Planificacion Anual 2do Grado Educacion Primaria 2024 Ccesa007.pdf
Homenaje a Monseñor Octavio Derisi, fundador de la PUC
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EN HOMENAJE A MONSEÑOR OCTAVIO DERISI
Fundador de la Pontificia Universidad Católica Argentina
Caturelli, Alberto, “Octavio Nicolás Derisi, Filósofo Cristiano”, Buenos Aires, EDUCA,1
1984.
Desaparecido hace poco más de una década a la edad de 95 años, su figura destaca entre los
hombres más lúcidos y más prolíficos que acompañaron al siglo XX como autor que ha dejado su
nombre impreso de un modo indeleble en la historia de la Filosofía y como pionero de la
Educación en la Argentina, donde concibió y fundó su gran obra material, la Universidad Católica.
He tenido el privilegio de tratar a este hombre durante los últimos veinte años de su tra-
yectoria como alumno y amigo y de conocerlo de cerca en los últimos diez, como su secretario.
Más que redactar una biografía suya, que, por otra parte, figura ya en varias obras, principalmen-
te la del Doctor Alberto Caturelli, que dedica un libro de más de 500 páginas a su obra intelec-
tual , así como en otros manuales de Historia de la Filosofía, quiero recordar en estas líneas algu-1
nos aspectos de su vida y de su personalidad que muestran cómo era este hombre, que fue galar-
donado con siete títulos de Doctor, cuatro Honoris Causa; que fue miembro de nueve Academias
y Sociedades Filosóficas, entre ellas, la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino
y de la Religión Católica, la Real Academia Española de la Lengua, la Sociedad Filosófica de
Lovaina, la Academia Argentina de Letras, la Academia Argentina de Ciencias Morales y Políti-
cas, las Sociedades Filosóficas de México y Perú, entre otras, además de la Institución Suárez-
Victoria de Filosofía en España y la Sociedad Tomista Argentina, de las que fue miembro funda-
dor; que fue Profesor Honoris Causa por tres Universidades extranjeras y dos nacionales; autor
de 34 Títulos, entre ellos Los Fundamentos Metafísicos del Orden Moral, Santo Tomás de Aqui-
no y la Filosofía Actual, Lo eterno y lo Temporal en el Arte, La Palabra, Filosofía de la Cultura
y los Valores, Cultura y Humanismo Cristiano, Filosofía Moderna y Filosofía Tomista, La Vir-
gen María, Madre de Dios y Madre de los Hombres. Su obra escrita se prolonga además en cen-
tenares de monografías, conferencias, ponencias en congresos y artículos en diarios y revistas
locales e internacionales que resultaría difícil de inventariar.
Recibió numerosísimos premios a su labor intelectual, entre ellos, el Primer Premio en el
Doctorado de Filosofía y Ciencias, el Primer Premio en el Doctorado de Sagrada Teología (Sum
ma cum Laude); el Premio Universidad al mejor alumno egresado de su promoción de la Facul-
tad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires; el Premio Antonino Lam-
berti, de la misma Facultad a la mejor Tesis, el Primer Premio Nacional de Filosofía, Crítica y
Ensayo, el trienio 1943-1945 de la Comisión Nacional de Cultura a la obra Filosofía Moderna y
Filosofía Tomista; el Primer Premio Nacional de Literatura de la Provincia de Buenos Aires otor-
gado a la obra Los Fundamentos Metafísicos del Orden Moral, 1953; el Premio Doxa a la mejor
Producción Filosófica, México, 1979; el Premio Consagración de la Provincia de Buenos Aires,
1979; el Premio al Mérito en Humanidades, Fundación Konex, 1986.
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EN HOMENAJE A MONSEÑOR OCTAVIO DERISI
Fundador de la Pontificia Universidad Católica Argentina
Fundó la Revista de Filosofia, del Instituto de Filosofia de la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación de la Plata; Universitas, órgano oficial de la Universidad Católica Ar-
gentina y, la más importante, Sapientia, publicación filosófica de continuidad ininterrumpida du-
rante más de 70 años y que llegaba hasta hace poco a más de 300 universidades del exterior en
los 5 continentes.
Fue consultor de la Sagrada Congregación para la Educación Católica de la Santa Sede, y
presidió durante años la ODUCAL (Organización de Universidades Católicas de América Latina)
y el CRUP (Centro de Rectores de Universidades Privadas); presidió así también la Sociedad In-
teramericana de Filósofos Católicos y la Sociedad Tomista Argentina, ambas fundadas por él.
Fue asimismo co-fundador del Centro de Investigaciones de Ética Social y del Instituto de Psico-
logía Existencia y Logoterapia.
SU VIDA
Los estudios en el Seminario:
Hijo de una familia humilde de inmigrantes italianos, el más travieso e inquieto de ocho
hermanos, al decir de su padre, manifestó inclinación por la piedad y la vida religiosa desde muy
temprana edad. En su vocación, ha jugado un papel decisivo la figura del cura párroco de su pue-
blo natal, el Padre Idelfonso Abundarain, quien hiciera construir la Parroquia Nuestra Señora de
la Merced de Pergamino, provincia de Buenos Aires. Luego de haber sido preparado por su men-
tor y habiendo conocido desde dentro la vida parroquial, por siempre seguro de su vocación, in-
gresa al Seminario Menor a la edad de doce años con la aspiración de poder llegar a ser algún
día, con la gracia de Dios, un buen sacerdote rural, como su párroco. Sus padres lo ofrecieron a
Dios sabiendo que desde ese momento lo verían muy poco. En aquel tiempo, los seminaristas no
salían los fines de semana, visitaban su casa una o dos veces al año, tenían apenas dos semanas
de vacaciones; los horarios eran rígidos, no existía la radio ni la televisión, no se leían diarios
entre los estudiantes, se hablaba el latín incluso en los recreos (no por obligación, sino por la fa-
cilidad que habían adquirido), no se conversaba en el comedor sino que se leían lecturas de for-
mación, salvo los jueves y los domingos. En el Seminario menor, la disciplina era supervisada y
en ocasiones impartida por los alumnos de los cursos superiores, a veces con celo excesivo, re-
cordaba Derisi en sus años de vejez. Todo esto forjó en él una personalidad recia, un orden de
vida y una piedad inclaudicables.
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EN HOMENAJE A MONSEÑOR OCTAVIO DERISI
Fundador de la Pontificia Universidad Católica Argentina
Homenaje a Monseñor Derisi, 60 años de Sacerdote y 20 de Obispo, en: Universitas, EDUCA, diciembre 1990,
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pp 9-12.
Pero donde verdaderamente se halló en su ambiente y descubrió su vocación intelectual
fue en el Seminario Mayor, en el que recibió una formación de excelencia tanto por el extraordi-
nario nivel de sus profesores como por el de sus condiscípulos, entre ellos los Padres Julio Mein-
vielle y Juan Sepich, figuras que también descollaron en la cultura católica. Fue aquí donde Deri-
si recibió, además del estímulo y el reconocimiento de compañeros y maestros, la formación más
importante que respaldaría todo su pensamiento y aprendizaje posterior. Obtuvo siempre las má-
ximas calificaciones, incluso en sus tesis de doctorado en Filosofía y en Teología dentro del Se-
minario.
El rector del Seminario, el P. José Lloverola, lo propone para cursar en Roma el Magisterio
de Teología pero el obispo de La Plata, Monseñor Alberti, quiso contar con él para crear el nuevo
Seminario San José, donde Derisi fue profesor desde el año 1931 y en el que estableció su verdadero
hogar sacerdotal. En cambio, lo envió a obtener un diploma oficial en Filosofía a la Universidad de
Buenos Aires en donde cursó nuevamente sus estudios. “Te dejo ir a Buenos Aires –le dijo– pero
traeme la medalla de oro”. El Cardenal Antonio Quarracino , su ex alumno, también ya desapareci-2
do, solía recordar que, algún tiempo atrás, cuando Monseñor Gustavo Franceschi había querido
ingresar a la Facultad de Filosofía del Estado, su obispo, Monseñor Espinosa, no lo autorizó por
temor a que perdiera la fe... Pues bien, en contacto con un ambiente intelectual que poco o nada tenía
que ver con la enseñanza impartida en el Seminario, Derisi no sólo no perdió la fe sino que acercó
a ella a unos cuantos.
La Universidad de Buenos Aires:
Su paso por la Universidad de Buenos Aires constituye un capítulo aparte dentro de la
biografía de Monseñor Derisi. Concurría a las clases, estudiaba los apuntes de sus profesores,
dialogaba con ellos pero rendía examen “con libreto propio”, sin repetir ni homologar los postu-
lados filosóficos que sustentaban sus calificadores. Y aprobaba cada examen con la máxima cali-
ficación, igual que en el Seminario. Su popularidad se extendió rápidamente entre el alumnado y
sus exámenes llegaban a ser verdaderos eventos estudiantiles a los que concurrían incluso asis-
tentes ajenos al ámbito de esa institución. Esto pone de manifiesto claramente tres cosas: ante
todo, el formidable nivel académico y talento intelectual de Derisi; segundo, el magnífico nivel
alcanzado en aquel Seminario de Devoto con profesores como los Padres Herman Rinche, Fer-
nando Pérez Acosta, Juan Rosanas, Juan Planellas y especialmente su rector, el Padre José Llove-
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EN HOMENAJE A MONSEÑOR OCTAVIO DERISI
Fundador de la Pontificia Universidad Católica Argentina
Para mayores datos biográficos y doctrinales de estos y otros autores contemporáneos, puede consultarse la
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extraordinaria obra de Alberto Caturelli “Historia de la Filosofía en la Argentina, 1600-2000”, Buenos Aires, Ciudad
Argentina-Universidad del Salvador, 2001.
rola; tercero, el extraordinario nivel de la Universidad de Buenos Aires, cuyos profesores, refe-
rentes de posturas filosóficas situadas a menudo en las antípodas del pensamiento cristiano, en-
traban en diálogo y reconocían las virtudes y la excelencia intelectual de quien no comulgaba con
sus principios. Cursó sus estudios en la década del 30, período en que dominaba la influencia de
Bergson en el ámbito intelectual local con un pensamiento espiritualista pero de vertiente vitalis-
ta e inmanentista. Así, debió pasar por la cátedra de Introducción a la Filosofía a cargo de Corio-
lano Alberini, además vice-rector de la Universidad, quien si bien combatía al positivismo desde
una postura vitalista, también afirmaba agnósticamente: “lo mejor que puede pasarle a Dios es no
encontrarse conmigo” sustentando el denominado “amoralismo subjetivo” (la moral es prerroga-
tiva del individuo; la ética no es autónoma sino heterónoma, pero individual y condicionada obje-
tivamente por las emociones y lo instintivo individual). También, por la cátedra de Estética, a
cargo por entonces de Luis Juan Guerrero, quien defendía la plena autonomía del arte, desvincu-
lado de todo otro fin que no fuera sí mismo: la belleza no está ya en imitar la naturaleza de un
cosmos ordenado (como en los griegos) o en revelar el esplendor de algún atributo divino en las
cosas (como en el cristianismo) sino que es el hombre quien pone en obra la belleza, que no es lo
bello en sí sino lo bello para aquel que es su creador; esta creación es algo humano y consiste en
una serie de operaciones (Estética Operatoria). Guerrero provenía del movimiento anarquista
gestado en la década del 20 y fue expulsado de la Universidad en época de la Revolución Liberta-
dora. Su tratado de Estética es, con todo, quizá el mejor tratado sistemático publicado en hispano-
américa.. También aprobó con notas sobresalientes en las cátedras de Lógica y de Epistemología
e Historia de la Ciencia, a cargo de Alfredo Franceschi, quien desarrollaba una crítica al neoposi-
tivismo lógico –que renunciaba a conocer las causas de los fenómenos– e intentaba fundar una
filosofía de la ciencia sobre la base del sujeto trascendental kantiano, que da por sentada la exis-
tencia del noúmeno. La dependencia del fenómeno con respecto al noúmeno no es otra cosa que
la causalidad (lo que supone admitir ya algo trascendente). También pasó, probablemente, por la
cátedra de Metafísica a cargo de Carlos Astrada, sustentor del existencialismo ateo, quien ni si-
quiera se prestaba a conversar sobre el tema de Dios, y que evolucionó de la fenomenología al
vitalismo de Nietzche, y de allí al nacional socialismo para luego terminar en el comunismo (ma-
terialismo dialéctico). Daba a conocer en la Argentina la obra de Scheller y de Heidegger al mis-
mo tiempo que aparecía en Alemania. Fue amigo personal de Mao Tse-Tung. Conoció también
Derisi a Ángel Vasallo, a cargo de la cátedra de Ética, desde donde profesaba un existencialismo
subjetivo, pero con apertura a la trascendencia si bien de un modo irracionalista .3
En esta atmósfera intelectual en la que coexistían pensadores de la más variada raigam-
bre pero casi todos de un elevado nivel académico, Derisi llegó incluso a trabar amistad con al-
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Una fuente para el relevamiento de todo este período es sin duda el libro del propio Derisi “La Universidad
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Católica Argentina en el recuerdo, a los 25 años de su fundación”, prólogo de Carmelo E. Palumbo, Buenos Aies, Universitas,
1983.
gunos de ellos. Culminó sus estudios con su Tesis de Doctorado “Los Fundamentos Metafísicos
del Orden Moral”, galardonada con el Premio Octavio Bunge a la mejor tesis del bienio 1940-
1941 y publicada por el Instituto de Filosofía de la Universidad (¡dirigido por Astrada!). Obtuvo
además la Medalla de Oro, el Premio Universidad al Mejor Alumno de la Promoción 1938 en
toda la UBA y el Premio Antonio Lamberti al Mejor Egresado de la Facultad de Filosofía.
Los primeros Cursos de Cultura Católica :4
Nunca la Universidad de Buenos Aires logró volver a alcanzar el nivel de excelencia de
aquellos tiempos, así como nunca la Universidad Católica Argentina llegó a parangonar –confe-
sado esto por el propio Derisi– el nivel de los Cursos de Cultura Católica, iniciados a partir de la
clausura de la Primera Universidad Católica Argentina, que cerró sus puertas en 1922 por no po-
der obtener del gobierno el reconocimiento oficial de sus títulos. Sus alumnos y ex alumnos con-
vocaron a los intelectuales católicos de mayor jerarquía para dictar cursos de formación comple-
mentaria (Teología Dogmática, Moral, Historia de la Iglesia, Sagradas Escrituras, las primeras
materias). El alma de estos cursos fue Mons. Zacarías de Vizcarra, y entre sus colaboradores, se
hallaban Monseñor Manuel Moledo y el Padre Pérez Acosta. Entre sus primeros alumnos, apare-
cían el Doctor Tomás Casares, luego director; Atilio Dell’Oro Maíni (primer director de la Revis-
ta Criterio y ministro de la Nación); Osvaldo Dondo; Jorge Mayor; Manuel Ordóñez y Carlos
Sanz. Se leía a Chesterton, Leon Bloy, Billot, Belloc, Berdiaev, Péguy entre otros. Estos cursos
desarrollaron también una importante labor editorial. A medida que fueron creciendo, se formó la
Escuela de Filosofía, cuya dirección se encomendó a Derisi; estaban entre sus primeros alumnos
Máximo Etchecopar, Gastón Terán, Benito Raffo Magnasco, José María de Estrada, Juan Alfredo
Casaubon y el hermano Septimio Walsh. Bajo la dirección del Doctor César Pico, se creó Convi-
vio, un parnaso de irradiación cultural destinado al diálogo entre artistas cristianos, entre ellos
Francisco Luis Bernárdez y Leopoldo Marechal.
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Ponferrada, Gustavo Eloy, Carta de Lectores publicada en el Diario “La Nación” de Buenos Aires el 26/12/98,
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reproducida parcialmente por Alberto Caturelli en su “Historia de la Filosofía en la Argentina”, op. cit. p. 810.
La fundación de la Pontificia Universidad Católica Argentina:
En el año 1950, se desarrolló en Roma un Congreso Internacional de Filosofía en el que
participaron importantes pensadores de todo el mundo. Luego de su clausura, el entonces Secre-
tario de Estado Gian Battista Montini –después, papa Paulo VI– comentó a Derisi, conversando
en fluido latín –según refiere Monseñor Gustavo Ponferrada , testigo presencial– que la Argenti-5
na estaba en deuda con la Santa Sede después del cierre de la proyectada Universidad Católica en
el año 1922. Derisi, quien ya contaba con toda la obra de los Cursos de Cultura Católica, se com-
prometió a empeñar sus mejores esfuerzos en la cristalización definitiva de ese proyecto con el
apoyo de Vaticano. Sin embargo, a su regreso a Buenos Aires, no obtuvo del Cardenal Copello el
necesario respaldo, pues éste consideraba una prioridad la creación de parroquias con sus respec-
tivos templos antes que la de una Universidad. Fue recién con su sucesor, el Cardenal Caggiano,
que el proyecto se puso en ejecución y se le encomendó a Derisi, que sólo disponía materialmen-
te para ello del edificio de la antigua nunciatura de la calle Riobamba al 1200, a la vuelta del vie-
jo Rectorado, aunque todos pensaban que la obra estaría financiada con los tesoros de Vaticano.
Todo lo demás lo consiguió tesoneramente y “a pulmón”.
La Universidad se funda en el año 1958; Derisi había convocado para esto una verdadera
pléyade que integraba, junto con él, el Consejo Superior; entre ellos, Ángel Battistesa, Francisco
Valsecchi, Atilio Dell’Oro Maíni, Agustín Durañona y Vedia, Alberto Ginastera, Amancio
Willams, Ricardo Zorraquín Becú, Carlos Pérez Companc, Enrique Shaw y Rafael Pereyra
Iraola, entre otros.
La ley de Enseñanza Libre:
La Fundación de la UCA había tenido lugar merced al decreto de un gobierno de facto de
Pedro Eugenio Aramburu que reconocía la creación de universidades privadas. Con el
advenimiento de la democracia (gobierno de Arturo Frondizi), el sector laicista reedita la
polémica en torno a la libertad de enseñanza propiciando el monopolio estatal. El proyecto
elevado al Congreso por el propio presidente Frondizi fue vetado por toda la bancada radical e
incluso por la mitad de los diputados desarrollistas (cien votos contra cincuenta). El Senado
introduce una modificación defendiendo la libertad de enseñanza y el proyecto vuelve a la
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Cámara baja, en donde vuelve a ser rechazado pero esta vez ya no por dos tercios, dado que
varios diputados frondizistas habían cambiado de opinión. Pasa otra vez al Senado, donde es
aprobada finalmente la redacción definitiva, a cargo de Horacio Domingorena, con cuyo nombre
suele designarse esa ley. De esta manera, la UCA pudo continuar funcionando como universidad
privada y emitiendo títulos reconocidos por el Ministerio de Educación.
LA PERSONALIDAD
Muchos han reconocido en Derisi un talento que lo califica como precursor en el área del
denominado fund-raising o gestión de recursos, que hoy se estudia en las escuelas de negocios.
Algunos se han preguntado cómo habría hecho este sacerdote para realizar lo que, aún para
entendidos economistas, resultaba ilusorio.
Era costumbre de muchos sacerdotes cuando se ordenaban el encomendarse a sí mismos
y a su ministerio a una religiosa de clausura, costumbre hoy en desuso. Qué mejor que obtener
gracias de Nuestro Señor Jesucristo por intercesión de sus “esposas” aquí en la tierra. Monseñor
Derisi era confesor de muchas hermanas, entre ellas algunas Carmelitas Descalzas de Jujuy;
otras, Benedictinas de San Luis, de Santa Fe, de Buenos Aires, La Plata y Córdoba. Pues bien, la
sanción de la Ley de Enseñanza Libre fue encomendada especialmente a las Carmelitas, que
velaron en oración durante todo este proceso hasta que fue aprobada un 30 de septiembre de 1958
–día del aniversario de la muerte de Santa Teresita del Niño Jesús, fundadora de la Orden. Así, se
consiguieron terrenos y edificios; así, se saldaba el déficit año tras año, puesto que nunca era
suficientes con las cuotas de los alumnos; así, se fundó el Colegio Santo Tomás de Aquino,
contra todas las previsiones de los entendidos en la materia, que auguraban el fracaso de
semejante emprendimiento; así, se obtenía ayuda de particulares y del gobierno, respaldada por la
oración y el sacrificio de muchas personas, especialmente religiosas.
Su espíritu de sacrificio está detrás de muchos sino de todos sus logros. Se imponía a sí
mismo severísimas penitencias, las que ofrecía como mortificación en favor de sus intenciones.
Así fue que contrajo una bronquitis crónica que llegó a minar su salud por bañarse con agua fría
en invierno mientras vivía en el Seminario. Otras veces, en voz baja y delante del sagrario –soy
testigo involuntario–, se obligaba a despojarse a sí mismo de sus recursos y pertenencias por
haber cometido distracciones en sus actos de piedad, a las que llegaba a considerar como pecado
mortal.
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Está también su obra escrita, “El llamado al Sacerdocio”, Buenos Aires, Difusión, 1944, que algunos reconocieron
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como una lectura decisiva en el encuentro con su vocación sobrenatural, entre ellos Monseñor ^ Desiderio Collino.
Gancedo, Julio César, Homenaje tributado en conmemoración del sexagésimo aniversario de la ordenación
7
sacerdotal de Mons. Derisi y de su vigésimo año de episcopado, 20/12/90 (Inédito).
Muchas veces, atormentado por el escrúpulo, con una piedad inclaudicable que intentó,
no siempre con éxito, transmitir a sus discípulos intelectuales, abrazaba sin embargo el
sacerdocio con un ardor y una devoción que mantuvo durante toda su vida: “si tuviera que volver
a nacer, volvería otra vez a ser sacerdote”.
La suya era una personalidad carismática, ricamente adornada de virtudes y de gracias,
de las que él mismo era consciente y no disimulaba. A la vez que sacrificado y austero, era un
hombre de un optimismo a toda prueba. Era capaz de abordar intelectualmente los temas más
elevados con un orden y un rigor lógico admirables, a la vez que era también capaz de dirigir un
proyecto con la prudencia y la ejecutividad propias de un avezado hombre de gobierno.
Hombre de carácter fuerte y de mando, conocedor de la moral en todas sus derivaciones
–lo he conocido también en la confesión, en la que paradójicamente, era un hombre sumamente
blando, paternal y compasivo. ¡A veces, hasta había que recordarle que impusiera la penitencia!
Muchos de sus benefactores ni siquiera fueron creyentes. Lo ayudaban por el respeto y la
seriedad que él les inspiraba. Hasta llegó a confesar a un agnóstico en su lecho de muerte con el
pretexto de ir a pedir ayuda para la Universidad. En los momentos de aflicción, se consolaba
recordando las palabras atribuidas a San Agustín, animam salvasti, animam tuam praedestinasti
(salvaste un alma; la tuya predestinaste). También su palabra y su ejemplo ayudaron a muchos a
encontrar su vocación religiosa .6
De él, ha dicho el doctor Julio César Gancedo con la precisión y la elegancia que7
caracterizaron su pluma: “En la personalidad de Monseñor Derisi se dan, en singular armonía, lo
que parecería difícil de congeniar en una sola humanidad: el filósofo, el hombre de empresa y el
hombre piadoso. La reflexión, en él, nunca paralizó la acción; y su acción es siempre tan
caritativa que de por sí, es oración”.
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Fundador de la Pontificia Universidad Católica Argentina
I, 1-13. Antes, lo hizo alguna vez en una de las cartas a Attico (Att. II, 16, 3) en las que opone el âßïò èåùñçôéêüò
8
de Teofrasto, discípulo de Aristóteles, y el âßïò ðñáêôéêüò de Dicearco de Messenia. La cuestión se remonta todavía más lejos,
al período de las disputas entre Artistóteles e Isócrates y acaso sea tan antigua como la historia de la humanidad.
Daniel, XIV, 32-38.
9
Ps. 90 (91), 10: “Nuestra vida dura apenas setenta años, ochenta si tenemos vigor; en su mayor parte, son fatiga
10
y miseria (...)”.
“Vivió enseñando, enseñó viviendo”.11
Cicerón, en el Tratado De Re Publica , se remonta a una antigua controversia griega que8
oponía diametralmente dos estilos de vida antagónicos, incompatibles, el de la vida contemplativa
o especulativa y el de la vida práctica. Y de allí proviene la creencia inveterada de que quien se
dedica al estudio y a la meditación carece de los dotes necesarios para el gobierno y la acción. Pues
bien, paradójicamente, la vida y la obra de Derisi son testimonio acabado de los frutos que puede
producir la conjunción de ambas disposiciones.
Forjado en la fragua del Seminario, fogueado en la confrontación académica con
pensamientos antitéticos, probado a cada paso ante los desafíos más difíciles y siempre
superiores a sus fuerzas, este hombre, que sólo quería ser un sacerdote rural, fue llevado por Dios
de la mano, se le fue revelando su misión paso a paso a lo largo de la vida y suministrando los
medios para realizarla también de un modo providencial. Mirando su vida en perspectiva, Derisi
se comparaba a sí mismo con un personaje del Libro de Daniel , el profeta Habacuc, que fue9
enviado con la misión de alimentar a Daniel en el foso donde iba a ser devorado por los leones,
sin conocer el camino ni el lugar adonde éste se encontraba en Babilonia. Sólo se encomendó
confiadamente a la Providencia y el ángel del Señor lo fue llevando de los cabellos a todo lo
largo del trayecto.
Sus últimos años sufrió padecimientos crueles al estar su salud seriamente quebrantada.
Todo lo ofrecía a Dios y a la Virgen. En su silla de ruedas, entraba y salía de la Capilla, adonde
pasaba prácticamente la mitad del día. Vivía en oración, así durante años y años. Rezaba aún
dormido (también soy testigo) moviendo los labios y haciendo pequeños gestos, creyéndose a
solas.
Recordaba a veces las palabras del Salmo , dies annorum nostrorum in ipsis septuaginta10
anni; si autem in potentatibus octoginta anni, et amplius eorum labor et dolor.
Fue un adalid del pensamiento católico que abrevó en la fuente prístina de la Filosofía de
Santo Tomás. A él puede aplicarse aquella frase que reza en los epitafios de ilustres maestros:
vixit docendo, docuit vivendo .11