Un padre llevó a sus dos hijos a un parque de atracciones y pagó una entrada para el mayor de 6 años y otra de adulto para él. El taquillero le dijo que podría haber ahorrado dinero diciendo que el mayor tenía 5 años en lugar de 6. Sin embargo, el padre prefirió pagar de más para dar el ejemplo a sus hijos de ser honesto.
1. Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 27, septiembre 2008
Foto:Baharri http://confidenciasdeungerente.blogspot.com
Efrén Martín, gerente de y profesor de la Universidad de Deusto
www.fvmartin.net
Un padre llevó a sus dos hijos a un parque de
atracciones.
- “¿Cuánto cuesta la entrada?”, peguntó en la
taquilla.
- “5 euros los adultos y 3 los niños a partir de
seis años. Los menores de esa edad entran
gratis”, respondió el taquillero.
- “Mi hijo pequeño tiene tres años y el mayor
seis, así que necesitamos una entrada para
él y otra de adulto para mi”.
- “¡Es Ud. tonto, caballero!, podría haberse
ahorrado 3 euros si me hubiera dicho que el
mayor tenía un año menos. ¡Yo no habría
notado la diferencia!”
- “Seguramente Ud. no se habría dado
cuenta, pero ellos sí, y mi ejemplo quedará
grabado para siempre”. (Autor desconocido).
Está en nuestra naturaleza detectar las
contradicciones propias y ajenas. Las de los
demás nos indignan y con las nuestras
sufrimos una fuerte incomodidad y un deseo
proporcional de recuperar la coherencia. Para
equilibrarnos podemos elegir dos vías: 1)
cambiar de conducta o de idea, ó 2) exigir el
cambio en los demás, al considerarles
responsables de una situación impuesta a la
que nos arrastraron. Todo depende de nuestra
percepción de libertad, de sentirnos causa o
efecto en nuestras decisiones:
Quien cree actuar libremente no tiene fácil
justificarse echando la culpa a otros. A
lo hecho…pecho, y la consecuencia más
probable será cambiar de idea o de
conducta. Gracias a ello se responsabiliza y
crece. En España, el gran aumento de
libertad en una generación ha llevado a un
cambio mayor aún en las actitudes y valores.
Y por la misma razón, países integristas se
resisten a dar libertad de acción a sus
ciudadanos, que abandonarían los valores
tradicionales para sentirse cómodos con los
nuevos comportamientos.
Directivos que voluntariamente renuncian a
sus privilegios y trabajan más duro que el
resto, son un ejemplo de creciente
implicación que se contagia a los demás.
Quien es obligado a actuar por ley, o se le
paga por trabajar en algo que no le gusta, no
siente la necesidad de mejorar ya que no
siente ni contradicción ni remordimiento,
bajo el supuesto de que su voluntad no
intervino. Son mandados que culpan a otros,
se quejan y estancan. Con ellos todo diálogo
es inútil, porque lo perciben como una
imposición en la que cuanto más se les
intenta convencer más se afianzan en sus
ideas y conductas. Sus justificaciones les
impiden aprender y a más presión de
cambio, mayor resistencia. No podemos
cambiar a conflictivos y sectarios. Cambian
cuando no intentamos cambiarlos.
Cierto directivo fracasó en su propósito de
presionar a sus colaboradores para ahorrar
costes, mientras él –que no podía controlar
la temperatura desde su despacho-
dilapidaba energía con las ventanas abiertas
en pleno invierno. Nadie puede
sensibilizarse así, ni influir en otros.
Precepto y Ejemplo han de ser consistentes.
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