1. Mapa Mental: Unidad I: MODULO III: PERÍODO II (313-681) LA IGLESIA UNIDAD CON EL ESTADO EN SU ULTERIOR
DESARROLLO
2. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
LA IGLESIA UNIDAD CON EL
ESTADO EN SU ULTERIOR
DESARROLLO
Capítulo III: El dogma
y la herejía: herejías
trinitarias
I. Idea general de las herejías de este período:
a) Herejías trinitarias: Se trató de fijar bien la relación entre el
Hijo y el Padre.
1. Arrianismo y semiarrianismo: Coincidían en la negación de
la consubstancialidad entre el Hijo y el Padre (negación de la
divinidad del Hijo).
2. Neumatómacos o macedonianos: la misma discusión al
Espíritu Santo, cuya divinidad también era puesta en duda.
Concilios Ecuménicos: Nicea (325) y Constantinopla (881) se
definieron los dos dogmas de la consubstancialidad del Padre
con el Hijo y con el Espíritu Santo.
b) Herejías cristológicas: Era el más persistente y peligroso,
era una derivación del primero. Se seguían una serie de
problemas, dificilísimos de resolver, todos los cuales tenían por
objeto la unión entre la naturaleza divina y la humana en el
Verbo Encarnado.
1. Apolinarismo: Admitía en Cristo una naturaleza humana
incompleta (Concilio I de Constantinopla, 381)
2. Nestorianismo: Admitía dos naturalezas completas, pero
unidas de tal manera, que formaban también dos personas
distintas (Concilio de Éfeso, 431).
3. Monofisitismo de Eutiques: Defendía en Cristo tal unión de
las dos naturalezas, que se fundían en una sola (Concilio de
Calcedonia, 451).
4. Monotelismo: Es una nueva forma de monofisitismo,
defendía una sola voluntad física en Cristo (Concilio III de
Constantinopla, 680-681).
Definición de la Iglesia: La naturaleza humana de Cristo es
completa; en Cristo hay dos naturalezas, la divina y la humana,
pero unidas de tal manera que forman un solo supósito o
persona, y que cada una de las dos naturalezas tiene propia
voluntad física, por lo cual en Cristo hay dos voluntades,' la
divina y la humana.
c) Herejías soteriológicas o antropológicas: Se refiere a los
medios de salvación del hombre.
1. Pelagianismo: Negaba el pecado original y la necesidad de
la gracia para obrar el bien.
2. Semipelagianismo: Sostenía que, al menos para el principio
de la fe y de la justificación y para la perseverancia final, el
hombre tiene bastante con sus propias fuerzas.
d) Herejías de carácter esporádico e independiente:
Donatismo; errores y cismas originados por las contiendas
arrianas; los tres capítulos; controversias origenistas y errores
gnósticomaniqueos de Prisciliano.
II. Los donatistas, desarrollo y fin de esta
herejía: Primera herejía de este periodo, fruto de un
partido de exaltado del África, continuadores de las
doctrinas rigoristas de Montano y Tertuliano.
a) Carácter y primer desarrollo del donatismo: La
base del donatismo era el principio de que la eficacia de
los sacramentos depende del estado de gracia del
ministro.
* El año 311, fue elegido obispo el archidiácono
Ceciliano, lo cual dio ocasión a un grupo de exaltados,
enemigos suyos, para levantarse contra él, por haber
sido consagrado supuestamente por un traidor y por ello
era inválida.
* El hecho es que el grupo de Donato, al que se unieron
todos los descontentos, reunió un conciliábulo en
Cartago el año 312 y en él depusieron a Ceciliano,
elevando en su lugar a
Mayorino, y tres años después al propio Donato.
b) Lucha contra el donatismo:
* Constantino: Señaló árbitros al Papa Milcíades y tres
obispos galos. Estos después de examinar, apoyaron al
Ceciliano.
El procónsul del África averiguó que el obispo que había
consagrado a Ceciliano no era traditor.
* Concilio de Arles: En el año 314 declaró que la
consagración de un traditor era válida y el emperador
estuvo en contra de los donatistas. Su fanatismo creció
con la persecución.
* Los emperadores Constancio, Valentiniano V
Teodosio no consiguieron dominarlos.
* San Agustín: Desde 393 escribió diversas obras
contra los donatistas. En un principio creyó que podría
convencerlos, y por esto rechazaba el uso del rigor; pero
luego vio que era imposible, y así, se mostró partidario
del empleo de la fuerza.
* Se quitó a los donatistas el derecho de ciudadanía y se
prohibieron sus reuniones bajo pena de muerte.
Solamente la invasión de los vándalos, hacia 430 acabó
con estos herejes fanáticos.
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Capítulo III: El dogma
y la herejía: herejías
trinitarias
III, El arrianismo en su primera etapa. Primer Concilio
ecuménico, Nicea, 325:
El arrianismo, en cambio, separaba de tal manera al Hijo del
Padre, que negaba que fuera Dios y consubstancial con él.
a) Arrio y su doctrina: Desde 318 comenzó a enseñar esta
doctrina: no hay más que un solo Dios, eterno e incomunicable.
El Verbo, Cristo, no es eterno, sino creado de la nada. Por tanto,
verdadera criatura, mucho más excelente que las demás; pero
no consubstancial con el Padre. Por consiguiente, no es Dios.
Aunque el Verbo no es Dios, por sus grandes excelencias, como
primogénito de toda creatura, está por encima de todo lo demás
y ha sido elevado a una verdadera impecabilidad. Todo esto
procuraba probarlo e ilustrarlo con la Sagrada Escritura, para lo
cual le servían los textos que marcan la diferencia y una
aparente subordinación entre el Hijo y el Padre.
b) Primeras medidas contra Arrio: El obispo Alejandro reunió
el año 321 en Alejandría un sínodo de cien obispos, que
condenó expresamente aquella doctrina, pero éste no se
sometió. Palestina y Nicomedia: Compuso su famosa obra
Talía y otras varias. Al poco tiempo estaba de su parte el obispo
Eusebio de Nicomedia. Eusebio de Cesárea le manifestaba
claramente su simpatía. El emperador Constantino: Convocó
a un concilio.
c) Concilio de Nicea, 325: Convocado con el fin de obtener la
unidad religiosa. Para ello dio todas las facilidades, llegaron a
reunirse más de trescientos obispos. Los herejes querían
soslayar la dificultad proponiendo fórmulas de la Sagrada
Escritura que admitieran una interpretación conforme a sus
ideas. Se presentó una fórmula con la cual se afirmaba ser el
Hijo de la misma substancia que el Padre, por tanto, igual a Él,
Dios como Él. Se introdujo en el símbolo llamado de Nicea y se
obligó a todos los padres a que la suscribieran. Sólo dos
obispos arrianos se negaron a admitirla, y por esto fueron
desterrados junto con Arrio. La expresión era acertada y
expresaba con toda exactitud el dogma católico. Una vez
aprobado el símbolo por el Concilio, el Emperador lo tomó por
su cuenta, anunciando que los que no lo firmaran serían
desterrados. El Concilio se ocupó, además, en varios otros
asuntos de menor importancia: el cisma de Melecio; la fecha de
la celebración de la pascua; se dieron veinte cánones, en que
se trata la cuestión del bautismo de los herejes (8, 19), de los
lapsi (10-14) y se resolvieron otros asuntos.
IV. Crecimiento del arrianismo. Constancio:
a) Primeros triunfos del arrianismo: 1. Revocatoria del
destierro de Arrio y los otros. Obtuvieron que éste pudiera
entrar en Constantinopla, donde hizo en 331 una profesión de
fe ambigua. 2. El destierro de Atanasio. Multiplicaron sus
calumnias contra él ante el Emperador.
En vano las rebatió Atanasio una por una. Por fin lo
condenaron por sabelianismo y le depusieron de su silla. 3.
Consiguieron apoderarse violentamente de la silla de
Constantinopla. Para ella fue nombrado Eusebio de Nicomedia
en 338. 4. Se apoderaron de Alejandría, fue nombrado un tal
Gregorio de Capadocia, que entró en Alejandría apoyado por
las armas de Constancio, mientras Atanasio huía a Roma.
Declarado inocente por el Papa, Atanasio regresa y los arrianos
convocan un nuevo sínodo en Antioquía donde concretaron
su doctrina en cuatro fórmulas, llamadas fórmulas de Antioquía,
en las cuales, contra lo que era de esperar, se expresan con
cierta moderación, rechazan a Arrio y, en conjunto, admiten
interpretación ortodoxa.
b) Triunfos transitorios de la ortodoxia: Concilio de Sárdica
de 343: se aprobó la conducta de Atanasio y proclamó el Credo
de Nicea.
* Publicó veinte cánones disciplinares: Tres de ellos (3, 4, 5)
fijaban las normas y condiciones para las apelaciones a Roma,
con lo cual se reconocía a Roma como el tribunal supremo de
apelación. El canon 6 eliminó definitivamente los obispos de
campaña.
* Sínodo de Antioquía de 344: Los mismos arrianos se vieron
obligados a deponer a uno de sus jefes, el obispo Esteban de
Antioquía. El levantamiento del destierro de Atanasio. Así, el 21
de octubre de 346 pudo celebrar éste su entrada triunfal en
Alejandría.
c) Apogeo de la causa arriana: Desde 353 a 360 celebraron
los mayores triunfos. Sínodo de Sirmio (351): compusieron la
primera fórmula de este nombre, que no parece herética.
Sínodo de Arles (353): Fue un tejido de intrigas de Ursacio y
Valente. Sínodo de Milán (356): Fue una arbitrariedad y
violencia de los arríanos. Dos obispos que se resistieron a
condenar a Atanasio fueron desterrados. Actos violentos de
Alejandría. A duras penas logró Atanasio escaparse al desierto,
perseguido encarnizadamente por los arríanos.
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Capítulo III: El dogma
y la herejía: herejías
trinitarias
V. El Papa Liberio y Osio de Córdoba. Derrota
definitiva del arrianismo:
a) Cuestión del Papa Liberio: Admitió la tercera fórmula de
Sirmio (doctrinalmente no era herética), con ello logró regresar a
Roma, con la condición de que excluiría de la Comunión de la
Iglesia al que no admitiera una semejanza en la esencia y en
todo entre el Padre y el Hijo. Aunque existen otras versiones de
varios autores que hablan de una caída. Pero aun en esta
suposición, sólo se trataría de una caída personal, pues aquello
no era un documento «ex cathedra», y así esto no ofrecería
dificultad contra la infalibilidad pontificia. Por camino muy
diverso van otros defensores del Papa Liberio, los cuales
afirman que volvió a Roma simplemente porque una comisión
de matronas romanas obligó con sus instancias a Constancio a
levantar el destierro del Papa.
b) Cuestión de Osio de Córdoba: Constancio trató de
convencerle de que condenara a Atanasio. Él se mantuvo
íntegro y aun escribió una hermosa carta al Emperador. Fue
conducido a Sirmio, donde permaneció un año desterrado y
rodeado de arríanos. S. Atanasio dice: «Cedió a los arrianos un
instante, no porque nos creyera a nosotros reos, sino por no
haber podido soportar los golpes a causa de la debilidad de la
vejez». Pero se arrepintió luego y murió bien.
c) Derrota definitiva del arrianismo: En el año 358 en pleno
apogeo, sobre todo por el favorecimiento del emperador
Constancio, especialmente en la forma del semiarrianismo, se
celebró en el sínodo Rímini-Seleucia (El Rímini los occidentales
y en Seleucia los orientales) de 359. En Rimini la mayoría había
decidido proclamar el símbolo de Nicea. Los semiarrianos
propusieron la cuarta fórmula de Sirmio, con una expresión
semejante al Padre en todo. Pero no satisfizo. Pero el
emperador Constancio obligó a aceptarla con una ligera
modificación, que la empeoraba. La mayor parte la suscribieron
por fuerza. El sínodo de Seleucia, por su parte, tuvo escasa
importancia, pues todos los reunidos se plegaron sin dificultad al
Emperador. Pero tras la muerte de Constancio en 361, se
deshizo rápidamente. Juliano el Apóstata: Al subir al trono,
Atanasio y, los demás desterrados pudieron volver. El efecto fue
que el arrianismo perdió su apoyo. Por otra parte, S. Atanasio y
los otros obispos católicos emprendieron una activa campaña,
concediendo todo lo que se podía a los semiarrianos, con todo
lo cual muchísimos volvieron al seno de la Iglesia.
VI. Diversos cismas y errores motivados por las
cuestiones arrianas:
a) Cisma del antipapa Félix: Tras el destierro del Papa
Liberioa Berea de Tracia (355), el clero de Roma le hizo un
solemne juramento de fidelidad mientras le durara la vida. Sin
embargo, poco después fue llamado a Milán el archidiácono
Félix, que seducido por Constancio, se proclamó obispo de
Roma. Bajo la presión imperial, la mayor parte del clero le
prestó obediencia. Al volver Liberio a Roma, le dio Constancio
la orden de que se entendiera con Félix en la dirección de la
Iglesia. Pero el pueblo romano no estuvo de acuerdo, arrojando
de la ciudad al antipapa y recibiendo con gran entusiasmo al
Papa legítimo. Al morir Liberio, estalló en un nuevo cisma el
disgusto latente. Como sucesor fue elegido Dámaso (366-384);
pero entonces una fracción extremista del clero se alzó en
rebeldía, diciendo que Dámaso había simpatizado con los
amigos del antipapa Félix, y en consecuencia eligió un nuevo
Papa, Ursino o Ursicino. El reinado de Teodosio I favoreció al
Papa legítimo, y así fue desapareciendo el cisma.
b) Cisma de Melecio: Tras la huida del obispo Pedro de
Alejandría durante la persecución de Diocleciano, Melecio,
obispo de Licópolis, se presentó en Alejandría como su legítimo
sucesor, confiriendo las órdenes y administrando la diócesis.
Se levantó contra él gran oposición de parte de algunos
obispos vecinos y del alto clero de la diócesis, por lo cual se
reunió en 305 ó 306 un sínodo, en el que se probaron multitud
de crímenes al intruso y se le depuso solemnemente. No se
sometió el falso obispo, y así continuaron Melecio y sus
partidarios ofreciendo resistencia durante muchos años, hasta
que más tarde hicieron causa común con los arríanos en su
lucha contra el legítimo obispo Atanasio.
c) Lucifer de Cagliari y los luciferianos: En el sínodo de
Alejandría (362), se puso de manifiesto la nueva táctica de
blandura respecto de los semiarrianos arrepentidos, Eusebio se
declaró partidario de este sistema, que fue aprobado por el
Papa y la mayor parte del episcopado. Entonces se levantó
Lucifer de Cagliari (Obispo italiano) contra lo que él llamaba
excesiva blandura y exigía que fueran depuestos todos los
obispos que habían simpatizado con el arrianismo. Su
rigorismo e intransigencia, lo llevó a separarse de sus antiguos
amigos, los prelados más benignos. Al fin, no pudiendo sufrir la
supuesta «relajación» de la Iglesia, se retiró a la isla de
Cerdeña, donde murió (370). Sus partidarios, los luciferianos,
defendieron un rigorismo semejante al de los novacianos.
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Capítulo III: El dogma
y la herejía: herejías
trinitarias
d) Marcelo de Ancira y Fotino de Sirmio: El concepto
de Marcelos de Ancira de la Trinidad es sabeliano. En
algunos sínodos tuvo que responder de su doctrina, por
lo cual su ardiente defensa de Nicea contra los arríanos
perdía mucho de su valor. Fotino por su parte defendía
un adopcianismo parecido al de Pablo de Samosata.
Afirmaba que Cristo era un hombre nacido de una
manera milagrosa, pero elevado por una fuerza divina,
con la cual obró tantas maravillas, que mereció ser
adoptado por Dios como Hijo. Los arríanos y los
ortodoxos rechazaron esta doctrina. El sínodo de Sirmio
de 351 la anatematizó y excomulgó a su autor.
VII El macedonianismo y el Concilio II
ecuménico,
I de Constaniinopla, 381:
a) Los pneumatómacos o macedonianos: Negaban la
divinidad del Espíritu Santo de una manera más o
menos velada. S. Atanasio, el año 358, compuso un
tratado en el que defendía la doctrina ortodoxa sobre
esta materia, y en él designa a los nuevos herejes con el
nombre de guerreadores o enemigos del Espíritu Santo.
Cuando Macedonio el año 360 fue arrojado de la capital
por los rígidos arríanos, dio una forma definitiva a su
doctrina, a la que se adhirieron muchos
semiarrianos. Aunque procedente él mismo del
semiarrianismo, admitía la divinidad del Verbo; pero al
Espíritu Santo lo declaraba creatura de Dios; superior a
todos los ángeles, pero inferior a Dios. En el Sínodo de
Alejandría (362), S. Atanasio lanzó el anatema contra
esta doctrina y luego la condenaba expresamente en un
escrito que dirigió al emperador Joviano.
b) Concilio II ecuménico: Constantinopla, 381: Se
condenó solemnemente la doctrina de los semiarrianos y
pneumatómacos o macedonianos, a los que se añadió
también el apolinarismo. Se proclamó el símbolo
denominado de S. Epifanio, que es el que se recita en la
Misa.
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Capítulo IV
Grandes herejías
cristológicas
I. Principio de las herejías cristológicas:
El apolinarismo:
a) Herejía de Apolinar: Cristo era realmente Dios y que en Él
había que distinguir dos naturalezas en una sola persona, pero
de modo que la naturaleza divina, o el Verbo, estaba unido a
una naturaleza humana incompleta, en la cual el mismo Verbo
hacía las veces del alma. Sólo así se explicaban la unidad
personal y la divinidad del Verbo. Su propagandista infatigable
era Apolinar el Joven, obispo de Laodicea, por otra parte
benemérito de la ortodoxia contra los arríanos.
b) Condenaciones definitivas del apolinarismo: Continuaron
desenmascarándola S. Atanasio y S. Basilio. Finalmente, el
mismo Papa S. Dámaso se informó con exactitud, y en los
sínodos de 374 y 376 lanzó anatema contra las nuevas
doctrinas. Esta misma sentencia fue confirmada en Alejandría
en 378, y en Antioquía el año 379. Para que quedara
solemnemente anatematizada tan peligrosa doctrina, el Concilio
de Constantinopla de 381 la condenó de nuevo de una manera
más definitiva, juntamente con las herejías de los sabelianos,
arríanos y macedonianos.
II. El nestorianismo y el Concilio III ecuménico:
Éfeso, 431:
a) Doctrina de Nestorio y primeras contiendas: En un
principio se trató de una reacción doctrinal contra el arrianismo,
por lo cual andaba a la par con los apolinaristas en dos puntos
básicos: primero, la defensa de la divinidad de Cristo; segundo,
el principio de que dos naturalezas completas no pueden formar
una sola persona. Pero mientras los apolinaristas, para resolver
esta dificultad, negaban que la naturaleza humana en Cristo
fuese completa, los antioquenos sostenían que en Cristo
permanecían las dos naturalezas con toda su perfección, pero
de tal manera, que formaban también dos personas, la divina y
la humana, unidas de una manera accidental. El que comenzó a
darle publicidad y al fin dio el nombre a la herejía fue Nestorio.
Patriarca de Constantinopla el año 428.
Esta doctrina traía gravísimas consecuencias: 1. La Virgen
María es madre de la naturaleza humana que había en Cristo;
pero de ninguna manera pudo haber engendrado a la
naturaleza divina, es decir, no es Madre de Dios. 2. La persona
humana de Cristo, que fue la que sufrió todos los dolores de la
pasión, no pudo redimir el mundo con una redención infinita,
pues era limitada. La Redención quedaba, destruida. Tampoco
se podía decir que el Verbo se hizo Carne, pues sólo se unió a
ella extrínsecamente.
a) b) S. Cirilo de Alejandría: Dióse perfecta cuenta del peligro
de aquella ideología, y temiendo el efecto desastroso que podía
causar, trató de desarraigarla de diversas maneras; pero
viendo que Nestorio no hacía caso, acudió a Roma. Para
informar al Papa envió al diácono Posidonio con todos los
documentos necesarios. El Papa, pues, recibió al mismo
tiempo la información de Nestorio y de S. Cirilo. Entonces
reunió un sínodo en Roma el año 430, y, bien examinado el
asunto, proclamó 1a doctrina católica contraria a la de Nestorio.
S. Cirilo encargado por el papa y para intimidar a Nestorio
compuso doce anatematismos y los envió a Nestorio para que
los suscribiera. Él respondió con otros doce antianatematismos.
Nestorio hizo intervenir al emperador Teodosio II. el cual
propuso en seguida la celebración de un Concilio. El Papa era
más bien opuesto a ello; pero en bien de la paz accedió al
Emperador y envió legados. La situación era muy delicada,
pues el Papa había resuelto ya la cuestión, y los orientales
querían que el Concilio la discutiera.
c) Concilio de Éfeso, 431: S. Cirilo dio comienzo y en la
primera sesión proclamó la decisión dada por el Papa y
condenó a Nestorio. Al tener noticia de la decisión del Concilio,
el pueblo la recibió con indescriptible entusiasmo, pues
quedaba confirmado el título de la Virgen Madre de Dios. Pero
ni el Emperador ni Nestorio la aceptaron. En la última sesión se
publicó una circular, en la que se repetía la condenación de
Nestorio y de los pelagianos Celestío y los suyos.
d) El nestorianismo después del Concilio: Juan de Antioquía
y Teodoreto de Ciro, que rechazaban la doctrina de Nestorio,
creían de buena fe que en los anatematismos de S. Cirilo se
contenía la doctrina opuesta de una sola naturaleza. Por esto
siguieron largas y difíciles discusiones. S. Cirilo dio toda clase
de explicaciones, y así se llegó por fin al edicto de Unión (433)
entre Juan de Antioquía y S. Cirilo. Éste se avino a omitir
algunas expresiones de sus anatematismos. Nestorio, por su
parte, desde su retiro, continuaba trabajando por su causa. Allí
compuso sus obras «Tragoedia» y «Theopaschita». Por esto a
los tres años fue desterrado al interior de la Arabia y luego
conducido al llamado oasis de Egipto (prisión del estado). Allí
compuso el «Libro de Heráclides», descubierto recientemente.
Es una verdadera defensa suya, unida a una crítica dura a las
decisiones de Éfeso. Sobre esta base han querido algunos
(Duchesne, Aman y otros) defender su ortodoxia; pero en vano.
Lo más que se puede probar es que Nestorio obró hasta cierto
punto de buena fe; pero ciertamente no se le puede librar de
haber defendido objetivamente la herejía que lleva su nombre.
7. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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Capítulo IV
Grandes herejías
cristológicas
IIII. El monofisitismo y el Concilio IV ecuménico,
Calcedonia, 451:
a) El monofisitismo y sus primeras impugnaciones: La
escuela de Alejandría comenzaron a defender cada vez más
abiertamente que no sólo había en Cristo una sola persona, sino
también una sola naturaleza, resultante de la unión o fusión de
la divina y la humana, ya que era imposible admitir dos
naturalezas completas, pues necesariamente serían dos
personas. Desde un principio apareció como su defensor
Eutiques, monje asceta y archimandrita de un gran monasterio.
También Dióscoro, sucesor de S. Cirilo y Crisafio, gran
dignatario de la corte. El año 488, en un sínodo local, Eusebio
de Dorilea presentó ante Flaviano una acusación contra
Eutiques y las nuevas doctrinas. Éste fue citado y al fin se
presentó, pero acompañado de muchos monjes y soldados; sin
embargo, se negó a retractar nada, pretendiendo que defendía
la doctrina de S. Cirilo. Hablaban de absorción de la naturaleza
humana por la divina o de confusión o conversión. Visto esto, el
sínodo lanzó excomunión contra Eutiques y contra los que
sostuvieran su doctrina. El papa León Magno, revisando este
asunto, decidió componer y enviar en mayo de 449 la Epístola
dogmática, en la que expuso la doctrina ortodoxa sobre el punto
discutido. Esta epístola debía ser admitida por todos, pues era
una declaración dogmática del Papa.
b) Latrocinio de Éfeso, 449: Los herejes no aceptaron la
solución del Papa León. Al contrario, continuaron con más ardor
su propaganda. Desde un principio todo fueron arbitrariedades y
violencias. El Patriarca Dioscoro se arrogó la presidencia. No se
admitió a ninguno de los que habían condenado a Eutiques. Sin
hacer, pues, caso alguno de los escritos del Papa, se rechazó la
decisión del sínodo de Constantinopla, es decir, la condenación
de Eutiques, anatematizando, en cambio, la doctrina de las dos
naturalezas. Hecho esto, se procedió a la deposición del
patriarca Flaviano, de Teodoreto, Eusebio de Dorilea, Ibas de
Edesa. Lo que a esto siguió fueron actos de verdadero
vandalismo. Así terminó aquel sínodo. El Papa, lo llamó
latrocinium, y con este título es conocido en la Historia.
Eusebio, Teodoreto y el mismo Flaviano antes de morir le
enviaron sendas relaciones. Asimismo el diácono Hílaro, testigo
ocular, le refirió todas las incidencias del sínodo. Así, pues, el
Papa celebró otro en Roma, en el cual se rechazó
expresamente todo lo hecho en Éfeso. Ciego de soberbia,
Dioscoro llegó a excomulgar al Papa León.
c) Concilio de Calcedonia, 451: Se escribieron cartas de
sumisión al Papa y se propuso la celebración de un Concilio.
Por condescendencia con los emperadores reconoció el Papa a
Anatolio Patriarca de Constantinopla, a condición de que
suscribiera la epístola dogmática. Asimismo envió legados para
el Concilio; pero éstos llevaban la instrucción de que no se
discutiera una materia ya definida.
El Concilio se reunió en octubre de 451 en Calcedonia. Su
primer acto fue juzgar la conducta de Dióscoro en el latrocinio
de Éfeso, y probada su culpabilidad, fue arrojado
ignominiosamente, depuesto y excomulgado. Se leyeron y
proclamaron los escritos del Papa, sobre todo la
Epístola dogmática, que acogieron con las célebres palabras:
«Pedro ha hablado por la boca de León».
S. León sólo aprobó las sesiones doctrinales.
El Emperador por su parte, ejecutó las decisiones del Concilio
desterrando a Eutiques y a Dióscoro y tomando diversas
medidas contra los monofisitas.
d) Cisma de Acacio y suerte ulterior del monofisitismo: El
año 475 se apoderó del trono el usurpador Basilisco, y
queriéndose apoyar en el monofisitismo, devolvió sus sedes a
los dos Patriarcas depuestos. Eluros entonces publicó el
Enkyklion, encíclica, en la que se rechazaba la epístola
dogmática y las decisiones de Calcedonia. Basilisco obligó a
todo el episcopado a suscribirlo, y unos quinientos obispos lo
hicieron. Destronado en el 476, por el emperador Zenón, sin
embargo, inducido luego Zenón por el astuto Patriarca Acacio,
publicó un documento que debía ser el lazo de unión de todos,
y por eso se llamó Henoticón. Por un lado condenaba a
Nestorio y Eutiques ; pero por otro no admitía el Concilio de
Calcedonia. El Papa Félix III (o II) lanzó la excomunión contra
Acacio, el cual se enfureció y rompió sus relaciones con Roma.
Con esto se inició el cisma de Acacio (484-519), que sólo con
mucha dificultad terminó treinta y cinco años después.
8. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
LA IGLESIA UNIDAD CON EL
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Capítulo IV
Grandes herejías
cristológicas
IV. Cuestión de los tres Capítulos. V Concilio
ecuménico, II de Constantinopla, 553:
a) Los tres Capítulos y el Papa Vigilio: Justiniano se decidiera
a tomar una medida que se creyó había de contribuir a atraer a
los monofisitas. Consistía en prohibir solemnemente los tres
Capítulos, es decir: 1) la persona y los escritos de Teodoro de
Mopsuestia; 2) los escritos de Teodoreto de Ciro contra S. Cirilo
y el Concilio de Éfeso; 3) una carta de Ibas de Edesa en
defensa de Teodoreto de Mopsuestia y contra S. Cirilo; pues por
ser estos tres «Capítulos» especialmente odiosos a los
monofisitas, se suponía que con su prohibición se los atraería.
Justiniano consiguió que Mennas, Patriarca de Constantinopla,
admitiera la condenación de los tres Capítulos. Luego dirigió
todos sus esfuerzos contara el Papa Vigilio. Efectivamente, en
enero de 547 el Papa Vigilio tuvo que presentarse en
Constantinopla. Lo reprensible en su conducta fue la indecisión
y debilidad con que procedió desde un principio. Puesto entre la
presión de los occidentales y del emperador Justiniano, cedió a
éste y el 11 de abril de 548 publicó el Iudicatum, por el cual
condenaba los tres Capítulos. El efecto que produjo en
Occidente fue terrible. Un sínodo de Cartago de 550 lanzó
excomunión contra el Papa. Espantado del efecto producido,
suspendió la condenación de los tres Capítulos. Pero
comenzaron de nuevo las presiones de parte del Emperador,
con el cual, se convino que, para decidir la cuestión, se reuniría
un Concilio, y entretanto nadie publicaría nada sobre aquello.
b) El Concilio de 553 y el Papa Vigilio: El Emperador inició
nuevas negociaciones con el Papa, y no llegando a ningún
convenio, reunió por su cuenta en mayo de 353 un sínodo en
Constantinopla, en el que se pronunció sentencia contra los tres
Capítulos. El 14 de mayo de 553 el papa Vigilio publicó un
manifiesto, «Primer Constitutum», en el cual optaba por un
término medio: condenaba sesenta proposiciones de
Teodoro de Mopsuestia, pero prohibía la condenación de
Teodoreto e Ibas. Esta actitud era más justa. Pero el Emperador
no admitía contradicción. Él mismo anunció este hecho al
Concilio en la sesión séptima, e inmediatamente comenzaron a
tomarse medidas radicales: rompió sus relaciones con el Papa y
lo condenó al destierro, junto con los clérigos que se le
mantuvieron fieles. Ante esta nueva violencia Vigilio aceptó las
decisiones del sínodo y así quedaba elevado al rango de
Concilio ecuménico. Así lo hizo Vigilio en un segundo manifiesto
«Segundo Constitutum», de febrero de 554. Obtuvo la libertad y
la facultad de volver a Roma; pero murió el 5 de junio de 555.
V. El monotelismo y el Concilio VI ecuménico.
III de Constantinopla, 680 - 681:
La nueva herejía del monotelismo no fue más que una velada
manifestación de la doctrina monofisita, un intento de
conciliación entre los monofisitas v los ortodoxos.
a) Principio del monotelismo. El Papa Honorio: El autor de
la nueva herejía fue Sergio, Patriarca de Constantinopla
(610-638). Según él, a consecuencia de la unión personal en
Cristo, existía en él una sola energía, una sola voluntad. Por
esto se llamó a esta doctrina monotelismo. Con esto creía
Sergio que se satisfacía a los católicos, pues se admitían las
dos naturalezas, y se complacía a los monofisitas, pues esta
única energía y voluntad de Cristo era el símbolo de la perfecta
unidad que en El existe. Entre los católicos, se levantó
inmediatamente el monje palestinense Sofronio. Este tuvo
noticia de la nueva doctrina, y sin saber de dónde provenía,
dirigióse al mismo Sergio para llamarle la atención sobre el
peligro que contenía. Sergio se alarmó e hizo lo posible para
acallarlo; pero Sofronio inició una ardorosa polémica. Sergio
acudió al Papa Honorio, quien entendiendo que toda aquella
cuestión era más bien de palabra, escribió las dos célebres
cartas a Sergio, en las cuales trataba de inducir a unos y otros
a que no se trataran aquellas cuestiones, dando de paso su
opinión sobre ellas. Estas dos cartas son la base de la cuestión
del Papa Honorio. Con estas cartas, Sergio y los suyos
quedaron sumamente envalentonados.
b) El monotelismo en su mayor apogeo: En 638 el
emperador Heraclio publicó el edicto llamado Ekthesis,
compuesto por Sergio, en que se proponía claramente el
monotelismo. Mientras en Oriente lo suscribieron casi todos, los
occidentales lo rechazaron con toda decisión y unanimidad. El
emperador Constante II (641-668): publicó en septiembre de
647 un nuevo edicto, el Typos, en el que se prohibía que se
hablara de una o de dos voluntades. El Papa Martin I
(649-655): En un sínodo de Roma de 649 rechazó
expresamente la Ekthesis, el Typos y el monotelismo,
excomulgando juntamente a sus más significados defensores,
Sergio, Pirro y Paulo. Fue llevado a la isla Naxo, donde padeció
lo indecible durante año y medio; luego a Constantinopla,
acusado de toda clase de crímenes, maltratado y por fin
arrojado a Querson, donde murió en 655, mártir de los
sufrimientos.
9. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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Capítulo IV
Grandes herejías
cristológicas
c) El VI Concilio ecuménico (III de Constantinopla):
Constantino IV Pogonato (668-685), de convicciones ortodoxas,
terminó por fin tan enconada contienda. Inmediatamente invitó
al Papa a enviar legados para un Concilio. El Papa Agatón (678-
681) celebró un sínodo en
Roma y compuso un documento dogmático para que sirviera de
pauta en las discusiones del Concilio. Se declaró solemnemente
la doctrina de las dos voluntades, condenando el monotelismo.
Condenó a Sergio, Paulo y otros representantes de la herejía, y
finalmente al Papa Honorio.
El Concilio celebrado en 692, llamado Trullanum II, sólo se
dedicó a dar algunos cánones disciplinares para completar los
Concilios V y VI, que no habían dado ninguno. Por esto se llama
también Concilium Quini-Sextum. No ha sido reconocido como
ecuménico.
Cuestión del Papa Honorio: 1. Las dos cartas escritas a
Sergio, ¿ofrecen dificultad para la infalibilidad pontificia? De
ninguna manera. Las razones son: en primer lugar, porque no
se ve claro que sean un documento ex cathedra; por tanto,
aunque contuvieran algún error, no serían dificultad para la
infalibilidad del Papa. Pero además, no se contiene en ellas el
error del monotelismo. La falta del Papa estuvo en querer echar
tierra encima al asunto y no ver el peligro de la nueva doctrina.
Fue negligencia y falta de clarividencia, no error doctrinal.
Las expresiones que se encuentran en ambas cartas sobre una
voluntad, se deben entender de una voluntad moral. De hecho,
así lo supusieron todos en aquel tiempo. 2. La condenación del
Papa Honorio por el Concilio VI, ¿no es una dificultad contra la
infalibilidad de los Concilios ecuménicos? De ningún modo. He
aquí la razón. Es cierto que el Concilio condenó al Papa como
hereje; pero en esto no tiene valor de Concilio ecuménico, pues
al aprobar el Papa León II las decisiones del Concilio, no aprobó
la condenación del Papa como hereje, sino sólo como
negligente y descuidado.
VI. Cuestiones origenistas en los siglos IV-VI:
Una vez pasada la generación de sus discípulos, se inició una
campaña contra él, que se fue intensificando cada vez más,
dando ocasión a una serie de discusiones más o menos
apasionadas durante los siglos IV – VI; pues mientras algunos
doctores eminentes lo impugnaban, otros no menos ilustres lo
defendían con gran entusiasmo.
a) Primera controversia origenista. S. Jerónimo y Rufino:
393-397: El octogenario Epifanio de Salamina, conocido como
uno de los enemigos más acérrimos de Orígenes, se presentó
en Jerusalén y predicó contra Orígenes. Esto excitó al obispo
Juan de Jerusalén, quien salió en su defensa, y las cosas se
fueron precipitando de manera que se formaron dos bandos: de
una parte se hallaban los defensores de Orígenes, Juan de
Jerusalén y Rufino; de la otra, sus impugnadores, Epifanio y S.
Jerónimo. Poco después, Rufino se dirigió a Occidente y
tradujo al latín la «Apología de Orígenes», escrita por Pámfilo, y
el tratado «De principiis», de Orígenes, pero expurgando o
corrigiendo en este último los puntos menos conformes con la
ortodoxia. Mas lo peor del caso fue que, con el fin de justificar
este método, en el prólogo se refería a S. Jerónimo, notando
que él había hecho otro tanto y que era partidario de Orígenes.
Esto era inexacto, pues S. Jerónimo sólo había abreviado
algunas homilías de Orígenes para ponerlas mejor al alcance
del pueblo, y por lo demás había notado muchas veces los
errores de éste. Así, pues, S. Jerónimo salió al punto en su
defensa, hizo una traducción literal del tratado «De principiis» y
escribió una carta vehemente, en que trataba a Rufino de
mentiroso y aun de hereje. Rufino respondió con una Apología,
en que, pasando al ataque de su adversario, le acusaba de
inconsecuencia, pues se olvidaba del gran aprecio que antes
había hecho de Orígenes. Esta Apología excitó
extraordinariamente a S. Jerónimo, quien respondió entonces
con su propia Apología, con la que terminó esta verdadera
guerra de libelos apasionados. Rufino se retiró a Mesina, donde
murió en 410.
b) Segunda controversia sobre Orígenes. Teófilo de
Alejandría y S. Juan Crisóstomo: El Patriarca Teófilo que
anteriormente había sido partidario de Orígenes, hacia el año
400 dio una prohibición absoluta de sus obras y comenzó una
campaña contra sus partidarios, maltratándolos duramente.
Especialmente contra los monjes de Nitria, decididos
origenistas, algunos se sometieron, otros ofrecieron resistencia
bajo la dirección de los cuatro Hermanos largos, pero se
tuvieron que refugiar, primero en Palestina, luego en
Constantinopla. Allí intervino S. Juan Crisóstomo, que ocupaba
la sede desde 398 y gozaba de gran prestigio. Recibió bajo su
protección a los monjes fugitivos, alojándolos en las
dependencias de la iglesia, Teófilo se enfureció contra él. S.
Crisóstomo quiso retirarse de la controversia; pero entonces la
tomaron por su cuenta los cuatro Hermanos largos,
dirigiéndose a la emperatriz Eudocia, la cual apoyó su causa.
10. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
LA IGLESIA UNIDAD CON EL
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Capítulo IV
Grandes herejías
cristológicas
b) Segunda controversia sobre Orígenes. Teófilo de
Alejandría y S. Juan Crisóstomo): Habiendo S. Juan
Crisóstomo irritado a la Emperatriz por el celo de su predicación
y por el modo como fustigaba los vicios de la corte, Teófilo se
puso en comunicación con la Emperatriz y los nobles irritados, y
en el sínodo de la encina consiguió el destierro de Crisóstomo.
La controversia origenista se convirtió en una cuestión personal
de Teófilo y la Emperatriz. El amor que profesaba el pueblo al
Patriarca obtuvo, sin embargo, que fuera revocado el destierro
de S. Juan Crisóstomo. Pero en una nueva homilía habló éste
con, vehemencia contra los vicios de la corte. La Emperatriz se
sintió de nuevo ofendida, y así, el mismo año 404 lo hizo
desterrar definitivamente. En septiembre de 407 murió
Crisóstomo en Comana del Ponto; pero el año 438, Teodosio II
hizo llevar sus reliquias con gran solemnidad a Constantinopla.
c) Tercera fase de la contienda origenista: Justiniano I:
Durante el reinado de Justiniano I, en 542, el Patriarca de
Antioquía, Efrén, condenó una serie de errores de Orígenes, y
Pedro de Jerusalén envió al Emperador un escrito con carácter
de acusación contra las mismas doctrinas. Al propio tiempo, el
abad de la gran Laura inició contra Orígenes una campaña, que
tuvo por resultado el destierro de gran número de monjes.
Entonces el mismo Justiniano I tomó cartas en el asunto, y el
año siguiente, 543, publicó un edicto donde eran condenadas
nueve proposiciones origenistas. La cosa no paró aquí. Un
sínodo local hizo suyo este edicto del Emperador, y en
consecuencia se tomaron una serie de medidas, que terminaron
con la inclusión del gran teólogo y exegeta como hereje. El
Patriarca de Constantinopla, Mentías, y el Papa Vigilio
aceptaron también estas medidas. El fin lo trajeron los mismos
origenistas, cuyo error más discutido era la preexistencia de las
almas. Esto dio origen a una división entre ellos, por la cual una
parte se unió con los católicos ortodoxos. En el Concilio de
Constantinopla (553) se presentó una acusación formal contra
los errores origenistas, y así Justiniano suplicó al Concilio que
tomara las medidas convenientes contra ellos. Así sucedió, en
efecto, en los quince anatematismos que se lanzaron contra
dichos errores. En este estado han quedado las controversias
origenistas hasta nuestros días.
11. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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Capítulo V
Herejías soteriológicas
y otras especiales
I. Pelagianismo. San Agustín:
Fue suscitada por Pelagio, que le dio el nombre, y Celestio, su
compañero inseparable.
a) Doctrina y primera actividad de Pelagio y Celestio:
Pelagio comenzó a defender, a principios del siglo v, que el
hombre con su libertad es capaz de obrar el bien por sí mismo,
y sin auxilio alguno sobrenatural puede con sus propias fuerzas
evitar todos los pecados. Esto lo explicaba diciendo que el
hombre posee una naturaleza: tan perfecta como la de Adán
antes del pecado, pues el pecado de Adán no se transmite a los
demás hombres. Con esta doctrina, hizo Pelagio muchos
discípulos. En todo le ayudó desde un principio su discípulo
Celestio. No hay duda que contribuía grandemente al éxito el
matiz de la doctrina, que halaga a la vanidad humana
atribuyéndole a ella el obrar bien.
En el año 410 los visigodos hicieron su entrada en Roma.
Entonces Pelagio y Celestio se trasladaron a Cartago, donde
continuaron propagando su doctrina. Luego Pelagio se dirigió a
Oriente, mientras Celestio seguía con más ardor extendiendo
sus ideas. Pero la astucia de Celestio tropezó con la
clarividencia de los teólogos católicos. En un sínodo de Cartago
de 411 el diácono de Milán, Paulino, presentó una acusación en
regla contra la nueva doctrina, y como Celestio no quiso
retractarse, lo excomulgó y condenó siete proposiciones,
síntesis de su doctrina. Celestio, descubierto, partió para el
Oriente.
S. Agustín: Empezó su intervención, que en esta materia fue
verdaderamente providencial. Nadie las penetró tan
profundamente como él, sobre todo lo referente al pecado
original, al estado de la naturaleza antes y después del pecado,
a la necesidad y gratuidad de la gracia sobrenatural y al don de
la perseverancia. Fue publicando sus obras referentes al
pelagianismo a medida que se hacían necesarias por la
actividad de los nuevos herejes. Se rechazan los principios: que
el pecado de Adán sólo se transmite por imitación, no por
propagación, y se defiende la realidad del pecado original, que
hace que todos los hombres nazcan pecadores, de donde se
deriva la necesidad del bautismo de los niños. Uno de los libros
fundamentales del Santo en esta materia es el «De natura et
gratia» (415). En él rebate dos obras de Pelagio, probando que
la naturaleza humana, viciada por el pecado original, necesita
absolutamente de la gracia interna para obrar el bien. Por otra
parte, insiste en la gratuidad del don de la gracia, que depende
únicamente de la benevolencia de Dios.
b) Pelagio en Oriente. Inocencio I y Zósimo: En
Oriente trató de ganarse reputación de ascetismo, viviendo
retirado en Belén. Comenzó a tener éxito; pero fue descubierto
por S. Jerónimo. Por esto, en su «Comentario sobre Jeremías»
y luego en su «Diálogo» manifestó S. Jerónimo el peligro de las
nuevas ideas.
Pelagio había ganado al Patriarca Juan de Jerusalén. En el
sínodo de 415, se presentó el español Orosio de parte de S.
Agustín para acusar a Pelagio y Celestio, Pelagio apeló a su
habilidad y confesiones ambiguas, y salió victorioso. El mismo
año 415 celebróse otro sínodo en Dióspolis de Palestina, al que
acudieron dos obispos occidentales, Heros de Arles y Lázaro
de Aix. Pelagio repitió sus expresiones ambiguas, engañó a los
prelados occidentales que no entendían el griego, y fue de
nuevo declarado inocente. Envalentonados los amigos de
Pelagio, se dedicaron a una intensa propaganda. Pero S.
Agustín desde el África no los perdía de vista. Bajo su iniciativa,
se reunieron en 416 dos sínodos, en Cartago y en Mueve,
donde se condenó otra vez a Pelagio y Celestio y su doctrina.
Además, se dirigieron al Papa Inocencio I pidiéndole
confirmara estas decisiones. Condenó y excomulgó a los dos
herejes mientras no se retractaran. Mas por desgracia, no
había terminado el error. Pelagio y Celestio pusieron en juego
todas sus artes de astucia y disimulo. Compusieron cada uno
por su parte sendos memoriales, que llegaron al sucesor,
Papa Zósimo, en 417. El de Pelagio, llamado «libellus fidei»,
evita con habilidad las cuestiones sobre el pecado original y la
gracia interna. Zósimo quedó satisfecho. Más hábil todavía fue
Celestio. Se dirigió a Roma y entregó su memorial o «profesión
de fe, en la que afirmaba todos los puntos dogmáticos que no
hacían al caso, añadiendo que en cuestiones libres se remitía
al juicio del Papa. Él creyó por un momento en la inocencia de
Celestio y Pelagio, y así dirigió una carta a los obispos
africanos, en que se los tildaba de precipitación. Entretanto hizo
examinar de nuevo todo el proceso. S. Agustín y los obispos
africanos, convencidos de la astucia de Celestio y del engaño
al Papa, enviaron en seguida un memorial a Roma, donde se
probaban las acusaciones contra los pelagianos con multitud
de textos patrísticos; además, reunieron en Cartago un sínodo
en otoño de 417, y en él se declararon insuficientes las
explicaciones de Celestio.
12. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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Capítulo V
Herejías soteriológicas
y otras especiales
c) Condenación definitiva del pelagianismo.: Antes de recibir
la respuesta del Papa, se había celebrado en Cartago, en mayo
de 418, un gran sínodo. En él se había examinado de nuevo y
condenado toda la doctrina pelagiana. Las actas habían sido
enviadas a Roma. S. Agustín escribió por su parte el mismo año
418 el tratado «De gratia Christi et de peccato originali», en que
descubre los errores y falacias de Pelagio.
Todo esto acabó de convencer al Papa. Así, pues, invitó a
Pelagio y a Celestio a que se presentaran y respondieran a las
acusaciones. Pero ellos no hicieron caso. El emperador
Honorio, por su parte, aplicó contra ellos la pena del destierro.
El Papa Zósimo publicó la célebre epístola tractoria, en la que
invita a todos los obispos a admitir el fallo contra la doctrina
pelagiana y propone claramente la verdadera doctrina. Pero
Julián de Eclano, con otros diecisiete obispos italianos, se
negaron a aceptarlo y continuaron por algún tiempo las
cuestiones pelagianas. Se entabló un verdadero duelo literario
entre Julián y S. Agustín. Esta última fase de la contienda es la
más fecunda en la producción literaria de S. Agustín, pues tenía
que habérselas con un hombre profundo y taimado y mucho
mejor dialéctico que Pelagio y Celestio. El Emperador desterró a
Julián de Italia, el cual se juntó en Oriente con los nestorianos.
Murió olvidado de todos en 454. El Concilio de Éfeso de 431
condenó de nuevo su doctrina.
II. El semipelagianismo y la doctrina de San Agustín
sobre la predestinación:
a) Primera discusión: Contra la exageración pelagiana del
poder de la libertad humana, insistió S. Agustín en el poder
divino, afirmando que todas nuestras obras buenas dependen
de Dios, y la perseverancia final es don suyo gratuito. Sin
embargo, aunque es verdad que, frente a la doctrina pelagiana,
San Agustín urgió cada vez más la soberanía absoluta de Dios,
dejaba siempre a salvo la libertad humana. Según S. Agustín, la
gracia eficaz opera en el hombre infaliblemente, pero jamás por
una acción irresistible. Por otra parte, la predestinación, según
S. Agustín, es absoluta, gratuita y libre por parte de Dios y fruto
de su misericordia, en lo cual consiste el misterio insondable de
la predilección de unos respecto de otros, pero en ningún caso
quita nada de la libertad del hombre. Resuelve la duda de los
monjes de Adrumeto con dos tratados: «De gratia et libero
arbitrio» y «De correptione et gratia». En realidad, en ambas
obras pone a salvo la libertad humana, si bien insiste en la
necesidad absoluta del concurso de Dios para toda obra buena.
b) Discusión y condenación del semipelagianismo: El abad
Juan Casiano desencadenó una tempestad con ocasión del
último escrito de S. Agustín «De correptione et gratia». La
doctrina sobre la predestinación les parecía muy dura. El que
unos se salven y otros no, decían, depende del hombre. En
caso contrario, se quita la libertad. Dios ofrece a todos las
gracias necesarias y suficientes sin hacer distinción. Del
hombre depende la primera elección, el initium fidei. Con este
primer movimiento libre hacia el bien, merece el hombre, el
auxilio de la gracia, necesaria para todas las otras obras
buenas. La perseverancia final no es, pues, un don gratuito
sino que depende del primer movimiento, el cual a su vez
depende del hombre. Con esta doctrina atrajo Casiano a
muchos. Bien pronto los monjes de la isla de Lerins se juntaron
a los de San Víctor, donde Casiano era abad.
Contra esta doctrina, que era un pelagianismo vergonzante, se
levantaron Hilario, de origen africano, y Próspero de Aquitania
(463), ambos laicos, pero muy versados en cuestiones
teológicas. Dirigiéronse, ante todo, a S. Agustín, el cual
compuso entre 428 y 429 sus obras «De dono perseverantiae»
y «De praedestinatione Sanctorum». En ellas hacía depender la
predestinación del solo beneplácito de Dios. Aunque esto no
satisfizo a los monjes de Marsella, en vida de S. Agustín no
respondieron. Pero al morir él el año 430, continuaron
abiertamente su propaganda.
Entonces el Papa Celestino intervino por vez primera,
dirigiendo a los obispos de las Galias una sentida
recomendación de S. Agustín y una buena exposición de la
doctrina ortodoxa en esta materia. Los marselleses no se
dieron por satisfechos, y así continuó la campaña por ambas
partes.
En toda esta discusión aparece claramente la buena fe de los
hombres notables que defendieron las ideas semipelagianas.
Por otra parte, los defensores de S. Agustín y de la verdadera
ortodoxia lucharon incansablemente por descubrir y hacer
condenar los errores contrarios. Con esto se formaron dos
tendencias o partidos, que combatieron durante un siglo entero
por sus respectivas ideas.
Finalmente, el año 529, un sínodo celebrado en Orange
(Arausicanum II) por iniciativa de Cesáreo de Arles, condenó en
veinticinco cánones la doctrina pelagiana y la de los monjes de
Marsella. Esta última recibió el epíteto de semipelagianismo en
el siglo XVI. Con la aprobación que dio el Papa Bonifacio II a
este sínodo, recibieron sus veinticinco cánones la infalibilidad
conciliar.
13. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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DESARROLLO
Capítulo V
Herejías soteriológicas
y otras especiales
III. El priscilianismo en España y fuera de ella:
a) El priscilianismo y su condenación eclesiástica: A principios del siglo
IV se formó entre los católicos españoles una sociedad piadosa, formada
por clérigos, casados y solteros, íntimamente unidos, y que se llamaban
mutuamente hermanos. Profesaban pobreza y continencia. En un principio
apenas se advertía en ellos otra cosa mala, fuera de cierto fanatismo o
exageración peligrosa de la piedad. Pero en la segunda mitad del siglo IV
se juntó al movimiento y tomó su dirección Prisciliano, hombre rico, inquieto
y soñador. Con gran ingenio y extraordinaria actividad ganó rápidamente
muchos adeptos y fue dando a la secta un carácter cada vez más
misterioso y extremista. El primero que se dio cuenta del peligro de la
nueva secta fue el obispo Higinio, y poco después Idacio de Mérida, los
cuales iniciaron una polémica animada. En 380, se celebró un sínodo en
Zaragoza, al que no se presentaron los priscilianistas. El Concilio
anatematizó una serie de prácticas que, según parece, son las de los
priscilianistas.
De los diversos escritos de Prisciliano se deduce que enseñaba lo
siguiente: la base de todo la formaba el secreto y misterio, la profesión de
un ascetismo especial, la unión íntima entre los afiliados. Los fieles están
divididos en tres clases, que recuerdan las de los gnósticos. Los más
perfectos poseen una especie de impecabilidad y no tienen que obedecer a
otra ley que a la inspiración interior de Dios. Defendían además otros
principios más especulativos; pero una de las cosas más típicas era la
teoría de que; aparte los libros inspirados de la Escritura, podía haber otros,
como podía haber otras revelaciones, y de hecho suponían que ellos
estaban inspirados por Dios.
b) Lucha encarnizada y muerte de Prisciliano: El emperador Graciano
dio la orden de destierro de Prisciliano y todos los obispos de la secta.
Prisciliano tuvo que someterse. En Burdeos ganó para su causa, entre
otros, a la viuda Eucrocia y su hija Prócula, quienes le ayudaron mucho en
adelante con su dinero y su entusiasmo. De Francia partió Prisciliano para
Roma; pero el Papa Dámaso no lo quiso recibir. Lo mismo le sucedió en
Milán con S. Ambrosio. En cambio, con el oro de Eucrocia sobornaron a los
agentes imperiales de Graciano y consiguieron que se levantara el propio
destierro y, en cambio, se persiguiera a Idacio, quien tuvo que escapar de
España. Pero Idacio, al apoderarse del Imperio el usurpador Máximo, se dio
maña para obtener que se procesara a Prisciliano y los suyos.
En efecto, Prisciliano, Instancio y Salviano fueron presos. En el Concilio de
Burdeos de 384, Instancio no logró justificarse y fue desterrado. Temiendo
entonces lo mismo Prisciliano, apeló al tribunal civil del Emperador. Ésta fue
su perdición. Trasladados a Tréveris, residencia imperial, S. Martín de
Tours se opuso a que tratara aquella causa un tribunal civil, pero no pudo
evitarlo. Probado el delito, fueron sentenciados a pena capital Prisciliano,
Eucrocia y otros cinco.
14. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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DESARROLLO
CAPÍTULO VI
Ciencia y literatura
eclesiásticas
El período que se extiende desde S. Atanasio hasta el Concilio
de Calcedonia (451) constituye, sin duda, la edad de oro de la
Patrología.
I. Apogeo de la Teología oriental: siglos IV y V:
Escuela de Alejandría: Insistía más en la filosofía platónica y
en cierta tendencia ascética o mística de la Teología, por lo cual
ponderaba particularmente la parte divina del Verbo encarnado,
que la llevó a la exageración del monofisitismo. En exegética
continuó cultivando particularmente la explicación simbólica y
alegórica de la Escritura.
Escuela de Antioquía: Manifiesta una tendencia más humana,
basada más bien en el sistema aristotélico. Por esto en la
exegética buscaba el sentido literal, ya propio, ya figurado, y en
Teología hacía resaltar la parte humana del Hombre-Dios, que
la llevó al extremo de las dos hipóstasis o personas.
a) Escuela de Alejandría: Aparece: 1. S. Atanasio (+373):
Verdadero símbolo de la fe ortodoxa en su encarnizada lucha
contra el arrianismo. Desde el Concilio de Nicea hasta su
muerte, ocurrida en 373, tuvo que mantener una batalla
continua en defensa de la fe, por lo cual fue cinco veces
desterrado y tuvo que sufrir innumerables persecuciones de
todas clases. Escribió igualmente muchas e importantes obras.
Sin embargo, de todas se puede notar que no se distinguen por
su carácter especulativo, sino por su objeto eminentemente
práctico. 2. Dídimo el Ciego (+ 398): aunque perdió la vista a
los cuatro años, se distinguió por su extraordinaria erudición y
profundidad de pensamiento. Siguió a Orígenes, de modo que
vino a defender sus mismos errores. Escribió diversos
comentarios a la Sagrada Escritura, aunque todos han
desaparecido, fuera de pocos fragmentos. Desde el punto de
vista dogmático escribió «De Trinitate» y «De Spiritu Sancto»,
en los cuales refuta a los arríanos y a los macedonianos.
3. S. Basilio (329-379): Al lado de S. Atanasio lucharon en
Oriente contra la herejía y sobresalen entre los Padres
orientales los tres grandes capadocios, S. Basilio el Grande,
S. Gregorio Niseno y S. Gregorio Nacianceno. El más ilustre de
los tres es S. Basilio. Luchó contra el emperador Valente; y aun
cuando se vio abandonado de sus propios amigos, siguió
defendiendo hasta la muerte la causa de la ortodoxia contra los
macedonianos, apolinaristas y demás herejes. Sus dos Reglas
se generalizaron en Oriente como en Occidente la de S. Benito.
No obstante esta múltiple actividad, todavía tuvo tiempo para
componer obras importantes.
4. S. Gregorio Niseno (331-396): Hermano menor de
S. Basilio, se distinguió especialmente por la profundidad de su
ingenio, por lo que fue designado como «el filósofo».
Consagrado obispo de Nisa por su propio hermano, bien pronto
se hizo en su diócesis objeto de odio de los arríanos; pero
trabajó hasta su muerte con gran intensidad. Todos sus
escritos son ricos en ideas; por otra parte, se dejó llevar de
Orígenes a algunos de sus errores, como el de la
apocatástasis. 5. S. Gregorio Nacianceno (328-389): Toda su
vida fue una lucha entre su amor a la vida retirada y la actividad
frente a las herejías, a donde lo empujaban S. Basilio, Con su
extraordinaria elocuencia y la mansedumbre de su trato
condujo a muchos a la verdadera fe. El emperador Teodosio lo
hizo "Patriarca de Constantinopla, y como tal presidió algún
tiempo el Concilio II ecuménico de 381. Al fin se retiró de nuevo
y murió en la soledad de Arianze. 6. S. Cirilo de Alejandría
(370-444): Hombre de un carácter vehemente, la experiencia y
la gracia le fueron enseñando el sistema de blandura, que supo
emplear abundantemente en los últimos años de su vida. Es,
sin duda, uno de los teólogos más eminentes de la escuela
Alejandrina, el teólogo de la Encarnación. Como exegeta,
escribió diversos comentarios escriturísticos, en los cuales, fiel
a los principios de su escuela, busca con exceso las alegorías y
sentidos típicos. En cambio, como dogmático y polémico
merece ser colocado entre los primeros Santos Padres.
7. Macario el Viejo (+390): Natural de Egipto y uno de los
prohombres del ascetismo del desierto. De él se nos conservan
cincuenta homilías sobre diversos asuntos ascéticos, dirigidas
a los solitarios. Sin embargo, recientemente se han hecho
estudios especiales sobre estos escritos y se ha llegado a la
conclusión de que casi todos contienen doctrinas iluministas y
pertenecen a algún miembro de la secta de los mesalianos de
fines del siglo iv. Evagrio Póntico, muerto en 399, discípulo de
los grandes Capadocios, solitario de Egipto y amigo de
Macario, muy venerado como asceta, pero al fin condenado
como origenista.
15. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
LA IGLESIA UNIDAD CON EL
ESTADO EN SU ULTERIOR
DESARROLLO
CAPÍTULO VI
Ciencia y literatura
eclesiásticas
b) Escuela de Antioquía: La tendencia algo racionalista de la
escuela hizo caer en diversas herejías a varios de sus doctores
más ilustres. 1. Apolinar de Laodicea el Joven (+390): Se hizo
benemérito de la causa católica con su actividad contra el
arrianismo; pero basado en los principios de la escuela
antioquena, vino a caer él mismo en el error a que dio su
nombre. 2. Diodoro de Tarso (330-392): Fue uno de los
hombres más eminentes, que junto con sus discípulos Teodoro
de Mopsuestia y San Juan Crisóstomo puso el fundamento de la
gloria de la escuela antioquena. Dotado de gran erudición y
talento, trabajó con ardor, como obispo de Tarso, en la defensa
de la fe católica, por la cual fue desterrado por Valente. Mas por
desgracia, en su lucha contra Apolinar cayó en el defecto
contrario, que puso la base del nestorianismo. 3. Teodoro de
Mopsuestia (350-428): Discípulo de Diodoro, luchó como él
contra los origenistas, arríanos y apolinaristas; como obispo de
Mopsuestia continuó trabajando por la conversión de los
paganos. Mas por desgracia, también él cayó en el error, base
del nestorianismo. 4. S. Juan Crisóstomo (347-407): Es el
hombre más eminente de la escuela de esta ciudad. Por su
extraordinaria elocuencia recibió en el siglo VI el epíteto de
Crisóstomo (boca de oro) y por la entereza de carácter y celo de
las almas es una de las figuras más destacadas del mundo
oriental. Inició en Antioquía su actividad oratoria, que tanta fama
le ha dado, dirigiendo al pueblo aquellas homilías llenas de
profunda erudición escriturística, pero empapadas en la más
intensa piedad cristiana y en los efectos oratorios más variados.
Elevado a la sede de Constantinopla en 398, continuó allí su
actividad infatigable, a la cual pusieron término las intrigas de
Teófilo de Alejandría y de la emperatriz Eudocia. 5. Teodoreto
de Ciro (393-458): Distinguióse por la amplitud de sus
conocimientos. Sin embargo, el desarrollo de los
acontecimientos trajo las cosas de manera que desde 430
apareció como amigo de Nestorio y enemigo de S. Cirilo,
aunque más tarde se vio claramente la pureza de su intención,
siendo el portavoz de la ortodoxia contra el monofisitismo. 6.
Isidoro, abad de Pelusium, en la ribera del Nilo, muerto en
440, de quien conservamos una cantidad enorme de cartas;
Nilo el Viejo (+430), primero prefecto de Constantinopla y luego
monje en el Sinaí, de quien poseemos diversos tratados
ascéticos; Palladio (+ ca. 425), obispo del Asia Menor, autor de
una célebre biografía de S. Juan Crisóstomo y de la «Historia
Lausiaca», biografías de muchos monjes.
c) Escritores de Palestina: 1. Eusebio de Cesárea (265-339):
En el arrianismo, apareció claramente su carácter
contemporizador, diplomático y simpatizante con las ideas
arrianas. 2. S. Cirilo de Jerusalén (313-386): Ordenado
sacerdote en Jerusalén se encargó de la instrucción
catequética de los neófitos, cargo que siguió ejerciendo aun
después de consagrado obispo de la misma ciudad.
Sus 24 catequesis, son un magnífico comentario del símbolo
bautismal usado en aquella iglesia. Tuvo una vida muy agitada
a causa de las cuestiones arrianas.
3. S. Epifanio (315-403): Obispo de Constancia en Chipre
(Salamina), tuvo, como casi todos los prohombres eclesiásticos
de su tiempo, una vida muy agitada, debida en buena parte a
su espíritu rectilíneo, incapaz de hacerse cargo de las
dificultades del adversario. Escribió el «Ancoratus», que
presenta una exposición de la doctrina católica, sobre todo del
dogma de la Trinidad, contra los arríanos. En él incluye dos
símbolos de fe, uno de los cuales forma la base del símbolo del
II Concilio ecuménico.
d) Literatura siríaca y amena: 1. Afraates (280-345): Es el
primer escritor de principios del siglo IV, monje y asceta, y más
tarde obispo de una ciudad desconocida, y que por su mucha
erudición fue designado como monje sabio. Sus 23 homilías
son un precioso testimonio de la fe de su país por este tiempo,
pues su doctrina está en todo conforme con la fe de Nicea.
2. S. Efrén (306-373): Director desde 365 de la escuela de
Edessa, a la que elevó a su máximo esplendor. Por su gran
humildad, no quiso nunca ser obispo ni aun sacerdote y quedó
diácono toda su vida. Brillaron sus dotes naturales de orador,
místico y poeta, por lo cual sus compaisanos lo apellidaron
Cítara del Espíritu Santo. 3. Isaak el Grande (+ 460): Abad de
un monasterio de Antioquía, fue escritor fecundo y escogido.
4. S. Mesrom (+ 441): Es el fundador de la Iglesia y de la
literatura armenia. Con el apoyo del gran Isaak, Patriarca de los
armenios, tradujo la Sagrada Escritura junto con otros literatos,
y además organizó la literatura armenia.
16. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
LA IGLESIA UNIDAD CON EL
ESTADO EN SU ULTERIOR
DESARROLLO
CAPÍTULO VI
Ciencia y literatura
eclesiásticas
II. Apogeo de la Teología occidental:
Las razones de este apogeo son las mismas que en el Oriente:
por una parte, la prosperidad de la Iglesia, y la necesidad de su
defensa contra la herejía; y por otra, el talento extraordinario de
una serie de hombres, con que Dios quiso distinguir a su Iglesia.
a) Las primeras lumbreras: 1. S. Ambrosio (340-397): Es el
que mejor representa y caracteriza a los Padres occidentales
del siglo IV. Inició su actividad como gobernador de Milán; pero
allí fue elevado en 374 a la dignidad episcopal. Desde entonces
se dedicó con toda su alma al cumplimiento de su ministerio,
siendo realmente el modelo del príncipe de la Iglesia, consejero
de los emperadores y defensor de la ortodoxia. Poseía un
carácter blando, unido a una voluntad enérgica que no conocía
dificultades. Llegó a ejercer con su trato y su elocuencia un
influjo extraordinario en todos los que le rodeaban. Los escritos
que nos dejó son numerosos. 2. S. Jerónimo (342-420): En
Oriente, se dedicó a la vida anacorética; luego en Antioquía,
hizo estudios especiales de exegética bajo el magisterio de S.
Gregorio Nacianceno, y adquirió aquella sólida formación (base
de su actividad literaria). Poco después partió para Roma.
Después de tres años (382-385), volvió al Oriente, donde
permaneció el resto de su vida en Belén, en el monasterio que
él mismo fundó. A pesar de sus arrebatos de cólera, aun con
sus mejores amigos como S. Agustín y Rufino, mostraba un
alma generosa. Su estilo es el mejor entre los grandes Padres
latinos. Sus trabajos más importantes son los que se refieren a
la Sagrada Escritura (la traducción de la Biblia en latín (vulgata).
3. S. Agustín (354-430): El más ilustre de todos los Padres
occidentales y aun de toda la Edad Antigua. A pesar de la
influencia de su madre, se entregó a una vida excesivamente
libre, cayendo en los errores maniqueos. Dotado de un talento
extraordinario, se dedicó a la enseñanza de la elocuencia en
Cartago y en Milán. Cayó en el escepticismo de la Nueva
Academia y del neoplatonismo; pero habiendo escuchado por
curiosidad los sermones de S. Ambrosio, quedó cautivado por la
belleza de la doctrina cristiana. Se rindió a la gracia y en Pascua
del año 387 recibió el bautismo de manos de S. Ambrosio. En
391 fue ordenado sacerdote y en 394 consagrado obispo de
Hipona, donde trabajó incansablemente hasta su muerte (430).
Sus dotes de escritor son una consecuencia de una profundidad
extraordinaria de entendimiento; una erudición pasmosa; un
sentido práctico de las cosas, que da un sello característico a
toda su actividad eclesiástica. Se puede afirmar que juntaba
magníficamente la profunda especulación oriental con el sentido
práctico de los romanos y occidentales.
4. S. León Magno (390-461): Elevado a la Sede
Pontificia en trance bien difícil para la Iglesia, manifestó la
genialidad de su carácter con ocasión de las invasiones de Atila
y de Genserico. En el régimen interior de la Iglesia, fue el gran
defensor de la unidad cristiana contra el monofisitismo (Epístola
Dogmática), los pelagianos, donatistas, maniqueos y
priscilianistas. Por todo esto se le apellida Magno.
b) Otros Padres latinos importantes: 1. S. Hilario de
Poitiers (303-368): Siguió algún tiempo la filosofía epicúrea,
hasta que, ya de edad madura, recibió el bautismo hacia el año
350 y bien pronto fue elevado a la sede episcopal de su patria.
Desde entonces toda su actividad eclesiástica y literaria gira en
torno de la defensa de la ortodoxia frente a los arríanos y al
emperador Constancio, por quien fue desterrado a la Frigia
desde 356 a 359. Vuelto a su patria, siguió hasta su muerte
siendo la columna de la fe. En sus escritos supo juntar la
especulación y profundidad de los griegos con la dialéctica y
fuerza de los latinos. 2. S. Paulino de Ñola (353-431): Se hizo
bautizar ya de avanzada edad y se retiró a Barcelona, donde
profundizó más y más en la vida cristiana hasta que, muerta su
esposa y vuelto a Ñola junto a la tumba del mártir S. Félix, se
dedicó a la vida ascética y a la composición de sus numerosas
poesías. El año 409 fue consagrado obispo de la ciudad.
3. Rufino de Aquilea (+ 410): Recibió su formación en Roma y
fue entusiasta de Orígenes. Durante largo tiempo dirigió un
monasterio en el Monte Olívete, donde vivió dedicado a la
ascética y en íntima amistad con S. Jerónimo, que se
transformó en una verdadera guerra literaria con ocasión de la
cuestión origenista. Su amistad con S. Paulino de Ñola y la
estima que de él hacía S. Agustín dicen mucho en favor de sus
cualidades personales.
c) Escritores de segando orden: 1. Escritores dogmáticos:
En la cuestión semipelagiana tomaron parte diversos
escritores: Juan Casiano (+435): Abad de San Víctor en
Marsella y portavoz del semipelagianismo; Arnobio, el joven:
Monje, también semiarriano; De Vicente de Lerins y Fausto
de Riez ya se hizo mención. Contra todos éstos escribieron:
Mario Mercator (+ ca. 451) y, sobre todo, Tiro Próspero de
Aquitania, grandes defensores de San Agustín. Por otra parte
sobresalieron: Pedro Crisólogo, obispo de Ravena (+450),
célebre por el gran número de sermones que nos dejó; Máximo
(+ 470), obispo de Turín, célebre predicador también;
Eucherius (+450), obispo de Lyón; Philaster (+ 397), obispo
de Brescia; Firminius Maternus (ca. 347).
17. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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ESTADO EN SU ULTERIOR
DESARROLLO
CAPÍTULO VI
Ciencia y literatura
eclesiásticas
2. Grupo de Historiadores: Opiato Milevitano (+372)
compuso el año 370 una historia del cisma donatista; Sulpicio
Severo: Originario de Aquitania y muerto en 420; Gennadio,
sacerdote de Marsella (|485), escribió una continuación de la
obra de S. Jerónimo; Víctor, obispo de Vita. 3. Poetas
Cristianos: Conviene recordar los siguientes: Sedulio,
sacerdote, compuso dos himnos, de los cuales están sacados el
«A solis ortus cardine» y «Crudelis Herodes»; Comodiano:
Escribió un «Carmen apologeticum» y una serie de versos
acrósticos sobre temas ascéticos.
III. Escritores eclesiásticos griegos y latinos en los
siglos VI y VII:
Después del apogeo de los siglos IV y V, sigue una postración
general de la Teología griega y latina. Sin embargo, tanto en
Oriente como en Occidente brillaron algunos escritores insignes.
a) Escritores eclesiásticos griegos: 1. Pseudo-Dionisio
Areopagita: S. Gregorio Magno y Máximo Confesor reconocen
su autenticidad, y, así, fueron tenidos hasta que el humanista
Antonio Valla y los estudios recientes de Stiglmayr y H. Koch
probaron que no era así y que manifiestan cierta dependencia
de los neoplatónicos. Las obras son en su conjunto ortodoxas y
que por su misticismo y supuesto origen ejercieron mucho influjo
en la ascética medieval. 2. S. Máximo, confesor (+662): Monje
y abad de Chrysopolis (Skutari), uno de los principales
defensores de la ortodoxia contra el monotelismo. Distingüese
por la amplitud de sus conocimientos y la fuerza invencible de
su dialéctica. 3. S. Sofronio de Jerusalén (+638): Teólogo,
hagiógrafo y poeta. Compuso una célebre carta sinodal en
defensa de la ortodoxia contra los monotelitas y una obra sobre
el mismo tema, que contenía un florilegio de Santos Padres. 4.
Leoncio de Bizancio (+ ca. 543): Fue uno de los teólogos más
beneméritos de su tiempo. Su doctrina es sólida y segura,
haciendo ver la concordancia entre las decisiones de Éfeso y de
Calcedonia. 5. Escritores ascetas: S. Juan Clímaco (+ ca.
600): Monje del Sinaí. Su ascética, fácil y segura, se generalizó
mucho durante la Edad Media. Juan Mosco (+ 619): Monje de
la Nueva Laura, compuso la obra, prado espiritual, una de las
obras de ascética más leídas en la Edad Media. 6. Son dignos
también de mención: Procopio de Gaza (1528): Se posee una
abundante colección de cartas y comentarios al Antiguo
Testamento. Cosme el Navegante, Comerciante alejandrino.
Emprendió muchos viajes en la India, Persia y todo el Oriente,
luego monje y anacoreta. Escribió la «Topografía cristiana»
(574), que reúne datos sobre el Cristianismo primitivo en las
regiones orientales.
b) Escritores eclesiásticos latinos: 1. S. Gregorio Magno
(540-604): Es el Papa más grande de los siglos VI y VII y uno
de los hombres que más influyeron en la organización
eclesiástica en aquel período de transición. En 590 fue elevado
al Pontificado, donde desarrolló una actividad verdaderamente
universal y benéfica para la Iglesia. Por lo que se refiere a su
actividad literaria, su gloria principal son sus sermones y su
epistolario, a los que deben añadirse sus obras morales y
litúrgicas. En las veintidós homilías sobre Ezequiel, y en las
cuarenta sobre los Evangelios, que pronunció siendo Papa y se
conservan todavía, aparecen claramente sus dotes de orador
sencillo, que descuida tal vez el ornato exterior y los afeites
clásicos. 2. Fulgencio de Ruspe (+533): Sus obras contra el
semipelagiano Fausto de Riez han sido conmemoradas en otro
lugar. Fuera de esto, compuso el libro «Contra Arríanos» y tres
libros «Contra Thrasamundutn». Además, reunió en su obra
«De fide seu de regula fidei» un verdadero compendio de la
doctrina católica. 3. Boecio (+ 525): Era hombre de
extraordinaria erudición, gran orador, filósofo y poeta. En
teología compuso cinco opúsculos, de los cuales son dignos de
notarse el «Liber de sancta Trinitate» y el «Liber contra
Nestorium et Eutichen». Más importantes son sus trabajos
filosóficos. Varios de ellos son las célebres traducciones de
Aristóteles y Porfirio. Puede ser considerado como un mediador
entre la doctrina aristotélica y la escolástica medieval. 4.
Casiodoro Senador (+ 570): Se distingue por la universalidad
de sus conocimientos, comparable con la de S. Isidoro de
Sevilla. Sus obras fueron muy usadas en la Edad Media. 5.
Dionisio Exiguo (+ 540): Se distinguió por su vasta erudición.
Su actividad consistió en sus traducciones del griego y en su
colección de Decretales pontificias y cánones conciliares, en la
llamada «Dionysiana collectio». Por otra parte, él fue quien
introdujo la Era cristiana e hizo el cálculo alejandrino de la
Pascua. 6. Liber Pontificalis: Su primera parte comprende las
biografías de los Papas basta el año 530, compuesta por un
clérigo anónimo durante el pontificado de Bonifacio II (530-
532). Como base para los primeros siglos sirvió el catálogo
Liberiano, que reunía gran cantidad de listas, estadísticas y
datos históricos de los primeros siglos. Otros autores
desconocidos hicieron posteriormente diversas continuaciones
de las biografías pontificias. 7. S. Cesáreo de Arles (470-543):
Gran debelador de la causa semipelagiana en su última fase,
fue buen predicador popular, promovedor de la vida monástica
y defensor de los intereses cristianos. Su producción literaria la
forman sus sermones.
18. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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DESARROLLO
CAPÍTULO VI
Ciencia y literatura
eclesiásticas
8. S. Avito de Vienne (450-518): Columna de la Iglesia
borgoñona. Conservamos de él las obras siguientes: «Iábelli de
spiritualis historiae gestis», poema en 2552 hexámetros, una
especie de Historia religiosa universal; dos libros «Contra
Eutichianam haeresim», y un buen número de cartas de gran
valor histórico. 9. Gregorio de Tours (+ 593 ó 594): Su gloria
literaria está basada en sus escritos de carácter histórico. Su
crítica es muy deficiente. Sin embargo, la obra es de gran valor,
pues es casi lo único que poseemos de este período revuelto de
la historia franca. 10. Venancio Fortunato (+ ca. 600): Sus
poesías, aunque adolecen del mal gusto de su tiempo,
demuestran gran inspiración religiosa. 11. Escritores de las
Islas Británicas: Gildas el Sabio (+ 570), En 560 compuso
«De excidio Britanniae»; S. Columbano Irlandés (+615):
Célebre como fundador de monasterios en el centro de Europa,
por su «Regula coenobialis» y sus cartas; Teodoro de Tarso
(+690): Arzobispo de Cantorbery (668), quien nos dejó el
manual de penitencia titulado «Poenitentiale».
IV. Concilios españoles y florecimiento de la Iglesia
visigótica:
Constituye lo más saliente en toda la Historia Eclesiástica
durante los siglos VI y VII.
a) Principales Concilios de este tiempo: 1. CONCILIO DE
ELVIRA: Es el concilio nacional más discutido por su
antigüedad y por los muchos cánones que de él han pasado al
Derecho universal; y a que se ha dudado de su ortodoxia. De
sus ochenta y un cánones interesan principalmente dos asuntos
el primero es el canon 36, en que se prohíben las imágenes.
El segundo, otros veinte cánones, en los que se castigan ciertos
pecados gravísimos, negándoles la «comunión» aun en la hora
de la muerte. Por consiguiente, algunos lo han acusado de
iconoclasta y novaciano. 2. CONCILIOS DE TOLEDO: Luego
de un periodo de invasiones, la Iglesia española comenzó
aquella serie de Concilios de Toledo, que forma una de las
notas más características de los siglos VI y VII. El primero, del
año 400, y el segundo, del 527, apenas tuvieron importancia
alguna. Eran convocados por el Rey, lo cual les daba ya un
carácter de asambleas nacionales. Sus atribuciones abarcaban
lo eclesiástico y lo civil. Más aún; la autoridad de sus fallos
parece estaba por encima de la de los monarcas. No obstante,
por lo general, sus decisiones necesitaban la aprobación del
Rey. Los Concilios de Toledo eran asambleas mixtas,
fundamentalmente eclesiásticas, pero con atribuciones civiles.
3. EL RITO GÓTICO o MOZÁRABE: Era el rito primitivo
español, usado en u n principio en las Galias, África y España,
el cual trajeron los primeros evangelizadores a las regiones
occidentales, completado después con las nuevas necesidades
de la Península. Se puede observar que el español había
conservado más elementos del primitivo que el romano. Por
consiguiente, es inexacto denominarlo rito Isidoriano, pues no
fue compuesto por S. Isidoro. Visigodo se le puede llamar en
cuanto fue declarado oficial y generalizado por los visigodos.
Este rito lo conservaron luego los cristianos sometidos a los
árabes, denominados mozárabes.
b) Florecimiento literario de la Iglesia española Siglo IV:
SIGLO IV: 1. S. Dámaso Papa (366-384): sobresalió en el
campo literario por algunas epístolas sinodales y, sobre todo,
por los epigramas dedicados a los mártires. De éstos se
consideran auténticos unos treinta y en ellos se nos comunican
noticias interesantes para la Historia Eclesiástica. 2. S.
Paciano de Barcelona (+ 391): Los escritos que se han
conservado nos lo presentan bajo la luz de una ortodoxia
inmaculada y de un carácter afable y lleno de unción. 3. S.
Gregorio de Elvira (+ 392): Son dignos de mención un tratado
«De fide orthodoxa contra arríanos», y varios opúsculos
exegéticos, que lo acreditan de buen teólogo y buen
escriturario. El poeta Juvenco: Autor de un poema heroico
sobre la vida de Cristo, sacada de los Evangelios. 4. Aurelio
Prudenció (ca.+ 405): Compuso incomparables poesías. En
ellas se distingue por su profunda inspiración cristiana, riqueza
de colorido y dominio de la lengua. Con esto, no obstante
algunas muestras de exuberancia de mal gusto. Potamio de
Lisboa (+ 360): Gran defensor del arrianismo en España. Nos
dejó dos discursos y una carta a S. Atanasio. Latroniano
(+ 385): De quien dice S. Jerónimo que era «muy erudito y
comparable con los antiguos en sus poesías»; Tiberiano
(+385) de la Bética: Defensor del arrianismo, quien compuso
para sincerarse una apología y Semproniano: Escribió varias
obras, de las que sólo se conservan fragmentos.
Prisciliano: Defensor del priscilianismo cuyos escritos se han
encontrado algunos recientemente; Dictinio: Obispo de
Astorga, quien compuso un tratado célebre, «La Balanza».
c) La Iglesia española en el siglo V: 1. Pablo Orosio: Gran
entusiasta de S. Agustín, de quien se profesó discípulo. De él
conocemos las obras siguientes: un «Commonitorium», dirigido
a S. Agustín, resumen de los errores priscilianistas y
origenistas; la «Apología contra Pelagio sobre el libre albedrío»,
y lo que más nombre le ha dado, una «Historia», de que se ha
hablado en otro lugar.
19. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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DESARROLLO
CAPÍTULO VI
Ciencia y literatura
eclesiásticas
2. Idacio (+ 470): Elegido obispo de Aqua Flavia (Chaves en
Portugal), trabajó por comisión de León Magno, contra la herejía
priscilianista. De sus obras conservamos el «Cronicón», que es
una continuación de S. Jerónimo, desde 379 hasta 469.
3. Draconcio: A fines del siglo V brilló este poeta cristiano, que
según todos los indicios era español y originario de la Bética.
4. Itinerario de Eteria: Se trata de un relato muy interesante de
la peregrinación hecha a Tierra Santa con la descripción, sobre
todo, de las ceremonias de Semana Santa y Semana de Pascua
en Jerusalén. En 1903, Dom Férotin probó que el autor de dicho
relato era la virgen española Eteria, y recientemente el P.
Zacarías G. Villada lo ha confirmado plenamente.
d) Principio del florecimiento de la Iglesia visigoda: siglo VI.
1. S. Martín de Braga o Martín Dumiense (+ 580): A él se
debe en gran parte la abjuración del arrianismo del rey de los
suevos Teodomiro, por lo cual es designado como apóstol de
Galicia. Desde el punto de vista literario s e distingue por sus
tratados ascético prácticos y algunos canónicos. 2. S. Leandro
de Sevilla (534-600): En un viaje a Constantinopla entabló
íntimas relaciones con S. Gregorio Magno, que fueron luego
muy fecundas. Así, a instancias de Leandro, escribió Gregorio
las «Morales». De esta amistad procede el interés del Papa por
las cosas de España. 3. Liciniano: Era muy versado en la
Sagrada Escritura. De él se conservan tres cartas interesantes.
Severo de Málaga (+ ca. 600): Compuso un libro contra
Vincencio, en tiempo de Leovigildo. Igualmente se ha perdido
otra obra suya titulada «Annulus». Eutropio de Valencia (+ ca.
600): Tuvo parte muy activa al lado de S. Leandro en el Concilio
de Toledo de 589. Son conocidas sus obras: «De distinctione
monachorum», una carta a Liciniano y otra al obispo Pedro.
Justiniano de Valencia (+ ca. 550): Compuso un «Liber
responsionum ad quemdam Rusticum». Juan de Valclara
(+621): Leovigildo quiso atraerlo al arrianismo; mas como él se
mantuviera fiel, fue desterrado a Barcelona, donde fundó el
monasterio de Valclara, cerca de Poblet. En 592 aparece como
obispo de Gerona. Es célebre, sobre todo/ por el Cronicón de su
nombre, continuación de otro del africano Víctor Túnense.
e) Florecimiento de la Iglesia visigoda: siglo VII:
1. S. Braulio de Zaragoza (+ 646): Tuvo una parte decisiva en
el movimiento intelectual y literario de la España visigoda del
siglo VII. El monumento principal que de él se nos conserva son
cuarenta y cuatro cartas. 2. S. Quirico de Barcelona (+666?):
Estuvo en íntima comunicación epistolar con S. Ildefonso de
Toledo, de quien recibió su tratado «De Virginitate S. Virginis».
Era hombre de gran erudición.
3. S. Ildefonso de Toledo: Hombre de ciencia. Entre sus
escritos merece especial mención el «De Virginitate B. Mariae
contra tres infideles ». Por otra parte, ya de antiguo es conocida
la tradición, consagrada por la pintura clásica; de la aparición
de la Santísima Virgen, obsequiándole por su obra con una
casulla. Eugenio II y III (+ ca. 657) de Toledo, muy alabados
por S. Ildefonso por su cultura y erudición. El último trabajó en
la corrección de las melodías litúrgicas y compuso la obra «De
Sancta Trinitate». S. Fructuoso (+ 665): Fundador de varios
monasterios y de las reglas monacales que compuso. 4. Tajón
(+ 683): Prohombre de la vida cultural cristiana. La gran obra
suya son los cinco libros de las «Sentencias», síntesis de la
doctrina de S. Gregorio Magno y de S. Agustín. Esto es su
principal mérito, pues marca un método nuevo, precursor del
«Liber sententiarum» de Pedro Lombardo y otras obras
parecidas. 5. S. Julián de Toledo (+690): Sobresalió
igualmente por sus actividades públicas, como Mecenas de las
artes y como escritor. Entre sus obras dogmáticas merecen
citarse: el «Pronosticon futuri saeculi», sobre la resurrección de
la carne, obra principal de S. Julián. Son conocidas algunas
obras suyas sobre gramática, multitud de sermones y gran
número de cartas. 6. S. Isidoro de Sevilla (+636): Fue
estimado como el hombre más erudito de su siglo. Además, es
considerado generalmente como el último de los Santos
Padres de la Iglesia occidental. Su ciencia abarcó toda la de su
tiempo. Por esto su mérito, más bien que de profundo
pensador, es de gran sintetizador y organizador, en lo cual
precisamente consiste su originalidad. Su obra principal fue un
libro genial para su tiempo, verdadera enciclopedia, en la que
reunió todos los conocimientos a su alcance. Tal es la intitulada
«Etymolog'iae», que consta de veinte libros y que compuso a
petición de S. Braulio durante los últimos años de su vida.
20. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
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ESTADO EN SU ULTERIOR
DESARROLLO
CAPÍTULO VII
Desarrollo de la vida
ascética y monástica.
Uno de los elementos que más han contribuido siempre a
fomentar el fervor religioso en el pueblo cristiano es el
Monacato.
I. Desarrollo de la vida monástica en Oriente.
Los basilianos:
a) Desarrollo de la vida anacorética: La base primera de la
vida monástica la forma el ascetismo: una vida de retiro más o
menos perfecto, se abstenían del matrimonio, con voto de
castidad o sin él, y se dedicaban a una estricta penitencia y a
los ejercicios de piedad. Estos elementos eran considerados
como esenciales para el perfecto ascetismo. Vírgenes
cristianas: desde los siglos III y IV van formando una porción
selecta de la cristiandad. La Iglesia las rodea de privilegios
especiales, les señala una indumentaria particular y crea una
liturgia conmovedora en orden a su consagración. Solitarios,
ermitaños o anacoretas: Muchos ascetas abandonaron
definitivamente la familia y todo lo que poseían y se retiraron al
desierto, donde vivían dedicados por completo a la vida de
piedad y penitencia y sin comunicación alguna con otras
personas. S. Pablo el Ermitaño (+ 347): Es el primero de los
ilustres ermitaños de Egipto, a donde en adelante afluyeron sus
imitadores en gran número. S. Antonio Abad: A principios del
siglo IV se retiró al desierto de Egipto e hizo vida solitaria; pero
pronto reunió en torno suyo una comunidad de ermitaños. Los
nuevos ascetas vivían en sus chozas solitarias y cada uno por
separado; pero recibían la dirección de un maestro o padre
espiritual. De esta manera, se fueron constituyendo muchas
colonias de anacoretas, que fue la forma definitiva de la vida
anacorética. Ammonio: Se hizo célebre por sus colonias de
solitarios el desierto de Nuria, ya en el siglo IV, contaba con más
de cinco mil discípulos. Santos ilustres: S. Macario el Viejo
(+390): Pobló el desierto de Escitia; Macario el Joven
(+ ca. 395); Hilarión: Constituyó un centro de vida eremítica en
el desierto entre Gaza y Egipto, extendiéndola a Palestina. En
torno suyo se juntaron unos dos mil discípulos.
b) Vida cenobítica o vida propiamente monacal: Consiste
substancialmente en alguna manera de vida común bajo un
superior y alguna regla. S. Pacomio: Su ansia de perfección lo
llevó primero a la vida anacorética, al lado del solitario Palemón.
Pero bien pronto reunió en torno suyo en el alto Egipto gran
cantidad de discípulos, y con ellos fundó el primer monasterio
con todas las características de la vida monacal. Todos vivían
en un lugar cerrado, obligándose a obedecer al superior y
guardar una distribución y regla determinada.
S. Pacomio fundó también monasterios de monjas. A la cabeza
se hallaba la abadesa, llamada comúnmente Arrimas. Llevaban
un velo o al menos un distintivo especial en la cabeza.
Tomaron una forma característica, llamada lauras o cabañas,
pues cada monje vivía en su cabaña por separado, pero todos
en un mismo campo y llevando una vida de comunidad.
c) S. Basilio. Monjes basilianos: En Capadocia, se retiró a
una soledad cerca de Neocesarea. Acudieron a él gran número
de anacoretas, para gozar de su dirección, entre ellos su amigo
S. Gregorio Nacianceno. Los dos compusieron la regla, que es
doble: una larga, que comprende cincuenta y cinco apartados;
otra breve, que consta de trescientos trece disposiciones
breves. Con esta regla se formaron aquellas colonias de
ermitaños que rodeaban al Santo y constituían un cenobio, al
que luego se agregaron otros muchos. Son los basilianos. Ellos
poblaron el Egipto y se extendieron en todo el Oriente. Desde
el siglo VI fueron la regla predominante en Oriente, como los
benedictinos lo fueron en Occidente, y aun hoy día constituyen
los monjes orientales por antonomasia. Las monjas basilianas
tuvieron también gran prosperidad.
d) Sistemas especiales de ascética: 1. Los estilitas:
Penitentes que vivían largos años sobre una columna de ocho,
diez, quince metros de altura, en una superficie de unos dos
metros cuadrados. El más célebre es Simeón Estilita, quien se
mantuvo cerca de Antioquía unos treinta años sobre una
columna, que en los primeros años era más baja, y los últimos
dieciséis años hasta de quince metros de alta. 2. Los inclusos:
Eran hombres o mujeres que se encerraban de por vida en una
celda, donde hacían una vida de oración y penitencia. El
alimento indispensable lo recibían por un agujero. 3. Los
acoimetas: Tenían por objeto la alabanza del Señor. Para ello
se dividían los monjes en tres coros, de modo que
constantemente estuviera alguno de ellos cantando himnos,
etc. Era una especie de «adoración perpetua».
Los peligros del cenobita: Herejes de la vida monacal: Los
sarabaítas en Egipto, y los remoboth en Siria, verdaderos
alumbrados de su tiempo, que especulaban con la vida
ascética para entregarse a cierto libertinaje. A este tipo
pertenecen los giróvagos: Discurrían de un lado a otro, a
veces con pretexto de santidad o de celo; los pabulatores:
Llamados así porque decían asemejarse a los animales
salvajes, y se alimentaban de yerbas y raíces. Contra todos
estos abusos se tomaron medidas en algunos sínodos y aun en
los Concilios ecuménicos. Sobre todo el Concilio de Calcedonia
21. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
LA IGLESIA UNIDAD CON EL
ESTADO EN SU ULTERIOR
DESARROLLO
CAPÍTULO VII
Desarrollo de la vida
ascética y monástica.
II. El Monacato en Occidente. La Orden benedictina:
A partir del siglo IV, tomó la vida monacal en Occidente un
desarrollo extraordinario, que hizo de sus monjes durante la
Edad Media los portavoces de la verdadera cultura cristiana.
a) Primeros conatos en Italia y Francia: 1. San Atanasio: Fue
el primero que comenzó a dar a conocer la vida solitaria. No
mucho después escribió la Vida de San Antonio, que alcanzó
gran difusión. Con esto se deshicieron algunos prejuicios que
existían en Occidente contra los monjes orientales. Existieron
monasterios anteriores a S. Benito. Entre los que los fomentaron
deben citarse: S. Paulino de Ñola y, sobre todo, S. Eusebio de
Vercelli. 2. S. Jerónimo: Hizo varios años vida de ermitaño en
la Tebaida egipcia, donde conoció la santidad de sus
anacoretas y cenobitas. Estando en Roma como secretario de
S. Dámaso (382), contribuyó a infundir en muchos el amor a la
vida monástica, que luego abrazaron. S. Agustín: Fomentó de
diversas maneras la vida monacal en el África romana y de un
modo particular con su obra «De opere monachorum». Pero lo
que constituye propiamente la llamada Regla de San Agustín
son estos dos documentos: la epístola 211, dirigida a unas
religiosas, donde se dan normas fundamentales sobre la
obediencia, pobreza y castidad religiosas y la célebre Regula ad
servos Dei, calcada en la carta anterior, y que en doce capítulos
propone los principios básicos de la vida religiosa aplicada a los
varones. 3. Las Galias: S. Martín de Tours: Primer protector
de la vida monástica en Francia. Hizo vida solitaria durante
mucho tiempo y fundó un monasterio junto a Poitiers, el
Monasterium Lecogiagense, a mediados del siglo IV. Hecho
obispo de Tours, fundó el maius Monasterium de Marmoutier. A
estos dos siguieron otros varios. S. Honorato: Organizó hacia
405, en la isla de Lerins, cerca de Cannes, un centro de vida
eremítica y cenobita, que se fue desarrollando hasta formar un
gran monasterio de grande importancia en los siglos siguientes.
Juan Casiano: Retiróse a la soledad hacia el año 415, cerca de
Marsella, y como se le juntaran gran número de discípulos,
organizó dos monasterios. El de varones fue el célebre de S.
Víctor. En sus célebres tratados, las Instituciones y las
Colaciones, ofrece un conjunto de normas sumamente aptas
para servir de base para la vida religiosa. S. Cesáreo de Arles:
Fue nombrado abad y allí compuso una Regula Monachorum,
de cierto rigor en la pobreza y caridad. Además compuso la
Regula Sanctarum Virginum, siendo ya obispo, para unas
religiosas fundadas por él. Escribió la Recapitulatio, que da una
idea de la organización de la vida religiosa en su tiempo.
.
b) Vida monástica en las Islas Británicas: 1. Irlanda: S.
Patricio, Fundó desde 432 una serie de monasterios en la isla.
Recuérdense solamente los dos grandes monasterios de
Armagh y Bangor. Tanto él como otros abades ilustres
escribieron ciertas normas, por las que se regían sus monjes.
S. Columbano: Salió el año 590 con doce compañeros y se
dirigió a Francia, donde fundó un primer monasterio en Anegray
(Alto Saona) y poco después otro más célebre en Luxeuil, a los
que se juntaron luego otros. El año 610 salió S. Columbano de
su primer centro de operaciones, Luxeuil, y se dirigió por el Rin
al lago de Zurich, donde puso el fundamento del monasterio,
que se levantó allí más tarde, de San Gallen, y muy pronto
pasó a Italia, donde, entre Milán y Génova, fundó el célebre
monasterio de Bobbio. La actividad de S. Columbano y sus
monjes fue la mejor preparación para el florecimiento posterior
de la regla benedictina. 2. Inglaterra: Sus más antiguos
monasterios se remontan a los tiempos de S. Patricio. El más
ilustre es English Bangor, cerca de Chester. La mayor parte
fueron fundaciones de los monjes irlandeses, que luego se
desarrollaron con independencia. En Escocia introdujeron la
vida monacal 5. Niniano y S, Columbario, según se ha dicho en
otro lugar.
c) El Monacato en España: Junto con el florecimiento de toda
la vida eclesiástica, a fines del siglo IV y a principios del V, se
extendió el entusiasmo de Occidente por la vida monacal. Sin
embargo, durante el siglo V, debido a las invasiones, el
movimiento monástico quedó paralizado. Pero con la
conversión del Estado visigodo en el siglo VI, la vida monástica
comenzó a prosperar de una manera semejante a la de
occidental. Así, se tiene noticia del monasterio Servitano en
Valencia, fundado por un tal Donato, escapado de los vándalos
de África. De principios del siglo VI son los monasterios de San
Victoriano, cerca del Cinca; el de San Félix, cerca de Toledo,
donde se educó S. Julián; el Agaliense, en los arrabales de
Toledo, de donde salieron los Santos Eladio, Justo, Eugenio I e
Ildefonso; San Millán de la Cogulla, del que proceden muchos
ilustres varones. Sabemos que S. Martín de Braga o de Dumio,
S. Fructuoso, S. Valerio y Sto. Toribio de Liébana la
propagaron en tres focos principales: las cercanías de Braga,
territorio del Bierzo y las faldas de los Picos de Europa. Fue
célebre especialmente el monasterio de Dumio, cerca de
Braga, construido por S. Martín. Con la conversión de
Recaredo, tomó nuevo empuje, en el siglo VII la vida monástica
22. MODULO III: PERÍODO II (313-681)
LA IGLESIA UNIDAD CON EL
ESTADO EN SU ULTERIOR
DESARROLLO
CAPÍTULO VII
Desarrollo de la vida
ascética y monástica.
S. Martín de Braga, con sus Sentencias de los Padres y
Palabras de los ancianos, dio normas de vida a sus monjes. S.
Leandro, a petición de su hermana Sta. Florentina, compuso
una Regla, que más bien debe denominarse tratado ascético.
Más importante es la «Regula Monachorum» de S. Isidoro de
Sevilla, que se inspiró en la de S. Benito, y tal vez en la de S.
Pacomio y otras orientales. Pero las que más extensión
alcanzaron fueron las dos de S. Fructuoso, las cuales
contribuyeron a que se multiplicaran los monasterios en el
Bierzo y en Galicia: «Regula Monachorum» y «Regula
communis».
d) La Orden benedictina: Lo anterior fue la preparación para la
gran familia de los monjes medievales por antonomasia, que fue
eliminando a todas las demás: la Orden de S. Benito,
establecida en el siglo VI. S. Benito: Nacido el año 480 en
Nursia, llevado de su amor a la soledad se retiró a una cueva
solitaria de Subíaco, donde comenzó a llevar una vida de
ermitaño. Allí sus compañeros se disgustaron de su rigor, y
pasó a otro lugar, donde se le juntaron Mauro, Plácido y otros,
que luego debían distinguirse a su lado. En 529, se estableció
en la casa matriz de la Orden: Monte Casino, en el Lacio. Poco
a poco se fue desarrollando el nuevo centro monástico hasta
convertirse en la sólida base de la gran Orden benedictina. El
Santo mandó algunos discípulos a Terracina, donde surgió otro.
Murió el año 543. En 581 Monte Casino fue destruido por los
lombardos; pero fue reedificado después. Se propagó por toda
Europa de una manera maravillosa. Una de las razones fue la
excelente «Regula Monachorum», en setenta y tres capítulos,
que compuso y dejó escrita de su puño y letra. Era un término
medio de moderación y sentido práctico, unido con el
conocimiento profundo del alma humana, que dejaba cierta
libertad individual, pero conservaba la más estricta, unidad. El
Papa Gregorio Magno fue su mejor protector. Con el envío de S.
Agustín con otros treinta y nueve monjes benedictinos a
Inglaterra, abrió un inmenso campo a la actividad de la nueva
Orden. Ya en el siglo VIII se puede decir que la Regla de S.
Benito era la Regla monástica por excelencia, y los monasterios
benedictinos lo habían llenado todo. En España se introdujo en
los siglos X y XI.