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1
LA POBREZA QUE DENIGRA Y LA POBREZA QUE ELEVA
1
Por Arturo E. Brochard
“Uno de los peligros que acecha a la sociedad es el acostumbramiento a males como la
pobreza, la miseria, la violencia (...) Nos acostumbramos al paisaje habitual de la pobreza y de la
miseria caminando por las calles de nuestra ciudad. Nos acostumbramos a la tracción a sangre de
los chicos y las mujeres en las noches del centro cargando lo que otros tiran”2
. Realidad que, a fuer
de cotidiana, desarrolla en nosotros una resignada indiferencia que la disimula y fomenta, la miseria
degrada la naturaleza y repugna a la sobrenaturaleza del hombre en cuanto imagen y semejanza de su
Creador.
Si bien los términos tienen uso indistinto, se prefiere hablar de miseria en el caso de “pobreza
extremada, que se distingue esencialmente de la tercera acepción con que la Academia designa el
nombre de pobreza como “dejación voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor
propio puede juzgar necesario, de la cual hacen voto público los religiosos el día de su profesión”.
Charles Péguy –un autor cuyas obras eran estudiadas por los asistentes a los primeros Cursos de
Cultura Católica, entre ellos, Septimio Walsh, Octavio Derisi, Tomás Casares, César Pico, entre
otros3
–, escribe en el año 1902 un ensayo inspirado en la novela de Antonin Lavergne titulado De
Jean Coste4
, obra que, aún hoy, resulta iluminadora para reflexionar sobre la pobreza y la miseria. Se
confunden casi siempre, dice Péguy, y la confusión proviene del hecho de la una y la otra son vecinas,
aunque situadas a diferentes márgenes de una zona fronteriza de la realidad, allende la cual no está
asegurada la más precaria subsistencia ni hay horizonte vital que deje lugar a proyecto alguno.
Dice Daniel Rops en su obra sobe Péguy5
que “antes de la instauración del mundo moderno,
un hombre sin dinero era pobre, y estaba todo dicho; hoy, es un ser miserable, es un ser disminuido…
La miseria no sólo hace desgraciado al hombre sino que provoca en él una decadencia; es el único
mal incurable porque carece de sentido. La miseria niega la esperanza, niega el amor, niega la
inteligencia; niega todos los valores espirituales a un ser rebajado a una categoría inferior a la de la
bestia”. Péguy llega a comparar la pobreza con el infierno, donde están los condenados en la tierra.
1
En homenaje a S. S. Francisco.
2
Homilía de la Celebración del Miércoles de Ceniza, 20 de febrero de 2012.
3
Cfr. Derisi, Octavio N., “La Universidad Católica Argentina en el recuerdo a los 25 años, Cap. I: Los Cursos de
Cultura Católica, pp. 12 ss., Buenos Aires, Universidad Católica Argentina, 1983.
4
"On confond presque toujours la misère avec la pauvreté; cette confusion vient de ce que la misère et la pauvreté
sont voisines; elles sont voisines sans doute, mais situées de part et d'autre d'une limite; (...) cette limite économique est celle
en deçà de qui la vie économique n'est pas assurée, au delà de qui la vie économique est assurée ; cette limite est celle où
commence l'assurance de la vie économique; en deçà de cette limite le misérable ou bien a la certitude que sa vie
économique n'est pas assurée ou bien n'a aucune certitude qu'elle soit ou ne soit pas assurée (...); le risque cesse à cette
limite; au delà de cette limite le pauvre ou le riche a la certitude que sa vie économique est assurée; la certitude règne au delà
de cette limite; (...); la première zone au delà est celle de la pauvreté; puis s'étagent les zones successives des richesses (...)
La misère est tout le domaine en deçà de cette limite; la pauvreté commence au delà et finit tôt; ainsi la misère et la pauvreté
sont voisines; elles sont plus voisines en quantité, que certaines richesses ne le sont de la pauvreté; si on évalue selon la
quantité seule, un riche est beaucoup plus éloigné d'un pauvre qu'un pauvre n'est éloigné d'un miséreux ; mais entre la
misère et la pauvreté intervient une limite; et le pauvre est séparé du miséreux par un écart de qualité, de nature". Œuvres
Complètes De Charles Péguy, 1873-1914, Œuvres De Prose, "De Jean Coste", Pp. 46-48, Paris, Éditions De La Nouvelle
Revue Française, MCMXX.5
Rops, Daniel, “Péguy”, trad. Clara Renzi, Colección Esquiú, pp. 115-116, Buenos Aires, Difusión, 1946.
2
En su más escandalosa sordidez, la miseria es en la economía lo que el infierno en la teología,
mientras que la pobreza hace las veces del purgatorio. “El infierno es la eterna certeza de la muerte
eterna; pero la miseria es, con mucho, la total certeza de la muerta humana, la total penetración por
parte de la muerte de aquello que queda de vida; y cuando hay incertidumbre, esa incertidumbre es
casi tan dolorosa como la certeza fatal”6
. Frente a la miserable sordidez, la pobreza aparece más bien
emparentada con la “paupertas” o “pauperies” de Horacio7
, esto es, ese estado costoso moralmente del
que posee lo mínimo digno y necesario para vivir privándose de todo superfluo aditamento. “Está
incluso en misteriosa consonancia con ese desvestimiento que es propio de la condición humana y la
abre al amor de los demás”8
. La miseria en cambio no es para el miserable una parte de su vida sino
toda su vida; servidumbre sin excepción, conocido cortejo de las privaciones, de las enfermedades, de
las fealdades, de las desesperaciones, de las ingratitudes y de las muertes.
Profundamente decepcionado por “un cristianismo reducido sólo al burgués miedo del infierno
y, todavía más disgustado, como dice von Balthasar en su ensayo sobre Péguy, por una iglesia
resignada a admitir hermanos eternamente perdidos y a no llorarlos eternamente"9
, a la edad de
diecisiete años, abandona la fe. Dolorosamente conmovido por la situación de los profesores de
enseñanza secundaria en la Francia de fines del siglo XIX y por la crisis de la educación, abrazará el
socialismo utópico a modo de reacción, para luego retornar a la fuente prístina de su inspiración
trascendente, que sólo pudo redescubrir en la Fe.
El apostolado de los pobres
Dice Segundo Galilea que “lo propio y original del sentido del pobre en el cristianismo, no
está tanto en suscitar sentimientos de compasión, de solidaridad y de justicia. Esto lo encontramos
también en cualquier humanismo y en las ideologías socio-políticas. La revolución cristiana en este
punto consiste en haber establecido una relación entre Dios y el pobre; en haberle dado una
dimensión religiosa”10
.
En efecto, el capítulo IV de las Regulae de San Benito de Nurcia, aquel que enseñó el
monaquismo a occidente, menciona entre las observancias en el Nº 14: “recreare pauperes”, que
algunos traducen como “alegrar” o “aliviar” a los pobres. Habría tal vez que retomar el latín para
darles una interpretación más pertinente en el sentido de re-crear, es decir, volver a crear, transformar
a esos pobres, ante todo, en pobres de espíritu; de dar un sentido ascético a la privación, de asumir la
pobreza –no la miseria– como el necesario desprendimiento para encauzar el camino liberador del
espíritu, que no es sólo político o económico, sino sobre todo del pecado y de las heridas de una
6
“De Jean Coste”, op. cit., p. 53: “l'enfer est l'éternelle certitude de la mort éternelle ; mais la misère est pour la
plus grande part la totale certitude de la mort humaine, la totale pénétration de ce qui reste de vie par la mort; et quand il y
a incertitude, cette incertitude est presque aussi douloureuse que la certitude fatale” (Trad. nuestra).7
“Odae”, III, 2 y II, 10 respectivamente.8
Moeller, Charles, “Literatura del siglo XX y Cristianismo, IV, La esperanza en Dios nuestro Padre, segunda
edición, p. 582, Madrid, Gredos, 1964.9
Molteni, Agostino, “La ciudad armoniosa de Péguy”, en: “Revista de Filosofía”, Universidad Católica de la
Santísima Concepción, Concepción, Chile, vol.6, n.1, año 2007.
10
Galilea, Segundo, “El sentido del pobre”, Cap. III, La dimensión religiosa del pobre, p. 18, Colombia, Indo
American Press Service, 1976.
3
naturaleza caída. El pobre, no pocas veces, a fuerza de anhelar lo que no tiene y la sociedad le
propone, termina viviendo subsumido en el más craso materialismo. No se trata de subvenir tan sólo a
sus más urgentes necesidades materiales sino de dar un sentido sobrenatural a su existencia tomando
ocasión de ésa, su desdichada condición. Apostolado no es asistencialismo; filantropía no es caridad.
Y entonces, se preguntará el P. Galilea: “¿A los pobres, se les anuncia el Evangelio?”11
.
Una cosa es ser pobre; otra muy distinta, ser pobre de espíritu y objeto de las Bienaventuranzas
(Mt. 5, 3-11). Se puede ser pobre aun poseyendo bienes y no ser pobre de espíritu aun viviendo en la
más sórdida indigencia.
La pobreza como consejo evangélico
La esencia de la pobreza como virtud consiste en el desprendimiento y es condición para
liberarse del gravoso lastre de la materia tanto en la vida moral como en vida intelectual.
Está propuesta, además, como consejo evangélico. "Los consejos evangélicos son, pues, ante
todo, un don de la Santísima Trinidad. La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio
de su Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza"12
. Son muchos a lo largo de la
Escritura, si bien la teología los ha sistematizado en tres: pobreza, obediencia y castidad, que
corresponden al desprendimiento de la afectividad, de la libertad y de los bienes materiales a
imitación del divino Maestro. Están propuestos para todos, en la medida en que constituyen valores
tanto humanos como sobrenaturales, si bien no corresponde a todos realizarlos de la misma manera
sino según los carismas. Así, dice el Apóstol que le ha sido dado a uno "palabra de sabiduría; a otro,
palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de
curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de
espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas" (I Cor. 12, 8-10). Esta diversidad
e inaplicabilidad unívoca pareciera dar a entender que existen dos “categorías” de convocados al
Reino. Estarían los santos de altar y los cristianos del llano13
. Pero no es lo mismo el llamado “estado
de perfección” que la perfección en cada estado14
. Y es por eso que no conviene a todos lo mismo en
materia de consejos; más aún, pueden éstos llegar a ser contradictorios entre sí; así, el mandato divino
del Génesis “creced, multiplicáos y henchid la tierra” (Gen. 9, 1-3) no se compadece con el consejo
paulino de la virginidad en la Carta a los Corintios, pues de esta suerte se extinguiría la humanidad. O,
con respecto al tema de la pobreza, ¿qué habría ocurrido si Jesús le hubiera dado a José de Arimatea,
poderoso empresario y propietario de una rica cantera, el mismo consejo que le dio al joven rico,
vender todo y dárselo a los pobres? Probablemente, se habría quedado sin sepulcro.
11
Galilea, Segundo, “¿A los pobres, se les anuncia el Evangelio?”, Nº 11, Bogotá, Departamento Pastoral del
CELAM, Instituto Pastoral Latinoamericano.
12
Juan Pablo II, “Vita Consecrata”, Nº 20.
13
De hecho, aparece en San Pablo una distinción entre los “νηπίοι”, o sea los niños, cuyo crecimiento en Cristo no
ha conseguido aún la plena maduración y que no pueden dejar de tender hacia él: y los “τελείοι”, es decir, los adultos que
han alcanzado ya un grado apreciable de madurez, pero que, no obstante, deben superarse todavía (Vide: I Cor 2,6; 3,1-2;
13,10-11; 14,20; Col. 1,28; Ef. 4,13; Flp. 3,12-15).14
La doctrina tomista sobre este tema se halla expuesta en las siguientes obras: “Contra impugnantes Dei cultum et
religionem” (contra Guillermo de Saint-Amour); “Summa Theologiæ” II-II, q. 179-189; “De perfectione vitæ spiritualis”
(contra Gerardo de Abbeville), y “Contra pestiferam doctrinam retrahentium homines a religionis ingressu”.
4
Hay una neta distinción entre precepto y consejo evangélico. Así por ejemplo, en I Cor. 7, 25
dice: “acerca de los que son vírgenes, no tengo precepto (ἐπιταγή) del Señor; pero doy mi consejo
(γνώμη)15
como quien ha obtenido ser fidedigno por la misericordia del Señor”16
. El precepto se
aplica de un modo unívoco, es decir, a todos del mismo modo, v.gr., los mandamientos. El consejo, en
cambio, se aplica de un modo análogo –por analogía de atribución–, esto es, relativa o
secundariamente, y no a todos de la misma manera; o sea, que conviene más adecuadamente a uno
que a otros. Más claras que cualquier clasificación son las palabras de San Francisco de Sales, citadas
en el Catecismo17
: “(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que
son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como
la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los
mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas leyes y de todas las acciones cristianas, la
que da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor”18
.
Así, la pobreza como consejo evangélico no está en todos los casos vinculada con la ausencia
de bienes pero está siempre, en cambio, referida al desprendimiento. Ciertamente, el desprendimiento
se constata de un modo fehaciente recién cuando los bienes faltan; pero estos bienes pueden ser
administrados con desapego reconociéndolos como propiedad del Dueño universal que da a ellos un
destino también universal y nos hace solidarios en su distribución. La pobreza hace a la imitación de
Cristo a través de una ascesis purificadora por la que perfecciona la sumisión del cuerpo al espíritu,
que lleva la marca de las cuatro heridas del pecado original19
.
15
El término “γνώμη”, compuesto por la raíz indoeuropea “gno”, en relación con el conocimiento, que persiste en el
latín “cognoscere”, se traduce como consejo, parecer, propósito (Hechos, 20, 3; I Cor. 1, 10; 7, 25-40; II Cor., 8, 10; Flm.
14; Apoc. 17, 13-17). No se trata de un precepto explícito, como pudieran ser los mandamientos o el resumen de la Ley y
los profetas (Mt. 22, 37-40; Lc. 10, 27; Dt. 6, 4); no traduce un texto testamentario sino que es un razonamiento teológico; es
una conclusión derivada de unos principios, teológicamente cierta, pero que no aparece explícitamente en las palabras de
Jesús ni de los autores sagrados. Históricamente controvertida, es el fruto de una maduración doctrinal y ha dado también
lugar a interpretaciones cismáticas.16
“Περὶ δὲ τν παρθένων ἐπιταγήν κυρίου οὐκ ἔχω, γνώμην δέ δίδωμι ὡϛ ἠλεήμενος ὑπὸ κυρίου πιστὸϛ εναι”.
“De virginibus autem praeceptum Domini non habeo; consilium autem do, tamquam misericordiam consecutus a Domino, ut
sim fidelis”. En consonancia con esta doctrina, está, entre otros, la perícopa del “eunuco por el reino de los cielos” (Mt. 19.
12). 17
Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 1973: “Más allá de los preceptos, la Ley nueva contiene los consejos
evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la
caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar loo que es incompatible con la caridad. Los
consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la
caridad”. (Cfr. Sto. Tomás de Aquino, S.Th. II-II, 184,3).
Nº 1974: “Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan su
fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los preceptos del
amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la
vocación de cada uno”.18
S. Francisco de Sales, “Amor”, VI.
19
Se trata de las heridas (quattuor vulnera) causadas sobre la inteligencia, la voluntad, el apetito concupiscible y el
irascible. Más precisamente, en este caso, sobre el “vulnus concupiscentiae” del que habla Santo Tomás en la Suma
Teológica, II-II, q. 85, sed contra, donde menciona a San Beda el Venerable en el Comentario al Evangelio de San Lucas
(Catena Aurea). El voto de pobreza y la austeridad de vida son condición para la paliación de esta marca de la naturaleza
herida, pero no destruida, como en otras concepciones teológicas..
5
Diversas clases de bienes
Aristóteles distingue tres clases de bienes20
: útiles, deleitables y honestos. Los primeros, en la
más baja categoría, son aquellos que no constituyen bienes en sí mismos sino que son medios para
alcanzar otros bienes que ejercen la causalidad final. Se dice que algo es útil cuando sirve para algo
distinto de él. Otros son los deleitables, aquellos que generan placer, que si bien tienen un cierto valor
en sí mismos, su finalidad está aún subordinada a otro fin que es la satisfacción de uno mismo a nivel
sensible. Pero hay también otros que resultan deleitables no ya para la sensibilidad animal sino para la
razón21
, que valen por sí mismos e independientemente del sujeto que los apetece.
Pues bien, la pobreza como virtud versa sobre la prescindencia hasta el mínimo indispensable
de lo útil y de lo deleitable sensitivo en beneficio de lo honesto (v.gr., la caridad, la amistad, el
compromiso, la justicia, etc.), que no cambian al ritmo de los vaivenes ora anímicos, ora
convencionales o históricos. El utilitarismo y el hedonismo son reducciones éticas de esta jerarquía
axiológica sustentadas por la degradación del valor de la inteligencia22
, que también requiere de una
liberación de la materia, de un cierto empobrecimiento material, para alcanzar a conocer en el
concepto un aspecto esencial de la cosa, o sea, para conocer la verdad. Pues existe en esto un
paralelismo entre el orden moral y el orden intelectual, por el que conocemos abstrayendo a partir de
la materia y como despojándonos de ella para llegar al concepto universal, que pertenece a la esencia
del objeto23
.
De la pobreza a la riqueza lícita
Expresiones en la Sagrada Escritura como las siguientes: “Venid y comprad sin dinero vino y
leche” (Is. 55, 1), referida a la gratuidad de la salvación que puede ser alcanzada aun por los más
pobres; en boca de María, “sació de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió con las manos
vacías” (Lc 1, 53); el Reino, en el que se proclaman “bienaventurados los pobres” (Mt 5, 3; Lc 6 20)
mientras que los ricos se declaran desgraciados porque ya tienen su consolación (Lc 6, 24); que “las
zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar
la cabeza (Mt. 8,20); que “lo débil del mundo escogió Dios para confundir a los fuertes” (I Cor., 1, 26
ss.); el consejo al joven rico, “anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y entonces tendrás
riqueza en el cielo” (Mc. 10, 17-22); que no conviene acumular “tesoros en la tierra, donde la polilla y
la herrumbre destruyen y donde ladrones penetran y roban (Mt. 6, 19); el mandato de Jesús a los que
emprenden el camino apostólico: “despreciad el oro y la plata; no la llevéis en vuestras bolsas; no os
inquietéis por la comida ni bebida ni calzado” (Mt. 10, 9-10) y tantas otras, nos dan a entender el
20
“Ética Nicomaquea”, II, 3, 1104b 35 ss.: “τριϖν γὰρ ὄντων τϖν εἰς τὰς αἱρέσεις καὶ τριϖν τϖν εἰς τάς φυγάς,
καλο υνφέροντος ἡδέος, καὶ τριϖν τϖν ἐναντίων, αἰσχρο βλαβερο λυπηρο περὶ τατα μὲν πάντα ὁ ἀγαθός
κατορθωτικός ἐστιν ὁ δέ κακός ἁμαρτητικός, άλιστα δὲ περί τὴν ἡδονήν” (Tres cosas hay que nos mueven a elegir algo: lo
honesto, lo útil, lo deleitable; y sus tres contrarios, a aborrecerlo: lo deshonesto, lo dañoso, y lo pesado y enfadoso”).21
Cfr. Santo Tomás de Aquino, “In II Ethicorum”, Lect. III, Nº 275, (p. 78, ed. Marietti, 1949).22
Cfr. Rodríguez Sedano, Alfredo, “Repensar la Cohesión Social: una Propuesta de Modelo Ético en la Actuación
Educativa”, en: Congreso Internacional "Educación frente a la agresividad: modelos de intervención", pp. 9-11. Huelva
(Andalucía). Febrero, 2000.23
Cfr. Derisi, Octavio Nicolás, “La doctrina de la inteligencia de Aristóteles a Santo Tomás”, Cap. III: “La
inteligencia y la inteligibilidad se constituyen en dependencia de la inmaterialidad”, pp. 49-99, Bs. As., Cursos de Cultura
Católica, 1945.
6
valor de la pobreza como condición para entrar en el Reino. Como contrapartida, se puede advertir en
las riquezas un grave inconveniente.
Sin embargo, en ninguna parte se ha dicho que el dinero sea la raíz de todos los males, sino en
todo caso “el amor al dinero” (I Tim., 6,10). Salomón fue el hombre más rico de la historia, y también
el más sabio. Job, el hombre más rico de su tiempo y al que Dios le multiplicó sus bienes al
comprobar su fidelidad. María, la hermana de Lázaro, ungió los pies a Jesús “con una libra de
perfume de nardo puro, muy costoso” (Jn., 12, 3).
El conflicto se produce recién cuando: se confía más en el dinero que en Dios (Mc., 10, 23-27;
Prov. 11, 4 y 11,28); cuando la confianza está puesta en los bienes terrenales más que en los
celestiales ( Mt. 6,19-21; Col. 3,1-4); cuando se piensa en las riquezas como premio al mérito (Lc.
12, 15; I Sam. 16,7); cuando el objetivo en la vida es ganar todo el dinero posible (Prov. 23,4; Ecle. 5,
10-12); cuando uno se considera autosuficiente en virtud de las riquezas que posee (Filip. 4, 19; Deut.
8, 11-18).
Paralelamente, son condiciones para que la riqueza sea bendecida: el estar conformes con
nuestras posesiones (I Tim. 6, 8; Heb. 13, 5); acomodar nuestra voluntad a los designios de Dios en
cualquier circunstancia próspera o adversa (Filip. 4, 11). El valorar por encima de las riquezas: la
sabiduría (Prov. 16,16); una vida justa y recta (Sal. 37, 16; Prov. 16, 8 y 28, 6); la tranquilidad de
conciencia que hace posible el descanso (Ecle. 5:, 12); la palabra de Dios (Sal. 119, 14; 72 y 127); la
salud (Luc., 8,43); la quietud y la paz (Prov. 15, 16-17; 17, 1; Ecle., 4, 6); el no envidiar a los que
poseen más (Sal. 49, 16-17; Éx. 20,17), y, por sobre todo, el nunca olvidar a Dios en las visicitudes de
una vida próspera (Deut. 6, 10-12; Proverbios 30, 7-9; Apoc. 3,17).
Un ejemplo y referente del “desprendimiento”
Ha dicho el papa León XIII en su Encíclida Auspiciato Concessum del 17 de octubre de 1882,
de sorprendente actualidad, refiriéndose a San Francisco de Asís y a su tiempo: “El fruto real y
duradero consiste en asemejarse en algún modo a su eminente virtud y en procurar ser mejor
imitándolo. Si con la ayuda de Dios se trabaja para ello con ardor, se habrá encontrado el remedio
oportuno y eficaz para los males presentes.
(...)“ Había mucha escasez de estas virtudes en el siglo XII, porque gran número de los
hombres eran entonces, por decirlo así, esclavos de las cosas temporales, o amaban con frenesí los
honores y las riquezas o vivían en el lujo y en los placeres. Otros tenían todo el poder, y hacían de su
potestad un instrumento de opresión para la multitud miserable y despreciada; y aquellos mismos que
hubieran debido, por su profesión, ser ejemplo para los hombres, no habían evitado las manchas de
los vicios comunes. La extinción de la caridad en muchos lugares había tenido por consecuencia los
pecados múltiples y cotidianos de la envidia, de los celos y el odio; los espíritus estaban tan divididos
y tan enemistados, que por la menor causa las ciudades vecinas entraban en guerra, y los ciudadanos
de una misma ciudad combatían bárbaramente los unos contra los otros.
7
“Tal era el siglo en que apareció Francisco. Con admirable simplicidad e igual constancia, se
esforzó con sus palabras y sus actos en colocar a la vista de todos los ojos del mundo corrompido la
imagen auténtica de la perfección cristiana”.
Se trata de transformar la pobreza que denigra en pobreza que eleva, para poder decir así con
San Juan “oportet illum crescere, me autem minui”24
, conviene que yo disminuya para que Él crezca.-
ARTURO E. BROCHARD….…….…………….
SECRETARIO ACADÉMICO DEL CONSEJO SUPERIOR DE EDUCACIÓN CATÓLICA………..……
EX DOCENTE DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA DE LA U.C.A. ………. ……..
EX SECRETARIO PRIVADO DEL RECTOR FUNDADOR DE LA U.C.A. …………….
MIEMBRO DEL CENTRO DE INVESTIGACIONES DE ÉTICA SOCIAL, FUNDACIÓN ALETHEIA……….
MIEMBRO DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA, INFIP……………………
______
24
Jn. 3, 30.

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  • 1. 1 LA POBREZA QUE DENIGRA Y LA POBREZA QUE ELEVA 1 Por Arturo E. Brochard “Uno de los peligros que acecha a la sociedad es el acostumbramiento a males como la pobreza, la miseria, la violencia (...) Nos acostumbramos al paisaje habitual de la pobreza y de la miseria caminando por las calles de nuestra ciudad. Nos acostumbramos a la tracción a sangre de los chicos y las mujeres en las noches del centro cargando lo que otros tiran”2 . Realidad que, a fuer de cotidiana, desarrolla en nosotros una resignada indiferencia que la disimula y fomenta, la miseria degrada la naturaleza y repugna a la sobrenaturaleza del hombre en cuanto imagen y semejanza de su Creador. Si bien los términos tienen uso indistinto, se prefiere hablar de miseria en el caso de “pobreza extremada, que se distingue esencialmente de la tercera acepción con que la Academia designa el nombre de pobreza como “dejación voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor propio puede juzgar necesario, de la cual hacen voto público los religiosos el día de su profesión”. Charles Péguy –un autor cuyas obras eran estudiadas por los asistentes a los primeros Cursos de Cultura Católica, entre ellos, Septimio Walsh, Octavio Derisi, Tomás Casares, César Pico, entre otros3 –, escribe en el año 1902 un ensayo inspirado en la novela de Antonin Lavergne titulado De Jean Coste4 , obra que, aún hoy, resulta iluminadora para reflexionar sobre la pobreza y la miseria. Se confunden casi siempre, dice Péguy, y la confusión proviene del hecho de la una y la otra son vecinas, aunque situadas a diferentes márgenes de una zona fronteriza de la realidad, allende la cual no está asegurada la más precaria subsistencia ni hay horizonte vital que deje lugar a proyecto alguno. Dice Daniel Rops en su obra sobe Péguy5 que “antes de la instauración del mundo moderno, un hombre sin dinero era pobre, y estaba todo dicho; hoy, es un ser miserable, es un ser disminuido… La miseria no sólo hace desgraciado al hombre sino que provoca en él una decadencia; es el único mal incurable porque carece de sentido. La miseria niega la esperanza, niega el amor, niega la inteligencia; niega todos los valores espirituales a un ser rebajado a una categoría inferior a la de la bestia”. Péguy llega a comparar la pobreza con el infierno, donde están los condenados en la tierra. 1 En homenaje a S. S. Francisco. 2 Homilía de la Celebración del Miércoles de Ceniza, 20 de febrero de 2012. 3 Cfr. Derisi, Octavio N., “La Universidad Católica Argentina en el recuerdo a los 25 años, Cap. I: Los Cursos de Cultura Católica, pp. 12 ss., Buenos Aires, Universidad Católica Argentina, 1983. 4 "On confond presque toujours la misère avec la pauvreté; cette confusion vient de ce que la misère et la pauvreté sont voisines; elles sont voisines sans doute, mais situées de part et d'autre d'une limite; (...) cette limite économique est celle en deçà de qui la vie économique n'est pas assurée, au delà de qui la vie économique est assurée ; cette limite est celle où commence l'assurance de la vie économique; en deçà de cette limite le misérable ou bien a la certitude que sa vie économique n'est pas assurée ou bien n'a aucune certitude qu'elle soit ou ne soit pas assurée (...); le risque cesse à cette limite; au delà de cette limite le pauvre ou le riche a la certitude que sa vie économique est assurée; la certitude règne au delà de cette limite; (...); la première zone au delà est celle de la pauvreté; puis s'étagent les zones successives des richesses (...) La misère est tout le domaine en deçà de cette limite; la pauvreté commence au delà et finit tôt; ainsi la misère et la pauvreté sont voisines; elles sont plus voisines en quantité, que certaines richesses ne le sont de la pauvreté; si on évalue selon la quantité seule, un riche est beaucoup plus éloigné d'un pauvre qu'un pauvre n'est éloigné d'un miséreux ; mais entre la misère et la pauvreté intervient une limite; et le pauvre est séparé du miséreux par un écart de qualité, de nature". Œuvres Complètes De Charles Péguy, 1873-1914, Œuvres De Prose, "De Jean Coste", Pp. 46-48, Paris, Éditions De La Nouvelle Revue Française, MCMXX.5 Rops, Daniel, “Péguy”, trad. Clara Renzi, Colección Esquiú, pp. 115-116, Buenos Aires, Difusión, 1946.
  • 2. 2 En su más escandalosa sordidez, la miseria es en la economía lo que el infierno en la teología, mientras que la pobreza hace las veces del purgatorio. “El infierno es la eterna certeza de la muerte eterna; pero la miseria es, con mucho, la total certeza de la muerta humana, la total penetración por parte de la muerte de aquello que queda de vida; y cuando hay incertidumbre, esa incertidumbre es casi tan dolorosa como la certeza fatal”6 . Frente a la miserable sordidez, la pobreza aparece más bien emparentada con la “paupertas” o “pauperies” de Horacio7 , esto es, ese estado costoso moralmente del que posee lo mínimo digno y necesario para vivir privándose de todo superfluo aditamento. “Está incluso en misteriosa consonancia con ese desvestimiento que es propio de la condición humana y la abre al amor de los demás”8 . La miseria en cambio no es para el miserable una parte de su vida sino toda su vida; servidumbre sin excepción, conocido cortejo de las privaciones, de las enfermedades, de las fealdades, de las desesperaciones, de las ingratitudes y de las muertes. Profundamente decepcionado por “un cristianismo reducido sólo al burgués miedo del infierno y, todavía más disgustado, como dice von Balthasar en su ensayo sobre Péguy, por una iglesia resignada a admitir hermanos eternamente perdidos y a no llorarlos eternamente"9 , a la edad de diecisiete años, abandona la fe. Dolorosamente conmovido por la situación de los profesores de enseñanza secundaria en la Francia de fines del siglo XIX y por la crisis de la educación, abrazará el socialismo utópico a modo de reacción, para luego retornar a la fuente prístina de su inspiración trascendente, que sólo pudo redescubrir en la Fe. El apostolado de los pobres Dice Segundo Galilea que “lo propio y original del sentido del pobre en el cristianismo, no está tanto en suscitar sentimientos de compasión, de solidaridad y de justicia. Esto lo encontramos también en cualquier humanismo y en las ideologías socio-políticas. La revolución cristiana en este punto consiste en haber establecido una relación entre Dios y el pobre; en haberle dado una dimensión religiosa”10 . En efecto, el capítulo IV de las Regulae de San Benito de Nurcia, aquel que enseñó el monaquismo a occidente, menciona entre las observancias en el Nº 14: “recreare pauperes”, que algunos traducen como “alegrar” o “aliviar” a los pobres. Habría tal vez que retomar el latín para darles una interpretación más pertinente en el sentido de re-crear, es decir, volver a crear, transformar a esos pobres, ante todo, en pobres de espíritu; de dar un sentido ascético a la privación, de asumir la pobreza –no la miseria– como el necesario desprendimiento para encauzar el camino liberador del espíritu, que no es sólo político o económico, sino sobre todo del pecado y de las heridas de una 6 “De Jean Coste”, op. cit., p. 53: “l'enfer est l'éternelle certitude de la mort éternelle ; mais la misère est pour la plus grande part la totale certitude de la mort humaine, la totale pénétration de ce qui reste de vie par la mort; et quand il y a incertitude, cette incertitude est presque aussi douloureuse que la certitude fatale” (Trad. nuestra).7 “Odae”, III, 2 y II, 10 respectivamente.8 Moeller, Charles, “Literatura del siglo XX y Cristianismo, IV, La esperanza en Dios nuestro Padre, segunda edición, p. 582, Madrid, Gredos, 1964.9 Molteni, Agostino, “La ciudad armoniosa de Péguy”, en: “Revista de Filosofía”, Universidad Católica de la Santísima Concepción, Concepción, Chile, vol.6, n.1, año 2007. 10 Galilea, Segundo, “El sentido del pobre”, Cap. III, La dimensión religiosa del pobre, p. 18, Colombia, Indo American Press Service, 1976.
  • 3. 3 naturaleza caída. El pobre, no pocas veces, a fuerza de anhelar lo que no tiene y la sociedad le propone, termina viviendo subsumido en el más craso materialismo. No se trata de subvenir tan sólo a sus más urgentes necesidades materiales sino de dar un sentido sobrenatural a su existencia tomando ocasión de ésa, su desdichada condición. Apostolado no es asistencialismo; filantropía no es caridad. Y entonces, se preguntará el P. Galilea: “¿A los pobres, se les anuncia el Evangelio?”11 . Una cosa es ser pobre; otra muy distinta, ser pobre de espíritu y objeto de las Bienaventuranzas (Mt. 5, 3-11). Se puede ser pobre aun poseyendo bienes y no ser pobre de espíritu aun viviendo en la más sórdida indigencia. La pobreza como consejo evangélico La esencia de la pobreza como virtud consiste en el desprendimiento y es condición para liberarse del gravoso lastre de la materia tanto en la vida moral como en vida intelectual. Está propuesta, además, como consejo evangélico. "Los consejos evangélicos son, pues, ante todo, un don de la Santísima Trinidad. La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio de su Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza"12 . Son muchos a lo largo de la Escritura, si bien la teología los ha sistematizado en tres: pobreza, obediencia y castidad, que corresponden al desprendimiento de la afectividad, de la libertad y de los bienes materiales a imitación del divino Maestro. Están propuestos para todos, en la medida en que constituyen valores tanto humanos como sobrenaturales, si bien no corresponde a todos realizarlos de la misma manera sino según los carismas. Así, dice el Apóstol que le ha sido dado a uno "palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas" (I Cor. 12, 8-10). Esta diversidad e inaplicabilidad unívoca pareciera dar a entender que existen dos “categorías” de convocados al Reino. Estarían los santos de altar y los cristianos del llano13 . Pero no es lo mismo el llamado “estado de perfección” que la perfección en cada estado14 . Y es por eso que no conviene a todos lo mismo en materia de consejos; más aún, pueden éstos llegar a ser contradictorios entre sí; así, el mandato divino del Génesis “creced, multiplicáos y henchid la tierra” (Gen. 9, 1-3) no se compadece con el consejo paulino de la virginidad en la Carta a los Corintios, pues de esta suerte se extinguiría la humanidad. O, con respecto al tema de la pobreza, ¿qué habría ocurrido si Jesús le hubiera dado a José de Arimatea, poderoso empresario y propietario de una rica cantera, el mismo consejo que le dio al joven rico, vender todo y dárselo a los pobres? Probablemente, se habría quedado sin sepulcro. 11 Galilea, Segundo, “¿A los pobres, se les anuncia el Evangelio?”, Nº 11, Bogotá, Departamento Pastoral del CELAM, Instituto Pastoral Latinoamericano. 12 Juan Pablo II, “Vita Consecrata”, Nº 20. 13 De hecho, aparece en San Pablo una distinción entre los “νηπίοι”, o sea los niños, cuyo crecimiento en Cristo no ha conseguido aún la plena maduración y que no pueden dejar de tender hacia él: y los “τελείοι”, es decir, los adultos que han alcanzado ya un grado apreciable de madurez, pero que, no obstante, deben superarse todavía (Vide: I Cor 2,6; 3,1-2; 13,10-11; 14,20; Col. 1,28; Ef. 4,13; Flp. 3,12-15).14 La doctrina tomista sobre este tema se halla expuesta en las siguientes obras: “Contra impugnantes Dei cultum et religionem” (contra Guillermo de Saint-Amour); “Summa Theologiæ” II-II, q. 179-189; “De perfectione vitæ spiritualis” (contra Gerardo de Abbeville), y “Contra pestiferam doctrinam retrahentium homines a religionis ingressu”.
  • 4. 4 Hay una neta distinción entre precepto y consejo evangélico. Así por ejemplo, en I Cor. 7, 25 dice: “acerca de los que son vírgenes, no tengo precepto (ἐπιταγή) del Señor; pero doy mi consejo (γνώμη)15 como quien ha obtenido ser fidedigno por la misericordia del Señor”16 . El precepto se aplica de un modo unívoco, es decir, a todos del mismo modo, v.gr., los mandamientos. El consejo, en cambio, se aplica de un modo análogo –por analogía de atribución–, esto es, relativa o secundariamente, y no a todos de la misma manera; o sea, que conviene más adecuadamente a uno que a otros. Más claras que cualquier clasificación son las palabras de San Francisco de Sales, citadas en el Catecismo17 : “(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que, como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los consejos, y en suma de todas leyes y de todas las acciones cristianas, la que da a todos y a todas rango, orden, tiempo y valor”18 . Así, la pobreza como consejo evangélico no está en todos los casos vinculada con la ausencia de bienes pero está siempre, en cambio, referida al desprendimiento. Ciertamente, el desprendimiento se constata de un modo fehaciente recién cuando los bienes faltan; pero estos bienes pueden ser administrados con desapego reconociéndolos como propiedad del Dueño universal que da a ellos un destino también universal y nos hace solidarios en su distribución. La pobreza hace a la imitación de Cristo a través de una ascesis purificadora por la que perfecciona la sumisión del cuerpo al espíritu, que lleva la marca de las cuatro heridas del pecado original19 . 15 El término “γνώμη”, compuesto por la raíz indoeuropea “gno”, en relación con el conocimiento, que persiste en el latín “cognoscere”, se traduce como consejo, parecer, propósito (Hechos, 20, 3; I Cor. 1, 10; 7, 25-40; II Cor., 8, 10; Flm. 14; Apoc. 17, 13-17). No se trata de un precepto explícito, como pudieran ser los mandamientos o el resumen de la Ley y los profetas (Mt. 22, 37-40; Lc. 10, 27; Dt. 6, 4); no traduce un texto testamentario sino que es un razonamiento teológico; es una conclusión derivada de unos principios, teológicamente cierta, pero que no aparece explícitamente en las palabras de Jesús ni de los autores sagrados. Históricamente controvertida, es el fruto de una maduración doctrinal y ha dado también lugar a interpretaciones cismáticas.16 “Περὶ δὲ τν παρθένων ἐπιταγήν κυρίου οὐκ ἔχω, γνώμην δέ δίδωμι ὡϛ ἠλεήμενος ὑπὸ κυρίου πιστὸϛ εναι”. “De virginibus autem praeceptum Domini non habeo; consilium autem do, tamquam misericordiam consecutus a Domino, ut sim fidelis”. En consonancia con esta doctrina, está, entre otros, la perícopa del “eunuco por el reino de los cielos” (Mt. 19. 12). 17 Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 1973: “Más allá de los preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los preceptos están destinados a apartar loo que es incompatible con la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad”. (Cfr. Sto. Tomás de Aquino, S.Th. II-II, 184,3). Nº 1974: “Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza y estimulan nuestra prontitud espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de cada uno”.18 S. Francisco de Sales, “Amor”, VI. 19 Se trata de las heridas (quattuor vulnera) causadas sobre la inteligencia, la voluntad, el apetito concupiscible y el irascible. Más precisamente, en este caso, sobre el “vulnus concupiscentiae” del que habla Santo Tomás en la Suma Teológica, II-II, q. 85, sed contra, donde menciona a San Beda el Venerable en el Comentario al Evangelio de San Lucas (Catena Aurea). El voto de pobreza y la austeridad de vida son condición para la paliación de esta marca de la naturaleza herida, pero no destruida, como en otras concepciones teológicas..
  • 5. 5 Diversas clases de bienes Aristóteles distingue tres clases de bienes20 : útiles, deleitables y honestos. Los primeros, en la más baja categoría, son aquellos que no constituyen bienes en sí mismos sino que son medios para alcanzar otros bienes que ejercen la causalidad final. Se dice que algo es útil cuando sirve para algo distinto de él. Otros son los deleitables, aquellos que generan placer, que si bien tienen un cierto valor en sí mismos, su finalidad está aún subordinada a otro fin que es la satisfacción de uno mismo a nivel sensible. Pero hay también otros que resultan deleitables no ya para la sensibilidad animal sino para la razón21 , que valen por sí mismos e independientemente del sujeto que los apetece. Pues bien, la pobreza como virtud versa sobre la prescindencia hasta el mínimo indispensable de lo útil y de lo deleitable sensitivo en beneficio de lo honesto (v.gr., la caridad, la amistad, el compromiso, la justicia, etc.), que no cambian al ritmo de los vaivenes ora anímicos, ora convencionales o históricos. El utilitarismo y el hedonismo son reducciones éticas de esta jerarquía axiológica sustentadas por la degradación del valor de la inteligencia22 , que también requiere de una liberación de la materia, de un cierto empobrecimiento material, para alcanzar a conocer en el concepto un aspecto esencial de la cosa, o sea, para conocer la verdad. Pues existe en esto un paralelismo entre el orden moral y el orden intelectual, por el que conocemos abstrayendo a partir de la materia y como despojándonos de ella para llegar al concepto universal, que pertenece a la esencia del objeto23 . De la pobreza a la riqueza lícita Expresiones en la Sagrada Escritura como las siguientes: “Venid y comprad sin dinero vino y leche” (Is. 55, 1), referida a la gratuidad de la salvación que puede ser alcanzada aun por los más pobres; en boca de María, “sació de bienes a los hambrientos y a los ricos los despidió con las manos vacías” (Lc 1, 53); el Reino, en el que se proclaman “bienaventurados los pobres” (Mt 5, 3; Lc 6 20) mientras que los ricos se declaran desgraciados porque ya tienen su consolación (Lc 6, 24); que “las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza (Mt. 8,20); que “lo débil del mundo escogió Dios para confundir a los fuertes” (I Cor., 1, 26 ss.); el consejo al joven rico, “anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y entonces tendrás riqueza en el cielo” (Mc. 10, 17-22); que no conviene acumular “tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen y donde ladrones penetran y roban (Mt. 6, 19); el mandato de Jesús a los que emprenden el camino apostólico: “despreciad el oro y la plata; no la llevéis en vuestras bolsas; no os inquietéis por la comida ni bebida ni calzado” (Mt. 10, 9-10) y tantas otras, nos dan a entender el 20 “Ética Nicomaquea”, II, 3, 1104b 35 ss.: “τριϖν γὰρ ὄντων τϖν εἰς τὰς αἱρέσεις καὶ τριϖν τϖν εἰς τάς φυγάς, καλο υνφέροντος ἡδέος, καὶ τριϖν τϖν ἐναντίων, αἰσχρο βλαβερο λυπηρο περὶ τατα μὲν πάντα ὁ ἀγαθός κατορθωτικός ἐστιν ὁ δέ κακός ἁμαρτητικός, άλιστα δὲ περί τὴν ἡδονήν” (Tres cosas hay que nos mueven a elegir algo: lo honesto, lo útil, lo deleitable; y sus tres contrarios, a aborrecerlo: lo deshonesto, lo dañoso, y lo pesado y enfadoso”).21 Cfr. Santo Tomás de Aquino, “In II Ethicorum”, Lect. III, Nº 275, (p. 78, ed. Marietti, 1949).22 Cfr. Rodríguez Sedano, Alfredo, “Repensar la Cohesión Social: una Propuesta de Modelo Ético en la Actuación Educativa”, en: Congreso Internacional "Educación frente a la agresividad: modelos de intervención", pp. 9-11. Huelva (Andalucía). Febrero, 2000.23 Cfr. Derisi, Octavio Nicolás, “La doctrina de la inteligencia de Aristóteles a Santo Tomás”, Cap. III: “La inteligencia y la inteligibilidad se constituyen en dependencia de la inmaterialidad”, pp. 49-99, Bs. As., Cursos de Cultura Católica, 1945.
  • 6. 6 valor de la pobreza como condición para entrar en el Reino. Como contrapartida, se puede advertir en las riquezas un grave inconveniente. Sin embargo, en ninguna parte se ha dicho que el dinero sea la raíz de todos los males, sino en todo caso “el amor al dinero” (I Tim., 6,10). Salomón fue el hombre más rico de la historia, y también el más sabio. Job, el hombre más rico de su tiempo y al que Dios le multiplicó sus bienes al comprobar su fidelidad. María, la hermana de Lázaro, ungió los pies a Jesús “con una libra de perfume de nardo puro, muy costoso” (Jn., 12, 3). El conflicto se produce recién cuando: se confía más en el dinero que en Dios (Mc., 10, 23-27; Prov. 11, 4 y 11,28); cuando la confianza está puesta en los bienes terrenales más que en los celestiales ( Mt. 6,19-21; Col. 3,1-4); cuando se piensa en las riquezas como premio al mérito (Lc. 12, 15; I Sam. 16,7); cuando el objetivo en la vida es ganar todo el dinero posible (Prov. 23,4; Ecle. 5, 10-12); cuando uno se considera autosuficiente en virtud de las riquezas que posee (Filip. 4, 19; Deut. 8, 11-18). Paralelamente, son condiciones para que la riqueza sea bendecida: el estar conformes con nuestras posesiones (I Tim. 6, 8; Heb. 13, 5); acomodar nuestra voluntad a los designios de Dios en cualquier circunstancia próspera o adversa (Filip. 4, 11). El valorar por encima de las riquezas: la sabiduría (Prov. 16,16); una vida justa y recta (Sal. 37, 16; Prov. 16, 8 y 28, 6); la tranquilidad de conciencia que hace posible el descanso (Ecle. 5:, 12); la palabra de Dios (Sal. 119, 14; 72 y 127); la salud (Luc., 8,43); la quietud y la paz (Prov. 15, 16-17; 17, 1; Ecle., 4, 6); el no envidiar a los que poseen más (Sal. 49, 16-17; Éx. 20,17), y, por sobre todo, el nunca olvidar a Dios en las visicitudes de una vida próspera (Deut. 6, 10-12; Proverbios 30, 7-9; Apoc. 3,17). Un ejemplo y referente del “desprendimiento” Ha dicho el papa León XIII en su Encíclida Auspiciato Concessum del 17 de octubre de 1882, de sorprendente actualidad, refiriéndose a San Francisco de Asís y a su tiempo: “El fruto real y duradero consiste en asemejarse en algún modo a su eminente virtud y en procurar ser mejor imitándolo. Si con la ayuda de Dios se trabaja para ello con ardor, se habrá encontrado el remedio oportuno y eficaz para los males presentes. (...)“ Había mucha escasez de estas virtudes en el siglo XII, porque gran número de los hombres eran entonces, por decirlo así, esclavos de las cosas temporales, o amaban con frenesí los honores y las riquezas o vivían en el lujo y en los placeres. Otros tenían todo el poder, y hacían de su potestad un instrumento de opresión para la multitud miserable y despreciada; y aquellos mismos que hubieran debido, por su profesión, ser ejemplo para los hombres, no habían evitado las manchas de los vicios comunes. La extinción de la caridad en muchos lugares había tenido por consecuencia los pecados múltiples y cotidianos de la envidia, de los celos y el odio; los espíritus estaban tan divididos y tan enemistados, que por la menor causa las ciudades vecinas entraban en guerra, y los ciudadanos de una misma ciudad combatían bárbaramente los unos contra los otros.
  • 7. 7 “Tal era el siglo en que apareció Francisco. Con admirable simplicidad e igual constancia, se esforzó con sus palabras y sus actos en colocar a la vista de todos los ojos del mundo corrompido la imagen auténtica de la perfección cristiana”. Se trata de transformar la pobreza que denigra en pobreza que eleva, para poder decir así con San Juan “oportet illum crescere, me autem minui”24 , conviene que yo disminuya para que Él crezca.- ARTURO E. BROCHARD….…….……………. SECRETARIO ACADÉMICO DEL CONSEJO SUPERIOR DE EDUCACIÓN CATÓLICA………..…… EX DOCENTE DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA DE LA U.C.A. ………. …….. EX SECRETARIO PRIVADO DEL RECTOR FUNDADOR DE LA U.C.A. ……………. MIEMBRO DEL CENTRO DE INVESTIGACIONES DE ÉTICA SOCIAL, FUNDACIÓN ALETHEIA………. MIEMBRO DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA, INFIP…………………… ______ 24 Jn. 3, 30.