1. Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 42, enero 2010
Foto:Baharri
http://confidenciasdeungerente.blogspot.com
Efrén Martín, gerente de y profesor de la Universidad de Deusto
www.fvmartin.net
Un juez quiso escarmentar a un usurero. Para
purgar sus delitos le ofreció elegir una de las
siguientes opciones: a) pagar una gran multa,
b) 50 latigazos, c) comerse 10 kilos de cebolla
de una sentada. Tendría que asumir una de
las tres condenas al 100%, pudiendo cambiar
de elección cuando quisiera. No queriendo
pagar, el avaro eligió comer cebollas, pero a
los 5 kilos se sintió reventar y vio imposible
terminar la ingesta. Queriendo salvar el
dinero eligió cambiar a los latigazos, pero a
los 25 el dolor era tan insoportable que tuvo
que pedir un nuevo cambio y pagar el dinero
para finalizar aquel tormento. Sufrió así el
mal que quiso evitar y mucho más. (Adaptado
de Jean-Claude Carrière: “El círculo de los
mentirosos”).
La evitación es una de nuestras conductas
más frecuentes. Muchas de nuestras acciones
no se dirigen a conseguir una consecuencia
positiva (reforzador positivo), sino a evitar una
consecuencia negativa (reforzador negativo). La
clave es saber elegir el verdadero mal menor:
Soportar el cinturón de seguridad para evitar
lesiones… y multas.
Molestarnos en dejar el carrito del hiper en su
sitio para no perder un euro.
Dar la razón -con disgusto- a nuestros amigos
cuando no la tienen, para no irritarlos.
Esforzarnos en crecer profesionalmente
para no caer en las garras del desempleo.
Evitar el dolor, material o moral, es lo que
siempre intentamos por distintas vías. La
antigua cultura de privación, para no ir al
infierno, ha sido sustituida hoy por valores de
ocio y prioridad a la satisfacción inmediata.
El nuevo paradigma bien podría ser:
evitemos el doloroso trabajo para llegar a la
sociedad del disfrute. Pero es precisamente
el trabajo lo que asegura la calidad de vida,
no la holgazanería social. Esta victoria del
optimismo sobre el pesimismo, puede
llevarnos a la ruina económica frente a
países más pujantes; porque ni el mundo
tiene por qué ser un Infierno, ni puede ser un
Paraíso.
Hace años muchos obreros acudían
contentos a trabajar en condiciones penosas
porque no trabajar era más penoso aún:
hambre y miseria. Lamentablemente, cuando
una sociedad de bienestar facilita ganar más
sin trabajar que trabajando, aumenta el
número de personas en plenitud de
facultades que buscan ser pensionistas. Se
está denostando tanto la actividad laboral
que, no hace mucho, preguntaron a unos
niños qué querían ser de mayores. Uno
respondió: “Yo, jubilado, como mi padre”. La
cultura del esfuerzo se esfumará al penalizar
a los productivos y premiar a sanos
indolentes que son convertidos en modelo.
Actuar como si no hubiese males que
evitar nos traerá mayores males, como
sucedió al usurero. Acabaremos muy mal si
no asumimos inicialmente sacrificios
menores, que eviten los mayores. Y
podremos hacerlo sin sufrimiento, si
implantamos urgentemente la máxima
innovación en nuestra sociedad:
DDiissffrruuttaarr mmááss ttrraabbaajjaannddoo,, qquuee ssiinn ttrraabbaajjaarr.