Contextualización y aproximación al objeto de estudio de investigación cualit...
Palabras de sabiduría sobre la vida de Jesús y el éxito verdadero
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I Trimestre de 2015
Proverbios
Notas de Elena G. de White
Lección 8
21 de febrero 2015
Palabras de sabiduría:
Sábado 14 de febrero
Jesús vino a esta tierra para realizar la obra más importante que haya si-
do jamás efectuada entre los hombres. Vino como embajador de Dios para
enseñarnos cómo vivir para obtener los mejores resultados de la vida. ¿Cuá-
les fueron las condiciones escogidas por el Padre infinito para su Hijo? Un
hogar apartado en los collados de Galilea; una familia mantenida por el
trabajo honrado y digno; una vida sencilla; la lucha diaria con las dificulta-
des y penurias; la abnegación, la economía y el servicio paciente y alegre;
las horas de estudio junto a su madre, con el rollo abierto de las Escrituras;
la tranquilidad de la aurora o del crepúsculo en el verdeante valle; las santas
actividades de la naturaleza; el estudio de la creación y la providencia, así
como la comunión del alma con Dios: tales fueron las condiciones y las
oportunidades que hubo en los primeros años de la vida de Jesús.
Tal fue el caso también para la gran mayoría de los hombres mejores y
más nobles de todas las edades. Leed la historia de Abrahán, de Jacob y de
José, de Moisés, de David y de Eliseo. Estudiad la vida de los hombres que
en tiempos posteriores desempeñaron cargos de confianza y responsabili-
dad, de los hombres cuya influencia fue de las más eficaces para la regene-
ración del mundo.
¡Cuántos de estos hombres se criaron en humildes hogares del campo!
Poco supieron de lujos. No malgastaron su juventud en diversiones. Mu-
chos de ellos tuvieron que luchar con la pobreza y las dificultades. Muy
jóvenes aun aprendieron a trabajar, y su vida activa al aire libre dio vigor y
elasticidad a todas sus facultades. Obligados a depender de sus propios
recursos, aprendieron a luchar con las dificultades y a vencer los obstácu-
los, con lo que adquirieron valor y perseverancia. Aprendieron a tener con-
fianza en sí mismos y dominio propio. Apartados en gran medida de las
malas compañías, se contentaban con placeres naturales y buenas compa-
ñías. Sus gustos eran sencillos, y templados sus hábitos. Se dejaban dirigir
por principios, y crecían puros, fuertes y veraces. Al ser llamados a efectuar
la obra principal de su vida, pusieron en juego vigor físico y mental, buen
ánimo, capacidad para idear y ejecutar planes, firmeza para resistir al mal, y
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todo esto hizo de ellos verdaderas potencias para el bien en el mundo.
Mejor que cualquier herencia de riquezas que podáis dejar a vuestros hi-
jos será la dádiva de un cuerpo vigoroso, una mente sana y un carácter no-
ble. Quienes comprendan lo que constituye el verdadero éxito de la vida
serán sabios a tiempo. Al establecer un hogar recordarán las mejores cosas
de la vida (El ministerio de curación, p. 282-284).
Domingo 15 de febrero: Todos somos iguales
Así como los diferentes miembros del organismo humano se unen para
formar el cuerpo entero y cada uno cumple su parte obedeciendo a la inteli-
gencia que gobierna el todo, de la misma manera los miembros de la iglesia
de Cristo deben estar unidos en un cuerpo simétrico, sujeto a la inteligencia
santificada del conjunto.
El progreso de la iglesia se retarda por la conducta errónea de sus miem-
bros. El unirse con la iglesia, aunque es un acto importante y necesario, no
lo hace a uno cristiano ni le asegura la salvación. No podemos asegurarnos
el derecho al cielo por hacer registrar nuestro nombre en el libro de la igle-
sia mientras nuestro corazón quede enajenado de Cristo. Debemos ser sus
fieles representantes en la tierra y trabajar al unísono con él. "Amados, aho-
ra somos hijos de Dios" (1 Juan 3:2). Debemos tener presente esta santa
relación y no hacer nada que deshonre la causa de nuestro Padre (Joyas de
los testimonios, t. 1, p. 444).
Lo debemos todo a la gracia, gracia gratuita, gracia soberana. Gracia en
el pacto ordenó nuestra adopción. Gracia en el Salvador efectuó nuestra
redención, nuestra regeneración y nuestra adopción a la posición de herede-
ros con Cristo (Dios nos cuida, p. 226).
Al creer plenamente que somos suyos por adopción, podremos tener un
goce anticipado del cielo [...]. Estamos cerca de él y podemos mantener una
dulce comunión con él. Logramos vislumbres definidas de su ternura y
compasión, y nuestros corazones se quebrantan y se ablandan al contemplar
el amor que nos ha sido dado. Sentimos ciertamente que Cristo mora en el
alma. Habitamos en él, y nos sentimos en casa con Jesús [...]. Sentimos y
comprendemos el amor de Dios, y reposamos en su amor. No hay lengua
que pueda describirlo; está más allá del conocimiento. Somos uno con Cris-
to, nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Tenemos la seguridad de
que cuando él, que es nuestra vida, aparezca, nosotros también aparecere-
mos con él en gloria. Con fuerte confianza podemos llamar a Dios nuestro
Padre (La maravillosa gracia de Dios, p. 54).
Mientras más nos acerquemos a Jesús, y más claramente apreciemos la
pureza de su carácter, más claramente discerniremos la excesiva pecamino-
sidad del pecado, y menos nos sentiremos inclinados a ensalzarnos a noso-
tros mismos. Aquellos a quienes el cielo reconoce como santos son los úl-
timos en alardear de su bondad. El apóstol Pedro llegó a ser fiel ministro de
Cristo, y fue grandemente honrado con la luz y el poder divinos; tuvo una
parte activa en la formación de la iglesia de Cristo; pero Pedro nunca olvidó
la terrible vicisitud de su humillación; su pecado fue perdonado; y sin em-
bargo, él bien sabía que para la debilidad de carácter que había ocasionado
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su caída solo podía valer la gracia de Cristo. No encontraba en sí mismo
nada de que gloriarse.
Ninguno de los apóstoles o profetas pretendió jamás estar sin pecado.
Los hombres que han vivido más cerca de Dios, que han estado dispuestos
a sacrificar la vida misma antes que cometer a sabiendas una acción mala,
los hombres a los cuales Dios había honrado con luz y poder divinos, han
confesado la pecaminosidad de su propia naturaleza. No han puesto su con-
fianza en la carne, no han pretendido tener ninguna justicia propia, sino que
han confiado plenamente en la justicia de Cristo. Así harán todos los que
contemplen a Cristo (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 124, 125).
Lunes 16 de febrero: La prueba de la vida
Por muy noble que sea lo profesado por aquel cuyo corazón no está
lleno del amor a Dios y a sus semejantes, no es verdadero discípulo de Cris-
to. Aunque posea gran fe y tenga poder aun para obrar milagros, sin amor
su fe será inútil. Podrá desplegar gran liberalidad; pero si el motivo es otro
que el amor genuino, aunque dé todos sus bienes para alimentar a los po-
bres, la acción no le merecerá el favor de Dios. En su celo podrá hasta
afrontar el martirio, pero si no obra por amor, será considerado por Dios
como engañador entusiasta o ambicioso hipócrita.
"La caridad es sufrida, es benigna: la caridad no tiene envidia, la caridad
no hace sinrazón, no se ensancha". El gozo más puro surge de la más pro-
funda humildad. Los caracteres más fuertes y nobles están edificados sobre
el fundamento de la paciencia, el amor y la sumisión a la voluntad de Dios.
La caridad "no es injuriosa, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal".
El amor de Cristo concibe de la manera más favorable los motivos y actos
de los otros. No expone innecesariamente sus faltas; no escucha ansiosa-
mente los informes desfavorables, sino que trata más bien de recordar las
buenas cualidades de los otros.
El amor "no se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; todo
lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta". Este amor "nunca
deja de ser". No puede perder su valor; es un atributo celestial. Como un
tesoro precioso, será introducido por su poseedor por las puertas de la ciu-
dad de Dios (Los hechos de los apóstoles, p. 256, 257).
El tiempo presente es un momento de solemne privilegio y sagrada con-
fianza. Si los siervos de Dios cumplen fielmente el cometido a ellos confia-
do, grande será su recompensa cuando el Maestro diga: "Da cuenta de tu
mayordomía". La ferviente labor, el trabajo abnegado, el esfuerzo paciente
y perseverante, serán recompensados abundantemente. Jesús dirá: "Ya no
os llamo siervos, sino amigos". El Maestro no concede su aprobación por la
magnitud de la obra hecha, sino por la fidelidad manifestada en todo lo que
se ha hecho. No son los resultados que alcanzamos, sino los motivos por los
cuales obramos, lo que más importa a Dios- Él aprecia sobre todo la bondad
y la fidelidad (Obreros evangélicos, p. 282).
¡Oh, cuántos están aguardando la oportunidad de realizar una tarea
grande y abnegada, al mismo tiempo que no prestan atención a las peque-
ñas dificultades que Dios les envía todos los días para probarlos. Son estas
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pequeñas cosas de la vida las que desarrollan el espíritu de hombres y mu-
jeres, y determinan el carácter. No se pueden descuidar estas nimiedades y
esperar al mismo tiempo que el hombre esté listo para soportar las pruebas
más duras cuando por fin les sobrevengan (Cada día con Dios, p. 144).
Martes 17 de febrero: Esperando en Dios
Cada día aumentaba en el corazón del pueblo el anhelo de libertarse del
yugo romano. Especialmente entre los osados y bruscos galileos, cundía el
espíritu de rebelión. Por ser Capernaum una ciudad fronteriza, era la base
de una guarnición romana, y aun mientras Jesús enseñaba, una compañía de
soldados romanos que se hallaba a la vista recordó a sus oyentes cuán
amarga era la humillación de Israel. El pueblo miraba ansiosamente a Cris-
to, esperando que él fuese quien humillaría el orgullo de Roma.
Miró Jesús con tristeza los rostros vueltos hacia él. Notó el espíritu de
venganza que había dejado su impresión maligna sobre ellos, y reconoció
con cuánta amargura el pueblo ansiaba poder para aplastar a sus opresores.
Tristemente, les aconsejó: "No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera
que te hiera en tu mejilla derecha, vuélvele también la otra".
Estas palabras eran una repetición de la enseñanza del Antiguo Testa-
mento. Es verdad que la regla "ojo por ojo, diente por diente", se hallaba
entre las leyes dictadas por Moisés; pero era un estatuto civil. Nadie estaba
justificado para vengarse, porque el Señor había dicho: "No digas: Yo me
vengaré". "No digas: Como me hizo, así le haré". "Cuando cayere tu
enemigo, no te regocijes". "Si el que te aborrece tuviere hambre, dale de
comer pan, y si tuviere sed, dale de beber agua".
Toda la vida terrenal de Jesús fue una manifestación de este principio.
Para traer el pan de vida a sus enemigos nuestro Salvador dejó su hogar en
los cielos. Aunque desde la cuna hasta el sepulcro lo abrumaron las calum-
nias y la persecución, Jesús no les hizo frente sino expresando su amor per-
donador (El discurso maestro de Jesucristo, p. 61, 62).
La transformación del carácter ha de atestiguar al mundo que el amor de
Cristo mora en nosotros. El Señor espera que su pueblo demuestre que el
poder redentor de la gracia puede obrar en el carácter deficiente, y hacerlo
desarrollarse simétricamente para que lleve abundante fruto.
Pero a fin de que cumplamos el propósito de Dios, debe hacerse una
obra preparatoria. El Señor nos ordena que despojemos nuestro corazón del
egoísmo, que es la raíz del enajenamiento. Él anhela derramar sobre noso-
tros su Espíritu Santo en abundante medida, y nos ordena que limpiemos el
camino por el renunciamiento. Cuando entreguemos el "yo" a Dios, nues-
tros ojos serán abiertos para ver las piedras de tropiezo que nuestra falta de
cristianismo ha colocado en el camino ajeno. Dios nos ordena que las eli-
minemos todas. Dice: "Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los
unos por los otros, para que seáis sanos" (Santiago 5:16). Entonces pode-
mos tener la seguridad que tuvo David, cuando después de haber confesado
su pecado oró: "Vuélveme el gozo de tu salud; y el espíritu libre me susten-
te. Enseñaré a los prevaricadores tus caminos; y los pecadores se converti-
rán a ti" (Salmos 51:12,13).
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Cuando la gracia de Dios reine en el interior, el alma quedará rodeada de
una atmósfera de fe y valor, y de un amor como el de Cristo, una atmósfera
que vigorizará la vida espiritual de todos los que la inhalen. Entonces po-
dremos ir al congreso, no solo para recibir, sino para impartir. Todo aquel
que participe del amor perdonador de Cristo, todo aquel que haya sido ilu-
minado por el Espíritu de Dios y convertido a la verdad, «sentirá que, en
virtud de estas bendiciones preciosas, tiene una deuda para con toda alma
con la cual llegue a tratar. El Señor utilizará a los que son de corazón hu-
milde para alcanzar las almas u quienes no pueden alcanzar los ministros
ordenados. Serán inducidos a pronunciar palabras que revelarán la gracia
salvadora de Cristo.
Y al beneficiar a otros, serán ellos mismos beneficiados. Dios nos da
oportunidad de impartir gracia, a fin de que pueda él volvernos a llenar con
un aumento de su gracia. La esperanza y la fe se fortalecerán a medida que
el agente de Dios obre con los talentos y las facilidades con que Dios lo ha
provisto. Obrará con él un instrumento divino (Joyas de los testimonios, t.
2, p. 382, 383).
Miércoles 18 de febrero: Compasión por los pobres
Jesús no consideró el cielo como lugar deseable mientras estuviéramos
nosotros perdidos. Dejó los atrios celestiales para llevar una vida de vitupe-
rios e insultos, y para sufrir una muerte ignominiosa. El que era rico en
tesoros celestiales inapreciables, se hizo pobre, para que por su pobreza
fuéramos nosotros ricos. Debemos seguir sus huellas.
El que se convierte en hijo de Dios ha de considerarse como eslabón de
la cadena tendida para salvar al mundo. Debe considerarse uno con Cristo
en su plan de misericordia, y salir con él a buscar y salvar a los perdidos.
Muchos estimarían como gran privilegio el visitar las regiones en que se
desarrolló la vida terrenal de Cristo, andar por donde él anduvo, contemplar
el lago junto a cuya orilla le gustaba enseñar, y las colinas y los valles en
que se posaron tantas veces sus miradas. Pero no necesitamos ir a Nazaret,
ni a Capernaum ni a Betania, para andar en las pisadas de Jesús. Veremos
sus huellas junto al lecho del enfermo, en las chozas de los pobres, en las
calles atestadas de las grandes ciudades, y doquiera haya corazones necesi-
tados de consuelo.
Hemos de dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, consolar a los
que sufren y a los afligidos. Hemos de auxiliar a los de ánimo decaído, y
dar esperanza a los desesperados.
El amor de Cristo, manifestado en un ministerio de abnegación, será más
eficaz para reformar al malhechor que la espada o los tribunales. Estos son
necesarios para infundir terror al criminal; pero el misionero amante puede
hacer mucho más. A menudo el corazón que se endurece bajo la reprensión
es ablandado por el amor de Cristo (El ministerio de curación, p. 72, 73).
El profesar la fe y el poseer la verdad en el alma son dos cosas diferen-
tes. El mero conocimiento de la verdad no es suficiente. Podemos poseer
ese conocimiento, pero el tenor de nuestros pensamientos puede seguir
siendo el mismo. El corazón debe ser convertido y santificado.
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El hombre que trata de guardar los mandamientos de Dios solamente por
un sentido de obligación, porque se le exige que lo haga, nunca entrará en
el gozo de la obediencia. Él no obedece. Cuando los requerimientos de Dios
son considerados como una carga porque se oponen a la inclinación huma-
na, podemos saber que la vida no es una vida cristiana. La verdadera obe-
diencia es el resultado de la obra efectuada por un principio implantado
dentro. Nace del amor a la justicia, el amor a la ley de Dios. La esencia de
toda justicia es la lealtad a nuestro Redentor. Esto nos inducirá a hacer lo
bueno porque es bueno, porque el hacer el bien agrada a Dios (Palabras de
vida del Gran Maestro, p. 69, 70).
Jueves 19 de febrero: Educación
En los niños que eran puestos en relación con él, Jesús veía a los hom-
bres y mujeres que serían herederos de su gracia y súbditos de su reino,
algunos de los cuales; llegarían a ser mártires por su causa. Él sabía que
estos niños le escucharían y aceptarían como su Redentor con mayor facili-
dad que los adultos, muchos de los cuales eran sabios en las cosas del mun-
do y de corazón endurecido. En su enseñanza, él descendía a su nivel. Él, la
Majestad del cielo, no desdeñaba contestar sus preguntas y simplificar sus
importantes lecciones para adaptarlas a su entendimiento infantil. Implan-
taba en sus mentes semillas de verdad que en años ulteriores brotarían y
darían fruto para vida eterna (El Deseado de todas las gentes, p. 473, 474).
Cada semilla sembrada produce una cosecha de su especie. Así también
es en la vida humana. Todos debemos sembrar las semillas de compasión,
simpatía y amor, porque hemos de recoger lo que sembramos. Toda carac-
terística de egoísmo, amor propio, estima propia, todo acto de complacen-
cia propia, producirá una cosecha semejante. El que vive para sí está sem-
brando para la carne, y de la carne cosechará corrupción [...].
Puesto que la semilla sembrada produce una cosecha, y ésta a su vez es
sembrada, la cosecha se multiplica. Esta ley se cumple en nuestra relación
con otros. Cada acto, cada palabra, es una semilla que llevará fruto. Cada
acto de bondad bien pensado, de obediencia o de abnegación, se reproduci-
rá en otros, y por medio de ellos, todavía en otros, así como cada acto de
envidia, malicia o disensión es una semilla que brotará en "raíz de amargu-
ra", con la cual muchos serán contaminados. ¡Y cuánto mayor será el nú-
mero de los envenenados por los "muchos"! Así prosigue la siembra del
bien y del mal para el tiempo y la eternidad (Palabras de vida del Gran
Maestro, p. 62, 63).
Es todavía verdad que los niños son más susceptibles a las enseñanzas
del evangelio; sus corazones están abiertos a las influencias divinas, y son
fuertes para retener las lecciones recibidas. Los niñitos pueden ser cristia-
nos y tener una experiencia de acuerdo con sus años. Necesitan ser educa-
dos en las cosas espirituales, y los padres deben darles todas las ventajas a
fin de que adquieran un carácter semejante al de Cristo.
Los padres y las madres deben considerar a sus hijos como miembros
más jóvenes de la familia del Señor, a ellos confiados para que los eduquen
para el cielo. Las lecciones que nosotros mismos aprendemos de Cristo,