1. Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 51, noviembre 2010
Foto:Baharri
http://confidenciasdeungerente.blogspot.com
Efrén Martín, gerente de y profesor de
www.fvmartin.net
“Rodamos por interminables rectas con infinidad de
pequeñas cuestas que nos obligaban a duplicar el
esfuerzo. A veces, el viento era tan fuerte, que nos
resultaba prácticamente imposible rodar a más de 10
km/h. Con el peso de las alforjas, más
aproximadamente cuatro litros de agua por persona,
mover la bicicleta era una prueba dura y si bien es
verdad que físicamente todos teníamos suficiente
capacidad, psicológicamente nos veíamos en
ocasiones derrotados. Afortunadamente, cuando unos
se desanimaban los demás se animaban”.
(Ana González: de Ulan Bator a Beijing, en bicicleta).
Por muy estables que seamos
emocionalmente, todos nos animamos y
desanimamos a causa de las circunstancias y la
salud; pero también por efecto de nuestras
propias expectativas, confianza en nosotros
mismos y relaciones con los demás.
En nuestro interior hay un gran optimista que
siempre quiere luchar y seguir adelante, junto a
un gran pesimista que siempre quiere rendirse y
parar. Ambas tendencias suelen aparecer, de
forma previsible, en situaciones habituales;
asociadas a creencias y costumbres difíciles de
cambiar. Y no se manifiestan sólo en el deporte:
Son muchos los que depositan su fe en la
lotería, esperando la llegada de la suerte como
única vía a la riqueza; mientras se esfuerzan
poco o nada en su empleo, al considerar que
nadie se ha hecho rico trabajando.
Otros, en cambio, proceden al revés y se
esfuerzan profesionalmente poniendo todo
su empeño en lograr el éxito por propio
esfuerzo, mientras evitan los juegos de azar.
Solemos refugiarnos en nuestra “área de
seguridad”, donde es más fácil mantener el
ánimo. Pero cuando surgen los imprevistos y
cambios en lo habitual, la desgracia puede
hacer presa en nosotros durante demasiado
tiempo y sacarnos de nuestras rutinas a la vez
que nos desarma. Es posible que hayamos
dado por seguro lo que no lo era y -al
perderlo- una parte de nuestro mundo se
desmorona. Del “a mí todo siempre me sale
bien” es fácil pasar al “a mí todo siempre me
sale mal”.
En una crisis falla la base sólida, que
arrastra a la esperanza y la autoestima.
Entonces, hemos de reponer fuerzas
recurriendo a otras personas. Recibimos una
inyección de energía viendo como otros no
han perdido la fe ni van a tirar la toalla;
dejándonos contagiar por su entusiasmo.
La pasión ajena es la batería con que hemos
de recargar la nuestra, al máximo y rápido;
porque este remedio tampoco es eterno y una
dependencia indefinida no es sensata. Antes o
después la caprichosa fortuna alternará las
corrientes y es probable que a continuación
debamos ser nosotros quienes tengamos que
apoyar a quienes nos animaron antes.
No hay mal que cien años dure, pero puede
hacer añicos nuestra alegría mientas pasa y,
para evitarlo, no queda más remedio que jugar
a la alternancia en una olímpica carrera de
relevos, mental, emocional y física; donde la
llama pase –desinteresada y solidariamente-
de pebetero en pebetero.
OObbsseeqquuiiaa ttuu eennttuussiiaassmmoo aa qquuiieenneess ttee rrooddeeaann
yy aallllíí eessttaarráá ccuuaannddoo lloo nneecceessiitteess.