantearse 
la necesidad de revisar el uso de conceptos, aun de aquellos que pensamos que son claros y 
con significaciones muy precisas. 
La lectura de teorías en el Pensamiento Epistémico 
Este punto se vincula de manera muy directa con la función más importante de lo que estamos 
llamando aquí pensamiento epistémico. Este se basa –como hemos visto– en la construcción 
de una relación de conocimiento, la cual, a su vez, consiste en demarcar problemas antes que 
construir enunciados con atributos teóricos. No obstante, esta cuestión que es muy simple de 
decir, presenta varias dificultades. Mencionaremos solo una para ir circunscribiéndonos a algu-nos 
tópicos: el problema de cómo leemos la teoría. Este es un tema que queremos privilegiar 
por una razón fundamental: porque es un tema que no sólo tiene implicaciones de carácter me-todológico, 
sino también en el terreno pedagógico en un sentido amplio, esto es, en el marco 
de las políticas de formación, problemática que, por cierto no se restringe al ámbito preescolar 
o de la educación primaria, sino que esta presente también en el nivel de los posgrados. 
La cuestión a la que hacemos referencia es a cómo leemos. Todos sabemos descifrar las 
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Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
palabras, pero no necesariamente sabemos leer. Detrás de lo que llamamos pensamiento epis-témico 
está la urgencia por saber leer los contenidos que todo mundo está recibiendo a través 
de las bibliografías de los distintos autores. Saber leer un texto es no restringir la lectura a lo 
que podríamos definir como el “procesamiento del contenido” o, para decirlo de otra manera, 
el procesamiento de sus conclusiones o la esquematización de un conjunto de proposiciones 
que el autor nos hereda para poder trabajar con ellas frente a las realidades que queramos. Esta 
sería una lectura en el sentido clásico, es decir, a la larga, una lectura exegética, pero reducida 
a los contenidos teóricos, lo cual me parece altamente insuficiente. 
En el caso de las ciencias sociales en particular, hay que hacer un esfuerzo adicional y este no 
es otro que tratar de leer los textos como lo que son: construcciones, el constructo mismo; 
leerlos desde lo que podríamos definir como sus lógicas constructoras. A lo que aludimos 
con “lógica constructora” es a tratar de reconocer detrás de las afirmaciones atributivas de 
propiedades que tiene un texto teórico, los problemas que pretende responderse el autor a 
través de tales proposiciones; es decir, reconocer como el señor “X” construyó su problema y 
como lo termina teorizando. Esto es algo elemental, no en el sentido de simple, sino en el de 
fundamente. Si leemos un texto reduciéndolo simplemente al conjunto de proposiciones que 
el texto ofrece –lo cual siempre resulta fácil– lo que estamos haciendo es olvidar que detrás 
existe una lógica de construcción. Cuando decimos: “leamos las propuestas de Weber sobre 
la burocracia, sobre los movimientos sociales, sobre las religiones, sobre lo que fuere”, obvia-mente 
nos referimos a ir más allá de la mera proposición que haya podido formular en torno del 
fenómeno A o Z; supone, por el contrario, rastrear cómo construyó esas proposiciones, y ese 
“¿cómo construyo?” alude a lo que aquí de manera un tanto esquemática llamaba el discurso 
preteórico de Weber, o de Marx, o de Durkheim. Es el discurso implícito en su propia cons-trucción 
teórica, la cual, de alguna manera, está basada en el uso de determinadas categorías, 
muchas de ellas no explicitadas sino, en la mayoría de los casos, implícitas en los textos. Es lo 
que los comentaristas de esos autores han llamado hasta hoy la génesis del pensamiento de 
Durkheim, de Marx, de Weber; es precisamente en la génesis donde es preciso descubrir el 
empleo de categorías desde las cuales ellos problematizaron y respondieron a sus problemas a 
través de una serie de teorizaciones. 
Las lógicas de construcción son muy claras en algunos autores, pero no en todos. Y a este res-pecto 
debemos traer a colación una cuestión importante. Uno de los problemas que tenemos 
hoy, a comienzos del siglo XXI, no solamente es el abuso de los textos de difusión o de resú-menes, 
sino también la abundancia de un cierto tipo de libros en los que no se ve claramente lo 
que estamos llamando lógicas constructoras. Esto demuestra que podemos estar, y lo plantea-mos 
como una hipótesis nada más y no como una aseveración, en presencia de una producción 
teórica débil (debemos distanciarnos del concepto de pensamiento debil de Vattimo). 
Nos referimos más bien a que no siempre está claro cómo se construyeron las aseveraciones 
en torno a un fenómeno. Es importante tener en cuenta este aspecto para iniciar una discusión 
acerca de la función teórica actual. 
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Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
Este problema de las lógicas de construcción, entonces, es fundamental, porque en tanto éstas 
se basan en el uso de categorías subyacentes, son lo que nos permite determinar si un pen-samiento 
puede o no estar vigente más allá del contexto histórico en que se construyó. Cito 
a Gramsci cuando señaló que el gran problema del conocimiento social es poder construir un 
conocimiento que sea capaz de crecer con la historia. Este es el desafío, y no es una cuestión 
teórica sino epistémica. Hay categorías que resisten las mutaciones históricas más que otras; 
pueden ser categorías que se mantienen vigentes más allá del periodo histórico en el cual se 
forjaron inicialmente y, por tanto, son susceptibles de ser recuperadas como elementos cons-tructores 
de otros conocimientos en diferentes contextos históricos. 
El tiempo y la Complejidad de Lo Real 
El pensamiento tiene que seguir a la historia en el sentido de adecuarse creativamente a los 
cambios de los procesos históricos. Esto supone asumir muchas cuestiones, por lo menos dos 
que son básicas: una, que los fenómenos históricos no son fenómenos lineales, homogéneos, 
simétricos, ni están sometidos a la mecánica celeste; son fenómenos complejos en su dina-mismo, 
en el sentido en que se desenvuelven en varios planos de la realidad, no solamente 
en uno, porque son a la vez macro y micro–sociales. Esto supone, que tenemos que estudiar 
esos fenómenos históricos en varios recortes de la realidad y no solamente en uno. Esa es una 
primera exigencia. 
La segunda involucra al problema del tiempo. Las temporalidades de los fenómenos son muy 
variables, los tiempos son múltiples, no hay un solo tiempo que fije el fenómeno, sino muchos 
tiempos y eso, evidentemente, es uno de los grandes desafíos para el conocimiento. Existe 
una tendencia a lo factorial, a reducir el fenómeno complejo a un factor o conjunto de factores 
y analizar estos en términos de la lógica de determinación causa y efecto. El problema es que 
eso no siempre ocurre en los fenómenos sociales, pues puede haber múltiples factores aplica-bles 
o existentes en distintos niveles de la realidad. Los fenómenos históricos no ocurren de 
manera plana, longitudinal, sino tienen lugar a través de coyunturas, las cuales forman parte 
de los procesos, de las tendencias a largo plazo, lo que tenemos que tomarlo en cuenta. Y por 
ultimo, los procesos socio–históricos no son solamente económicos, políticos, sociales, institu-cionales, 
etcétera, sino que conforman una constelación, están relacionados entre sí, son parte 
de una matriz de relaciones complejas, que los lleva a que se determinen recíprocamente lo 
económico con lo político, lo político con lo cultural, y así sucesivamente. 
Por otro lado, los fenómenos histórico–sociales hacen parte no solamente de contextos y de 
relaciones múltiples dentro de distintos niveles de la realidad, sino también de contextos de 
significaciones por usar un término, o de universos de significaciones. Por ejemplo, desde una 
perspectiva numérica, ser pobre en Bolivia, quizá no sea comparable con ser pobre en otro país; 
porque el ser pobre en un país con un contexto cultural determinado, con una carga simbólica 
específica, en otro país que tiene una simbología diferente (por lo tanto una carga de significa-ciones 
diferentes), sin duda transforma cualitativamente el fenómeno. Aludo con esto a que no 
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Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social 
solamente están las complejidades anteriores, sino que, además, los fenómenos son universos 
de significación, lo que aquí de alguna manera estamos tratando de llamar cultura. 
En el concepto de cultura está presente el hecho elemental de que cualquier fenómeno social 
que queramos estudiar, ya sea en corto o en largo plazo, es construcción de los seres humanos, 
de los sujetos, pero no de uno solo, sino de muchos sujetos. Quizá uno de los grandes desafíos 
que nos hereda el siglo XX sea precisamente la complejidad de los sujetos que construyen 
la historia, que están detrás de los fenómenos que queremos estudiar y que son demasiado 
complejos; sujetos múltiples que tienen distintas características, variados espacios, tiempos 
diversos, y visiones diferentes del futuro desde las cuales construyen sus realidades. 
Hay mucha ciencia social que lo cree así y hace ciencia, a veces rigurosa, al interior de los 
parámetros del discurso dominante, como si la realidad de la sociedad humana se redujera a 
los contenidos de ese discurso que hoy día es uno y mañana puede ser otro. La realidad es 
mucho más que eso, porque está siempre dentro y fuera de los límites del conocimiento, sea 
dominante o no. Por lo tanto, para poder reconocer esa realidad que está fuera de los límites de 
lo que se dice que es lo real en el plano de la economía, o de los sistemas políticos, etcétera, 
necesitamos aplicar un razonamiento mucho más profundo, que rompa con los estereotipos, 
con los preconceptos y con lo evidente. Esa es la función de lo que aquí he llamado pensar 
epistémico; esto es, plantearse problemas a partir de lo que observamos pero sin quedar redu-cidos 
a lo que observo, sino que ir a lo profundo de la realidad y reconocer esas potencialidades 
que se ocultan, que son las que nos van a permitir construir un conocimiento que nos muestre 
posibilidades distintas de construcción de la sociedad. 
Quisiera concluir con esa vieja advertencia de Braudel, el gran historiador francés, y que siem-pre 
habría que recordarla: “así como un país no tiene solo un pasado, tampoco tiene solo un 
futuro”. 
En síntesis, todo esto es lo que de alguna manera está detrás del enunciado “pensamiento y 
cultura en América Latina;” porque América Latina es una construcción de sujetos que se están 
transformando y que, a su vez, construyen realidades distintas a las que pueden eventualmente 
surgir en otros contextos culturales, como pueden ser lo asiáticos, los europeos, los africanos, 
o los norteamericanos. En la medida en que eso no lo tengamos en cuenta, evidentemente 
el conocimiento, en esa a veces absurda pretensión de universalidad, no va a ser nunca un 
conocimiento real, porque la realidad del conocimiento no está solo en la universalidad, sino 
en lo que aquí llamamos pertinencia histórica del conocimiento. Esta se refiere a la capacidad 
del conocimiento para dar cuenta de la especificidad de los fenómenos, que es lo que resulta 
de entender a estos como ubicados en contextos muy complejos de relaciones múltiples y en 
distintos tiempos. Es un desafío, si es que realmente queremos llegar a construir un conoci-miento 
que permita reconocer posibilidades de construcción y que no se limite simplemente a 
describir lo que ya se ha producido o se circunscriba más que a dar a dar cuenta de lo que ya da 
cuenta el discurso dominante. Es el problema. ¿O es que la realidad social, económica, política 
e incluso tecnológica se agota en los parámetros del discurso dominante? 
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La idea de origen en el concepto de América 
La idea de origen en el concepto de América
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
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La idea de origen en el concepto de América 
La idea de origen en el concepto de América* 
Hernán Neira 
Departamento de Filosofía, 
Universidad de Santiago de Chile 
Introducción 
Hay consenso en que la cultura americana –del norte, del centro y del sur-es doble. Sin embar-go, 
América no puede ser comprendida bajo el significado “normal” de la palabra doble. Es que 
el continente escapa a la dualidad y a las categorías con que se ha pretendido comprenderlo. 
Nadie pondrá en duda que en él es posible encontrar todos los síntomas de lo múltiple, nadie 
pondrá en duda que sus orígenes son, a la vez, indígenas y europeos. Pero, bajo la simple y 
cómoda polaridad del conquistador y del conquistado, hay un mundo complejo que ningún 
modo se reduce a la dualidad. Tampoco es solución el agregar a lo hispano, lo francés, lo por-tugués, 
lo ingles y lo africano yuxtapuesto o en síntesis con lo indígena. Es que América es 
difícilmente cernible y permanece oscura, enigmática. A fuerza de repetir el lugar común de lo 
hispano-indígena, aquel infantil abecedario que hace del continente la suma feliz o desgraciada 
de dos razas y culturas, no se presta atención a lo esencial; no se sabe lo que indígena ni lo que 
hispano quiere decir. El único modo de averiguarlo es restablecer la traza que va desde Colón 
hasta hoy. Pero no la traza de los hechos, sino del discurso sobre los hechos, del discurso que 
dirige la investigación histórica. 
1. Conquistadores y Conquistados 
La cultura hispanoamericana comienza con el desembarco de 1492. A partir de entonces Euro-pa 
toma conciencia de la existencia de un continente Otro. Como toda toma de conciencia, ella 
se lleva a cabo bajo valores que en este caso son los de la conquista. La conquista es el proceso 
por el que los reyes de España se comprometen a enseñar el evangelio a cambio de extender 
su soberanía sobre tierras y hombres a partir de 360 leguas allende el Cabo Verde. La misión 
es encomendada en 1493 por el papa Alejandro VI, de nacionalidad española, que consagra el 
descubrimiento y reparte zonas de influencia. La consagración otorga a la Conquista el carácter 
de una lucha por la extensión de la soberanía de lo Verdadero sobre lo Falso. 
* Artículo publicado en Revista Araucaria de Chile, Madrid, 1990.
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
El encuentro entre las Indias y los españoles toma, entonces, más allá de la voluntad individual 
de personajes, el aspecto de conquista de una soberanía política y militar sobre otra. Pero, la 
sanción vaticana, impide o prohíbe el encuentro de la cultura hispánica con la indígena. Allí no 
cabe acuerdo posible; oponiéndose como lo verdadero y lo falso, la cultura americana es, por 
definición, falsa. Es más, la condición de cualquier intercambio es que el indígena reniegue 
de su cultura, o que ella sea considerada como no-cultura, hecho en el que ocurrirá, como se 
verá más adelante, incluso en Las Casas, el gran defensor de los indios. Cortés nada más al 
llegar al Yucatán en 1519, pone como condición de “amistad” al cacique, el renunciar al culto 
de sus “ídolos” (Cortés, 1985). Y, cuando pide que se informe al papa de los indios de México, 
lo justifica por la tarea evangelizadora y para encargarle el castigo a “los rebeldes en venir en 
conocimiento de la verdad” (Cortés, 1985). 
Cortés jamás hubiera sido conquistador sino hubiera sido, antes, príncipe, en el sentido de 
Maquiavelo, es decir, genio y político tanto como bélico, capaz de transformar el poder de las 
armas en obediencia, en apoyo, haciendo economía de violencia pero desatándola sin merced 
cuando las circunstancias lo exijan. Su primera táctica es la de sondear las fuerzas nativas, 
descubrir sus propósitos y establecer alianzas. Su rápido avance fue más el fruto del utilizar 
y exacerbar la convicción indígena que le convertía en dios y del buscar enemigos comunes 
para combatirlos juntos, que el producto de una pólvora que, humedecida, difícilmente podía 
estallar: “En abril de 1519 –escribe Bernard Grumberg– los conquistadores desembarcaron en 
Cempoala; Cortés se alía con los pueblos con los pueblo totonaques y recibe los enviados del 
emperador de México, Moctezuma. Entonces comprende el partido que puede sacar aliándose 
con todos los descontentos y los adversarios de México” (Cortés, 1979, p. 7). 
Del genio político del conquistador descubrirá desde el comienzo la ineficacia de la oposición 
frontal de lo hispano y lo nativo. Recuérdese que una de sus primeras acciones será impedir 
el saqueo de los pueblos locales por su milicia y transformar el regalo del cacique de Tabasco, 
una esclava indígena, en su mujer; Cortés, dándole el rango de esposa, adquiere también una 
intérprete fiel que conoce las lenguas de los dos pueblos enemigos, mayas y aztecas. El genio 
del conquistador no se detiene allí, Cortés descubrirá la utilidad de sus aliados nativos para 
combatir a otra fracción hispánica, por ejemplo, al enfrentarse a Narváez, cuando éste quiere 
sustituirle ante Moctezuma como legítimo embajador en la potencia hispánica en América. 
Cortés se apoyara en tropas indígenas que detestan, como casi todos los mayas a los aztecas 
(Cortés, 1985). Aquella será, en consecuencia, la primera vez, entre muchas, que un pueblo 
indígena se enfrente a otro defendiendo los intereses coloniales. 
Cortés es un hombre perspicaz. Sabe, sin teorizar, lo que una parte de Europa y de la etnología 
tardará mucho en descubrir: ni las tierras de América ni tampoco los pueblos se hallaban en 
estado de virginidad. Hay una cultura y una historia precolombina. Es decir, los nativos se sirven 
la violencia en su vida diaria, ya sea la del hombre contra el hombre o la de éste contra los ani-males 
y plantas. Puesto que la violencia existe, a Cortés no le hace falta inventarla, sólo orientar 
sus ataques, dominarla políticamente, dirigir sus fines. Es un hombre ambiguo, ora príncipe del 
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La idea de origen en el concepto de América 
renacimiento, ora hidalgo español. En cuanto hidalgo, mantiene los valores de España y de la 
religión; en cuento príncipe rechaza la estrategia de la oposición total y hace uso de la diplo-macia, 
de la hipocresía que más tarde el criollo verá en el indio. Creyente sincero, empresario 
capaz de asociar el capital a la aventura, conoce las artes de la simulación, el espionaje y del 
ataque nocturno (Cortés, 1985). Jamás conceptualizará la idea de cultura indígena, pero en 
cada de sus actos la tiene en cuenta. Jamás caerá en la violencia simplemente destructora que 
aborrecerá Las Casas. Es más, sabrá que la mejor manera de someter a los pueblos nativos es 
conservando sus jefes, su religión y sus ejércitos, pero utilizándolos a su favor o haciéndolos 
aniquilarse entre ellos. La contienda de Cortés no es, en consecuencia, una contienda abierta, 
mucho antes de la guerra de la independencia, él había inventado una suerte de guerrilla y la 
zapa moral del indígena. 
2. El origen de la Historia. ¿Qué significa descubrir América? 
Descubrir 
Según Colón, los nativos de América “Son gentes muy sin mal, ni de guerra” (De Las Casas, 
1951, p. 19). Para Bartolomé de Las Casas los indios no conocen la perversión, todo en ellos 
es armonía y generosidad, al igual que en la tierra en que viven. En la Brevísima relación de la 
destrucción de las Indias afirma que, en cuanto a los indios: “Todas estas universas e infinitas 
gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y 
fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pa-cientes, 
más pacíficas e quietas (…) Son también paupérrimas y que menos poseen y quieren 
poseer de bienes temporales; e por esto no son soberbias, no ambiciosas, no codiciosas (…) 
Son (…) vivos entendimientos; muy capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptissimos 
para recibir nuestra santa fe cathólica e ser dotados de virtuosas costumbres” (De Las Casas, 
1974, p. 33-44). Los indios, según Las Casas: “No cometieron contra los christianos un solo 
pecado mortal que fuesse punible por los hombres (…) Y ser por cierta e infalible sciencia; que 
los Yndios tuvieron siempre justissima guerra contra los christianos; e los christianos una ni 
ninguna tuvieron contra los Yndios; antes fueron todas las diabólicas e injustissimas” (De Las 
Casas, 1974, p. 33-34). 
¿Qué describe Las Casas? Las Casas describe al hombre antes del pecado original. Si el indio 
puede ser convertido con facilidad es por que desconoce el árbol del bien y del mal que ha ale-jado 
a la especie humana del paraíso y le ha hecho rebelde al Evangelio. Recuérdese que según 
la Biblia, Dios había hecho fructificar la tierra sin trabajo, es decir, sin cultivo, y que la desnudez 
no provocaba vergüenza. Hasta el capítulo 2 del Génesis, la Biblia describe un mundo sin esca-sez, 
un mundo de abundancia donde únicamente la muerte, y no los otros hombres, limitan al 
hombre. Sólo el pecado original, Descubrimiento y Conquista, traerá la destrucción del Edén, 
así como los españoles arriesgan a arruinar el nuevo mundo. Hay en Las Casas una suerte de 
imposibilidad de concebir en el indio la violencia que implica la vida y que encontrará gustosos 
en el conquistador. Es decir, hay una imposibilidad de percibir la forma de vida en las Indias 
como cultura, pues cultura es violencia. Violencia constructiva, necesaria y reducida al mínimo
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
cuanto más justa es la sociedad, pero no menos violencia y marca del hombre en la tierra, en 
su entorno, contra sus semejantes, contra sí mismo y contra los seres vivos. 
La oposición de Las Casas contra la barbarie hispánica se da al interior del marco ideológico de 
los demás conquistadores, pero interpretándolo de modo diferente. Las Casas niega la cate-goría 
de cultura del mundo indígena en nombre de una inocencia natural que constituye a los 
aborígenes en un pueblo a-histórico. El catolicismo de Cortés lo hace en nombre de la verdad 
única que la religión supone. En la conclusión es que para los europeos no había cultura en las 
Indias antes del descubrimiento. Es decir, sólo había una tierra yuxtapuesta desordenadamente 
a un grupo de hombres sin organización social. Nada semejante a un país, a una nación, nada 
semejante a lo que entonces era un reino u hoy concebimos bajo la idea de América. Tal con-vencimiento 
será compartido aún por los enemigos de la España, de la Contrarreforma e inclu-so 
por un pensador tan alejado de la Conquista y de los conquistadores como Rousseau. 
Por otra parte, para Rousseau, el fundador de la sociedad civil fue el primer hombre que dijo 
“esto no es mío” (c’est à moi) (Rousseau, 1966, p. 164). Hasta entonces, no existía ni trabajo 
ni escasez: “los productos de la tierra provenían (al hombre salvaje) todos los socorros nece-sarios” 
(Rousseau, 1966, p. 164). Como el indígena de Las Casas, el salvaje americano, para 
Rousseau ignora el mal y la concupiscencia: “el hombre salvaje, cuando ha comido está en paz 
con toda la naturaleza, y es amigo de todos sus semejantes (Rousseau, 1966, p. 202). Según 
Rousseau lo superfluo caracteriza al hombre civil, es decir, caracteriza el hombre en la historia, 
obligado a acumular aquello que no es de uso inmediato para subsistir al invierno siguiente y/o 
para manifestar su rango social. Ahora, lo que hicieron los españoles al llegar a las Indias, fue 
justamente fundar la sociedad civil y decir “esto es mío”, en nombre del rey, y acumular rique-zas 
para cambiarlas por fuerza de trabajo o mercancías. Así, en cuanto a la forma de ver otras 
culturas, Rousseau comparte, pues, la idea fundamental del etno/eurocentrismo: en América la 
cultura y la historia comienzan con Colón. 
Así, tanto para el mundo hispánico como para Rousseau, el Descubrimiento tiene el privilegio 
de un hecho fundador y se transforma, en un acontecimiento naval perteneciente a la historia 
de Europa, en un evento mítico, en el acontecimiento inaugural de la sociedad civil en América. 
Como hecho sagrado que se origina en la voluntad infalible del papa, los indios deberán creer en 
el beneficio de la Conquista bajo la forma de negación de la cultura propia. Recuérdese que las 
dos exigencias fundamentales y las dos ideas fundadoras de la conquista son la conversión al 
catolicismo por parte de los indios y su sometimiento al emperador hispano. La “falsa” religión 
y los reyes “ilícitos”, por no tener consagración papal, quedan fuera de la historia, marginados 
en la noche oculta de la barbarie precolombina. A partir de entonces, el Descubrimiento es el 
principio temporal y epistemológico de la historia americana. 
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Puesto que se siente español, el criollo quiere participar en el gobierno de las regiones hispá-nicas 
donde vive y, de hecho, lo hace. En 1750 en Tribunal de Audiencia del Virreinato de Lima 
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La idea de origen en el concepto de América 
está compuesto por 17 criollos y tres metropolitanos. Sin embargo, en 1776, José Gálvez, mi-nistro 
de Carlos II, limita el acceso de los criollos a los altos puestos administrativos. Al mismo 
tiempo, para asegurar las líneas de coaptación, impide a los metropolitanos que no hayan sido 
enviados expresamente por la corona, postular a un alto cargo en América. Todo se resuelve 
en la península y, en 1778, la composición del tribunal de Lima se invierte: dos criollos por 11 
metropolitanos (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 27). El interés del criollo se une así al del 
aventurero peninsular, quien, venido por su cuenta y riesgo, quiere recuperar las posibilidades 
de ascenso rápido de los primeros conquistadores. Se trata, encentres, de participar de igual a 
igual en los asuntos de Indias sin privilegio para el metropolitano por que el criollo también es 
súbdito, también es español. 
El indio, por su parte, muchas veces luchará por el lado hispánico, ajeno o desconocedor del 
contenido de lo americano. Marginado de las disputas políticas y del reparto económico, sus rei-vindicaciones, 
más que americanistas, se dirigen contra el abuso, contra el patrón, cualquiera sea 
su origen. En las revueltas no se reclama principalmente la independencia. Son protestas contra 
la mita y contra las reparticiones y su obligación de comprar ciertos productos vendidos por el co-lono. 
La reivindicación criolla es una lucha por establecer un nuevo pacto con la metrópolis donde 
los americanos, en tanto españoles, tengan una mayor parte en el beneficio y administración del 
comercio colonial (Halperin Dongi, 1972, p. 51). El concepto de “patria” era ajeno a la monarquía 
española y ajeno a la emancipación americana. El mapa de la península y su unidad geográfica, 
política y cultural estaba ya mejor definido que el del continente. Cuando se enriquece el salvaje 
conquistador se convierte en culto criollo y viaja, no a Tierra del Fuego, ni siquiera a Lima, sino 
a Sevilla, Lisboa o Madrid. Y no será distinta la actitud del acaudalado comerciante bonaerense 
(Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 42). El criollo era sensible a las ideas de renovación, sobre todo 
a las ligadas del librecambismo. Pero la crítica económica o incluso de la sociedad colonial no 
implican el poner en cuestión en orden monárquico (Halperin Dongi, 1972, p. 52). 
Los manuales escolares y universitarios, así como la composición de las bibliotecas en que se 
formarán mucho próceres, son más hispánicas que liberales. La educación de los criollos, salvo 
excepciones notables que habían pasado por Inglaterra o por Francia, es católica y realista, 
cercana al derecho comunal y al jusnaturalismo saurista. Ambas doctrinas son perfectamente 
capaces de justificar una rebelión contra el mal gobierno, pero no ponen en duda la soberanía 
monárquica. Como en el levantamiento de Fuenteovejuna, las actitudes iniciales de las insur-gentes 
en Quito (1809) forman parte del antiguo régimen: ¡abajo el gobierno, viva el rey!, pare-ce 
ser la consigna (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 77). Preso Fernando VI por los franceses, 
el patriotismo criollo, no reclama la independencia, sino servir a la corona, desobedeciendo las 
órdenes que venían de la metrópoli. Más que un buen patriota el criollo, inicialmente, quiere ser 
un buen súbdito. “Elites urbanas, criollas y peninsulares se recelan y reivindican cada una la pal-ma 
de la lealtad en aquellos tiempos difíciles; los peninsulares creen que los criollo sólo aguar-dan 
la derrota de la resistencia en España para independizarse. Los criollos están convencidos 
de que los peninsulares se prepara para entregar las Indias a una España francesa” (Halperin 
Dongi, 1972, p. 57). Es que el criollo no se concibe como americano sino en la medida en que
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
es súbdito de una provincia española, y la España del antiguo régimen no existe sin Fernando 
VI. Por lo demás, el propietario blanco teme que sin la protección real quede indefenso y por 
tanto incapaz de continuar la explotación del indio en las minas y en el campo. Aliado por una 
comunidad de interés, criollo y metrópolis extraen la riqueza del indio o del negro y la única for-ma 
de hacer existir a España es, allá lejos, proclamando la fidelidad al monarca desobedeciendo 
al nuevo estado napoleónico. 
En otras palabras, la mayoría política no quería a principios de 1800 dejar de ser súbditos de 
Fernando VI. Sólo obligados por los acontecimientos los criollos conquistan el poder local en 
América, cuidando de declararse leales al rey. ¿Estrategia? Sin duda, pero no sólo ello. Una 
parte de la ciudadanía no quiere constituirse en nación y reniega su ser americano, si ha de 
elegir entre éste y la península. Por progresistas que fueran los criollos eran ante todo leales. 
La primera guerra de independencia en que participan los americanos es la de España contra 
Francia; la segunda, la de la independencia americana, al mismo tiempo, y quizás más que una 
guerra patriótica, será una guerra civil. Se está lejos de la oposición directa de lo criollo al espa-ñol, 
pero se está igualmente lejos de la mitología que pretende ver en el criollo una preferencia 
“natural” de lo americano frente a lo peninsular. 
Olvido: Tupac Amaru 
Nada más revelador del olvido de lo americano que las Memorias de Juan Bautista Tupac Ama-ru 
(Tupac Amaru, 1964). Juan Bautista, medio hermano de José Gabriel, líder campesino eje-cutado 
por sentencia española, héroe del indigenismo peruano, reivindica América contra los 
españoles en nombre de ideas ajenas a lo inca. Hablando de la revuelta que costaría la vida a su 
pariente, escribe: “Estas medida de rapacidad española (estanco, impuestos, aduana), dando 
campo abierto al desarrollo de su codicia, colmaron la desesperación de los indígenas, y mi her-mano 
se puso a la cabeza de 25.000 indios, el día 4 de octubre de 1780, para dirigir este santo 
movimiento de insurrección con que la naturaleza empieza por todas partes la regeneración de 
los hombres, y presagia por sus sucesos la felicidad del mundo” (Tupac Amaru, 1964, p. 13). 
No se debe confundir a José Gabriel, cabeza de la revuelta, con Juan Bautista, autor de las Me-morias. 
Teniendo eso presente, hay que preguntarse por el origen de las Memorias. No se pre-gunta 
por la caligrafía, sino por los lazos entre su contenido semántico y la voluntad indigenista 
del autor, anónimo o no. Se sabe que la autenticidad de dichas memorias ha sido discutida, 
en especial porque Juan Bautista aprendió el español durante su presidio en Ceuta. Pero nada 
cambiaría por el hecho de que la crónica haya sido escrita por un testigo y no por quien fue víc-tima 
de los males. Quién sea el autor, carece de significado. Lo importante no es la autenticidad 
autógrafa, sino su pertenencia a una tradición indigenista que las reivindica como suyas (Tupac 
Amaru, 1964, p. 7-8). De nada serviría el que las hubiera escrito el mismo líder, José Gabriel, si 
ellas no fuesen recibidas como expresivas del autentico indio por su comunidad. A pesar, Juan 
Bautista escribe un texto ventrílocuo. Por un lado reivindica la raza y la sangre, por el otro, las 
niega con los instrumentos de su defensa. 
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La idea de origen en el concepto de América 
“Regeneración de los hombres”. ¿Va la independencia a regenerar a los hombres, en especial a 
aquellos que explotan al indio? Cierto, a mediados del siglo XIX el esclavismo habrá desapareci-do 
en los países independientes y se produce una mejora en las condiciones del campesinado. 
Pero, bajo cualquier punto de vista, la esperanza de regeneración resulta exagerada y extraña 
al lenguaje incaico, en demasía consciente de que no sólo el metropolitano, sino también el 
criollo le explota desde hace casi tres siglos. Juan Bautista ve en la Independencia el comienzo, 
la vuelta al y del Imperio Inca, pero lo ve bajo los ojos o de lecturas o discursos de otros presos, 
más educados que él en Ceuta. Rememorando padecimientos escribe: “ahora los recuerdos 
son acompañados de positivos consuelos, y al fin de mi triste carrera veo infalible el reinado de 
la razón; (veo) que el espíritu humano marcha iluminado contra los tronos; que el genio amena-za 
el despotismo, y que existe al norte de nuestro hemisferio una nación (los Estados Unidos 
de Norteamérica) que habiendo sido esclava como la mía rompió sus cadenas para realizar ins-tituciones 
que consuelan a la virtud, que aplaude el filósofo…” (Tupac Amaru, 1964, p. 20-21). 
Por doquier aquellas memorias hablan el lenguaje de la Revolución antes que el del “Inca”; por 
doquier se encuentran las palabras “género humano”, “reinado de la razón”, “luces del siglo”, 
“despotismo”, “ciencia social” (Tupac Amaru, 1964, p. 58). 
Hay una extraña paradoja en el hecho de que la tradición indigenista se reclame de un hombre 
que más cita a los latinos que a Manco Cápac: “El genero humano respeta a Catón y se hu-milla 
bajo el yugo de César. La posteridad honra la virtud de Bruto, pero no la permite sino en 
la historia antigua” (Tupac Amaru, 1964, p. 19). Subentiéndase, la historia antigua de Europa, 
no la americana. La única historia que manifiesta conocer se limita a la memoria inmediata del 
levantamiento de su hermano, de su ajusticiamiento al ser derrotado y la posterior farsa con 
que se condenó a su familia al destierro. Ciertamente, esa cultura la adquirió en sus cuarenta 
años de presidio en África y no en las montañas andinas. Tal vez pueda argumentarse que Juan 
Bautista escribió octogenario, pues ésa es la edad que declara tener, según la primera línea de 
sus Memorias, cuando desembarca en Argentina en 1882 (Juan Gabriel Tupac Amaru, 1964, 
p. 58, nota 1. Y p. 78). Ahora, si sus facultades le impiden recordar excepto el pasado cercano 
y algunos hechos importantes de su juventud, sería ilegítimo que una tradición se reclame de 
aquella memoria sin fuerzas para personificar y retener la historia. Y, si sus facultades se hallan 
intactas, Juan Bautista Tupac Amaru es un ilustrado y el 5º nieto del último emperador, Manco 
Cápac, que ignora la historia de su pueblo. Cualquiera que haya visitado el Perú ha visto la con-tinua 
apelación al pasado indígena como constitutivo esencial de la república. Sin embargo, en 
Tupac Amaru, a pesar de la influencia francesa, no hay ambición republicana, sino monárquica. 
Si quiere liberarse de los borbones, es para restaurar el Imperio Inca. Difícilmente hubiera podi-do 
entenderse con Bolívar, del cual fueron explícitas las aspiraciones por el régimen republicano 
con presidente vitalicio y censo reducido, sin mayor espacio para el indígena. 
El indigenismo enfrentará, aparte de la dificultad de unir sus intereses a las futuras repúblicas 
mercantiles y liberales, la disyuntiva de declarar falsas a las Memorias, o bien, aceptar que 
uno de los hombres más representativos de lo originario indígena ha perdido su memoria y la
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
sustituye por otra elaborada en la lucha francesa contra el antiguo régimen. Se dirá que ellas 
expresan una situación real, pues también hubo lucha contra el antiguo régimen en América. 
Pero ¿es que la maravillosa cultura Inca no tenía palabras para expresar, en quechua, sus an-helos 
de libertad? ¿Es que Tupac Amaru, pariente directo de los emperadores incas, héroe y 
precursor de la independencia peruana para la tradición indigenista, puede ser llamado “auten-tico” 
u “originario” como lo fue Moctezuma, y, éste como los líderes de los pueblos indígenas 
que sometió? Si Tupac Amaru expresa lo auténtico americano, es que entonces lo americano 
no es lo indígena, o más bien, es el indígena sin raíces, cortado de su vida antigua o unido a ella 
por lazos espúreos de procedencia europea, hispánica o no. Juan Bautista habla, pues, como 
ventrílocuo, y lo que ventrílocua la tradición auténticamente indígena. No es del todo extraño, 
España había conservado el rango nobiliario a una parte de la población nativa. “Las élites 
indígenas frecuentaban los saberes de Europa, adoptan sus giros, aprenden latín, se ponían 
a la cabeza de las procesiones del Corpus Christi” (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 29). A la 
incontenible contaminación de la cultura indígena hay que agregar el desplazamiento forzado a 
que los somete la mita. En Perú, movilizaba a un séptimo de la población nativa hacia las minas 
del Potosí, mientras otras partían en trabajos forzados como muleteros o para construir camino, 
mezclándose razas, lenguas y costumbres (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 24). 
3. Lo originario, lo uno y lo múltiple de América 
Dos son los privilegios de la conquista española. El primero proviene de haberse extendido por 
todo el continente mientras otras, como la Inca, son sólo regionales. El segundo, privilegio a 
posteriori, consiste en haber vinculado a América con la cultura dominante en la actualidad, es 
decir, con la cultura cristiana occidental. Pero ninguno de ambos privilegios tiene el carácter de 
originalidad, de algo absolutamente nuevo ni de algo único, imposible de ser emulado. Cuando 
los habitantes de Istapalapa, de Orchilobusco, etc., deciden unir sus fuerzas a las del invasor 
para luchar contra Moctezuma, realizan un acto tan histórico, tan ligado a la cultura universal 
como el de Cortés en México. Moctezuma no necesitaba de Colón para estar relacionado con la 
historia universal. Sería un error confundir la historia universal con la historia del etnocentrismo. 
Cuando los aztecas someten a los mayas realizan un acto de dominación con toda la perversi-dad, 
o ausencia de perversidad, que tendrá el dominio español. La originalidad de los aztecas 
invasores de México es tan grande como la de Cortés o la de Tupac Amaru. La violencia y la 
historia nativa, cuando los españoles la encuentran, les resulta incomparable con la hispana. 
Esta es obra de la cultura, instrumento de la voluntad divina, trabajo del espíritu contra las 
fuerzas naturales, mientras que aquélla, es desorden, escándalo contra la constitución moral 
del hombre. 
La ausencia de privilegio español supone, como contrapartida, el reconocimiento del carácter 
de “cultura”, y por tanto, perteneciente a la historia universal de los pueblos precolombinos. 
La pertenencia a dicha historia no garantiza privilegios, al contrario, impide establecer jerarquías 
y teleologías más allá de la convención. Esa igualdad a priori, condición indispensable, aunque 
no suficiente, para comprender la cultura americana, supone renunciar a toda originalidad, a 
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La idea de origen en el concepto de América 
todo evento fundador. Si la violencia occidental no fue la partera de América, tampoco lo fue la 
indígena. ¿Por qué razón atravesar el Atlántico ha de ser más importante que atravesar Bering, 
si no es por las consecuencias a posteriori y, por lo tanto, azarosas, de la travesía de Colón? 
La historiografía conservadora descuida o minimiza la violencia que construye moralmente al 
habitante local, y atribuye ese poder arquitectónico en exclusiva o de forma privilegiada al 
conquistador1. Los indios son agricultores y cazadores, la unidad del pueblo venido por Alaska 
fraccionada por guerras que oponen una raza contra otra. La idea de que el descubrimiento es 
una situacion originaria, y que había consistido en la fractura de un estado primitivo, no puede 
sino ser el fruto de la concepción de la raza blanca como el único pueblo histórico y marcado 
por la superioridad sin par de haberse separado de la naturaleza por medio de la cultura y de los 
evangelios. La conquista, la colonia y el catolicismo son uno más de los sucesivos estratos cul-turales, 
de las sucesivas dominaciones y contradominaciones étnicas y religiosas que soporta 
el continente. 
Por otro lado, una cierta historiografía y una cierta antropología “progresista” busca un punto 
de partida no puramente hispánico para el continente. La pretensión es loable. Sin embargo, 
si supusiéramos un momento inaugural, un punto de partida, éste sería, por definición, incog-noscible. 
Una tal situación escapa a toda metodología científica e histórica en la medida en que 
requiere el permanecer sin contaminarla, sin testigo y sin la violencia del testigo. Si llamamos 
“número 3” a un antiguo habitante americano, siempre será posible retroceder al “número 2” 
y al “1”, y al “0”. Este pueblo número cero coincidiera con aquel que atravesó Bering. Pero 
entonces, el pueblo originario, el pueblo “cero”, es asiático. La búsqueda del origen es una 
trampa para la razón, un recurso más sutil que la anterioridad del huevo o de la gallina, pero 
igualmente inútil para las ciencias históricas. Por eso Rousseau aclara que el “estado primitivo” 
(état primitiv) es un principio epistemológico y no una afirmación empírica (Rousseau, 1966, 
p. 133). Este supuesto es un esquema o un modelo de la razón necesario para comprender el 
nacimiento de la historia, pero no es un hecho empírico perteneciente a la historia, él explica. 
La metafísica y la historiografía sustancialista que opone a la raza blanca una esencia americana 
representada por los pueblos precolombinos es difícil de sustentar. De hecho, la idea misma 
de originalidad es extraña al indígena. Ella trasluce una teleología y una concepción lineal de la 
historia fuertemente ligada al cristianismo y/o a la filosofía de la Ilustración y/o al materialismo 
histórico. Estas tres filosofías, cuyo valor es distinto, introducen igualmente un elemento extra-ño 
a lo nativo para definir lo original. Es que en realidad falta el criterio para detener la historia y 
definir el instante arquetípico, el año cero en que América fijó su esencia instalando la medida 
de progreso y de la degeneración. Y aunque alguien encontrara un pueblo capaz de convertirse 
en el modelo étnico del continente, no podría paralizar su evolución e impedir que se transfor-me 
en una comunidad tal vez de naturaleza contraria a lo que ella misma fue. Sólo la ilusión de 
la ahistoricidad indígena puede pretender la capacidad de establecer fronteras entre lo propio y 
1 Jaime Eyzaguirre, por ejemplo.
Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social 
lo impropio de un pueblo o de un continente. El ser del hombre y de la historia es movimiento, 
la idea de sustancia difícilmente se puede aplicar a la especie que no ha dejado de cambiar. No 
es en los museos donde un pueblo podrá forjar los caracteres olvidados, ni en la comunidad 
mantenida en un estado “primitivo” artificial, aunque legítimamente, contra los buscadores de 
fortuna o de exotismo. Desde las reducciones jesuitas hasta las reservas indígenas, el indio 
y su memoria ha sido sistemáticamente aniquilado. Lo que queda es el remedo de algo que 
nadie sabe cómo fue. Falta el patrón para medir su cercanía o lejanía al imposible momento 
de violencia originaria que da comienzo a su cultura. Cruel o pacífico, flojo o trabajador, falso o 
sincero, sólo se conoce al indio en relación, casi siempre desventajosa, con el blanco, Súbdito 
o rebelde, es un hombre sin raíces, de ningún modo habitante originario. A él debe aplicársele 
lo que Rousseau enseñaba a sus contemporáneos “cuidémonos de no confundir al hombre 
Salvaje con los hombres que tenemos ante los ojos” (Rousseau, 1966, p. 139). Y la frase es 
válida tanto para Las Casas como para el etnólogo contemporáneo. 
Aparentemente el antiguo habitante americano carecía de una palabra para designar la totali-dad 
que significa América. Su vida le ligaba al desierto, a la selva, a la montaña y a la estepa, rara 
vez a todos ellos al mismo tiempo. El concepto unificador del continente nace y se desarrolla en 
Europa, los americanos debieron sufrirlo largo tiempo como una condena y como desposesión 
de su identidad antes de poder hacerlo suyo. A cambio de ella, se entrega al indio: primero, 
el pasaporte que lo hace miembro de la comunidad cristiana; segundo, el pasaporte del país 
ficticio llamado América, y, tercero, el pasaporte nacional que tras la independencia lo integra 
y lo excluye de las nuevas republicas. Las descripciones en las que el indio de Tenochtitlán se 
siente próximo del diaguita chileno, pertenece al periodo en que la sociedad indígena se encon-traba 
destruida y sometida al imperio unificador español. 
El debate sobre la duplicidad o multiplicidad de la cultura americana no será resuelto mientras 
no se deseche la buena intención supuesta de su unidad pre y postcolombina. Unidad política, 
que no existió que más allá del sueño de Bolívar y San Martín; unidad geográfica, como si el 
desierto chileno tuviera que ver con el húmedo amazonas; unidad cultural, como si las iglúes 
de Alaska fueran comparables con las chozas de Boroboro. América no posee más unidad que 
la existente entre un español y un finlandés. Sin embargo, la idea de una unidad originaria del 
continente tiene sólidos puntos de apoyo que no son geográficos, racional ni culturales. Desde 
el principio el continente fue visto como las Indias, nombre genérico para una realidad diversa. 
Más tarde la idea se encuentra en la Ilustración francesa e inglesa, donde el nativo es llamado 
salvaje. Esta idea es complementaria del deseo del imperio universal católico y de la unidad de 
igualdad del género humano, así mismo en la masonería que tanto influyó en los patriotas. No 
es extraño entonces que la inscriban en su programa político sobre todo si además sirve para 
reunir fuerzas contra el enemigo. Incluso hoy resulta difícil contestar la conveniencia política de 
dicha condición, fortalecida por intelectuales y escritores que conocen mejor Europa que las 
provincias de su país. Sin embargo, la diversidad de intereses nacionales impide apoyarla con 
hechos. Tal vez la duración de la idea se deba a lo permanente de los lazos de dependencia 
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La idea de origen en el concepto de América 
con las metrópolis y a la voluntad de oponer un marco ideológico universal al caciquismo y a la 
intervención extranjera. Pero que no se confunda un programa político, sin duda, justo con una 
constatación empírica. 
4. La noción de “Hispanoamericano”. La imagen especular 
No hay una polaridad que oponga lo americano a lo hispano, pero tampoco una fusión armonio-sa 
entre ambos. Si hay síntesis, ella es problemática. La noción de “Hispanoamérica”, bajo el 
equilibrio gráfico en que “hispano” y “americano” son puestos de igual a igual, oculta la des-aparición 
del contenido de lo americano, obra de lo hispánico y del criollo. Esa palabra satisface 
un “querer ser” de la burguesía local que se sienta europea y que oculta el sometimiento del 
indígena. Y no sólo de la burguesía, recuérdese que uno de los moldeos de literatura nacional 
es el gaucho Martín Fierro, gaucho que se caracteriza por su odio al indio al que sólo desea ver 
muerto, y de hecho mata. América es una síntesis imperfecta de tradiciones distintas donde se 
agregan culturas diversas, desplegadas en dos troncos. En uno de ellos el indígena, se yuxtapo-nen, 
antes del descubrimiento, razas, lenguas y culturas dispares, muchas veces enemistadas 
por odios profundos. Los pueblos antiguos de América están esencialmente cercenados de 
sus raíces e ignoran la diversidad de sus componentes. La noción de Hispanoamérica debería 
ser sustituida por la de hispano-criollo, incorporando en lo criollo, no la cultura indígena, sino su 
destrucción. Tanto lo “originario” como lo “europeo” son entidades no resultas en americe y 
jamás podrán serlo. Quizás allí resida lo originario americano, en el querer asimilarse a una me-trópolis, 
otrora España, hoy Estados Unidos o Francia, y el contraponerles una representación 
ficticia del origen, la imagen etnocentrista del indio. 
La historia de lo americano es una historia discontinua, donde el transcurso lineal y la memoria, 
como retención y personificación del pasado, juegan un rol discutible y tal vez engañoso. Lo 
que hoy queda de ella es una mezcla heterogénea llena de injertos fructíferos, como el prove-niente 
de áfrica, pero de ningún modo es el desenlace sintético de tres pueblos (hispano, indí-gena 
y negro), puros y originarios. Diferentes entre sí y de sus ancestros, hoy resulta imposible 
buscar el pasado en nociones como la de “raza”, ya sea ésta intra o extra americana. Buscar la 
esencia americana exigiría interrogar al indio que existió hasta el 11 de octubre de 1492. Tarea 
imposible e inútil. Ese pasado étnico que falta es la imagen espectacular que Narciso quisiera 
mirarse. América ansiando encontrar su naturaleza, su origen, sólo encuentra una representa-ción 
idílica de su imagen. Pero no pluralidad de raíces nativas, sino un origen que no es origen 
y que impide detener el tiempo, excepto en la imaginación del pensador, y decir “allí, es mi 
punto de partida”. 
América, con el exterminio de las culturas nativas, por su formación en el pensamiento etno-centrista 
y por la dependencia de sus clases gobernantes, es una suerte de occidente dismi-nuido. 
Incluso los movimientos americanistas interpretan lo indígena en relación a occidente. 
Se ven obligados a renegar de la evolución que les ha destruido para salvarlas en un momento 
conceptual arbitrario que se designa como pasado fundador. Cuba, Perú y México, son tal vez
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  • 1. El ideario político de los esclavos insurrectos en los primeros años de la revolución de Haití - 3 - Ediciones Universitarias de Valparaíso Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Sergio Caba M. • Gonzalo García G. EDITORES
  • 2. - 7 - Comentarios Iniciales Contenido Comentarios Iniciales Sergio Caba / Gonzalo García ................................................................................................. 11 Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social Hugo Zemelman .................................................................................................................... 19 La idea de origen en el concepto de América Hernán Neira .......................................................................................................................... 33 Acerca del giro decolonial y sus contornos María Eugenia Borsani ........................................................................................................... 53 Desobediencia Epistémica, Pensamiento Independiente y Libertad De-Colonial Walter Mignolo ...................................................................................................................... 71 América Latina en la sociedad mundial Aldo Mascareño Lara ............................................................................................................. 97 El concepto Segunda Independencia en la historia de las ideas en América Latina: Una Mirada desde el Bicentenario Javier Pinedo ......................................................................................................................... 115 Novela Histórica y Extrañamiento: tensiones y pleitos entre la metaficción y la historiografía Jorge Osorio Vargas .............................................................................................................. 137 El Caribe y su apuesta teórica Román de la Campa .............................................................................................................. 149 Tramas de la subjetividad latinoamericana. Reflexiones fanonianas Alejandro De Oto ................................................................................................................... 171 El ideario político de los esclavos insurrectos en los primeros años de la revolución de Haití. Juan Francisco Martínez Peria ............................................................................................... 189
  • 3. - 9 - Comentarios Iniciales Comentarios Iniciales
  • 4. - 11 - Comentarios Iniciales Comentarios Iniciales Observaciones latinoamericanas. Perspectivas sobre pensamiento social… este libro reúne trabajos que reflexionan sobre Latinoamérica como matriz sociocultural. Para aquello, hemos seleccionado una serie de artículos escritos por expositores de diversas áreas, los cuales han sido recopilados en torno a un esfuerzo por entregar un panorama plural. Bajo este principio dejamos claro que nuestra propuesta no persigue el compromiso de tener que responder a una única filiación teórica u orientación paradigmática, forma disciplinaria o lineamiento de con-tenidos específicos. Y no es que entendamos que la pluralidad sea un valor en sí mismo para producir un libro en el campo de los estudios latinoamericanos –lo que en el orden académico debería ser, sino más bien se trata de tender hacia una aproximación congruente con lo que América Latina como contexto de estudio demanda a la investigación. La constelación de los estudios latinoamericanos no representa para nosotros un intento por ape-lar a un latinoamericanismo a ultranza para legitimar una posición reivindicativa en el ejercicio de pensar nuestro objeto de estudio. No nos consideramos retribuyentes de consignas como “para estudiar Latinoamérica desde Latinoamérica, hay que hacerlo desde una postura militante”, o de una renuncia a las elaboraciones discursivas elaboradas en los centros metropolitanos a favor de una búsqueda de los resquicios de las formas de una posible autenticidad no eurocéntrica. Creemos que el proceso de recepción de los resultados del conocimiento en otros contextos no debería resolverse –como si se tratase de una actitud valorativa– en función de validar a priori una particularidad geográfica, cultural e histórica, ni por correspondencia a un canon consensuado como conocimiento. Sí, como respuesta a la continuidad del desarrollo de un pensamiento, de sus respectivas aspiraciones y problemáticas históricas que van surgiendo. Y podría ser que esta tensión está a la base de una comprensión habitual que transita en medio de nuestras discusiones sobre el problema de un pensamiento social latinoamericano. Lo que se tiende a asumir en un extremo como propio de un latinoamericanismo redentor, en tanto respuesta inmunitaria a las lecturas extranjeras y su recepción por medio de una tradición de pensamiento formada. Y es que tal vez hoy, como nunca antes, la evolución del pensamiento social latinoamericano se encuentra en una posición que posibilita un cuestionamiento radical que rechazaría cualquier fundamento de pretensión de universalidad de la razón; aspiración que se muestra como propia del pensamiento desarrollado en las modernidades centrales. Pero esto es algo que debe ser confrontado en el debate.
  • 5. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social Las evidentes diferencias en la elaboración de conocimiento y en la producción de reflexión teórica, también se hacen sentir a la hora de tomar una actitud ante las inexcusables asimetrías. Últimamente se viene criticando la recepción de la producción intelectual metropolitana como el resultado de un dispositivo de poder avalado por la globalización de los estándares científicos, y éstos al predominio de un argumento que entiende el problema como si se tratase de la conti-nuidad de una imposición histórica de poder. Así, se puede apelar a la necesidad de “cuestionar” lo que se impone, recuperando el argumento de la originalidad de las formas alternativas, de una otra-epistéme. En esa lógica, se tiende a apelar a la descolonización del conocimiento. Pero por este camino no habríamos de olvidar, por ejemplo, el impacto que resulta a partir de las desigual-dades en términos de lo que significa la intermitencia de centros o programas de investigación desprendidos de presiones fundamentales, como de un adecuado financiamiento para empren-der proyectos de investigación y sostener una comunidad para futuros investigadores. Esta intermitencia nos es importante en dos facetas. Primero porque dificultaría el integrar dis-cusiones que responden al devenir de una tradición de problemas que han sido planteados des-de una perspectiva latinoamericana, tanto en la definición de programas de investigación que delinearían la especificidad que ameritan los estudios latinoamericanos, como en la apropiación de esa tradición en el proceso de formación. Y segundo, porque las dificultades históricas para la formación de una comunidad científica organizada, cuya presencia en el espacio de la opinión pública sea relevante, podrían ser entendidas como síntomas de incapacidad para establecer espacios de autonomía, donde se unifica el mundo científico y político, dando como resultado la formación de una práctica normativa. Nuevamente cabe precisar: si nuestra presunción es correcta o no, es algo que debe ser respondido en la discusión. Tal como reconoce Hugo Zemelman, se trataría del proceso de desarticulación entre concep-tualización y realidad. Tensión traducida en la aplicación-acomodación de dispositivos teóricos que no son el resultado del examen empírico de la propia realidad. Desde la disciplina –si nos permiten esta acepción– de la Historia de las ideas latinoamericanas, esta demanda emanada desde el pensamiento social adquiere una dimensión arquetípica: la búsqueda de una identidad. Tal como señala Arturo Roig (1981), no es que la filosofía necesita de un pueblo, es el pueblo quien necesita de una filosofía. Su argumento es que a pesar de las discusiones academicistas de bases científicas consensuadas, la experiencia social se reproduce independientemente del tránsito y desarrollo de comunidades que lo legitiman Sobre el libro… En este libro se sitúan temáticas que normalmente cuentan con una escasa incidencia y cir-culación en el horizonte de la formación de las ciencias sociales y humanidades –con especial énfasis en el caso chileno–, en el momento en que nuestras disciplinas enfrentan un proceso agudo de estandarización curricular. Y aunque ocurriera débilmente lo contrario, el hecho de que la práctica formativa pueda estar orientada a la apropiación de una tradición encontraría serias dificultades producto precisamente del fenómeno de estandarización señalado. - 12 -
  • 6. - 13 - Comentarios Iniciales Responder a la apropiación de una tradición puede sonar una consigna fácil de enunciar crítica-mente para los que nos dedicamos a los Estudios Latinoamericanos. Pero es obvio que hay que dar cuenta de lo que es evidente cuando se hace evidente. Por el momento creemos que la débil presencia del horizonte latinoamericano se puede leer como producto de un problema mayor derivado de dificultades concretas para instalar una agenda temática que emerja de los intereses propios de la comunidad científica e intelectual. Y cuando decimos instalar, nos referiremos a una acepción básica: incidir en planes curriculares acordes a un diálogo con la tradición latinoamericana, con la continuidad de lo que ha formado parte de sus problemáticas e interrogantes clásicas. En ese sentido, este libro no trata de hacerle propaganda a temas específicos que pensamos deberían estar presentes en nuestros ejes curriculares o debates. Nuestra propuesta consiste en referirnos a una apuesta de enfoque de contexto latinoamericano débilmente presente en nuestro escenario académico. … Cabe mencionar que este libro es el fruto de una red que hemos ido tejiendo en estos últimos años, en la cual nos planteamos acordar una serie de encuentros para construirlo. Entre el año 2010 y 2011 logramos contactar a nuestros autores presentándoles nuestra propuesta inicial, de los cuales recibimos una recepción inmediata. La consigna: queda a disposición de cada uno la entrega de un capítulo. Hacemos nuestro agradecimiento extensible a todos ellos, a quienes dieron sustento directa-mente a este libro, y a otras personas que acompañaron el proceso: Al profesor Miguel Chávez Albarrán, Escuela de Sociología de la Universidad de la Frontera (Temuco), amigo y profesor en el camino hacia la formación que decidimos emprender en los Estudios Latinoamericanos. A Eduardo Devés Valdés, Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chi-le (IDEA), por su aporte estratégico en el establecimiento del contacto con algunos autores. A Hernán Neira Barrera, Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago, por sus con-sejos y decisiva contribución al diseño del proyecto. Un grupo importante de expositores de la literatura, la filosofía y la sociología, han sido reunidos para presentar un vasto panorama para discutir Latinoamérica en su contexto sociocultural. El libro comienza con una reflexión epistemológica a cargo del profesor Hugo Zemelman titulada “Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social”. Se encuentran, por ejemplo, aproximaciones en directa confrontación como la apuesta deco-lonial en “Desobediencia Epistémica, Pensamiento Independiente y Libertad De-Colonial”, de Walter Mignolo, y el examen de Latinoamérica como momento de la sociedad mundial en “Universalismo, Particularismo y Sociedad Mundial: Obstáculos y Perspectivas de la Sociología en América Latina”, de Aldo Mascareño. De esto se trata el núcleo que tratamos de constituir
  • 7. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social en torno a la propuesta que les presentamos, invitando al diálogo desde la apertura que nuestra diversidad de especialistas nos entrega. El primer artículo a cargo de Hugo Zemelman, del Instituto de Pensamiento y Cultura en Amé-rica Latina en México, establece un diagnóstico epistemológico situado en la problemática universitaria para ofrecer una reflexión de la tensión entre la elaboración teórica y la referencia a la realidad que da cuenta. Se plantean las posibles consecuencias en el orden de realidades inventadas. Lo cual, acontece en la cosificación de la teoría, ya no como posibilidad de atribuir propiedades a una realidad en constante relación a la luz de los resultados del conocimiento, sino como un consenso que debe ser confirmado en la investigación. La resignación a plantear los problemas del conocimiento tendría como consecuencia inmediata el haber relegado la discusión filosófica de la ciencia, habiendo perdido su centralidad en las instituciones universi-tarias. El trabajo de Hernán Neira, del Departamento de Filosofía de la Universidad de Santiago de Chile, propone los lineamientos de la americología. Se examinan los obstáculos de las con-cepciones historiográficas tradicionales sobre América Latina, sustentadas en una metafísica esencialista que arraiga una comprensión substancialista de cultura. La idea del origen de Amé-rica inmovilizaría la comprensión de la propia problemática histórica, porque en la búsqueda de la originalidad radica la trampa de una realidad que no se puede alcanzar; sea mediante el privilegio de la opción etnocéntrica que se remonta al arquetipo de la visión de la historia del conquistador; sea con el optimismo precolombino que pretende establecer la idea del pueblo. El texto vuelve sobre la trampa que encierra la idea de origen: el discurso de la representación idílica por encontrar una América europea o indígena. Pero la realidad no se alcanza, vuelve a aparecer como perdida en el resultado de su propio espejismo cuando acomete verse como original. El objetivo del trabajo de María Eugenia Borsani, del Centro de Estudios y Actualización en Pensamiento Político: Decolonialidad e Interculturalidad (CEAPEDI) de la Universidad Nacional del Comahue, busca esclarecer de qué estamos hablando cuando hablamos de decolonialidad. Dando cuentas de las similitudes, pero sobre todo de las diferencias con otras corrientes de pensamiento de carácter latinoamericano como lo es la forma de definirse dentro de una tra-dición de Filosofía Latinoamericana: la teoría poscolonial, el pensamiento nacional y popular, la posmodernidad y el marxismo. De esta forma, la autora busca delinear los márgenes de una de las corrientes de pensamiento más significativas en la actualidad de la producción crítica latinoamericana. Cuya finalidad conceptual es mantener abierta la posibilidad de una zona fron-teriza de enunciación, por lo que su vocación nos acerca más a una opción político-epistémica que una teoría consumada. Su propósito no queda reducido a la asignación de un geografía, sino que corresponde a un marco epistémico político, un correlato fronterizo de las perspecti-vas - 14 - derivadas de la modernidad. Walter Mignolo, del Center for Global Studies and the Humanities de la Universidad de Duke, cuya trayectoria compone una de las producciones filosóficas y de las “ciencias” histórico-
  • 8. - 15 - Comentarios Iniciales sociales más sugerentes en la actualidad del pensamiento social latinoamericano, emprende el debate desde la exterioridad que inscribe la apertura de la opción decolonial. A través de los términos que propone la diferencia colonial, se presenta una crítica a la deslocalización del conocimiento como forma de pretensión de universalidad abstracta. Argumento que invisibili-zaría su condición de posibilidad como resultado de una geopolítica del conocimiento anclada al pensamiento de los centros metropolitanos. La ruptura decolonial apremia por una alternativa que se ofrece como posibilidad de encontrar un lugar que enfrente la totalización de la linealidad histórica del paradigma eurocéntrico de lo novedoso. La opción se juega por la reivindicación de derechos epistémicos que responden a un diálogo que fractura los términos de la conversa-ción, apostando a iniciar la discusión desde un locus subalterno. Aldo Mascareño, de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, nos entrega una lectura de la evolución social de América Latina articulada en el despliegue de las transforma-ciones propias de la sociedad mundial. Se propone una lectura que conjuga el vínculo entre lo universal y lo particular, entre las operaciones estructuradoras que permiten identificar un concepto de Sociedad y sus diversas adecuaciones regionales. La tesis central que se pone a prueba nos permite responder a un clásico tópico afirmado en gran parte del pensamiento social latinoamericano, en lo que el autor llama semántica de la unidad. Es decir, América Latina debe ser observada en relación al carácter de su identidad como negatividad de ausencia o incompletud ante la modernidad. Javier Pinedo, del Instituto de Estudios Humanísticos Abate Molina de la Universidad de Talca, analiza a través de cuatro reflexiones propias de los discursos intelectuales del pensamiento social latinoamericano, la historia, aplicación y significado del concepto de Segunda indepen-dencia. Desde su inicio en los pensadores románticos del siglo XIX (Esteban Echeverría, José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao); y que más tarde con José Martí lo consolida definitiva-mente; deteniéndose especialmente en el proceso chileno de los años 60, y lo establecido por Salvador Allende. Por último, se analiza la situación actual y cuál debería ser su vigencia en el futuro, de cara al Bicentenario. Jorge Osorio, Universidad de Playa Ancha, nos ofrece distinguir la Nueva Novela Histórica La-tinoamericana (NHL) como fenómeno literario de otras novelas históricas, dando a conocer la discusión cuyos márgenes aun no se encuentran definidos. Refiriendo a los trabajos de Sey-mur Menton, María Cristina Pons, Karl Kohut y Fernando Ainsa, establece líneas que nos acer-can a su identidad y al reconocimiento de su carácter frente a sucesos históricos desconocidos y estrategias narrativas, además de similitudes y diferencias con corrientes de pensamiento actuales, ubicándola en las cercanías de un ejercicio reconstructivo historiográfico. La exposición del trasfondo simbólico-discursivo que articuló el ideario antiesclavista de la Re-volución Haitiana está a cargo de Juan Francisco Martínez Peria, del Centro de Estudios Lati-noamericanos de la Universidad Nacional de San Martín. El autor sostiene que los límites de la historiografía clásica a la hora de entender la rebelión de los esclavos, se deben precisamente en haberla subsumido a un movimiento promovido por los colonos realistas a fin de obstaculizar
  • 9. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social el avance de la revolución francesa para reivindicar una ideología realista dirigida a introducir re-formas mínimas a la esclavitud. Al contrario, el trabajo muestra el carácter endógeno y hetero-géneo de dicha rebelión que apuntaría desde un inicio al fin de la esclavitud y el racismo. Dando cuenta que la vertiente ilustrada-universalista sólo deviene hegemónica tardíamente entre los esclavos. Este capítulo atiende, junto al trabajo de Román de la Campa, el acento puesto en el Caribe. De la Campa, del Department of Romance Languages de la Universidad de Pensylvania, nos presenta las aristas para poner a discusion la evolución del discurso literario en el contexto de las sociedades poscoloniales. El análisis se concentra en las propuestas de Antonio Benítez Rojo y Édouard Glissant, orientadas a representar lo que el autor llama el gran significante cari-beño. En efecto, la problemática del sentido del Otro y su percepción estética, de lo autóctono y lo foráneo, se tematiza en lecturas entrecruzadas por el desafío de enfrentar la ineludible heterogeneidad de la multiplicidad de lo diverso que engloba la referencia al Caribe. Por último, Alejando De Oto, investigador independiente INCIHUSA-CONICET, revisa los con-tornos del pensamiento de Frantz Fanon y la influencia en el pensamiento caribeño y latino-americano. Ante las discusiones que forman parte de los horizontes decoloniales en América Latina, se analiza el pensamiento del martinico en la búsqueda de una tradición disruptiva del marco epistémico-político moderno. En virtud de esta matriz se enfatiza el proceso que acerca la capacidad del colonialismo de subjetivar y de fijar históricamente un relato como un proceso ineludible para sus víctimas. Es por ello que la heterogeneidad del sujeto es analizada como un camino de liberación; es el descubrimiento de prácticas sociales y modos de apropiación simbólicos ante la emergencia epistemológica emancipadora. - 16 - Abril 2012. Los editores Valparaíso / Buenos Aires
  • 10. Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social - 17 - Los desafíos de la historicidad en el conflicto social Pensar teórico y pensar epistémico:
  • 11. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social - 18 -
  • 12. Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social - 19 - Hugo Zemelman Instituto de Pensamiento y Cultura en América Latina, México Introducción La realidad que enfrentamos, la realidad socio–histórica, tiene múltiples significados. No es una realidad clara, inequívoca, con una significación cristalina y a la que se le pueda abordar sencilla-mente construyendo teorías. No es así por diversas razones, las cuales forman parte del debate que hoy día se da en el ámbito académico sobre el problema que afecta a las ciencias sociales, y que resumiría en una idea: el desfase entre los córpora teóricos y la realidad. La idea del desfase es clave, ya que alude a los conceptos que a veces utilizamos creyendo que tienen un significado claro pero que no lo tienen. Esto plantea la necesidad de una constante resignificación que, aun siendo un trabajo complejo, es una tarea central de las ciencias sociales que tiene que ver con la construcción del conocimiento. Dicho de otra manera, tema central del proceso de investigación y, por lo tanto, de la metodología. La necesidad de resignificar surge precisamente por el desajuste entre teoría y realidad. Pero, ¿por qué el desajuste? El ritmo de la realidad no es el de la construcción conceptual, los con-ceptos se construyen a un ritmo más lento que los cambios que se dan en la realidad externa al sujeto, por eso constantemente se está generando un desajuste. Dicho así parece como un problema menor pero, en verdad, tiene consecuencias profundas, porque en la medida en que no resolvemos este problema podemos construir discursos y enunciados o manejar ideas que, pudiendo tener una significación en términos de la bibliografía o, para decirlo de una manera más amplia, en el marco del conocimiento acumulado, no tenga necesariamente un significado real para el momento en que construimos. En el ámbito de las universidades de América Latina, lo dicho es un tema que debería ser discutido pero que desafortunadamente no es abordado. Se constata de manera clara en las políticas de formación de los científicos sociales en América Latina: no hay preocupación por el tópico, o bien, se cree que es exclusivo de los filósofos de la ciencia, de los lógicos, y no de quien quiere construir un conocimiento sin necesidad de incursionar en las problemáticas de la
  • 13. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social filosofía de la ciencia o de la lógica. Al no tomar en cuenta esta dificultad en la formación de los científicos sociales, corremos el riesgo de que ellos estén pensando ficticiamente, es decir, que ―aun cuando existan excepciones― estén pensando sobre realidades inventadas. Esto tiene evidentemente consecuencias de orden práctico, porque si no sabemos construir un pensamiento sobre la realidad que tenemos por delante, y esa realidad la definimos en fun-ción de exigencias conceptuales que pueden no tener pertinencia para el momento histórico, significa que estamos organizando, no sólo el pensamiento, sino el conocimiento dentro de marcos que no son los propios de esa realidad que se quiere conocer. Esta situación que, tal como la estamos planteando, parece como elemental y obvia, es parte de uno de los vía crucis de las ciencias sociales. Afortunadamente, desde hace algunos años a la fecha, hay grupos de intelectuales latinoamericanos que han comenzado a reaccionar frente a este hecho y que han puesto de manifiesto que muchos de los conceptos que utilizamos para entender el Estado, la sociedad, las desigualdades, la democracia, la cultura, incluso para entender las dinámicas sociales, la propia educación, no responden a conceptos que estén reflejando la realidad que llamamos histórica, sino que son conceptos acuñados en otros contextos y que muchas veces la academia los repite sin revisar debidamente si están dando cuenta de realidades concretas. Al no tener conciencia de que se está dando un desajuste entre la teoría y la realidad que se pretende denotar, resulta que estamos inventando realidades. Situación que podemos recono-cer no solamente en el ámbito de la investigación o de la docencia, de la academia en general, sino que también en otro orden de discursos, por ejemplo el discurso político. En ocasiones nos encontramos con que éste frecuentemente está amarrado a conceptos que no son per-tinentes, que no están dando cuenta de la realidad. Todo lo cual supone, entre otras implica-ciones, plantearse la cuestión y tratar de resolverla; resolución que en ningún caso podríamos considerar que es exclusivamente teórica, en el sentido de que basta construir un cuerpo de proposiciones con una función explicativa que resuelva de una vez y para siempre el problema. Precisamente es una cuestión que no se resuelve teóricamente, porque si así fuera, sería tanto como desconocer la naturaleza misma del problema. Si pienso que un desajuste de esta natu-raleza se puede resolver a través de una teoría, no estoy tomando conciencia que el problema está en la teoría misma porque, por más brillante y genial que ésta sea, por definición corre el riesgo de desfasarse de la realidad. La resolución, pues, no es teórica, en la medida que el problema es la teoría misma; por eso ésta requiere ser resignificada, revisada a la luz de las exigencias de las realidades históricas, muchas veces emergentes, nuevas, inusitadas, imprevistas. Ahora bien, si no es un problema que se va a resolver teóricamente, ¿cómo se resuelve? Se plantea la cuestión importante de entender, y que se ubica en el plano de lo que de manera abstracta podemos definir como pensamiento. Debo aclarar que no estamos identificando pensamiento con teoría, ya que signi-ficaría volver al mismo vicio de creer que el desfase del que estamos hablando se corrige con el pensamiento teórico. En tanto es en éste donde cristalizan las teorías, correríamos el mismo riesgo de desfase o de desajuste del pensamiento teórico respecto de la realidad histórica. - 20 -
  • 14. Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social Siendo así, cuando hablamos de pensamiento, ¿a qué nos referimos? A un pensamiento que se entiende como una postura, como una actitud que cada persona es capaz de construirse a sí misma frente a las circunstancias que quiere conocer. No se trata de decir que tenemos los conceptos y construimos un discurso cerrado, lleno de significaciones; se trata más bien de partir de la duda previa, anterior a ese discurso cerrado, formulándose la pregunta. ¿cómo podemos colocarnos ante aquello que queremos conocer? No es una cuestión teórica sino propia de lo que llamaría una forma epistémica de resolver el problema. Surge entonces una discusión interesante que simplemente me limito a apuntar: la necesidad de distinguir entre un pensamiento teórico y un pensamiento epistémico, diferencia que reside precisamente en el cómo se resuelve la relación del pensamiento con esa realidad que se quiere nombrar. En el pensamiento teórico, la relación que se establece con la realidad externa –con la externalidad, para decirlo en términos más correctos– es siempre un pensa-miento que tiene contenidos, por lo tanto, el discurso de ese pensamiento es siempre un dis-curso predicativo; vale decir, un discurso atributivo de propiedad, ya que no es un pensamiento que puede dejar de hacer afirmaciones sobre la realidad, pues un pensamiento teórico es aquel que hace afirmaciones sobre lo real. Quisiera poner un ejemplo para clarificar la idea. Si leemos un libro de un autor “X” y enfren-tamos un problema que ese autor ha analizado, lo más inercial y frecuente es repetir las afir-maciones que el autor ha dicho sobre la realidad “A”, aunque estemos analizando la realidad “B”. Es decir, repetimos el mismo discurso aunque le agreguemos un enunciado con una serie de predicados, o para decirlo en términos más precisos, le agreguemos una hipótesis. Cuando hablamos de hipótesis estamos hablando de construcción de enunciados con predicados que dicen cosas, que no son vacíos; una hipótesis vacía es una contradicción, sería absurdo tener hipótesis sin contenido. Por lo tanto, el pensamiento teórico es un pensamiento que ya tiene un contenido organizado y que puede ser el mismo contenido que se viene arrastrando (o puede ser un contenido diferente, pero lo fundamental es que tenga un contenido) y, por lo tanto, su estructura en términos de construir proposiciones es muy precisa. En cambio, cuando hablamos de pensamiento epistémico nos referimos a un pensamiento que no tiene contenido y eso es lo que a veces cuesta entender. ¿Cómo podemos tener un pensa-miento sin contenido? Si lo pusiéramos en términos de la discusión clásica, por ejemplo, con Karl Popper en su texto Conjeturas y Refutaciones, la centralidad del pensamiento epistémico es la pregunta, no es el predicado, no es la atribución de propiedades. Esto, dicho así, aparece como de sentido común, pero el problema está en darle a la pregunta un estatus no simple-mente de mera conjetura sino, más bien, de algo más amplio que eso, como es permitir que el pensamiento se pueda colocar ante las circunstancias. Se plantea la dificultad de colocarse frente a las circunstancias sin anticipar ninguna propiedad sobre ellas. Es un tema fundamental porque cuando se dice “colocarse ante las circunstancias”, frente a las realidades políticas, económicas, culturales, significa que estamos construyendo una relación de conocimiento sin que esta quede encerrada en un conjunto de atributos; porque eso sería ya una afirmación teó- - 21 -
  • 15. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social rica. Esta forma de pensamiento epistémico es difícil porque la tendencia es ponerle siempre nombre a las cosas. Hay que vencer esta tentación; más bien la tarea sería preguntarse ¿cuán-tos - 22 - nombres puede tener? Lo que decimos se viene discutiendo hace mucho tiempo, pues es un tema casi permanente en la historia de las ciencias que no se termina por resolver de manera definitiva. Quisiera ejemplificar con dos autores que, desde disciplinas muy diferentes a las que nos ocupan, han planteado el tema y lo han resuelto de maneras diversas. Uno es Bachelard (en textos como La Racionalidad Científica y La Filosofía del NO), que afirma que la tarea de la ciencia es ponerle nombre a las cosas. Según Bachelard, el problema sería cuidarse de dos grandes riesgos: uno, de no ponerle nombre viejo a cosas nuevas y, dos, de creer que porque no tienen nombre, en el momento en que se plantea, son innombrables. En ese tránsito entre no colocar nombres viejos a cosas nuevas y creer que porque no tienen nombre son innombrables, se ubica lo que estamos llamando pensamiento epistémico. Otro ejemplo es el de Lakatos. Cuando él se pregunta por qué el ser humano ha podido progre-sar en la construcción de su conocimiento, contesta más o menos en los siguientes términos: “porque la razón humana ha podido pensar en contra de la razón”, porque el hombre ha sido capaz de pensar en contra de sus propias verdades, porque ha podido pensar en contra de sus certezas. Analicemos estas dos expresiones: significan no atarse, no quedarse atrapado en conceptos con contenidos definidos, sino plantearse el distanciamiento respecto de esos con-tenidos o de esas significaciones, para buscar qué significaciones o contenidos pueden tener las cosas que estamos tratando de pensar. Es la problemática de lo que aquí llamo pensamiento epistémico. Pero, ¿en qué consiste todo esto?, ¿cómo se puede expresar, si es que no sólo se reduce al plano metodológico? Es aquí donde surge una de las cuestiones más interesantes pero muy mal entendida: la de las categorías. Quisiéramos detenernos en esto porque el problema de las categorías es el eje del pensamiento epistémico. Como muchos de los problemas que hemos mencionado, la vieja discusión sobre las cate-gorías debe ser objeto de un desarrollo mayor. En primer término, no hay que confundir lo que decimos con la vieja discusión que se ha dado en el discurso de la filosofía; es decir, no estamos aludiendo con el concepto de categoría, por ejemplo, a lo que las viejas corrientes del pensamiento filosófico al estilo de Kant, plantearon donde éstas, en el fondo y en la forma, daban cuenta de dos grandes cuestiones: o del fundamento último de la ciencia o de las posi-bilidades mismas de pensar. Esa es una discusión que sin duda alguna hay que tener, pero aquí sólo hacemos la acotación correspondiente para que no se piense que estamos confundiendo distintos planos. Una segunda cuestión, sobre la cual habría que detenerse es que las categorías, a diferencia de los conceptos que componen un corpus teórico, no tienen un contenido único sino mu-chos contenidos. En ese sentido, las categorías son posibilidades de contenido, no conteni-
  • 16. Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social dos demarcados, identificables con una significación clara, unívoca, semánticamente hablando. También esta es una discusión antigua que no se da solamente en las ciencias sociales, sino también en las ciencias de la naturaleza. Si revisamos, por ejemplo, la historia de la ciencia, nos encontraremos con esta tensión entre las categorías y lo que aquí llamamos conceptos teóricos. Hay categorías que se han mantenido a través de los siglos, aunque con distintos contenidos; incluso en un mismo momento, una categoría puede ser objeto de referencia de construcciones teóricas diferentes. Pongamos algunos ejemplos. El concepto de fuerza, de masa y de energía, para poner tres casos de la ciencia de la natura-leza. En las ciencias sociales tenemos otros tantos como el concepto de poder, de sujeto, de masa social, de dinámica y de conflicto. Esos no son conceptos que tengan una significación unívoca, ya que pueden tener muchas significaciones, y es cuestión de revisar la literatura actual para ver que muchos de estos conceptos tienen presencia prácticamente en todos los textos, aun cuando sean textos discrepantes teóricamente entre sí. El concepto de conflicto, por ejemplo, está presente en Marx y en Parsons, por citar simplemente dos autores de refe-rencia distantes entre sí teóricamente. En ambos se habla de conflicto, en ambos se habla de equilibrio, pero con significaciones muy diferentes porque los discursos teóricos –entendidos como la capacidad del ser humano de formular atributos a los fenómenos– son distintos. Volvamos, pues, a la distinción entre pensamiento teórico y pensamiento epistémico1. En el sentido estricto de la palabra, el pensamiento epistémico es preteórico, funciona sin un corpus teórico y, por lo mismo, sin conceptos con contenidos definidos, con funciones claras de carác-ter gnoseológico o cognitivo, o para decirlo de otra manera, con funciones de determinación o de explicación. Por el contrario, los instrumentos del pensamiento epistémico son categorías que me permiten plantear lo que, de manera abstracta, he llamado “colocarse ante la realidad”. Pero, en términos más concretos, ¿qué es colocarse ante la realidad? Significa construir una re-lación de conocimiento, que es un ángulo desde el que comenzamos a plantear los problemas susceptibles de teorizarse. Imaginemos que queremos analizar el conflicto social. Bien, ¿cómo puede ser nombrado este? Si nos remitimos al pensamiento epistémico, nos tendríamos que abrir a muchas posibilidades que, de hecho, son las posibilidades que se contienen en la his-toria de las ciencias sociales. Podríamos pensar el conflicto social ―en el sentido de ponerle un nombre― con un contenido, por ejemplo, desde la teoría del rol–set. Pero también podríamos pensar el conflicto social a partir de la teoría de los grupos. Si elegimos una u otra óptica, las posibilidades de encontrar contenido al problema llamado conflicto social son distintas. Incluso podría haber un tercer investigador social que diga ni rol–set ni teoría de los grupos, sino optar por la categoría de clase social. Lo que decimos es sólo un ejemplo para dar cuenta de las múltiples posibilidades de teoriza- 1 Idea que, por cierto, me la sugirió un alumno en un seminario en la división de estudios de Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. - 23 -
  • 17. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social ción. No hay ninguna teorización sino sólo las posibilidades, porque si trabajo estos tres ángulos como posibles teorías, como posibles categorizaciones del fenómeno del conflicto social, los contenidos a los cuales vamos a llegar son absolutamente diferentes. Y no podríamos decir que uno solo de estos hipotéticos investigadores está estudiando el conflicto social y los otros no, pero si que las posibilidades de teorización y los contenidos de éstas plantean diferentes realidades al problema que se pretende conocer. El pensar epistémico consiste en el uso de instrumentos conceptuales que no tienen un con-tenido preciso, sino que son herramientas que permiten reconocer diversidades posibles con contenido. Esto hace parte de lo que podríamos definir como un momento pre–teórico, el cual tiene un gran peso en las posibles teorizaciones posteriores. Decir pre–teórico significa decir construcción de relación con la realidad. Pero ¿qué significa, a su vez, esto? Significa que si nos estamos colocando frente a las circunstancias que queremos estudiar sin precipitar un juicio en términos de construir un predicado ya predeterminado con contenido sobre aquello que no conozco, entonces estamos distanciándonos de la posibilidad de anticipar nombres teóricos a un fenómeno que no conocemos, y ese distanciamiento frente a la realidad para no precipitar juicios teóricos que se van a expresar en enunciados predicativos es lo que, en términos más amplios, podríamos llamar “problema”. Es decir, si construimos un enunciado teórico –no obs-tante lo valioso y coherente que sea, o los amplios antecedentes bibliográficos que tenga–, pero lo construimos a través del método hipotético deductivo sin plantear este distanciamiento, que aquí estamos llamando “problema”, retroalimentamos aquello que señalamos al inicio: el desfase, el desajuste o el divorcio entre pensamiento y realidad. Esto es así, porque el encadenamiento entre el pensamiento y la realidad no conocida es la capacidad que tiene el sujeto de construir problemas, y la construcción de los problemas no puede ser encajonada en términos de determinados contenidos ya conocidos. Volvemos a la advertencia de Bachelard: es más fácil llamar a las cosas con los nombres de siempre, en cir-cunstancias en que se conoce el nombre pero no se conoce aquello que se quiere nombrar con ese nombre. Así, muchas veces las investigaciones quedan reducidas a investigar el nombre, pero no aquello que se nombra. Esto pasa en la economía, en la antropología, en todos los dis-cursos porque es muy cómodo decir “yo he leído tantos autores y tengo tantos conceptos en la cabeza que preciso usarlos”, y obviamente ”usarlos” es transformarlos rápidamente en nom-bres. Pero ocurre que, entonces, esa persona no está realmente construyendo conocimiento, porque si hay un requisito elemental en este ámbito, es precisamente, el de construir el cono-cimiento de aquello que no se conoce, no de aquello que se conoce. Este es el fundamento de la principal función del pensamiento epistémico: este funciona con categorías sin contenidos precisos y, en el quehacer concreto de la persona, se traduce en la capacidad de plantearse problemas. No necesitamos abundar en la dificultad que implica el plantearse un problema. - 24 -
  • 18. Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social Construcción de Problemas desde el Pensamiento Epistémico Aquí hay varias cuestiones: las inercias mentales, la capacidad para plantearse problemas y la exigencia de no confundir problema con objeto. Sobre lo primero: los temores, el no atreverse, el estar pidiendo siempre reconocimiento de la autoridad, el estar constantemente refugiándo-se en la bibliografía, cobijándose en lo cierto o en lo verdadero, es olvidarse de la advertencia de Lakatos acerca de que si el ser humano ha podido avanzar en el conocimiento, ha sido porque se ha atrevido a pensar en contra de todo lo que estimaba verdadero y cierto. En términos si-cológicos esto es algo muy profundo: atreverse a estar en el desasosiego, a perder la calma, a perder la paz interior. Quien no se atreva, no va a poder construir conocimiento; quien busque mantenerse en su identidad, en su sosiego y en su quietud, construirá discursos ideológicos, pero no conocimiento; armara discursos que lo reafirmen en sus prejuicios y estereotipos, en lo rutinario, y en lo que cree verdadero, sin cuestionarlo. Lo que está en juego –segunda cuestión– es la capacidad de planearse un problema, practicar un razonamiento que no quede atrapado en los conocimientos ya codificados; ser crítico de aquello que nos sostiene teóricamente, o sea, ser capaces de distanciarnos de los conceptos que manejamos, así como también de la realidad observada. Es decir, no solamente tenemos la obligación de distanciarnos de aquellas teorías que de alguna manera conocemos para no incurrir en una reducción de la realidad, sino también implica cuestionar lo empírico, lo que observamos, porque esto puede no ser lo relevante, puede ser solo la punta del iceberg. Y esa punta del iceberg que miramos morfológicamente no es el problema; en el mejor de los casos, puede ser un tema ―por ejemplo, el de la pobreza, la injusticia, la desigualdad, la opresión― que vamos a estudiar. Los temas pueden ser sólo enunciados que creemos claros porque son un recorte empírico de lo observable, pero en realidad solamente son un aspecto que asoma a la observación y, por lo tanto, ocultan la mayor parte de lo que son como problema. Esto se da con mucha frecuencia, por eso que no es de extrañar que las tesis, incluso las de maestría y doctorado, no van más allá del tema que es lo mismo que decir no profundizar más allá de lo morfológico, de lo observable, no son más que observaciones sin crítica a las estructuras de la información, no se constata un esfuerzo de problematización del tema. Problematización que significa estar dispuestos a zambullirse en el agua y comenzar a ver qué hay más allá de la su-perficie, qué hay debajo de la punta del iceberg. La cuestión fundamental no es comenzar a decir lo que hay debajo del agua o de la punta del iceberg, porque eso significaría reducir aquello que no está ni siquiera observado, y mucho menos conocido, a un conjunto de conceptos que manejamos y que creemos mecánicamente aplicables. Aquí es donde se ve casi analógicamente lo que significa “crear un problema”; en el fondo es zambullirse más allá de lo observable, y para eso hay que contener la respiración, que en el caso de la investigación, equivaldría a recurrir al pensamiento crítico, el cual hace las veces de oxígeno. Si queremos zambullirnos para ver lo que hay debajo del iceberg, debemos tener capacidad de crítica, y la capacidad de crítica significa no contentarse con lo que se ve, con lo observable. - 25 -
  • 19. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social En este sentido, los estadistas tienen muy clara esta cuestión (aunque el que la tengan clara no significa necesariamente que la resuelvan), que, para decirlo en sus términos, consiste en la relación que hay entre un indicador de algo y el indicatum de ese indicador, es decir, aquello que subyace a ese indicador. Si creemos que ese indicatum está todo reflejado en el indicador, cometeremos grandes errores conceptuales sin llegar a aproximarnos a conocer lo que quere-mos conocer. Hay que zambullirse para ver aquello que no se ve, que es el indicatum, que es el resto del iceberg. En la construcción de problemas, no hay que dejarse llevar por la observación morfológica, ni dejarse llevar acríticamente por la información o, para decirlo en términos más sintéticos, no creer que el tema que hemos podido enunciar, es el problema. Para poder resolver esto –y aquí entramos a la tercera cuestión con relación a la formulación de problemas por el pensamiento epistémico– se requiere quizá resolver otra cuestión que en el plano de la investigación es muy usual: no confundir el problema con el objeto. Podemos tener un objeto –el cual derivaremos de premisas teóricas– sin darnos cuenta de que este supone implícitamente una construcción, de manera que de no estar alertas, correríamos el riesgo de construir conocimiento a partir de un objeto ya estructurado. En la medida en que no se haga el esfuerzo por construir el objeto desde el problema, también se puede caer, no digo en confusiones sino en falsedades. Por ejemplo, si el teórico “A” transformó el problema de la explotación económica en un corpus teórico –el cual tiene contenido y, por lo tanto, un objeto concreto identificable–, y no hacemos ningún esfuerzo por volver a plantear el problema de la explotación económica, sino que se repite la conclusión como objeto teórico construido en otro contexto histórico, es evidente que no estamos estudiando necesariamente el fenómeno, sino a lo sumo estudiando al autor “A” que dijo algo sobre el tema; mi esfuerzo se reduce a ver si lo planteado por ese autor mantiene la vigencia en un recorte de tiempo diferente, lo cual es muy distinto a decir que estamos estudiando el problema. Desafortunadamente es lo que se ha dado en América Latina de manera casi permanente, llevando a muchos autores a plantearse la necesidad de revisar el uso de conceptos, aun de aquellos que pensamos que son claros y con significaciones muy precisas. La lectura de teorías en el Pensamiento Epistémico Este punto se vincula de manera muy directa con la función más importante de lo que estamos llamando aquí pensamiento epistémico. Este se basa –como hemos visto– en la construcción de una relación de conocimiento, la cual, a su vez, consiste en demarcar problemas antes que construir enunciados con atributos teóricos. No obstante, esta cuestión que es muy simple de decir, presenta varias dificultades. Mencionaremos solo una para ir circunscribiéndonos a algu-nos tópicos: el problema de cómo leemos la teoría. Este es un tema que queremos privilegiar por una razón fundamental: porque es un tema que no sólo tiene implicaciones de carácter me-todológico, sino también en el terreno pedagógico en un sentido amplio, esto es, en el marco de las políticas de formación, problemática que, por cierto no se restringe al ámbito preescolar o de la educación primaria, sino que esta presente también en el nivel de los posgrados. La cuestión a la que hacemos referencia es a cómo leemos. Todos sabemos descifrar las - 26 -
  • 20. Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social palabras, pero no necesariamente sabemos leer. Detrás de lo que llamamos pensamiento epis-témico está la urgencia por saber leer los contenidos que todo mundo está recibiendo a través de las bibliografías de los distintos autores. Saber leer un texto es no restringir la lectura a lo que podríamos definir como el “procesamiento del contenido” o, para decirlo de otra manera, el procesamiento de sus conclusiones o la esquematización de un conjunto de proposiciones que el autor nos hereda para poder trabajar con ellas frente a las realidades que queramos. Esta sería una lectura en el sentido clásico, es decir, a la larga, una lectura exegética, pero reducida a los contenidos teóricos, lo cual me parece altamente insuficiente. En el caso de las ciencias sociales en particular, hay que hacer un esfuerzo adicional y este no es otro que tratar de leer los textos como lo que son: construcciones, el constructo mismo; leerlos desde lo que podríamos definir como sus lógicas constructoras. A lo que aludimos con “lógica constructora” es a tratar de reconocer detrás de las afirmaciones atributivas de propiedades que tiene un texto teórico, los problemas que pretende responderse el autor a través de tales proposiciones; es decir, reconocer como el señor “X” construyó su problema y como lo termina teorizando. Esto es algo elemental, no en el sentido de simple, sino en el de fundamente. Si leemos un texto reduciéndolo simplemente al conjunto de proposiciones que el texto ofrece –lo cual siempre resulta fácil– lo que estamos haciendo es olvidar que detrás existe una lógica de construcción. Cuando decimos: “leamos las propuestas de Weber sobre la burocracia, sobre los movimientos sociales, sobre las religiones, sobre lo que fuere”, obvia-mente nos referimos a ir más allá de la mera proposición que haya podido formular en torno del fenómeno A o Z; supone, por el contrario, rastrear cómo construyó esas proposiciones, y ese “¿cómo construyo?” alude a lo que aquí de manera un tanto esquemática llamaba el discurso preteórico de Weber, o de Marx, o de Durkheim. Es el discurso implícito en su propia cons-trucción teórica, la cual, de alguna manera, está basada en el uso de determinadas categorías, muchas de ellas no explicitadas sino, en la mayoría de los casos, implícitas en los textos. Es lo que los comentaristas de esos autores han llamado hasta hoy la génesis del pensamiento de Durkheim, de Marx, de Weber; es precisamente en la génesis donde es preciso descubrir el empleo de categorías desde las cuales ellos problematizaron y respondieron a sus problemas a través de una serie de teorizaciones. Las lógicas de construcción son muy claras en algunos autores, pero no en todos. Y a este res-pecto debemos traer a colación una cuestión importante. Uno de los problemas que tenemos hoy, a comienzos del siglo XXI, no solamente es el abuso de los textos de difusión o de resú-menes, sino también la abundancia de un cierto tipo de libros en los que no se ve claramente lo que estamos llamando lógicas constructoras. Esto demuestra que podemos estar, y lo plantea-mos como una hipótesis nada más y no como una aseveración, en presencia de una producción teórica débil (debemos distanciarnos del concepto de pensamiento debil de Vattimo). Nos referimos más bien a que no siempre está claro cómo se construyeron las aseveraciones en torno a un fenómeno. Es importante tener en cuenta este aspecto para iniciar una discusión acerca de la función teórica actual. - 27 -
  • 21. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social Este problema de las lógicas de construcción, entonces, es fundamental, porque en tanto éstas se basan en el uso de categorías subyacentes, son lo que nos permite determinar si un pen-samiento puede o no estar vigente más allá del contexto histórico en que se construyó. Cito a Gramsci cuando señaló que el gran problema del conocimiento social es poder construir un conocimiento que sea capaz de crecer con la historia. Este es el desafío, y no es una cuestión teórica sino epistémica. Hay categorías que resisten las mutaciones históricas más que otras; pueden ser categorías que se mantienen vigentes más allá del periodo histórico en el cual se forjaron inicialmente y, por tanto, son susceptibles de ser recuperadas como elementos cons-tructores de otros conocimientos en diferentes contextos históricos. El tiempo y la Complejidad de Lo Real El pensamiento tiene que seguir a la historia en el sentido de adecuarse creativamente a los cambios de los procesos históricos. Esto supone asumir muchas cuestiones, por lo menos dos que son básicas: una, que los fenómenos históricos no son fenómenos lineales, homogéneos, simétricos, ni están sometidos a la mecánica celeste; son fenómenos complejos en su dina-mismo, en el sentido en que se desenvuelven en varios planos de la realidad, no solamente en uno, porque son a la vez macro y micro–sociales. Esto supone, que tenemos que estudiar esos fenómenos históricos en varios recortes de la realidad y no solamente en uno. Esa es una primera exigencia. La segunda involucra al problema del tiempo. Las temporalidades de los fenómenos son muy variables, los tiempos son múltiples, no hay un solo tiempo que fije el fenómeno, sino muchos tiempos y eso, evidentemente, es uno de los grandes desafíos para el conocimiento. Existe una tendencia a lo factorial, a reducir el fenómeno complejo a un factor o conjunto de factores y analizar estos en términos de la lógica de determinación causa y efecto. El problema es que eso no siempre ocurre en los fenómenos sociales, pues puede haber múltiples factores aplica-bles o existentes en distintos niveles de la realidad. Los fenómenos históricos no ocurren de manera plana, longitudinal, sino tienen lugar a través de coyunturas, las cuales forman parte de los procesos, de las tendencias a largo plazo, lo que tenemos que tomarlo en cuenta. Y por ultimo, los procesos socio–históricos no son solamente económicos, políticos, sociales, institu-cionales, etcétera, sino que conforman una constelación, están relacionados entre sí, son parte de una matriz de relaciones complejas, que los lleva a que se determinen recíprocamente lo económico con lo político, lo político con lo cultural, y así sucesivamente. Por otro lado, los fenómenos histórico–sociales hacen parte no solamente de contextos y de relaciones múltiples dentro de distintos niveles de la realidad, sino también de contextos de significaciones por usar un término, o de universos de significaciones. Por ejemplo, desde una perspectiva numérica, ser pobre en Bolivia, quizá no sea comparable con ser pobre en otro país; porque el ser pobre en un país con un contexto cultural determinado, con una carga simbólica específica, en otro país que tiene una simbología diferente (por lo tanto una carga de significa-ciones diferentes), sin duda transforma cualitativamente el fenómeno. Aludo con esto a que no - 28 -
  • 22. Pensar teórico y pensar epistémico: Los desafíos de la historicidad en el conflicto social solamente están las complejidades anteriores, sino que, además, los fenómenos son universos de significación, lo que aquí de alguna manera estamos tratando de llamar cultura. En el concepto de cultura está presente el hecho elemental de que cualquier fenómeno social que queramos estudiar, ya sea en corto o en largo plazo, es construcción de los seres humanos, de los sujetos, pero no de uno solo, sino de muchos sujetos. Quizá uno de los grandes desafíos que nos hereda el siglo XX sea precisamente la complejidad de los sujetos que construyen la historia, que están detrás de los fenómenos que queremos estudiar y que son demasiado complejos; sujetos múltiples que tienen distintas características, variados espacios, tiempos diversos, y visiones diferentes del futuro desde las cuales construyen sus realidades. Hay mucha ciencia social que lo cree así y hace ciencia, a veces rigurosa, al interior de los parámetros del discurso dominante, como si la realidad de la sociedad humana se redujera a los contenidos de ese discurso que hoy día es uno y mañana puede ser otro. La realidad es mucho más que eso, porque está siempre dentro y fuera de los límites del conocimiento, sea dominante o no. Por lo tanto, para poder reconocer esa realidad que está fuera de los límites de lo que se dice que es lo real en el plano de la economía, o de los sistemas políticos, etcétera, necesitamos aplicar un razonamiento mucho más profundo, que rompa con los estereotipos, con los preconceptos y con lo evidente. Esa es la función de lo que aquí he llamado pensar epistémico; esto es, plantearse problemas a partir de lo que observamos pero sin quedar redu-cidos a lo que observo, sino que ir a lo profundo de la realidad y reconocer esas potencialidades que se ocultan, que son las que nos van a permitir construir un conocimiento que nos muestre posibilidades distintas de construcción de la sociedad. Quisiera concluir con esa vieja advertencia de Braudel, el gran historiador francés, y que siem-pre habría que recordarla: “así como un país no tiene solo un pasado, tampoco tiene solo un futuro”. En síntesis, todo esto es lo que de alguna manera está detrás del enunciado “pensamiento y cultura en América Latina;” porque América Latina es una construcción de sujetos que se están transformando y que, a su vez, construyen realidades distintas a las que pueden eventualmente surgir en otros contextos culturales, como pueden ser lo asiáticos, los europeos, los africanos, o los norteamericanos. En la medida en que eso no lo tengamos en cuenta, evidentemente el conocimiento, en esa a veces absurda pretensión de universalidad, no va a ser nunca un conocimiento real, porque la realidad del conocimiento no está solo en la universalidad, sino en lo que aquí llamamos pertinencia histórica del conocimiento. Esta se refiere a la capacidad del conocimiento para dar cuenta de la especificidad de los fenómenos, que es lo que resulta de entender a estos como ubicados en contextos muy complejos de relaciones múltiples y en distintos tiempos. Es un desafío, si es que realmente queremos llegar a construir un conoci-miento que permita reconocer posibilidades de construcción y que no se limite simplemente a describir lo que ya se ha producido o se circunscriba más que a dar a dar cuenta de lo que ya da cuenta el discurso dominante. Es el problema. ¿O es que la realidad social, económica, política e incluso tecnológica se agota en los parámetros del discurso dominante? - 29 -
  • 23. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social - 30 -
  • 24. - 31 - La idea de origen en el concepto de América La idea de origen en el concepto de América
  • 25. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social - 32 -
  • 26. - 33 - La idea de origen en el concepto de América La idea de origen en el concepto de América* Hernán Neira Departamento de Filosofía, Universidad de Santiago de Chile Introducción Hay consenso en que la cultura americana –del norte, del centro y del sur-es doble. Sin embar-go, América no puede ser comprendida bajo el significado “normal” de la palabra doble. Es que el continente escapa a la dualidad y a las categorías con que se ha pretendido comprenderlo. Nadie pondrá en duda que en él es posible encontrar todos los síntomas de lo múltiple, nadie pondrá en duda que sus orígenes son, a la vez, indígenas y europeos. Pero, bajo la simple y cómoda polaridad del conquistador y del conquistado, hay un mundo complejo que ningún modo se reduce a la dualidad. Tampoco es solución el agregar a lo hispano, lo francés, lo por-tugués, lo ingles y lo africano yuxtapuesto o en síntesis con lo indígena. Es que América es difícilmente cernible y permanece oscura, enigmática. A fuerza de repetir el lugar común de lo hispano-indígena, aquel infantil abecedario que hace del continente la suma feliz o desgraciada de dos razas y culturas, no se presta atención a lo esencial; no se sabe lo que indígena ni lo que hispano quiere decir. El único modo de averiguarlo es restablecer la traza que va desde Colón hasta hoy. Pero no la traza de los hechos, sino del discurso sobre los hechos, del discurso que dirige la investigación histórica. 1. Conquistadores y Conquistados La cultura hispanoamericana comienza con el desembarco de 1492. A partir de entonces Euro-pa toma conciencia de la existencia de un continente Otro. Como toda toma de conciencia, ella se lleva a cabo bajo valores que en este caso son los de la conquista. La conquista es el proceso por el que los reyes de España se comprometen a enseñar el evangelio a cambio de extender su soberanía sobre tierras y hombres a partir de 360 leguas allende el Cabo Verde. La misión es encomendada en 1493 por el papa Alejandro VI, de nacionalidad española, que consagra el descubrimiento y reparte zonas de influencia. La consagración otorga a la Conquista el carácter de una lucha por la extensión de la soberanía de lo Verdadero sobre lo Falso. * Artículo publicado en Revista Araucaria de Chile, Madrid, 1990.
  • 27. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social El encuentro entre las Indias y los españoles toma, entonces, más allá de la voluntad individual de personajes, el aspecto de conquista de una soberanía política y militar sobre otra. Pero, la sanción vaticana, impide o prohíbe el encuentro de la cultura hispánica con la indígena. Allí no cabe acuerdo posible; oponiéndose como lo verdadero y lo falso, la cultura americana es, por definición, falsa. Es más, la condición de cualquier intercambio es que el indígena reniegue de su cultura, o que ella sea considerada como no-cultura, hecho en el que ocurrirá, como se verá más adelante, incluso en Las Casas, el gran defensor de los indios. Cortés nada más al llegar al Yucatán en 1519, pone como condición de “amistad” al cacique, el renunciar al culto de sus “ídolos” (Cortés, 1985). Y, cuando pide que se informe al papa de los indios de México, lo justifica por la tarea evangelizadora y para encargarle el castigo a “los rebeldes en venir en conocimiento de la verdad” (Cortés, 1985). Cortés jamás hubiera sido conquistador sino hubiera sido, antes, príncipe, en el sentido de Maquiavelo, es decir, genio y político tanto como bélico, capaz de transformar el poder de las armas en obediencia, en apoyo, haciendo economía de violencia pero desatándola sin merced cuando las circunstancias lo exijan. Su primera táctica es la de sondear las fuerzas nativas, descubrir sus propósitos y establecer alianzas. Su rápido avance fue más el fruto del utilizar y exacerbar la convicción indígena que le convertía en dios y del buscar enemigos comunes para combatirlos juntos, que el producto de una pólvora que, humedecida, difícilmente podía estallar: “En abril de 1519 –escribe Bernard Grumberg– los conquistadores desembarcaron en Cempoala; Cortés se alía con los pueblos con los pueblo totonaques y recibe los enviados del emperador de México, Moctezuma. Entonces comprende el partido que puede sacar aliándose con todos los descontentos y los adversarios de México” (Cortés, 1979, p. 7). Del genio político del conquistador descubrirá desde el comienzo la ineficacia de la oposición frontal de lo hispano y lo nativo. Recuérdese que una de sus primeras acciones será impedir el saqueo de los pueblos locales por su milicia y transformar el regalo del cacique de Tabasco, una esclava indígena, en su mujer; Cortés, dándole el rango de esposa, adquiere también una intérprete fiel que conoce las lenguas de los dos pueblos enemigos, mayas y aztecas. El genio del conquistador no se detiene allí, Cortés descubrirá la utilidad de sus aliados nativos para combatir a otra fracción hispánica, por ejemplo, al enfrentarse a Narváez, cuando éste quiere sustituirle ante Moctezuma como legítimo embajador en la potencia hispánica en América. Cortés se apoyara en tropas indígenas que detestan, como casi todos los mayas a los aztecas (Cortés, 1985). Aquella será, en consecuencia, la primera vez, entre muchas, que un pueblo indígena se enfrente a otro defendiendo los intereses coloniales. Cortés es un hombre perspicaz. Sabe, sin teorizar, lo que una parte de Europa y de la etnología tardará mucho en descubrir: ni las tierras de América ni tampoco los pueblos se hallaban en estado de virginidad. Hay una cultura y una historia precolombina. Es decir, los nativos se sirven la violencia en su vida diaria, ya sea la del hombre contra el hombre o la de éste contra los ani-males y plantas. Puesto que la violencia existe, a Cortés no le hace falta inventarla, sólo orientar sus ataques, dominarla políticamente, dirigir sus fines. Es un hombre ambiguo, ora príncipe del - 34 -
  • 28. - 35 - La idea de origen en el concepto de América renacimiento, ora hidalgo español. En cuanto hidalgo, mantiene los valores de España y de la religión; en cuento príncipe rechaza la estrategia de la oposición total y hace uso de la diplo-macia, de la hipocresía que más tarde el criollo verá en el indio. Creyente sincero, empresario capaz de asociar el capital a la aventura, conoce las artes de la simulación, el espionaje y del ataque nocturno (Cortés, 1985). Jamás conceptualizará la idea de cultura indígena, pero en cada de sus actos la tiene en cuenta. Jamás caerá en la violencia simplemente destructora que aborrecerá Las Casas. Es más, sabrá que la mejor manera de someter a los pueblos nativos es conservando sus jefes, su religión y sus ejércitos, pero utilizándolos a su favor o haciéndolos aniquilarse entre ellos. La contienda de Cortés no es, en consecuencia, una contienda abierta, mucho antes de la guerra de la independencia, él había inventado una suerte de guerrilla y la zapa moral del indígena. 2. El origen de la Historia. ¿Qué significa descubrir América? Descubrir Según Colón, los nativos de América “Son gentes muy sin mal, ni de guerra” (De Las Casas, 1951, p. 19). Para Bartolomé de Las Casas los indios no conocen la perversión, todo en ellos es armonía y generosidad, al igual que en la tierra en que viven. En la Brevísima relación de la destrucción de las Indias afirma que, en cuanto a los indios: “Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pa-cientes, más pacíficas e quietas (…) Son también paupérrimas y que menos poseen y quieren poseer de bienes temporales; e por esto no son soberbias, no ambiciosas, no codiciosas (…) Son (…) vivos entendimientos; muy capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptissimos para recibir nuestra santa fe cathólica e ser dotados de virtuosas costumbres” (De Las Casas, 1974, p. 33-44). Los indios, según Las Casas: “No cometieron contra los christianos un solo pecado mortal que fuesse punible por los hombres (…) Y ser por cierta e infalible sciencia; que los Yndios tuvieron siempre justissima guerra contra los christianos; e los christianos una ni ninguna tuvieron contra los Yndios; antes fueron todas las diabólicas e injustissimas” (De Las Casas, 1974, p. 33-34). ¿Qué describe Las Casas? Las Casas describe al hombre antes del pecado original. Si el indio puede ser convertido con facilidad es por que desconoce el árbol del bien y del mal que ha ale-jado a la especie humana del paraíso y le ha hecho rebelde al Evangelio. Recuérdese que según la Biblia, Dios había hecho fructificar la tierra sin trabajo, es decir, sin cultivo, y que la desnudez no provocaba vergüenza. Hasta el capítulo 2 del Génesis, la Biblia describe un mundo sin esca-sez, un mundo de abundancia donde únicamente la muerte, y no los otros hombres, limitan al hombre. Sólo el pecado original, Descubrimiento y Conquista, traerá la destrucción del Edén, así como los españoles arriesgan a arruinar el nuevo mundo. Hay en Las Casas una suerte de imposibilidad de concebir en el indio la violencia que implica la vida y que encontrará gustosos en el conquistador. Es decir, hay una imposibilidad de percibir la forma de vida en las Indias como cultura, pues cultura es violencia. Violencia constructiva, necesaria y reducida al mínimo
  • 29. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social cuanto más justa es la sociedad, pero no menos violencia y marca del hombre en la tierra, en su entorno, contra sus semejantes, contra sí mismo y contra los seres vivos. La oposición de Las Casas contra la barbarie hispánica se da al interior del marco ideológico de los demás conquistadores, pero interpretándolo de modo diferente. Las Casas niega la cate-goría de cultura del mundo indígena en nombre de una inocencia natural que constituye a los aborígenes en un pueblo a-histórico. El catolicismo de Cortés lo hace en nombre de la verdad única que la religión supone. En la conclusión es que para los europeos no había cultura en las Indias antes del descubrimiento. Es decir, sólo había una tierra yuxtapuesta desordenadamente a un grupo de hombres sin organización social. Nada semejante a un país, a una nación, nada semejante a lo que entonces era un reino u hoy concebimos bajo la idea de América. Tal con-vencimiento será compartido aún por los enemigos de la España, de la Contrarreforma e inclu-so por un pensador tan alejado de la Conquista y de los conquistadores como Rousseau. Por otra parte, para Rousseau, el fundador de la sociedad civil fue el primer hombre que dijo “esto no es mío” (c’est à moi) (Rousseau, 1966, p. 164). Hasta entonces, no existía ni trabajo ni escasez: “los productos de la tierra provenían (al hombre salvaje) todos los socorros nece-sarios” (Rousseau, 1966, p. 164). Como el indígena de Las Casas, el salvaje americano, para Rousseau ignora el mal y la concupiscencia: “el hombre salvaje, cuando ha comido está en paz con toda la naturaleza, y es amigo de todos sus semejantes (Rousseau, 1966, p. 202). Según Rousseau lo superfluo caracteriza al hombre civil, es decir, caracteriza el hombre en la historia, obligado a acumular aquello que no es de uso inmediato para subsistir al invierno siguiente y/o para manifestar su rango social. Ahora, lo que hicieron los españoles al llegar a las Indias, fue justamente fundar la sociedad civil y decir “esto es mío”, en nombre del rey, y acumular rique-zas para cambiarlas por fuerza de trabajo o mercancías. Así, en cuanto a la forma de ver otras culturas, Rousseau comparte, pues, la idea fundamental del etno/eurocentrismo: en América la cultura y la historia comienzan con Colón. Así, tanto para el mundo hispánico como para Rousseau, el Descubrimiento tiene el privilegio de un hecho fundador y se transforma, en un acontecimiento naval perteneciente a la historia de Europa, en un evento mítico, en el acontecimiento inaugural de la sociedad civil en América. Como hecho sagrado que se origina en la voluntad infalible del papa, los indios deberán creer en el beneficio de la Conquista bajo la forma de negación de la cultura propia. Recuérdese que las dos exigencias fundamentales y las dos ideas fundadoras de la conquista son la conversión al catolicismo por parte de los indios y su sometimiento al emperador hispano. La “falsa” religión y los reyes “ilícitos”, por no tener consagración papal, quedan fuera de la historia, marginados en la noche oculta de la barbarie precolombina. A partir de entonces, el Descubrimiento es el principio temporal y epistemológico de la historia americana. Ocultar Puesto que se siente español, el criollo quiere participar en el gobierno de las regiones hispá-nicas donde vive y, de hecho, lo hace. En 1750 en Tribunal de Audiencia del Virreinato de Lima - 36 -
  • 30. - 37 - La idea de origen en el concepto de América está compuesto por 17 criollos y tres metropolitanos. Sin embargo, en 1776, José Gálvez, mi-nistro de Carlos II, limita el acceso de los criollos a los altos puestos administrativos. Al mismo tiempo, para asegurar las líneas de coaptación, impide a los metropolitanos que no hayan sido enviados expresamente por la corona, postular a un alto cargo en América. Todo se resuelve en la península y, en 1778, la composición del tribunal de Lima se invierte: dos criollos por 11 metropolitanos (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 27). El interés del criollo se une así al del aventurero peninsular, quien, venido por su cuenta y riesgo, quiere recuperar las posibilidades de ascenso rápido de los primeros conquistadores. Se trata, encentres, de participar de igual a igual en los asuntos de Indias sin privilegio para el metropolitano por que el criollo también es súbdito, también es español. El indio, por su parte, muchas veces luchará por el lado hispánico, ajeno o desconocedor del contenido de lo americano. Marginado de las disputas políticas y del reparto económico, sus rei-vindicaciones, más que americanistas, se dirigen contra el abuso, contra el patrón, cualquiera sea su origen. En las revueltas no se reclama principalmente la independencia. Son protestas contra la mita y contra las reparticiones y su obligación de comprar ciertos productos vendidos por el co-lono. La reivindicación criolla es una lucha por establecer un nuevo pacto con la metrópolis donde los americanos, en tanto españoles, tengan una mayor parte en el beneficio y administración del comercio colonial (Halperin Dongi, 1972, p. 51). El concepto de “patria” era ajeno a la monarquía española y ajeno a la emancipación americana. El mapa de la península y su unidad geográfica, política y cultural estaba ya mejor definido que el del continente. Cuando se enriquece el salvaje conquistador se convierte en culto criollo y viaja, no a Tierra del Fuego, ni siquiera a Lima, sino a Sevilla, Lisboa o Madrid. Y no será distinta la actitud del acaudalado comerciante bonaerense (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 42). El criollo era sensible a las ideas de renovación, sobre todo a las ligadas del librecambismo. Pero la crítica económica o incluso de la sociedad colonial no implican el poner en cuestión en orden monárquico (Halperin Dongi, 1972, p. 52). Los manuales escolares y universitarios, así como la composición de las bibliotecas en que se formarán mucho próceres, son más hispánicas que liberales. La educación de los criollos, salvo excepciones notables que habían pasado por Inglaterra o por Francia, es católica y realista, cercana al derecho comunal y al jusnaturalismo saurista. Ambas doctrinas son perfectamente capaces de justificar una rebelión contra el mal gobierno, pero no ponen en duda la soberanía monárquica. Como en el levantamiento de Fuenteovejuna, las actitudes iniciales de las insur-gentes en Quito (1809) forman parte del antiguo régimen: ¡abajo el gobierno, viva el rey!, pare-ce ser la consigna (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 77). Preso Fernando VI por los franceses, el patriotismo criollo, no reclama la independencia, sino servir a la corona, desobedeciendo las órdenes que venían de la metrópoli. Más que un buen patriota el criollo, inicialmente, quiere ser un buen súbdito. “Elites urbanas, criollas y peninsulares se recelan y reivindican cada una la pal-ma de la lealtad en aquellos tiempos difíciles; los peninsulares creen que los criollo sólo aguar-dan la derrota de la resistencia en España para independizarse. Los criollos están convencidos de que los peninsulares se prepara para entregar las Indias a una España francesa” (Halperin Dongi, 1972, p. 57). Es que el criollo no se concibe como americano sino en la medida en que
  • 31. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social es súbdito de una provincia española, y la España del antiguo régimen no existe sin Fernando VI. Por lo demás, el propietario blanco teme que sin la protección real quede indefenso y por tanto incapaz de continuar la explotación del indio en las minas y en el campo. Aliado por una comunidad de interés, criollo y metrópolis extraen la riqueza del indio o del negro y la única for-ma de hacer existir a España es, allá lejos, proclamando la fidelidad al monarca desobedeciendo al nuevo estado napoleónico. En otras palabras, la mayoría política no quería a principios de 1800 dejar de ser súbditos de Fernando VI. Sólo obligados por los acontecimientos los criollos conquistan el poder local en América, cuidando de declararse leales al rey. ¿Estrategia? Sin duda, pero no sólo ello. Una parte de la ciudadanía no quiere constituirse en nación y reniega su ser americano, si ha de elegir entre éste y la península. Por progresistas que fueran los criollos eran ante todo leales. La primera guerra de independencia en que participan los americanos es la de España contra Francia; la segunda, la de la independencia americana, al mismo tiempo, y quizás más que una guerra patriótica, será una guerra civil. Se está lejos de la oposición directa de lo criollo al espa-ñol, pero se está igualmente lejos de la mitología que pretende ver en el criollo una preferencia “natural” de lo americano frente a lo peninsular. Olvido: Tupac Amaru Nada más revelador del olvido de lo americano que las Memorias de Juan Bautista Tupac Ama-ru (Tupac Amaru, 1964). Juan Bautista, medio hermano de José Gabriel, líder campesino eje-cutado por sentencia española, héroe del indigenismo peruano, reivindica América contra los españoles en nombre de ideas ajenas a lo inca. Hablando de la revuelta que costaría la vida a su pariente, escribe: “Estas medida de rapacidad española (estanco, impuestos, aduana), dando campo abierto al desarrollo de su codicia, colmaron la desesperación de los indígenas, y mi her-mano se puso a la cabeza de 25.000 indios, el día 4 de octubre de 1780, para dirigir este santo movimiento de insurrección con que la naturaleza empieza por todas partes la regeneración de los hombres, y presagia por sus sucesos la felicidad del mundo” (Tupac Amaru, 1964, p. 13). No se debe confundir a José Gabriel, cabeza de la revuelta, con Juan Bautista, autor de las Me-morias. Teniendo eso presente, hay que preguntarse por el origen de las Memorias. No se pre-gunta por la caligrafía, sino por los lazos entre su contenido semántico y la voluntad indigenista del autor, anónimo o no. Se sabe que la autenticidad de dichas memorias ha sido discutida, en especial porque Juan Bautista aprendió el español durante su presidio en Ceuta. Pero nada cambiaría por el hecho de que la crónica haya sido escrita por un testigo y no por quien fue víc-tima de los males. Quién sea el autor, carece de significado. Lo importante no es la autenticidad autógrafa, sino su pertenencia a una tradición indigenista que las reivindica como suyas (Tupac Amaru, 1964, p. 7-8). De nada serviría el que las hubiera escrito el mismo líder, José Gabriel, si ellas no fuesen recibidas como expresivas del autentico indio por su comunidad. A pesar, Juan Bautista escribe un texto ventrílocuo. Por un lado reivindica la raza y la sangre, por el otro, las niega con los instrumentos de su defensa. - 38 -
  • 32. - 39 - La idea de origen en el concepto de América “Regeneración de los hombres”. ¿Va la independencia a regenerar a los hombres, en especial a aquellos que explotan al indio? Cierto, a mediados del siglo XIX el esclavismo habrá desapareci-do en los países independientes y se produce una mejora en las condiciones del campesinado. Pero, bajo cualquier punto de vista, la esperanza de regeneración resulta exagerada y extraña al lenguaje incaico, en demasía consciente de que no sólo el metropolitano, sino también el criollo le explota desde hace casi tres siglos. Juan Bautista ve en la Independencia el comienzo, la vuelta al y del Imperio Inca, pero lo ve bajo los ojos o de lecturas o discursos de otros presos, más educados que él en Ceuta. Rememorando padecimientos escribe: “ahora los recuerdos son acompañados de positivos consuelos, y al fin de mi triste carrera veo infalible el reinado de la razón; (veo) que el espíritu humano marcha iluminado contra los tronos; que el genio amena-za el despotismo, y que existe al norte de nuestro hemisferio una nación (los Estados Unidos de Norteamérica) que habiendo sido esclava como la mía rompió sus cadenas para realizar ins-tituciones que consuelan a la virtud, que aplaude el filósofo…” (Tupac Amaru, 1964, p. 20-21). Por doquier aquellas memorias hablan el lenguaje de la Revolución antes que el del “Inca”; por doquier se encuentran las palabras “género humano”, “reinado de la razón”, “luces del siglo”, “despotismo”, “ciencia social” (Tupac Amaru, 1964, p. 58). Hay una extraña paradoja en el hecho de que la tradición indigenista se reclame de un hombre que más cita a los latinos que a Manco Cápac: “El genero humano respeta a Catón y se hu-milla bajo el yugo de César. La posteridad honra la virtud de Bruto, pero no la permite sino en la historia antigua” (Tupac Amaru, 1964, p. 19). Subentiéndase, la historia antigua de Europa, no la americana. La única historia que manifiesta conocer se limita a la memoria inmediata del levantamiento de su hermano, de su ajusticiamiento al ser derrotado y la posterior farsa con que se condenó a su familia al destierro. Ciertamente, esa cultura la adquirió en sus cuarenta años de presidio en África y no en las montañas andinas. Tal vez pueda argumentarse que Juan Bautista escribió octogenario, pues ésa es la edad que declara tener, según la primera línea de sus Memorias, cuando desembarca en Argentina en 1882 (Juan Gabriel Tupac Amaru, 1964, p. 58, nota 1. Y p. 78). Ahora, si sus facultades le impiden recordar excepto el pasado cercano y algunos hechos importantes de su juventud, sería ilegítimo que una tradición se reclame de aquella memoria sin fuerzas para personificar y retener la historia. Y, si sus facultades se hallan intactas, Juan Bautista Tupac Amaru es un ilustrado y el 5º nieto del último emperador, Manco Cápac, que ignora la historia de su pueblo. Cualquiera que haya visitado el Perú ha visto la con-tinua apelación al pasado indígena como constitutivo esencial de la república. Sin embargo, en Tupac Amaru, a pesar de la influencia francesa, no hay ambición republicana, sino monárquica. Si quiere liberarse de los borbones, es para restaurar el Imperio Inca. Difícilmente hubiera podi-do entenderse con Bolívar, del cual fueron explícitas las aspiraciones por el régimen republicano con presidente vitalicio y censo reducido, sin mayor espacio para el indígena. El indigenismo enfrentará, aparte de la dificultad de unir sus intereses a las futuras repúblicas mercantiles y liberales, la disyuntiva de declarar falsas a las Memorias, o bien, aceptar que uno de los hombres más representativos de lo originario indígena ha perdido su memoria y la
  • 33. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social sustituye por otra elaborada en la lucha francesa contra el antiguo régimen. Se dirá que ellas expresan una situación real, pues también hubo lucha contra el antiguo régimen en América. Pero ¿es que la maravillosa cultura Inca no tenía palabras para expresar, en quechua, sus an-helos de libertad? ¿Es que Tupac Amaru, pariente directo de los emperadores incas, héroe y precursor de la independencia peruana para la tradición indigenista, puede ser llamado “auten-tico” u “originario” como lo fue Moctezuma, y, éste como los líderes de los pueblos indígenas que sometió? Si Tupac Amaru expresa lo auténtico americano, es que entonces lo americano no es lo indígena, o más bien, es el indígena sin raíces, cortado de su vida antigua o unido a ella por lazos espúreos de procedencia europea, hispánica o no. Juan Bautista habla, pues, como ventrílocuo, y lo que ventrílocua la tradición auténticamente indígena. No es del todo extraño, España había conservado el rango nobiliario a una parte de la población nativa. “Las élites indígenas frecuentaban los saberes de Europa, adoptan sus giros, aprenden latín, se ponían a la cabeza de las procesiones del Corpus Christi” (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 29). A la incontenible contaminación de la cultura indígena hay que agregar el desplazamiento forzado a que los somete la mita. En Perú, movilizaba a un séptimo de la población nativa hacia las minas del Potosí, mientras otras partían en trabajos forzados como muleteros o para construir camino, mezclándose razas, lenguas y costumbres (Démelas; Saint-Geours, 1987, p. 24). 3. Lo originario, lo uno y lo múltiple de América Dos son los privilegios de la conquista española. El primero proviene de haberse extendido por todo el continente mientras otras, como la Inca, son sólo regionales. El segundo, privilegio a posteriori, consiste en haber vinculado a América con la cultura dominante en la actualidad, es decir, con la cultura cristiana occidental. Pero ninguno de ambos privilegios tiene el carácter de originalidad, de algo absolutamente nuevo ni de algo único, imposible de ser emulado. Cuando los habitantes de Istapalapa, de Orchilobusco, etc., deciden unir sus fuerzas a las del invasor para luchar contra Moctezuma, realizan un acto tan histórico, tan ligado a la cultura universal como el de Cortés en México. Moctezuma no necesitaba de Colón para estar relacionado con la historia universal. Sería un error confundir la historia universal con la historia del etnocentrismo. Cuando los aztecas someten a los mayas realizan un acto de dominación con toda la perversi-dad, o ausencia de perversidad, que tendrá el dominio español. La originalidad de los aztecas invasores de México es tan grande como la de Cortés o la de Tupac Amaru. La violencia y la historia nativa, cuando los españoles la encuentran, les resulta incomparable con la hispana. Esta es obra de la cultura, instrumento de la voluntad divina, trabajo del espíritu contra las fuerzas naturales, mientras que aquélla, es desorden, escándalo contra la constitución moral del hombre. La ausencia de privilegio español supone, como contrapartida, el reconocimiento del carácter de “cultura”, y por tanto, perteneciente a la historia universal de los pueblos precolombinos. La pertenencia a dicha historia no garantiza privilegios, al contrario, impide establecer jerarquías y teleologías más allá de la convención. Esa igualdad a priori, condición indispensable, aunque no suficiente, para comprender la cultura americana, supone renunciar a toda originalidad, a - 40 -
  • 34. - 41 - La idea de origen en el concepto de América todo evento fundador. Si la violencia occidental no fue la partera de América, tampoco lo fue la indígena. ¿Por qué razón atravesar el Atlántico ha de ser más importante que atravesar Bering, si no es por las consecuencias a posteriori y, por lo tanto, azarosas, de la travesía de Colón? La historiografía conservadora descuida o minimiza la violencia que construye moralmente al habitante local, y atribuye ese poder arquitectónico en exclusiva o de forma privilegiada al conquistador1. Los indios son agricultores y cazadores, la unidad del pueblo venido por Alaska fraccionada por guerras que oponen una raza contra otra. La idea de que el descubrimiento es una situacion originaria, y que había consistido en la fractura de un estado primitivo, no puede sino ser el fruto de la concepción de la raza blanca como el único pueblo histórico y marcado por la superioridad sin par de haberse separado de la naturaleza por medio de la cultura y de los evangelios. La conquista, la colonia y el catolicismo son uno más de los sucesivos estratos cul-turales, de las sucesivas dominaciones y contradominaciones étnicas y religiosas que soporta el continente. Por otro lado, una cierta historiografía y una cierta antropología “progresista” busca un punto de partida no puramente hispánico para el continente. La pretensión es loable. Sin embargo, si supusiéramos un momento inaugural, un punto de partida, éste sería, por definición, incog-noscible. Una tal situación escapa a toda metodología científica e histórica en la medida en que requiere el permanecer sin contaminarla, sin testigo y sin la violencia del testigo. Si llamamos “número 3” a un antiguo habitante americano, siempre será posible retroceder al “número 2” y al “1”, y al “0”. Este pueblo número cero coincidiera con aquel que atravesó Bering. Pero entonces, el pueblo originario, el pueblo “cero”, es asiático. La búsqueda del origen es una trampa para la razón, un recurso más sutil que la anterioridad del huevo o de la gallina, pero igualmente inútil para las ciencias históricas. Por eso Rousseau aclara que el “estado primitivo” (état primitiv) es un principio epistemológico y no una afirmación empírica (Rousseau, 1966, p. 133). Este supuesto es un esquema o un modelo de la razón necesario para comprender el nacimiento de la historia, pero no es un hecho empírico perteneciente a la historia, él explica. La metafísica y la historiografía sustancialista que opone a la raza blanca una esencia americana representada por los pueblos precolombinos es difícil de sustentar. De hecho, la idea misma de originalidad es extraña al indígena. Ella trasluce una teleología y una concepción lineal de la historia fuertemente ligada al cristianismo y/o a la filosofía de la Ilustración y/o al materialismo histórico. Estas tres filosofías, cuyo valor es distinto, introducen igualmente un elemento extra-ño a lo nativo para definir lo original. Es que en realidad falta el criterio para detener la historia y definir el instante arquetípico, el año cero en que América fijó su esencia instalando la medida de progreso y de la degeneración. Y aunque alguien encontrara un pueblo capaz de convertirse en el modelo étnico del continente, no podría paralizar su evolución e impedir que se transfor-me en una comunidad tal vez de naturaleza contraria a lo que ella misma fue. Sólo la ilusión de la ahistoricidad indígena puede pretender la capacidad de establecer fronteras entre lo propio y 1 Jaime Eyzaguirre, por ejemplo.
  • 35. Observaciones Latinoamericanas. Perspectivas sobre el pensamiento social lo impropio de un pueblo o de un continente. El ser del hombre y de la historia es movimiento, la idea de sustancia difícilmente se puede aplicar a la especie que no ha dejado de cambiar. No es en los museos donde un pueblo podrá forjar los caracteres olvidados, ni en la comunidad mantenida en un estado “primitivo” artificial, aunque legítimamente, contra los buscadores de fortuna o de exotismo. Desde las reducciones jesuitas hasta las reservas indígenas, el indio y su memoria ha sido sistemáticamente aniquilado. Lo que queda es el remedo de algo que nadie sabe cómo fue. Falta el patrón para medir su cercanía o lejanía al imposible momento de violencia originaria que da comienzo a su cultura. Cruel o pacífico, flojo o trabajador, falso o sincero, sólo se conoce al indio en relación, casi siempre desventajosa, con el blanco, Súbdito o rebelde, es un hombre sin raíces, de ningún modo habitante originario. A él debe aplicársele lo que Rousseau enseñaba a sus contemporáneos “cuidémonos de no confundir al hombre Salvaje con los hombres que tenemos ante los ojos” (Rousseau, 1966, p. 139). Y la frase es válida tanto para Las Casas como para el etnólogo contemporáneo. Aparentemente el antiguo habitante americano carecía de una palabra para designar la totali-dad que significa América. Su vida le ligaba al desierto, a la selva, a la montaña y a la estepa, rara vez a todos ellos al mismo tiempo. El concepto unificador del continente nace y se desarrolla en Europa, los americanos debieron sufrirlo largo tiempo como una condena y como desposesión de su identidad antes de poder hacerlo suyo. A cambio de ella, se entrega al indio: primero, el pasaporte que lo hace miembro de la comunidad cristiana; segundo, el pasaporte del país ficticio llamado América, y, tercero, el pasaporte nacional que tras la independencia lo integra y lo excluye de las nuevas republicas. Las descripciones en las que el indio de Tenochtitlán se siente próximo del diaguita chileno, pertenece al periodo en que la sociedad indígena se encon-traba destruida y sometida al imperio unificador español. El debate sobre la duplicidad o multiplicidad de la cultura americana no será resuelto mientras no se deseche la buena intención supuesta de su unidad pre y postcolombina. Unidad política, que no existió que más allá del sueño de Bolívar y San Martín; unidad geográfica, como si el desierto chileno tuviera que ver con el húmedo amazonas; unidad cultural, como si las iglúes de Alaska fueran comparables con las chozas de Boroboro. América no posee más unidad que la existente entre un español y un finlandés. Sin embargo, la idea de una unidad originaria del continente tiene sólidos puntos de apoyo que no son geográficos, racional ni culturales. Desde el principio el continente fue visto como las Indias, nombre genérico para una realidad diversa. Más tarde la idea se encuentra en la Ilustración francesa e inglesa, donde el nativo es llamado salvaje. Esta idea es complementaria del deseo del imperio universal católico y de la unidad de igualdad del género humano, así mismo en la masonería que tanto influyó en los patriotas. No es extraño entonces que la inscriban en su programa político sobre todo si además sirve para reunir fuerzas contra el enemigo. Incluso hoy resulta difícil contestar la conveniencia política de dicha condición, fortalecida por intelectuales y escritores que conocen mejor Europa que las provincias de su país. Sin embargo, la diversidad de intereses nacionales impide apoyarla con hechos. Tal vez la duración de la idea se deba a lo permanente de los lazos de dependencia - 42 -
  • 36. - 43 - La idea de origen en el concepto de América con las metrópolis y a la voluntad de oponer un marco ideológico universal al caciquismo y a la intervención extranjera. Pero que no se confunda un programa político, sin duda, justo con una constatación empírica. 4. La noción de “Hispanoamericano”. La imagen especular No hay una polaridad que oponga lo americano a lo hispano, pero tampoco una fusión armonio-sa entre ambos. Si hay síntesis, ella es problemática. La noción de “Hispanoamérica”, bajo el equilibrio gráfico en que “hispano” y “americano” son puestos de igual a igual, oculta la des-aparición del contenido de lo americano, obra de lo hispánico y del criollo. Esa palabra satisface un “querer ser” de la burguesía local que se sienta europea y que oculta el sometimiento del indígena. Y no sólo de la burguesía, recuérdese que uno de los moldeos de literatura nacional es el gaucho Martín Fierro, gaucho que se caracteriza por su odio al indio al que sólo desea ver muerto, y de hecho mata. América es una síntesis imperfecta de tradiciones distintas donde se agregan culturas diversas, desplegadas en dos troncos. En uno de ellos el indígena, se yuxtapo-nen, antes del descubrimiento, razas, lenguas y culturas dispares, muchas veces enemistadas por odios profundos. Los pueblos antiguos de América están esencialmente cercenados de sus raíces e ignoran la diversidad de sus componentes. La noción de Hispanoamérica debería ser sustituida por la de hispano-criollo, incorporando en lo criollo, no la cultura indígena, sino su destrucción. Tanto lo “originario” como lo “europeo” son entidades no resultas en americe y jamás podrán serlo. Quizás allí resida lo originario americano, en el querer asimilarse a una me-trópolis, otrora España, hoy Estados Unidos o Francia, y el contraponerles una representación ficticia del origen, la imagen etnocentrista del indio. La historia de lo americano es una historia discontinua, donde el transcurso lineal y la memoria, como retención y personificación del pasado, juegan un rol discutible y tal vez engañoso. Lo que hoy queda de ella es una mezcla heterogénea llena de injertos fructíferos, como el prove-niente de áfrica, pero de ningún modo es el desenlace sintético de tres pueblos (hispano, indí-gena y negro), puros y originarios. Diferentes entre sí y de sus ancestros, hoy resulta imposible buscar el pasado en nociones como la de “raza”, ya sea ésta intra o extra americana. Buscar la esencia americana exigiría interrogar al indio que existió hasta el 11 de octubre de 1492. Tarea imposible e inútil. Ese pasado étnico que falta es la imagen espectacular que Narciso quisiera mirarse. América ansiando encontrar su naturaleza, su origen, sólo encuentra una representa-ción idílica de su imagen. Pero no pluralidad de raíces nativas, sino un origen que no es origen y que impide detener el tiempo, excepto en la imaginación del pensador, y decir “allí, es mi punto de partida”. América, con el exterminio de las culturas nativas, por su formación en el pensamiento etno-centrista y por la dependencia de sus clases gobernantes, es una suerte de occidente dismi-nuido. Incluso los movimientos americanistas interpretan lo indígena en relación a occidente. Se ven obligados a renegar de la evolución que les ha destruido para salvarlas en un momento conceptual arbitrario que se designa como pasado fundador. Cuba, Perú y México, son tal vez