1. DE DIEGO, José Luis: “¿Para qué sirve?”, en: Diario El Día, Sección Opinión, 24 de abril de 2010, disponible en:
<http://www.eldia.com.ar/catalogo/20100424/opinion3.htm>, [abril de 2010].
Enfoque
¿Para qué sirve?
José Luis de Diego
dediego_jl@yahoo.com.ar
Me contaba un colega español, especialista en la enseñanza de las matemáticas, que cierta vez discutían en un congreso
cómo hacer para que la disciplina que enseñaban fuera más atractiva para los alumnos. Una tendencia afirmaba que era
necesario acercar las matemáticas a la experiencia cotidiana, y trabajaban con tickets de supermercado, con las facturas del gas,
con estados de cuenta de los bancos o de las tarjetas de crédito. "¡Mentira!", vociferaba mi colega, "a los chavales les importa un
bledo; lo que más les gusta son los problemas abstractos, cuanto más abstractos mejor". Y me daba un ejemplo: "¿Te acuerdas del
problema clásico de los tres tíos y los bonetes blancos y negros? Imagínate a los tres en la realidad conjeturando que si tú tienes
un negro, yo tendré... ¡tres imbéciles consumados!". Pero mi amigo español debía ponerse en guardia, porque ahí nomás le llegaba
la pregunta tan temida, la que escuchamos a menudo y, en mi caso, la más odiada: "Pero si no tiene nada que ver con la realidad,
¿para qué sirve?". ¿Para qué sirve estudiar los logaritmos si nunca en mi vida los vuelvo a usar? ¿Para qué sirve aprender análisis
sintáctico si ya ni me acuerdo qué diablos es un objeto directo? ¿Para qué sirve conocer la estructura de una célula si yo no voy a
ser médico? ¿Para qué quiero saber lo que pasó en el Concilio de Trento o si Colón hizo dos, tres o cincuenta viajes a América?
En 1795 Friedrich von Schiller dio a conocer las Cartas para la educación estética del hombre, en donde se fundamenta
una de las ideas centrales del clasicismo: la misión del arte para lograr una elevación moral del ser humano. A sólo seis años de la
Revolución Francesa, lo que estaba en debate era cómo formar a los jóvenes para ese nuevo mundo que se estaba gestando. Lo
que hoy resulta difícil de creer es que en aquel programa clásico destinado a la formación del ciudadano, la literatura -el arte en
general- constituía el principal eslabón. Ya se sabe que el formidable desarrollo de las ciencias en el siglo XIX fue desplazando cada
vez más esa primacía. Cuando yo era joven, existían las "horas" de Matemáticas, Biología o Química, que eran las difíciles, y, casi
como un pasatiempo cuya evaluación era irrisoria, las "horas" de Música, Plástica y, en muchos casos, Literatura. Si bien es cierto
que las ciencias fueron desplazando a las artes, quién iba a discutir la importancia de la física moderna o de los notables avances
de la biología. Pero los desplazamientos que hemos estado viviendo en estas últimas décadas son de otro tipo. En efecto, yo no
estaba discutiendo con mi colega español si la matemática es más importante que la literatura o viceversa; discutíamos de otra
cosa.
Razón instrumental
Hoy el debate no es entre otorgarle primacía a las ciencias o a las artes; hoy el debate es entre lo que se ha dado en
llamar la razón crítica contra la razón instrumental. Los defensores de la razón instrumental son los que suelen preguntar "¿para
qué sirve?". En la década de los noventa, empujados por los vientos de un neoliberalismo hegemónico, se prohijó una reforma
educativa que postulaba acercar la educación al mundo del trabajo. Para aquellos iluminados, aproximarse al mundo del trabajo
consistía en sumar horas de inglés y de computación a la currícula de la enseñanza media; es decir, reforzar los "instrumentos", las
"herramientas" para un desempeño exitoso en la competitiva jungla laboral. Mientras hacían esto, cerraban escuelas agrarias y
técnicas de prestigio y reconocida trayectoria, como si el mundo del trabajo se redujera a las habilidades esperables de una
secretaria ejecutiva. Porque el problema de fondo es si uno sabe qué hacer (ahora se estila decir "know how", queda más fino) con
esos instrumentos; se puede conocer bien el inglés, el italiano o el ruso y sólo decir estupideces; se pueden manejar los últimos
aparatos de la avanzada tecnológica y ser un analfabeto funcional (y por televisión se ven a menudo).
El año pasado, en mi curso de primer año de la Facultad, incluí en la bibliografía El Gatopardo, la novela de Lampedusa.
Un puñado de alumnos me dijeron que no entendían nada porque no conocían la historia política italiana del siglo XIX. ¿Tenían los
"instrumentos" para conocerla? Fui a mi casa, en el buscador de Google escribí "Garibaldi" y me introdujo a 9.750.000 sitios. Es
evidente que el problema para mis alumnos no era "saber computación", sino que carecían por completo de la "enciclopedia"
necesaria para iniciar la búsqueda. El adiestramiento en saberes meramente instrumentales es el arma más idónea para educar a
jóvenes que se adecuarán a todo de manera acrítica, para formar ciudadanos bobos que teclean con gestos espasmódicos sus
mensajitos de texto mientras son absolutamente indiferentes a la cosa pública. Hay saberes que no sirven para nada pero
adiestran el pensamiento, agilizan las neuronas, movilizan la curiosidad, modelan la sensibilidad. ¿Sirvió para algo que el Dante
hubiera escrito "La Divina Comedia"? ¿Sirve de algo leerla? Si no la hubiera escrito, probablemente el mundo parecería el mismo,
con las mismas miserias cotidianas. Tengo para mí, sin embargo, que sería infinitamente más pobre.
Está muy bien comprar computadoras para todos los alumnos, pero me permito abrir un modesto paraguas. Si uno tiene
un instrumento y carece de la razón crítica necesaria para discernir acerca de su uso -a eso nos empuja la razón instrumental- se
transforma en algo muy parecido a un mono con navaja.