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(1ª PARTE: ORÍGENES, HISTORIA Y EVOLUCIÓN)
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1. DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS
1.1 TARTESSOS Y FENICIOS (900-600 a.C.)
Son muchos los estudiosos que han intentado establecer una explicación que pueda ser adecuada a la hora de establecer el origen de una de las culturas con más
personalidad en el antiguo Occidente Mediterráneo.
La propuesta para encontrar el origen de lo ibérico, nos obliga a buscar un precedente en lo que los investigadores y las fuentes escritas han llamado Tartessos.
La mítica Tartessos entendida como una ciudad, fue blanco de numerosas búsquedas de arqueólogos que, con escasa fortuna y con los escritos clásicos en la mano,
intentaron sin éxito su localización en lugares tan dispares como la costa de Málaga, Cádiz, el Coto de Doñana o Huelva. Mucho de estos arqueólogos e historiadores
elaboraron un origen helenizante para Tartessos, intentando buscar las huellas de las antiguas navegaciones que, desde el Bronce Final, llevarían a los sucesores de
los antiguos aqueos a arribar a las costas de Iberia, formando el germen de lo que se llamaría cultura tartésica. Estos arqueólogos, algunos de los cuales se
encontraban muy influenciados por la ideología del momento, muy extendida por Europa a partir de los años veinte, negaron sistemáticamente cualquier tipo de
influencia fenicia en la colonización antigua de la Península Ibérica. Paradójicamente, algunos de los seguidores de esta tendencia, en su carrera por convertirse en
los descubridores de la capital de este reino, fueron descubriendo los restos de una profunda y amplia presencia fenicia en nuestras costas y por lo tanto han sido
causantes de la verdadera conciencia de la influencia oriental en lo que pudo ser Tartessos y el comienzo del mundo ibérico. Poco a poco se fueron descubriendo los
asentamientos fenicios, más o menos vinculados al centro redistribuidor de Gadir, que prueba el trasvase de gentes y sobre todo de ideas, desde las ciudades de la
costa fenicia, en especial desde Tiro.
Las últimas excavaciones llevadas a cabo en el cerro del Carambolo, y que se había considerado hasta ahora como paradigma de los asentamientos tartéssicos, hasta
el punto de haberse tomado como base para la elaboración cronológica aplicada a los yacimientos de esta cultura, han demostrado que, en realidad, estaríamos
ante un santuario fenicio, seguramente dependiente de la cercana ciudad de Spal (Sevilla). Esta evidencia añadida a la información obtenida en otras excavaciones
recientes, han obligado a una total revisión de la cultura tartésica, lo que ha generado una importante polémica ya que, por ejemplo, la conclusión a la que llega el
director de las excavaciones del Carambolo es que “Tartessos, no fue una civilización indígena, sino la realidad que conocieron los griegos cuando llegaron a la
península Ibérica en el siglo VII a.C., un conglomerado de colonias fundadas por orientales que llevaban dos siglos viviendo en ellas”.
El desarrollo de técnicas náuticas, fue permitiendo la llegada cada vez más frecuente de gentes venidas del Oriente Mediterráneo entre los siglos VIII al VI a.C. Esta
época en la que se produce un aumento de los materiales e influencias culturales de Oriente en todo el Mediterráneo, incluyendo Grecia, la Italia lacial, Etruria y por
supuesto la Península Ibérica, se conoce por los arqueólogos como etapa orientalizante y supone un auténtico movimiento cultural en todo el Mediterráneo antiguo.
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DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. TARTESSOS Y FENICIOS (900-600 a.C.) - CONTINUACIÓN
Poco después, los navegantes griegos también iniciaron un periodo de contacto con las poblaciones autóctonas del Mediterráneo Occidental, en los que destacaron
los habitantes de Focea, ciudad griega de la antigua Asia Menor, región que actualmente se puede asimilar a la costa de la actual Turquía.
Mapa del territorio nuclear de Tartessos y su área aproximada de influencia con los
principales yacimientos conocidos.
Pero pese a que de momento, la presencia griega en asentamientos parece circunscribirse a
una serie de áreas muy concretas, su influencia fue mucho mayor a juzgar por la gran cantidad
de objetos de procedencia helena que se encuentra en nuestro litoral. Los hallazgos de
buques hundidos como en el puerto de Polleça (Mallorca), fechado en el siglo VI a.C., o los de
armas como el casco corintio en la ría de Huelva o el de Jerez de la Frontera, nos señalan un
ambiente de navegantes-guerreros que se aventuraban por nuestros ríos en busca de nuevos
mercados para comerciar, exponiéndose a la posible hostilidad de los nativos.
Hoy, cuando ya no tenemos esperanza de encontrar la mítica ciudad, llamamos tartésico a lo
que produjeron los nativos peninsulares de los valles de Guadiana y Guadalquivir durante la
época orientalizante, una sociedad muy relacionada con los colonos y comerciantes fenicios
que buscaron principalmente un aprovechamiento minero de algunas de las zonas más ricas
de las serranías de las cordilleras ibéricas. También es cierto que muchos de ellos se
asentaron en pequeños establecimientos de la costa dedicándose principalmente a la pesca y
a la agricultura. El contacto entre las élites autóctonas y estos navegantes y colonos del
oriente Mediterráneo, provocó que llegaran a nuestras costas una serie de rasgos culturales y
procesos tecnológicos que posibilitaron la introducción de la Península Ibérica en las
corrientes económicas del Mediterráneo antiguo.
Pero, por encima de todos ellos, uno de los principales avances lo encontramos en la escritura, lo que abrió nuevos horizontes en los procesos de trasmisión de la
información. Aunque de momento, no sepamos la profundidad con la que se introdujo la escritura en los ambientes indígenas, el mero hecho de su introducción en
fechas que podrían remontarse al siglo VII o VI a.C., nos indican que los primeros alfabetos peninsulares podrían haber sido elaborados al mismo tiempo e incluso
antes que el alfabeto griego arcaico.
Los foceos crearon la ciudad de Messalia (actual Marsella) en la ribera Mediterránea francesa, que sirvió de punto de partida para el establecimiento de las dos
únicas fundaciones de origen griego que la arqueología ha logrado documentar en territorio español, Emporion y Rhode (actuales Ampurias y Rosas en la provincia
de Gerona).
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DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. TARTESSOS Y FENICIOS (900-600 a.C.) - CONTINUACIÓN
Pero no han sido únicamente estos aportes los que han influido en la formación de la cultura Ibérica, tenemos que hablar de otra clase de contribuciones, las
provenientes de la prehistoria centroeuropea, que normalmente son ignoradas o minimizadas por los especialistas de lo ibérico.
En el inicio de la Edad de Hierro (siglo IX a.C.) en la región centroeuropea se caracterizó por la eclosión de un foco cultural que en sus diversas variantes, tuvo una
expansión muy alta en gran parte de la Europa continental. Los arqueólogos alemanes que estudiaron este fenómeno cultural, lo denominaron Campos de Urnas,
debido a un tipo de enterramiento que se caracterizaba por la cremación del cadáver y la deposición de sus restos en una urna cerámica. Estos individuos que eran
portadores de una serie de elementos culturales como sus armas o sus ritos funerarios (quizá los dos elementos más conocidos de Campos de Urnas), pudieron
adoptar diversas expresiones a lo largo de su expansión por la Europa templada. Una banda de mercenarios, contratados por un asentamiento en conflicto con la
población vecina, también puede servir para explicar la aparición en una determinada área de un tipo de espada característica de este horizonte. La búsqueda de
nuevas rutas para la trashumancia, también nos puede servir para explicar la infiltración de pequeños contingentes de gentes en regiones alejadas de su foco de
origen.
Esta progresiva infiltración cultural, también se detecta en el Levante y en el Sur, así como en áreas que posteriormente fueron regiones plenamente iberizadas. Los
Campos de Urnas penetraron por los Pirineos dejando una serie de artefactos registrables arqueológicamente que nos indica una presencia en todo el área de la
meseta norte y centro, teniendo también un especial arraigo en Cataluña, el valle del Ebro y el norte de la región valenciana, zonas todas ellas en el que este
componente centroeuropeo quedará progresivamente eclipsado por el proceso de iberización. Pero pese al retraimiento de Campos de Urnas en el nordeste de la
península, algunos autores han recuperado con gran éxito algunos de los rasgos culturales que seguramente procedan de esta fase y que han seguido desarrollándose
en la cultura Ibérica. Seguramente, el más famoso y más polémico sea la adopción de la cremación como rito funerario en lugar de la inhumación tradicional de las
poblaciones peninsulares durante la Edad de Bronce. El íbero preferirá el rito de la incineración de sus restos mortales y su deposición en urnas funerarias, que irán
evolucionando desde las toscas cerámicas a mano, hasta lujosas importaciones áticas.
La penetración cultural en algunos casos llegó a ser tan profunda, que alteró patrones de comportamiento tan arraigados en las sociedades como los ritos funerarios
o los elementos de la religión.
No es muy difícil de imaginar cómo determinados individuos de la élite autóctona aprovecharon su relación con los navegantes para dotarse de un manto de prestigio
con el que legitimar su preeminencia sobre otros asentamientos, así mismo, estos régulos incipientes, se beneficiaban de algunos progresos tecnológicos y artísticos
que los griegos y fenicios podían proporcionarles, como adelantos arquitectónicos en las fortificaciones de sus asentamientos o nuevas formas de expresión plástica
como la gran escultura de piedra, que será introducida y reelaborada por los artesanos ibéricos, de manera que adapten esquemas ideológicos grecofenicios a la
idiosincrasia propia de los príncipes ibéricos.
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DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. TARTESSOS Y FENICIOS (900-600 a.C.) - CONTINUACIÓN
Pronto, ese tráfico comenzó a producir auténticas redes incipientes de comercio, lo que provocó la creación de vías de comunicación entre las diversas regiones de la
Península Ibérica. Esta red de comunicación se estableció entorno a la vía de Herakles, la gran vía de comunicación de la iberia prerromana, que penetraba desde el
sur de Francia y conectaba, siempre discurriendo paralelo a la costa, todas las poblaciones del mundo Ibérico hasta la zona de Gadir, donde estaba el gran puerto del
Océano. Esto era, junto a la navegación por el Mediterráneo, la única gran vía de comunicación que existió en territorio indígena hasta la llegada de los romanos, pero
ello no significa que no existieran otras rutas de comunicación hacia el interior de la Península, principalmente los cursos de los ríos y valles que penetraban desde la
costa levantina hacia el interior. En el caso de algunos ríos podemos afirmar que eran navegables hasta zonas más interiores de lo que lo son en la actualidad, de lo
que tenemos un buen ejemplo en el Guadalquivir (fue navegable hasta Córdoba).
Hasta ahora, hemos hablado de los colonizadores pero no de los indígenas. Durante la Edad de
Bronce habían surgido una serie de focos que se expandieron por determinadas áreas a juzgar por
los restos arqueológicos que se pueden encontrar por todo nuestro territorio. La investigación actual
no se pone de acuerdo en realizar una concreta caracterización arqueológica de estos focos
culturales y de momento, sólo se puede adscribir a un territorio de manera muy imprecisa. Lo que sí
sabemos es que en la vertiente Mediterránea de Iberia, que coincide a grandes rasgos con el área de
desarrollo de lo ibérico, empiezan a producirse una serie de cambios, iniciándose un proceso que
terminará por dar paso al surgimiento de una nueva época: la Edad de Hierro. Esta época de cambios
se ha querido denominar de muchas formas, pero la mayoría de los expertos coinciden en referirse a
ella como Bronce Final. Durante este periodo que se puede situar entre los siglos XI y VIII a.C., y
durante el posterior orientalizante, las sociedades autóctonas de esta vertiente peninsular, inician un
proceso de cambio que terminará por iniciar el desarrollo de la sociedad ibérica.
Este proceso debería ser entendido como amplio y profundo y afecto a la totalidad del área ibérica y
posteriormente al interior de la península.
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1.2 EL MEDITERRÁNEO CAMBIA DE DUEÑO (600-400 a.C.)
1. DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS
Durante los siglos VII al V a.C. se produce en el mediterráneo una serie de sucesos que modificarían totalmente los rasgos culturales de la península ibérica, además
de aparecer nuevas potencias en el mediterráneo occidental.
El rey babilónico Nabucodonosor II invade Fenicia y posteriormente Persia invade Babilonia y Fenicia, además de entrar en guerra con los griegos y los cartagineses.
Roma comienza a ser la gran potencia que siglos más tarde invadiría el territorio Íbero.
El Mediterráneo Occidental se convierte en un campo de batalla. Fenicia desaparece y con ella las colonias existentes en la península, así como todo el comercio que
se había desarrollado en torno a Fenicia y Grecia.
Los pueblos íberos comienzan a establecerse en los diversos entornos peninsulares, además de hacerse más belicosos, porque belicoso era su entorno, modificando
los sistemas defensivos. Ahora hay que protegerse de otros pueblos íberos y de pueblos externos (púnico).
Estos cambios darán lugar a un tipo de asentamiento muy extendido dentro del mundo Ibérico. Se trata de poblados en alto, aprovechando las ventajas estratégicas
de las defensas naturales y de la visibilidad que la altura proporciona. En algunos casos llegaron a convertirse en auténticas ciudades fortificadas a las que los
exploradores romanos se referían con la palabra “oppidum”.
Pero para realizar estas grandes obras, era preciso tener una autoridad que ordenara y coordinara el esfuerzo de los grupos de personas. La arqueología de la
muerte nos ha permitido en muchos casos conocer mejor cómo se fue produciendo este fenómeno de evolución y jerarquización de la ciudad. Si durante la Edad
del Bronce, las diferencias entre enterramientos se deben en su gran mayoría a criterios de edad, sexo o familia, durante el Bronce Final, asistimos a
diferenciaciones de enterramientos sobre la base de criterios no biológicos (niño-adulto, mujer-hombre, familiar-no familiar). A partir de ahora los ajuares y ritual
de enterramiento, empiezan a poder interpretarse desde un punto de vista social, donde el militar, el guerrero y en definitiva el aristócrata, comienza a
diferenciarse de otros enterramientos más modestos y sobre todo sin una panoplia de armas que acompañen al difunto.
La agrupación de esta aristocracia en algunas poblaciones, dará lugar al surgimiento de auténticos centros primarios en torno a los que se establecerá un dominio
de tipo territorial. Este interés estratégico por el dominio del territorio, se puede apreciar arqueológicamente a través de yacimientos de claro carácter secundario
que se dispersaban por el territorio como medio de asegurar un control militar sobre determinado territorio que implicaban vías de comunicación, como los valles
de los ríos o los pasos para penetrar en la meseta o bien para integrar el mayor número posible de explotaciones agropecuarias dentro del dominio del príncipe de
turno.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 6 DE 10
DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. EL MEDITERRÁNEO CAMBIA DE DUEÑO (600-400 a.C.) - CONTINUACIÓN
Un ejemplo muy claro de este tipo de estrategias, lo encontramos en la provincia de Valencia, en un gran oppidum ibérico asentado en el Tossal de Sant Miquel de
Lliria. Este establecimiento, famoso por su cerámica con decoraciones figuradas, cuenta con una gran densidad de construcciones, siendo el centro principal de una
región, la antigua Edetania, que incluye a grandes rasgos, el centro y norte de la provincia valenciana y parte del territorio castellonense. En torno a este núcleo
principal, fueron desarrollándose poco a poco, una serie de centros de carácter dependiente que se explican como consecuencia de la dominación territorial de los
antepasados de los régulos ibéricos. Lugares como el Puntal dels LLops o el Castellet de Bernabé, se explican como consecuencia de políticas similares. La descripción
del puntal es un pequeño hábitat, de no más de veinte casas, sobre un terreno elevado que domina estratégicamente un paso contiguo. Dotado de una muralla
defensiva e incluso de un pequeño bastión, que protegía la zona más vulnerable de la ciudad, la entrada, debemos imaginarnos un centro mantenido como medio
efectivo de extensión territorial de las élites instaladas en el Tossal.
El alto valor estratégico de alguno de estos entramados de establecimientos en torno a centros
secundarios, también puede medirse sobre la base de un criterio geográfico de fácil
comprobación, la visibilidad. Estudios arqueológicos recientes, han demostrado que existía una
relación de visibilidad entre los distintos asentamientos ibéricos de una zona, de manera que se
podía conseguir una comunicación secuencial en todas las áreas de una región como forma de
comunicación ante cualquier contingencia de tipo bélico.
Pero también se producen cambios en ámbitos tan eminentemente conservadores como el mundo
de las creencias religiosas. En esta época asistimos al surgimiento de los santuarios, es decir,
lugares sagrados donde el devoto se pone en contacto con la divinidad. Algunos de estos lugares
que eran la sede de cultos desde épocas ancestrales, ahora reciben la atención de varios centros
cercanos en el territorio. En algunos casos, seguramente llegó a producirse una identificación
comunitaria en torno a estos santuarios, siendo probablemente igual el dominio de un centro
principal que el radio de acción de una de estos santuarios.
Todos estos cambios deben insertarse dentro de un proceso de definición que terminó por crear
las comunidades autóctonas con las que los navegantes mediterráneos tuvieron que interactuar
OCUPACIÓN DE LA PENINSULA IBÉRICA
(600 - 400 a.C.)
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1.3 IBERIA SE DIVIDE. COMIENZAN LAS GUERRAS PÚNICAS (264-202 a.C.)
1. DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS
En el siglo IV a.C. el Mediterráneo Occidental estaba dominado por Roma y Cartago. Ambos estados fueron firmando tratados de no agresión y de ayuda mutua ante
enemigos comunes.
Tal vez el tratado más importante firmado por Cartago y Roma fue en 279 a.C., cuando Pirro de Epiro desembarca en Italia y en Sicilia. Cartago y Roma se unen para
expulsar a los griegos.
Tras las guerras pírricas, la rivalidad entre Roma y Cartago había aumentado, y sólo faltaba la “chispa” para provocar una guerra entre ambas potencias. Esta chispa la
provocaron los mamertinos, grupo de mercenarios italianos que se establecieron en Siracusa. Hieron II de Siracusa decidió expulsarlos de la isla y los mamertinos
pidieron ayuda tanto a Roma como a Cartago. Roma entró en guerra contra Hieron, aunque en realidad quería echar de Sicilia a los cartagineses, que ocupaban toda
la isla a excepción de Siracusa. Comienza la primera guerra púnica.
En 241 a. C., a la conclusión de la Primera Guerra Púnica, Cartago se encontraba en una situación financiera desastrosa: debía pagar una enorme suma de dinero a
los vencedores, como compensación, además de la restitución total de todos los prisioneros de guerra sin rescate alguno. Había perdido la fértil Sicilia, que pasaba a
manos romanas, con la prohibición a los cartagineses de declarar la guerra a Gelón II de Siracusa.
Para compensar las consecuencias de la derrota, la expansión territorial en la península ibérica era una opción muy ventajosa para Cartago, y de ello se encargó
particularmente la poderosa familia Barca, dirigida por Amílcar. Este tuvo previamente que sofocar una revuelta de los mercenarios en África y formar un nuevo
ejército principalmente formado por númidas. En 236 a. C. inició su expedición de conquista por Hispania, que mantuvo durante ocho años hasta su muerte en
batalla el año 228 a. C. La base cartaginesa más importante fue Qart Hadasht, más tarde conocida por el nombre romano de Carthago Nova (hoy Cartagena), fundada
en el 227 a. C. por su yerno Asdrúbal el Bello sobre la ciudad de Mastia.
Una vez finalizada la Guerra de los Mercenarios, Cartago necesitaba una vía de expansión alternativa, para acceder a las materias primas y al mercado de
mercenarios. El reputado general y político Amílcar Barca inició la conquista de la Península Ibérica, lugar donde Cartago ya poseía amplios intereses comerciales,
utilizándola como punto de apoyo para recuperar las finanzas púnicas.
La expedición cartaginesa parte de la ciudad de Gadir (actual Cádiz). Amílcar se arriesgó a convertir la expedición africana en autosuficiente, tanto desde el punto de
vista económico como desde el militar. Procedió a enviar a Cartago grandes cantidades de bienes y metales preciosos requisados de las tribus iberas como tributo.
Muerto Amílcar, su yerno Asdrúbal el Bello adoptó el mando durante ocho años, e inició una política de consolidación de las tierras conquistadas.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 8 DE 10
DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. IBERIA SE DIVIDE. COMIENZAN LAS GUERRAS PÚNICAS (264 – 202 a.C.) - CONTINUACIÓN
En conflicto con los galos, y presionados además por su aliada Massilia, que veía aproximarse el peligro desde el sur, los romanos firmaron un tratado con Cartago en
226 a. C. En este tratado, se fijaba el río Íberus (Ebro) como el límite septentrional de la expansión cartaginesa. Quedaba así reconocido de modo implícito el nuevo
territorio sujeto a control cartaginés.
En el 218 a. C. Aníbal atacó la ciudad de Sagunto, que había entrado en conflicto con los turdetanos, aliados de Cartago. Aunque la ciudad se encontraba al sur del
Ebro, era aliada de la República romana, quien envió un ultimátum a Aníbal para que se detuviera. Ante la negativa del cartaginés, dio comienzo la Segunda Guerra
Púnica, que duraría 16 años.
La segunda guerra púnica: el principio del fin
Uno de los posibles puntos de referencia que podemos tomar para explicar este
proceso pude ser el desembarco de Almilcar y Asdrubal Barca en las costas
andaluzas en el 237 a.C. La expedición de conquista cartaginesa era el inicio de unos
planes, de la familia Bárquida, para el establecimiento de modo permanente en el
solar hispano. Iberia iba a ser la fuente sobre la que se sustentase el renacimiento
político y económico de Cartago después del primer enfrentamiento romano-
púnico, ese valor geoestratégico que la península ibérica adquiría, provocaría unos
años más tarde la intervención definitiva de las legiones romanas u la dominación
progresiva de los pueblos indígenas.
Si al principio de la contienda los príncipes Íberos, sobre todo los del Levante,
apoyaron de manera decidida la intervención romana, era en gran medida porque
consideraban esta intervención como temporal, de la misma manera que veían la
participación de sus antepasados en las guerras greco-púnicas de la isla de Sicilia
durante los siglos V y IV a.C.
Tres episodios militares de gran importancia, dirigidos magistralmente por parte de
Escipión: la toma de Cartago Nova (209 a.C.), centro neurálgico de los cartagineses
en territorio hispano; la batalla de Baécula (208 a.C.) y la conquista de Gadir (206
a.C.), supone el fin del dominio efectivo de la familia Bárquida en Iberia.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 9 DE 10
DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. IBERIA SE DIVIDE. COMIENZAN LAS GUERRAS PÚNICAS (264 – 202 a.C.) - CONTINUACIÓN
Tras estas fechas y pese a lo que los aristócratas autónomos pensaban, el dominio romano no descendió y las tropas legionarias permanecieron en el suelo hispano.
Ante las verdaderas intenciones de los magistrados y senado romano, algunos príncipes ibéricos comenzaron a levantarse en rebelión contra el conquistador romano
en una fecha tan temprana como el 206 a.C. cuando Cartago no había sido definitivamente doblegada. Capitaneados por Indíbil y Mandonio, tropas compuestas de
varios pueblos del noreste, sobre todo los ilergetas, cuyo señor hegemónico, Indíbil, había sido uno de los grandes aliados de Roma en el conflicto púnico. Por aquel
entonces, la inusitada cohesión con la que actúan los contingentes ibéricos, que incluso deciden un mando coordinado, supone una prueba manifiesta de lo que
comprobarían más tarde, la toma de conciencia de que la conquista romana supondría la desaparición de la estructura política, social y económica que se estaban
desarrollando en los pueblos prerromanos. Roma diseñó, dirigió y aplicó un modelo de guerra generalizada para obtener el control de la antigua Iberia, iniciando así
la conquista de un territorio cuyo dominio significaba el acceso a la explotación de sus vastos recursos económicos y demográficos.
Era pues una rebelión y una guerra de supervivencia iniciada con el reclutamiento de un ejército capaz de medirse con las tropas romanas. Pese a la derrota de los
ilergetas, se produjeron rebeliones en todo el arco Ibérico. Incluso famosos jefes como Culchas, firmes aliados de Roma en sus actividades por el mediodía peninsular,
no dudaron en poner sus recursos militares a favor de las rebeliones.
De iberia a Hispania: la romanización de los íberos
Ante esta situación de conflicto e inestabilidad generalizada, el Senado romano decide dar el mando de dos legiones a Marcio Poncio Catón quien, en el año 195 a.C.,
y tras un enfrentamiento decisivo a campo abierto con un ejército ibérico a las puertas de Emporión, inicia una serie de campañas por territorio levantino y
Andalucía, aniquilando toda la estructura bélica indígena, esquilmando los recursos de cientos de asentamientos y destruyendo sistemáticamente las defensas de los
oppida que pudieran suponer una amenaza para el poder romano en Hispania.
Al finalizar esta campaña, la provincialización de Iberia es un hecho inevitable y podemos hablar con toda propiedad de los orígenes de la Hispania romana. La caída
de una parte de la aristocracia tradicional, fue aprovechada por otros sectores para alzarse como las incipientes élites de las provincias hispano-romanas. Testimonio
de este hecho son los ilustrativos documentos epigráficos que nos muestran la introducción progresiva de antropónimos latinos entre estas nuevas élites, iniciando el
proceso de hibridación al que se sometió a la población hispana.
La consolidación del proceso cívico iniciado en la época de la plenitud clásica del iberismo (siglos IV y III a.C.), tendrá su marco durante el periodo de dominación
romana, que impondrá nuevas formas de implantación territorial como forma de desestructurar las antiguas redes sociopolíticas, integrando a las poblaciones nativas
en las nuevas redes romanas.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 10 DE 10
DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. IBERIA SE DIVIDE. COMIENZAN LAS GUERRAS PÚNICAS (264 – 202 a.C.) - CONTINUACIÓN
La autoridad romana instaurará el régimen jurídico propio de sus ciudades, iniciando la progresiva municipalización de algunos de los antiguos establecimientos
ibéricos, al mismo tiempo que inicia un programa de fundaciones urbanas, cuyo patrón de asentamiento ya no será el de los poblados fortificados en alto sino el de
ciudades cabeceras de un territorio jurídico o “conventus”, así como una determinada zona de interés económico, tal es el caso de Emérita Augusta (Mérida), Itálica
(Santi Ponce, Sevilla) o Tarraco (Tarragona), que fueron piezas fundamentales en este ambicioso programa de municipalización iniciado por Roma.
Hispania y el mediterráneo después de la segunda guerra púnica
La provincialización y parcelación del territorio por parte de los agrimensores romanos,
trajo consigo un nuevo modelo de explotación rural que tuvo su punto álgido en la época
altoimperial. El paradigma de la explotación de subsistencia será progresivamente
sustituido por el modelo de explotación extensiva generalizada con vistas a la
comercialización de los excedentes. Este es el germen del que surgirán las incontables
“Villae”, explotaciones agropecuarias en extensión en torno a un núcleo de habitación,
que prosperaron en todo el territorio Hispano.
En el terreno de la cultura intelectual, la conquista de Roma supone el inicio de la
latinización lingüística de Hispania. De manera progresiva irán abandonándose los diversos
alfabetos prerromanos y adaptándose al latín como lengua oficial de la Administración.
Poco a poco el latín también se irá convirtiendo en la lengua popular en la mayoría de los
territorios hispanos.
El proceso de romanización no puede entenderse como un proceso de sustitución regular
y aritmética de las antiguas estructuras ibéricas; muchos ámbitos de las culturas
tradicionales siguieron funcionando de la misma forma hasta fechas muy avanzadas de la
etapa imperial.
Muchos de los cultos religiosos realizados en Andalucía y levante, siguen manteniendo
ritos similares hasta los siglos I y II d.C. Así sucede en Despeñaperros, en algunos templos
del área catalana como Castel o San Julia de Ramis (Gerona) o en Torreparedones donde
no se abandona el culto hasta varios siglos después de la conquista romana.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 3
2. CRONOLOGÍA DE LA CULTURA IBÉRICA Y SU ENTORNO INMEDIATO
A lo largo del tiempo han sido muchos los investigadores que han intentado establecer una cronología para la cultura ibérica, y todos han tropezado con un mismo
problema: la dificultad, por no decir la imposibilidad, de fijar unos periodos temporales que fueran válidos para la totalidad del vasto ámbito ibérico.
Aun así, tradicionalmente, se han venido estableciendo cuatro periodos, que comenzaban con un momento anterior al propiamente ibérico y que según autores
podría denominarse Preibérico, Protoibérico, Orientalizante, etc. Y que ocuparía más o menos los siglo X, IX, VIII, VII y mitad del VI a.C.
Pasaríamos después a una fase que suele ser denominada como Ibérico Antiguo o periodo formativo, y que ocuparía la mitad de los siglos VI y V a.C.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 3
CRONOLOGÍA DE LA CULTURA IBÉRICA Y SU ENTORNO INMEDIATO - CONTINUACIÓN
El tercer periodo suele recibir unánimemente el nombre de Ibérico Pleno, aunque también se le ha denominado Ibérico Clásico y ocuparía grosso modo desde el 400
al 200 a.C.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 3
CRONOLOGÍA DE LA CULTURA IBÉRICA Y SU ENTORNO INMEDIATO - CONTINUACIÓN
La etapa última de la cultura ibérica ha sido denominada como Ibérico Final o Ibérico Tardío. Periodo Iberorromano, etc. Su comienzo se establecería en torno al año
200 y también aquí, el final del periodo queda abierto, al resultar imposible establecer una fecha concreta de extinción para esta cultura.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 9
3. PUEBLOS IBÉRICOS
3.1 EL ÁREA IBÉRICA MERIDIONAL
Uno de los caballos de batalla más importantes en las investigaciones sobre el mundo Ibérico, es la búsqueda continua de su adecuada definición (si es que la tiene)
como entidad cultural más o menos homogénea.
En este sentido y para obtener la mayor claridad posible hemos de afirmar rotundamente que la cultura o culturas ibéricas jamás tuvieron un nivel de
organización interna lo suficientemente desarrollado como para unificar una serie de rasgos culturales, lengua, derecho, historia, tradición, religión, etc., con el
que podríamos caracterizar a una comunidad cultural unitaria.
Aun advirtiendo que el término “Ibérico” corresponde a un convencionalismo aceptado por la investigación, hemos de afirmar a favor de esta denominación que la
mayoría de las fuentes antiguas aceptan dicha nomenclatura, por lo que en teoría debemos pensar que seguramente serían percibidos de esta manera por una parte
de los eruditos o viajeros griegos o latinos a través de cuyas crónicas conservamos noticias de las gentes que habitaron nuestra península en aquella época.
Estamos por lo tanto definiendo una matriz o base sobre la que una serie de comunidades desarrollarían, como en otras sociedades contemporáneas (mundo
etrusco, Grecia arcaica), sus propias peculiaridades culturales que deben ser contextualizadas en unos parámetros lo más asépticos posibles, sin caer en el viejo
paradigma de la unidad nacional del pueblo ibérico.
El complejo proceso de formación y desarrollo de la cultura ibérica a lo largo y ancho de todo el territorio que llegará a ocupar en su momento de máxima expansión,
no puede ser explicado desde una visión de uniformidad. Es por eso que pasaremos a tratar de exponer los factores y peculiaridades regionales que influyeron en
esta génesis múltiple, dividiendo el territorio en tres áreas que no pueden tomarse como cotos cerrados con fronteras fijas e inamovibles.
Es el área más extensa ya que abarca toda Andalucía y el sur de Castilla – La Mancha. A pesar de que existen importantes diferencias culturales a lo largo de toda
esta zona, podemos indicar que buena parte de ella recibió desde muy temprano una mayor influencia procedente del Mediterráneo Oriental. Influencia que haría
florecer la cultura tartésica, centrada en el Occidente andaluz pero que irradiaría a zonas limítrofes que alcanzarían el sur de Portugal, toda Extremadura y Andalucía
oriental, llegando incluso a las áreas costeras del sudeste peninsular
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 9
PUEBLOS IBÉRICOS. EL ÁREA IBÉRICA MERIDIONAL - CONTINUACIÓN
Según la mayoría de investigadores, será en la frontera oriental del mundo tartésico donde, a partir del 700 a.C., se producirá la génesis de la cultura ibérica,
apreciándose la presencia del torno alfarero, asociado a casas cuadrangulares, la extensión del uso del hierro y las imitaciones locales de las cerámicas fenicias,
evidencias de una trasformación socioeconómica propiciada por la aparición de unas aristocracias que articulan una sociedad cada vez más férreamente jerarquizada,
controlada mediante poblados fortificados (oppida) que promueven una colonización agraria a gran escala que aumenta la producción, lo que a su vez impulsa el
crecimiento demográfico.
Situación aproximada de las etnias indígenas de la mitad meridional de la Península Ibérica.
Turdetania
En el territorio comprendido aproximadamente en el valle del Guadalquivir,
encontramos a los turdetanos. La investigación protohistórica de esta zona se ha
centrado normalmente en Tartessos, el fenómeno protohistórico más estudiado
dentro de nuestra prehistoria reciente, acaparando gran parte de los escasos recursos
de que la arqueología dispone para el desarrollo de sus estudios. Con este panorama
es muy poco lo que se ha avanzado en el estudio de lo turdetano. Es muy reveladora
la falta de definición del mundo turdetano. Mientras algunos autores lo han querido
caracterizar como el pueblo sucesor del área tartésica tradicional después del
colapso material que sufre el valle del Guadalquivir durante el siglo VI a.C., otros
abogan por la vinculación atlántica de este complejo protohistórico, basándose en la
importancia que tienen los yacimientos onubenses y en paralelismo de sus formas
materiales, alejándolo del resto de pueblos que componen el ámbito ibérico.
Pese a lo mucho que se ha escrito sobre el tema, en la actualidad la comunidad arqueológica, no tiene datos suficientes como para realizar una adecuada
caracterización del tránsito del mundo tartésico al turdetano.
En cualquier caso, en zonas fronterizas de demarcaciones similares, cuyo ejemplo puede ser la campiña cordobesa, encontramos pruebas en el registro material que
nos indica claramente una afiliación ibérica. Hay indicadores más que suficientes para afirmar que, si bien no es generalizable a todo el valle del Guadalquivir, una
parte del mismo concerniente a su curso alto, sería fácilmente equiparable a lo que llamamos Ibérico.
La Turdetania se encontraba articulada en torno a una serie de grandes núcleos que actuarían como los centros reguladores del territorio. Uno de los más
importantes de ellos es Torreparedones (Córdoba), dotado de un recinto amurallado de gran empaque y en el que se han documentado restos que nos indican una
cierta monumentalización, como el capitel del Cerro de las Vírgenes o un relieve que representa una columna con remate animalístico.
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Además, Torreparedones parece ser el centro neurálgico de un sistema de puestos secundarios y atalayas que abarcaría la campiña cordobesa hacia el occidente de la
provincia de Jaén, donde comenzaría la zona de influencia de otro gran oppidum en Porcuna (Jaén).
En la zona sevillana nuestro conocimiento es menor, tenemos algunas secuencias arqueológicas completas como el Cerro Macareno (Sevilla), pero aun no acertamos
a realizar una sistematización precisa de la misma. Toda esta área se encuentra en muy estrecho contacto con núcleos de origen fenicio-púnico. Gran parte del
registro material como la cerámica pintada, se encuentra influenciada por concepciones orientalizantes, sobre todo en lo que se refiere a motivos geométricos
semicirculares, de gran difusión en la Andalucía Ibérica y muy del gusto orientalizante. Precisamente en Torreparedones se ha escavado un edificio religioso que
parece reflejar estos intercambios con el mundo oriental semita, asemejándose a estructuras fenicias y púnicas. Además de esto, la exhumación de un exvoto de la
época romano – republicana, nos indica este entronque religioso. Las fuentes antiguas también reflejan que los turdetanos siempre se encuentran entre los activos
mercenarios de Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica, lo que es indicativo de una tradición de convivencia entre los generales cartagineses y estos grupos
humanos, seguramente en el marco de una política de alianzas con algunos de los pueblos prerromanos de la Península Ibérica.
Situación aproximada de las etnias indígenas de la mitad meridional de la Península Ibérica.
Oretania
Otro de los grupos étnicos más mencionados por los autores clásicos son los oretanos,
que ocuparían una zona indeterminada de la provincia de Jaén y la provincia de Ciudad
Real, llegando a algunas zonas lindantes con La Mancha, algo que se documenta en
yacimientos conquenses como Iniesta.
Esta comunidad llamada así por un gran centro, todavía no bien conocido, que recibía el
nombre de “Oretum”, tiene una serie de centros principales en Jaén, como es Cástulo.
En este lugar se han encontrado numerosos indicios de monumentalización, en
concreto el famoso capitel de Cástulo o las molduras arquitectónicas de un supuesto
“naiskos” o templete funerario que se expone en el Museo Arqueológico de Linares
(Jaén).
La cerámica pintada en esta zona corresponde a motivos geométricos, en su mayor parte
surgidos del intercambio estilístico con individuos orientales. Sin embargo, en nivel de
importaciones cerámicas griegas (cerámicas áticas), es más elevado en esta zona de Jaén.
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Este fenómeno detectable en otros yacimientos jienenses no adscritos al ámbito oretano, como el sepulcro de La Toya o los Castellones del Ceal, responden tal vez a
su situación estratégica como punto de unión de las zonas ricas en mineral de las cordilleras béticas y los puntos de comercio Mediterráneo de la costa levantina.
Otros grandes asentamientos en la provincia de Jaén, el caso de Porcuna o Puente Tablas, nos indica la existencia de un foco de desarrollo en esas comarcas, que
experimentaron un amplio crecimiento en época ibérica. Este desarrollo se puede apreciar en el patrocinio de conjuntos escultóricos complejos, con
representaciones iconográficas propias, similares al del Santuario del Pajarillo (Huelma, Jaén) o en la construcción de grandes recintos fortificados a modo de los de
Mengíbar o el mismo Puente Tablas.
Situación aproximada de las etnias indígenas de la mitad meridional de la Península Ibérica.
Bastetania
Un poco más hacia el este tenemos a las poblaciones que ocupaban la zona este de
Jaén y el territorio aproximado a la actual provincia de Granada, quizá ocupando
también parte del territorio murciano. Este grupo es denominado por ciertas fuentes
como Bastetanos, nombre derivado del topónimo de uno de los grandes centros de la
región, “Basti”, que algunos han querido identificar con el núcleo urbano que produjo la
necrópolis de Baza (Granada), famosa por el hallazgo de una escultura femenina de gran
tamaño que conserva su policromía, la llamada Dama de Baza. Una de las características
de esta área es la abundancia de cámaras funerarias en las que los príncipes de la zona
se enterraron. Estas tumbas de cámara se encuentran en un número muy alto en
yacimientos de la provincia de Granada, como la ya mencionada Baza o Galera, lugar
identificado tradicionalmente con la “Tutugi” de los textos antiguos. Al igual que en las
necrópolis jienenses, en estos grandes ámbitos funerarios, el volumen de importaciones
cerámicas griegas alcanza una entidad suficiente como para asumir la existencia de un
tráfico comercial más o menos regularizado.
En la cerámica autóctona predominan los motivos geométricos curvilíneos con decoraciones de raigambre orientalizante. Ciertas importaciones como la Dama
Sedente de Galera, de origen oriental, nos hablan, como en el caso de turdetanos y oretanos, de unos estrechos lazos con las factorías fenicio-púnicas del mediodía
peninsular, algo que no resulta nada extraño si tenemos en cuenta que todos estos pueblos, se encuentran ocupando las rutas estratégicas de comunicación terrestre
entre el valle del Guadalquivir, las factorías fenicias del sur de Andalucía y los grandes centros de comercio Mediterráneo situados en el levante de la Península
Ibérica.
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No podemos olvidar aquí la presencia de pueblos celtas llegados desde la Meseta, que se atestigua ya desde el siglo V y IV a.C. penetrando por el flanco occidental
del antiguo territorio tartésico, y de cuya presencia tenemos constancia por las fuentes y por la toponimia. Conocemos la existencia de unos pueblos de procedencia
indoeuropea que ocuparían el espacio entre el Guadiana y el Guadalquivir, en lo que el naturalista latino Plinio denominaba “Beturia céltica” y una de cuyas ciudades
tiene el más que significativo nombre de “Celti”, identificada como Peñaflor (Sevilla), en la orilla occidental del Guadalquivir.
Todo lo dicho muestra que son muchos los aspectos que van siendo conocidos del origen y evolución del mundo ibérico meridional, pero eso no quiere decir que
hayamos ya despejado todas las dudas que todavía rodean a esta cultura, y que en esta zona aún no nos ha descubierto totalmente los mecanismos por los que se
formó Tartessos, su relación con el mundo celta y Mediterráneo, cómo se produjo su disolución en un proceso que desembocaría en la realidad Turdetana y su
influencia real en la formación de la cultura Ibérica.
3.2 SUDOESTE Y LEVANTE
El influjo orientalizante tartésico va disminuyendo desde la baja Andalucía hacia las costas levantinas, siendo sustituida en parte por influencias Fenicias llegadas
directamente a estas costas. Algo que se puede apreciar en los asentamientos alicantinos como la colonia Fenicia de La Fonteta en Guardamar del Sugura o el
asentamiento indígena de Peña Negra en Crevillente, que acogió entre su vecindario a un grupo fenicio. Esto hará que ésta área adopte también los avances
tecnológicos procedentes de Oriente, como el hierro o el torno de alfarero. La casa cuadrangular ya era conocida en la zona desde la Edad del Bronce, pero se
generaliza ahora un urbanismo más regular.
A todos estos influjos orientalizantes se suman otros importantísimos procedentes del mundo griego, que llegan a través de sus comerciantes y colonias,
principalmente foceas, presentes de forma permanente en la península desde comienzos del siglo VI a.C., cuando se funda Emporion en el golfo de Rosas, aunque la
presencia esporádica de comerciantes helenos sería anterior a la fundación de estos asentamientos. Las fuentes clásicas también señalan la existencia de otras
supuestas colonias griegas en el sudeste peninsular, como Hemeroscopeion a Alonis, algo que hoy se duda.
Esta importante influencia griega tendría su reflejo en la adopción en el área de Alicante, al menos de una forma parcial, del denominado alfabeto grecoibérico.
A los influjos fenicios iniciales se suman posteriormente los cartagineses, muy visibles en esta zona, ya que fundaron la capital en Qart Hadast y desde donde
pugnarán con los griegos.
Todo ello sin menospreciar la pervivencia en las poblaciones autóctonas de las tradiciones heredadas del Bronce valenciano, con una personalidad muy marcada.
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Sin embargo, si nos situamos al norte de río Mijares, ya en la provincia de Castellón, observamos cómo subsiste la influencia de los llamados Pueblos de los Campos
de Urnas, más evidente cuanto más al norte, y eso a pesar del gran foco de difusión cultural griega que supone la presencia de Emporión, que actuará directamente
sobre el mencionado sustrato indígena.
Situación aproximada de las etnias indígenas del levante de la
Península Ibérica.
Contestania
Siguiendo nuestro recorrido geográfico por los distintos pueblos de la antigua Iberia, hemos de hacer mención al grupo de los “mastienoscontestanos”. La verdadera
identificación de estos dos grupos humanos todavía está en fase de debate, pero parecer ser que los “mastienos” ocuparían un área comprendida más o menos en
territorio murciano, mientras que la Contestania, abarcaría el sur de la provincia de Valencia, Alicante, el norte de Murcia y algunas zonas del este de la provincia de
Albacete.
Este mundo del Sureste de la Península, es una de las zonas con más personalidad del ámbito
ibérico. Tradicionalmente se consideraba esta franja como una de las más helenizadas, basándose en
la profusión de cerámicas áticas que aparecían en la zona, así como en la existencia de una tradición
escultórica de clara raigambre griega arcaica, que podemos apreciar en ejemplos como las esfinges
de Agost (Alicante), Bogarra o el Salobral. Aquí también se ha documentado la práctica de rituales
del tipo griego, identificados por el consumo de vino o con ciertas prácticas de tipo funerario. Pero
en la actualidad tenemos que considerar el desarrollo contestano más como una evolución interna
que como una reacción a los intercambios con comerciantes y marinos de origen mediterráneo, que
por sí mismos no justifican el surgimiento de una sociedad a un nivel que la arqueología ha
demostrado para esta región. De esta manera, los puertos del litoral contestano como la Illeta dels
Banyets (Campello, Alicante) o la Picola (Santa Pola, Alicante), se encuentran en el radio de acción de
grandes centros como La Bastida de les Alcuses (Mogente, Valencia) o Ilice (Elche).
Con respecto a la cerámica, esta zona del nordeste emerge con personalidad propia con un tipo de
decoración denominada tradicionalmente como tipo Elche-Archena (por ser estos dos yacimientos
claves en el estudio de esta tipología) caracterizada por las decoraciones pintadas que representan
escenas figuradas de animales y plantas, reales y fantásticos, dispuestas en escenas de bandas
enmarcadas en muchos casos entre cenefas de “S” consecutiva.
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Seguramente la decoración figurada en las cerámicas de la zona a partir del siglo IV a.C., se deba a las influencias del comercio de manufacturas áticas, pero la
iconografía, la estética y la imagen visual son puramente ibéricos y su lectura sólo puede realizarse desde la propia personalidad del arte autóctono. Puede que los
contestanos asumiesen determinados motivos o seres fabulosos en sus decoraciones cerámicas o en sus esculturas, pero le dieron un significado y una simbología
propia, aunque hoy no acertamos a descifrarla.
Un área con estrecha relación con el ámbito contestano, es el área de Albacete. El previo conocimiento que teníamos de lugares tan importantes como el Cerro de los
Santos o el Llano de la Consolación, se ha ampliado con avances en la investigación en otros lugares que en los últimos años se han centrado en el conocimiento
exhaustivo de los lugares de enterramiento. Este avance en el estudio de los ámbitos funerarios, nos ha permitido descubrir nuevos aspectos sobre la sociedad
ibérica y los individuos que produjeron estos enterramientos. Necrópolis como los de Villares de la Hoya Gonzalo o Pozo Moro (Chinchilla, Albacete), han hecho
cambiar nuestra visión de la jerarquía indígena y de los rasgos culturales que caracterizaban a esos individuos. Así, el los Villares de la Hoya Gonzalo se han
encontrado, en un conjunto estratigráfico preciso, restos de rituales de banquetes relacionados con el mundo funerario (“silicernia”), cuyos orígenes nos llevan al
mundo griego aunque con amplia implantación en otras culturas mediterráneas como en el caso de los etruscos.
En el Pozo Moro, sin embargo, hemos comprobado definitivamente las raíces que unen al mundo ibérico, sobre todo en etapas formativas (siglo VI a.C.), con la
“Koine” orientalizante que se desarrolló en el mediterráneo entre los siglos VII y VI a.C. Los relieves simbólicos con los que está decorado el monumento turriforme
(MAN), nos remiten a un mundo mitológico y de divinidades muy parecido al que podríamos encontrar en Chipre, Siria y Fenicia, desde el final de la Edad del Bronce.
Edetania
La Edetania es la comunidad que se agrupa sobre el gran centro de Edeta (el nombre ibérico del Tossal de San Miquel de Lliria. Valencia). Lo que sabemos de este gran
centro es que era la cabeza de un entramado regional con diversos establecimientos dependientes o secundarios dispuestos de manera estratégica.
Pero si Edeta es conocida por la investigación arqueológica, es por sus cerámicas con decoración de escenas de carácter narrativo. Aunque aparecen en época tardía
(las más antiguas son del siglo II a.C.), la originalidad de las escenas, que contienen figuras humanas, nos denota inequívocamente el desarrollo de la mitología y de la
épica, de manera similar a otros lugares del Mediterráneo. Estas decoraciones de tipo descriptivo que, en ocasiones, van acompañados de grafitos en caracteres
ibéricos levantinos, suponen una fuente de información de gran valor.
Dentro del territorio edetano pero con entidad propia, tenemos el famoso yacimiento de Sagunto, con su puerto de época ibérica. Esta ciudad inmortalizada por los
escritores latinos de la Segunda Guerra Púnica, ha pasado a la posteridad como protagonista del “Casus Belli” que originó el segundo y principal enfrentamiento
armado entre cartagineses y romanos.
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3.3 NORDESTE
El mosaico de las comunidades ibéricas de la Península, ha de completarse con el norte de la provincia de Castellón, Cataluña y la cuenca Mediterránea del sur de
Francia hasta la línea del río Herault. En el territorio comprendido entre el norte de Castellón y el litoral de la provincia de Tarragona, las fuentes nos hablan de los
“ilergetas” (o ilergetes) y los “ilercavones”, establecidos alrededor de grandes centros como la Moleta de Remei (Tarragona), del que dependen algunos puntos
secundarios en la provincia castellonense como son el Puig de la Nau o el Puig de la Misericordia. En estos dos centros, la investigación de los últimos años se ha
encargado de documentar una fuerte presencia de materiales fenicios, lo es indicador del pujante papel que los influjos orientales tuvieron también en zonas tan
septentrionales donde tradicionalmente se había prestado más atención a la influencia indoeuropea y griega.
Situación aproximada de las etnias indígenas del nordeste de la Península Ibérica.
Ya en el interior de la provincia de Tarragona, tenemos noticias de los “kessetanos”, asentados en torno
al gran centro de Kesse, cuya área de expansión será ocupada posteriormente por los romanos para
establecer su primer gran acuartelamiento peninsular en el siglo III a.C., creando el germen de lo que
después será la capital administrativa de la futura provincia Tarraconense, la antigua Tarraco. Más al
norte, en torno a la provincia de Barcelona, tenemos a los “laietanos”, repartidos en diversos oppidas
como Puig Castellet (Sta. Coloma de Gramanet. Barcelona) u Olerdola, uno de los más importantes
yacimientos ibéricos de toda Cataluña. Además de estas comunidades, en la Cataluña interior, lindando
con las comunidades pirenaicas, tenemos a los “ausetanos” con asentamientos en la provincia de Lérida
como La Gessera.
En el litoral en torno al golfo de Rosas (Gerona), lugar donde se establecieron los dos únicos centros
griegos documentados arqueológicamente en la Península Ibérica, las antiguas Emporion y Rhode, se
desarrolló una de las comunidades con mayor esplendor urbano de todo el horizonte Ibérico, los
“indiketes”. Al abrigo de un intenso comercio agrícola con estos centros griegos, auténticas colonias
que fueron clave en el contacto de Iberia en las redes comerciales del Mediterráneo, sobre todo con las
ciudades griegas del Asia Menor (actual costa egea de Turquía), se desarrollan una serie de
establecimientos y oppida como Mas Castellar del Pontos, Puig de Sant Andreu (Ullastret, Gerona) o
Castell (Palomós, Gerona), que experimentarán un desarrollo espectacular desde el siglo V a.C. hasta la
dominación romana.
PUEBLOS IBÉRICOS. NORDESTE - CONTINUACIÓN
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PUEBLOS IBÉRICOS. NORDESTE - CONTINUACIÓN
Este ámbito de la Cataluña Ibérica se caracteriza por la importación de abundantes materiales cerámicos procedente del comercio Mediterráneo, comercio que queda
probado con la excavación de miles de silos para almacenar cereal en las inmediaciones o en los propios yacimientos “indiketes”. Dichos silos, estaban destinados a la
exportación de excedentes agrarios para los puertos griegos. Una prueba más de los estrechos vínculos comerciales de los indiketes con las colonias griegas como
Emporión, son las numerosísimas ánforas de origen ibérico que se encuentran en las excavaciones de Emporion. La producción de otro tipo de cerámica pintada en
toda esta zona es muy semejante al resto del Levante pero, a partir de mediados del siglo VI a.C., se desarrolla una tipología cerámica que va a tener amplia difusión
por la costa catalana, sur de Francia y litoral valenciano. Esta cerámica de color grisáceo se caracteriza por la finura de sus pastas y por una serie de formas, la mayoría
platos y cuencos. Se trata de uno de los tipos cerámicos ibéricos que más desarrollo tuvo, sobre todo en la actual costa de Cataluña y se ha denominada “cerámica
gris”.
Algunos de estos núcleos como el Puig de Sant Andreu, llegarán a dotarse de un sistema defensivo muy desarrollado, así como un desarrollo urbanístico
perfectamente planificado que incluye la construcción de viviendas palaciales, como recientemente han descubierto los trabajos arqueológicos en el yacimiento,
seguramente con colaboración de arquitectos de origen griego.
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4. ESCRITURA VERSUS LENGUA
4.1 LENGUA Y CULTURA
Junto con la amplitud de la extensión geográfica que abarca la escritura ibérica, se ha concluido que lo que llamamos ibérico es una lengua vehicular, convencional,
no hablada, difundida por una zona plurilingüe que compartió intereses en un momento dado.
La localización del área, sin duda occidental, donde irradió el ibérico como lengua vehicular está lejos de estar unánimemente resuelta. Incluso la tesis de la lengua
vehicular, despierta ciertas reticencias en la actualidad.
¿Tiene una lengua vehicular semejante trascendencia?. Y si fuera así, ¿cómo es que no se advierte arqueológicamente la gran pulsión del área vernáculo del ibero
sobre el resto del territorio a través de la cultura material ¿No es más factible que los topónimos hayan perdurado gracias a su constancia en textos romanos?. Todas
estas cuestiones aconsejan matizar la hipótesis construida años atrás.
4.2 CREAR UN SISTEMA GRAFEMÁTICO
La escritura llegó al Mediterráneo Occidental en el siglo VIII a.C. de la mano de los comerciantes fenicios y griegos y al cabo del tiempo aquellos de sus interlocutores
que estaban en vías de constituir sociedades estructuras, se hicieron eco de esta novedad: intérpretes y escribas dieron lugar a que la lectura y la escritura se
prodigara hasta el punto de inventar alfabetos propios, vigentes en áreas delimitadas. Inventar, relativamente, porque los distintos signarios de la época guardan
parecido entre sí, del mismo modo que se aproximan las formas de las letras de los primeros alfabetos fenicio y griego. Su fonética es la que los diferencia.
Resulta extraño que en el suroeste peninsular, con una gran concentración en el sur de Portugal, se localice un número no muy amplio de inscripciones grabadas casi
exclusivamente sobre estelas de piedra de dudosa connotación comercial, datadas, aunque sin apenas apoyo arqueológico, entre los siglos VI y IV a.C., consideradas
como el más antiguo exponente de las escrituras paleohispánicas. ¿Qué función cumplirían estos textos?, ¿votiva?, ¿honorífica?, ¿legislativa?.
Se puede suponer que la escritura propia surgió entre los íberos a mediados del siglo V a.C. ligada a su participación en transacciones comerciales de larga distancia
que son, con mucha frecuencia, transacciones interétnicas e interterritoriales gestionadas por una minoría.
Los primeros documentos escritos pueden relacionarse con los consorcios activos en dichos intercambios, dispuestos a actuar a lo largo y ancho de amplias rutas.
Deducir únicamente de la mayor incidencia de la escritura en un segundo momento el protagonismo del arco central y septentrional del Mediterráneo ibérico en la
invención de la escritura objeto de estudio es objetivo, aunque sin ignorar otros factores fundamentales en el comportamiento escriptorio, desde el escaso arraigo
de la escritura prelatina en Andalucía hasta la eventual latinización precoz de sus jerarquías letradas, con la consiguiente permanencia de lo ibérico escrito en el resto
del territorio ibérico porque el ibérico convivió con el primer latín escrito en Iberia.
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ESCRITURA VERSUS LENGUA. TIPOS DE ESCRITURAS PELEOHISPÁNICAS - CONTINUACIÓN
4.3 TIPOS DE ESCRITURAS PALEOHISPÁNICAS
La escritura del sudoeste o sudlusitana
Serian utilizada durante la primera Edad del Hierro para escribir una lengua desconocida en el área que comprende el sur de
Portugal hasta la desembocadura del río Sado, las zonas limítrofes de Huelva y, en menor medida, Extremadura. Aparecen
generalmente grabada sobre estelas de piedra a las que, con reservas, se suele asignar una función funeraria. Los textos aparecen
escritos de derecha a izquierda o en espiral. Desaparece en el siglo IV a.C.
Estela decorada. Presenta una inscripción
en alfabeto del sudoeste
Escritura ibérica meridional
Se han localizado inscripciones en este alfabeto repartidas desde Alicante (normalmente en puntos alejados de la costa) hasta
Portugal, aunque en número muy reducido. La escritura meridional se escribía de derecha a izquierda, y hasta el momento se han
identificado 29 signos. Para una mejor comprensión de esta escritura, nos encontramos con dos importantes problemas: Por una
parte está la escasez de inscripciones conocidas y por otra el mayor número de variantes en los signos, lo que hace que
desconozcamos en valor de alguno de ellos.
Escritura ibérica levantina o nororiental
De las escrituras paleohispánicas identificadas, la ibérica levantina es la mejor conocida y la que nos ha aportado la inmensa mayoría de
las inscripciones registradas, además de ser la única que ha podido ser descifrada, que no traducida. A diferencia de la meridional, la
levantina se escribe de izquierda a derecha, lo mismo que la grecoibérica, y es que los estudiosos coinciden en que la escritura levantina
presenta importante influencias griegas. Como excepción, encontramos algunas inscripciones de la Contestania y de la Alta Andalucía,
también escritas de derecha a izquierda.
Como decimos esta escritura es con diferencia la que más ejemplos nos ha legado, repartidos además por un territorio muy amplio que
abarcaría desde el sur de Francia hasta Murcia y, si bien se concentra en las áreas costeras, también penetra profundamente en el interior
de la comunidad Valenciana, Teruel u el valle del Ebro, donde sobrepasa Zaragoza hasta alcanzar puntos de La Rioja o Navarra, ya en
territorio vascón.
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ESCRITURA VERSUS LENGUA. TIPOS DE ESCRITURAS PELEOHISPÁNICAS - CONTINUACIÓN
Por lo que respecta a su cronología, los ejemplos más antiguos se han datado a finales del siglo V a.C., perdurando hasta bien entrada la romanización. Se compone
de 28 signos, 13 alfabéticos y 15 silabogramas.
La escritura greco ibérica
Se trata de una simplificación del alfabeto jónico, y se utilizó a mediados del siglo V a.C. conjuntamente con las dos escrituras anteriormente descritas, aunque sólo
en la zona de Alicante y Murcia, dejando de usarse a lo largo del siglo IV. Por lo tanto vemos que durante el siglo IV, en el sudeste peninsular los íberos utilizaban al
mismo tiempo tres sistemas gráficos para escribir su lengua: el grecoibérico, el meridional y el levantino.
El descubrimiento del plomo de La Serreta de Alcoy en 1921, que utiliza esta escritura, supuso un hito en las investigaciones sobre la lengua y escrituras ibéricas, ya
que por primera vez se pudo leer un texto en esta lengua y escuchar cómo sonaba de una forma bastante fidedigna.
Cara B del plomo I de la Serreta en alfabeto greco ibérico
La escritura celtibérica
La escritura celtibérica no deja de ser una adaptación de la escritura ibérica para escribir la lengua celtibérica, esta sí de origen indoeuropeo, y las diferencias entre
ambas escrituras es tan leve que para algunos investigadores, sería la misma. Se aprecian dos variantes: la tipo Luzaga, que sería una derivación de la ibérica
levantina nacida a inicios del siglo II a.C., seguramente en la zona de Teruel; y la tipo Botorrita, creada a finales del mismo siglo.
Inscripción en lengua celtibérica
sobre bronce procedente de los
Huertos Altos. Teruel
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5. ESTRUCTURA SOCIAL
5.1 REYES, ARISTÓCRATAS Y CABALLEROS
Un primer rasgo que quisiéramos destacar es que, al no ser el mundo ibérico una sociedad estatal de cierta homogeneidad, las conclusiones que se expongan en las
siguientes líneas deben ser matizadas para cada región e incluso para cada asentamiento, que pueden tener sus propias peculiaridades. Otro rasgo básico para su
adecuada comprensión es que no estamos tratando con una sociedad exclusivamente gentilicia, es decir, que los vínculos sociales no se basan sólo en la concepción
familiar de los grupos que componen una comunidad. Resulta innegable que existían grupos humanos unidos por lazos familiares y más ampliamente por
antepasados comunes o entidades totémicas, pero la sociedad ibérica era lo suficientemente compleja como para que fuesen patentes diferenciaciones en
individuos por motivos de índole económicas o sociopolíticas. La antigua Iberia se encontraba inserta, aunque de manera periférica, en los circuitos comerciales del
Mediterráneo y por lo tanto funcionaba en términos socio económicos proporcionales. En términos socio políticos esto se tradujo en el surgimiento de unas élites,
aristocracia o principesca, que contaron con el apoyo sacerdotal y sobre todo con la fuerza de las armas. Con la utilización de ambos elementos, el bélico y el
ideológico, estas élites consiguieron situarse en la cúspide de la sociedad ibérica, ejerciendo su control sobre los medios económicos, técnicos y humanos por medio
del dominio previo de los medios militares y su programa de legitimación ideológica.
La apertura de estos medios militares a un espectro más amplio de población, como prueban los ajuares exhumados en las necrópolis de distintas épocas, será uno
de los elementos en los que se apoyará la evolución social, en el ámbito levantino y meridional, desde su periodo inicial a la conquista romana. La generalización de
armas en los ajuares a partir del siglo IV a.C., nos indica que la necesidad de contingentes guerreros cada vez más amplios fue uno de los factores que obligó a un
cierto ensanchamiento de las clases dirigentes de la época ibérica.
Las fuentes latinas suelen referirse a los gobernantes Íberos con el término regulus. Estos reguli ibéricos son caracterizados como una especie de señores feudales
que ejercían su poder en un territorio articulado en torno a un número determinado de oppida. Así mismo, siempre aparecen como destinatarios de juramentos
sagrados o pactos rituales mediante los cuales una serie de guerreros se vinculan a uno de estos príncipes haciendo promesa de no sobrevivirles en la batalla. Estos
vínculos o juramentos sagrados, que fueron usados con posterioridad por altos personajes romanos como Cesar o Sertorio, fueron denominados por los autores
clásicos, en los términos fides o devotio. Estos jerarcas con sus bandas de guerreros, componían según los autores de la época romana, la cúpula de la jerarquía
social ibérica. La arqueología muestra un panorama mucho más complejo.
Ya en el siglo V a.C., se producen ciertos cambios en el registro arqueológico funerario que nos sirve para reconstruir posibles evoluciones en la configuración de
estas clases dominantes. Se produce un crecimiento en el número de sepulturas y sus formas.
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ESTRUCTURA SOCIAL. REYES, ARISTÓCRATAS Y CABALLEROS - CONTINUACIÓN
Ya no tenemos grandes monumentos como Pozo Moro, sino tumbas de cámara así como una tipología funeraria que caracterizó a las aristocracias del sudeste, el
pilar-estala, que consistía en un pilar levantado sobre una moldura o basamento escalonado y rematado por una cornisa que servía de soporte de una escultura
zoomorfa, así como encachados tumulares y ornamentaciones escultóricas exentas. Estos ejemplos funerarios no tienen ya el carácter ideológico de las monarquías
de carácter oriental sino que parecen el reflejo de aristocracias guerreras, similares en su concepto a los sepulcros de los reyes aqueos de la guerra de Troya, aunque
a una escala y concepto diferente. Este tipo de aristocracias desarrolladas también en otros ámbitos del Mediterráneo, como el mundo etrurio o el sur de Italia,
adquieren ciertas formas culturales o costumbres, como el consumo del vino o la realización de rituales de banquetes (symposium) y algunos de tipo funerario como
la silicernia, consistente en la destrucción ritualizada de grandes conjuntos cerámicos de calidad, normalmente asociados a banquetes fúnebres.
Dama de Baza. Se trata de una
lujosísima urna funeraria a la que
acompañaba un completo ajuar.
Esta nueva clase social tiene su mejor representación en dos de los conjuntos escultóricos más importantes de nuestra antigüedad
prerromana, los de Porcuna y el Pajarillo (ambos en Jaén), que nos indican cómo estas élites quisieron vincularse a un pasado épico,
reconocible por todos los habitantes de un territorio a través de ejemplos artísticos como los citados conjuntos escultóricos
conservados en el Museo Provincial de Jaén y, sobre todo, a través de tradiciones orales similares a las que perpetúan las gestas que
narran los poetas homéricos durante el periodo geométrico en Grecia. Estos aristócratas fueron estableciendo su poder sobre los
grandes centros creando un mando efectivo sobre el territorio a través de los numerosos fuertes, atalayas y demás puntos
secundarios que la arqueología está documentando en los últimos años, todos ellos dispuestos de manera estratégica para dominar
las comunicaciones naturales, las principales vías de comercio y los recursos de cada una de las áreas bajo su poder.
La ideología de esta clase se completa con su contenido ecuestre. El dominio del caballo ha sido un elemento tradicional
identificado con la configuración de las clases dominantes en la cultura del Mediterráneo en la antigüedad. La capacidad de poseer
y mantener a un caballo, sobre todo con fines militares, ha sido desde muy antiguo un símbolo de estatus social. En el ámbito
indígena tenemos esta simbología en numerosas representaciones de indudable carácter jerárquico, como las esculturas de Porcuna
donde encontramos una clara asociación entre el estamento aristocrático, las formas guerreras y los símbolos ecuestres. Esta
asociación entre lo aristocrático y lo ecuestre, se puede observar con mucha mayor precisión en el santuario del Cigarralejo (Mula,
Murcia), donde se han recuperado más de cincuenta ejemplares escultóricos de temática ecuestre. Estos restos seguramente
estarían dotados de connotaciones o significados iconográficos concretos, que hoy sólo podemos atisbar.
En el siglo IV a.C. marca un cambio en las estructuras socio políticas prerromanas. Las misma necrópolis que se encontraban
monumentos fechados entre los siglos VI y V a.C., presentan ahora sepulturas más modestas con ajuares cerámicos más complejos,
prueba del desarrollo de las redes comerciales con el Mediterráneo y, sobre todo, con el mercado de cerámicas áticas, además de
generalizarse la aparición de armas entre los restos asociados al difunto.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 5
ESTRUCTURA SOCIAL. REYES, ARISTÓCRATAS Y CABALLEROS - CONTINUACIÓN
Esto se ha interpretado como reflejo del proceso de sistemas de gobierno más complejos y jerarquizados, que incluyen a más individuos entre las clases acomodadas,
en resumen, la sociedad ibérica se vuelve más compleja. La necesidad de disponer de efectivos guerreros cada vez más amplios para defender los intereses de los
distintos oppida, con sus correspondientes territorios dependientes, provoca también la creación de una escala social capaz de acomodar a todos estos individuos
que teniendo indudable conciencia cívica de pertenencia a un territorio, comunidad o establecimiento determinado, están en facultad de defenderlo con las armas.
Este proceso de evolución social todavía no ha podido ser perfectamente clarificado por la arqueología, pero la existencia de estructuras arquitectónicas de carácter
público en el seno de asentamientos ibéricos desde el siglo IV a.C., nos indica el desarrollo de gobiernos más complejos, que podemos denominar con el apelativo de
pre-estatales.
Lucha de un antepasado heroizado con la bestia mitológica Jinete alanceando a un enemigo Cabeza de guerrero. Siglo IV a.C.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 4 DE 5
ESTRUCTURA SOCIAL. CAMPESINOS, GANADEROS Y PEQUEÑOS ARTESANOS - CONTINUACIÓN
5.2 CAMPESINOS, GANADEROS Y PEQUEÑOS ARTESANOS
El acceso a una sepultura de cierta entidad estuvo reservado a una selecta minoría sobre todo durante el periodo formativo ibérico (siglos VI y V a.C.). Para el resto de
la población hemos de suponer rituales más modestos, sobre todo de cremación sin posterior inhumación o exposición del cadáver que no deja restos detectables
por los métodos arqueológicos. Por lo tanto perdemos en este caso la posibilidad de realizar una profunda Arqueología de la Muerte en el caso de las clases humildes
de la época. Ante esta carencia de materiales funerarios, tenemos que reconstruir la vida de esta gente por medio de otra clase de documentación arqueológica,
sobre todo la referida a las principales ocupaciones económicas de los núcleos que habitaban.
La base de la economía Íbera era sobre todo agropecuaria. Los grandes y numerosísimos silos encontrados, por ejemplo, en el nordeste de la Península, así como el
gran número de ánforas indígenas encontradas en numerosos yacimientos, ibéricos y de otros pueblos extrapeninsulares, nos denotan niveles de producción
excedentarios, es decir, beneficios que las clases dominantes empleaban para el comercio, lo que a su vez prueba la dedicación de grandes contingentes humanos a
tareas de tipo agrícola. Los aperos de labranza que se han podido documentar, nos apuntan un desarrollo tipológico similar al de otras culturas mediterráneas,
instrumentos y arados que no tenían nada que envidiar a los que eran empleados por sus coetáneos. La ganadería era en algunos casos, la principal actividad en
algunos de estos lugares de habitación, así lo atestigua la ocupación estratégica de zonas fértiles y, como muestran algunos estudios paleobotánicos efectuados, ricas
en pasto.
En referencia a las casas que habitaban la mayor parte de los vecinos de los diversos núcleos, con sus diferencias locales, recuerdan mucho a lo que son las viviendas
rurales tradicionales del levante mediterráneo, con zócalos de piedra y alzados de tapial o ladrillos de adobe. En algunos yacimientos en los que se ha escavado varias
viviendas como El Oral (Alicante), en la Bastida de los Alcuses (Valencia) o Puente Tablas (Jaén), se ha podido observar la existencia de una programación constructiva
previa en la que cada miembro de la comunidad recibe un lote o vivienda en función de su rango social o su actividad económica. Así, por ejemplo, las estructuras
dedicadas a actividades artesanales o metalúrgicas, tendrán espacios apropiados dotados de las infraestructuras precisas, salidas de humo, canalizaciones de agua,
orientación de los edificios con respecto a los vientos, etc.
El esquema típico de la casa ibérica correspondería a patrones mediterráneos, constando de una distribución tripartita (algunas veces con dos alturas). Una sala
principal donde reside el hogar, centro neurálgico de la casa donde se realizaba la vida cotidiana y las comidas, un espacio de dominio masculino. Por otro lado
tenemos un lugar más recogido, si hay dos alturas en la parte superior, donde se documentan actividades propias de la mujer.
Una actividad económica muy presente en este tipo de casas, a través de distintos objetos como pesas del telar o fusayolas, es el trabajo del textil, tradicionalmente
asociado al entorno femenino y sus espacios. Para terminar con el modelo de casa ibérica, debemos hablar de un tercer ámbito dedicado al almacenamiento de
recursos alimentarios: ánforas con diversos productos, carne en salazón, curado o secado, así como al almacenamiento de aperos propios de la actividad agrícola.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 5 DE 5
ESTRUCTURA SOCIAL. CAMPESINOS, GANADEROS Y PEQUEÑOS ARTESANOS - CONTINUACIÓN
5.3 LA ESCLAVITUD EN LA ANTIGUA IBÉRIA
Teniendo en cuenta los niveles demográficos aproximados de la Península Ibérica entre los siglos VI y I a.C., parece muy poco probable la existencia de un sistema
esclavista como el que existía en el estado romano, es decir, un mercado fluido y perfectamente regulado de personas reducidas a las esclavitud poseedoras de un
estatus jurídico similar a un objeto.
Sin embargo, aunque a escala reducida, la esclavitud sí que parece haber tenido cabida en el medio Ibérico, seguramente como resultado de los continuos
enfrentamientos bélicos, de dimensión local, que parecieron los asentamientos ibéricos de forma constante, bien fuera entre los propios centros ibéricos o debido a
incursiones efectuadas por grupos de gentes procedentes de la Meseta. Esta clase de esclavitud se vería reducida a sectores muy pequeños de la sociedad y tendría
una posición de prestigio, con una incidencia ínfima en el sistema de producción, muy inferior a la que ejercía la mano de obra esclava en otras sociedades antiguas
como la ateniense de época clásica o, de manera generalizada, durante el periodo tardorrepublicano o imperial romano.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 17
6. EL HABITAT Y SU CONTEXTO
6.1 EL OPPIDUM
Desde el punto de vista arqueológico, el mejor espejo de la sociedad lo proporciona el hábitat. Una población nómada utiliza habitáculos distintos a los de otra
sedentaria; a un caserío aislado en el campo se le asocia un género de vida distinto al de una aldea; ante una trama constructiva regular se supone una convivencia
distinta a la que tiene lugar en edificios distribuidos aleatoriamente porque, en definitiva, la cultura de una comunidad se entiende que deja alguna huella en el
ordenamiento urbano que adopta. El marco habitacional está estrechamente ligado a la organización de la sociedad que lo vive y que la cultura ibérica se inicia con
un cambio en la ocupación del territorio.
La inmensa mayoría de los grupos humanos autóctonos era sedentaria. Ello dio lugar a que se estableciera una escala de lugares principales y secundarios, decisiva
para marcar las diferencias entre lo que llegaría a ser la ciudad y el medio rural. En el curso de esta evolución, en la Edad del Hierro peninsular se han reconocido dos
momentos sucesivos en los que se acelera este proceso. El primero hacia el siglo VII a.C. y el segundo coincidiendo con el nacimiento de la cultura ibérica, hacia el
500 a.C.
El impulso demográfico más antiguo hizo crisis en el siglo VI a.C. y, en buena medida, se diluyo hasta que, pasadas varias generaciones, volvieran a aparecer jefaturas
lo suficientemente fuertes como para superar la vida aldeana e implantar lo que se conoce con el nombre de oppidum (lugar fortificado) para designar una población
bien defendida capaz de organizar su área territorial inmediata y sede, por lo tanto, de quienes gestionan dicha organización.
¿Hasta qué punto se produjo una ruptura hacia el 500 a.C.?. Según un análisis global del fenómeno, el cambio de patrón ibérico de ocupación del territorio fue
espectacular en la Alta Andalucía, donde asentamientos de Jaén, Córdoba y Granada que previamente todavía utilizaban como vivienda la cabaña, pasaron a
configurarse con disposiciones longitudinales o reticulares de casas cuadradas agregadas, hasta cobrar una importancia enorme y estable y convertirse en un foco
bien comunicado con el Mediterráneo.
La complejidad urbanística y arquitectónica se incrementó de manera muy notable al aumentar el tamaño de las casas y poblados, si bien de un modo que hace
reconocible la iniciativa autóctona en este desarrollo. En efecto, el oppidum ibérico no reproduce ningún modelo externo. Apenas tiene plazas con edificios públicos,
ni apenas calles porticadas, ni infraestructura para el suministro o red de evacuación de agua, ni habitaciones para usos higiénicos…. como si tenían las ciudades y
casas urbanas griegas o púnicas coetáneas. Sin embargo, el oppidum es un espacio mejor planificado topográficamente que los precedentes, desde el momento en
que habilita laderas abancaladas y está total o parcialmente protegido por una muralla compleja cuyas puertas marcan una circulación interior organizada mediante
un entramado de calles de hasta más de tres metros de anchura que separaban las manzanas de casas.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 17
EL HABITAT Y SU CONTEXTO. EL OPPIDUM - CONTINUACIÓN
¿Cuánta gente llegaba a vivir en un oppidum?. Los cálculos medios a partir de las viviendas indican que las aglomeraciones de más de diez hectáreas, como el Puig de
Sant Andreu, Burriac, Edeta, el Cerro de las Cabezas, Cástulo o Ategua, podían albergar aproximadamente entre 2.500 y 3.000 personas; las medianas unas 1.000 y los
caseríos más pequeños, entre 20 y 30 personas.
La red viaria del interior de los poblados constituye uno de los pocos espacios públicos conocido dentro de estos asentamientos. Estas calles pueden variar
enormemente en cuanto a sus dimensiones y estructura, teniendo una anchura entre 1-1,5 metros para las más estrechas, generalmente callejones secundarios que
conectan otras vías mayores, y los cuatro metros de las más anchas, que permitirían el tráfico de carros, como se puede ver en los Castellar de Meca, donde las
huellas de sus rodadas han quedado marcadas profundamente en la roca.
Puerta de acceso al asentamiento del Castellar de MecaEstructura urbana del oppidum “Cerro de las Cabezas”, Valdepeñas
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 17
EL HABITAT Y SU CONTEXTO. EL OPPIDUM - CONTINUACIÓN
En asentamientos en laderas como Sant Miquel de Lliria, existen callejones con escaleras que comunican las diferentes terrazas por las que discurre los viales de
mayor anchura.
Se conocen bastantes ejemplos de calles pavimentadas con piedras y losas de mediano tamaño, como pueden ser los asentamientos de Alarcos (Ciudad Real) o
Palomar de Olite (Teruel) o incluso con bordillos como en el Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel).
Insistimos en el hecho de que las calles constituirían a menudo una continuación de la vivienda, con lo que muchas de las actividades diarias se desarrollarían en
ellas, como ha podido ser comprobado en el Puntal dels Llops (Olacau, Valencia), donde se han localizado diversos hogares en la única calle de que dispone el
asentamiento y por la que, por su escasa anchura, no podrían circular carros.
Son pocos los espacios localizados que podamos definir como plazas, habiéndose documentado espacios libres de construcciones en el asentamiento como El Puig
Castellet (Lloret de Mar, Barcelona) o la Moleta de Remei (Alcanar, Tarragona).
Calle empedrada con losas y aceras perfectamente conformadas del Cabezo de Alcalá Asentamiento de La Moleta del Remei, construido en torno a una zona sin
edificios que se identifica como una plaza
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 4 DE 17
EL HABITAT Y SU CONTEXTO. CIUDADES SECUNDARIAS, GRANJAS Y ALQUERÍAS - CONTINUACIÓN
6.2 CIUDADES SECUNDARIAS, GRANJAS Y ALQUERÍAS
En algunas comarcas se genera un segundo nivel de ciudades compuesto por aglomeraciones de carácter urbano que no son las más importantes de su
correspondiente red, aunque ocupan entre una y cinco hectáreas de extensión. Se trata de ciudades dotadas de estructura defensiva, con posibilidad de albergar
viviendas de diferente extensión e importancia.
Hay finalmente numerosísimos establecimientos de pequeño tamaño (apenas 2.000 metros cuadrados) que están dedicados a la explotación o trasformación de
recursos naturales o a la vigilancia del territorio, donde viven residentes que están al servicio de la clase aristocrática, alojados en estancias muy sencillas, articuladas
por una sola calle o plaza central donde a veces hay un aljibe, todo ello protegido por un recinto simple que cierra con una puerta sin baluartes ni torres adjuntas.
Hay múltiples variantes de pequeñas instalaciones de tipo rural en la geografía ibérica que ponen en evidencia la capacidad productiva del retropais del oppidum a la
vez que proporcionaban indicaciones sobre un dominio aristocrático sobre las mismas.
6.3 ESTANCIAS DONDE VIVIR
La comprensión de la vivienda es fundamental para humanizar una cultura. Con la arqueología como única fuente de información, es difícil pasar de la tipología
constructiva a establecer la noción de la familia que encuentre acomodo en lo que se considera una casa, ibérica en este caso.
Casas: lo básico, lo funcional, lo suntuario
La arquitectura doméstica utilizó zócalos de piedras careadas que soportaban paredes de adobe o tapial cubiertas por techumbres planas vegetales amalgamados con
barro, colocadas sobre un entramado de madera. El acabado interior de las viviendas era muy sencillo, con revoques de arcilla y tierra apasionada, sin apenas
elementos complementarios. La unidad primaria de habitación se presenta en las baterías de estancias adosadas, rectangulares, sin subdivisiones internas, accesibles
a través de una puerta que es su principal, si no única, fuente de aireación e iluminación. Estas casas ocupan una superficie de entre 20 y 40 metros cuadrados en
planta, si bien puede tener un piso superior o un altillo, accesible a través de una escalera, interior o exterior adosada al muro. El hecho de que buena parte de las
viviendas, apenas tuvieran distintas habitaciones, no indica que no se realizaran en ellas distintas actividades, cotidianas (comer, dormir), de subsistencia (fuego,
alimentos) y a pequeña escala, productivas (tejer), en presencia de cuantos compartían la casa, en un ambiente escaso en espacio, oscuro y promiscuo en el que el
mobiliario tendría un papel mínimo y la decoración sería muy simple, con algún banco corrido a lo largo de las paredes, revestidas de arcilla coloreada en los
interiores y suelos de tierra apisonada o, excepcionalmente, enlosados o cubiertos por alguna estera. El hogar alrededor del que se comía, parece contener un fuego
de brasas, que genera menos humo que el de llama. Los íberos no fabricaban lucernas, pues, probablemente, tardaron en adoptar el aceite para la iluminación; su
tradición sería la de encender teas untadas en sebo.
En las granjas, la estancia pequeña apenas tabicada, es el único tipo de habitáculo que se ha documentado, lo que revela un esquema de tipo igualitario para la
sociedad rural, alterado, excepcionalmente, por las modificaciones a las que se ha hecho referencia. Pero el módulo doméstico de pequeño tamaño, se repite
también en oppida, ciudades, ciudadelas y fortines en los que, a veces, se ha observado que no todas las habitaciones pequeñas son residenciales, sino que algunas
sirven para guardar aperos o provisiones. De hecho, la primera compartimentación de una estancia monocelular es la que separa la despensa doméstica del resto de
la casa, seguida de una distribución en tres ambientes, uno de los cuales se dedica a una actividad normalmente productiva.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 5 DE 17
EL HABITAT Y SU CONTEXTO. ESTANCIAS DONDE VIVIR - CONTINUACIÓN
Reproducción de una casa ibérica y estado actual en el yacimiento de Cerro de las Cabezas
Cuando el tipo primario se extiende más (60 a 100 metros cuadrados en planta), comienza a aparecer algún espacio a cielo abierto o patio que debía contribuir,
entre otras cosas, a facilitar la entrada de la luz a las habitaciones, puesto que, desconociéndose los materiales traslúcidos, los edificios carecían entonces de
ventanas. El patio puede presentarse como una galería o con la forma tradicional más o menos cuadrada y puede multiplicarse si el desarrollo de la vivienda así lo
requiere, individualizándose la cocina. En general a la casa con un patio, se le asigna un propietario de rango urbano y, cuando el esquema se duplica, se considera
que se está ante una casa aristocrática.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 6 DE 17
EL HABITAT Y SU CONTEXTO. ESTANCIAS DONDE VIVIR - CONTINUACIÓN
El salón de banquetes y la casa aristocrática
A finales del siglo V a.C., en el Puig de Sant Andreu (Ullastert. Gerona), existían unas estancias que se identificaron con un amplio comedor de lujo (22*5 metros). El
conjunto pertenece a una casa muy extensa. Se trata de la primera mansión aristocrática ibérica conocida provista de un salón de banquetes que la sitúa en primer
orden de prestigio social del oppidum.
Este dato ratifica la existencia de estancias de representación para las jefaturas ibéricas, desde el siglo V al III a.C., reconocibles por disponer de habitaciones más
amplias que la media, a veces mejor construidas, en las que el elemento más característico es un hogar cerca del cual suele haber un banco donde hay vajillas en
cantidad y calidad notables, aunque su decoración arquitectónica sea bastante sencilla. En estos salones aparece alguna columna o poste, elemento que es
extraordinario en la arquitectura ibérica, a veces por requerimiento del soporte de la techumbre pero otras veces simplemente para dar empaque al acceso a la
estancia. Se supone que lo que se hacía en estos salones, era celebrar reuniones de forma oficial, convocadas por la élite, en las que se comía y bebía.
Se distinguen dos modelos de casas aristocráticas, con patio, grande y bien equipada: unas con una relevante función política cifrada en un salón de banquetes y otra
con un importante equipamiento productivo, instalado en espacios diferenciados, que traduce el sentido de producir para vivir inherente a muchos viviendas
aristocráticas ibéricas. De hecho, una de las primeras publicaciones de una casa importante fue la de Mas Bosca (Badalona), con un cumplido almacén de ánforas.
6.4 TERRITORIO Y ARQUITECTURA
Modelos de ocupación territorial
A lo largo de toda el área ibérica han sido identificadas diversas formas de organización del territorio dependiente de cada una de las ciudades que, además, no han
permanecido invariables a lo largo del desarrollo de esta cultura. En la Alta Andalucía, el territorio se articulaba en torno a los grandes oppida, mientras que en los
territorios del nordeste, es difícil encontrarlos de ese tamaño. Por su parte, en el sudeste y levante existió una jerarquización de los asentamientos, con un oppidum a
la cabeza y diversas categorías de núcleos menores repartidos por el territorio.
Área meridional
Se encuentran aquí grandes oppida que han absorbido a la población de los núcleos dispersos, que tienden a desaparecer. Esto se traduce en un importante
crecimiento de los oppida como lugares centrales.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 7 DE 17
EL HABITAT Y SU CONTEXTO. TERRITORIO Y ARQUITECTURA - CONTINUACIÓN
Se distinguen bastantes variantes locales: por una parte Adroher ha estudiado la zona del curso alto del Guadiana Menor, en la actual provincia de Granada, donde
podemos ver que cada afluente del río es dominado por un importante oppidum, que en la mayoría de los casos supera las 5 Ha y están separados entre sí unos 35
Km. De este modo, el asentamiento de Tútugi (Cerro la Real, Galera), dominará el río Galera, mientras que el Cerro del Cepedo (Baza), hace lo propio con el río Baza.
Si nos desplazamos al oeste, encontramos a Acci, en Guadix, que controlaría en río Fardes, mientras que el asentamiento situado en el Cerro de los Ayozos, organiza
el río Guadahortuna.
Aquí, como en otras zonas íberas, parece ser que en el siglo III a.C., marcó un punto de inflexión, saliendo reforzada Basti sobre las demás, al conseguir el dominio
sobre una amplia zona que el geógrafo Ptolomeo denominaría Bastitania
Por otro lado, en los valles Oretanos cercanos a la campiña de Jaén, se observa un modelo muy similar al anterior, pero en
vez de haber únicamente un núcleo de importancia en cada valle, aquí tenemos dos o más. El más importante y antiguo de
ellos se encuentra situado en la desembocadura de un afluente en el río principal, mientras que aguas arriba hallamos uno
o más núcleos secundarios de colonización, aunque también de gran tamaño, dominando ese valle pero dependiente del
primero.
Por ejemplo encontramos el oppidum de Giribaile en el río Guadalen, colonización del importantísimo oppidum de Cástulo,
mientras que en el cauce del Jandulilla, se sitúa el asentamiento de La Loma del Perro, dependiente del oppidum de Iltiraka
en Úbeda la Vieja.
En ambos casos se fundan santuarios en la cabecera de los afluentes, muy posiblemente con una función de hito fronterizo.
En el primero fueron dos: Collado de los Jardines y el Castellar de Santiesteban; mientras que en el río Jandulilla se funda el
santuario de El Pajarillo en Huelma.
Ordenación del territorio en torno a los ríos
Jandulilla y Guadalén
En el área ibérica manchega encontramos un modelo de ocupación caracterizado por un número reducido de oppida,
separados entre sí 30 o 35 Km, y que suponen en realidad una continuidad de los principales asentamientos preibéricos.
Entre los principales destacan el Cerro de las Cabezas y Alarcos en Ciudad Real. Aparte de estos oppida, aquí se ha
documentado un importantísimo poblamiento disperso, articulado en poblados de muy diversos tamaños, aunque a
diferencia de otras zonas no se encuentran asentamientos en altura levantados con funciones eminentemente defensivas.
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 8 DE 17
EL HABITAT Y SU CONTEXTO. TERRITORIO Y ARQUITECTURA - CONTINUACIÓN
Levante y sudeste
En contraste con el área andaluza, en el sudeste y levante, no desaparece el poblamiento disperso, sino que se produce una jerarquización de los asentamientos en
los que, desde el oppidum se ejerce la capitalidad, se reparten las funciones entre cada uno de ellos de modo que no exista competencia entre las actividades
económicas de los mismos, principalmente en la agricultura. También se crean asentamientos fortificados con una única misión defensiva. En estas zonas sólo un
asentamiento por territorio alcanza un considerable desarrollo demográfico y podríamos decir que urbano, y el resto de los pequeños asentamientos, permanecen
supeditados al oppidum.
Este modelo fue definido en un primer momento para el oppidum de Edeta, en Sant Miquel de Liria (Valencia), como cabeza de un territorio que abarcaría el valle del
Turia, aunque según esta definición sólo controlaría un área de 500 Km cuadrados, quedando fuera de su dominio ciudades tenidas por edetanas como Arse
(Sagunto) o La Carencia (Turis). Parece ser que las alianzas con otros territorios, alcanzadas en un momento tardío por su régulo Edecón, conformaron la extensa
Edetania política de la que hablan las fuentes del momento de la conquista romana, aunque tampoco llega a descartarse la existencia de una Edetania étnica de un
tamaño similar a la política.
Granja fortificada de Castellet de Bernabé Ordenación del territorio en torno al oppidum de Edeta
EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 9 DE 17
EL HABITAT Y SU CONTEXTO. TERRITORIO Y ARQUITECTURA - CONTINUACIÓN
Para el caso Edetano y tomando como centro el oppidum de Cerro de Sant Miquel de Liria, que contaba con una superficie en torno a las 10 Ha, encontramos una
jerarquización de los asentamiento menores en otras tres categorías. Por una parte se localizan asentamientos escasamente amurallados, denominados aldeas, con
una superficie de 5000 m2, que se situaban junto a las tierras de labor. Entre los mejores conocidos tenemos La Seña (Villar del Arzobispo) y La Monravana (Liria).
Menor tamaño tendrían los caseríos y granjas fortificadas, explotaciones agropecuarias con extensiones entre 1000 y 2500 m2, cuyo ejemplo mejor estudiado es el
de Castellet de Bernabé (Liria), excavado en su totalidad, con lo que sabemos que en el habitaba una familia aristocrática que sería la propietaria de las tierras que
trabajaban el resto de los ocupantes del asentamiento (unas 60 Personas).
En último lugar se identifican las atalayas, pequeños asentamientos fortificados entre 500 y 2500 m2 repartidos por puntos elevados, lo que proporcionaba una
buena visibilidad y control del territorio, factores necesarios para la defensa de todos los asentamientos agrarios distribuidos por el área controlada. El elemento
primordial de estos asentamientos eran las torres, que les permitía un mejor control visual.
La atalaya mejor conocida es Els Puntals dels Llops (Olocau), pequeño asentamiento de 900 m2 excavado en su totalidad, lo que nos ha permitido conocerlo con una
cierta profundidad. Se observa que sus 17 departamentos, no constituyen viviendas individualizadas, sino que el conjunto del asentamiento funciona como un todo,
con lo que estaríamos posiblemente ante una presencia temporal vinculada a las obligaciones militares.
Otro ejemplo de territorio con asentamientos jerarquizados, este más al sur, lo encontramos en la Contestania, donde en un momento más tardío, ya en el siglo III
a.C., el oppidum de La Serreta de Alcoy (Alicante) dominaría el valle del Serpis y sus asentamientos menores; mientras que La Alcudia de Elche (Alicante), hará lo
propio en el siglo IV a.C., con el valle del Vinalopó.
Nordeste
En el área de Aragón y Cataluña encontramos también diversos modelos de ocupación. Por una parte en el eje Ebro-Segre se da un modelo que se caracteriza por el
reducido tamaño de sus asentamientos más representativos de cada grupo étnico, que por regla general no supera la hectárea. Así entre los Ilergetes, aunque la
capital podría ser Iltirta (Lleida), tenemos como principal yacimiento Molí d’Espígol (Tornabous, Lleida); entre los ausetanos del Ebro, San Antonio de Calaceite
(Teruel) y entre los lacetanos, el Cogulló (Sallent, Barcelona).
Por su parte, entre las etnias costeras del norte de Cataluña, encontramos un modelo totalmente distinto, caracterizado por la presencia de más de un núcleo
importante dentro de un territorio, entre los que el mayor actuaría seguramente como capital del mismo.
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  • 1. (1ª PARTE: ORÍGENES, HISTORIA Y EVOLUCIÓN)
  • 2.
  • 3. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 10 1. DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS 1.1 TARTESSOS Y FENICIOS (900-600 a.C.) Son muchos los estudiosos que han intentado establecer una explicación que pueda ser adecuada a la hora de establecer el origen de una de las culturas con más personalidad en el antiguo Occidente Mediterráneo. La propuesta para encontrar el origen de lo ibérico, nos obliga a buscar un precedente en lo que los investigadores y las fuentes escritas han llamado Tartessos. La mítica Tartessos entendida como una ciudad, fue blanco de numerosas búsquedas de arqueólogos que, con escasa fortuna y con los escritos clásicos en la mano, intentaron sin éxito su localización en lugares tan dispares como la costa de Málaga, Cádiz, el Coto de Doñana o Huelva. Mucho de estos arqueólogos e historiadores elaboraron un origen helenizante para Tartessos, intentando buscar las huellas de las antiguas navegaciones que, desde el Bronce Final, llevarían a los sucesores de los antiguos aqueos a arribar a las costas de Iberia, formando el germen de lo que se llamaría cultura tartésica. Estos arqueólogos, algunos de los cuales se encontraban muy influenciados por la ideología del momento, muy extendida por Europa a partir de los años veinte, negaron sistemáticamente cualquier tipo de influencia fenicia en la colonización antigua de la Península Ibérica. Paradójicamente, algunos de los seguidores de esta tendencia, en su carrera por convertirse en los descubridores de la capital de este reino, fueron descubriendo los restos de una profunda y amplia presencia fenicia en nuestras costas y por lo tanto han sido causantes de la verdadera conciencia de la influencia oriental en lo que pudo ser Tartessos y el comienzo del mundo ibérico. Poco a poco se fueron descubriendo los asentamientos fenicios, más o menos vinculados al centro redistribuidor de Gadir, que prueba el trasvase de gentes y sobre todo de ideas, desde las ciudades de la costa fenicia, en especial desde Tiro. Las últimas excavaciones llevadas a cabo en el cerro del Carambolo, y que se había considerado hasta ahora como paradigma de los asentamientos tartéssicos, hasta el punto de haberse tomado como base para la elaboración cronológica aplicada a los yacimientos de esta cultura, han demostrado que, en realidad, estaríamos ante un santuario fenicio, seguramente dependiente de la cercana ciudad de Spal (Sevilla). Esta evidencia añadida a la información obtenida en otras excavaciones recientes, han obligado a una total revisión de la cultura tartésica, lo que ha generado una importante polémica ya que, por ejemplo, la conclusión a la que llega el director de las excavaciones del Carambolo es que “Tartessos, no fue una civilización indígena, sino la realidad que conocieron los griegos cuando llegaron a la península Ibérica en el siglo VII a.C., un conglomerado de colonias fundadas por orientales que llevaban dos siglos viviendo en ellas”. El desarrollo de técnicas náuticas, fue permitiendo la llegada cada vez más frecuente de gentes venidas del Oriente Mediterráneo entre los siglos VIII al VI a.C. Esta época en la que se produce un aumento de los materiales e influencias culturales de Oriente en todo el Mediterráneo, incluyendo Grecia, la Italia lacial, Etruria y por supuesto la Península Ibérica, se conoce por los arqueólogos como etapa orientalizante y supone un auténtico movimiento cultural en todo el Mediterráneo antiguo.
  • 4. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 10 DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. TARTESSOS Y FENICIOS (900-600 a.C.) - CONTINUACIÓN Poco después, los navegantes griegos también iniciaron un periodo de contacto con las poblaciones autóctonas del Mediterráneo Occidental, en los que destacaron los habitantes de Focea, ciudad griega de la antigua Asia Menor, región que actualmente se puede asimilar a la costa de la actual Turquía. Mapa del territorio nuclear de Tartessos y su área aproximada de influencia con los principales yacimientos conocidos. Pero pese a que de momento, la presencia griega en asentamientos parece circunscribirse a una serie de áreas muy concretas, su influencia fue mucho mayor a juzgar por la gran cantidad de objetos de procedencia helena que se encuentra en nuestro litoral. Los hallazgos de buques hundidos como en el puerto de Polleça (Mallorca), fechado en el siglo VI a.C., o los de armas como el casco corintio en la ría de Huelva o el de Jerez de la Frontera, nos señalan un ambiente de navegantes-guerreros que se aventuraban por nuestros ríos en busca de nuevos mercados para comerciar, exponiéndose a la posible hostilidad de los nativos. Hoy, cuando ya no tenemos esperanza de encontrar la mítica ciudad, llamamos tartésico a lo que produjeron los nativos peninsulares de los valles de Guadiana y Guadalquivir durante la época orientalizante, una sociedad muy relacionada con los colonos y comerciantes fenicios que buscaron principalmente un aprovechamiento minero de algunas de las zonas más ricas de las serranías de las cordilleras ibéricas. También es cierto que muchos de ellos se asentaron en pequeños establecimientos de la costa dedicándose principalmente a la pesca y a la agricultura. El contacto entre las élites autóctonas y estos navegantes y colonos del oriente Mediterráneo, provocó que llegaran a nuestras costas una serie de rasgos culturales y procesos tecnológicos que posibilitaron la introducción de la Península Ibérica en las corrientes económicas del Mediterráneo antiguo. Pero, por encima de todos ellos, uno de los principales avances lo encontramos en la escritura, lo que abrió nuevos horizontes en los procesos de trasmisión de la información. Aunque de momento, no sepamos la profundidad con la que se introdujo la escritura en los ambientes indígenas, el mero hecho de su introducción en fechas que podrían remontarse al siglo VII o VI a.C., nos indican que los primeros alfabetos peninsulares podrían haber sido elaborados al mismo tiempo e incluso antes que el alfabeto griego arcaico. Los foceos crearon la ciudad de Messalia (actual Marsella) en la ribera Mediterránea francesa, que sirvió de punto de partida para el establecimiento de las dos únicas fundaciones de origen griego que la arqueología ha logrado documentar en territorio español, Emporion y Rhode (actuales Ampurias y Rosas en la provincia de Gerona).
  • 5. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 10 DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. TARTESSOS Y FENICIOS (900-600 a.C.) - CONTINUACIÓN Pero no han sido únicamente estos aportes los que han influido en la formación de la cultura Ibérica, tenemos que hablar de otra clase de contribuciones, las provenientes de la prehistoria centroeuropea, que normalmente son ignoradas o minimizadas por los especialistas de lo ibérico. En el inicio de la Edad de Hierro (siglo IX a.C.) en la región centroeuropea se caracterizó por la eclosión de un foco cultural que en sus diversas variantes, tuvo una expansión muy alta en gran parte de la Europa continental. Los arqueólogos alemanes que estudiaron este fenómeno cultural, lo denominaron Campos de Urnas, debido a un tipo de enterramiento que se caracterizaba por la cremación del cadáver y la deposición de sus restos en una urna cerámica. Estos individuos que eran portadores de una serie de elementos culturales como sus armas o sus ritos funerarios (quizá los dos elementos más conocidos de Campos de Urnas), pudieron adoptar diversas expresiones a lo largo de su expansión por la Europa templada. Una banda de mercenarios, contratados por un asentamiento en conflicto con la población vecina, también puede servir para explicar la aparición en una determinada área de un tipo de espada característica de este horizonte. La búsqueda de nuevas rutas para la trashumancia, también nos puede servir para explicar la infiltración de pequeños contingentes de gentes en regiones alejadas de su foco de origen. Esta progresiva infiltración cultural, también se detecta en el Levante y en el Sur, así como en áreas que posteriormente fueron regiones plenamente iberizadas. Los Campos de Urnas penetraron por los Pirineos dejando una serie de artefactos registrables arqueológicamente que nos indica una presencia en todo el área de la meseta norte y centro, teniendo también un especial arraigo en Cataluña, el valle del Ebro y el norte de la región valenciana, zonas todas ellas en el que este componente centroeuropeo quedará progresivamente eclipsado por el proceso de iberización. Pero pese al retraimiento de Campos de Urnas en el nordeste de la península, algunos autores han recuperado con gran éxito algunos de los rasgos culturales que seguramente procedan de esta fase y que han seguido desarrollándose en la cultura Ibérica. Seguramente, el más famoso y más polémico sea la adopción de la cremación como rito funerario en lugar de la inhumación tradicional de las poblaciones peninsulares durante la Edad de Bronce. El íbero preferirá el rito de la incineración de sus restos mortales y su deposición en urnas funerarias, que irán evolucionando desde las toscas cerámicas a mano, hasta lujosas importaciones áticas. La penetración cultural en algunos casos llegó a ser tan profunda, que alteró patrones de comportamiento tan arraigados en las sociedades como los ritos funerarios o los elementos de la religión. No es muy difícil de imaginar cómo determinados individuos de la élite autóctona aprovecharon su relación con los navegantes para dotarse de un manto de prestigio con el que legitimar su preeminencia sobre otros asentamientos, así mismo, estos régulos incipientes, se beneficiaban de algunos progresos tecnológicos y artísticos que los griegos y fenicios podían proporcionarles, como adelantos arquitectónicos en las fortificaciones de sus asentamientos o nuevas formas de expresión plástica como la gran escultura de piedra, que será introducida y reelaborada por los artesanos ibéricos, de manera que adapten esquemas ideológicos grecofenicios a la idiosincrasia propia de los príncipes ibéricos.
  • 6. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 4 DE 10 DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. TARTESSOS Y FENICIOS (900-600 a.C.) - CONTINUACIÓN Pronto, ese tráfico comenzó a producir auténticas redes incipientes de comercio, lo que provocó la creación de vías de comunicación entre las diversas regiones de la Península Ibérica. Esta red de comunicación se estableció entorno a la vía de Herakles, la gran vía de comunicación de la iberia prerromana, que penetraba desde el sur de Francia y conectaba, siempre discurriendo paralelo a la costa, todas las poblaciones del mundo Ibérico hasta la zona de Gadir, donde estaba el gran puerto del Océano. Esto era, junto a la navegación por el Mediterráneo, la única gran vía de comunicación que existió en territorio indígena hasta la llegada de los romanos, pero ello no significa que no existieran otras rutas de comunicación hacia el interior de la Península, principalmente los cursos de los ríos y valles que penetraban desde la costa levantina hacia el interior. En el caso de algunos ríos podemos afirmar que eran navegables hasta zonas más interiores de lo que lo son en la actualidad, de lo que tenemos un buen ejemplo en el Guadalquivir (fue navegable hasta Córdoba). Hasta ahora, hemos hablado de los colonizadores pero no de los indígenas. Durante la Edad de Bronce habían surgido una serie de focos que se expandieron por determinadas áreas a juzgar por los restos arqueológicos que se pueden encontrar por todo nuestro territorio. La investigación actual no se pone de acuerdo en realizar una concreta caracterización arqueológica de estos focos culturales y de momento, sólo se puede adscribir a un territorio de manera muy imprecisa. Lo que sí sabemos es que en la vertiente Mediterránea de Iberia, que coincide a grandes rasgos con el área de desarrollo de lo ibérico, empiezan a producirse una serie de cambios, iniciándose un proceso que terminará por dar paso al surgimiento de una nueva época: la Edad de Hierro. Esta época de cambios se ha querido denominar de muchas formas, pero la mayoría de los expertos coinciden en referirse a ella como Bronce Final. Durante este periodo que se puede situar entre los siglos XI y VIII a.C., y durante el posterior orientalizante, las sociedades autóctonas de esta vertiente peninsular, inician un proceso de cambio que terminará por iniciar el desarrollo de la sociedad ibérica. Este proceso debería ser entendido como amplio y profundo y afecto a la totalidad del área ibérica y posteriormente al interior de la península.
  • 7. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 5 DE 10 1.2 EL MEDITERRÁNEO CAMBIA DE DUEÑO (600-400 a.C.) 1. DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS Durante los siglos VII al V a.C. se produce en el mediterráneo una serie de sucesos que modificarían totalmente los rasgos culturales de la península ibérica, además de aparecer nuevas potencias en el mediterráneo occidental. El rey babilónico Nabucodonosor II invade Fenicia y posteriormente Persia invade Babilonia y Fenicia, además de entrar en guerra con los griegos y los cartagineses. Roma comienza a ser la gran potencia que siglos más tarde invadiría el territorio Íbero. El Mediterráneo Occidental se convierte en un campo de batalla. Fenicia desaparece y con ella las colonias existentes en la península, así como todo el comercio que se había desarrollado en torno a Fenicia y Grecia. Los pueblos íberos comienzan a establecerse en los diversos entornos peninsulares, además de hacerse más belicosos, porque belicoso era su entorno, modificando los sistemas defensivos. Ahora hay que protegerse de otros pueblos íberos y de pueblos externos (púnico). Estos cambios darán lugar a un tipo de asentamiento muy extendido dentro del mundo Ibérico. Se trata de poblados en alto, aprovechando las ventajas estratégicas de las defensas naturales y de la visibilidad que la altura proporciona. En algunos casos llegaron a convertirse en auténticas ciudades fortificadas a las que los exploradores romanos se referían con la palabra “oppidum”. Pero para realizar estas grandes obras, era preciso tener una autoridad que ordenara y coordinara el esfuerzo de los grupos de personas. La arqueología de la muerte nos ha permitido en muchos casos conocer mejor cómo se fue produciendo este fenómeno de evolución y jerarquización de la ciudad. Si durante la Edad del Bronce, las diferencias entre enterramientos se deben en su gran mayoría a criterios de edad, sexo o familia, durante el Bronce Final, asistimos a diferenciaciones de enterramientos sobre la base de criterios no biológicos (niño-adulto, mujer-hombre, familiar-no familiar). A partir de ahora los ajuares y ritual de enterramiento, empiezan a poder interpretarse desde un punto de vista social, donde el militar, el guerrero y en definitiva el aristócrata, comienza a diferenciarse de otros enterramientos más modestos y sobre todo sin una panoplia de armas que acompañen al difunto. La agrupación de esta aristocracia en algunas poblaciones, dará lugar al surgimiento de auténticos centros primarios en torno a los que se establecerá un dominio de tipo territorial. Este interés estratégico por el dominio del territorio, se puede apreciar arqueológicamente a través de yacimientos de claro carácter secundario que se dispersaban por el territorio como medio de asegurar un control militar sobre determinado territorio que implicaban vías de comunicación, como los valles de los ríos o los pasos para penetrar en la meseta o bien para integrar el mayor número posible de explotaciones agropecuarias dentro del dominio del príncipe de turno.
  • 8. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 6 DE 10 DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. EL MEDITERRÁNEO CAMBIA DE DUEÑO (600-400 a.C.) - CONTINUACIÓN Un ejemplo muy claro de este tipo de estrategias, lo encontramos en la provincia de Valencia, en un gran oppidum ibérico asentado en el Tossal de Sant Miquel de Lliria. Este establecimiento, famoso por su cerámica con decoraciones figuradas, cuenta con una gran densidad de construcciones, siendo el centro principal de una región, la antigua Edetania, que incluye a grandes rasgos, el centro y norte de la provincia valenciana y parte del territorio castellonense. En torno a este núcleo principal, fueron desarrollándose poco a poco, una serie de centros de carácter dependiente que se explican como consecuencia de la dominación territorial de los antepasados de los régulos ibéricos. Lugares como el Puntal dels LLops o el Castellet de Bernabé, se explican como consecuencia de políticas similares. La descripción del puntal es un pequeño hábitat, de no más de veinte casas, sobre un terreno elevado que domina estratégicamente un paso contiguo. Dotado de una muralla defensiva e incluso de un pequeño bastión, que protegía la zona más vulnerable de la ciudad, la entrada, debemos imaginarnos un centro mantenido como medio efectivo de extensión territorial de las élites instaladas en el Tossal. El alto valor estratégico de alguno de estos entramados de establecimientos en torno a centros secundarios, también puede medirse sobre la base de un criterio geográfico de fácil comprobación, la visibilidad. Estudios arqueológicos recientes, han demostrado que existía una relación de visibilidad entre los distintos asentamientos ibéricos de una zona, de manera que se podía conseguir una comunicación secuencial en todas las áreas de una región como forma de comunicación ante cualquier contingencia de tipo bélico. Pero también se producen cambios en ámbitos tan eminentemente conservadores como el mundo de las creencias religiosas. En esta época asistimos al surgimiento de los santuarios, es decir, lugares sagrados donde el devoto se pone en contacto con la divinidad. Algunos de estos lugares que eran la sede de cultos desde épocas ancestrales, ahora reciben la atención de varios centros cercanos en el territorio. En algunos casos, seguramente llegó a producirse una identificación comunitaria en torno a estos santuarios, siendo probablemente igual el dominio de un centro principal que el radio de acción de una de estos santuarios. Todos estos cambios deben insertarse dentro de un proceso de definición que terminó por crear las comunidades autóctonas con las que los navegantes mediterráneos tuvieron que interactuar OCUPACIÓN DE LA PENINSULA IBÉRICA (600 - 400 a.C.)
  • 9. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 7 DE 10 1.3 IBERIA SE DIVIDE. COMIENZAN LAS GUERRAS PÚNICAS (264-202 a.C.) 1. DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS En el siglo IV a.C. el Mediterráneo Occidental estaba dominado por Roma y Cartago. Ambos estados fueron firmando tratados de no agresión y de ayuda mutua ante enemigos comunes. Tal vez el tratado más importante firmado por Cartago y Roma fue en 279 a.C., cuando Pirro de Epiro desembarca en Italia y en Sicilia. Cartago y Roma se unen para expulsar a los griegos. Tras las guerras pírricas, la rivalidad entre Roma y Cartago había aumentado, y sólo faltaba la “chispa” para provocar una guerra entre ambas potencias. Esta chispa la provocaron los mamertinos, grupo de mercenarios italianos que se establecieron en Siracusa. Hieron II de Siracusa decidió expulsarlos de la isla y los mamertinos pidieron ayuda tanto a Roma como a Cartago. Roma entró en guerra contra Hieron, aunque en realidad quería echar de Sicilia a los cartagineses, que ocupaban toda la isla a excepción de Siracusa. Comienza la primera guerra púnica. En 241 a. C., a la conclusión de la Primera Guerra Púnica, Cartago se encontraba en una situación financiera desastrosa: debía pagar una enorme suma de dinero a los vencedores, como compensación, además de la restitución total de todos los prisioneros de guerra sin rescate alguno. Había perdido la fértil Sicilia, que pasaba a manos romanas, con la prohibición a los cartagineses de declarar la guerra a Gelón II de Siracusa. Para compensar las consecuencias de la derrota, la expansión territorial en la península ibérica era una opción muy ventajosa para Cartago, y de ello se encargó particularmente la poderosa familia Barca, dirigida por Amílcar. Este tuvo previamente que sofocar una revuelta de los mercenarios en África y formar un nuevo ejército principalmente formado por númidas. En 236 a. C. inició su expedición de conquista por Hispania, que mantuvo durante ocho años hasta su muerte en batalla el año 228 a. C. La base cartaginesa más importante fue Qart Hadasht, más tarde conocida por el nombre romano de Carthago Nova (hoy Cartagena), fundada en el 227 a. C. por su yerno Asdrúbal el Bello sobre la ciudad de Mastia. Una vez finalizada la Guerra de los Mercenarios, Cartago necesitaba una vía de expansión alternativa, para acceder a las materias primas y al mercado de mercenarios. El reputado general y político Amílcar Barca inició la conquista de la Península Ibérica, lugar donde Cartago ya poseía amplios intereses comerciales, utilizándola como punto de apoyo para recuperar las finanzas púnicas. La expedición cartaginesa parte de la ciudad de Gadir (actual Cádiz). Amílcar se arriesgó a convertir la expedición africana en autosuficiente, tanto desde el punto de vista económico como desde el militar. Procedió a enviar a Cartago grandes cantidades de bienes y metales preciosos requisados de las tribus iberas como tributo. Muerto Amílcar, su yerno Asdrúbal el Bello adoptó el mando durante ocho años, e inició una política de consolidación de las tierras conquistadas.
  • 10. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 8 DE 10 DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. IBERIA SE DIVIDE. COMIENZAN LAS GUERRAS PÚNICAS (264 – 202 a.C.) - CONTINUACIÓN En conflicto con los galos, y presionados además por su aliada Massilia, que veía aproximarse el peligro desde el sur, los romanos firmaron un tratado con Cartago en 226 a. C. En este tratado, se fijaba el río Íberus (Ebro) como el límite septentrional de la expansión cartaginesa. Quedaba así reconocido de modo implícito el nuevo territorio sujeto a control cartaginés. En el 218 a. C. Aníbal atacó la ciudad de Sagunto, que había entrado en conflicto con los turdetanos, aliados de Cartago. Aunque la ciudad se encontraba al sur del Ebro, era aliada de la República romana, quien envió un ultimátum a Aníbal para que se detuviera. Ante la negativa del cartaginés, dio comienzo la Segunda Guerra Púnica, que duraría 16 años. La segunda guerra púnica: el principio del fin Uno de los posibles puntos de referencia que podemos tomar para explicar este proceso pude ser el desembarco de Almilcar y Asdrubal Barca en las costas andaluzas en el 237 a.C. La expedición de conquista cartaginesa era el inicio de unos planes, de la familia Bárquida, para el establecimiento de modo permanente en el solar hispano. Iberia iba a ser la fuente sobre la que se sustentase el renacimiento político y económico de Cartago después del primer enfrentamiento romano- púnico, ese valor geoestratégico que la península ibérica adquiría, provocaría unos años más tarde la intervención definitiva de las legiones romanas u la dominación progresiva de los pueblos indígenas. Si al principio de la contienda los príncipes Íberos, sobre todo los del Levante, apoyaron de manera decidida la intervención romana, era en gran medida porque consideraban esta intervención como temporal, de la misma manera que veían la participación de sus antepasados en las guerras greco-púnicas de la isla de Sicilia durante los siglos V y IV a.C. Tres episodios militares de gran importancia, dirigidos magistralmente por parte de Escipión: la toma de Cartago Nova (209 a.C.), centro neurálgico de los cartagineses en territorio hispano; la batalla de Baécula (208 a.C.) y la conquista de Gadir (206 a.C.), supone el fin del dominio efectivo de la familia Bárquida en Iberia.
  • 11. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 9 DE 10 DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. IBERIA SE DIVIDE. COMIENZAN LAS GUERRAS PÚNICAS (264 – 202 a.C.) - CONTINUACIÓN Tras estas fechas y pese a lo que los aristócratas autónomos pensaban, el dominio romano no descendió y las tropas legionarias permanecieron en el suelo hispano. Ante las verdaderas intenciones de los magistrados y senado romano, algunos príncipes ibéricos comenzaron a levantarse en rebelión contra el conquistador romano en una fecha tan temprana como el 206 a.C. cuando Cartago no había sido definitivamente doblegada. Capitaneados por Indíbil y Mandonio, tropas compuestas de varios pueblos del noreste, sobre todo los ilergetas, cuyo señor hegemónico, Indíbil, había sido uno de los grandes aliados de Roma en el conflicto púnico. Por aquel entonces, la inusitada cohesión con la que actúan los contingentes ibéricos, que incluso deciden un mando coordinado, supone una prueba manifiesta de lo que comprobarían más tarde, la toma de conciencia de que la conquista romana supondría la desaparición de la estructura política, social y económica que se estaban desarrollando en los pueblos prerromanos. Roma diseñó, dirigió y aplicó un modelo de guerra generalizada para obtener el control de la antigua Iberia, iniciando así la conquista de un territorio cuyo dominio significaba el acceso a la explotación de sus vastos recursos económicos y demográficos. Era pues una rebelión y una guerra de supervivencia iniciada con el reclutamiento de un ejército capaz de medirse con las tropas romanas. Pese a la derrota de los ilergetas, se produjeron rebeliones en todo el arco Ibérico. Incluso famosos jefes como Culchas, firmes aliados de Roma en sus actividades por el mediodía peninsular, no dudaron en poner sus recursos militares a favor de las rebeliones. De iberia a Hispania: la romanización de los íberos Ante esta situación de conflicto e inestabilidad generalizada, el Senado romano decide dar el mando de dos legiones a Marcio Poncio Catón quien, en el año 195 a.C., y tras un enfrentamiento decisivo a campo abierto con un ejército ibérico a las puertas de Emporión, inicia una serie de campañas por territorio levantino y Andalucía, aniquilando toda la estructura bélica indígena, esquilmando los recursos de cientos de asentamientos y destruyendo sistemáticamente las defensas de los oppida que pudieran suponer una amenaza para el poder romano en Hispania. Al finalizar esta campaña, la provincialización de Iberia es un hecho inevitable y podemos hablar con toda propiedad de los orígenes de la Hispania romana. La caída de una parte de la aristocracia tradicional, fue aprovechada por otros sectores para alzarse como las incipientes élites de las provincias hispano-romanas. Testimonio de este hecho son los ilustrativos documentos epigráficos que nos muestran la introducción progresiva de antropónimos latinos entre estas nuevas élites, iniciando el proceso de hibridación al que se sometió a la población hispana. La consolidación del proceso cívico iniciado en la época de la plenitud clásica del iberismo (siglos IV y III a.C.), tendrá su marco durante el periodo de dominación romana, que impondrá nuevas formas de implantación territorial como forma de desestructurar las antiguas redes sociopolíticas, integrando a las poblaciones nativas en las nuevas redes romanas.
  • 12. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 10 DE 10 DE LOS TARTESSOS A LOS ROMANOS. IBERIA SE DIVIDE. COMIENZAN LAS GUERRAS PÚNICAS (264 – 202 a.C.) - CONTINUACIÓN La autoridad romana instaurará el régimen jurídico propio de sus ciudades, iniciando la progresiva municipalización de algunos de los antiguos establecimientos ibéricos, al mismo tiempo que inicia un programa de fundaciones urbanas, cuyo patrón de asentamiento ya no será el de los poblados fortificados en alto sino el de ciudades cabeceras de un territorio jurídico o “conventus”, así como una determinada zona de interés económico, tal es el caso de Emérita Augusta (Mérida), Itálica (Santi Ponce, Sevilla) o Tarraco (Tarragona), que fueron piezas fundamentales en este ambicioso programa de municipalización iniciado por Roma. Hispania y el mediterráneo después de la segunda guerra púnica La provincialización y parcelación del territorio por parte de los agrimensores romanos, trajo consigo un nuevo modelo de explotación rural que tuvo su punto álgido en la época altoimperial. El paradigma de la explotación de subsistencia será progresivamente sustituido por el modelo de explotación extensiva generalizada con vistas a la comercialización de los excedentes. Este es el germen del que surgirán las incontables “Villae”, explotaciones agropecuarias en extensión en torno a un núcleo de habitación, que prosperaron en todo el territorio Hispano. En el terreno de la cultura intelectual, la conquista de Roma supone el inicio de la latinización lingüística de Hispania. De manera progresiva irán abandonándose los diversos alfabetos prerromanos y adaptándose al latín como lengua oficial de la Administración. Poco a poco el latín también se irá convirtiendo en la lengua popular en la mayoría de los territorios hispanos. El proceso de romanización no puede entenderse como un proceso de sustitución regular y aritmética de las antiguas estructuras ibéricas; muchos ámbitos de las culturas tradicionales siguieron funcionando de la misma forma hasta fechas muy avanzadas de la etapa imperial. Muchos de los cultos religiosos realizados en Andalucía y levante, siguen manteniendo ritos similares hasta los siglos I y II d.C. Así sucede en Despeñaperros, en algunos templos del área catalana como Castel o San Julia de Ramis (Gerona) o en Torreparedones donde no se abandona el culto hasta varios siglos después de la conquista romana.
  • 13. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 3 2. CRONOLOGÍA DE LA CULTURA IBÉRICA Y SU ENTORNO INMEDIATO A lo largo del tiempo han sido muchos los investigadores que han intentado establecer una cronología para la cultura ibérica, y todos han tropezado con un mismo problema: la dificultad, por no decir la imposibilidad, de fijar unos periodos temporales que fueran válidos para la totalidad del vasto ámbito ibérico. Aun así, tradicionalmente, se han venido estableciendo cuatro periodos, que comenzaban con un momento anterior al propiamente ibérico y que según autores podría denominarse Preibérico, Protoibérico, Orientalizante, etc. Y que ocuparía más o menos los siglo X, IX, VIII, VII y mitad del VI a.C. Pasaríamos después a una fase que suele ser denominada como Ibérico Antiguo o periodo formativo, y que ocuparía la mitad de los siglos VI y V a.C.
  • 14. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 3 CRONOLOGÍA DE LA CULTURA IBÉRICA Y SU ENTORNO INMEDIATO - CONTINUACIÓN El tercer periodo suele recibir unánimemente el nombre de Ibérico Pleno, aunque también se le ha denominado Ibérico Clásico y ocuparía grosso modo desde el 400 al 200 a.C.
  • 15. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 3 CRONOLOGÍA DE LA CULTURA IBÉRICA Y SU ENTORNO INMEDIATO - CONTINUACIÓN La etapa última de la cultura ibérica ha sido denominada como Ibérico Final o Ibérico Tardío. Periodo Iberorromano, etc. Su comienzo se establecería en torno al año 200 y también aquí, el final del periodo queda abierto, al resultar imposible establecer una fecha concreta de extinción para esta cultura.
  • 16. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 9 3. PUEBLOS IBÉRICOS 3.1 EL ÁREA IBÉRICA MERIDIONAL Uno de los caballos de batalla más importantes en las investigaciones sobre el mundo Ibérico, es la búsqueda continua de su adecuada definición (si es que la tiene) como entidad cultural más o menos homogénea. En este sentido y para obtener la mayor claridad posible hemos de afirmar rotundamente que la cultura o culturas ibéricas jamás tuvieron un nivel de organización interna lo suficientemente desarrollado como para unificar una serie de rasgos culturales, lengua, derecho, historia, tradición, religión, etc., con el que podríamos caracterizar a una comunidad cultural unitaria. Aun advirtiendo que el término “Ibérico” corresponde a un convencionalismo aceptado por la investigación, hemos de afirmar a favor de esta denominación que la mayoría de las fuentes antiguas aceptan dicha nomenclatura, por lo que en teoría debemos pensar que seguramente serían percibidos de esta manera por una parte de los eruditos o viajeros griegos o latinos a través de cuyas crónicas conservamos noticias de las gentes que habitaron nuestra península en aquella época. Estamos por lo tanto definiendo una matriz o base sobre la que una serie de comunidades desarrollarían, como en otras sociedades contemporáneas (mundo etrusco, Grecia arcaica), sus propias peculiaridades culturales que deben ser contextualizadas en unos parámetros lo más asépticos posibles, sin caer en el viejo paradigma de la unidad nacional del pueblo ibérico. El complejo proceso de formación y desarrollo de la cultura ibérica a lo largo y ancho de todo el territorio que llegará a ocupar en su momento de máxima expansión, no puede ser explicado desde una visión de uniformidad. Es por eso que pasaremos a tratar de exponer los factores y peculiaridades regionales que influyeron en esta génesis múltiple, dividiendo el territorio en tres áreas que no pueden tomarse como cotos cerrados con fronteras fijas e inamovibles. Es el área más extensa ya que abarca toda Andalucía y el sur de Castilla – La Mancha. A pesar de que existen importantes diferencias culturales a lo largo de toda esta zona, podemos indicar que buena parte de ella recibió desde muy temprano una mayor influencia procedente del Mediterráneo Oriental. Influencia que haría florecer la cultura tartésica, centrada en el Occidente andaluz pero que irradiaría a zonas limítrofes que alcanzarían el sur de Portugal, toda Extremadura y Andalucía oriental, llegando incluso a las áreas costeras del sudeste peninsular
  • 17. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 9 PUEBLOS IBÉRICOS. EL ÁREA IBÉRICA MERIDIONAL - CONTINUACIÓN Según la mayoría de investigadores, será en la frontera oriental del mundo tartésico donde, a partir del 700 a.C., se producirá la génesis de la cultura ibérica, apreciándose la presencia del torno alfarero, asociado a casas cuadrangulares, la extensión del uso del hierro y las imitaciones locales de las cerámicas fenicias, evidencias de una trasformación socioeconómica propiciada por la aparición de unas aristocracias que articulan una sociedad cada vez más férreamente jerarquizada, controlada mediante poblados fortificados (oppida) que promueven una colonización agraria a gran escala que aumenta la producción, lo que a su vez impulsa el crecimiento demográfico. Situación aproximada de las etnias indígenas de la mitad meridional de la Península Ibérica. Turdetania En el territorio comprendido aproximadamente en el valle del Guadalquivir, encontramos a los turdetanos. La investigación protohistórica de esta zona se ha centrado normalmente en Tartessos, el fenómeno protohistórico más estudiado dentro de nuestra prehistoria reciente, acaparando gran parte de los escasos recursos de que la arqueología dispone para el desarrollo de sus estudios. Con este panorama es muy poco lo que se ha avanzado en el estudio de lo turdetano. Es muy reveladora la falta de definición del mundo turdetano. Mientras algunos autores lo han querido caracterizar como el pueblo sucesor del área tartésica tradicional después del colapso material que sufre el valle del Guadalquivir durante el siglo VI a.C., otros abogan por la vinculación atlántica de este complejo protohistórico, basándose en la importancia que tienen los yacimientos onubenses y en paralelismo de sus formas materiales, alejándolo del resto de pueblos que componen el ámbito ibérico. Pese a lo mucho que se ha escrito sobre el tema, en la actualidad la comunidad arqueológica, no tiene datos suficientes como para realizar una adecuada caracterización del tránsito del mundo tartésico al turdetano. En cualquier caso, en zonas fronterizas de demarcaciones similares, cuyo ejemplo puede ser la campiña cordobesa, encontramos pruebas en el registro material que nos indica claramente una afiliación ibérica. Hay indicadores más que suficientes para afirmar que, si bien no es generalizable a todo el valle del Guadalquivir, una parte del mismo concerniente a su curso alto, sería fácilmente equiparable a lo que llamamos Ibérico. La Turdetania se encontraba articulada en torno a una serie de grandes núcleos que actuarían como los centros reguladores del territorio. Uno de los más importantes de ellos es Torreparedones (Córdoba), dotado de un recinto amurallado de gran empaque y en el que se han documentado restos que nos indican una cierta monumentalización, como el capitel del Cerro de las Vírgenes o un relieve que representa una columna con remate animalístico.
  • 18. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 9 PUEBLOS IBÉRICOS. EL ÁREA IBÉRICA MERIDIONAL - CONTINUACIÓN Además, Torreparedones parece ser el centro neurálgico de un sistema de puestos secundarios y atalayas que abarcaría la campiña cordobesa hacia el occidente de la provincia de Jaén, donde comenzaría la zona de influencia de otro gran oppidum en Porcuna (Jaén). En la zona sevillana nuestro conocimiento es menor, tenemos algunas secuencias arqueológicas completas como el Cerro Macareno (Sevilla), pero aun no acertamos a realizar una sistematización precisa de la misma. Toda esta área se encuentra en muy estrecho contacto con núcleos de origen fenicio-púnico. Gran parte del registro material como la cerámica pintada, se encuentra influenciada por concepciones orientalizantes, sobre todo en lo que se refiere a motivos geométricos semicirculares, de gran difusión en la Andalucía Ibérica y muy del gusto orientalizante. Precisamente en Torreparedones se ha escavado un edificio religioso que parece reflejar estos intercambios con el mundo oriental semita, asemejándose a estructuras fenicias y púnicas. Además de esto, la exhumación de un exvoto de la época romano – republicana, nos indica este entronque religioso. Las fuentes antiguas también reflejan que los turdetanos siempre se encuentran entre los activos mercenarios de Aníbal durante la Segunda Guerra Púnica, lo que es indicativo de una tradición de convivencia entre los generales cartagineses y estos grupos humanos, seguramente en el marco de una política de alianzas con algunos de los pueblos prerromanos de la Península Ibérica. Situación aproximada de las etnias indígenas de la mitad meridional de la Península Ibérica. Oretania Otro de los grupos étnicos más mencionados por los autores clásicos son los oretanos, que ocuparían una zona indeterminada de la provincia de Jaén y la provincia de Ciudad Real, llegando a algunas zonas lindantes con La Mancha, algo que se documenta en yacimientos conquenses como Iniesta. Esta comunidad llamada así por un gran centro, todavía no bien conocido, que recibía el nombre de “Oretum”, tiene una serie de centros principales en Jaén, como es Cástulo. En este lugar se han encontrado numerosos indicios de monumentalización, en concreto el famoso capitel de Cástulo o las molduras arquitectónicas de un supuesto “naiskos” o templete funerario que se expone en el Museo Arqueológico de Linares (Jaén). La cerámica pintada en esta zona corresponde a motivos geométricos, en su mayor parte surgidos del intercambio estilístico con individuos orientales. Sin embargo, en nivel de importaciones cerámicas griegas (cerámicas áticas), es más elevado en esta zona de Jaén.
  • 19. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 4 DE 9 PUEBLOS IBÉRICOS. EL ÁREA IBÉRICA MERIDIONAL - CONTINUACIÓN Este fenómeno detectable en otros yacimientos jienenses no adscritos al ámbito oretano, como el sepulcro de La Toya o los Castellones del Ceal, responden tal vez a su situación estratégica como punto de unión de las zonas ricas en mineral de las cordilleras béticas y los puntos de comercio Mediterráneo de la costa levantina. Otros grandes asentamientos en la provincia de Jaén, el caso de Porcuna o Puente Tablas, nos indica la existencia de un foco de desarrollo en esas comarcas, que experimentaron un amplio crecimiento en época ibérica. Este desarrollo se puede apreciar en el patrocinio de conjuntos escultóricos complejos, con representaciones iconográficas propias, similares al del Santuario del Pajarillo (Huelma, Jaén) o en la construcción de grandes recintos fortificados a modo de los de Mengíbar o el mismo Puente Tablas. Situación aproximada de las etnias indígenas de la mitad meridional de la Península Ibérica. Bastetania Un poco más hacia el este tenemos a las poblaciones que ocupaban la zona este de Jaén y el territorio aproximado a la actual provincia de Granada, quizá ocupando también parte del territorio murciano. Este grupo es denominado por ciertas fuentes como Bastetanos, nombre derivado del topónimo de uno de los grandes centros de la región, “Basti”, que algunos han querido identificar con el núcleo urbano que produjo la necrópolis de Baza (Granada), famosa por el hallazgo de una escultura femenina de gran tamaño que conserva su policromía, la llamada Dama de Baza. Una de las características de esta área es la abundancia de cámaras funerarias en las que los príncipes de la zona se enterraron. Estas tumbas de cámara se encuentran en un número muy alto en yacimientos de la provincia de Granada, como la ya mencionada Baza o Galera, lugar identificado tradicionalmente con la “Tutugi” de los textos antiguos. Al igual que en las necrópolis jienenses, en estos grandes ámbitos funerarios, el volumen de importaciones cerámicas griegas alcanza una entidad suficiente como para asumir la existencia de un tráfico comercial más o menos regularizado. En la cerámica autóctona predominan los motivos geométricos curvilíneos con decoraciones de raigambre orientalizante. Ciertas importaciones como la Dama Sedente de Galera, de origen oriental, nos hablan, como en el caso de turdetanos y oretanos, de unos estrechos lazos con las factorías fenicio-púnicas del mediodía peninsular, algo que no resulta nada extraño si tenemos en cuenta que todos estos pueblos, se encuentran ocupando las rutas estratégicas de comunicación terrestre entre el valle del Guadalquivir, las factorías fenicias del sur de Andalucía y los grandes centros de comercio Mediterráneo situados en el levante de la Península Ibérica.
  • 20. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 5 DE 9 PUEBLOS IBÉRICOS. EL ÁREA IBÉRICA MERIDIONAL - CONTINUACIÓN No podemos olvidar aquí la presencia de pueblos celtas llegados desde la Meseta, que se atestigua ya desde el siglo V y IV a.C. penetrando por el flanco occidental del antiguo territorio tartésico, y de cuya presencia tenemos constancia por las fuentes y por la toponimia. Conocemos la existencia de unos pueblos de procedencia indoeuropea que ocuparían el espacio entre el Guadiana y el Guadalquivir, en lo que el naturalista latino Plinio denominaba “Beturia céltica” y una de cuyas ciudades tiene el más que significativo nombre de “Celti”, identificada como Peñaflor (Sevilla), en la orilla occidental del Guadalquivir. Todo lo dicho muestra que son muchos los aspectos que van siendo conocidos del origen y evolución del mundo ibérico meridional, pero eso no quiere decir que hayamos ya despejado todas las dudas que todavía rodean a esta cultura, y que en esta zona aún no nos ha descubierto totalmente los mecanismos por los que se formó Tartessos, su relación con el mundo celta y Mediterráneo, cómo se produjo su disolución en un proceso que desembocaría en la realidad Turdetana y su influencia real en la formación de la cultura Ibérica. 3.2 SUDOESTE Y LEVANTE El influjo orientalizante tartésico va disminuyendo desde la baja Andalucía hacia las costas levantinas, siendo sustituida en parte por influencias Fenicias llegadas directamente a estas costas. Algo que se puede apreciar en los asentamientos alicantinos como la colonia Fenicia de La Fonteta en Guardamar del Sugura o el asentamiento indígena de Peña Negra en Crevillente, que acogió entre su vecindario a un grupo fenicio. Esto hará que ésta área adopte también los avances tecnológicos procedentes de Oriente, como el hierro o el torno de alfarero. La casa cuadrangular ya era conocida en la zona desde la Edad del Bronce, pero se generaliza ahora un urbanismo más regular. A todos estos influjos orientalizantes se suman otros importantísimos procedentes del mundo griego, que llegan a través de sus comerciantes y colonias, principalmente foceas, presentes de forma permanente en la península desde comienzos del siglo VI a.C., cuando se funda Emporion en el golfo de Rosas, aunque la presencia esporádica de comerciantes helenos sería anterior a la fundación de estos asentamientos. Las fuentes clásicas también señalan la existencia de otras supuestas colonias griegas en el sudeste peninsular, como Hemeroscopeion a Alonis, algo que hoy se duda. Esta importante influencia griega tendría su reflejo en la adopción en el área de Alicante, al menos de una forma parcial, del denominado alfabeto grecoibérico. A los influjos fenicios iniciales se suman posteriormente los cartagineses, muy visibles en esta zona, ya que fundaron la capital en Qart Hadast y desde donde pugnarán con los griegos. Todo ello sin menospreciar la pervivencia en las poblaciones autóctonas de las tradiciones heredadas del Bronce valenciano, con una personalidad muy marcada.
  • 21. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 6 DE 9 PUEBLOS IBÉRICOS. SUDOESTE Y LEVANTE - CONTINUACIÓN Sin embargo, si nos situamos al norte de río Mijares, ya en la provincia de Castellón, observamos cómo subsiste la influencia de los llamados Pueblos de los Campos de Urnas, más evidente cuanto más al norte, y eso a pesar del gran foco de difusión cultural griega que supone la presencia de Emporión, que actuará directamente sobre el mencionado sustrato indígena. Situación aproximada de las etnias indígenas del levante de la Península Ibérica. Contestania Siguiendo nuestro recorrido geográfico por los distintos pueblos de la antigua Iberia, hemos de hacer mención al grupo de los “mastienoscontestanos”. La verdadera identificación de estos dos grupos humanos todavía está en fase de debate, pero parecer ser que los “mastienos” ocuparían un área comprendida más o menos en territorio murciano, mientras que la Contestania, abarcaría el sur de la provincia de Valencia, Alicante, el norte de Murcia y algunas zonas del este de la provincia de Albacete. Este mundo del Sureste de la Península, es una de las zonas con más personalidad del ámbito ibérico. Tradicionalmente se consideraba esta franja como una de las más helenizadas, basándose en la profusión de cerámicas áticas que aparecían en la zona, así como en la existencia de una tradición escultórica de clara raigambre griega arcaica, que podemos apreciar en ejemplos como las esfinges de Agost (Alicante), Bogarra o el Salobral. Aquí también se ha documentado la práctica de rituales del tipo griego, identificados por el consumo de vino o con ciertas prácticas de tipo funerario. Pero en la actualidad tenemos que considerar el desarrollo contestano más como una evolución interna que como una reacción a los intercambios con comerciantes y marinos de origen mediterráneo, que por sí mismos no justifican el surgimiento de una sociedad a un nivel que la arqueología ha demostrado para esta región. De esta manera, los puertos del litoral contestano como la Illeta dels Banyets (Campello, Alicante) o la Picola (Santa Pola, Alicante), se encuentran en el radio de acción de grandes centros como La Bastida de les Alcuses (Mogente, Valencia) o Ilice (Elche). Con respecto a la cerámica, esta zona del nordeste emerge con personalidad propia con un tipo de decoración denominada tradicionalmente como tipo Elche-Archena (por ser estos dos yacimientos claves en el estudio de esta tipología) caracterizada por las decoraciones pintadas que representan escenas figuradas de animales y plantas, reales y fantásticos, dispuestas en escenas de bandas enmarcadas en muchos casos entre cenefas de “S” consecutiva.
  • 22. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 7 DE 9 PUEBLOS IBÉRICOS. SUDOESTE Y LEVANTE - CONTINUACIÓN Seguramente la decoración figurada en las cerámicas de la zona a partir del siglo IV a.C., se deba a las influencias del comercio de manufacturas áticas, pero la iconografía, la estética y la imagen visual son puramente ibéricos y su lectura sólo puede realizarse desde la propia personalidad del arte autóctono. Puede que los contestanos asumiesen determinados motivos o seres fabulosos en sus decoraciones cerámicas o en sus esculturas, pero le dieron un significado y una simbología propia, aunque hoy no acertamos a descifrarla. Un área con estrecha relación con el ámbito contestano, es el área de Albacete. El previo conocimiento que teníamos de lugares tan importantes como el Cerro de los Santos o el Llano de la Consolación, se ha ampliado con avances en la investigación en otros lugares que en los últimos años se han centrado en el conocimiento exhaustivo de los lugares de enterramiento. Este avance en el estudio de los ámbitos funerarios, nos ha permitido descubrir nuevos aspectos sobre la sociedad ibérica y los individuos que produjeron estos enterramientos. Necrópolis como los de Villares de la Hoya Gonzalo o Pozo Moro (Chinchilla, Albacete), han hecho cambiar nuestra visión de la jerarquía indígena y de los rasgos culturales que caracterizaban a esos individuos. Así, el los Villares de la Hoya Gonzalo se han encontrado, en un conjunto estratigráfico preciso, restos de rituales de banquetes relacionados con el mundo funerario (“silicernia”), cuyos orígenes nos llevan al mundo griego aunque con amplia implantación en otras culturas mediterráneas como en el caso de los etruscos. En el Pozo Moro, sin embargo, hemos comprobado definitivamente las raíces que unen al mundo ibérico, sobre todo en etapas formativas (siglo VI a.C.), con la “Koine” orientalizante que se desarrolló en el mediterráneo entre los siglos VII y VI a.C. Los relieves simbólicos con los que está decorado el monumento turriforme (MAN), nos remiten a un mundo mitológico y de divinidades muy parecido al que podríamos encontrar en Chipre, Siria y Fenicia, desde el final de la Edad del Bronce. Edetania La Edetania es la comunidad que se agrupa sobre el gran centro de Edeta (el nombre ibérico del Tossal de San Miquel de Lliria. Valencia). Lo que sabemos de este gran centro es que era la cabeza de un entramado regional con diversos establecimientos dependientes o secundarios dispuestos de manera estratégica. Pero si Edeta es conocida por la investigación arqueológica, es por sus cerámicas con decoración de escenas de carácter narrativo. Aunque aparecen en época tardía (las más antiguas son del siglo II a.C.), la originalidad de las escenas, que contienen figuras humanas, nos denota inequívocamente el desarrollo de la mitología y de la épica, de manera similar a otros lugares del Mediterráneo. Estas decoraciones de tipo descriptivo que, en ocasiones, van acompañados de grafitos en caracteres ibéricos levantinos, suponen una fuente de información de gran valor. Dentro del territorio edetano pero con entidad propia, tenemos el famoso yacimiento de Sagunto, con su puerto de época ibérica. Esta ciudad inmortalizada por los escritores latinos de la Segunda Guerra Púnica, ha pasado a la posteridad como protagonista del “Casus Belli” que originó el segundo y principal enfrentamiento armado entre cartagineses y romanos.
  • 23. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 8 DE 9 3.3 NORDESTE El mosaico de las comunidades ibéricas de la Península, ha de completarse con el norte de la provincia de Castellón, Cataluña y la cuenca Mediterránea del sur de Francia hasta la línea del río Herault. En el territorio comprendido entre el norte de Castellón y el litoral de la provincia de Tarragona, las fuentes nos hablan de los “ilergetas” (o ilergetes) y los “ilercavones”, establecidos alrededor de grandes centros como la Moleta de Remei (Tarragona), del que dependen algunos puntos secundarios en la provincia castellonense como son el Puig de la Nau o el Puig de la Misericordia. En estos dos centros, la investigación de los últimos años se ha encargado de documentar una fuerte presencia de materiales fenicios, lo es indicador del pujante papel que los influjos orientales tuvieron también en zonas tan septentrionales donde tradicionalmente se había prestado más atención a la influencia indoeuropea y griega. Situación aproximada de las etnias indígenas del nordeste de la Península Ibérica. Ya en el interior de la provincia de Tarragona, tenemos noticias de los “kessetanos”, asentados en torno al gran centro de Kesse, cuya área de expansión será ocupada posteriormente por los romanos para establecer su primer gran acuartelamiento peninsular en el siglo III a.C., creando el germen de lo que después será la capital administrativa de la futura provincia Tarraconense, la antigua Tarraco. Más al norte, en torno a la provincia de Barcelona, tenemos a los “laietanos”, repartidos en diversos oppidas como Puig Castellet (Sta. Coloma de Gramanet. Barcelona) u Olerdola, uno de los más importantes yacimientos ibéricos de toda Cataluña. Además de estas comunidades, en la Cataluña interior, lindando con las comunidades pirenaicas, tenemos a los “ausetanos” con asentamientos en la provincia de Lérida como La Gessera. En el litoral en torno al golfo de Rosas (Gerona), lugar donde se establecieron los dos únicos centros griegos documentados arqueológicamente en la Península Ibérica, las antiguas Emporion y Rhode, se desarrolló una de las comunidades con mayor esplendor urbano de todo el horizonte Ibérico, los “indiketes”. Al abrigo de un intenso comercio agrícola con estos centros griegos, auténticas colonias que fueron clave en el contacto de Iberia en las redes comerciales del Mediterráneo, sobre todo con las ciudades griegas del Asia Menor (actual costa egea de Turquía), se desarrollan una serie de establecimientos y oppida como Mas Castellar del Pontos, Puig de Sant Andreu (Ullastret, Gerona) o Castell (Palomós, Gerona), que experimentarán un desarrollo espectacular desde el siglo V a.C. hasta la dominación romana. PUEBLOS IBÉRICOS. NORDESTE - CONTINUACIÓN
  • 24. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 9 DE 9 PUEBLOS IBÉRICOS. NORDESTE - CONTINUACIÓN Este ámbito de la Cataluña Ibérica se caracteriza por la importación de abundantes materiales cerámicos procedente del comercio Mediterráneo, comercio que queda probado con la excavación de miles de silos para almacenar cereal en las inmediaciones o en los propios yacimientos “indiketes”. Dichos silos, estaban destinados a la exportación de excedentes agrarios para los puertos griegos. Una prueba más de los estrechos vínculos comerciales de los indiketes con las colonias griegas como Emporión, son las numerosísimas ánforas de origen ibérico que se encuentran en las excavaciones de Emporion. La producción de otro tipo de cerámica pintada en toda esta zona es muy semejante al resto del Levante pero, a partir de mediados del siglo VI a.C., se desarrolla una tipología cerámica que va a tener amplia difusión por la costa catalana, sur de Francia y litoral valenciano. Esta cerámica de color grisáceo se caracteriza por la finura de sus pastas y por una serie de formas, la mayoría platos y cuencos. Se trata de uno de los tipos cerámicos ibéricos que más desarrollo tuvo, sobre todo en la actual costa de Cataluña y se ha denominada “cerámica gris”. Algunos de estos núcleos como el Puig de Sant Andreu, llegarán a dotarse de un sistema defensivo muy desarrollado, así como un desarrollo urbanístico perfectamente planificado que incluye la construcción de viviendas palaciales, como recientemente han descubierto los trabajos arqueológicos en el yacimiento, seguramente con colaboración de arquitectos de origen griego.
  • 25. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 3 4. ESCRITURA VERSUS LENGUA 4.1 LENGUA Y CULTURA Junto con la amplitud de la extensión geográfica que abarca la escritura ibérica, se ha concluido que lo que llamamos ibérico es una lengua vehicular, convencional, no hablada, difundida por una zona plurilingüe que compartió intereses en un momento dado. La localización del área, sin duda occidental, donde irradió el ibérico como lengua vehicular está lejos de estar unánimemente resuelta. Incluso la tesis de la lengua vehicular, despierta ciertas reticencias en la actualidad. ¿Tiene una lengua vehicular semejante trascendencia?. Y si fuera así, ¿cómo es que no se advierte arqueológicamente la gran pulsión del área vernáculo del ibero sobre el resto del territorio a través de la cultura material ¿No es más factible que los topónimos hayan perdurado gracias a su constancia en textos romanos?. Todas estas cuestiones aconsejan matizar la hipótesis construida años atrás. 4.2 CREAR UN SISTEMA GRAFEMÁTICO La escritura llegó al Mediterráneo Occidental en el siglo VIII a.C. de la mano de los comerciantes fenicios y griegos y al cabo del tiempo aquellos de sus interlocutores que estaban en vías de constituir sociedades estructuras, se hicieron eco de esta novedad: intérpretes y escribas dieron lugar a que la lectura y la escritura se prodigara hasta el punto de inventar alfabetos propios, vigentes en áreas delimitadas. Inventar, relativamente, porque los distintos signarios de la época guardan parecido entre sí, del mismo modo que se aproximan las formas de las letras de los primeros alfabetos fenicio y griego. Su fonética es la que los diferencia. Resulta extraño que en el suroeste peninsular, con una gran concentración en el sur de Portugal, se localice un número no muy amplio de inscripciones grabadas casi exclusivamente sobre estelas de piedra de dudosa connotación comercial, datadas, aunque sin apenas apoyo arqueológico, entre los siglos VI y IV a.C., consideradas como el más antiguo exponente de las escrituras paleohispánicas. ¿Qué función cumplirían estos textos?, ¿votiva?, ¿honorífica?, ¿legislativa?. Se puede suponer que la escritura propia surgió entre los íberos a mediados del siglo V a.C. ligada a su participación en transacciones comerciales de larga distancia que son, con mucha frecuencia, transacciones interétnicas e interterritoriales gestionadas por una minoría. Los primeros documentos escritos pueden relacionarse con los consorcios activos en dichos intercambios, dispuestos a actuar a lo largo y ancho de amplias rutas. Deducir únicamente de la mayor incidencia de la escritura en un segundo momento el protagonismo del arco central y septentrional del Mediterráneo ibérico en la invención de la escritura objeto de estudio es objetivo, aunque sin ignorar otros factores fundamentales en el comportamiento escriptorio, desde el escaso arraigo de la escritura prelatina en Andalucía hasta la eventual latinización precoz de sus jerarquías letradas, con la consiguiente permanencia de lo ibérico escrito en el resto del territorio ibérico porque el ibérico convivió con el primer latín escrito en Iberia.
  • 26. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 3 ESCRITURA VERSUS LENGUA. TIPOS DE ESCRITURAS PELEOHISPÁNICAS - CONTINUACIÓN 4.3 TIPOS DE ESCRITURAS PALEOHISPÁNICAS La escritura del sudoeste o sudlusitana Serian utilizada durante la primera Edad del Hierro para escribir una lengua desconocida en el área que comprende el sur de Portugal hasta la desembocadura del río Sado, las zonas limítrofes de Huelva y, en menor medida, Extremadura. Aparecen generalmente grabada sobre estelas de piedra a las que, con reservas, se suele asignar una función funeraria. Los textos aparecen escritos de derecha a izquierda o en espiral. Desaparece en el siglo IV a.C. Estela decorada. Presenta una inscripción en alfabeto del sudoeste Escritura ibérica meridional Se han localizado inscripciones en este alfabeto repartidas desde Alicante (normalmente en puntos alejados de la costa) hasta Portugal, aunque en número muy reducido. La escritura meridional se escribía de derecha a izquierda, y hasta el momento se han identificado 29 signos. Para una mejor comprensión de esta escritura, nos encontramos con dos importantes problemas: Por una parte está la escasez de inscripciones conocidas y por otra el mayor número de variantes en los signos, lo que hace que desconozcamos en valor de alguno de ellos. Escritura ibérica levantina o nororiental De las escrituras paleohispánicas identificadas, la ibérica levantina es la mejor conocida y la que nos ha aportado la inmensa mayoría de las inscripciones registradas, además de ser la única que ha podido ser descifrada, que no traducida. A diferencia de la meridional, la levantina se escribe de izquierda a derecha, lo mismo que la grecoibérica, y es que los estudiosos coinciden en que la escritura levantina presenta importante influencias griegas. Como excepción, encontramos algunas inscripciones de la Contestania y de la Alta Andalucía, también escritas de derecha a izquierda. Como decimos esta escritura es con diferencia la que más ejemplos nos ha legado, repartidos además por un territorio muy amplio que abarcaría desde el sur de Francia hasta Murcia y, si bien se concentra en las áreas costeras, también penetra profundamente en el interior de la comunidad Valenciana, Teruel u el valle del Ebro, donde sobrepasa Zaragoza hasta alcanzar puntos de La Rioja o Navarra, ya en territorio vascón.
  • 27. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 3 ESCRITURA VERSUS LENGUA. TIPOS DE ESCRITURAS PELEOHISPÁNICAS - CONTINUACIÓN Por lo que respecta a su cronología, los ejemplos más antiguos se han datado a finales del siglo V a.C., perdurando hasta bien entrada la romanización. Se compone de 28 signos, 13 alfabéticos y 15 silabogramas. La escritura greco ibérica Se trata de una simplificación del alfabeto jónico, y se utilizó a mediados del siglo V a.C. conjuntamente con las dos escrituras anteriormente descritas, aunque sólo en la zona de Alicante y Murcia, dejando de usarse a lo largo del siglo IV. Por lo tanto vemos que durante el siglo IV, en el sudeste peninsular los íberos utilizaban al mismo tiempo tres sistemas gráficos para escribir su lengua: el grecoibérico, el meridional y el levantino. El descubrimiento del plomo de La Serreta de Alcoy en 1921, que utiliza esta escritura, supuso un hito en las investigaciones sobre la lengua y escrituras ibéricas, ya que por primera vez se pudo leer un texto en esta lengua y escuchar cómo sonaba de una forma bastante fidedigna. Cara B del plomo I de la Serreta en alfabeto greco ibérico La escritura celtibérica La escritura celtibérica no deja de ser una adaptación de la escritura ibérica para escribir la lengua celtibérica, esta sí de origen indoeuropeo, y las diferencias entre ambas escrituras es tan leve que para algunos investigadores, sería la misma. Se aprecian dos variantes: la tipo Luzaga, que sería una derivación de la ibérica levantina nacida a inicios del siglo II a.C., seguramente en la zona de Teruel; y la tipo Botorrita, creada a finales del mismo siglo. Inscripción en lengua celtibérica sobre bronce procedente de los Huertos Altos. Teruel
  • 28. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 5 5. ESTRUCTURA SOCIAL 5.1 REYES, ARISTÓCRATAS Y CABALLEROS Un primer rasgo que quisiéramos destacar es que, al no ser el mundo ibérico una sociedad estatal de cierta homogeneidad, las conclusiones que se expongan en las siguientes líneas deben ser matizadas para cada región e incluso para cada asentamiento, que pueden tener sus propias peculiaridades. Otro rasgo básico para su adecuada comprensión es que no estamos tratando con una sociedad exclusivamente gentilicia, es decir, que los vínculos sociales no se basan sólo en la concepción familiar de los grupos que componen una comunidad. Resulta innegable que existían grupos humanos unidos por lazos familiares y más ampliamente por antepasados comunes o entidades totémicas, pero la sociedad ibérica era lo suficientemente compleja como para que fuesen patentes diferenciaciones en individuos por motivos de índole económicas o sociopolíticas. La antigua Iberia se encontraba inserta, aunque de manera periférica, en los circuitos comerciales del Mediterráneo y por lo tanto funcionaba en términos socio económicos proporcionales. En términos socio políticos esto se tradujo en el surgimiento de unas élites, aristocracia o principesca, que contaron con el apoyo sacerdotal y sobre todo con la fuerza de las armas. Con la utilización de ambos elementos, el bélico y el ideológico, estas élites consiguieron situarse en la cúspide de la sociedad ibérica, ejerciendo su control sobre los medios económicos, técnicos y humanos por medio del dominio previo de los medios militares y su programa de legitimación ideológica. La apertura de estos medios militares a un espectro más amplio de población, como prueban los ajuares exhumados en las necrópolis de distintas épocas, será uno de los elementos en los que se apoyará la evolución social, en el ámbito levantino y meridional, desde su periodo inicial a la conquista romana. La generalización de armas en los ajuares a partir del siglo IV a.C., nos indica que la necesidad de contingentes guerreros cada vez más amplios fue uno de los factores que obligó a un cierto ensanchamiento de las clases dirigentes de la época ibérica. Las fuentes latinas suelen referirse a los gobernantes Íberos con el término regulus. Estos reguli ibéricos son caracterizados como una especie de señores feudales que ejercían su poder en un territorio articulado en torno a un número determinado de oppida. Así mismo, siempre aparecen como destinatarios de juramentos sagrados o pactos rituales mediante los cuales una serie de guerreros se vinculan a uno de estos príncipes haciendo promesa de no sobrevivirles en la batalla. Estos vínculos o juramentos sagrados, que fueron usados con posterioridad por altos personajes romanos como Cesar o Sertorio, fueron denominados por los autores clásicos, en los términos fides o devotio. Estos jerarcas con sus bandas de guerreros, componían según los autores de la época romana, la cúpula de la jerarquía social ibérica. La arqueología muestra un panorama mucho más complejo. Ya en el siglo V a.C., se producen ciertos cambios en el registro arqueológico funerario que nos sirve para reconstruir posibles evoluciones en la configuración de estas clases dominantes. Se produce un crecimiento en el número de sepulturas y sus formas.
  • 29. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 5 ESTRUCTURA SOCIAL. REYES, ARISTÓCRATAS Y CABALLEROS - CONTINUACIÓN Ya no tenemos grandes monumentos como Pozo Moro, sino tumbas de cámara así como una tipología funeraria que caracterizó a las aristocracias del sudeste, el pilar-estala, que consistía en un pilar levantado sobre una moldura o basamento escalonado y rematado por una cornisa que servía de soporte de una escultura zoomorfa, así como encachados tumulares y ornamentaciones escultóricas exentas. Estos ejemplos funerarios no tienen ya el carácter ideológico de las monarquías de carácter oriental sino que parecen el reflejo de aristocracias guerreras, similares en su concepto a los sepulcros de los reyes aqueos de la guerra de Troya, aunque a una escala y concepto diferente. Este tipo de aristocracias desarrolladas también en otros ámbitos del Mediterráneo, como el mundo etrurio o el sur de Italia, adquieren ciertas formas culturales o costumbres, como el consumo del vino o la realización de rituales de banquetes (symposium) y algunos de tipo funerario como la silicernia, consistente en la destrucción ritualizada de grandes conjuntos cerámicos de calidad, normalmente asociados a banquetes fúnebres. Dama de Baza. Se trata de una lujosísima urna funeraria a la que acompañaba un completo ajuar. Esta nueva clase social tiene su mejor representación en dos de los conjuntos escultóricos más importantes de nuestra antigüedad prerromana, los de Porcuna y el Pajarillo (ambos en Jaén), que nos indican cómo estas élites quisieron vincularse a un pasado épico, reconocible por todos los habitantes de un territorio a través de ejemplos artísticos como los citados conjuntos escultóricos conservados en el Museo Provincial de Jaén y, sobre todo, a través de tradiciones orales similares a las que perpetúan las gestas que narran los poetas homéricos durante el periodo geométrico en Grecia. Estos aristócratas fueron estableciendo su poder sobre los grandes centros creando un mando efectivo sobre el territorio a través de los numerosos fuertes, atalayas y demás puntos secundarios que la arqueología está documentando en los últimos años, todos ellos dispuestos de manera estratégica para dominar las comunicaciones naturales, las principales vías de comercio y los recursos de cada una de las áreas bajo su poder. La ideología de esta clase se completa con su contenido ecuestre. El dominio del caballo ha sido un elemento tradicional identificado con la configuración de las clases dominantes en la cultura del Mediterráneo en la antigüedad. La capacidad de poseer y mantener a un caballo, sobre todo con fines militares, ha sido desde muy antiguo un símbolo de estatus social. En el ámbito indígena tenemos esta simbología en numerosas representaciones de indudable carácter jerárquico, como las esculturas de Porcuna donde encontramos una clara asociación entre el estamento aristocrático, las formas guerreras y los símbolos ecuestres. Esta asociación entre lo aristocrático y lo ecuestre, se puede observar con mucha mayor precisión en el santuario del Cigarralejo (Mula, Murcia), donde se han recuperado más de cincuenta ejemplares escultóricos de temática ecuestre. Estos restos seguramente estarían dotados de connotaciones o significados iconográficos concretos, que hoy sólo podemos atisbar. En el siglo IV a.C. marca un cambio en las estructuras socio políticas prerromanas. Las misma necrópolis que se encontraban monumentos fechados entre los siglos VI y V a.C., presentan ahora sepulturas más modestas con ajuares cerámicos más complejos, prueba del desarrollo de las redes comerciales con el Mediterráneo y, sobre todo, con el mercado de cerámicas áticas, además de generalizarse la aparición de armas entre los restos asociados al difunto.
  • 30. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 5 ESTRUCTURA SOCIAL. REYES, ARISTÓCRATAS Y CABALLEROS - CONTINUACIÓN Esto se ha interpretado como reflejo del proceso de sistemas de gobierno más complejos y jerarquizados, que incluyen a más individuos entre las clases acomodadas, en resumen, la sociedad ibérica se vuelve más compleja. La necesidad de disponer de efectivos guerreros cada vez más amplios para defender los intereses de los distintos oppida, con sus correspondientes territorios dependientes, provoca también la creación de una escala social capaz de acomodar a todos estos individuos que teniendo indudable conciencia cívica de pertenencia a un territorio, comunidad o establecimiento determinado, están en facultad de defenderlo con las armas. Este proceso de evolución social todavía no ha podido ser perfectamente clarificado por la arqueología, pero la existencia de estructuras arquitectónicas de carácter público en el seno de asentamientos ibéricos desde el siglo IV a.C., nos indica el desarrollo de gobiernos más complejos, que podemos denominar con el apelativo de pre-estatales. Lucha de un antepasado heroizado con la bestia mitológica Jinete alanceando a un enemigo Cabeza de guerrero. Siglo IV a.C.
  • 31. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 4 DE 5 ESTRUCTURA SOCIAL. CAMPESINOS, GANADEROS Y PEQUEÑOS ARTESANOS - CONTINUACIÓN 5.2 CAMPESINOS, GANADEROS Y PEQUEÑOS ARTESANOS El acceso a una sepultura de cierta entidad estuvo reservado a una selecta minoría sobre todo durante el periodo formativo ibérico (siglos VI y V a.C.). Para el resto de la población hemos de suponer rituales más modestos, sobre todo de cremación sin posterior inhumación o exposición del cadáver que no deja restos detectables por los métodos arqueológicos. Por lo tanto perdemos en este caso la posibilidad de realizar una profunda Arqueología de la Muerte en el caso de las clases humildes de la época. Ante esta carencia de materiales funerarios, tenemos que reconstruir la vida de esta gente por medio de otra clase de documentación arqueológica, sobre todo la referida a las principales ocupaciones económicas de los núcleos que habitaban. La base de la economía Íbera era sobre todo agropecuaria. Los grandes y numerosísimos silos encontrados, por ejemplo, en el nordeste de la Península, así como el gran número de ánforas indígenas encontradas en numerosos yacimientos, ibéricos y de otros pueblos extrapeninsulares, nos denotan niveles de producción excedentarios, es decir, beneficios que las clases dominantes empleaban para el comercio, lo que a su vez prueba la dedicación de grandes contingentes humanos a tareas de tipo agrícola. Los aperos de labranza que se han podido documentar, nos apuntan un desarrollo tipológico similar al de otras culturas mediterráneas, instrumentos y arados que no tenían nada que envidiar a los que eran empleados por sus coetáneos. La ganadería era en algunos casos, la principal actividad en algunos de estos lugares de habitación, así lo atestigua la ocupación estratégica de zonas fértiles y, como muestran algunos estudios paleobotánicos efectuados, ricas en pasto. En referencia a las casas que habitaban la mayor parte de los vecinos de los diversos núcleos, con sus diferencias locales, recuerdan mucho a lo que son las viviendas rurales tradicionales del levante mediterráneo, con zócalos de piedra y alzados de tapial o ladrillos de adobe. En algunos yacimientos en los que se ha escavado varias viviendas como El Oral (Alicante), en la Bastida de los Alcuses (Valencia) o Puente Tablas (Jaén), se ha podido observar la existencia de una programación constructiva previa en la que cada miembro de la comunidad recibe un lote o vivienda en función de su rango social o su actividad económica. Así, por ejemplo, las estructuras dedicadas a actividades artesanales o metalúrgicas, tendrán espacios apropiados dotados de las infraestructuras precisas, salidas de humo, canalizaciones de agua, orientación de los edificios con respecto a los vientos, etc. El esquema típico de la casa ibérica correspondería a patrones mediterráneos, constando de una distribución tripartita (algunas veces con dos alturas). Una sala principal donde reside el hogar, centro neurálgico de la casa donde se realizaba la vida cotidiana y las comidas, un espacio de dominio masculino. Por otro lado tenemos un lugar más recogido, si hay dos alturas en la parte superior, donde se documentan actividades propias de la mujer. Una actividad económica muy presente en este tipo de casas, a través de distintos objetos como pesas del telar o fusayolas, es el trabajo del textil, tradicionalmente asociado al entorno femenino y sus espacios. Para terminar con el modelo de casa ibérica, debemos hablar de un tercer ámbito dedicado al almacenamiento de recursos alimentarios: ánforas con diversos productos, carne en salazón, curado o secado, así como al almacenamiento de aperos propios de la actividad agrícola.
  • 32. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 5 DE 5 ESTRUCTURA SOCIAL. CAMPESINOS, GANADEROS Y PEQUEÑOS ARTESANOS - CONTINUACIÓN 5.3 LA ESCLAVITUD EN LA ANTIGUA IBÉRIA Teniendo en cuenta los niveles demográficos aproximados de la Península Ibérica entre los siglos VI y I a.C., parece muy poco probable la existencia de un sistema esclavista como el que existía en el estado romano, es decir, un mercado fluido y perfectamente regulado de personas reducidas a las esclavitud poseedoras de un estatus jurídico similar a un objeto. Sin embargo, aunque a escala reducida, la esclavitud sí que parece haber tenido cabida en el medio Ibérico, seguramente como resultado de los continuos enfrentamientos bélicos, de dimensión local, que parecieron los asentamientos ibéricos de forma constante, bien fuera entre los propios centros ibéricos o debido a incursiones efectuadas por grupos de gentes procedentes de la Meseta. Esta clase de esclavitud se vería reducida a sectores muy pequeños de la sociedad y tendría una posición de prestigio, con una incidencia ínfima en el sistema de producción, muy inferior a la que ejercía la mano de obra esclava en otras sociedades antiguas como la ateniense de época clásica o, de manera generalizada, durante el periodo tardorrepublicano o imperial romano.
  • 33. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 1 DE 17 6. EL HABITAT Y SU CONTEXTO 6.1 EL OPPIDUM Desde el punto de vista arqueológico, el mejor espejo de la sociedad lo proporciona el hábitat. Una población nómada utiliza habitáculos distintos a los de otra sedentaria; a un caserío aislado en el campo se le asocia un género de vida distinto al de una aldea; ante una trama constructiva regular se supone una convivencia distinta a la que tiene lugar en edificios distribuidos aleatoriamente porque, en definitiva, la cultura de una comunidad se entiende que deja alguna huella en el ordenamiento urbano que adopta. El marco habitacional está estrechamente ligado a la organización de la sociedad que lo vive y que la cultura ibérica se inicia con un cambio en la ocupación del territorio. La inmensa mayoría de los grupos humanos autóctonos era sedentaria. Ello dio lugar a que se estableciera una escala de lugares principales y secundarios, decisiva para marcar las diferencias entre lo que llegaría a ser la ciudad y el medio rural. En el curso de esta evolución, en la Edad del Hierro peninsular se han reconocido dos momentos sucesivos en los que se acelera este proceso. El primero hacia el siglo VII a.C. y el segundo coincidiendo con el nacimiento de la cultura ibérica, hacia el 500 a.C. El impulso demográfico más antiguo hizo crisis en el siglo VI a.C. y, en buena medida, se diluyo hasta que, pasadas varias generaciones, volvieran a aparecer jefaturas lo suficientemente fuertes como para superar la vida aldeana e implantar lo que se conoce con el nombre de oppidum (lugar fortificado) para designar una población bien defendida capaz de organizar su área territorial inmediata y sede, por lo tanto, de quienes gestionan dicha organización. ¿Hasta qué punto se produjo una ruptura hacia el 500 a.C.?. Según un análisis global del fenómeno, el cambio de patrón ibérico de ocupación del territorio fue espectacular en la Alta Andalucía, donde asentamientos de Jaén, Córdoba y Granada que previamente todavía utilizaban como vivienda la cabaña, pasaron a configurarse con disposiciones longitudinales o reticulares de casas cuadradas agregadas, hasta cobrar una importancia enorme y estable y convertirse en un foco bien comunicado con el Mediterráneo. La complejidad urbanística y arquitectónica se incrementó de manera muy notable al aumentar el tamaño de las casas y poblados, si bien de un modo que hace reconocible la iniciativa autóctona en este desarrollo. En efecto, el oppidum ibérico no reproduce ningún modelo externo. Apenas tiene plazas con edificios públicos, ni apenas calles porticadas, ni infraestructura para el suministro o red de evacuación de agua, ni habitaciones para usos higiénicos…. como si tenían las ciudades y casas urbanas griegas o púnicas coetáneas. Sin embargo, el oppidum es un espacio mejor planificado topográficamente que los precedentes, desde el momento en que habilita laderas abancaladas y está total o parcialmente protegido por una muralla compleja cuyas puertas marcan una circulación interior organizada mediante un entramado de calles de hasta más de tres metros de anchura que separaban las manzanas de casas.
  • 34. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 2 DE 17 EL HABITAT Y SU CONTEXTO. EL OPPIDUM - CONTINUACIÓN ¿Cuánta gente llegaba a vivir en un oppidum?. Los cálculos medios a partir de las viviendas indican que las aglomeraciones de más de diez hectáreas, como el Puig de Sant Andreu, Burriac, Edeta, el Cerro de las Cabezas, Cástulo o Ategua, podían albergar aproximadamente entre 2.500 y 3.000 personas; las medianas unas 1.000 y los caseríos más pequeños, entre 20 y 30 personas. La red viaria del interior de los poblados constituye uno de los pocos espacios públicos conocido dentro de estos asentamientos. Estas calles pueden variar enormemente en cuanto a sus dimensiones y estructura, teniendo una anchura entre 1-1,5 metros para las más estrechas, generalmente callejones secundarios que conectan otras vías mayores, y los cuatro metros de las más anchas, que permitirían el tráfico de carros, como se puede ver en los Castellar de Meca, donde las huellas de sus rodadas han quedado marcadas profundamente en la roca. Puerta de acceso al asentamiento del Castellar de MecaEstructura urbana del oppidum “Cerro de las Cabezas”, Valdepeñas
  • 35. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 3 DE 17 EL HABITAT Y SU CONTEXTO. EL OPPIDUM - CONTINUACIÓN En asentamientos en laderas como Sant Miquel de Lliria, existen callejones con escaleras que comunican las diferentes terrazas por las que discurre los viales de mayor anchura. Se conocen bastantes ejemplos de calles pavimentadas con piedras y losas de mediano tamaño, como pueden ser los asentamientos de Alarcos (Ciudad Real) o Palomar de Olite (Teruel) o incluso con bordillos como en el Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel). Insistimos en el hecho de que las calles constituirían a menudo una continuación de la vivienda, con lo que muchas de las actividades diarias se desarrollarían en ellas, como ha podido ser comprobado en el Puntal dels Llops (Olacau, Valencia), donde se han localizado diversos hogares en la única calle de que dispone el asentamiento y por la que, por su escasa anchura, no podrían circular carros. Son pocos los espacios localizados que podamos definir como plazas, habiéndose documentado espacios libres de construcciones en el asentamiento como El Puig Castellet (Lloret de Mar, Barcelona) o la Moleta de Remei (Alcanar, Tarragona). Calle empedrada con losas y aceras perfectamente conformadas del Cabezo de Alcalá Asentamiento de La Moleta del Remei, construido en torno a una zona sin edificios que se identifica como una plaza
  • 36. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 4 DE 17 EL HABITAT Y SU CONTEXTO. CIUDADES SECUNDARIAS, GRANJAS Y ALQUERÍAS - CONTINUACIÓN 6.2 CIUDADES SECUNDARIAS, GRANJAS Y ALQUERÍAS En algunas comarcas se genera un segundo nivel de ciudades compuesto por aglomeraciones de carácter urbano que no son las más importantes de su correspondiente red, aunque ocupan entre una y cinco hectáreas de extensión. Se trata de ciudades dotadas de estructura defensiva, con posibilidad de albergar viviendas de diferente extensión e importancia. Hay finalmente numerosísimos establecimientos de pequeño tamaño (apenas 2.000 metros cuadrados) que están dedicados a la explotación o trasformación de recursos naturales o a la vigilancia del territorio, donde viven residentes que están al servicio de la clase aristocrática, alojados en estancias muy sencillas, articuladas por una sola calle o plaza central donde a veces hay un aljibe, todo ello protegido por un recinto simple que cierra con una puerta sin baluartes ni torres adjuntas. Hay múltiples variantes de pequeñas instalaciones de tipo rural en la geografía ibérica que ponen en evidencia la capacidad productiva del retropais del oppidum a la vez que proporcionaban indicaciones sobre un dominio aristocrático sobre las mismas. 6.3 ESTANCIAS DONDE VIVIR La comprensión de la vivienda es fundamental para humanizar una cultura. Con la arqueología como única fuente de información, es difícil pasar de la tipología constructiva a establecer la noción de la familia que encuentre acomodo en lo que se considera una casa, ibérica en este caso. Casas: lo básico, lo funcional, lo suntuario La arquitectura doméstica utilizó zócalos de piedras careadas que soportaban paredes de adobe o tapial cubiertas por techumbres planas vegetales amalgamados con barro, colocadas sobre un entramado de madera. El acabado interior de las viviendas era muy sencillo, con revoques de arcilla y tierra apasionada, sin apenas elementos complementarios. La unidad primaria de habitación se presenta en las baterías de estancias adosadas, rectangulares, sin subdivisiones internas, accesibles a través de una puerta que es su principal, si no única, fuente de aireación e iluminación. Estas casas ocupan una superficie de entre 20 y 40 metros cuadrados en planta, si bien puede tener un piso superior o un altillo, accesible a través de una escalera, interior o exterior adosada al muro. El hecho de que buena parte de las viviendas, apenas tuvieran distintas habitaciones, no indica que no se realizaran en ellas distintas actividades, cotidianas (comer, dormir), de subsistencia (fuego, alimentos) y a pequeña escala, productivas (tejer), en presencia de cuantos compartían la casa, en un ambiente escaso en espacio, oscuro y promiscuo en el que el mobiliario tendría un papel mínimo y la decoración sería muy simple, con algún banco corrido a lo largo de las paredes, revestidas de arcilla coloreada en los interiores y suelos de tierra apisonada o, excepcionalmente, enlosados o cubiertos por alguna estera. El hogar alrededor del que se comía, parece contener un fuego de brasas, que genera menos humo que el de llama. Los íberos no fabricaban lucernas, pues, probablemente, tardaron en adoptar el aceite para la iluminación; su tradición sería la de encender teas untadas en sebo.
  • 37. En las granjas, la estancia pequeña apenas tabicada, es el único tipo de habitáculo que se ha documentado, lo que revela un esquema de tipo igualitario para la sociedad rural, alterado, excepcionalmente, por las modificaciones a las que se ha hecho referencia. Pero el módulo doméstico de pequeño tamaño, se repite también en oppida, ciudades, ciudadelas y fortines en los que, a veces, se ha observado que no todas las habitaciones pequeñas son residenciales, sino que algunas sirven para guardar aperos o provisiones. De hecho, la primera compartimentación de una estancia monocelular es la que separa la despensa doméstica del resto de la casa, seguida de una distribución en tres ambientes, uno de los cuales se dedica a una actividad normalmente productiva. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 5 DE 17 EL HABITAT Y SU CONTEXTO. ESTANCIAS DONDE VIVIR - CONTINUACIÓN Reproducción de una casa ibérica y estado actual en el yacimiento de Cerro de las Cabezas Cuando el tipo primario se extiende más (60 a 100 metros cuadrados en planta), comienza a aparecer algún espacio a cielo abierto o patio que debía contribuir, entre otras cosas, a facilitar la entrada de la luz a las habitaciones, puesto que, desconociéndose los materiales traslúcidos, los edificios carecían entonces de ventanas. El patio puede presentarse como una galería o con la forma tradicional más o menos cuadrada y puede multiplicarse si el desarrollo de la vivienda así lo requiere, individualizándose la cocina. En general a la casa con un patio, se le asigna un propietario de rango urbano y, cuando el esquema se duplica, se considera que se está ante una casa aristocrática.
  • 38. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 6 DE 17 EL HABITAT Y SU CONTEXTO. ESTANCIAS DONDE VIVIR - CONTINUACIÓN El salón de banquetes y la casa aristocrática A finales del siglo V a.C., en el Puig de Sant Andreu (Ullastert. Gerona), existían unas estancias que se identificaron con un amplio comedor de lujo (22*5 metros). El conjunto pertenece a una casa muy extensa. Se trata de la primera mansión aristocrática ibérica conocida provista de un salón de banquetes que la sitúa en primer orden de prestigio social del oppidum. Este dato ratifica la existencia de estancias de representación para las jefaturas ibéricas, desde el siglo V al III a.C., reconocibles por disponer de habitaciones más amplias que la media, a veces mejor construidas, en las que el elemento más característico es un hogar cerca del cual suele haber un banco donde hay vajillas en cantidad y calidad notables, aunque su decoración arquitectónica sea bastante sencilla. En estos salones aparece alguna columna o poste, elemento que es extraordinario en la arquitectura ibérica, a veces por requerimiento del soporte de la techumbre pero otras veces simplemente para dar empaque al acceso a la estancia. Se supone que lo que se hacía en estos salones, era celebrar reuniones de forma oficial, convocadas por la élite, en las que se comía y bebía. Se distinguen dos modelos de casas aristocráticas, con patio, grande y bien equipada: unas con una relevante función política cifrada en un salón de banquetes y otra con un importante equipamiento productivo, instalado en espacios diferenciados, que traduce el sentido de producir para vivir inherente a muchos viviendas aristocráticas ibéricas. De hecho, una de las primeras publicaciones de una casa importante fue la de Mas Bosca (Badalona), con un cumplido almacén de ánforas. 6.4 TERRITORIO Y ARQUITECTURA Modelos de ocupación territorial A lo largo de toda el área ibérica han sido identificadas diversas formas de organización del territorio dependiente de cada una de las ciudades que, además, no han permanecido invariables a lo largo del desarrollo de esta cultura. En la Alta Andalucía, el territorio se articulaba en torno a los grandes oppida, mientras que en los territorios del nordeste, es difícil encontrarlos de ese tamaño. Por su parte, en el sudeste y levante existió una jerarquización de los asentamientos, con un oppidum a la cabeza y diversas categorías de núcleos menores repartidos por el territorio. Área meridional Se encuentran aquí grandes oppida que han absorbido a la población de los núcleos dispersos, que tienden a desaparecer. Esto se traduce en un importante crecimiento de los oppida como lugares centrales.
  • 39. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 7 DE 17 EL HABITAT Y SU CONTEXTO. TERRITORIO Y ARQUITECTURA - CONTINUACIÓN Se distinguen bastantes variantes locales: por una parte Adroher ha estudiado la zona del curso alto del Guadiana Menor, en la actual provincia de Granada, donde podemos ver que cada afluente del río es dominado por un importante oppidum, que en la mayoría de los casos supera las 5 Ha y están separados entre sí unos 35 Km. De este modo, el asentamiento de Tútugi (Cerro la Real, Galera), dominará el río Galera, mientras que el Cerro del Cepedo (Baza), hace lo propio con el río Baza. Si nos desplazamos al oeste, encontramos a Acci, en Guadix, que controlaría en río Fardes, mientras que el asentamiento situado en el Cerro de los Ayozos, organiza el río Guadahortuna. Aquí, como en otras zonas íberas, parece ser que en el siglo III a.C., marcó un punto de inflexión, saliendo reforzada Basti sobre las demás, al conseguir el dominio sobre una amplia zona que el geógrafo Ptolomeo denominaría Bastitania Por otro lado, en los valles Oretanos cercanos a la campiña de Jaén, se observa un modelo muy similar al anterior, pero en vez de haber únicamente un núcleo de importancia en cada valle, aquí tenemos dos o más. El más importante y antiguo de ellos se encuentra situado en la desembocadura de un afluente en el río principal, mientras que aguas arriba hallamos uno o más núcleos secundarios de colonización, aunque también de gran tamaño, dominando ese valle pero dependiente del primero. Por ejemplo encontramos el oppidum de Giribaile en el río Guadalen, colonización del importantísimo oppidum de Cástulo, mientras que en el cauce del Jandulilla, se sitúa el asentamiento de La Loma del Perro, dependiente del oppidum de Iltiraka en Úbeda la Vieja. En ambos casos se fundan santuarios en la cabecera de los afluentes, muy posiblemente con una función de hito fronterizo. En el primero fueron dos: Collado de los Jardines y el Castellar de Santiesteban; mientras que en el río Jandulilla se funda el santuario de El Pajarillo en Huelma. Ordenación del territorio en torno a los ríos Jandulilla y Guadalén En el área ibérica manchega encontramos un modelo de ocupación caracterizado por un número reducido de oppida, separados entre sí 30 o 35 Km, y que suponen en realidad una continuidad de los principales asentamientos preibéricos. Entre los principales destacan el Cerro de las Cabezas y Alarcos en Ciudad Real. Aparte de estos oppida, aquí se ha documentado un importantísimo poblamiento disperso, articulado en poblados de muy diversos tamaños, aunque a diferencia de otras zonas no se encuentran asentamientos en altura levantados con funciones eminentemente defensivas.
  • 40. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 8 DE 17 EL HABITAT Y SU CONTEXTO. TERRITORIO Y ARQUITECTURA - CONTINUACIÓN Levante y sudeste En contraste con el área andaluza, en el sudeste y levante, no desaparece el poblamiento disperso, sino que se produce una jerarquización de los asentamientos en los que, desde el oppidum se ejerce la capitalidad, se reparten las funciones entre cada uno de ellos de modo que no exista competencia entre las actividades económicas de los mismos, principalmente en la agricultura. También se crean asentamientos fortificados con una única misión defensiva. En estas zonas sólo un asentamiento por territorio alcanza un considerable desarrollo demográfico y podríamos decir que urbano, y el resto de los pequeños asentamientos, permanecen supeditados al oppidum. Este modelo fue definido en un primer momento para el oppidum de Edeta, en Sant Miquel de Liria (Valencia), como cabeza de un territorio que abarcaría el valle del Turia, aunque según esta definición sólo controlaría un área de 500 Km cuadrados, quedando fuera de su dominio ciudades tenidas por edetanas como Arse (Sagunto) o La Carencia (Turis). Parece ser que las alianzas con otros territorios, alcanzadas en un momento tardío por su régulo Edecón, conformaron la extensa Edetania política de la que hablan las fuentes del momento de la conquista romana, aunque tampoco llega a descartarse la existencia de una Edetania étnica de un tamaño similar a la política. Granja fortificada de Castellet de Bernabé Ordenación del territorio en torno al oppidum de Edeta
  • 41. EL MUNDO DE LOS ÍBEROS - DOCUMENTACIÓN 9 DE 17 EL HABITAT Y SU CONTEXTO. TERRITORIO Y ARQUITECTURA - CONTINUACIÓN Para el caso Edetano y tomando como centro el oppidum de Cerro de Sant Miquel de Liria, que contaba con una superficie en torno a las 10 Ha, encontramos una jerarquización de los asentamiento menores en otras tres categorías. Por una parte se localizan asentamientos escasamente amurallados, denominados aldeas, con una superficie de 5000 m2, que se situaban junto a las tierras de labor. Entre los mejores conocidos tenemos La Seña (Villar del Arzobispo) y La Monravana (Liria). Menor tamaño tendrían los caseríos y granjas fortificadas, explotaciones agropecuarias con extensiones entre 1000 y 2500 m2, cuyo ejemplo mejor estudiado es el de Castellet de Bernabé (Liria), excavado en su totalidad, con lo que sabemos que en el habitaba una familia aristocrática que sería la propietaria de las tierras que trabajaban el resto de los ocupantes del asentamiento (unas 60 Personas). En último lugar se identifican las atalayas, pequeños asentamientos fortificados entre 500 y 2500 m2 repartidos por puntos elevados, lo que proporcionaba una buena visibilidad y control del territorio, factores necesarios para la defensa de todos los asentamientos agrarios distribuidos por el área controlada. El elemento primordial de estos asentamientos eran las torres, que les permitía un mejor control visual. La atalaya mejor conocida es Els Puntals dels Llops (Olocau), pequeño asentamiento de 900 m2 excavado en su totalidad, lo que nos ha permitido conocerlo con una cierta profundidad. Se observa que sus 17 departamentos, no constituyen viviendas individualizadas, sino que el conjunto del asentamiento funciona como un todo, con lo que estaríamos posiblemente ante una presencia temporal vinculada a las obligaciones militares. Otro ejemplo de territorio con asentamientos jerarquizados, este más al sur, lo encontramos en la Contestania, donde en un momento más tardío, ya en el siglo III a.C., el oppidum de La Serreta de Alcoy (Alicante) dominaría el valle del Serpis y sus asentamientos menores; mientras que La Alcudia de Elche (Alicante), hará lo propio en el siglo IV a.C., con el valle del Vinalopó. Nordeste En el área de Aragón y Cataluña encontramos también diversos modelos de ocupación. Por una parte en el eje Ebro-Segre se da un modelo que se caracteriza por el reducido tamaño de sus asentamientos más representativos de cada grupo étnico, que por regla general no supera la hectárea. Así entre los Ilergetes, aunque la capital podría ser Iltirta (Lleida), tenemos como principal yacimiento Molí d’Espígol (Tornabous, Lleida); entre los ausetanos del Ebro, San Antonio de Calaceite (Teruel) y entre los lacetanos, el Cogulló (Sallent, Barcelona). Por su parte, entre las etnias costeras del norte de Cataluña, encontramos un modelo totalmente distinto, caracterizado por la presencia de más de un núcleo importante dentro de un territorio, entre los que el mayor actuaría seguramente como capital del mismo.