1. ABEL ENRIQUE SINNING CASTAÑEDA
asinning@hotmail.com - abensica@yahoo.com
Colombia
OBEDIENCIA
Para la mayoría, la obediencia es un problema. Nos llamamos discípulos, pero
nos falta la esencia del discipulado: la alegría y la sumisión. Aun cuando la tarea
es bien clara, el orgullo nos impide cumplirla y, por ende, no alcanzamos la paz
que anhelamos.
Dado el culto que rinde nuestra sociedad al individuo y al individualismo, eso no
tiene por qué sorprendernos. Desde pequeños se nos enseña—y nosotros
enseñamos a nuestros hijos—que es importante seguir nuestros instintos, mostrar
iniciativa y desarrollar cualidades de liderato. Todo eso está bien. Pero, ¿qué de
la otra cara de la moneda—la importancia de saber subordinarse? ¿Cuándo
aprenderemos que nuestros intereses no son necesariamente los de Dios?, ¿que, si
insistimos en seguir nuestros antojos, las consecuencias pueden ser negativas?
A menudo se dice de quien se somete a otro sin que haya beneficios tangibles—y
más aún cuando involucra sacrificios—que no tiene carácter, o que se le ha
lavado el cerebro. Toda autoridad, incluso la autoridad divina, se desprecia. Se
ridiculiza como anticuada la idea misma de honrar a padre y madre; el respeto
por los ancianos es cosa del pasado y, con frecuencia, Dios mismo es objeto de
burla.
Olvidamos que la ira de Dios siguió una y otra vez a la desobediencia de los hijos
de Israel. Olvidamos que la paz que anhelamos proviene de un Creador que
impuso orden al caos. Dios crea vida donde sólo había “desorden y vacío”. Él no
es un Dios de desorden, sino de paz.
No es fácil el camino de la autodeterminación a la sumisión voluntaria. Aun para
Jesús, la batalla más difícil fue obedecer. Sudó sangre mientras luchaba por
someterse durante su última, larga noche en el jardín de Getsemaní: “Aparta de
mí esta copa”. Pero luego pudo decir: “No se haga mi voluntad, Padre, sino la
tuya”.
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2. ABEL ENRIQUE SINNING CASTAÑEDA
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Colombia
Las razones de nuestra desobediencia a veces parecen ser bastante legítimas: nos
falta el coraje, o la fortaleza, o la clara visión; o no nos sentimos adecuados para
la tarea que tenemos por delante. Otras veces, los verdaderos motivos son menos
nobles: pereza, orgullo, terquedad. La Madre Teresa, tras años de experiencia con
sus hermanas Misioneras de Caridad, fue a la raíz del problema: se trata del afán
por saber exactamente por qué tenemos que hacer lo que se nos pide, y la
tentación, cuando nos hemos enterado, de hacerlo a nuestra manera.
Es cierto que cumplirán mejor su tarea si saben cómo Dios quiere que la hagan,
pero no hay forma de saberlo salvo por obediencia. Sométanse a sus superiores,
igual que la hiedra. La hiedra no puede sobrevivir si no se agarra de algo; ustedes
no crecerán ni vivirán en santidad a menos que se aferren firmemente a la
obediencia. Sean, pues, fieles en las cosas pequeñas. Es en la constancia y en la
obediencia que radica la verdadera fuerza.
Las cartas de Ewald von Kleist, víctima de la persecución nazi, dan testimonio de
la misma disposición y obediencia:
Busca tu paz en Dios y la encontrarás. Él nos toma de la mano, nos lleva, y al
final nos recibe en la gloria. Obedece su voluntad, que Él se encargará de todo.
¡Nunca jamás, ni siquiera en lo más íntimo de tu corazón, te rebeles contra lo que
Dios te inflija, y verás cuán incomparablemente más fácil te será soportar lo que
fuere! No he escrito una sola palabra que no refleje mis propias experiencias,
dando gracias a Dios. Es la verdad por toda eternidad. Pero no le cae a uno como
llovido del cielo. Hay que ganarlo en una constante riña consigo mismo, una
lucha diaria, a veces de hora en hora. No obstante, la sensación interior de haber
recibido una bendición no se te escapará y te compensará por todo. Créemelo,
pues yo mismo he podido comprobarlo.
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