Lo encontramos en un curioso artículo del diario británico The Graphic (Londres) del 9 de septiembre de 1871 bajo el título "Recortes transatlánticos". "El paracaídas no es un invento nuevo", comienza el artículo, "pero un viejo filósofo de Delaware, ambicioso de fama aeronáutica, perdió recientemente la vida al intentar utilizar este artilugio de una manera un tanto novedosa. Erigió en su jardín un enorme cohete celeste [un cohete pirotécnico propulsado por pólvora], a cuya cabeza ató un paracaídas de tal manera que... mientras el cohete celeste se elevaba hacia arriba, permanecía cerrado, pero se abría como un paraguas al descender y así amortiguaba su caída al suelo. En consecuencia, se ató al extremo inferior del palo, con la espoleta [es decir, la mecha] vuelta hacia él, para que el fuego no le hiriera, aplicó una luz [encendió la espoleta], y se fue zumbando por el aire a una velocidad enorme. Pero, ¡ay! del filósofo y de su ciencia... porque el cohete y su paracaídas fueron vistos girar bruscamente en el aire y caer, mientras que el temerario aeronauta fue encontrado cerca de su laboratorio terriblemente quemado y destrozado".